Memorias de Livius Black VI

[NOTA: Ahora volvemos a dar un salto cronológico, esta vez hacia el cuarto año de Albus. Sé que puede parecerles un poco apresurado, pero creo que después de esos cinco capítulos tan intensos -en especial La primera grieta– no queda mucho por decir acerca del tercer año de nuestro héroe (o si se quiere, antihéroe). Los cambios en el cabello de Servilia Crouch descritos al principio del capítulo son un guiño a los lectores argentinos de este fanfic.]

Al contrario de lo sucedido en los años anteriores, nuestro cuarto año comenzó sin grandes eventos y concluyó en medio de acontecimientos importantes. Servilia Crouch, que nos sorprendió a todos apareciendo con el cabello teñido de un extraño tono castaño rojizo y largo hasta los hombros, anunció que aquel año nuevamente tendríamos un intercambio de profesores. A Ernie MacMillan, que en 2018/2019 le había tocado viajar a Beauxbatons, le tocó en 2020/2021 dar clases en Durmstrang, mientras que Frida Von Papen, la profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras de aquel colegio vino a dar clases en el nuestro. El profesor Firenze, de Adivinación, fue suplantado por el profesor de Adivinación de Beauxbatons Enguerrand Braudel.

-En primer lugar -dijo Von Papen en nuestra primera clase-, debo decirles que yo siempre he considerado que el nombre de esta materia, Defensa Contra las Artes Oscuras, es inadecuado. A mi entender, la materia debería llamarse sencillamente Defensa Contra la Magia o Defensa Mágica. No solo porque la mayoría de las técnicas que aprenden aquí también les sirven para defenderse de hechizos que no son considerados oscuros, sino porque mi postura es que la magia oscura no existe.

Aquella última frase causó bastante impresión en nosotros. Jamás habíamos visto a un profesor negar la existencia de la magia oscura. Rose levantó la mano.

-¿Cómo te llamas? -preguntó Von Papen.

-Rose Weasley, profesora. ¿Podría explicarnos más en detalle por qué no cree en la magia oscura?

-Por supuesto, Weasley, a eso iba.

«El criterio por el que se decide qué clase de hechizos son oscuros y qué clase de hechizos no lo son es extraordinariamente caprichoso. Por ejemplo, el Sectumsempra es considerado una maldición de magia negra, ya que puede causar la muerte o heridas graves. Sin embargo, el Reducto o el Incendio también pueden tener el mismo efecto, y nadie diría que son magia oscura.

-Es porque tienen aplicaciones prácticas -intervino Rose.

-Claro. ¿Pero acaso el Sectumsempra no tiene también aplicaciones prácticas? ¿Acaso dirías que lo único que es capaz de hacer es cortar seres humanos?

-No, supongo que podría cortar cuerdas, incluso madera si el que lo lanza es lo bastante poderoso… Pero, ¿qué hay de las Maldiciones Imperdonables?

-Ah, las Imperdonables. Bueno, ese siempre ha sido un tema muy debatido. Veamos, Weasley, quiero que imagines que eres una Auror y te encargan ocuparte del secuestro de un niño. Consigues capturar al secuestrador, pero eres incapaz de hacer que confiese la ubicación del pequeño. ¿Usarías la Cruciatus para obligarlo a que te lo diga? ¿O el Imperius, para que te lleve al escondite?

-Usaría la Veritaserum o la Legeremancia -respondió Rose con firmeza.

-No son métodos infalibles. El secuestrador podría ser un experto oclumántico. Y también podría tener la suficiente fuerza de voluntad para negarse a responder las preguntas que le hagas aún tras haber bebido la Veritaserum. Sabes que eso es posible.

-Pues… en un caso como ese… creo que usaría el Imperius -contestó Rose de muy mala gana.

-¿Significa eso -intervino Albus tranquilamente- que es justificable emplear las Maldiciones Imperdonables?

-En ciertas circunstancias, sí.

-¿Inclusive el Avada Kedavra?

-¿Eres Albus Potter?

-Ajá.

-A ver, Potter, dime esto: si hubieras tenido que batirte a duelo con Tom Ryddle, ¿habrías intentado vencerlo con un Petrificus Totalus, un Expelliarmus o un Desmaius o sencillamente habrías tratado de matarlo? No te pregunto esto desde un punto de vista emocional -seguro que a nadie le desagradaría matar a Ryddle- sino desde una perspectiva puramente práctica. ¿Sería menos peligroso matarlo que tratar de capturarlo vivo?

-Probablemente sí.

-Y si estuvieras frente a otro mago igualmente peligroso, ¿lo matarías?

-No lo sé con certeza, pero creo que sí.

-Ahí lo tienes. La verdad es que en ciertas circunstancias, muchos magos de bien se ven forzados a usar las Maldiciones Imperdonables. Pero lo que yo quiero que comprendan es que no hay ningún hechizo que sea bueno o malo por sí mismo. Son los magos y las brujas los que deciden si quieren utilizarlos para hacer el bien o para hacer el mal. Podríamos decir que el bien y el mal que suele atribuirse a la magia está en realidad en quienes la usan.

***

A medida que el año iba avanzando, íbamos conociendo cada vez más a Frida Von Papen. La verdad es que no sabíamos qué pensar de ella. Aquella primera clase y su «defensa» de las Maldiciones Imperdonables no hacía sentir bastante incómodos, a pesar de que en las clases que siguieron ella no volvió a tratar el tema y se limitó al currículum del cuarto año. Von Papen nos mostró las Maldiciones Imperdonables y nos enseñó a resistirnos a la Maldición Imperius. No obstante, la profesora comentó casi al pasar, que en Durmstrang también les enseñaban a los estudiantes a resistir la Cruciatus, pero que el Hogwarts eso no estaba permitido.

Aquello despertó nuestra curiosidad, y después de clases Albus y yo nos quedamos para preguntarle cómo exactamente se entrenaba a los chicos en Durmstrang. Von Papen, probablemente complacida, nos respondió de inmediato.

-Verán, en realidad se trata de algo sencillo. La clave es el acostumbramiento.

-¿Acostumbramiento?

-Sí. Como deben saber, la Cruciatus no causa daño físico alguno. No deja heridas ni magulladuras. Sí genera algunos problemas psicológicos en las víctimas. Pero si uno practica «dar y recibir» la maldición Cruciatus en un ambiente controlado, puede terminar habituándose al dolor y así estar preparado para enfrentar la maldición en la vida real. En Durmstrang lo hemos venido haciendo durante dos siglos.

-¿Y en Hogwarts no se puede? -preguntó Al.

-No. La directora se negó de plano.

-A mí me gustaría probar -dijo Albus.

-¿Seguro? No es una experiencia agradable.

-Yo ya… yo creo que es una experiencia necesaria.

-Estoy de acuerdo, Potter, pero es una experiencia que las autoridades del colegio no quieren que tengas.

-Entonces… -dijo Al- tal vez debería asegurarme de que las autoridades del colegio no se enteren.

-¿Qué dijiste, Potter? -preguntó Von Papen con una sonrisa taimada- Me he quedado sorda por un momento y no escuché esa última frase.

-Dije que en ese caso deberemos acatar a las autoridades del colegio. Ellas saben mejor lo que nos conviene -contestó Al con una sonrisa idéntica.

-Así es, Potter. Bueno, debo irme. Nos veremos la semana que viene.

La profesora se puso de pie con su maletín, pero noté que tenía en sus manos un fajo de notas. Caminó un par de pasos hacia la puerta y luego, como por descuido, depositó los papeles en uno de los pupitres. Una vez que ella hubo salido, me acerqué al pupitre y leí lo que ella había «olvidado» en el salón. Era información muy detallada sobre cómo realizar la maldición Cruciatus y sobre cómo eran las clases para resistir la Cruciatus que se realizaban en Durmstrang.

-Oh, qué terrible que la profesora haya olvidado papeles tan importantes -dijo Albus, en un tono fingidamente alarmado-. Deberíamos devolvérselos, ¿no crees?

Deberíamos, escribí. Pero me temo que me he olvidado dónde está el despacho del profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. ¿Tú lo recuerdas?

-No, mi memoria ha vuelto a fallarme -respondió Albus sonriendo.

Entonces supongo que deberíamos esperar hasta la clase que viene para dárselos, ¿no?

-Bien, haremos eso. ¿Pero qué pasaría si, Merlín no lo permita, perdiésemos estas notas? ¿No sería prudente copiarlas en un borrador?

Yo asentí con solemnidad, pero ni Al ni yo pudimos seguir conteniendo la risa por mucho más tiempo.

***

Al principio, nuestras prácticas con la Cruciatus fueron un secreto exclusivamente mío y de Albus. Como dijo la profesora Von Papen, padecer la Cruciatus no era una experiencia agradable, pero luego resultó ser muy útil.

Albus y yo nos reuníamos en la Cámara Secreta y allí nos lanzábamos la Cruciatus el uno al otro. Nuestro objetivo en primera instancia era ser capaces de resistir la maldición durante el mayor tiempo posible. Para ello, nos pusimos de acuerdo en que cuando llegaramos al límite de dolor que podíamos soportar, debíamos levantar el pulgar, y así el que estaba aplicando la Cruciatus debía parar.

Yo creo que en mis primeras sesiones de Cruciatus debo haber aguantado menos de diez segundos. El dolor que causa esa maldición es verdaderamente indescriptible. La única imágen que se me ocurre es la de mil agujas al rojo vivo que se le clavan a uno en la carne al mismo tiempo. Albus resistía un poco más, pero no demasiado. No obstante, poco a poco fuimos siendo capaces de estar un tiempo cada vez mayor bajo la Cruciatus. Incluso podíamos contener los gritos.

Curiosamente, lo que a mí se me hacía más difícil era torturar a Albus, no ser torturado por él. Para que la Cruciatus funcione a plena potencia es necesario sentir un placer sádico al ver sufrir a la víctima, y yo era incapaz de sentir algo como eso viendo a uno de mis mejores amigos retorciéndose en el suelo. Al no parecía tener ese mismo problema. De alguna manera, conseguía sacar de su interior la maldad necesaria para que su Cruciatus fuese lo más dolorosa posible. Y me instó a que hiciese lo mismo. No tardé en encontrar una manera de disfrutar de la tortura, recordando una y otra vez mi primera y única pelea con Charlie Kent -especialmente los insultos que había dirigido a mis padres- e imaginando que Albus era él.

No creo que jamás hubiese un par de amigos tan extraño como Al y yo, capaces de pasarse tardes enteras torturándose físicamente de la manera más horrenda y luego tratarse con la mayor normalidad el resto del tiempo. Albus no tardó en ir incorporando a los otros chicos a los entrenamientos. Primero Scorpius, por el hecho de que a ellos dos los unía una amistad muy íntima, y luego Alcyone, Agamenón, Isaac y Ash. No obstante, Albus no quiso invitar a Louis y Hugo, temiendo acertadamente que la idea de echarse Cruciatus los unos a los otros en la Cámara Secreta les pareciese demasiado siniestra. Yo siempre era el primero en bajar a la Cámara durante nuestras clases (Albus nos había enseñado a decir «Ábrete» y «Ciérrate» en pársel), y así me aseguraba de poder emparejarme con cualquiera que no fuese Alcyone -ella era afortunadamente impuntual. La perspectiva de torturarla, aunque fuese con su consentimiento, me resultaba intolerable.

***

Nuestras incursiones al Bosque Prohibido continuaron a lo largo del año, y cuando pasó el invierno Scorpius y Albus salieron de la Cámara y nos acompañaron a Louis, Hugo, Alcyone, Ash y yo. Con el paso del tiempo, nos habíamos hecho muy conocedores del bosque y éramos capaces de deambular por él sin perdernos, de modo que poco a poco comenzamos a ir cada uno por su lado.

El hecho que voy a narrar trascurrió el 14 de marzo, si mi memoria no me falla. Los chicos y yo nos habíamos separado y yo estaba corriendo por el bosque cuando mis agudos oídos percibieron el silbido de una flecha siendo disparada. Me tumbé en el suelo por precaución, pero pronto entendí que el flechazo provenía de otra parte del bosque. Con los cinco sentidos alerta, me aproximé al lugar de orígen del sonido y se me heló la sangre al ver a Alcyone, en su forma de gata blanca, con una larga flecha clavada en el cuerpo. Mi primer impulso fue correr en su dirección para ver si estaba bien, pero lo reprimí.

Fue lo correcto, pues de entre los árboles surgió la figura de un centauro. Aparte del profesor Firenze, éste era el primero que yo veía en mi vida. Había escuchado que en el Bosque habitaba una colonia de esas criaturas, pero nunca nos los habíamos encontrado hasta aquella noche.

El centauro tenía todavía el arco levantado, con una segunda flecha apuntando a Alcyone.

-Humana, regresa a tu forma original si no quieres otro flechazo -ordenó secamente, y Alcyone tuvo que obedecer. Pronto aparecieron más centauros detrás del tirador, todos observando a mi amiga con gesto adusto y también apuntándole con sus flechas.

-¿Qué haces en nuestro bosque, humana? -preguntó otro de los centauros.

-No sabía que fuese su bosque -constestó ella con tranquilidad.

-Claro que lo sabes. Hay un motivo por el cual se lo llama «Bosque Prohibido».

-Creí que sería por las acromántulas o por Grawp.

-¿Saben qué? -dijo el centauro que había disparado a Alcyone- Ya estoy harto de todos estos humanos yendo y viniendo por nuestro bosque como si les perteneciese. Es hora de que les enseñemos una lección.

-¿Debemos quejarnos con Hagrid, Bane? -preguntó otro centauro, más viejo.

-¡No! -exclamó Bane- ¡Les diré que debemos hacer! ¡Tomemos a esta humana insolente como nuestra esclava! ¡Su desaparición servirá para que los demás humanos lo piensen dos veces antes de ingresar en nuestros territorios!

Los demás centauros aclamaron la propuesta de Bane con entusiasmo. El centauro viejo no dijo nada.

-¡No! -gritó Alcyone- ¡Ustedes no tienen derecho…!

Una segunda flecha de Bane voló hacia ella y se clavó a pocos centímetros de su cabeza.

-Silencio, humana. Vendrás con nosotros…

Fue entonces que decidí ayudar a Alcyone. Entré al claro como lobo y me transformé en humano rápidamente, tomándolos a todos por sorpresa. Bane fue el primero que se repuso, y me apuntó con su arco, pero yo se lo rompí con un Reducto. Los demás centauros comenzaron a dispararnos flechas, no logrando impedir que yo tomase a Alcyone del brazo y me la llevase corriendo a toda velocidad. Escuchábamos los cascos de los centauros detrás nuestro y corríamos sin parar.

Alcyone no tardó en cansarse. La flecha de Bane le había dado en el hombro, y la carrera había intensificado su dolor, por lo que me suplicó que nos detuviésemos. Encontré un tronco hueco que parecía una cueva y decidí que sería un buen lugar para ocultarnos, aunque ya no escuchábamos a los centauros.

-Gracias, Livius -dijo, abrazándome-. Me salvaste la vida.

Lamentando no tener mi bloc de notas para recordarle que los centauros no iban a matarla, me limité a sonreirle tímidamente. Luego ella desnudó su hombro y me pidió que me ocupase de la flecha. No era una herida muy profunda, pero yo no conocía los hechizos curativos necesarios para cerrarla. Lo único que pude hacer fue arrancar la flecha y rogar que no estuviese envenenada. Si bien la punta era sorprendentemente pequeña a comparación de lo larga que era la flecha, de la herida manó un hilito de sangre y, quien sabe por qué, puse mis labios sobre ella. El contacto hizo que se me erizasen todos los pelos del cuerpo, y sentí que a ella también. No fui capaz de seguir conteniéndome y comencé a besarla, primero en el hombro y después en el cuello. A medida que iba subiendo hacia su cara, entendí que se aproximaba un momento culminante. Alejé un poco mi rostro del suyo y la miré a los ojos, como pidiéndole permiso. Lo que vi en ellos me animó a dar el siguiente paso y acerqué mis labios a los suyos…

Una nueva flecha voló entre su rostro y el mío, yendo a ensartarse en el tronco que teníamos detrás nuestro. Estábamos tan cerca ella y yo que los bordes de la flecha nos hicieron cortes a la misma altura, en la frente. Sobresaltados, dirigimos nuestra vista hacia el que nos había disparado y no nos sorprendimos mucho al ver a Bane, a quien debían haberle dado otro arco y flechas. Sonriendo cruelmente, el centauro dijo:

-Lamento interrumpir la primera fase de su ritual de apareamiento, humanos, pero me temo que deben acompañarnos.

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