Memorias de Livius Black V

[NOTA: No se asusten, en este capítulo Livius relata el incidente entre Albus, Agamenón, Eugene, Randy, Sam y Henry. El nombre del hechizo de mocomurciélagos que aparece en el texto no lo inventé yo, sino que lo robé de este fanfic. Insisto en que odio inventar nombres de hechizos; me salen mejor y con más facilidad los nombres de los personajes.] 

El verano pasó velozmente, al menos para mí -la lectura de los libros de La Torre Oscura me ayudó mucho en ese sentido-, y pronto volví a hallarme en King’s Cross. Como en las dos ocasiones anteriores, me conseguí un compartimiento para mí solo por llegar más temprano que los demás. Desde la ventana vi llegar a mis amigos. Albus fue uno de los primeros. Apareció junto a sus hermanos James y Lily y una chica de segundo a la que no supe identificar. Tras despedirse de sus padres, los cuatro chicos entraron al tren.

Albus supuso acertadamente que yo ya tendría mi compartimiento y no tardó en aparecer junto a su hermana y su amiga. Me la presentó como Alcyone Hitchens, y me contó que había pasado gran parte del verano en el número doce de Grimmauld Place.

-Al me contó todo sobre ti, Livius -dijo ella-. Yo también soy una Black… bueno, descendiente de una Black. Me enteré leyendo el Árbol Genealógico que cuelga en la sala de estar de la casa de Al y Lily. Isla Black y Bob Hitchens eran mis tatarabuelos, pero los borraron del Árbol porque Bob era un muggle. El señor Potter hizo que volviesen a poner sus nombres y los de sus descendientes en el tapiz, de todos modos.

¿Y en tu familia hay más magos y brujas?, escribí.

-Sí, mi caso no es como el tuyo. Mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo eran magos, lo mismo que un par de tías. Pero mi madre es muggle.

-¿Hay lugar para uno más? -preguntó una voz desde el pasillo, y vimos afuera a Agamenón Lestrange.

-¡Claro que sí, Agamenón! -dijo Lily con entusiasmo- ¡Ven, pasa! Si Livius no tiene problema… -añadió, un poco abochornada- Él fue quien consiguió el compartimiento en primer lugar.

Yo le sonreí tranquilizadoramente y le hice un gesto a Agamenón para que pasase. Me sorprendió un poco la confianza que parecía tener con Alcyone y Lily, y supuse que sería porque estaban en la misma Casa. Más tarde supe que la hermana de Albus y su amiga eran las únicas Gryffindor que eran amigables con el hijo de Rabastan Lestrange. Todos los demás o lo hostilizaban (como Eugene Finnigan y su grupo) o lo ignoraban (como James Potter y su grupo). Me alegró ver que el pobre chico tenía gente de confianza dentro de su Casa.

Alcyone era encantadora. Lily también, pero no de la misma manera. Había algo en Alcyone que me inspiraba confianza. Quizá fuese aquel parentesco lejano que compartíamos con los Black, que tanto se manifestaba en su rostro. Es imposible saberlo con seguridad, pero creo que aquel día en el Expreso de Hogwarts comencé a enamorarme de ella. Debo decir que de todas maneras tardé mucho tiempo en darme cuenta de lo que sentía por ella, y mucho más en expresarlo.

***

Para satisfacción mía, Alcyone siguió frecuentando nuestro grupo en los días siguientes. A los demás chicos ella también terminó por caerles muy bien. Más tarde terminaríamos en confiar en ella lo suficiente como para revelarle la existencia de la Cámara Secreta y nuestra condición de Animagos. Alcyone no se mostró escandalizada ante tan flagrante violación de las normas -como sí se habrían mostrado Rose o Irene, motivo por el cual nunca les habíamos contado nada acerca de nuestras «actividades extracurriculares»-, sino que nos dijo que guardaría nuestro secreto con una condición: que la ayudasemos a convertirse en Animaga. Lo hicimos, aunque por elementales motivos de decoro -hay que recordar que la primera transformación es más sencilla cuando se hace sin ropas- solo Albus bajó a la Cámara con ella, y se quedó esperándola en el túnel hasta que se transformó. Su forma animal fue la de una gata blanca, y ese fue otro motivo de satisfacción para mí, ya que Alcyone pasó a acompañarnos a Hugo, Ash y yo a nuestras incursiones al Bosque Prohibido.

No obstante, eso ocurrió ya avanzado nuestro tercer año. Pensar en Alcyone me hizo olvidar que a fines de septiembre del 2019 se produjo un incidente que afectó a nuestro modesto Ka-Tet y que debo consignar.

Había dicho antes que Eugene Finnigan y sus amigos hostilizaron a Agamenón Lestrange, y es cierto. Pero cuando volvieron a verse las caras en septiembre, algo parecía haber cambiado en ellos. No es que se hubiesen vuelto repentinamente simpáticos con Agamenón, pero lo trataban de manera más civilizada. Todos percibíamos eso, y no podíamos hallarle muchas explicaciones. ¿Acaso temían que los amigos de Agamenón tomaríamos alguna represalia si seguían molestándolo? ¿o se habían percatado de lo injusta e infantil que era su actitud por su cuenta?

En cualquier caso, Agamenón aceptó su buen trato por lo que pudiera valer, aliviado de poner fin a dos años de agresiones. Se hizo habitual verlo llegar al Gran Comedor acompañado por Eugene y su grupo, compuesto por su hermanastro Henry Thomas y sus amigos Randy Creevey y Sam Sloper, y sentarse con ellos en las comidas.

Pasaron las semanas, y en la mañana del 26 de septiembre Agamenón, Eugene, Randy, Sam y Henry bajaron al Gran Comedor juntos. No notamos nada extraño durante aquel desayuno, y luego nos levantamos y salimos al vestíbulo para ir a nuestras respectivas clases. Agamenón y sus compañeros de Casa salieron antes que nosotros, que tuvimos que apiñarnos en la puerta para salir.

Y de pronto, escuchamos las risas.

Algo sumamente gracioso estaba ocurriendo afuera, en el vestíbulo. Intrigados, conseguimos salir casi a los empujones y ahí fue que lo vimos.

Agamenón estaba de pie, rodeado por Eugene y sus amigos, que lo señalaban con el dedo y se reían a las carcajadas. De su rubio y corto cabello habían salido dos largas trenzas femeninas.

Tengo que confesar que mi primera reacción al verlo fue cómica. Estuve a punto de unirme a las risas, lo mismo que la mayoría. No me enorgullezco de eso. Pero luego vi el rostro de Agamenón, sus ojos llenos de lágrimas de cólera, sus mejillas rojas por la verguenza, y cualquier deseo de reirme se desvaneció.

Y cuando vi el rostro de Albus, tuve miedo.

Con una expresión de fría resolución, Albus avanzó hacia donde estaba Agamenón con sus ridículas trenzas. Sacó su varita y pronunció un hechizo que le permitió materializar unas tijeras, un hechizo muy avanzado para su edad que él solo debía haber leído en algún libro de Transformaciones. Fue entonces la primera vez que noté que cuando lo embargaba una emoción fuerte -en este caso, la indignación-, Albus era capaz de ejecutar magia mucho más poderosa que en circunstancias normales.

De cualquier forma, Albus se acercó a Agamenón y empleó su tijera para cortarle ambas trenzas. No obstante, volvieron a crecer, haciendo que Eugene y sus amigos se riesen aún más. Sin modificar su expresión, Albus materializó un gorro de lana bastante grande y se lo puso en la cabeza a Agamenón, recogiendo sus trenzas y escondiéndolas debajo. Los estudiantes que presenciaban el incidente guardaron silencio. Luego Albus se volvió hacia Eugene y sus amigos, que se limpiaban las lágrimas de risa de los ojos.

-¡Qué conmovedor, Potter! -dijo Eugene- ¿Lestrange es tu novio ahora?

-Cállate, Eugene, y escúchame -dijo Albus fríamente-. Lo que le hiciste a Agamenón fue vergonzoso. Después de molestarlo durante dos años, fingieron ser sus amigos, solo para meterle alguna poción en la comida y humillarlo en público. ¿Tú crees que has salido ganando? Te has deshonrado, y has deshonrado a tu Casa. Tú y tus amiguitos no son más que un montón de ratas traicioneras.

-¿Un Slytherin pretende darnos lecciones de honor a los Gryffindor? -escupió Eugene- ¿Un miembro de la Casa más cobarde y tracionera de Hogwarts? ¿Un aprendíz de mago oscuro que es incapaz de…?

Albus esbozó entonces una sonrisa, y Eugene se calló. Nadie jamás le había visto sonreir así. Era una sonrisa que era a la vez desafiante, maligna y un poco demente. Parecía como un tiburón a punto de comerse a un bañista.

-OK, Eugene, tú te lo buscaste. Me has dado la excusa perfecta para enseñarte una lección.

Lo que siguió entonces fue tan rápido que muchos no pudieron verlo. Al apuntó con su varita a Eugene y gritó «¡Chiroptera naris!». El chico de Gryffindor estornudó y de su nariz brotaron decenas de pequeños murciélagos hechos de una materia verdosa similar al moco -y que más tarde me enteré que eran mocos. Furioso y luchando contra los mocomurciélagos, Eugene levantó su propia varita y comenzó a pronunciar un hechizo, pero Albus lo desarmó con un Expelliarmus. Las risas volvieron a estallar en el vestíbulo, pero esta vez burlándose de Eugene. Me uní a ellas, obviamente sin sentirme culpable, y vi también a Agamenón reírse de su enemigo vencido.

Albus miró a los amigos de Eugene con el mayor y más altivo de los desprecios y les dijo:

-Ahora escúchenme bien, leoncitos. Si no quieren acabar como Finnigan, jamás insultarán a mi Casa en mi presencia. Y lo mismo va para todos -añadió con ferocidad mirando a la multitud. En aquel momento detecté cierta aura de poder y autoridad que emanaba de mi amigo. Creo que no hubo nadie que lo viese aquel día y que no sintiese lo mismo.

A continuación, Albus les dio la espalda a Henry, Sam y Randy, dispuesto a marcharse. Pero los Gryffindors no opinaban lo mismo. Enojados ante la derrota de su amigo, los tres le lanzaron hechizos a Albus. Como los gritaron al mismo tiempo, no pude darme cuenta de qué hechizos eran hasta que los vi en acción. Por suerte Albus tenía buenos reflejos y reaccionó velozmente, arrojándose al suelo y rodando para eludirlos. Dos de los hechizos, un Desmaius y un Reducto de baja potencia, golpearon a dos alumnas de primero de Ravenclaw. El Desmaius en sí no le hizo daño a la chica a la que alcanzó, pero al caer al suelo se golpeó la cabeza fuertemente. El Reducto golpeó a la otra chica en el brazo y le fracturó un hueso.

El tercer hechizo, lanzado por Sam Sloper, hubiera podido impactar en una alumna de segundo de Hufflepuff llamada Jezebel Smith. No obstante, ella también reaccionó con rapidez, sacando su varita y empleando el Protego. De ese modo, el hechizo fue rebotado y acabó por darle al propio Sam, que se puso a vomitar babosas. Albus se levantó del suelo, miró a Jezebel y le dijo con admiración:

-¡Excelente!

No tuvo tiempo de continuar hablando con ella porque la directora Crouch hizo finalmente su aparición. Aún así, escuché a Albus musitar claramente «Ha llegado Fortimbras» -haciendo una irónica referencia al final de Hamlet– antes de mirar a Crouch y decirle:

-Buenos días, directora.

-Por Merlín, ¿qué diablos ha ocurrido aquí?

-Tan solo estabamos resolviendo algunas tensiones entre nuestras Casas -replicó Albus con descaro. Nuevamente, todo el vestíbulo estalló en carcajadas.

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