El delfín

[NOTA: Como pueden ver, al final, gracias a mi error del martes, terminaron consiguiendo dos capítulos en vez de uno esta semana. Hoy me senté frente a la PC y me puse a escribir la siguiente parte de la historia, sin creer seriamente que la terminaría tan rápido, y sin embargo lo logré.]

Lo primero que notó Albus fue que la temperatura de la Cámara Secreta parecía haber descendido unos cuantos grados. La sensación vino seguida por el razonamiento: ahora Al era un animal de sangre fría, y por lo tanto sufría más las bajas temperaturas. De haber estado a la intemperie hubiera sufrido serio riesgo de congelarse.

Y cuando el áspid en el que Albus se había convertido sacó la lengua, fue asaltado por una avalancha de olores intensos. Las piedras tenían su olor, el agua tenía su olor. Los cuerpos de sus compañeros, tendidos a pocos metros, tenían un olor particular, y Albus estuvo un rato evaluándolos. Al cabo de un rato, fue capaz de diferenciar los olores de Scorpius, Agamenón, Isaac, Ash, Livius, Hugo y Louis. Incluso fue capaz de darse cuenta de que Louis y Hugo habían estado practicando algún deporte -Quidditch, probablemente- por la mañana, por el tenue olor a sudor que despedían sus axilas, un olor que ningún humano habría podido sentir desde donde estaba Albus.

Al comenzó a arrastrarse por el suelo de la Cámara. Las escamas de su vientre eran resistentes y por eso no lo afectaba la rugosidad de la superficie. Al acercarse a donde habían estado los restos del basilisco, Albus percibió el aroma de la criatura muerta, todavía intenso a pesar de que lo habían retirado más de una semana atrás los elfos domésticos. Y luego olió a Godric, que se dirigía hacia donde él estaba. Temiendo que su serpiente fuese a atacarlo, Albus se puso tenso. Pero Godric no hizo más que decir:

-Saludos, amo. Os felicito por haber logrado convertiros en Animago.

-Gracias.

-Me halaga que vuestro animal interior sea uno de mis congéneres.

-Sigo dando muestras de estar hecho para la Casa de Slytherin. ¿Cómo me reconociste? -preguntó Al.

-Vi vuestra transformación desde mi escondite -respondió Godric simplemente.

-¿Has tenido tratos con áspides antes?

-No, mi señor. La vuestra no es una especie autóctona. Pero no hay grandes diferencias entre vos y yo, amo. Vuestro tamaño es menor y vuestro veneno actúa más rápido.

-¿Hay algún consejo que puedas darme?

-Que aprendáis a alimentaros como áspid. Podría seros útil en caso de necesidad.

En parte porque comprendía que el consejo de Godric era sensato y en parte porque no había comido nada desde el almuerzo, Albus se pasó casi una hora cazando ratas en la red de tuberías que rodeaban, entraban y salían la Cámara Secreta. Guiado por Godric para no perderse, y siguiendo sus recomendaciones, Albus logró al fin atrapar una rata. Se le acercó muy lentamente, con movimientos casi tan imperceptibles como los de los minuteros de un reloj, y cuando estuvo lo bastante próxima, la mordió. Sus colmillos cumplían con la doble función de inocular veneno y de mantener inmovilizada a la víctima (pues esta podía tener fuerzas para escapar, aún moribunda), tarea en la cual también colaboró el cuerpo de Al, que enroscó rápidamente sobre el de la rata. Una vez que estuvo seguro de que el veneno había acabado con ella –Godric le había advertido que muchas serpientes habían sufrido heridas graves por intentar tragarse un alimento no del todo muerto-, Albus expandió sus mandíbulas al máximo y se tragó entera a la rata.

–¡Bravo, amo! -exclamó Godric– Yo tardé mucho más que vos en cazar a mi primera presa. Ahora oidme, si permanecéis en vuestra forma de áspid, podréis pasar un día o dos sin sentir hambre, pues la digestión de las serpientes es mucho más lenta que la de los humanos. Por supuesto, supongo que este no será el caso sino que vos volveréis a vuestra forma humana hoy mismo. Pero tenedlo en cuenta.

***

Los demás chicos no consiguieron transformarse en Animagos en aquella primera sesión. Isaac Prewett fue quien más cerca estuvo: una pequeña esfera de luz apareció en su pecho y empezó a expandirse, pero no había llegado a su cuello y su cintura cuando se contrajo y desapareció. Todos salieron de su trance cansadísimos. Se sorprendieron mucho al no encontrar a Albus sino a un áspid, y se sorprendieron aún más cuando el áspid se transformó en Al.

Por supuesto, lo acribillaron a preguntas. Albus no les reveló en detalle su ¿sueño? ¿fantasía? ¿visión? del Egipto de finales del siglo I a. C., pero les explicó que se había encontrado con el áspid, se había identificado con él y al tocarlo, se habían fundido. Los chicos no le revelaron tampoco qué habían visto durante sus trances, pero algunos reconocieron haber visto animales y haber sentido cierta atracción hacia ellos. Isaac era el único que había tocado al suyo -aunque dijo no recordar qué animal era exactamente- y habían estado a punto de unirse, pero algo había fallado en el proceso.

Un poco animados al ver que al menos uno de ellos había conseguido transformarse, los chicos salieron de la Cámara Secreta y fueron directamente a cenar, pues ya era hora. Albus se sorprendió al ver que tenía apetito, a pesar de ya haber comido.

***

Durante la siguiente sesión, al día siguiente, todos menos Albus bebieron la poción y cayeron de nuevo en la «meditación trascendental». Al se entretuvo practicando el convertirse de humano en áspid y de áspid en humano, primero desnudo y luego con ropas (fue añadiéndose sus prendas una a una, comenzando por la ropa interior y terminando, dos horas o una hora y media después, con sus zapatillas).

La transformación, al menos para Albus, se producía cuando se concentraba en todo lo que sentía siendo una serpiente. Al principio debía cerrar los ojos y pensar en ello durante varios segundos, pero llegó a ser capaz de hacerlo en un parpadeo. Y para volver a su estado humano, Albus debía concentrarse el algo que solo pudiese sentir como humano. Había miles de sensaciones así, pero por algún motivo la mente de Al siempre lo llevaba a una: la de abrir y cerrar los puños. La metamorfosis per se era sorprendentemente veloz.

Habían pasado ya tres horas, y Al estaba pensando seriamente en volver a cazar ratas -más por aburrimiento que por hambre- cuando Isaac volvió a estar a punto de transformarse en su animal. Albus miró con interés cómo la burbuja de luz volvía a aparecer y rodear su cuerpo. Y cuando la burbuja se retrajo, moldeando al animal en que Isaac se había convertido, Al comenzó a alarmarse.

Al principio le costaba creerlo, pero no tardó en comprender que sus ojos no lo engañaban: Isaac Prewett era un delfín.

Y se estaba muriendo.

El delfín se sacudía espasmódicamente, desesperado por respirar en una atmósfera seca y hostil. Albus podía ver el sufrimiento en sus ojos, que eran y no eran los de su amigo. Isaac Prewett se estaba asfixiando delante suyo.

-¡Conviértete en humano, Isaac! ¡Ahora! -gritó Al.

Pero Isaac no lo escuchó, o bien fue incapaz de hacerle caso. Sus coletazos se volvían más y más débiles… Albus le apuntó con su varita, y la primera impresión de un observador imparcial podría haber sido que quería rematarlo para ahorrarle sufrimientos, pero en realidad quería convertirlo en humano. El chico buscaba frenéticamente en su memoria el hechizo necesario para que un Animago recuperase su forma original.

Vamos, Al, pensó. ¿Cuál es el hechizo? Por Dios, Al, encuéntralo, encuéntralo YA. ISAAC SE ESTÁ MURIENDO. ¡ENCUÉNTRA ESE HECHIZO! Su voz mental daba ahora imponentes alaridos.

Y de su boca salieron las palabras:

-¡ANIMUS REVELIO!

De la punta de la varita salió un rayo azul y un rayo blanco, que envolvieron al delfín e hicieron que su forma cambiase. Albus miraba impaciente cómo Isaac se convertía nuevamente en ser humano, rogando en silencio que no fuese demasiado tarde.

Y finalmente el delfín se transformó en un chico desnudo de doce años que tosía sin parar. Albus se le acercó rápidamente y le palmeó la espalda con tanta fuerza que le dejó una marca roja por el resto del día; pero ninguno de los dos se daría cuenta de aquel detalle hasta casi media hora después. Isaac, con grandes esfuerzos, logró respirar normalmente, y rompió a sollozar. Lloraba por el miedo que había sentido, pero también porque aquel estado de euforia que le produjo el encontrarse con su animal interior había sido brutalmente interrumpido. Isaac Prewett jamás había estado tan feliz y luego tan asustado en toda su vida.

Albus, él mismo bastante espantado por lo ocurrido, lo abrazó y lo consoló lo mejor que pudo. Una vez que Isaac recuperó la compostura y se vistió, Al decidió conveniente llevarlo a su cuarto. Sabía que su deber era quedarse cuidando a los demás, pero consideró que Isaac no podía quedarse ni un minuto más en la Cámara Secreta y que los chicos lo entenderían. Albus e Isaac volaron en una de las escobas hacia el extremo superior de la cañería, salieron del baño discretamente escondidos bajo la Capa de Invisibilidad, atraversaron el colegio, bajaron a las mazmorras, entraron a la sala común y por último llegaron a su dormitorio sin intercambiar palabra alguna. Para Al era como revivir su experiencia con el boggart el mes anterior, salvo que Isaac ocupaba su rol. Lo ayudó a acostarse en su cama y se despidió de él. Antes de cerrar la puerta y volver a la Cámara, escuchó claramente las palabras:

-Te debo la vida.

[NOTA 2: Por favor, no crean que este es el comienzo de una historia de slash entre Albus e Isaac. Lo importante para el devenir de la trama es el hecho de que Al le salvó la vida.

El hechizo para que un Animago recupere la forma humana existe, pero no tiene nombre. Me lo inventé yo. En rigor «Animus» significa «vida» o «hálito vital» en latín, pero consideré que «Animus Revelio» sonaba bien. Espero que no tenga que inventar más nombres de hechizos, no me gusta tanto como inventar nombres de personajes.]

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