Los preparativos del juicio

-Creo que es hora de que te vistas -dijo Albus delicadamente-. Por más que Brading no me parezca un sujeto tan desagradable como su colega Wickham, no me gustaría que te viese desnuda.

-Tienes razón -dijo Valerie, mientras se sentaba y estiraba sus manos buscando sus ropas en la oscuridad. No le tomó mucho tiempo, pues todas las celdas de la prisión eran iguales y le era tan fácil orientarse en la de Albus como en la suya.

-Al… -dijo una vez que estuvo completamente vestida-. Mañana vamos a morir.

-No -dijo él firmemente-. Todavía no es nuestra hora. Veremos a Crouch, y también a Wickham y a Weasley y a todos los de su calaña, destruidos. Vamos a vencer, aún cuando tengamos que derramar mares de sangre.

-¿Cómo? ¿Cómo haremos todo eso? ¡Estamos solos, Albus, completamente solos! ¡Nuestras familias nos han repudiado! ¡Nuestros amigos nos han abandonado, y el único que pareció tratar de hacer algo por nosotros nos terminó traicionando ante tu tío!

-¡NO! ¡Scorpius no nos traicionó, Valerie! ¡Weasley debió torturarlo, o leerle el pensamiento o utilizar la Veritaserum! ¡Me niego a creer que Scor nos haya entregado voluntariamente!

-¿Y si lo hizo?

-Entonces lo mataré con mis propias manos. ¡Pero no lo hizo!

-Está bien, Albus, está bien -dijo Valerie, que no quería pasar lo que podían ser sus últimos momentos a solas con Albus discutiendo-. Pero aún suponiendo que Scorpius no nos haya traicionado, dudo que esté en posición de ayudarnos. Su padre nos capturó, lo cual significa que probablemente no hayan presentado cargos en su contra, pero seguramente estará vigilado y no podrá hacer nada.

-Entonces tenemos que mantener los ojos y los oídos bien atentos mañana. Debemos percibir y aprovechar cualquier oportunidad que se nos presente de escaparnos. Y no debemos tener piedad con los que traten de detenernos. Nos jugamos la vida, pues ellos están dispuestos a matarnos. Si queremos tener una oportunidad, tendremos que ser…

De pronto la puerta se abrió. Valerie reaccionó rápido, interrumpiendo las palabras de Albus con un beso. Brading les concedió algunos segundos y dijo:

-Vamos, es hora de que vuelvas a tu celda.

Valerie se separó de su novio de mala gana y siguió a Brading al exterior de la celda, dejando a Albus solo en la oscuridad. Pero de algún modo, cuando la puerta se cerró, Al sintió como si un poco de ella permaneciera en la celda con él, haciéndole compañía.

***

-Hora de levantarse, Potter -dijo la burlona voz de Wickham, sacándolo de sus sueños. El Auror dio un par de pasos hacia el catre de Albus, seguramente dispuesto a darle algunas bofetadas para despertarlo, pero el chico se apresuró a abrir los ojos y sentarse, privándolo así de la excusa para pegarle.

-Hoy es el gran día -dijo Wickham, un poco decepcionado pero aún así alegre-. Hoy serás castigado por todo lo que hiciste.

-Hurra -dijo Al con escaso entusiasmo.

-Dejame decirte esto, hijo de puta -dijo Wickham, sujetándolo brutalmente de la barbilla con una mano y forzándolo a mirarlo a los ojos, mientras que con la otra le apuntaba al pecho con la varita-. Si bien mi función es simplemente entregarte a Bakewell y Cochrane, he decidido quedarme alrededor de la sala donde te mantendrán encerrado y en la sala donde te juzgarán. Pienso observarte en todo momento, pequeñín. Y si haces cualquier cosa que me parezca sospechosa…

-Me matarás -dijo Albus con desprecio-. ¿Tienes idea de la cantidad de veces que me han dicho lo mismo?

-Respuesta equivocada -dijo Wickham, dándole un fuerte golpe en la nuca que impulsó su cabeza hacia delante. Cuando Albus volvió a enderezarla, el Auror dijo:

-Si intentas escapar, mataré a tu noviecita. Y me aseguraré de hacerlo delante de tus ojos. Y tienes suerte de que haya otras personas cerca, porque si pudiera, le haría otras cosas delante de ti antes de matarla. La haría gemir como la puta que es antes de hacerla gritar.

Albus apretó los dientes y lo miró con un odio tan feroz que por un brevísimo instante le hizo olvidar que él era el guardia y Albus el prisionero, que él tenía su varita y Albus estaba desarmado, y querer escapar corriendo de la celda.

-Te felicito, Chris. Acabas de firmar tu propia sentencia de muerte. Cuando escape, tú serás el primero en morir -dijo, con un tono de voz mucho más apacible que sus ojos.

Furioso, Wickham lo golpeó. Y luego lo volvió a golpear. Era como si con cada golpe en el rostro de Albus, el Auror quisiera exorcizar ese terror que lo había dominado momentos antes. Alcanzó a darle cinco puñetazos antes de que unos brazos más viejos pero igual de fuertes que los suyos lo sujetasen.

-¡Basta, Chris! -gritó Brading- ¿Qué crees que dirán Dawlish y la ministra cuando vean a Potter así? ¡Nuestro trabajo es custodiarlos, maldita sea!

-¡Cállate, Brading! ¡Tú no eres mi superior y yo no soy ningún cadete inexperto!

-Te advierto que si levantas la mano contra Potter una vez más, tendré que Aturdirte y hacer que manden a otro Auror desde el Ministerio -dijo Brading, levantando la varita y apuntándola hacia Wickham. El Auror permaneció inmóvil, evaluando las ventajas y desventajas de poner a prueba la afirmación de su colega con un sexto puñetazo a Albus, pero acabó por ceder.

-Está bien, David, lo lamento -dijo, tratando de sonar sincero e inofensivo-. Fue un momento de cólera.

-Que no se repita -ordenó Brading severamente-. Ponle las cadenas a Potter, y yo me ocuparé de Rosier.

***

Era todavía muy temprano cuando Albus y Valerie entraron en la chimenea acompañados por Wickham y Brading, de modo que encontraron el Atrio del Ministerio de la Magia totalmente desierto a excepción del mago que ocupaba la mesa de recepción. De aspecto más intimidado y nervioso de lo habitual, el hombre verificó sus identidades y les dejó pasar hacia los ascensores. Los dos Aurores y los dos detenidos sintieron al cerrarse las puertas que ahora estaban compartiendo una misma celda, y la sensación permaneció hasta que estas se abrieron.

Alexander Cochrane y Peter Bakewell los esperaban en el pasillo, muy tiesos y vigilantes; para sorpresa de Wickham y Brading y de sus prisioneros, no estaban solos sino que los acompañaban otros dos Aurores.

-¿Qué hacen Dobb y Marsten aquí? -preguntó Wickham, señalándolos con el dedo.

-La ministra y el Jefe decidieron que habrá dos Aurores para vigilar a cada prisionero -dijo Cochrane, frunciendo el ceño ante la falta de educación de Wickham-. Nosotros nos ocuparemos de Potter y ellos dos de Rosier.

-De acuerdo -dijo Bakewell, desenrollando un pergamino-. «En el día 22 de diciembre de 2024, los Aurores David Brading y Christopher Wickham, encargados de la custodia de la cárcel de encausados, hacen entrega del detenido Albus Severus Potter a los Aurores Alexander Cochrane y Peter Bakewell y de la detenida Valerie Christine Rosier a los Aurores Maurice Dobb y Mary Hope Marsten. El señor jefe de la División de Aurores, John Dawlish, certifica la identidad y el buen estado de los detenidos.» Ahora debemos firmar nosotros seis y el señor Dawlish.

-¿No está él aquí? -preguntó Brading, ansioso por terminar el trabajo.

-Llegará dentro de un rato -dijo Cochrane vagamente-. Mientras tanto, tenemos órdenes de llevar a Potter y Rosier a las salas de detención. A propósito, ¿qué le pasó a Potter? -añadió, señalando el rostro de Albus, que presentaba un aspecto lamentable a causa de los golpes de Wickham.

-Eso no es asunto tuyo, Cochrane -replicó Wickham. Brading permaneció en silencio. Cochrane puso cara de pocos amigos ante la desagradable respuesta de su colega, pero no dijo nada más.

-Vámonos -dijo, indicando a Albus que lo siguiera. Bakewell los acompañó, mientras que Marsten y Dobb, que a excepción de los prisioneros eran los más jóvenes presentes allí, llevaron a Valerie a otra sala. Los Aurores lo hicieron pasar a una salita cuyos únicos muebles eran una mesa y tres sillas; lo hicieron sentarse en una de ellas y le pusieron otras cadenas para mantenerlo atado a la misma. Luego se quedaron algunos minutos revisando la habitación. Miraron debajo de la mesa y de las sillas, y luego Cochrane entró a una habitación contigua que resultó ser un pequeño baño. Tras algunos minutos de revisión, salió y dijo:

-Está limpio.

Bakewell asintió con la cabeza y a continuación los dos Aurores se apostaron en la puerta por la cual eventualmente tendría que salir cuando fuese hora del juicio.

-¿Falta mucho? -preguntó el muchacho con calma.

-No lo sabemos -respondió Bakewell, manteniendo su vista fija en la pared.

-¿Por qué nos tienen separados, Cochrane?

-No temas, Potter, tú y tu puta estarán juntos durante el juicio -dijo el Auror Cochrane-. Probablemente los pongan en la misma celda cuando el Dementor haya acabado con ustedes… aunque dudo que estén en condiciones de hacer algo más que babear, mear y cagarse encima juntos…

[NOTA: Para ver lo que ocurre a continuación, basta con releer El gemelo y su sobrino.]

Bakewell y Cochrane regresaron al interior de la sala de detención, ansiosos por saber de qué habían hablado George y Albus pero demasiado orgullosos como para preguntárselo a su prisionero. Transcurrieron alrededor de veinte minutos hasta que la puerta volvió a abrirse. Esta vez se trataba de John Dawlish, y estaba acompañado por Brading y Wickham. Cochrane y Bakewell se pusieron de pie respetuosamente.

Dawlish los saludó con una levísima inclinación de cabeza y ocupó una de las sillas dejadas vacías por ellos. Colocó el pergamino del documento de entrega encima de la mesa y clavó en Albus sus gélidos ojos café.

-¿Quién le hizo esto? -preguntó de pronto.

-¿Qué cosa, señor? -dijo Wickham, tratando de hacerse el desentendido.

-Esos golpes, Wickham -replicó Dawlish.

-Pues… yo, señor. El prisionero quiso… agredirme.

-Si un prisionero desarmado trata de agredirte, Wickham, tú te defiendes con tu varita, no con tus puños -dijo Dawlish despectivamente-. ¿Eres un muggle, acaso?

-No, señor.

-Entonces no actúes como uno. Hace ya diez años que estás en la División. Uno esperaría que te comportarías como un Auror profesional al cabo de ese tiempo.

-Lo lamento, señor -dijo Wickham, bajando la mirada para que Dawlish no percibiera la ira que lo invadía ante la reprimenda.

-Arregla este desastre -ordenó Dawlish.

-¿Cómo, señor?

-Cúrale las heridas, Wickham -dijo Dawlish lentamente, como si le hablase a un niño.

-Pero…

-A menos que quieras dejar de pertenecer a la División, saca tu mugrienta varita del bolsillo y cúrale las heridas a Albus Potter -dijo Dawlish.

Sin decir nada más, Wickham sacó su varita, la apuntó hacia el rostro de Albus y pronunció el hechizo correspondiente. Albus sintió como los moretones que le había dejado la golpiza de Wickham desaparecían instantáneamente y sonrió (tanto por la curación como para la humillación de quién le había causado las heridas).

-Perfecto -dijo Dawlish, mientras se inclinaba para firmar el documento-. Con esta firma, certifico que los dos detenidos son efectivamente Albus Potter y Valerie Rosier y que están en buenas condiciones físicas. Una vez que lleven el documento a los archivos del Ministerio, podrán irse.

Brading asintió, agradecido, y salió enseguida de la sala de detención llevándose el documento, pero Wickham se quedó.

-¿Puedo permanecer en el edificio, señor?

-¿Para qué?

-Para… colaborar en todo aquello en que pueda ser útil relacionado con la custodia de los detenidos.

-Cada uno ya tiene dos guardianes. Pero bueno, si quieres quedarte tienes mi autorización. Ve a la sala donde se celebrará el juicio, revísala y espera a que lleguemos.

-¿No irán ahí de inmediato?

-Faltan dos horas para que comience el juicio. Tiempo más que suficiente como para que los detenidos se bañen, se cambien de ropa y desayunen.

-¿Cómo? ¿Van a permitirles…?

-Son órdenes de la ministra, Wickham -dijo Dawlish en tono cortante-. Si no te gusta, pues mala suerte. Vete a tu casa o ve a hacer lo que te ordené.

Volviendo a esquivar la mirada del jefe de su División, Wickham salió de la sala. Dawlish permaneció indiferente a la obvia hostilidad de su subordinado, y se puso de pie.

-Pueden quitarle a Potter sus cadenas, pero les prohíbo dejarlo a solas. Ni siquiera cuando se duche. Dentro de quince o veinte minutos enviaremos el desayuno y la ropa limpia.

Sin dirigirle a Albus ni siquiera una mirada, Dawlish abandonó la habitación. Cochrane y Bakewell, incómodos ante el intercambio que acababan de presenciar, desencadenaron a Albus. El muchacho se puso de pie, feliz al hallarse libre de ataduras. No le importó tener que desnudarse y bañarse delante de los Aurores (al fin y al cabo, era su primera ducha en una semana), ni tener que esperar durante cinco minutos a que le trajesen la ropa. El desayuno era delicioso, y la posibilidad de que estuviese envenenado le pareció muy improbable. Al fin y al cabo, Crouch seguramente preferiría verlo condenado al Beso del Dementor y a Azkaban en público antes que dejarlo morir en privado, teóricamente inocente y por causas teóricamente naturales.

Habiendo pasado alrededor de una hora, Dawlish regresó. Ordenó a los Aurores que volvieran a ponerle las cadenas a Albus y lo sacaran al pasillo, donde volvió a ver a Valerie, a la que también le habían permitido bañarse y cambiarse y que mostraba un aspecto mucho mejor. Los cuatro Aurores los condujeron a la sala donde los juzgarían, la misma sala en donde Albus había estado a punto de ser procesado por la muerte de Rodrigo Barfleur unos años antes. El aspecto ominoso del lugar y la amenazante presencia de Chris Wickham no bastaron para desanimar a Albus.

«Recién bañado y con el estómago lleno, puedo enfrentar cualquier cosa», pensó, mientras a él y a Valerie los hacían sentarse en dos sillas ubicadas en el centro de la estancia y las cadenas cobraban vida para sujetarlos. Pronto comenzaría el juicio.

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