Dulce Ginny

Albus comenzó a dar puñetazos en el suelo, cada vez con más fuerza, mientras rechinaba los dientes y sus ojos derramaban lágrimas de pena, ira y frustración. No le importó que sus nudillos empezasen a sangrar. No le importó que la vieja madera del suelo se resquebrajase y las astillas se le clavasen en las manos. El único dolor que era capaz de sentir era el de la muerte de su primo. «Es culpa mía, soy un estúpido. Yo lo maté. Él está muerto por culpa mía», era todo lo que podía pensar.

-¡Basta Albus! -gritó Valerie, con la voz quebrada por las lágrimas- ¡Detente!

No obstante, su novio apenas la escuchó, como si sus palabras fueran un sonido lejano, interrumpido por la estática. Ignoró a Valerie cuando ella se arrodilló a su lado y se puso a sacudirlo, así como cuando le dio bofetadas en el rostro. Fue necesario que la chica recogiese del suelo la varita de Hugo -dado que su propia varita estaba en el bolsillo del cadáver, y la de Albus se la había llevado Servilia- y la utilizase para Desaparecerse junto con el muchacho para que Albus saliese de su ensimismamiento.

-¿Dónde estamos? -preguntó cuando se percató de que ya no se encontraban en la Casa de los Gritos sino encima de una cama muy mullida que le era familiar.

-En un lugar seguro -susurró Valerie en su oído-. Duerme.

Y por una vez, Albus obedeció sin chistar la orden de Valerie.

***

-¿Potter? -llamó la voz de John Dawlish- ¿Estás despierto?

Harry Potter abrió los ojos al instante. Sus años como Auror lo habían dejado con hábitos muy extraños a la hora de dormir. Podía estar profundamente dormido un momento y despierto del todo al siguiente. Y no había nada más capaz de despertarlo que la voz de Dawlish, alguien que solamente se comunicaba con su casa usando la Red Flu en casos de emergencia. Harry se vistió a toda velocidad, agradeciendo que la visión del antiguo dormitorio de Orión y Walburga Black que tenía Dawlish desde su chimenea no era total; de haberlo sido, habría podido verlos desnudos a él y a Ginny.

Mientras se ponía la ropa de nuevo, Harry miró a su esposa dormida y se maravilló de lo joven que seguía pareciendo. Nadie hubiera imaginado que era madre de tres adolescentes. El hecho de llevar una vida bastante sedentaria desde que abandonó el Quidditch tras el nacimiento de su primer hijo no había alterado en nada su figura, salvo en algunos centímetros extra que habían ensanchado sus caderas. Seguía siendo perfecta a sus ojos. En cuanto a él… bueno, mejor no decir nada. Como Auror, tenía que mantenerse siempre activo y eso le había permitido permanecer delgado, pero eso no bastaba para ahorrarle las canas. Al menos, se consolaba Harry, se había salvado de las innumerables cicatrices que afeaban el rostro de Ojoloco Moody.

Pero aquel no era el momento de pensar en aquellas frivolidades. Ya totalmente vestido y con la túnica puesta -ya que sabía que una llamada de Dawlish significaba la necesidad de ir al Ministerio sin dilaciones- Harry se acercó al fuego.

-Dawlish, buenas noches -lo saludó-. ¿Qué ha ocurrido?

-Me temo que no puedo hablar de eso por la Red Flu -dijo el veterano Auror.

-Esta conexión es segura -señaló Harry, que si bien no se llevaba mal con su subordinado, jamás había conseguido hacerse amigo suyo.

-No es por la conexión, Potter, es por… tu esposa -dijo, bajando su tono de voz-. Sería conveniente que vinieses al Ministerio ahora mismo para que te lo diga aquí, en persona.

-Está bien -dijo Harry de mala gana, y la cabeza de Dawlish desapareció de las llamas, que dejaron de ser verdes. No le molestaba tener que ir al Ministerio, pero hubiera preferido hacerlo sabiendo a qué tendría que enfrentarse. Suspirando, Harry le dedicó una última mirada a Ginny.

-Que duermas bien, dulce Ginny -dijo antes de abrir su bolsita de Polvos Flu y arrojar un puñado al fuego.

***

Lo primero que vio Harry al entrar en el Atrio del Ministerio de la Magia fue un cuerpo cubierto con una sábana. Instintivamente, el Auror sacó su varita y miró en todas direcciones, buscando a cualqueir agresor.  Sin embargo, el único a quien encontró fue a su colega Dean Thomas, que estaba muy pálido y parecía a punto de vomitar.

-¿Qué ha pasado? -dijo en tono exigente- ¿Han atacado el Ministerio? ¿Quién ha muerto? -añadió, señalando el cadáver.

-Hugo. Hugo Weasley.

-¡¿QUÉ?! -gritó Harry, y su exclamación hizo eco en el enorme y vacío recinto. Sin perder tiempo, el jefe de la División de Aurores se precipitó hacia el cuerpo y le quitó la sábana de encima, para confirmar que se trataba de su sobrino. Reconoció de inmediato el pelo rojo de los Weasley y los ojos azules, idénticos a los de su padre, que miraban hacia la nada con una expresión de sorpresa que ya no se iría.

-No… Hugo -dijo Harry, acariciándole el cabello. Incapaz de seguir viendo el rostro muerto del hijo de sus dos mejores amigos, volvió a taparlo con el improvisado sudario. Cuando estuvo seguro de que sus piernas podrían sostenerlo, se puso de pie.

-¿Quién fue? -preguntó a Dean.

-Dawlish dijo que tengo que llevarte…

-¡¿QUIÉN?! -rugió Harry- ¡¿QUIÉN ES EL HIJO DE PUTA QUE HIZO ESTO?!

-A… Albus -respondió Dean.

Harry no necesitó seguir indagando para saber que el Albus al que se refería Dean no era otro que su segundo hijo. Sin intercambiar más palabras, los dos Aurores se dirigieron a los ascensores.

***

-Harry -dijo Percy cuando lo vio entrar, levantándose de su sillón y corriendo a abrazarlo. Parecía al mismo tiempo haber envejecido y rejuvenecido. En ese momento, parecía un adolescente asustado-. No lo puedo creer, no lo puedo creer por más que me lo repiten una y otra vez. Albus mató a Hugo. Albus secuestró a Servilia y quiso matarla…

-Percy, cálmate -dijo Harry, haciendo de tripas corazón y dándole unas palmadas en la espalda-. ¿Qué es lo que ha ocurrido’

-Eso es lo que estábamos por averiguar, Potter -dijo una voz, y Harry levantó la mirada. Vio que en la oficina de su cuñado estaban otras dos personas: el Auror Dawlish y Servilia Crouch. Habiendo escuchado acerca del secuestro de Servilia, fue natural que la atención de Harry se centrara en la ministra de la Magia electa más que en Dawlish. Servilia estaba sentada en un sillón, con una taza de té humeante entre las manos y los ojos clavados en el líquido. Una fea cicatriz cruzaba su quijada y tenía el cabello muy revuelto-. La ministra Crouch solamente nos dijo que tu hijo y su novia la secuestraron y asesinaron a Hugo Weasley, pero se ha negado a decir nada más sino es en presencia tuya y habiendo tomado una dosis de Veritaserum -continuó Dawlish-. Quiere que esto se haga con la mayor formalidad posible, pues es consciente de la gravedad de la acusación que está a punto de hacer. ¿Está lista, ministra?

Servilia asintió, y el Auror le entregó un frasquito de Veritaserum. Silenciosamente, la ministra lo abrió y vació su contenido en la taza de té. Después de beber varios tragos, dijo:

-Estoy lista.

-¿Fue usted secuestrada por Albus Severus Potter y Valerie Christine Rosier? -preguntó Dawlish con voz gélida.

-Sí.

-¿Cuándo sucedió esto?

-Calculo que alrededor de las 23 horas del 15 de diciembre.

-¿Cómo lograron reducirla?

-De algún modo averiguaron la contraseña para entrar a mi oficina. Una vez adentro, arrojaron polvo de oscuridad peruano. Es probable que hayan tenido una Mano de Gloria con ellos, pues consiguieron Aturdirme con un único hechizo muy bien apuntado.

-¿Dónde la llevaron?

-Al interior de la Casa de los Gritos. Cuando desperté, estaba atada a una silla allí.

-¿Ya tenía usted esa cicatriz?

-No. De hecho, fue gracias a la cicatriz que desperté, pues Albus me cortó con un cuchillo y el dolor me hizo recuperar la conciencia.

-¿Qué sucedió a continuación?

-Pregunté por qué me habían hecho esto, y Potter y Rosier empezaron a hablar acerca de Evan Rosier, un Mortífago a quién maté durante la primera guerra contra Ryddle. Me acusaron de matar al «soldado más fiel del Señor de las Tinieblas» y dijeron que querían vengar su muerte. También dijeron algo acerca de Kingsley Shacklebolt… Estaban desquiciados, hablaban al mismo tiempo, a veces en voz muy baja y a veces a los gritos…

-¿Cómo intervino en esto Hugo Weasley? ¿También lo habían secuestrado?

-No. De algún modo supo que su primo y la hermana de su novio me habían raptado y vino a rescatarme. Los escuchó y comprendió que se habían vuelto loco, por lo que en vez de hablarles decidió atacarlos. Lo primero que hizo fue desatarme, y aproveché la oportunidad para recuperar mi varita. Mientras tanto, Hugo se batió en duelo con Potter y Rosier. Ellos no tardaron en vencerlo.

-¿Quién lo mató?

-Potter. Yo le había lanzado un Expelliarmus, pero su Maldición Asesina fue más rápida -dijo Servilia, y los presentes vieron correr dos lágrimas por sus mejillas.

-¿Enviaron una partida a la Casa de los Gritos? -preguntó Harry.

-Sí, pero ya se habían ido. Lo único que encontraron fueron las sogas con las que ataron a la ministra -dijo Dawlish.

-¿Todavía tienes su varita, Servilia? -preguntó Harry, pero otra vez Dawlish fue quien contestó.

-Se la entregamos a los Inefables para que la analicen, Potter. Si la ministra dice la verdad, el Priori Incantatem mostrará que el último hechizo que realizó la varita de tu hijo fue un Avada Kedavra.

-Considerando que dijiste todo eso bajo el efecto de la poción Veritaserum, Servilia, yo creo que no se puede poner en duda la veracidad de tus afirmaciones -intervino Percy-. Siendo yo el tío de Albus Potter, considero que no puedo seguir ocupando mi cargo ni un minuto más, pese a que aún faltan quince días para el traspaso del mando. Pero tú has pasado una experiencia terrible, y sería injusto pedirte que me sucedas ahora mismo si no te sientes capaz.

-No -dijo Servilia, mirando a Percy tranquilamente y limpiándose las lágrimas-. Me siento perfectamente capaz de asumir como ministra. Mucho más capaz que antes. Estoy decidida a que se haga justicia. Hugo Weasley fue un héroe, y su muerte… -dijo, y se interrumpió por un momento, cerrando los ojos de emoción- Su muerte no puede quedar impune.

-Entonces haré que Marietta redacte el documento de mi renuncia ya mismo. Apenas lo termine, estamparé mi firma y tú serás investida como ministra de la Magia.

Percy y Servilia se estrecharon la mano con firmeza. En ese momento alguien golpeó a la puerta del despacho y Dawlish la abrió, revelando la presencia del Inefable Hubert Garland.

-¿Cuáles son los resultados, Hubert? -dijo Harry, y el Inefable pareció incómodo al verse frente al padre de Albus.

-Eh… pues… confirman lo que dijo la ministra. La varita de Albus Potter mató a Hugo Weasley -dijo Garland, sin atreverse a mirar a Harry a los ojos.

-De acuerdo -anunció Harry, tras permanecer en silencio durante varios segundos-. Percy, dile a Marietta que también redacte mi renuncia a la División de Aurores. Está claro que no puedo estar al frente de la búsqueda de mi propio hijo. Iré a desocupar mi despacho.

Nadie dijo nada cuando Harry abandonó la oficina de Percy (que en pocas horas pasaría a ser de Servilia).

***

-Albus, despierta -dijo Valerie, sacudiéndolo (aunque con más suavidad que en la Casa de los Gritos). Su novio estaba dominado por esa clase de cansancio tan especial que padecen quienes lloran hasta dormirse, y tardó un largo rato en interrumpir sus sueños.

-¿Fue todo esto un sueño? -preguntó, frotándose los ojos. Al comprender que se encontraban en el departamento muggle que había comprado al volver de su viaje a África, Albus tuvo la absurda esperanza de que todo lo que había visto era irreal.

-No, amor, no lo fue -dijo Valerie, apenada-. Hugo está muerto.

-Lo maté -dijo Albus, cuyos ojos se pusieron vidriosos pero no alcanzaron a derramar ninguna lágrima, tal vez porque se le habían acabado-. Lo matamos nosotros.

-Eso es lo que debe estar diciendo Crouch -dijo Valerie con una mueca de desprecio.

-¿Qué quieres decir?

-¿Acaso no te das cuenta? ¿Por qué crees que Crouch mató a Hugo con tu varita y no con la suya? ¡Quiere incriminarnos! ¡Quiere hacer con nosotros lo que su hermano hizo con Sirius Black, salvo que Barty Crouch lo hizo sin saber que Black era inocente! ¡Nos mandará a Azkaban!

-¡NO! -dijo Albus, saltando fuera de la cama- ¡No lo permitiré! ¡Iré al Ministerio y la mataré ahora mismo!

-¿Con qué varita? -dijo Valerie tranquilamente- La única que tenemos es esta -añadió, mostrándole la de Hugo.

-Tengo otra en mi casa. La que le saqué a Beresford.

-No digas locuras, Albus. Sabes muy bien que es imposible entrar al Ministerio ahora. Crouch debe haber aparecido en el Atrio con el cadáver de Hugo entre sus brazos y lágrimas de cocodrilo en sus ojos. Debe tener un ejército de Aurores custodiándola ahora.

-La mataremos, Valerie, te lo juro -dijo con ferocidad-. A ella y a todos los que traten de interponerse en nuestro camino.

-¡Sí, claro que lo haremos, pero no esta noche! -dijo Valerie- ¡Usa tu cerebro, Albus! ¡No eres un tonto, así que no actúes como uno! ¡Tú y yo somos de Slytherin, y los de Slytherin no nos lanzamos a la batalla sin la certeza de que la podemos ganar! ¡Crouch morirá, pero morirá cuando nosotros seamos capaces de destruirla y salir impunes!

-Tienes razón -dijo Albus, a quien Valerie había vuelto a la realidad-. Pero aún así necesito la varita de Beresford. Es de Ollivander y me reconoce como su amo, lo que la hace invaluable.

-Entonces tenemos que ir ahora mismo a tu casa, antes de que Crouch mande Aurores a vigilarla.

-Utilizaremos a Berety. Mi casa tiene encantamientos anti-Aparición.

***

Gracias a la ayuda de su elfo doméstico, Albus y Valerie pudieron Aparecerse directamente en el cuarto del primero. Utilizando la Mano de Gloria de Scorpius, consiguieron encontrar el baúl de Albus sin tener que encender las luces, pero tardaron alrededor de un minuto en desactivar todos los hechizos que lo mantenían cerrado.

-Listo -dijo Albus, levantando triunfalmente la varita que había sido de Sophie Beresford-. Bueno, Berety, ahora llévanos…

Un fuerte «¡PAM!» interrumpió sus palabras al elfo doméstico, cuando la puerta de su dormitorio se abrió de golpe, revelando la presencia de su madre Ginny. Todavía tenía el camisón puesto. Sus ojos desencajados, mostraban señales de haber estado llorando, pero su expresión era del odio más absoluto, y eso dejó a Albus casi paralizado de terror. Pero cuando su madre levantó la varita para apuntarle, sus reflejos volvieron a entrar en acción.

-¡Des…! -dijo Ginny.

-¡EXPELLIARMUS! -gritó Albus, adelantándosele. La varita de la esposa de Harry voló hacia la mano derecha de su hijo. El verse desarmada no amilanó en nada a Ginny Potter.

-¡Asesino! -gritó con cólera- ¡¿CÓMO PUDISTE MATAR A HUGO?! ¡TU PROPIO PRIMO!

-¡Madre, no…!

-¡CÁLLATE! ¡Me averguenzo de haberte parido, eres una deshonra para tu familia! ¡SIEMPRE SUPE QUE TERMINARÍAS ASÍ! ¡Pequeña serpiente traicionera! ¡Tú y tu puta se han transformado en magos oscuros! ¡YA NO ERES MI HIJO!

-Madre, por favor… -suplicó Albus.

-¡No me llames así! ¡Ya no soy tu madre! ¡Nunca lo seré! ¡Eres un aborto, una cosa que se metió en mi vientre y que se hace llamar mi hijo!

Albus había vuelto a llorar, pero no alcanzó a conmover a su madre. Su boca continuó vomitando palabras de odio incesantemente, cada vez con un tono más fuerte. Viendo que Albus era incapaz de actuar, Valerie dio un paso adelante, como interponiéndose entre madre e hijo, y abofeteó con fuerza a Ginny, consiguiendo así callarla.

-Por favor, madre, quiero que me escuches un segundo…

Pero Ginny no quería escucharlo, no quería razonar con nadie. Desde que Harry le había contado lo sucedido desde la chimenea de su despacho, Ginny había sentido como si una olla de sentimientos reprimidos hacia su hijo se hubiera destapado. Sentimientos que ninguna madre debería tener, sentimientos similares a bestias que se arrastran por las catacumbas, sin jamás ver la luz del sol. Sentimientos que se remontaban al día en que le llegó la noticia de que su segundo hijo, sangre de su sangre, carne de su carne, había sido enviado a la Casa de Slytherin. Así que cuando Albus hizo aquel último intento de tranquilizarla, la reacción de Ginny fue la opuesta. Apartando de un empujón a Valerie, avanzó hacia Albus y le clavó las largas uñas en el rostro. Su hijo apartó la cara y cerró los ojos para protegerse, pero no bastó para evitar que cuatro cortes quedasen marcados en su mejilla.

-¡CRUCIO! -gritó Albus, ahora tan enfadado como Ginny, y su madre fue arrojada al otro lado de la habitación, donde se quedó retorciéndose durante varios segundos. Solo cuando Valerie le apoyó la mano sobre el brazo izquierdo, Albus soltó a su madre de la maldición. Ginny levantó la mirada, y sus ojos castaños se encontraron con los verdes de su hijo.

-Madre -dijo Albus con un tono tan suave como peligroso-. A partir de esta noche, somos enemigos. Me has traicionado al negarte a creer en mi inocencia, y no hay nada peor que la traición a mis ojos. Si no fueses mi madre, te mataría ahora mismo. Pero por respeto a nuestro vínculo, te daré una oportunidad. Mantente alejada de mí y vivirás. Si vuelvo a ver tu rostro, te mataré con mis propias manos. ¿Entendido?

Sin esperar respuesta, tendió su mano derecha a Berety y su mano izquierda a Valerie, y se Desaparecieron juntos.

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