La partida del squib

[NOTA: Aquí está la viñeta «de compensación» que les prometí por el retraso de casi dos días en la publicación del último capítulo de la historia de Albus Potter. Espero que les guste tanto leerlo como a mí me gustó escribirlo.] 

Enero de 1930 

-¡MARIUS! -gritó Violetta Black a todo pulmón- ¡Despierta, mugriento squib! ¡Hoy tienes que limpiar la vitrina de trofeos!

La persona a quien iba destinado aquel tremendo alarido era un adolescente de poco menos de catorce años, flaco y desgarbado, que dormía en un colchón en el suelo, cubierto por una sábana demasiado corta. El joven abrió los ojos y se desperezó lentamente. Estiró los brazos, y con eso le dio la oportunidad perfecta a Violetta, quien lo sujetó del brazo derecho y lo levantó de un brutal movimiento. Violetta era una mujer baja pero corpulenta, un rasgo común a todos los miembros de la familia Bulstrode.

-¡Vamos, Marius -dijo, poniéndole en las manos un trapo-, baja al despacho de tu padre y ocupate de la vitrina ahora!

Sabiendo que el chico estaba ya totalmente despierto, y segura de que no la desobedecería, Violetta bajó al comedor, donde los elfos domésticos acababan de servir el desayuno. La porción de la señora Black era pantagruélica a comparación con las de sus hijos y marido (que de por sí eran generosas), pues los elfos sabían que Violetta era una mujer de gran apetito y ya habían tenido que azotarse varias veces por no servirle exactamente la cantidad de alimentos que ella exigía. Sin esperar a que su familia bajara, Violetta se sentó en su lugar y empezó a comer.

El número doce de Grimmauld Place estaba habitado en aquel entonces por cinco personas: Violetta, su esposo Cygnus Black y sus hijos Pollux, Cassiopeia y Dorea. Había también dos elfos domésticos, Gildor e Indis, a quienes Violetta había ordenado que se uniesen para engendrar más elfos antes de que se hiciesen demasiado viejos y fuese necesario cortarles la cabeza. La pareja se dedicaba a la faena con gran entusiasmo, pero todavía sin frutos.

Los tres hijos de Violetta la llenaban de orgullo. Los tres eran muy atractivos físicamente -en ello habían salido a su padre-, los tres daban muestras de considerable talento mágico y los tres se enorgullecían de ser de sangre pura (aunque la menor, Dorea, era menos entusiasta en ese sentido).

Claro que en ese esquema tan perfecto había una pequeña mancha, y esa mancha se llamaba Marius Black.

Marius era el tercer hijo de Cygnus y Violetta, pero ni él ni ella lo reconocían como tal desde hacía casi tres años. El chico había nacido el 9 de mayo de 1916, y hubiera debido ir a Hogwarts en septiembre de 1927. Sin embargo, cuando llegó el 9 de mayo de 1927 y el niño cumplió los once años, no recibió ninguna carta del colegio. Y fue en ese día que Violetta y Cygnus comprendieron cabalmente que su hijo Marius jamás asistiría al colegio, porque su hijo Marius era un squib.

Marius siempre supo que había algo anormal en él. Sus hermanos habían experimentado sus estallidos de magia involuntaria alrededor de los seis años, casi como si respondiesen a un reloj biológico. Pero Marius nunca había podido. En varias ocasiones había robado la varita de alguno de sus progenitores mientras ellos dormían y se había encerrado en su cuarto a intentar realizar hechizos. Pronunciaba las palabras mágicas una y otra vez hasta que estas perdían su sentido, y movía la varita una y otra vez hasta que su brazo quedaba casi entumecido por el dolor, pero nada ocurría. Y poco antes del amanecer, derrotado, retornaba la varita al cuarto de sus padres.

Cygnus y Violetta ignoraron lo que ocurría con su hijo porque en general no les prestaban excesiva atención a sus vástagos. Sabían que Marius era un Black, que su linaje era el más puro y que no corría ni una gota de sangre muggle por sus venas; supusieron que todo ello les bastaba para no temer que su hijo fuera un squib. Pero cuando celebraron el 11º cumpleaños de Marius y vieron que ninguna carta llegaba de Hogwarts, sintieron como si les cayese un balde de agua fría.

Su primera reacción fue escribir a Armando Dippet, designado director de Hogwarts tras la muerte del padre de Cygnus, Phineas Nigellus, en 1925. Los Black exigieron una explicación por el hecho de que su hijo no hubiera recibido su carta, y adjuntaron una copia del árbol genealógico de los Black, que mostraba todos los magos y brujas antepasados de Marius y que se remontaba hasta el primer Black que se trasladó a vivir a Inglaterra, Betelgeuse, en el siglo XIV. Con ello intentaban demostrarle que si alguien tenía derecho a ser alumno de Hogwarts, ese era su hijo. Dippet contestó con una amable misiva en la que les informaba que los Inefables no habían detectado ningún rastro de magia en su hijo, y que eso debía significar que él era un squib. La carta concluía con una exhortación a no considerar esta noticia como un desastre, pero los Black ni siquiera lo leyeron. Apenas vieron la palabra «squib», arrugaron la carta y la arrojaron al fuego.

A partir de entonces, la vida de Marius cambió para mal. Su padre lo citó en su despacho y le dijo que como había deshonrado a su familia al carecer de poderes mágicos, había solicitado a su hermano mayor Sirius que, en su caracter de jefe de la familia Black, borrase el nombre de Marius del Árbol Genealógico. Incluso lo llevó a la sala de estar para mostrarle, con fruición, la mancha negra que cubría ahora su nombre.

Luego le dijo que, por ser su hijo, no lo expulsarían de su casa, pero que tendría que resarcirlos por todos los años que habían malgastado criándolo, alimentándolo y educándolo, cuando en rigor lo más adecuado hubiera sido abandonarlo en un orfanato muggle. Cygnus informó a su hijo que a partir de ese momento él tendría que «colaborar con los elfos en las tareas del hogar».

Sus hermanos Pollux y Cassiopeia y su madre se habituaron con rapidez a considerarlo como un elfo más. Solamente Dorea lo trataba con cierta consideración, aunque no hacía nada por mejorar su situación. Marius se acostumbró a que sus hermanos lo llamasen «squib» en vez de por su nombre de pila. Violetta solía dirigirse a él como «Marius», pero no por eso era más simpática con su hijo.

Marius pasó a vivir en el desván. Su alimentación corría por cuenta de sí mismo y de los elfos, que lo seguían considerando uno de «los amos» a pesar de no ser un mago. Su madre ya no le compraba ropa nueva, sino que le pasaba todo aquello que a Pollux le quedaba chico o gastado. Esto último hacía que Pollux se burlase de él sin piedad, señalándole todas las zonas descocidas de cada prenda y preguntándole si creía que por usar su ropa se convertiría en un mago. Lo único que ante todo eso podía hacer el olvidado hijo de Cygnus y Violetta era tratar de que lo que le decía su hermano mayor le entrase por un oído y le saliese por el otro. Con los años, se había acostumbrado a moverse como una sombra por los de por sí oscuros pasillos del número doce de Grimmauld Place.

Sin embargo, esa mañana algo cambió.

Cuando Marius entró al despacho de Cygnus para limpiar los objetos expuestos en la vitrina eran las ocho menos cuarto de la mañana. Cuando terminó su labor eran ya las once y diez, y Marius se dispuso a bajar a la cocina para tomar un merecido desayuno tardío (o quizá un almuerzo temprano), se encontró con que su hermano Pollux estaba apostado en la puerta y le impedía el paso. En junio del año anterior había terminado sus estudios en Hogwarts, y desde entonces vivía ociosamente en el número doce de Grimmauld Place, disfrutando de su posición de heredero de parte de la fortuna de los Black. Su único entretenimiento, aparte de su noviazgo con Irma Crabbe, con quien se esperaba que se casase próximamente, era atormentar a Marius.

-Vaya, squib, has limpiado muy bien esas vitrinas -dijo en tono falsamente admirativo, mientras se acercaba a observar lo hecho por su hermano menor. El chico abrió la vitrina y fijó su vista en una medalla concedida a Phineas Nigellus-. Oye, aquí tiene una mancha.

Marius, desconfiado, se aproximó a la vitrina, tratando de ver la mancha que le señalaba su hermano. Y de pronto Pollux sacó su varita y de ella empezó a salir un chorro de lodo que empapó todo el estante. Luego el chico dirigió el chorro a los otros dos estantes, dejándolos completamente embarrados.

-Qué lastima -dijo volviéndose hacia Marius-, me temo que tendrás que volver a empe…

Con un rugido de furia, Marius Black se precipitó hacia su hermano mayor. Y pese a que este era cuatro años mayor y le llevaba varios centímetros y kilos de diferencia, el joven squib consiguió arrancarle la varita de la mano y arrojarla a un rincón del despacho, para luego empujar a Pollux al suelo y golpearlo una y otra vez con el puño en la cara.

-¡Limpia… tú… esto… idiota! -le gritaba entre puñetazo y puñetazo.

De repente la puerta del despacho se abrió y entró Violetta Bulstrode, alarmada por los gritos de sus hijos. Velozmente, la señora Black sacó su varita y consiguió separar a Marius de Pollux con un Impedimenta.

-¿Como te atreves a hacerle esto a tu hermano, squib? -gritó Violetta mientras examinaba con ansiedad el bello rostro de su primogénito, ahora afeado por los golpes.

-¡Vete a la mierda! -gritó Marius. Violetta se quedó paralizada por la sorpresa y la rabia ante el insulto de su antes dócil hijo- ¡Estoy harto de todos ustedes! ¡De los Black y de los magos y brujas en general! ¡A partir de ahora viviré entre los muggles!

-¿Qué? -atinó a decir Violetta- ¿Prefieres vivir entre esos animales antes que entre nosotros, los magos?

-Los animales son más caritativos que ustedes -dijo Marius, con el mayor de los desprecios. Caminó hacia la puerta del despacho, pero su madre lo tomó del brazo.

-No te vayas -dijo en voz baja, casi suplicante-. Yo…

La señora Black se quedó en silencio. Deseaba decirle a su hijo que lo lamentaba por todos los años de maltrato, prometerle que las cosas cambiarían, y había algo dentro de ella -¿su dormido instinto maternal?- que le decía que debía decírselo. Pero su costado más racional, más vinculado a lo que ella consideraba que era su deber como bruja de sangre pura, le decía que debía dejar ir a ese squib mal agradecido.

Marius se desasió de la mano de su madre y abandonó el despacho. Subió al desván y reunió sus escasas pertenencias en un saco, y luego bajó parsimoniosamente a la planta baja. Allí lo esperaba su padre Cygnus, que había escuchado la discusión. Hierático, el señor Black le tendió una bolsa.

-Mil doscientos galeones -dijo mecánicamente-. Sabes cómo ir al callejón Diagon y sabes dónde está Gringotts. Cámbialos por dinero muggle. Nunca vuelvas a pisar esta casa.

-Descuida -respondió Marius con frialdad-, no lo haré.

Tras guardarse la bolsa, el muchacho salió de la casa sin dirigirle una sola mirada a Cygnus. Llegó a caminar hasta la esquina, y antes de doblar se dio vuelta para contemplar la casa de sus padres por última vez. Vio en una ventana del primer piso a su hermana menor Dorea, y ella lo vio a él. La niña de diez años lo saludó tristemente con la mano, y Marius le devolvió el saludo.

El chico de trece años le dio la espalda a la casa y dobló la esquina. Si bien el aire de enero era helado y su abrigo resultaba insuficiente, Marius se sentía más libre y feliz de lo que se había sentido en años. Una vez que saliera del callejón Diagon con sus 1.200 galeones convertidos en libras esterlinas, abandonaría para siempre el mundo mágico al que en verdad jamás había pertenecido y que deseaba olvidar con todo su corazón. Sonrió a una niña rubia de siete u ocho años con la que se cruzó, y siguió sonriendo sin importarle que la pequeña no le hubiera devuelto el gesto.