Por izquierda

[NOTA: Por primera vez en mucho tiempo, puedo publicar un capítulo que me satisface completamente, un capítulo al que creo sinceramente que no le cambiaría ni una coma. Espero que lo disfruten tanto como yo al escribirlo.]

Las reuniones de la Comisión de Impuestos del Parlamento mágico eran aburridísimas, pero Isaac Prewett estaba bien entrenado en concentrarse en situaciones como esa, gracias a las clases de Historia de la Magia de Cuthbert Binns en Hogwarts. En aquellos momentos ponía toda su atención en un anciano miembro del Parlamento que explicaba su propuesta de disminuir en un dos por ciento los impuestos a la compra de sapos en las tiendas de mascotas. El legislador parecía creer que el sostenido descenso en las ventas de sapos se debía a su supuestamente alto precio en vez de al hecho de que tener sapos de mascotas había pasado de moda décadas atrás, y consideraba que una baja en sus también supuestamente altos impuestos contribuiría a aumentar las ventas. Isaac tenía que copiar los detalles de la propuesta del legislador y mantener una expresión de estudiado interés, pese a que sabía que dicha propuesta era tan tonta y anodina que seguramente los miembros de la oposición la aprobarían sin objeciones.

Al legislador Francis Fedden, el jefe de Isaac, en cambio, le costaba disimular su hastío y el hecho de que estaba a punto de quedarse dormido. Claro que como Fedden era un hombre ambicioso, tenía que mantener un perfil alto y participar de la mayor cantidad de comisiones posible. «Es una suerte», pensó un Fedden cada vez más cerca de caer en brazos de Morfeo, «tener a Isaac al lado. Él está tomando nota de todo lo que dicen esos viejos decrépitos y me hará un resumen cuando pasemos a un cuarto intermedio». Había que admitir que las sillas de la sala de reuniones eran muy cómodas y que la temperatura era muy agradable… Y poco a poco, Fedden fue cerrando sus ojos.

De pronto Isaac sintió un calor adicional en el muslo, que no se debía a la calefacción de la sala sino a la moneda hechizada que había recibido de Albus en Nochevieja. Al quería hablar con él, y debía ser algo realmente importante para que lo contactara por esa vía en lugar de por carta. Isaac se volvió hacia su jefe, que estaba sentado al lado suyo, y le susurró «Tengo que ir al baño», solo para percatarse de que Fedden estaba por fin dormido. Lo más silenciosamente que pudo, Isaac se levantó de su silla y salió de la sala.

La sede del Parlamento mágico estaba en el edificio del Ministerio de la Magia, lo cual era todo un símbolo de la nula división de poderes que existía en el mundo mágico. Kingsley Shacklebolt había trabajado muy duro junto a sus arquitectos para construir toda una sección nueva en el edificio para que albergase el recinto del Parlamento, las oficinas individuales de sus miembros, la oficina de su presidente -mucho más grande que las demás- y las salas de reuniones. El Parlamento, no obstante, tenía su propia salida al Atrio, y era muy frecuente el paso de funcionarios desde el ascensor del Parlamento hasta el del Ministerio.

El piso donde estaban los despachos de los legisladores era el primero. Tras un brevísimo viaje en ascensor, Isaac atravesó el pasillo y entró a la oficina de Fedden utilizando su llave (como las actividades de Fedden eran por el momento, y a pesar de sus constantes esfuerzos, de muy poca importancia, el legislador no había considerado necesario proteger la cerradura con algún hechizo). Lo que sí estaba cerrado mágicamente era el último cajón del pequeño escritorio de Isaac. Tras desactivar el hechizo, el joven asesor sacó un espejo. No se sorprendió al ver en él la cara de Albus Potter en vez de la suya.

-Hola, Isaac.

-Hola, Al. ¿Por qué me has llamado? Creí que el plan era mantenerme dormido hasta…

-Ya lo sé, pero algo inesperado ha surgido. Ojala…

-Ojala pudieras decirme -completó Isaac, en tono jovial y sin ningún reproche implícito-, pero mientras menos sepa de esto, mejor.

-Exacto. Necesito que me ayudes en algo. Busca toda la información disponible acerca de Mary Hope Marsten, una Auror.

-No será fácil, Al -dijo Isaac tras pensar algunos segundos-. Los archivos de los Aurores no son de acceso público. Solamente el jefe de la División puede verlos o permitir que alguien los vea.

-Ya sé que es imposible consultarlos por derecha, Isaac -dijo Albus, en tono apenado y preocupado.- Tendrás que actuar por izquierda. Espero por el bien de todos que solo haya un funcionario a cargo de los archivos. Si algo sale mal, huye a Francia.

Isaac asintió, solemne.

-Yo también.

***

Al salir al Atrio, Isaac se sintió como si ya estuviera haciendo algo ilegal. Aún así, el pelirrojo permaneció inmutable y caminó a un ritmo pausado desde «su» ascensor -así solía pensar en el ascensor que utilizaban los magos y brujas que trabajaban en el Parlamento- hasta el del Ministerio. Un par de magos de mediana edad entraron al ascensor con él, y Isaac se sintió mucho más invadido por el nerviosismo al advertir que los hombres pulsaban el botón para ir al segundo piso, lugar donde estaba situado el Departamento de Aplicación de la Ley Mágica, y la oficina de la División de Aurores. Isaac bajó detrás de ellos y caminó con mayor lentitud, hasta que, para su alivio, los magos entraron en la Oficina de Uso Inapropiado de la Magia.

Con más calma, Isaac avanzó hacia la última puerta del pasillo. El vidrio era opaco y había un letrero que rezaba «División de Aurores – Archivos». Debajo había un cartel más pequeño y escrito a mano: «Entre sin llamar». Obedientemente, Isaac abrió la puerta. La oficina era un poco más grande que la de Fedden. Entre él y las decenas de archiveros se interponía un pequeño mostrador vacío a excepción de un timbre, similar a los de las recepciones de los hoteles, que él usó para llamar al encargado. El hombre, de unos cuarenta años, rechoncho y de abundante cabellera castaña, salió de una oficina contigua cuya puerta estaba entreabierta para escuchar el sonido del timbre, o al menos eso supuso Isaac.

-¿Puedo ayudarte? -preguntó el funcionario.

-Sí, señor -dijo Isaac, poniendo su mejor expresión de amabilidad-. Necesito consultar los archivos de la División, si es posible.

-¿Y quién eres tú, muchacho?

-Isaac Prewett, asistente de Francis Fedden, miembro del Parlamento.

-Bueno, Isaac, si eres empleado estatal entonces supongo que sabrás que nadie más que el jefe de la División puede ver estos archivos. A menos que tengas una autorización escrita del jefe…

-Sí, lo sé -dijo Isaac, sin perder la sonrisa-. Acabo de pasar por el despacho del señor Dawlish.

-Necesitaré verla -dijo el hombre.

-Por supuesto -dijo Isaac, poniéndose a buscar en su maletín el papel. Mientras revolvía su contenido para ganar tiempo, preguntó con el tono más inocente que pudo impostar:- ¿Usted trabaja solo?

-Mi compañera tiene gripe hoy -respondió el mago.

El plan de Isaac era sencillo. Un Auror -incluso uno que había fallado en su entrenamiento y había sido destinado a un trabajo de escritorio como aquel- estaría preparado para que otro mago sacase su varita del bolsillo, pues ese era el lugar donde la mayoría de los magos y brujas la llevaban. Por eso, cuando Isaac sacó de su maletín, en vez de la nota de John Dawlish, su varita y la apuntó al rostro del oficinista, el hombre no alcanzó a reaccionar.

–Confundus -dijo el pelirrojo.

***

Isaac sabía que robarse el expediente de Marsten era tan peligroso como tratar de leerlo entero in situ, de modo que se limitó a mirar todas y cada una de sus hojas individualmente. Luego el chico se despidió cortésmente del funcionario -a quien después de Confundir le había mostrado el recibo de un libro que se había comprado dos días atrás y que se había olvidado de tirar a la basura, pero que le presentó como una autorización de Dawlish- y volvió a la oficina de Fedden. Sacó del mismo cajón de su escritorio donde tenía escondido el espejo que le había dado Albus un Pensadero, que siguiendo el ejemplo de su amigo había reducido hasta las dimensiones de un plato para apoyar tazas de té.

Sabía que Fedden ya había pronunciado su discurso una hora antes, y que faltaba al menos una hora y media hasta que la reunión terminase. Los asesores de los demás legisladores también tomaban nota de lo que se trataba, y además se hacían actas de las reuniones, de modo que podía ponerse a sí mismo -y a su jefe- al tanto de lo que ocurriese en su ausencia sin muchas dificultades. Si Fedden despertaba antes de que él hubiera vuelto, podía inventar alguna historia convincente de malestar estomacal para justificar su partida.

El pelirrojo se encerró en el baño que él y Fedden compartían, colocó el Pensadero encima de la tapa del inodoro y lo devolvió a su tamaño original; luego utilizó su varita para extraer sus recuerdos del expediente y volcarlos en la vasija. También empleó su varita para ir deteniendo la reproducción de los recuerdos en la superficie de la vasija.

Treinta minutos después, llamó a Albus por el espejo y no tardó en ver nuevamente el rostro de su amigo al otro lado.

-¿Qué tienes? -preguntó sin preámbulos.

***

El campo de batalla -así lo denominaba Al en su fuero íntimo, pese a que la batalla en sí había sido breve e incruenta- estaba ahora limpio. Los Aurores habían sido llevados hacia el bosque, desarmados, atados y amordazados.

Por supuesto, Albus pensó en torturarlos frente a la cabaña, para forzar a Hope a liberar a su primo. Pero luego recordó que las Maldiciones Imperdonables podían ser detectadas por los Inefables franceses, y que eso no convenía en absoluto a sus planes. Además, Hope no parecía una mujer tan blanda como para ceder a esa presión, ni tampoco a la amenaza de matar a sus compañeros si ella no soltaba a LW.

El informe de Isaac sobre Hope había brindado a Al una idea tan brillante como monstruosa. Algo que solamente podía encomendarle a alguien absolutamente leal.

-¿Crees que podrás hacerlo? -dijo a Ash. Él y su amigo se habían apartado un poco del resto para discutir el tema, y Albus había mantenido fija la vista en la cabaña mientras le explicaba su plan- Valerie o yo seríamos capaces, pero nuestro status de fugitivos en Gran Bretaña nos entorpecería. Pero a ti no te busca el Ministerio.

-Me parece que sí… -dijo Ash, en un tono no del todo seguro.

-Recuerda por qué lo haces, Ashton -Albus muy pocas veces había llamado a Ash por su nombre de pila completo, y eso lo hacía sentir extrañamente respetado-. Son ellos los que nos han forzado a llegar hasta este punto. El objetivo es salvar a LW. No te pongas nervioso, pero no olvides tu responsabilidad. Ya sabes el orden que tienes que seguir. Louis tiene que salir vivo de esta, sin importar el precio, ¿entendido?

-Entendido -respondió Ash. Su cara era ahora una máscara, debajo de la cual se debatían el miedo por lo que Al le había encomendado y el orgullo por haber sido escogido para esa tarea tan difícil. Olvidándose de despedirse de su amigo, Ashton Bennett se Desapareció.

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