El dónde, no el quién

-Un momento, por favor -dijo Susan Bones mientras examinaba atentamente los papeles que Laura Kirke le había entregado. No había hablado en un tono muy alto, pero todos la habían oído.

-¿Qué ocurre, Susan? -preguntó Ron, intercambiando con Kingsley una mirada de desconcierto.

-¿Todos los delitos por los que se acusa al señor Potter fueron cometidos en Guinea Ecuatorial?

-Pues… sí -respondió Ron.

Susan se quitó las gafas y miró con extrema seriedad al tío de Albus.

-Quisiera saber, entonces, bajo qué autoridad estamos juzgando al señor Albus Potter.

Durante un largo rato la enorme sala permaneció en silencio. Luego Ron habló.

-Bajo la autoridad que tiene el Wizengamot sobre todos los magos y brujas, Susan. Me extraña que lo preguntes -dijo, intentando darle a su tono la autoridad que había tenido cuando leyó los cargos contra Albus.

-Oh, pero nuestra autoridad no es ilimitada, Ron -replicó Susan-. Nosotros tenemos el deber de juzgar todos los crímenes cometidos por miembros de la comunidad mágica de nuestro país. Ese deber no se extiende a otros países.

-Bueno, pero Albus es británico -adujo Ron.

-Eso no tiene importancia -dijo Susan, manteniéndose en sus trece-. La clave aquí no es el quién, sino el dónde. Los delitos que dices que cometió tuvieron lugar fuera de nuestras fronteras. Está más allá de la jurisdicción de este tribunal.

-¿Dices entonces que debemos dejar impunes los crímenes de Albus? -dijo Ron, que empezaba a irritarse.

-Los supuestos crímenes del señor Potter, querrás decir -puntualizó Susan.

-¡Pero el objetivo de esta audiencia es justamente determinar si esos crímenes son reales o supuestos! -estalló Ron.

-Pero yo insisto en lo que dije antes: ¿bajo qué autoridad? ¿Tenemos poder para juzgar a cualquier mago o bruja británico en cualquier lugar del mundo?

-¡Claro que sí! -respondió Ron.

-¿Entonces todos los tribunales mágicos de todos los países del mundo tienen ese mismo poder?

-Sí… -repuso el vicejefe de los Aurores, con menos seguridad.

-Entonces, si hoy juzgamos y condenamos a Albus Potter, debemos liberar a Antonin Dolohov -dijo Susan. Estas palabras no fueron comprendidas por nadie en el tribunal.

-¿Antonin Dolohov? ¿El Mortífago?

-Sí, ese mismo Dolohov. El que asesinó a tus tíos Gideon y Fabian, a Remus Lupin y a tantos otros. Si Albus Potter puede ser encarcelado por este tribunal por delitos cometidos en otra parte del mundo fuera de las fronteras de Gran Bretaña, entonces Dolohov también puede, y debe, ser juzgado por los tribunales de su propio país, Rusia, pese a que cometió sus delitos aquí. Si adoptamos ese principio para nuestros ciudadanos, debemos admitirlo para los otros.

Muchos jueces del Wizengamot, que habían estado escuchando a Susan con expresiones de extrañeza o desaprobatorias comenzaron a asentir a medida que sus argumentos penetraban. Susan Bones era sobrina de Amelia Bones, una de las juezas más justas e imparciales que hubiese conocido el Wizengamot en toda su historia, y sus intervenciones casi siempre alcanzaban el nivel de las de su tía.

-Propongo -exclamó alzando un poco la voz- que antes de empezar el proceso contra Albus Severus Potter, decidamos si corresponde o no que éste tribunal lo juzgue por los delitos que pueda haber cometido en Guinea Ecuatorial.

-Secundo la moción de Susan -dijo otro de los jueces.

-¿Quiénes están a favor de que Albus Potter sea juzgado por el Wizengamot? -preguntó el ministro.

De los veintiún miembros del Wizengamot, diez -incluyendo a Ron y a Kingsley- votaron por la afirmativa.

-¿Quiénes… quiénes están en contra? -preguntó Kingsley.

Otros diez jueces, encabezados por Susan Bones, levantaron la mano. Solamente uno de ellos permaneció con la mano bajada: Harry Potter.

Los magos y brujas presentes tardaron muy poco en advertir quién era el miembro del tribunal que no había votado, y cuando lo hicieron, el salvador del mundo mágico pasó a ser el centro de todas las miradas.

-Harry -dijo Kingsley suavemente, rompiendo el silencio-. Tienes que votar. ¿Por qué será? ¿Por la negativa o por la afirmativa?

Harry permaneció callado, con la mirada fija en el suelo. Cuando la levantó, la fijó en la de Albus. Hubo un silencioso intercambio entre padre e hijo, que mantuvo a jueces y público en vilo.

Finalmente Harry habló con una voz más firme de lo que esperaban.

-Por la negativa.

Kingsley fue incapaz de articular palabra alguna durante varios segundos, y hacía un visible esfuerzo por mantener su rostro imperturbable. Ron, por su parte, no ocultaba su cólera. Albus esbozó una sonrisa casi imperceptible, aunque nadie supo si expresaba ironía o alivio.

-Se suspende el juicio -dijo el ministro de la Magia, habiéndose repuesto de la impresión-. El acusado es libre de irse.

***

Cuando finalizó el juicio, todos los amigos de Albus se acercaron a su silla a ofrecerle sus felicitaciones. Ron se marchó junto a los demás miembros del Wizengamot, rojo de furia. Kingsley, Crouch y Susan Bones salieron sin dedicarle al muchacho ni siquiera una mirada. Albus permaneció sentado, y Harry también se quedó en su asiento.

-¿Quieres que esperemos afuera? -preguntó Scorpius, notando que Albus y su padre parecían deseosos de hablar en privado.

-Sí, por favor.

Los chicos salieron, dejando la sala del tribunal vacía a excepción de los dos Potter.

-Muchas gracias por tu voto, padre.

-Solo hice lo que me pareció más justo.

-Habrías podido excusarte, y Shacklebolt hubiera puesto a otro juez que habría votado en mi contra.

-Pero no lo hice.

-No, no lo hiciste. Por cierto, también tengo que agradecerte por tu oferta de sacarme del país, que me transmitiste por medio del bueno de Teddy. Una oferta un tanto inútil, puesto que puedo entrar y salir por mi cuenta, pero la intención es lo que cuenta. Por suerte mi plan dio resultado.

-¿Tú hiciste que Susan actuase en favor tuyo? ¿La sobornaste?

Albus se levantó de su silla y se acercó al estrado donde estaba sentado su padre, acortando la distancia entre ellos.

-¿Sabes? Hace casi veintiocho años un chico de quince fue acusado de violar el Estatuto del Secreto de los Magos y el Decreto para la Moderada Limitación de la Brujería en Menores de Edad. Concretamente fue acusado de realizar un encantamiento Patronus en una zona habitada por muggles y en presencia de un muggle. El chico adujo que lo había hecho para defenderse de unos Dementores, pero la única evidencia que pudo presentar para demostrarlo fue el testimonio de una squib. Más tarde se comprobó que los squibs no pueden ver a los Dementores, pero para ese entonces el chico era un héroe nacional y nadie lo molestó. El muchacho, por cierto, fue juzgado aquí mismo, en esta misma sala.

-¡No puedes comparar una cosa con la otra! ¡A mí no me acusaron de asesinato!

-Pero aún si lo hubieran hecho, tu amigo Dumbledore te habría sacado del apuro, ¿no crees?

-Dumbledore era una persona recta.

-Dumbledore era un viejo manipulador que solamente quería ver derrotado a Ryddle y que estuvo dispuesto a todo para lograrlo, incluso a sacrificarte a ti.

-¡No se puede razonar contigo! -exclamó Harry, levantándose de su silla- ¿Crees que podemos hacer lo que se nos antoje? ¿Crees que así funciona el mundo, que tenemos derecho a actuar como nos de la gana sin consecuencias?

-¿Tú no? ¿Entonces por qué me ayudaste con tu voto?

-Porque Susan tenía razón, este tribunal no tiene derecho a juzgarte…

-¡Tonterías! ¡Esos son apenas sutilezas legales! ¡Los únicos capaces de apreciarlas son esos burócratas que componen el tribunal, pero tú no eres uno de ellos! Tiene que haber habido otra cosa…

Harry miró al suelo y se sonrojó por un instante. Albus apoyó su mano en el hombro de su progenitor y dijo, con tono más bajo:

-Admítelo: si yo no hubiera sido tu hijo, habrías votado a favor de juzgarme. Y está bien que así sea. Yo no me ofendo.

Incapaz de mirar a su hijo a los ojos, Harry salió velozmente de la sala sin responder.

«Interesante», pensó Albus. «El viejo reveló hoy poseer aún más capas de debilidad de las que yo creía posible. No solo le tiene miedo al poder, sino que además se avergüenza de usarlo en su propio beneficio o el de sus seres queridos. Qué pusilánime es, al final de cuentas. ¿Habrá sido así cuando tenía mi edad y luchaba contra ese mestizo desquiciado de Ryddle?»

Finalmente Albus se encogió de hombros y se dispuso a abandonar también la sala del tribunal, pero las puertas se abrieron de nuevo.

Era Ginny.

-Madre, qué bueno que vinieras. Llegaste un poco tarde al juicio, pero llegaste -dijo Albus con ironía.

-¿Entonces salió todo bien? -preguntó ella ansiosamente- Vi a Lily y a tus amigos en el Atrio, pero no les pregunté…

-Sí, madre, todo salió a la perfección. El tribunal se declaró incompetente para juzgarme -respondió Albus sonriendo tranquilizadoramente.

-Un momento… ¿no te absolvieron?

-No, pero tampoco me condenaron.

-¿Cómo es eso posible?

-El tribunal consideró que no tenía autoridad para procesarme con hechos que tuvieron lugar en otro país.

-¿Entonces serás juzgado en Guinea Ecuatorial? -preguntó Ginny, preocupada ante la perspectiva de que su hijo tuviera que viajar otra vez a África.

-¿Por quién? -preguntó Albus- No hay Ministerio de la Magia en ese país, madre. No hay ningún tribunal que solicite mi extradición.

Ginny se quedó mirando a Albus muy preocupada.

-Al, quiero que seas sincero conmigo. ¿Eres culpable de las cosas de las que te acusaron?

El chico alzó las cejas.

-En parte sí.

-¿»En parte»? ¿Qué significa eso?

-Hay algunas cosas que son ciertas y otras que no.

-¿Mataste a ese Rodrigo Barfleur?

-No -respondió sinceramente.

-¿Hiciste que lo matasen?

-No les ordené que lo hicieran, si es eso a lo que te refieres.

-¿Le robaste sus poderes?

-Sí -replicó con calma.

Ante esa última revelación Ginny quedó paralizada por la sorpresa, mirando a su hijo como si no lo hubiera visto nunca antes.

-¿Le robaste sus poderes?

-Sí, lo hice.

-¿Cómo… cómo pudiste hacer algo tan… antinatural? ¡Es una aberración!

-Lo que era una aberración es que esa criatura gozase del privilegio de ser un mago cuando su único interés residía en violar a cualquier chico o chica que se le cruzase en su camino. Barfleur era un enfermo. Quitándole sus poderes le impedí hacer más daño del que ya había hecho.

-¡Aún así, es un crimen terrible!

-¿Qué me importa? -preguntó Albus- No me pueden castigar por ello.

-Algún día lo harán -dijo Ginny, alejándose de Albus como si le tuviera miedo-. No puedes vivir así, al margen de cualquier norma.

-Que lo intenten. Me encantaría que lo intenten -dijo Albus con desprecio.

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