Nadie, ni siquiera la lluvia

-Tengo que confesar que nunca hubiera imaginado que las cosas serían tan fáciles -dijo Hugo Weasley a Louis Rosier, ambos recostados sobre la cama de su dormitorio, en Hufflepuff. Habían pasado menos de veinticuatro horas desde la fiesta de cumpleaños de Albus, pero Hugo ya tenía en sus manos una carta de su madre Hermione.

Ni tu padre ni yo tenemos objeciones, querido. Por lo que cuentas en tus cartas y por lo que hemos oído, Louis es un muchacho encantador. Debo admitir que el hecho de él sea nieto de un Mortífago le generó a tu padre cierto resquemor, pero está dispuesto a darle una oportunidad. Estoy conciente de que nunca tratamos demasiado el tema de la homosexualidad en nuestra casa, hijo, pero eso no se debe a que la veamos con malos ojos. Simplemente jamás se presentó ninguna oportunidad en que fuese necesario discutirlo.

-¿Ves? -dijo Louis deslizando sus manos por el cabello rojo de su novio- Te dije que todo saldría bien. Al menos para ti… -añadió, mientras su expresión se ensombrecía.

-¿Tu hermana te ha dicho algo?

-No. Sospecho que querrá llevarme a algún lugar apartado para gritarme, insultarme e insultarte por un buen rato. Ella no es de las que hacen escándalos en público.

-¿Y tus padres?

-No recibí nada de ellos. Dudo que se hayan enterado, y si lo hicieron, dudo que les moleste. Solamente Valerie ha heredado esa obsesión por la pureza de la sangre de nuestro abuelo Mortífago.

-De todas maneras, me gustaría conocerlos.

-Lo harás, lo harás, no te preocupes -dijo Louis, besándole la mano-. Una vez que haya conseguido que Valerie deje de molestarnos, podré invitarte a nuestra casa sin peligro de que se desate una guerra. Pasando a otro tema, ¿crees que Alfred y David tarden mucho tiempo en volver?

-¿Por qué?

-Quiero ver si tienes pecas en otros lugares del cuerpo aparte de la cara…

***

Albus tenía cierta clarividencia. No era nada sobrenatural, simplemente la capacidad de suponer -acertadamente, en general- el curso que tomarían los acontecimientos. Tal y como él les había predicho a su primo y su novio, solamente algunos estudiantes hijos de muggles y mestizos criticaron la relación entre Louis Rosier y Hugo Weasley. Los sangre pura se mostraron por lo general indiferentes. Eso no impidió que Albus tuviese que aplicar un par de castigos para demostrar a los homofóbicos del colegio que lo más conveniente era no meterse con sus amigos. El más severo fue cuando un par de chicos de quinto de Ravenclaw que se habían reído de Louis y su novio al verlos tomados de la mano en el vestíbulo desaparecieron aquella misma noche y recién fueron encontrados al día siguiente, en el salón de Pociones, convertidos en tortugas. Después de eso, nadie se atrevió a hacer nada. A excepción, por supuesto, de Valerie Rosier, que no tenía miedo a Albus.

Al no dudaba de que Valerie se tomaría muy mal la noticia de que su hermano de sangre pura estaba saliendo con un Weasley mestizo de Hufflepuff. De modo que volvió a su vieja costumbre de mirar el Mapa del Merodeador para vigilar a su compañera de Casa y cerciorarse de que no estuviera a solas con Hugo o con Louis. Y el 19, dos días después de su cumpleaños, vio el puntito con el nombre de Valerie Rosier en la misma habitación que el puntito con el nombre de Louis Rosier, y decidió ir a ver que no se estuviesen lanzando maldiciones.

-… he llegado a tolerar que seas miembro de la Casa de Hufflepuff, porque al menos no eres de Gryffindor -estaba diciendo Valerie cuando Albus, cubierto por la Capa, llegó al salón abandonado en el que ella se había encerrado con su hermano menor-. He llegado a tolerar que seas amigo de ese Weasley, porque hasta ahora eran solamente amigos. ¡Pero esto es demasiado! ¡Si quieres acostarte con él, hazlo, pero no te averguences ni nos averguences pavoneándote por toda la escuela tomado de la mano con ese mestizo!

-Lo que yo haga, hermanita, es asunto mío y de nadie más.

-Es asunto mío, porque todo lo que haces reduda en honor o deshonor para los Rosier.

-Entonces pídele a nuestro padre que me desherede y me borre del Árbol Genealógico. Dudo que tengas éxito, pero al menos habrás cumplido tu deber como bruja de sangre pura -dijo Louis, pronunciando con gran desprecio las cuatro últimas palabras.

-¡Puede ser que para ti eso no signifique nada, pero ser de sangre pura y asociarnos con gente como nosotros es lo que nos separa de los muggles! ¡Eres un traidor a la sangre!

-Vete a la mierda, Valerie. Tú y tu sangre pura pueden chuparme… Bah, ni siquiera perderé el tiempo en insultarte. No vales la pena.

-¿Qué? -preguntó ella amenazadoramente.

-¡Digo que no vales la pena! ¡No vale la pena insultarte, ni razonar contigo, ni tratar de que me perdones! ¡No vale la pena porque estás muerta por dentro! ¡Puede ser que yo sea un traidor a la sangre por amar a Hugo, pero al menos soy capaz de amar a un ser de carne y hueso! ¿Qué es lo que amas tú, hermanita? ¡Tu sangre pura! ¡Solamente eso! ¡Estás enamorada de tu linaje porque eres incapaz de querer a nadie más! ¡Adoras más a tu larga lista de antepasados muertos hace generaciones que a tus parientes vivos!

Lo que ocurrió a continuación fue rapidísimo. Louis, enceguecido por la cólera, no pudo verlo, pero Albus sí. Los ojos de Valerie se oscurecieron y mostraron, por una milésima de segundo, un dolor mucho más profundo del que este narrador puede expresar en palabras. Albus se quedó sin aliento, tan incapaz de moverse como si le hubiese alcanzado un Petrificus Totalus. Jamás había imaginado que vería a su némesis manifestar alguna emoción que no fuese el odio.

No obstante, el rostro de la joven inmediatamente se compuso y retornó a su habitual máscara de frío desprecio. La expresión de Louis era, en aquel momento, idéntica, y después de contemplarse el uno al otro durante un rato, el chico dio media vuelta y se fue. Valerie se quedó en la misma postura, casi como si fuese una estatua, mirando sin ver la puerta por la que su hermano había salido. Luego dio un paso al frente, lista para abandonar también ese lugar.

-Se equivoca, ¿sabes? -dijo Albus, y enseguida se dio cuenta de que no había querido decirlo en voz alta. Fue como si esas tres palabras se hubieran rebelado y salido de su boca por voluntad propia.

-¿Quién está ahí? -dijo Valerie ferozmente, sacando su varita y apuntando hacia el lugar de donde había venido la voz-. ¿Eres tú, Potter?

Albus decidió que, una vez revelado que estaba allí, no valía la pena seguir escondiéndose. Con un veloz movimiento, se quitó de encima la Capa de Invisibilidad.

-Hola, Valerie. ¿Cómo estás?

-Mal, como siempre que tengo que hablar contigo o con mi hermano.

-Por favor. Sé que muy en el fondo, lo quieres.

-Ah, ¿sí? ¿Y cómo sabes eso? ¿Ya has aprendido a hacer Legeremancia? -preguntó, burlona.

-No. Pero el hecho de que estés tan enfadada con él es la mejor prueba de que lo quieres. De no ser así, te daría igual todo lo que Louis hiciera.

-No tengo intenciones de discutir los asuntos de mi familia contigo, Potter -dijo ella, avanzando nuevamente hacia la puerta. Albus dio dos largos pasos y la alcanzó, tomándola de la muñeca. Era la primera vez que se tocaban desde aquel duelo en segundo, y a Albus le sorprendió lo suaves y pequeñas que eran sus manos en comparación con las suyas.

-Suéltame, Potter -ordenó Valerie, pero Al notó que su voz no parecía tan firme como antes, y que además ella no hacía ningún movimiento para apartar su mano.

-Oblígame -le contestó, desafiante.

-Como quieras -respondió la chica, apuntándole nuevamente con su varita-. Tienes tres segundos para soltarme la mano o te lanzaré una maldición, Potter. Uno -empezó a contar-… dos… tres.

Pero no hizo nada. Permaneció así, con la varita levantada en dirección a Albus pero sin pronunciar ningún hechizo. Albus comenzó a acariciar su muñeca con el pulgar y clavó sus ojos en los de Valerie.

-Aparentemente tu fuerza de voluntad no es tan intensa, querida -dijo con suavidad-. Si quieres, te ayudaré: tienes mi permiso para lanzarme esa maldición. Hazlo. Lastímame.

-No.

-¿No? No entiendo. Tú no vacilaste en torturarme con la Cruciatus, ¿y ahora no te atreves a repetirlo? Tienes mi permiso, Valerie. Usa la varita que tienes en esa mano derecha tuya, que debe ser tan preciosa y agradable al tacto como la izquierda, y di «Crucio«. Es lo más sencillo del mundo.

-No quiero.

-¿Por qué es eso?

-¡No quiero malgastar mi magia en alguien como tú!

-Falso. No quieres lastimarme.

-¿Que no quiero? -exclamó, y lo abofeteó con la derecha. Albus ni siquiera pestañeó.

-Eso lo puede hacer cualquiera, Valerie. Pero una Cruciatus requiere un auténtico deseo de herir al otro, de regocijarse en su sufrimiento. Tú lo sabes, y desde hace unos meses yo también lo sé.

Los ojos de Valerie estaban vidriosos ahora.

-Suéltame -le pidió, en un tono muy similar a la súplica.

-Lo haré… pero solo si me besas.

-¿Qué? ¡No! ¡No pienso besar a un…! ¡Un…!

-¿Un qué? ¿Un traidor a la sangre? ¿Esa es la palabra que deseas usar, Valerie?

-No quiero besarte.

-Bueno, tus opciones, si realmente deseas que te suelte, son o besarme o torturarme con la Cruciatus.

-No haré ninguna de las dos.

-Entonces, yo decidiré por ti -dijo Albus, y acercó su rostro al de Valerie. Sus labios se encontraron, y Al no supo si sorprenderse o no al ver que no lo rechazaban. Sin soltarle la mano izquierda, Albus llevó su derecha a la de Valerie, haciéndola tirar la varita al suelo con un suave movimiento. Al principio solamente dejó reposar sus labios sobre los de la chica, pero una vez que la desarmó, comenzó a besarla con más intensidad. Soltó sus manos y las colocó en torno a sus hombros, atrayendo su cuerpo al de él. Tras unos segundos en esa postura, separó su boca de la de Valerie, y le susurró al oído:

-Tu hermano se equivoca. Eres muy, muy capaz de amar. Nadie es capaz de odiar tanto si no conoce la emoción opuesta.

Comenzó a besar y lamer el cuello de Valerie, deseando ver cómo sabía cada centímetro de su piel. Hubiera empezado a desnudarla en ese mismo momento de no ser por la casi dolorosa erección que se le produjo, y que tenía una necesidad acuciante de saciar. Valerie, a todo esto, estaba más pasiva de lo que Albus jamás la había visto. No parecía querer -o poder- resistirse a las cosas que le hacía Al, y esa pasividad de parte de alguien normalmente tan indómito le producía a Albus una excitación que resultaba su contracara perfecta. Quería poseerla ahí mismo, en el suelo, y eso fue lo que hizo. La penetró con brutalidad, sin desvestirla ni desvestirse más de lo estrictamente necesario, y llegó al orgasmo muy rápidamente y apenas unos segundos después que ella. Fue solo después de eso que notó la presencia de sangre y comprendió lo que acababa de ocurrir en toda su dimensión. Vio a Valerie, tendida boca arriba, jadeando de dolor y de cansancio, y por vez primera la vio no como una rival ni como alguien a quien quería conquistar, sino como una chica débil y necesitada de cariño y protección. Comenzó a besar su rostro, queriendo disculparse en lo posible por lo brusco que había sido con ella, y percibió que Valerie no reaccionaba de una forma totalmente adversa, lo cual lo tranquilizó. No podía ni quería pensar en el futuro que podrían o no compartir juntos; lo único que le importaba era el presente.

Fue él mismo quien rompió el silencio. Una vez más, había tomado las manos de Valerie, examinándolas con atención, y de repente las palabras volvieron a brotar de sus labios sin permiso.

-«Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas» -dijo, esbozando una sonrisa soñadora.

-¿Qué? -dijo Valerie, como si despertase de un trance.

-Nada, solamente era un poema que leí hace…

Pero la chica no le dio tiempo de decir nada más, sino que se puso de pie con rapidez y comenzó a ponerse la ropa frenéticamente. Sin mirar a Albus, se dirigió a la puerta del salón, pero el muchacho, desde el piso, la llamó.

-Espera. ¿Por qué te vas?

-¿Por qué me voy? ¿Estás ciego o simplemente eres estúpido?

-Valerie, por…

-Quiero que te alejes de mí, Potter -lo interrumpió ella con furia, y salió del salón en un abrir y cerrar de ojos.

Albus se quedó quieto, todavía semidesnudo y sentado en el suelo, y contempló su propio regazo, manchado de semen (suyo) y algunas gotitas de sangre (de Valerie) por un momento, tras lo cual murmuró:

-Me temo que hoy he aprendido demasiado.

[NOTA: Quiero proponerles un juego. Como habrán visto, cerca del final del capítulo Albus cita un poema. Al primero que averigue el nombre del poema y de su autor, le voy a contar (en privado, por mail o MSN) quién es el Hacedor de Reyes y por qué lo llaman así. Por favor, cuando lo averiguen díganlo en los comentarios, de modo que todos vean cuál fue el primero. ¡Hasta el viernes!]

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