El emperador de los helados

[NOTA 1: Quiero dedicarle este capítulo a PaoLita, que hoy cumple años, y a la novia de Yndihalda, que cumplió años el sábado.

NOTA 2: Como habrán visto, hay tres encuestas en el blog (dos en la barra lateral y otra, menos visible, aquí). Me encantaría que todos participen. También quiero decirles que si tienen algún comentario sobre los resultados de las encuestas, por favor no lo dejen en el blog sino en las propias encuestas.]

Llama al que lía los enormes cigarros,
al musculoso, y pídele que bata
en los cuencos de la cocina el coágulo de la lujuria.
Que las criadas holgazaneen, vestidas
con el traje que acostumbran usar, y los muchachos
traigan flores envueltas en periódicos atrasados.
No molestes el final de la apariencia.
El único emperador es el emperador de los helados.

Saca de la cómoda de tablones de pino
a la que le faltan tres perillas de vidrio, aquella sábana
donde ella una vez bordó tres cisnes,
y extiéndela sobre ella para cubrirle el rostro.
Y si sus pies callosos sobresalen, lo hacen
para mostrar hasta qué punto está fría, y muda.
Deja que la lámpara concentre sus rayos.
El único emperador es el emperador de los helados.

WALLACE STEVENS, El emperador de los helados

El apresurado escape había encendido una pequeña luz de esperanza para Albus. Estaba al tanto de que sus captores habían estado muy cerca de caer en manos de los Aurores, y que se habían salvado por un pelo. Pero ese incidente le había demostrado una cosa a Al: sus secuestradores eran falibles. Esto le había levantado el ánimo enormemente, y ahora, por primera vez en mucho tiempo, había reanudado sus charlas mentales con Valerie.

«Hay que matarlos a todos», decía ella.

«¿Segura?»

«Absolutamente. Y no es porque ellos te hayan mantenido aquí encadenado durante… ¿cuánto, dos semanas? Ni tampoco por la golpiza de ese tal Rupert. Se trata de mandar un mensaje.»

«¿A quién?»

«A sus jefes. Tienen que darse cuenta de algo: que si se meten contigo, se juegan la vida.»

«Pero, ¿acaso me conviene mandar un mensaje tan… público? ¿No podrían terminar tratando de mandarme a Azkaban de nuevo?»

«Hazlo de tal forma que solamente sus jefes sepan que están muertos».

«Bueno, eso es relativamente fácil. Lo difícil es salir de esta puta silla».

«¡Piensa, Al! ¿Has agotado todos los recursos? ¿Ya no hay nada que puedas utilizar?»

«Mi imaginación nunca ha sido de las mejores».

«Entonces, si no puedes concebir un plan propio, piensa en planes ajenos. ¿Conoces casos famosos de magos que hayan escapado de su encierro estando sin varita?»

Albus frunció el ceño y reflexionó durante un largo rato. De repente, su mano se lanzó hacia arriba pero fue fácilmente detenida por las cadenas que la amarraban al brazo de la silla; era como si se dirigiera a su frente con intención de darle una palmada de frustración.

«¡SOY EL MAYOR IDIOTA SOBRE LA FAZ DE LA TIERRA!», gritó mentalmente. «¿Cómo diablos no se me ocurrió antes? ¡BLACK!»

***

Tras la cena, todos los miembros de la banda de Sophie se fueron a la cama. Como castigo por su error monumental, a Jake le había tocado dormir en el sofá, mientras que Sophie y Gilbert ocuparon uno de los dormitorios y Rupert el otro.

Sin embargo, a Rupert no le habría importado dormir en el sillón aquella noche, pues habría facilitado sus planes. Claro que no podía expresar ese deseo tan abiertamente, pues habría levantado sospechas. Así que cuando pasó una hora y el ex Carroñero escuchó los ronquidos de Sophie, salió de su dormitorio en dirección a la sala de estar, donde encontró a Jake todavía vestido y ya dormido. Para asegurarse de que siguiera así, Rupert le lanzó un Desmaius no verbalmente. Sabía que Jake no lo sentiría y que la única secuela para él sería cierta pesadez adicional por la mañana, cuando despertase. Rupert luego procedió a colocar un hechizo silenciador en la puerta del cuarto de Sophie y Gilbert y se encaminó hacia el cuarto donde tenían encerrado a Albus.

Rupert abrió la puerta y entró a toda prisa. No alcanzó a ver que la silla de Albus estaba vacía, pues las luces del pasillo apenas iluminaron el cuarto, y las del cuarto estaban apagadas. No escuchó el sonido del cuerpo de Albus arrastrándose a través de la habitación, pues el criminal tenía la mente puesta en otras cosas, aunque casualmente estaban relacionadas con el cuerpo de Albus. Solamente se dio cuenta de que algo iba horriblemente mal cuando encendió los candelabros y vio posada encima del aparador, junto a las velas, a una serpiente. El reptil y él se miraron a los ojos durante unos instantes, como si estuvieran hipnotizados.

El animal fue el que reaccionó primero, lanzándole un feroz mordisco en dirección a su mejilla derecha. El mago se echó instintivamente hacia atrás, tanto que terminó cayéndose al suelo; la varita mágica se le escapó de la mano. El envión de la serpiente tuvo el mismo resultado, haciendo que el reptil terminase en el piso. Sin embargo, el áspid mantuvo la sangre fría -valga la redundancia- y pronto se dirigió hacia su nuevo objetivo: el tobillo de Rupert. Los pantalones se le habían corrido unos centímetros, dejando al descubierto su peluda pantorilla, y el áspid aprovechó esa circunstancia. Se movió tan velozmente que Rupert no vio el segundo ataque de la serpiente. Solamente se dio cuenta de que había sido mordido cuando los pequeños colmillos se clavaron en su carne; casi de inmediato un horrible ardor comenzó a extenderse por todo su cuerpo. Rupert trató de patear al áspid, pero era tarde. El animal ya se había alejado del alcance del ex Carroñero.

Rupert intentó incorporarse, pero las paredes del cuarto parecían girar a su alrededor. Se sentía cansado y mareado, aunque todavía permanecía consciente.

Fue entonces que vio al áspid, que se había puesto al lado de su varita. Vio como la forma del reptil iba cambiando lentamente. Un par de bracitos aparecieron a ambos costados de su cuerpo, y su cola se dividió en dos igualmente pequeñas piernas. El humanoide fue aumentando de tamaño, hasta que finalmente Rupert Purvis se halló frente a un Albus Severus Potter un poco tambaleante (no estaba acostumbrado a estar de pie después de tanto tiempo encadenado a un silla) y con la boca manchada de sangre y torcida en una cruel sonrisa. Sin sacarle los ojos de encima a Rupert, el joven mago se inclinó y levantó del suelo la varita de su captor.

-¿Qué me has hecho? -preguntó Rupert, cada vez más debil.

-Morderte. ¿Qué me ibas a hacer tú? -replicó Albus.

-¡Vete a la mierda! -exclamó Rupert. Él mismo se sorprendió al comprobar que el sonido que salió de sus labios parecía más a un chillido femenino que a uno de los rugidos que su vozarrón era capaz de producir.

-Qué malos modales -dijo Albus, apuntándole con la varita-. Veamos qué hay en esa sucia cabecita tuya. Legeremens.

Rupert se encontró al instante reviviendo escenas pasadas de sus cincuenta y tres años de vida. Recordó a su primera víctima, una chica de Slytherin de sexto a la que violó en las mazmorras cuando se dirigía a su sala común y a la que luego Desmemorizó. Recordó la lluviosa noche en que él, junto con Sophie, Gilbert, Jake y otros magos más encontraron casi por casualidad a una bruja hija de muggles que acababa de huir del Ministerio gracias a la intervención de Harry Potter y sus amigos y la ultimaron en un sucio callejón lanzándole varias Maldiciones Asesinas al mismo tiempo, con lo cual dieron inicio a su carrera como Carroñeros. Recordó otra noche, despejada y con luna llena, en que atacaron por primera vez una casa muggle y mataron a todos sus habitantes salvo a la hija adolescente, que por una acalorada discusión con su madre había sido mandada a su cuarto sin cenar como castigo y que se salvó de morir junto con sus padres y hermanos en el comedor huyendo por la ventana. Recordó la cuarta incursión en un hogar muggle, en la que él violó y luego estranguló a la joven madre, sin que sus cómplices lo supieran. Revivió velozmente otras violaciones y asesinatos cada vez más elaborados, en los cuales comenzaba a estrangular a sus víctimas cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, de modo de eyacular al mismo tiempo en que ellas expiraban.

Y por último, vio sus propias fantasías. Se vio a sí mismo desatando a Albus y violándolo en el suelo, para luego borrarle la memoria y volverlo a encadenar. Podía distinguirse esa fantasía de los recuerdos porque las imagenes eran más difusas, como vistas a través de un vidrio muy empañado.

Entonces Albus dejó de leerle la mente, y Rupert se encontró de nuevo en el apenas iluminado cuarto. Albus lo miraba con una frialdad absoluta. No parecía sentir odio, enojo o desprecio hacia él. No había nada en sus ojos, ninguna emoción. Eso fue lo que más lo espantó y lo forzó a desviar la mirada.

-Lo único que lamento, Rupert -dijo Albus en un tono pausado, marcando cada palabra-, es no haberte dado una muerte más lenta y dolorosa que la que te dará mi veneno. Pero no pienso acompañarte en sus últimos momentos. Me cago en tus últimos momentos, viejo. Morirás solo como el perro que eres.

Sin decir más nada, Albus se acercó al candelabro y de un soplido apagó todas las velas. Empleó un Lumos para guiarse hacia la salida, y cuando cerró la puerta dejó el cuarto sumido en la oscuridad. Rupert apretó los dientes y trató de resistirse al veneno que lo iba matando poco a poco. Pero fue entonces que su mente, cada vez más delirante a causa de la agonía, empezó a pasar revista a los rostros de las víctimas de Rupert. El ex Carroñero cerró los ojos y dejó de luchar.

***

Albus caminó lentamente por el pasillo. No se molestó en limpiarse las manchas de sangre del rostro. Esa era una sangre que no se avergonzaba de haber derramado. Llegó hasta la sala de estar y se encontró con Jake, dormido profundamente en el sofá. Albus detectó los rastros del hechizo aturdidor que le había lanzado Rupert pocos minutos antes. También percibió el hechizo anti-sonoro que había puesto el mago en el dormitorio de Sophie y Gilbert, con lo que dedujo que los otros secuestradores debían estar ahí dentro.

El muchacho observó al ex Carroñero, sumido en sus sueños. Vio que en sus manos había una pistola, y comprendió que esa arma era la clave. Suavemente fue soltando los dedos del secuestrador del mango del arma uno por uno, hasta que terminó sosteniéndola él. Se sorprendió de lo pesada que era, en contraste con las aparentemente livianas pistolas que él había visto en innumerables películas y series de TV. Recordando algo que también había visto en una película, levantó la cabeza de Jake y sacó la almohada sobre la cual esta descansaba. Apretó el cañón de la pistola contra la almohada, quitó el seguro, apuntó el arma contra la cabeza de Jake y, tras un segundo de vacilación, apretó el gatillo. El estampido fue ahogado por la almohada, tal y como Albus había esperado. Lo que no había esperado era el fuerte empujón hacia atrás que dio la pistola al dispararse y que le dejó el hombro bastante dolorido. No obstante, el resultado fue muy satisfactorio a los ojos del joven mago, pues vio el orificio de entrada del disparo limpiamente ubicado entre los ojos de Jake, que ya no volvería a despertarse. Lo que había sido el cerebro del ex Carroñero estaba esparcido en el sofá, pero algunas gotitas de sangre habían salpicado el rostro de Al, quién tampoco se molestó en limpiárselas.

Esta muerte dejó a Albus más bien indiferente. El muchacho se encaminó hacia el dormitorio de Gilbert y Sophie con la misma parsimonia con la que se había dirigido desde su cuarto hasta lo que había sido la sala de estar y que él había transformado en el definitivo lugar de descanso de Jake Wilkes. Abrió lentamente la puerta del cuarto y pudo ver el obeso cuerpo de Sophie junto al más delgado de Gilbert compartiendo la misma cama. La entrada de la luz de la sala de estar llegó a despertar a Gilbert, quien levantó la cabeza hacia donde estaba Albus. No llegó a hacer nada más, pues un certero segundo disparo del chico impactó en su frente. Si bien el sonido también había sido amortiguado por la almohada, fue suficiente para despertar a Sophie, quién por un acto reflejó estiró la mano hacia su mesa de luz, lugar donde estaba depositada su varita. Sin embargo, la bruja con alcanzó a tocarla. Albus apretó el gatillo por tercera vez, pero falló. Su objetivo había sido la cabeza de Sophie, pero la bala acabó alojada en su pecho. La herida, no obstante, era fatal.

Albus se acercó a la cama, contemplando impasible el espectáculo de la agonía de Sophie Beresford. Entre estertores, la bruja trataba torpe e inútilmente de contener los chorros de sangre que brotaban de su pecho y empapaban las blancas sábanas de su cama. Cuando vio que su agresor se aproximaba a ella, entrecerró los ojos, intentando ver su rostro. Como las luces del cuarto estaban apagadas, no conseguía distinguir sus facciones.

-¿Quién… quién eres? -gimió Sophie.

-Soy Shiva el dios de la muerte. Soy un cocodrilo. Soy el emperador de los helados -respondió Albus distraídamente. Sophie no comprendió el significado de sus palabras, pero reconoció la voz.

-Po… -intentó decir, pero había perdido demasiada sangre. Murió a los pocos segundos.

Albus sucumbió entonces al cansancio. De nuevo le dolían la mandíbula y la costilla fracturadas, y ahora también le molestaba el hombro izquierdo. Decidió dormir un poco antes de decidir cuál sería su próximo paso. Se acostó entonces entre Gilbert y Sophie y arrojó de un empujón el cadáver del primero al suelo para gozar de más espacio. Dándole la espalda al cuerpo de Sophie, Albus cerró los ojos. «Todo saldrá bien», le dijo la voz de Valerie antes de que el chico se sumiera en un sueño reparador.

[NOTA 3: Antes de que lo señalen, Albus usa la almohada para que no lo escuchen los vecinos muggles. Por cierto, no pueden quejarse de que este capítulo sea corto: tiene más de 2.300 palabras, 1.100 por encima del mínimo que me suelo autoimponer para cada capítulo. Y -perdonen este momento de vanidad- lo escribí en menos de dos horas.]

Siguiente capítulo