El final del cuento

Cuando Harry Potter entró a la habitación de su hijo Albus, se sintió por un instante como si estuviera entrando a la cámara funeraria de un faraón, un lugar que había permanecido cerrado y vacío durante años; era una sensación irracional, por supuesto, ya que su hijo había ocupado aquel dormitorio hasta septiembre y estaban en enero, pero no por eso fue menos intensa.

El cuarto no estaba polvoriento, pues Kreacher, Winky y Bowy lo limpiaban casi a diario. Las cortinas estaban entreabiertas, dejando entrar la débil luz del sol de inverno. Harry recordó que aquella también había sido la habitación de Regulus Black, y que tanto el hermano menor de Sirius como Albus la habían abandonado definitivamente a la misma edad: dieciocho años. «No», pensó, furioso consigo mismo, «Albus no la ha abandonado definitivamente. Él sigue vivo, y volverá a dormir aquí». Pero en el fondo, Harry sabía que estaba equivocado.

El padre de Albus se sentó en la cama, cuyo colchón estaba rígido por los meses de desuso, y observó la biblioteca de su hijo. Libros, CD y DVD se alineaban prolijamente en los estantes. Había que admitir que Albus había sido muy metódico con sus cosas; todo estaba alineado por orden alfabético (los libros por el apellido de su autor, los discos por el nombre del cantante o los cantantes y las películas por el título). El mueble original había sido más bajo y estrecho, pero Albus había aumentado mágicamente sus dimensiones.

La única señal de desorden en la biblioteca era la presencia de un librito que estaba colocado en posición horizontal encima de los demás. Estaba en castellano, idioma que Albus le había contado que había aprendido a hablar en África y que había pulido posteriormente, pero que Harry no manejaba en absoluto. El autor era un tal Rodolfo Walsh, y el título era «Cuentos», aunque Harry no pudo traducir ni siquiera eso. Lo que notó Harry es que en la primera hoja Albus había anotado la palabra «Incunable» en inglés. Harry pasó las hojas, incapaz de comprender una palabra (salvo los frecuentes apellidos irlandeses que se repetían), pero notó que al llegar al final del tercer y último cuento los dos últimos párrafos estaban subrayados, y había una segunda nota de su hijo:

¿Habría pasado esto si papá hubiera sido el tío Malcom y Ryddle hubiera sido el celador Gielty? ¿Realmente el pueblo es capaz de seguir luchando, seguir resistiéndose, cuando su héroe o su líder ha sido vencido frente a sus ojos?

Convendría transcribir aquí los dos últimos párrafos del cuento, que Harry tardó varios días en descifrar con la ayuda de un diccionario.

Allí acabó la felicidad, tan buena mientras duraba, tan parecida al pan, al vino y al amor. Recuperado Gielty sacudió al saludante Malcom con un mazazo al hígado, y mientras Malcom se doblaba tras una mueca de sorpresa y de dolor, el pueblo aprendió, y mientras Gielty lo arrastraba en la punta de sus puños como en los cuernos de un toro, el pueblo aprendió que estaba solo, y cuando los puñetazos que sonaban en la tarde abrieron una llaga incurable en la memoria, el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza, mientras un último golpe lanzaba al querido tío Malcom del otro lado de la cerca donde permaneció insensible y un héroe en la mitad del camino.

Entonces el celador Gielty volvió, y con la primera sombra de la noche en los ojos, miró una sola vez la hilera de caras majestuosamente calladas y de banderas muertas, se persignó y entró rápido.

A Harry todavía no se le había ido la intriga por la nota de Albus cuando escuchó pasos en la planta baja. Su entrenado oído de Auror le indicaba que eran tacones femeninos, y como sabía que su hija Lily prefería las zapatillas y estaba en aquellos momentos en Hogwarts, y que nadie que no fuera de su familia inmediata podía entrar a la casa sin ser detenido por las barreras mágicas, llegó a la conclusión de que su esposa había vuelto.

-¿Ginevra? -llamó, mientras salía al pasillo y cerraba la puerta del dormitorio. Dirigirse a su esposa por su nombre completo y no por su diminutivo le parecía afectado y poco natural, pero todo lo que rodeaba a Ginny últimamente le resultaba antinatural. Ginny era para él como un error cósmico ambulante, o mejor aún, como una sumatoria de errores que se remontaban al momento en que le había pedido casarse con ella- ¿Eres tú?

-Sí, Harry -dijo su voz desde el piso de abajo, y él no tardó en escuchar sus pasos en la escalera. Ginny subía con parsimonia, y Harry no era capaz de darse cuenta de si hacía eso porque realmente estaba tranquila o porque quería prepararse mentalmente para ver el rostro de su marido demorando un poco el reencuentro.

No se habían visto en dos semanas, aproximadamente, y Harry había olvidado lo atractiva que era. Aún bajo la escasa luz del pasillo, Ginny seguía pareciéndole irresistible.

-Te ves bien -se limitó a decirle.

-Harry, eso lo dices cuando no ves a alguien durante veinte años, no durante dos semanas -lo reprendió Ginny.

-¿A qué has venido?

-Dejé algo de ropa aquí, y quiero llevármela a casa de mis padres.

-¿Cómo están Arthur y Molly?

-Devastados. ¿Cómo crees que podrían estar? Uno de sus nietos ha matado a otro.

-Ginevra, Albus no mató a Hugo -dijo Harry, más cansado que enojado.

-No, claro que no. Y tampoco mató a los tipos que lo secuestraron ni a Rodrigo Barfleur. Albus es un querubín. No sería capaz de matar a una mosca.

-¿Tan fácil es para ti creer que tu hijo mató a tu sobrino? ¿Te permite eso sentirte justificada por la manera en que lo trataste?

-No recuerdo haberlo tratado de ninguna manera, salvo que recibir una Cruciatus de él pueda contarse.

-Albus nos dijo la verdad -dijo Harry con severidad.

-Ah, ¿sí? ¿Y cuándo hablaste con el querido Albus? ¿El 28, cuando lo ayudaste a huir?

-Hice lo que cualquier padre hubiera hecho, Ginevra. Al menos cualquier padre normal.

-Debería denunciarte ante la ministra, Harry -dijo Ginny, mirándolo con odio-. Ahora tú también eres un criminal… y apuesto a que metiste a Lily y a James en tu plan también, con lo que los convertiste en criminales. Si no fuera por eso, iría corriendo a verla.

-Crouch es demasiado inteligente como para hacerte caso, Ginevra. Ella ya sospecha que yo tuve algo que ver con la huída, pero no hará nada en mi contra si yo no hago nada en su contra.

-¡Claro, porque tú eres Harry Potter y estás por encima de la ley! -se burló Ginny.

-Eso no te molestaba cuando estábamos casados, ¿verdad? -dijo Harry con desprecio-. No recuerdo que te quejases cuando Kingsley me nombró Auror sin hacerme pasar por el entrenamiento. A ti te encantaba ser la señora Potter.

-Todavía lo soy.

-Estamos separados, ¿recuerdas?

-Eso no tiene la menor importancia. Soy tu esposa hasta la muerte. El matrimonio entre los magos es indisoluble. Debiste pensar eso antes de pedirme que nos casáramos, amor.

-El único motivo por el que no me arrepiento por completo de eso son nuestros hijos. Nuestros tres hijos -añadió, enfatizando la palabra «tres».

-Albus ya no es hijo mío -señaló Ginny-. Él está muerto, por lo que a mí me concierne.

-¿Entonces por qué te enfurece tanto que esté en libertad gracias a mí? Y no me vengas con idioteces acerca de la ley. Un odio tan intenso solo puede ser el signo de que todavía hay una parte tuya que lo quiere y lo sigue considerando un hijo.

-Piensa lo que tú quieras -dijo Ginny, esquivando la mirada de Harry. La bruja se dirigió a la habitación que habían compartido hasta el 26 de diciembre, cerró la puerta y se arrojó en la cama lo más rápido que pudo. Así consiguió ahogar su llanto antes de que Harry lo oyese.

Entretanto, su esposo regresó a la habitación de Albus, seguro de que Ginny podía irse del número doce de Grimmauld Place por su cuenta. Sintiendo un nudo en la garganta, Harry tomó uno de los libros de la biblioteca de su hijo, con la única precaución de asegurarse de que estuviese escrito en inglés, se acostó en la cama y se puso a leer.

«Tengo que empezar a conocer su mente», pensó, antes de sumergirse en las páginas.

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