El Atrio

[NOTA: Les debo una explicación de por qué publico este capítulo con casi 7 horas de retraso. Y la explicación es muy simple: si bien terminé el capítulo varias horas antes de las 12, hubo un problema con la conexión a WordPress y no pude copiar y pegar el texto a una entrada ni mucho menos programarla para esa hora. Lo lamento mucho.]

Apenas salieron del tribunal, Albus y Valerie pudieron ver que el Ministerio de la Magia había desarrollado un sistema de seguridad muy simple y efectivo para evacuar grandes cantidades de personas: convertir al ascensor en una escalera de caracol lo bastante ancha como para que no hubiera personas apretujadas. Valerie y Al decidieron que su única oportunidad de huir era mezclarse entre la multitud, pero desafortunadamente casi todos los magos y brujas ya estaban bajando las escaleras.

Hubo pocos que advirtieran la presencia de los dos condenados detrás suyo, y ninguno osó tratar de detenerlos por un motivo muy sencillo: los Aurores les habían obligado a dejar sus varitas. Así que lo único que podían hacer era correr y esperar que esos dos criminales locos no empezaran a lanzarles Maldiciones Asesinas para abrirse camino.

Las escaleras solo estaban iluminadas por algunas antorchas, y Albus sujetó con fuerza la mano de Valerie para evitar perderla. Los minutos que tardaron en ver las luces más brillantes del Atrio le parecieron eternos, y a pesar de que en el fondo sabía lo que le esperaba allí, no pudo evitar sentirse aliviado al estar en un espacio más grande e iluminado.

El Atrio estaba desierto, a excepción de veinte Aurores colocados en un semicírculo en torno a la escalera. Al ver salir a la multitud, los Aurores se limitaron a separarse un poco para permitir que los civiles escapasen, pero sin perder de vista a Al y Valerie, ni dejar de apuntarles con sus varitas.

Menos de tres minutos después, los dos adolescentes quedaron solos frente al pequeño batallón de Aurores.

-Albus, Valerie -dijo una voz muy familiar-. Debo pedirles que me entreguen sus varitas ahora mismo.

Era Teddy Lupin. El ahijado del padre de Al se separó del grupo de Aurores y avanzó con calma hacia los chicos, sin apuntarles ni hacer ningún gesto amenazante. Aunque, pensó Albus, considerando que había otros diecinueve Aurores que lo protegerían si él o su novia trataban de hacerle algún daño, no era tan arriesgado hacer eso.

-Hola, Teddy. Es un placer volver a verte -dijo Al cortésmente.

-Ojala pudiera decir lo mismo, Al. Por favor, dame tu varita.

-Me temo que no puedo hacer eso.

-Albus, no tienes opción. Aquí te tenemos rodeado. Y si intentas volver tras tus pasos, no solamente estarás alejándote de la única salida sino que te acercarás a otro grupo de Aurores que está bajando las escaleras ahora mismo.

-Pues entonces tendremos que probar nuestra suerte aquí, ¿no te parece?

-¡No quiero más derramamientos de sangre! -exclamó Teddy, y Albus pudo ver que estaba genuinamente asustado- ¡Por favor, Al, termina con esto!

-¿Terminar con esto, Teddy? ¡Dejar que esa puta de tu jefa me condene al beso del Dementor, querrás decir!

-Solo quiero mantener la paz…

-¡La paz está destruida, imbécil! ¡Acabo de matar a Chris Wickham delante de decenas de magos y brujas! ¡Ya no tengo otra escapatoria!

Teddy se sorprendió ante la noticia, y lo mismo ocurrió con los otros Aurores, muchos de los cuales se enfurecieron al saber que Al había asesinado a un compañero de armas.

-Te lo suplico, Albus, entrégate. Hablaré con la ministra y…

-¡DESMAIUS! -gritó una tercera voz, y Teddy no tardó en caer al suelo, inconciente. El hechizo había venido no de Al y Valerie sino de alguien parado detrás de los Aurores.

Un grupo de diez personas había entrado al Atrio y, armados de varitas, estaba atacando a los Aurores. La agresión fue tan inesperada que cuatro de ellos ni siquiera alcanzaron a darse vuelta antes de ser Aturdidos. La disciplina se rompió por completo. Algunos se volvieron y trataron de luchar desde donde estaban, otros trataron de encontrar un sitio detrás del cual pudieran cubrirse y un par escapó de la batalla lisa y llanamente.

Ninguna de las diez personas era conocida para Albus o Valerie, pero no tardaron en llegar a la conclusión de que debían haber tomado la Poción Multijugos. Decidiendo que al fin y al cabo no importaba quienes fuesen sino el hecho de que habían venido para ayudarlos, Al y Valerie se unieron a la pelea y lograron poner fuera de combate a tres Aurores.

-¡Vamos, Al! -exclamó un hombre canoso, de unos sesenta años-. ¡Tenemos que irnos ya mismo, antes de que lleguen los demás Aurores. ¡Tomen mi mano, vamos a Desaparecernos juntos!

En efecto, ya se escuchaban los pasos del segundo batallón de Aurores que descendía por la escalera. Albus, Valerie y los diez desconocidos corrieron hacia la parte del Atrio donde no regía el hechizo Anti-Aparición. Justo antes de desvanecerse, Al pudo ver como los Aurores capitaneados por John Dawlish hacían entrada al Atrio. Su mirada se cruzó con la de Dawlish y el chico no resistió la tentación de sacarle la lengua. Un instante después, el líder de los amigos inesperados de Al y Valerie se Desapareció con un suave «crac», llevándoselos con él.

***

Albus se encontró en el centro de una estancia muy amplia. No le costó darse cuenta de dos cosas: primero, que se trataba de una casa muggle; segundo, que hacía muy poco tiempo que los magos que habían acudido en su ayuda y lo habían llevado allí ocupaban aquel lugar. Prácticamente no había muebles, y por una de las ventanas podía verse, a cien o ciento cincuenta metros, una carretera por la que circulaban tres o cuatro automóviles. A los magos y brujas que vivían en el campo les gustaba que sus casas estuvieran ubicadas lo más lejos posible de los caminos muggles y de sus -para ellos- extraños y temibles vehículos.

Antes de poder seguir con su análisis, el anciano junto al cual Valerie y él se habían Desaparecido lo abrazó con fuerza.

-Me alegra que estés bien, hijo -le dijo al oído.

-¿Papá? -preguntó Albus, y cuando el hombre musitó un «Ajá», el chico le devolvió tímidamente el abrazo- ¿Cómo? ¿Cómo supiste que era inocente?

-Tu tía Hermione me convenció, aunque siempre lo supe en el fondo -dijo Harry.

-Gracias -dijo Al, sinceramente conmovido-. Muchas, muchas gracias, papá.
Los demás magos y brujas presentes contemplaron la escena. Todos sonreían tranquilamente. Si bien los labios de Valerie también estaba curvados en una sonrisa complacida, la expresión de sus ojos era inescrutable.

-Muchas gracias por su ayuda, señor Potter -dijo la joven con amabilidad, acercándose al padre de su novio.

-Puedes llamarme Harry, Valerie -replicó el mago, soltando a su hijo y abrazando a la chica.

-De acuerdo -dijo ella-. ¿Y quienes son los demás? -añadió, señalando con la mano al grupo.

-Hermione Granger -dijo una de las mujeres.

-Rose -dijo otra.

-Lily Potter.

-James.

-Isaac.

-Livius.

-Alcyone.

-Ash.

-Agamenón.

Albus esbozó la primera auténtica sonrisa que Valerie había visto en su rostro desde la muerte de Hugo, y se acercó al grupo. Abrazó y besó a cada uno de ellos en la mejilla, diciéndoles «Gracias por salvarnos», y Valerie decidió imitarlo.

-No sé qué más puedo decir… -dijo Albus, que parecía casi al borde de las lágrimas-. Ustedes creyeron en nuestra inocencia y arriesgaron sus vidas para ayudarnos. Jamás lo olvidaré, lo prometo.

-Estoy seguro de que no lo harás -dijo Harry, colocando su mano sobre el hombro de su hijo-. James, ya sabes qué hacer ahora.

-Sí, papá -dijo el primogénito asintiendo con la cabeza y abandonando la habitación.

-¿Qué va a hacer? -preguntó Valerie con curiosidad.

-Después les explicaremos -dijo Harry-. Ahora creo que los dos necesitan una buena siesta. Es verdad que todavía ni siquiera es hora de almorzar, pero han pasado muchas cosas y creo que podemos alterarles un poco el reloj biológico -añadió con una sonrisa.

De repente, se oyó un «crac» más sonoro que el de Harry, que hizo que Albus y Valerie se dieran vuelta, sujetando con fuerza las varitas.

Lo que vieron los llenó de sorpresa. Frente a ellos estaba Louis Weasley, quien tras acomodarse un poco el rubio cabello, algo desordenado por haber estado corriendo en el Ministerio, sonrió a la pareja y se les acercó mientras decía:

-Perdón por el escupitajo, Al.

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