Entretanto, en casa

Como sabía que su hijo había dejado a su lechuza Geraldine en el número doce de Grimmauld Place, Harry suponía que si Albus le enviaba una carta lo haría con una lechuza desconocida. Desdichadamente, como jefe del Departamento de Aurores Harry Potter recibía decenas de cartas de personas que no le habían escrito antes, lo que significaba conocer lechuzas nuevas todos los días. Así que era habitual verlo tomar con ansiedad cualquier sobre que le traía alguna de estas lechuzas y ver quién era el remitente… para luego decepcionarse al comprobar que se trataba de otra gente, magos y brujas que le escribían para contarle nimiedades tales como sus sospechas de que un vecino suyo estaba vendiendo pociones peligrosas ilegalmente, denuncias que casi nunca tenían fundamentos serios.

Aquella mañana, más o menos veinticuatro horas después de que su hijo emergía del mar con una grandiosa idea para irse de Kirite, Harry recibió una de esas cartas. Al ver que quien se la enviaba no era Albus, esta vez ni siquiera se tomó la molestia de abrirla y leerla, sino que la arrojó al suelo con desdén.

-¿Sigues esperando que Al te escriba? -preguntó Ron con acritud.

-¿Acaso no lo harías tú si tu hijo se hubiese ido a África?

-Hugo es Hugo, y Albus es Albus -dijo Ron secamente.

-¿No te preocupa en absoluto lo que pueda pasarle? Al fin y al cabo, es tu sobrino.

-No. Y te diré por qué: squib o no, Albus sabe cuidarse. Puede que me… puede ser que de vez en cuando tengamos nuestras diferencias, pero tu hijo es fuerte e inteligente. Si dijo que no morirá en África, entonces hay que creerle.

-Es fácil para ti decirlo. La información con la que contamos es tan incompleta… Sabemos que fue a Guinea Ecuatorial por medio de un Traslador Internacional, y solamente sabemos eso. Los Inefables dicen que nada extraño ha ocurrido en términos de energía mágica en la aldea de Kirite… o más bien en sus límites, porque lo que ocurre adentro es inescrutable. Albus tiene que haber llegado a la aldea por medios de transporte muggles.

-¿Cómo lo habrá recibido Emma Barfleur? -preguntó Ron.

-Espero que mejor que a los doce magos que desaparecieron misteriosamente en el último siglo. Y tampoco puedo descartar que no haya llegado a encontrarse con Barfleur en absoluto, que los guerrilleros lo hayan matado en el camino… -dijo Harry meneando la cabeza con preocupación. Ron apoyó su mano en el hombro de su amigo y cuñado.

-Tienes que descansar un poco, Harry. Atormentarte preguntándote qué puede haber sucedido no te llevará a ningún lado.

-Fui un estúpido al dejarlo irse.

-No digas eso. Albus se habría ido de cualquier forma, incluso si lo hubieras encerrado en su cuarto.

-Debí acompañarlo, debí hacer que lo vigilaran los Aurores durante su viaje…

-¡Basta, Harry! Esta situación con Albus te está afectando demasiado. Es comprensible, pero no puedes pasarte el tiempo obsesionado con esto. Escucha: lo mejor que puedes hacer es tomar unas semanas de vacaciones…

-No. Mi lugar está aquí, este es mi trabajo.

-Harry, te quiero mucho, pero si sigues negándote a actuar razonablemente no me quedará otra alternativa que pedirle a Kingsley que te suspenda y entonces te verás obligado a tomar esas vacaciones. Sé sensato y vete a tu casa.

-¡No, no me iré a mi casa! -gritó Harry- ¿Sabes lo que voy a hacer? ¡Pienso ir esta misma noche a Guinea Ecuatorial a buscar a mi hijo! ¡Ya he pasado demasiado tiempo aquí encerrado sin hacer nada!

-No seas necio, es muy peligroso ir…

-Si Albus se atrevió siendo apenas un squib, yo también.

-Por favor, Harry, si vas a ir al menos llévate un grupo de Aurores contigo…

-No, debo ir solo. Los Aurores solo servirían para retrasarme.

-¿Y qué vas a hacer allá, eh? Si Albus llegó a Kirite por medios muggles, entonces te será imposible seguir sus pasos.

-Pues iré a Kirite yo mismo. Ni todas las barreras mágicas del mundo podrán impedirme entrar a la aldea.

Harry se puso de pie y se dirigió hacia la puerta, pero Ron lo tomó del brazo.

-Déjame ir contigo -le pidió-. Los dos podremos hacer mucho más juntos que tú solo.

-¿Estás seguro, Ron? -preguntó Harry.

-Totalmente -replicó su amigo-. Te ayudaré a traer al testarudo de tu hijo a casa.

-Gracias.

-No hay de qué. Estoy seguro de que tú harías lo mismo por mí.

-Dudo que sea necesario. Tus hijos no son tan… testarudos como los míos, por usar tu expresión.

-Salvo Rosie. Insiste en seguir saliendo con ese bueno para nada del hijo de Malfoy.

-Es un buen muchacho -protestó Harry.

-Nadie que haya sido engendrado por Draco Malfoy y Pansy Parkinson puede ser bueno.

-No seas necio -dijo Harry, empleando las mismas palabras que había usado el mismo Ron poco antes-. No deberías juzgar a la gente por quienes son sus padres. Piensa en Sirius y en qué clase de padres tuvo. Piensa en Snape, y cómo me tuvo antipatía desde que me conoció solo por ser hijo de su rival.

-Bueno, lo que nos ocupa ahora es tu hijo, no el de Malfoy ni los míos -dijo Ron, un poco malhumorado-. ¿Cuándo quieres que salgamos para Guinea Ecuatorial?

-Primero tenemos que hablar con Kingsley e informarle de lo que vamos a hacer, para que ponga a alguien más en nuestro lugar. Recuerda que yo soy el jefe y tú el vicejefe del Departamento; no podemos simplemente marcharnos.

-De acuerdo. ¿Y Hermione?

-Quizá nos sea útil, pero quizá quiera disuadirnos de ir.

-Me parece que querrá acompañarnos -señaló Ron-. No será la primera vez que vayamos juntos hacia una aventura, ¿no?

-¿Sabes? Extrañaba eso. Es cierto que como Aurores nos hemos encontrado en medio de muchas situaciones difíciles, pero siempre lo consideré nuestro trabajo, no una aventura.

-Pues lo mejor será que vayamos a su oficina a verla.

***

-¡ESTÁN ABSOLUTAMENTE LOCOS! -gritó Hermione, sobresaltando a su joven secretaria, que escribía un memorando afuera de su oficina.

-Cálmate, Hermione -dijo Harry, mientras empleaba un Muffliato para evitar que los gritos de su cuñada se escuchasen más allá de la oficina.

-¡NO ME DIGAS QUE ME CALME! ¡Si crées que voy a dejar que mi esposo -dijo mientras clavaba sus ojos severamente en Ron- y mi mejor amigo -dijo, desviando su terrible mirada hacia Harry- arriesguen su vida yendo a África a buscar a una bruja demente, entonces estás loco!

-¡No puedo quedarme aquí de brazos cruzados! -replicó Harry alzando la voz- ¡Albus es mi hijo!

-¡Hay normas, reglas que uno debe seguir para resolver esta clase de situaciones!

-¿Como las que seguimos para investigar el ataque que sufrió en septiembre? Albus se burló de nosotros, ¡y con razón!, por seguir las reglas. ¡Es hora de que dejemos de adorar a las reglas y hagamos el trabajo sucio nosotros mismos!

-¿Qué quieres decir con «trabajo sucio»?

-Es obvio que Barfleur tiene a Albus secuestrado en su aldea. Debemos entrar allí y rescatarlo.

-¿Y cómo sabes eso? ¿Cómo sabes si no lo han matado en el camino, o si la propia Barfleur no lo ha hecho ya?

-¡Porque tengo esperanzas…! -empezó a contestar Harry, pero fue interrumpido por alguien que golpeaba a la puerta de la oficina de Hermione. Intrigada, la jefa del Departamento de Cumplimiento de la Ley Mágica la abrió y se encontró frente a frente con el Inefable Hubert Garland, un hombre alto, calvo y de fríos ojos celestes.

-Hubert -dijo Hermione, un poco nerviosa- ¿qué sucede? ¿Necesitas algo?

-No de usted, señora Weasley -respondió Garland serenamente-. Me dijeron que aquí podría encontrar al señor Potter y al señor Weasley.

-Sí, aquí estamos -dijo Harry-. ¿Quería pedirnos algo?

-Tengo información que podría relacionarse con su hijo, señor Potter.

-¿Qué le ha pasado? ¿Saben si está bien? -preguntó Harry ansiosamente.

-No, no lo sabemos -respondió Garland-. La información que acabamos de recibir podría no significar nada, pero podría ser importante. El Departamento de Misterios de Sudáfrica (como usted debe saber, ese es el único país del África subsahariana que tiene Ministerio de la Magia) viene vigilando con atención la aldea de Kirite desde hace varias décadas, y han detectado actividades anormales…

-¿Qué actividades? -preguntó Ron con impaciencia.

-Algo ha ocurrido con las barreras mágicas de Kirite…

-¿Desaparecieron? -preguntó Hermione.

-No solo eso, señora: se han movido.

[NOTA: Soy muy malvado con mis lectores, ¿no?]

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