Memorias de Livius Black XV

[NOTA: Quiero dedicarle este capítulo a Pepee, que cumplió 12 años el miércoles y que si no me equivoco es el único lector del fanfic que, como yo, nació en La Plata.]

Cuando Albus terminó de explicarse, los demás nos quedamos en silencio por un largo rato.

-¿Tienes idea de todas las cosas que pueden salir mal? -dijo Agamenón.

-Sí -dijo Al.

-Es decir… en primer lugar, podemos lastimar a gente inocente -dijo Agamenón.

-Si vamos en parejas es menos probable. En rigor, creo que corremos más riesgos nosotros que ellos -dijo Albus.

-En segundo lugar, ¿dónde los meteríamos? -preguntó Agamenón.

-Con la cantidad necesaria de dinero, podemos comprar prácticamente cualquier edificio -replicó Albus-. Quizá incluso podamos adquirir un par de elfos domésticos, aunque está claro que uno de nosotros tendrá que estar ahí permanentemente, para vigilarlos.

-Pero… por Merlín, Al, nos odiarán -dijo Agamenón-. La opinión pública se volverá en nuestra contra, perderemos apoyo…

-Lo importante es tener un grupo bien entrenado y absolutamente convencido de que nuestra lucha es justa. Los destinatarios del mensaje son los Aurores, no los civiles. Queremos atemorizarlos, desmoralizarlos, debilitar su lealtad hacia el Ministerio atacándolos donde más les duele -dijo Albus-. La opinión pública no importa. Cuando termine la guerra y sepan la verdad, nos perdonarán.

-Pero hasta que eso pase no podremos reclutar a nadie… ¿Quién querría unirse a una banda de asesinos?

-Por eso opino que debemos reclutarlos antes de empezar la guerra -dijo Albus-. Estamos hablando de años y años de trabajo muy paciente. No vamos a lanzarnos al campo de batalla hasta que estemos seguros de que tenemos las armas necesarias para destruir al oponente.
Fue en ese punto que decidí intervenir.

Yo creo que la idea de Al es muy buena. Riesgosa, como dice Agamenón, pero muy buena. Los Aurores están acostumbrados a poner en juego su vida a diario, pero si resulta que son las vidas de sus seres queridos las que están en la línea de fuego, se lo pensarán dos veces. Quizá logremos muchas deserciones.

-¿Y qué hay de Teddy Lupin? -preguntó Alcyone- Él sigue siendo Auror, ¿verdad? ¿Vas a hacerles daño a él o a su abuela o… o a su novia? -añadió, recordando que el hermano de Victoire estaba allí presente.

-Teddy sabe que soy inocente. Cuando empecemos con nuestro plan, él comprenderá la situación y será el primero en apartarse, ya sea renunciando o pidiendo que le asignen una labor de escritorio. No te preocupes, Louis -añadió, dirigiéndole a su primo una sonrisa tranquilizadora-, no pienso tocarle un pelo a tu bella hermana.

-Gracias, Al -dijo Louis-. Aunque conociendo a Victoire como la conozco, yo diría que ella es más peligrosa para ti que tú para ella. Puede hacer unos cuantos maleficios desagradables.

-No lo dudo -dijo Al jovialmente-. ¿Está decidido, entonces? ¿Están todos de acuerdo?

Los asentimientos fueron tímidos, pero eran asentimientos al fin y al cabo. Creo que el único motivo por el cual dimos nuestra aprobación con tan pocas objeciones fue que el propio Al admitió que pasarían años antes de tener que llevar su plan a la práctica. Y, como dicen los estadounidenses, cruzaríamos ese puente cuando llegásemos a él.

Una vez zanjada la cuestión, Albus se levantó, abrió la puerta del dormitorio y le pidió a Isaac que saliera, pues ya habíamos terminado de discutir todos los temas importantes. Isaac se sentó con nosotros mientras Albus se dirigía a la mesita que estaba junto a su cama, extraía el cajón -que estaba protegido por varios encantamientos- y lo llevaba a la mesa. En él había una bolsita de terciopelo azul, algunas varitas mágicas y muchos sobrecitos marrones cuyo tamaño no era más grande que el de saquitos de té. Albus abrió primero la bolsa y extrajo dos objetos.

-Amigos, les presento a la Piedra de la Resurrección y a la Piedra Filosofal.

La diferencia entre ambas piedras no podía ser más acentuada. La Piedra de la Resurrección era negra y pequeñita y de no haber sido por el símbolo de las Reliquias de la Muerte que tenía grabado en su superficie, no habría sido demasiado llamativa. La Piedra Filosofal, en cambio, era más grande y de un color rojo sangre que atraía mucho más la atención. Yo podría jurar que incluso emitía un discreto resplandor rojizo. Aquellas célebres Piedras mágicas eran fascinantes en su contraste.

-Les muestro estas dos Piedras -dijo Albus-, para que vean lo inmensa que es la confianza que deposito en todos ustedes. Ambas Piedras son invaluables y si cayeran en manos de mis enemigos, sería mi fin. Espero que sepan apreciar el gesto.

Y mientras hablaba, pude ver que le dirigía una fugaz mirada de algo que nunca supe si era desafío, burla o disgusto a Valerie.

***

Los sobrecitos marrones que había en el cajón de Albus resultaron haber sido mágicamente reducidos hasta ese tamaño. En realidad, estaban repletos de billetes de libras esterlinas. Albus nos explicó que en total ascendían a cincuenta mil. No hizo falta que los dijera que había obtenido esa suma gracias a la Piedra Filosofal y a la discreción de las autoridades de Gringotts.

Fue con ese dinero (y unas cuantas dosis de Poción Multijugos, pues nuestro amigo y su novia seguían siendo fugitivos en el mundo muggle) que Al se las arregló para organizar una más que aceptable cena de Nochevieja. Hizo falta desembolsar mucho dinero para conseguir una mesa para ocho siendo casi las diez de la noche, pero valió la pena.

La comida estaba muy buena y bebíamos champaña continuamente. Creo que cuando llegó el momento de brindar a las doce de la noche, no había nadie que no tuviera problemas para mantenerse en pie, aunque tal vez Valerie se hubiese moderado un poco. El alcohol fue suficiente como para que por unas horas nos olvidásemos de nuestros problemas, aunque en mi caso tuvo el desagradable efecto colateral de hacerme vomitar mi cena cuando salimos del restaurant con destino a la misma disco donde nos habíamos reunido para celebrar la victoria judicial de Albus sobre su tío Ron, menos de dos años atrás.

No nos fuimos, eso sí, sin antes cantar algunas canciones en la máquina de karaoke. Ash nos deleitó con unas cuantas piezas de los Beatles, casi todas canciones lentas; nuestro amigo de Slytherin tenía una estupenda voz. Aún así, tengo que admitir que Albus no cantó mal. Si bien desafinaba un poco, conocía muy bien la letra del único tema que interpretó, I’ve just seen a face, por lo que podía mirarnos a nosotros y no a la pantalla mientras cantaba. Creo que Alcyone cantó algo de U2, tal vez One, pero no puedo estar seguro.

Los detalles de cómo conseguimos alojamiento en un hotel son borrosos en mi memoria. Estoy seguro de que Al gastó casi todo lo que le quedaba de dinero para convencer al gerente de darle las tres suites que ocupamos esa noche. Probablemente haya tenido que desembolsar mucho más de lo normal, pues en primer lugar eran casi las cuatro de la mañana, en segundo lugar ya todos debíamos estar muy evidentemente borrachos, y en tercer lugar, era fácil notar que éramos adolescentes de diecisiete y dieciocho años. Pero Albus y Valerie, gracias a la Poción Multijugos, parecían personas bastante mayores de lo que en realidad eran, y además, como Albus no se cansaba de decirnos, el dinero abre todas las puertas y cierra todas las bocas y ojos. De modo que pasamos casi todo aquel primero de enero de 2025 durmiendo profundamente en las elegantes suites.

Para ser sincero, todavía no termino de decidir si organizar una juerga como esa en las vísperas de un viaje que nos apartaría de nuestro país durante años, y del que solo regresaríamos para desencadenar una guerra mágica, era un acto de locura o de extrema lucidez.

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