El cementerio de Ottery St. Catchpole

[NOTA 1: Quiero disculparme por la tardanza de más de 23 horas para entregar este capítulo. Lo curioso es que por primera vez lo escribí en un documento de Word y no directamente en el blog. Por algún motivo, me sentí más cómodo haciéndolo así, como si estuviera escribiendo el texto en un ámbito más íntimo.

NOTA 2: ¿Podrían ahorrarse las quejas sobre lo «corto» que es el capítulo? Estamos hablando de 1.900 palabras, gente; he superado con mucho el mínimo de 1.200 que me autoimpuse poco después de empezar el fanfic.]

«¡ASESINOS!», bramaba la portada de El Profeta. La foto que ocupaba la mayor parte de la página había sido tomada meses atrás, en la fiesta que ofreció Servilia Crouch en Hogwarts para celebrar su elección como ministra de la Magia; sin embargo, en la imagen no aparecía la ministra sino dos jóvenes sonrientes y bien vestidos (aunque con ropas muggles en vez de túnicas de gala). Siendo fotos mágicas, las imágenes del chico y la chica no permanecían inmóviles sino que posaban una y otra vez desde distintos ángulos para los fotógrafos y de vez en cuando intercambiaban algunos susurros. El epígrafe de la foto rezaba: «ALBUS SEVERUS POTTER (18) y VALERIE CHRISTINE ROSIER (18), fotografiados en Hogwarts en noviembre de este año».

La segunda imagen que aparecía en la portada del diario era un poco más pequeña y había sido tomada en circunstancias muy diferentes. No era la foto completa sino un recorte de la misma, en la que aparecía solamente el rostro de una de las dos personas que habían sido fotografiadas. Esa persona era Hugo Weasley, cuyo rostro, también sonriente, ocupaba casi toda la imagen. Se podía ver un brazo descansando sobre su hombro, pero muy pocos habrían sabido que esa extremidad pertenecía a su novio, Louis Rosier. Debajo de la foto había un breve texto: «LA VÍCTIMA, Hugo Weasley, de 17 años».

Albus y Valerie se habían Aparecido en el Callejón Diagon en las primeras horas de la mañana y habían robado aquel ejemplar del diario pocos minutos después de que el quiosco de revistas abriera; el callejón estaba casi desierto en aquellos momentos, por lo que nadie los vio. Apenas tuvieron El Profeta en su poder, se Desaparecieron con destino a su departamento muggle.

-Repugnante, pero no muy sorprendente -comentó Albus apenas se quitó de encima su capa para volverse invisible.

-Esa puta ha sido veloz -dijo Valerie-. Los de El Profeta deben haber trabajado duro para incluir la noticia en la edición de hoy con tan poco tiempo.

-Los periodistas siempre se muestran muy laboriosos cuando se trata de destruir la reputación de una figura pública… o más o menos pública, como en nuestro caso. El hijo de Harry Potter se alía con la nieta de un Mortífago para asesinar al hijo de Ron Weasley y Hermione Granger y secuestrar e intentar asesinar a la ministra de la Magia.

-¡¿RITA SKEETER?! -exclamó Valerie al abrir el diario y ver en la primera página su nombre- ¡¿Le encargaron a esa… esa mitómana escribir la historia?!

-¿Y por qué no? -dijo Albus-. La verdad es para el periodismo lo que el amor es para la prostitución.

Sin hacer comentarios, Valerie pasó a la siguiente página y vio una foto de Ron Weasley. La chica supuso que se debería a su parentesco con la víctima y el supuesto victimario del crimen, pero luego leyó las palabras «Nuevo jefe de los Aurores» y se hundió absorta en el artículo.

-Tu tío encabeza la División de Aurores -dijo Valerie.

-¡¿Qué?! -exclamó Al.

-Ya me oíste -dijo Valerie.

Por un momento Albus estuvo tentado a arrebatarle el periódico al grito de «¡Dame eso!», pero luego se calmó y decidió no perder los buenos modales con la única amiga que tenía.

-¿Puedo verlo? -preguntó.

-Claro -dijo Valerie, sentándose al lado suyo de tal forma que ambos pudieran leer el diario.

-«Ante la renuncia de Harry Potter a la jefatura de la División, la ministra decidió nombrar en su reemplazo a su segundo, Ronald Bilius Weasley. El Auror Weasley aseguró que hará ‘todo lo que esté en su poder’ para arrestar a los asesinos de su hijo» -leyó Albus-. Bien, está claro que Crouch no es ninguna idiota, por más perversa que sea. Nos quiere muertos y sabe exactamente cómo lograrlo: poniendo al subnormal de mi tío al frente de nuestra búsqueda.

-¿Tu tío sería capaz de matarnos? -preguntó Valerie.

-A ti no lo sé, pero a mí sí. Me odia. Parafraseando a Nan Bullen, él es mi muerte y yo soy la de él.

-¿Eres tú capaz de matarlo? -preguntó entonces su novia.

-No. Él actúa como actúa por una mezcla de estupidez y dolor por la muerte de su hijo. Debo mantenerme alejado en lo posible de él hasta que podamos demostrar nuestra inocencia.

-Pero él pondrá el mismo empeño en lograr un enfrentamiento cara a cara contigo que tú en evitarlo.

-Pues como dicen nuestros primos del otro lado del charco -dijo Albus jocosamente-, cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.

-Mañana es el funeral de Hugo -dijo Valerie, señalando un pasaje de otro de los artículos.

-En la casa de mis abuelos en Ottery St. Catchpole -dijo Albus, acercando su rostro para ver mejor las palabras. Valerie lo miró con gran preocupación.

-No pensarás en ir, ¿verdad?

-Por supuesto que sí.

-¿O sea que vas a presentarte como si nada en la casa de tus abuelos vestido de luto? -se burló Valerie- ¿Crees que tu presencia pasará inadvertida?

-¡Valerie, Hugo murió por culpa nuestra! ¡Sí, ya sé que quién lo mató fue Crouch, pero nosotros tenemos una cuota importante de responsabilidad!

-¡No estoy dispuesta a dejar que arriesgues tu vida solo porque te sientes culpable! -exclamó Valerie.

-Tengo que despedirme de Hugo.

-¿Cómo podrás hacerlo sin que te descubran?

-Esperaré a que caiga la noche y visitaré su tumba, por supuesto.

-¡Por favor, Albus! ¡Tú no eres un tonto, y tu tío tampoco lo es! ¡Al menos no tan tonto como para no suponer que no se te ocurrirá ir al cementerio!

-Es imposible saber hasta donde llegan las limitaciones intelectuales de mi tío. Son tan infinitas como el Universo.

-¡Estás actuando como un imprudente!

-¡Estoy actuando como un buen primo y un buen amigo! -dijo Albus, que comenzaba a impacientarse- ¡No me importa que el cementerio esté custodiado por toda la División de Aurores! ¡Iré a ver la tumba de Hugo, y no hay nada que puedas decirme para convencerme de no hacerlo!

***

A diferencia de la terrible noche de la muerte de Hugo, la noche que puso fin al día de su funeral estuvo despejada y con luna llena, aunque igualmente fría. Albus se había Desaparecido desde el interior de su departamento, por lo que sintió con mucha intensidad el brusco cambio de temperatura, a pesar de que antes de marcharse se había abrigado.

Entre las muchas cosas que distinguían una localidad de la otra, Ottery St. Catchpole tenía un cementerio más grande que el del Valle de Godric, cercado por un muro de piedra cuya única entrada consistía en una verja de hierro (aunque los encargados de su mantenimiento, ya sea por cumplir escrupulosamente su trabajo o por odiar los clisés, se aseguraban de que sus goznes estuvieran bien aceitados). Albus había estado una sola vez en el cementerio, cuando tenía doce años. Algunos meses después del vigésimo aniversario de la segunda batalla de Hogwarts, sus padres lo habían llevado allí junto a su hermano y su hermana para depositar flores en la tumba de su tío Fred, fallecido en dicha batalla. Así que Albus no tuvo necesidad de comprobar por su cuenta si la puerta era tan silenciosa como parecía al agitarse por el viento, pues pudo Aparecerse directamente dentro del cementerio. El chico tuvo la precaución de Aparecerse no frente a la propia tumba, sino en el lado interior del muro perimetral. Lo primero que hizo fue recorrer el camposanto con la mirada en busca de cualquier amenaza, aprovechando la buena visibilidad que le daba la luna llena. A primera vista, no parecía haber nadie en el cementerio, de modo que Albus depositó en el suelo el paquete que Valerie había insistido en que trajera y le echó un Encantamiento Desilusionador.

Escondido bajo la capa, Albus avanzó entre las tumbas sin molestarse en ver los nombres para averiguar cuál era la de Hugo. Tenía una idea bastante buena de dónde lo habían enterrado, idea que logró verificar cuando llegó al sitio donde yacían Septimus, Cedrella, Bilius y Fred Weasley y encontró una quinta tumba junto a la del desdichado gemelo de George. Fue entonces cuando el dolor por la muerte de su primo, antes sofocado por el odio a Crouch y a su madre y el desagrado por Ron, volvió con tanta fuerza como si jamás se hubiera ido. Hugo estaba ahí abajo, vestido con algún traje de pésimo gusto, cubierto por un metro y medio o dos de tierra, a la espera de que los gusanos se lo comieran. Su pelo y sus uñas seguirían creciendo, su piel se secaría hasta parecer un viejo pergamino y desaparecer, y sus huesos serían lo único que quedaría de aquel muchacho dulce e inocente cuyo único crimen había sido estar en el lugar menos indicado con las personas menos indicadas. Personas como él, Albus Potter, que no había sido capaz de protegerlo.

Las rodillas eran incapaces de sostenerlo, y Albus cayó al suelo, sin importarle que la tierra recién removida ensuciase sus jeans. Se quitó la capa de encima, como si quisiera que su primo pudiera verlo mejor desde donde quiera que estuviese.

-Debería haber sido yo -susurró, con la voz temblorosa por las lágrimas-. Tendría que haber muerto yo, no tú…

-¡Ahí está Potter! -bramó una voz a sus espaldas- ¡Atrápenlo!

-¡Avada Kedavra! -gritó una segunda voz con furia. Albus no había reconocido la primera, pero logró distinguir la segunda sin dificultad: era su tío Ron. Alcanzó a pensar eso mientras rodaba por el suelo para esquivar la Maldición Asesina, que terminó embistiendo la lápida de Hugo y dejando un agujero en donde estaba su nombre. Albus ya tenía su varita en la mano y la apuntó con ferocidad hacia los Aurores que corrían hacia él, encabezados por Ron.

-¡Ríndete, Potter! -gritó otro de los Aurores, pero antes de que Al pudiera responderle, Ron lanzó otro Avada Kedavra. Albus volvió a rodar por el suelo, y la maldición acabó pasando entre la tumba de Fred y la de Bilius e impactando en un árbol que estaba detrás. Albus se puso de pie e intentó Desaparecerse, pero no pudo. Debían haber colocado un hechizo Anti-Aparición en el cementerio. Así que corrió alejándose de los Aurores, mientras ellos le lanzaban toda clase de hechizos. El terror que lo había dominado al principio se vio reemplazado por una especie de excitación, y gritó:

-¡Vamos, perritos del Ministerio, atrápenme si pueden!

Albus lanzó una salvaje carcajada y empezó a responder a los hechizos. Logró abatir a dos Aurores, pero pronto empezaron a cercarlo, de modo que gritó:

-¡ACCIO, SAETA DE FUEGO!

Y la veloz escoba de carreras vino volando desde el muro del cementerio hasta donde él estaba parado, chocando y arrojando al suelo a otros dos Aurores. Fue una movida inesperada (todos se habían informado lo bastante sobre las habilidades de su objetivo como para saber que no le gustaba volar), y le permitió a Albus saltar sobre la escoba y elevarse -torpe pero rápidamente- varios metros hacia el cielo nocturno antes de que los Aurores reaccionaran e intentaran derribarlo. Albus entonces se lanzó hacia el muro del cementerio, sabiendo que cuando lo cruzara podría Desaparecerse. Por primera vez insensible al frío aire de la noche que lo golpeaba en el rostro mientras volaba, Albus volvió a burlarse:

-¡DÍGANLE A CROUCH QUE LA PRÓXIMA EN MORIR SERÁ ELLA!

-¡NO! -gritó Ron desde el suelo, maldiciéndose por no haber pensado en traer escobas- ¡EL PRÓXIMO SERÁS TÚ, POTTER! ¡PAGARÁS POR LO DE HUGO, TE LO PROMETO!

Sin dejar de reírse, Albus salió de los límites del cementerio y se Desapareció junto a su escoba.

[NOTA 3: Es cierto que el título de la canción de CCR que puse para musicalizar el capítulo habla de algo que «vino del cielo», no de algo que se elevó al cielo, pero aún así la considero adecuada para escuchar durante el breve duelo entre Albus y los Aurores.]

Ir al siguiente capítulo