Rodrigo, otra vez

Durante los siguientes tres días, Albus se entretuvo conociendo la aldea y reacostumbrándose a ser un mago. Tal y como Emma había dicho, sus habitantes eran gente buena y honesta, y la única barrera entre ellos y él, aparte del hecho de que Al fuese un forastero, era el hecho de que ahora era un mago, alguien que a los ojos de Kirite era un ser superior. Así que si bien encontró muchas personas que le inspiraban genuina simpatía, también detectó a unos cuantos que lo trataban casi con servilismo.

Los poderes de Rodrigo Barfleur eran considerables, aunque no estaban al nivel de los que Albus había gozado hasta septiembre del año anterior. Sin embargo, con la ayuda de Emma, el joven mago fue aprendiendo nuevamente a practicar los hechizos más complejos. Sus barreras mentales estaban otra vez en pie, y Emma ya no le leía el pensamiento con tanta facilidad, lo que hacía que sus conversaciones con ella fuesen más estimulantes que nunca.

Emma le habló mucho acerca de las cosas que había visto a lo largo de su longevísima vida. Le explicó que jamás se había interesado en las guerras mágicas de las décadas de 1930, 1940, 1970 y 1990 ya que a sus ojos no eran más que una variante de las guerras civiles endémicas que azotaban al continente africano en general y a Guinea Ecuatorial en particular.

-Los planes de Grindelwald eran absurdos por ser demasiado grandiosos, y los de Ryddle por ser demasiado pueriles -comentó ella-. Grindelwald soñaba con un régimen mundial en el que los magos gobernasen a los muggles, pero hasta yo me daba cuenta de que sus objetivos eran imposibles de llevar a cabo en gran escala. Uno puede gobernar una aldea de muggles semianalfabetos y beneficiar sus vidas, como hice yo, pero gobernar a muggles cuya inteligencia es igual a la de uno es imposible.

-¿Y qué hay de Ryddle? -preguntó Albus con curiosidad.

-Bueno, como te dije antes Ryddle no tenía planes grandiosos. A él no le importaban los muggles, los consideraba meros animales y no tenía más interés en gobernarlos que el que tú tendrías en gobernar un rebaño de vacas; su política hacia los magos hubiera sido el laissez faire: que cada mago hiciese con los muggles lo que se le antojase. Su verdadero objetivo era exterminar a los magos hijos de muggles, y por obvios motivos yo no estaba dispuesta a respaldarlo en eso.

-¿Pero por qué no quisiste intervenir en contra de Ryddle?

-No consideré que mi ayuda fuese imprescindible -replicó Emma con indolencia-. Yo no me meto en los asuntos de los demás magos siempre y cuando ellos no se metan en los míos. Además, los únicos que vienen aquí son los clásicos idiotas que quieren entrar a mi aldea sin mi permiso, pero nadie ha venido jamás a solicitar mi ayuda en ninguna guerra.

-¿Y qué hiciste con esos «idiotas», Emma? ¿Los mataste?

Ante aquella pregunta, Emma se limitó a sonreír.

***

Rodrigo Barfleur era apenas un aldeano más. Había sido liberado de sus ataduras mágicas y había sido enviado por Emma a la choza de su madre, la tataranieta de la reina de Kirite, ahora septuagenaria. El castigo de Emma no se había limitado a quitarle sus poderes: también le había dejado de dar el Elixir de la Vida. Como el líquido tenía siete días de efecto y había tomado su última dosis el mismo día en que Albus Potter arribó a la aldea, todavía seguía pareciendo un adolescente, pero sabía que en apenas cuatro días se encontraría convertido en lo que era: un hombre de mediana edad.

El flamante squib decidió aprovechar sus últimos días de juventud artificial con una buena juerga sexual. Los aldeanos, si bien se preguntaban por qué Emma lo había mandado con su madre, no sabían que él ya no era un mago ni el príncipe de la aldea, y Rodrigo decidió usar eso en su ventaja. De modo que cuando cayó la noche y todos se reunieron en distintos grupos junto a la hoguera para disfrutar de la cena a base de pescado, Rodrigo se acercó a Jazmín, una chica bastante linda de diecisiete años que no tenía pareja permanente y a la que nunca había violado (aunque había estado pensando en hacerlo), y se puso a conversar con ella.

Fueron pasando las horas y los aldeanos fueron yéndose a dormir. Rodrigo tomó de la mano a la chica y la llevó a la choza que ahora compartía con su madre -la vieja era tan sorda y dormía tan profundamente que podrían haber arrojado una bomba nuclear a pocos metros de su cama sin despertarla-. Apenas llegaron se tendieron en el colchón y comenzaron a besarse. El contacto de sus labios y lengua con los de la chica fue agradable, pero no lo suficiente como para que su pene reaccionara. Ella se desnudó frente a él y aquella visión sí permitió que su miembro ganase algo de turgencia. A continuación Jazmín le sacó la ropa y empezó a besarle los muslos, el estómago, a chupar sus testículos y finalmente el pene. Pero algo malo sucedía. Mientras más esfuerzos hacía ella, menos excitado estaba Rodrigo. Era demasiado fácil. No había emoción en acostarse y dejar que la chica hiciera todo voluntariamente. Su pene comenzó a encogerse sin que Jazmín pudiera hacer nada por evitarlo. Por último la joven renunció y levantó la vista hacia él. En su mirada había algo que a Rodrigo le pareció ironía.

Haya sido irónica o no, esa mirada bastó para despertar la cólera del hombre. La mano de Rodrigo salió disparada hacia la mejilla de la joven e impactó en ella con un sónido similar al de una rama quebrándose.

-¿Te parece gracioso, puta? -gritó él, mientras dirigía ya no la mano sino el puño hacia el rostro de Jazmín. El golpe le causó un poco de dolor en los nudillos, pero esa sensación no fue nada comparada a la de su pene. Fue como si con ese acto de violencia Rodrigo hubiese recibido el estímulo psíquico que necesitaba, y en un abrir y cerrar de ojos se halló con una de sus mejores erecciones.

Jazmín se levantó de la cama y, sin perder el tiempo en recoger sus ropas, salió corriendo en dirección a la puerta de la choza, pero Rodrigo fue más veloz. La sujetó del largo cabello, la abofeteó de nuevo y la tiró a la cama. Ella trató de escabullirse, pero Rodrigo la tomó del cuello y levantó su varita de una endeble mesita situada al lado de su cama (Emma no se había tomado la molestia de quitársela, ya que Albus había traído la suya desde Gran Bretaña).

-¿Ves esto, putita? -preguntó con una sonrisa feroz, mientras le apretaba el cuello y le exhibía la varita- ¿Quieres que te mate con un hechizo? Sé cómo hacerlo, y nada me gustaría más que verte tan tiesa como ésta -añadió señalando su pene con el mentón. Jazmín negó con la cabeza, incapaz de hablar por la presión de la mano de Rodrigo sobre su cuello, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Con un brusco empujón, Rodrigo la hizo acostarse boca abajo y se colocó de rodillas en el lecho, listo para tenderse sobre ella y penetrarla analmente. Estaba a punto de inclinarse cuando se le ocurrió escupirle entre las nalgas, más como gesto de burla que como una rudimentaria lubricación. La gruesa gota de saliva acababa de caer sobre el orificio cuando una voz muy suave se escuchó a espaldas de Rodrigo.

-Perdón por interrumpir la fiesta, pero me temo que tu derecho de pernada acaba de ser revocado hace ya cuatro días, Barfleur.

Rodrigo se dio vuelta y se encontró con Albus Potter, que lo miraba con una cruel sonrisa en los labios y que le apuntaba con su varita.

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