El Patronus intruso

[NOTA: Quiero dedicarle este capítulo a Estudiantes de La Plata, que la semana pasada se consagró campeón de la Copa Libertadores. También quiero dedicárselo a mi amigo Lucho y a mi familia, que estuvieron festejando esa misma noche -Lucho en La Plata y mis papás y hermanos en Pergamino- la victoria pincharrata.]

El diecisiete de marzo de 2029 fue un hermoso día primaveral. Harry Potter hubiera preferido ir a cualquier lugar al aire libre en vez de tener que dirigirse al Atrio del Ministerio de la Magia, un lugar que estaría todavía más atiborrado de gente que de costumbre, ya que la ministra Crouch había decidido organizar un acto para hacer anuncios.

Harry estaba deseoso de pasar inadvertido entre la multitud, pero sabía que en medio de tantos magos y brujas sería prácticamente imposible que su presencia no fuese notada por nadie. Así que prefirió actuar con franqueza y presentarse en el Atrio sin Encantamiento Desilusionador, Poción Multijugos o cualquier otro truco que disimulase su verdadera identidad. No podía estar ausente, con lo que le había contado Lily.

Si bien Harry hizo lo posible por llegar temprano al edificio, el Atrio ya estaba ocupado por varios grupitos de personas. Él saludó a varios conocidos pero no se unió a ninguno de los grupos, sino que permaneció en un rincón discreto, esperando impaciente que fuesen las diez y comenzase el acto.

Sumido en sus pensamientos, no advirtió que un chico pelirrojo vestido con túnica de gala se le acercaba hasta que lo tocó suavemente en el hombro. Harry se sobresaltó ligeramente y por un segundo pensó absurdamente que sería uno de los Weasley, pero al ver con más atención el rostro del muchacho comprendió que se trataba de Isaac Prewett. Lo recordaba como uno de los amigos de Albus que había abandonado aquella tristemente célebre fiesta de Nochevieja de 2024. No obstante, Isaac había terminado quedándose en Gran Bretaña y, pese a que Harry lo había vigilado con detenimiento, no le constaba que se hubiese puesto en contacto con su hijo. No obstante, Lily le había dicho que secretamente seguía siendo un hombre de Albus.

-¿Señor Potter? -dijo Isaac, sacándolo de sus reflexiones. Era evidente que ya antes le había hablado y él no lo había escuchado.

-Isaac, ¿cómo estás? -respondió Harry estrechándole la mano.

-Muy sorprendido de encontrarlo aquí. Usted no suele asistir a los actos oficiales.

Todo en el rostro de Isaac transmitía una sensación de inmensa cordialidad, excepto sus ojos, que parecían querer taladrar los suyos. Sí, Lily tenía razón, Isaac Prewett trabajaba para su hijo. Pero no podía dejar que lo supiera.

“¡Vamos, Harry!”, pensó. “¡Tú soportaste las miradas de Severus Snape cuando eras apenas un adolescente! ¿Acaso vas a dejar que te ponga nervioso un chico de la misma edad que tu hijo?”.

De modo que sonrió con idéntica cordialidad y dijo:

-Mi cuñado Percy me invitó.

Isaac no le creía -debía estar muy al tanto de la separación de Harry y su esposa-, pero era demasiado inteligente como para seguir presionándolo.

-La ministra ha sido informada de su presencia, y desea invitarlo a compartir con nosotros el palco oficial.

No era una oferta que Harry pudiera rechazar, aunque la perspectiva de encontrarse cara a cara con Crouch, John Dawlish y Percy -que había establecido una alianza con Crouch en las elecciones del año pasado, como resultado de la cual había sido designado presidente del Parlamento Mágico- le desagradaba inmensamente. Si se negaba a subir al palco, Crouch sospecharía de sus intenciones. Así que aceptó fingiendo complacencia la oferta de la ministra.

-¿Quiere ir a la oficina de la ministra, señor Potter? Todavía falta media hora para que comencemos, y probablemente prefiera esperar sentado.

-De acuerdo, Isaac.

El ex jefe de los Aurores y el amigo de su hijo entraron al ascensor, e Isaac accionó los botones para ir al piso de la oficina de Crouch. Durante algunos segundos se quedaron en silencio, hasta que Harry habló.

-Felicitaciones por tu elección, Isaac. Perdona, olvidé decírtelo cuando nos saludamos.

-Muchas gracias, señor Potter.

-Eres el miembro más joven del Parlamento, ¿verdad?

-Sí. Mi antiguo jefe Francis Fedden me recomendó ante la ministra cuando estaban diseñando las listas de candidatos para las elecciones del año pasado. Supongo que recordará que Gawain Robards y Arnold Peasegood declinaron la oferta de la ministra de volver a estar en la lista, pues dijeron querer retirarse de todo cargo público. A Robards se lo reemplazó por el señor Weasley, y a Peasegood por mí.

-Mi suegra estuvo muy contenta cuando se enteró. Hacía siglos que un Prewett no tenía un puesto importante en el gobierno, y el hecho de que fueses tan joven le agrega todavía más méritos.

-Gracias, señor Potter. Debo decir que yo fui el más sorprendido de todos cuando el señor Fedden me trasmitió la oferta de la ministra.

“¡Qué gran actor que es! Apuesto a que estuviste trabajando durante años para que te dieran esa banca”, pensó Harry, pero se limitó a sonreír y asentir.

El ascensor llegó a su destino, y Harry e Isaac avanzaron hasta la antesala del despacho de Crouch, donde se encontraron con Marietta Edgecombe. La amiga de Cho Chang hacía muchos años que tenía las letras en su frente que la acusaban por su vieja delación al Ejército de Dumbledore, y se había terminado por acostumbrar a ellas, pero siempre parecía ligeramente disgustada cuando veía a Harry Potter, a quien por su rango tenía que tratar bien.

-Señor Potter, señor Prewett. ¿Desean ver a la ministra? -preguntó en tono impasible.

-Ella nos está esperando -dijo Isaac.

-Pasen, entonces -dijo, bajando la vista hacia una pila de papeles y aparentemente olvidándose de la presencia de Harry y su acompañante.

***

-¡Harry! -dijo Servilia, levantándose de su escritorio y aproximándose a Isaac y a él- ¡Qué placer volver a verte! -añadió, mientras lo besaba en la mejilla- ¿Cuánto tiempo pasó desde la última vez, cuatro años?

-Fue una ocasión mucho menos grata que esta, ministra -dijo Harry, estremeciéndose por el mal recuerdo, y por el descaro de Servilia al recordar la noche infausta en que asesinó a Hugo Weasley.

-Tutéame, Harry, no me llames “ministra” como todos los demás. Prewett -dijo, dirigiéndose a Isaac en un tono mucho más frío-, gracias por traer al señor Potter aquí. Ahora quisiera que nos dejes a solas, por favor.

Con una expresión inalterable, Isaac asintió y abandonó la oficina, dejando a Harry y Servilia solos.

-¿Cómo has estado?

-Lo mejor que pude, considerando las circunstancias.

-Lo que hizo tu hijo no es culpa tuya, Harry. Hiciste tu mayor esfuerzo, como padre, con él. Y te aseguro que de no ser por la muerte de ese desdichado muchacho, me habría inclinado por perdonar a Albus. Mi secuestro fue producto de sus fantasías paranoicas, y del rencor de su novia. Pero lo sucedido con Hugo Weasley (y todos los crímenes que cometió posteriormente) hicieron imposible una solución más discreta.

-Lo sé, Servilia.

-Lo que realmente nunca hubiera imaginado es que Albus tuviese más cómplices que Valerie Rosier. Los que lo ayudaron a escapar definitivamente no están locos. Lo están utilizando como un instrumento para llevar adelante sus planes contra mí.

-Hace mucho que no sabemos nada de él, ¿no es cierto? -dijo Harry tras asentir pensativamente a las palabras de la ministra.

-Desde 2025, cuando nos enteramos que estaba en Francia, y luego que se había ido a Durmstrang. Desde que recibimos esa información hemos estado intentando lograr que lo extraditen, pero nuestros esfuerzos han sido infructuosos. Durmstrang no está sometida a ningún gobierno mágico, y su directora no es amiga de nuestro país.

“Se identifica a sí misma con el país”, pensó Harry con repulsión, sin que ni su rostro o su mirada lo delatasen.

-Sin embargo, desde entonces mi hijo no parece haber actuado.

-No por falta de intenciones, de eso puedes estar seguro. Simplemente ha estado esperando al momento apropiado. Y cuando ese momento llegue, sabremos de él.

“Es justamente por eso que quise que nos viéramos a solas, Harry. Quiero saber si cuento con tu apoyo en caso de que tu hijo vuelva al país e intente desestabilizar a mi gobierno.

-Tú sabes que yo siempre estaré del lado de la legalidad, Servilia. Pero me he retirado de la única función desde la cual podría ayudarte, que es la de Auror.

-Eso puede resolverse fácilmente. Puedo pedirle a John que te reintegre…

-Lo sé, Servilia. Pero lamentablemente debo decirte que no podré brindarte toda la ayuda que querría brindarte si las circunstancias fueran otras. Mi hijo es un criminal, pero sigue siendo mi hijo. Deseo que lo detengan tanto como cualquier otro, pero no podría colaborar para que eso pase y sentirme en paz conmigo mismo.

“Sobre todo teniendo que colaborar con una asesina como tú”, pensó.

Servilia lo observó con mucha calma durante algunos instantes, sentada en su escritorio, con su barbilla apoyada delicadamente en su mano derecha.

-Te agradezco tu franqueza, Harry. Entiendo que sería una situación difícil que tú trabajases con nosotros para atrapar a Albus, y fue un error de mi parte pedírtelo.

-No, Servilia, no fue un error. Se trató de un pedido razonable, tomando en cuenta mi experiencia combatiendo magos oscuros. Lamento no poder ayudarte.

Servilia sonrió, y en ese momento fue como si Harry pudiera hacerle Legeremancia -pese a que sabía que eso era imposible, siendo Servilia una bruja casi tan poderosa como él-. Crouch sabía que él sabía que su hijo era inocente. Crouch deseaba matarlo o encarcelarlo o hacer que le dieran el Beso del Dementor, pero sabía que era imposible. Harry Potter era un mago demasiado preparado como para intentar asesinarlo con posibilidades de éxito, y demasiado popular como para recurrir a las otras dos opciones. Pero Crouch se daba cuenta de que, si bien Harry sabía que ella era una asesina, no colaboraría activamente con su hijo. Así que lo mejor era disimular y no hacer nada por el momento.

Fue una suerte que poco después en el reloj del despacho dieran las diez de la mañana. Servilia se puso de pie e invitó a Harry a hacer lo mismo y seguirla. La antesala de su despacho ahora estaba ocupada por dos Aurores que servían de guardaespaldas de la ministra, y a los que Harry saludó con una inclinación de cabeza. También estaban allí Isaac, Dawlish y Percy. Harry se limitó a musitarles un “Buenos días” y estrecharle las manos, sabiendo que ni Dawlish ni su cuñado estaban muy contentos con su presencia. Percy además parecía algo disgustado con Isaac.

Crouch, Percy, Dawlish, Isaac y Harry, junto con la pareja de Aurores, utilizaron el ascensor para trasladarse nuevamente al Atrio, que ahora sí estaba totalmente lleno. El resto de los Aurores que protegían a Servilia ya los estaban esperando cerca del ascensor, y formaron una barrera entre ellos y la multitud, permitiéndoles aproximarse al palco sin problemas (aunque retrasados por el hecho de que Servilia interrumpía su marcha cada dos por tres para estrechar las manos de la gente).

Finalmente subieron al palco, donde ya habían puesto cinco elegantes sillas y en cuyo atril ya estaba parada la locutora oficial. Mientras tomaban asiento, la mujer dijo con una voz muy bella y armoniosa:

-En la ciudad de Londres, capital del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, siendo las diez de la mañana del diecisiete de marzo de dos mil veintinueve, y con la presencia de la señora ministra de la Magia, profesora Servilia Anna Crouch, el presidente del Parlamento mágico, Percy Ignatius Weasley, del jefe de la División de Aurores, John Atius Dawlish, del ex jefe de la División de Aurores, Harry James Potter, y del miembro del Parlamento mágico Isaac Onán Prewett, damos por iniciado el presente acto.

“A continuación hará uso de la palabra la señora ministra de la Magia, profesora Servilia Crouch.

Tras uno o dos minutos de aplausos, durante los cuales Servilia se acercó al atril, la ministra comenzó su discurso.

-Magos y brujas. He convocado a este acto para hacer un anuncio muy especial, que apunta a mejorar la calidad de nuestra democracia.

“Desde hace mucho tiempo, los hombres y mujeres que han ocupado los cargos más importantes en este gobierno, y en los anteriores, han sido personas de gran experiencia, con largas carreras como funcionarios. Todos eran personas maduras y capaces, y sus méritos no pueden ni deben ser olvidados o ignorados.

“Sin embargo, estamos en tiempos diferentes. Hay un dato demográfico que no puede pasarse por alto: por primera vez en muchos siglos, la cantidad de magos menores de cincuenta años es igual a la cantidad de magos mayores de esa edad. Como todos sabemos, los magos y brujas somos inmensamente longevos, lo cual nos permite superar el inconveniente de que nuestra población sea tan escasa en relación a la población muggle.

“También es de público conocimiento que en el siglo pasado nuestra comunidad mágica debió hacer frente no a una sino a tres guerras: la de Gellert Grindelwald y las de Tom Sorvolo Ryddle. Dichas guerras -sobre todo las de Ryddle- diezmaron a nuestra población, en especial a los más jóvenes. Es muy doloroso decirlo, pero la mayor mortalidad durante las guerras se dio entre los magos de menos de treinta años. En general los magos de mayor edad, o bien pudieron mantenerse al margen de los conflictos, o bien fueron lo bastante poderosos como para sobrevivir.

“Afortunadamente, en los últimos treinta y un años hemos gozado de una paz ininterrumpida. Esto no significa que no haya habido muertes violentas de jóvenes; entre muchos otros casos, todos recordamos al de Hugo Weasley, que fue asesinado por su primo Albus Potter y por Valerie Rosier. No obstante, podemos decir que estos han sido años tranquilos y estables… y de una alta natalidad, si se me permite añadirlo.

“Tenemos a una nueva generación de magos y brujas que crecieron experimentando el, para nosotros los mayores, inusual  beneficio de la paz. Y creo que ha llegado el momento de comenzar a entregarle las riendas a la nueva generación.

“Esto no quiere decir que todos los viejos funcionarios deban renunciar de inmediato a sus puestos, para ser reemplazados por adolescentes. Pero sí creo que esta nueva etapa merece que les demos cierta confianza a algunos jóvenes dotados. Y ese es el motivo del acto del día de hoy.

“He hablado con Percy Weasley, y él ha accedido a renunciar a la presidencia del Parlamento mágico. A partir de ahora, dicho cargo será desempeñado por Isaac Prewett.

“Isaac es el miembro más joven de la Cámara, pero en los últimos cinco años él ha trabajado muy duro en el Parlamento, demostrando una gran vocación por la política. Considero que su período al frente del Parlamento será uno de los más brillantes en toda su historia. Un signo, además, de que en mi gobierno estamos dispuestos a darle oportunidades a la joven generación.

“Muchas gracias, y muy buenos días a todos.

Los aplausos parecieron estar dirigidos tanto a Servilia como a Isaac, cuya presencia recién parecieron advertir todos tras las palabras de la ministra. Isaac mantuvo una expresión complacida, pero de ningún modo arrogante, ante el anuncio, y cuando la locutora anunció que él hablaría a continuación, se dirigió al atril con paso firme.

-Muchas gracias a todos por haber venido -dijo Isaac.

“Quiero darle las gracias a la señora ministra Crouch por este honor inesperado que me ha conferido. Un honor que no solo me incluye a mí, sino a toda mi generación, esa generación criada en la paz de la que habló la señora ministra…

-¡Qué pena que la señora ministra no haya pensado en la necesidad de honrar a la nueva generación cuando asesinó a Hugo Weasley! -exclamó una voz potente. Todas las miradas giraron en su dirección, pero lo único que vieron fue la Fuente de los Hermanos Mágicos.

No obstante, de repente una figura plateada salió de atrás de la estatua del centauro. Era un enorme áspid. El Patronus de Albus Severus Potter.

-¡Magos y brujas de Gran Bretaña, escúchenme con atención! -bramó la voz de Albus desde la boca del Patronus– ¡He elegido este día, el de mi vigésimo tercer cumpleaños, para poner fin a mi exilio! ¡Pero no he vuelto a rogar el perdón de la tirana que está gobernando mi país! ¡He venido a poner fin a su tiranía! ¡Yo, Albus Potter, quiero proclamar aquí y ahora que libraré una guerra sin cuartel contra Servilia Crouch hasta que esa mujer sea apartada del cargo que detenta ilegalmente gracias al asesinato de su predecesor Kinsgley Shacklebolt! ¡No me detendré hasta que Crouch deje de ser ministra, pacíficamente o no, y responda ante el Wizengamot por todos sus crímenes!

“¡Magos y brujas, los insto a actuar antes de que sea demasiado tarde! ¡Destituyan y encarcelen a Servilia Crouch en las próximas cuarenta y ocho horas, o seremos mis seguidores y yo los que nos haremos cargo de la tarea! ¡Y todos aquellos magos que, en lugar de luchar contra la tiranía, la respalden, morirán!

“¡Si quieren vivir, únanse a nosotros, o apártense de nuestro camino!

Y con esas palabras, el Patronus de Albus se desvaneció en el aire. No obstante, pasó un largo rato hasta que el zumbido de la multitud volvió a hacerse oír en el Atrio.

***

Una hora después, Servilia Crouch estaba de vuelta en su oficina, sentada en su sillón y escuchando a John Dawlish.

-El Atrio ha sido cerrado, ministra. Todos los presentes están siendo interrogados, y cuando terminemos se los hará pasar por una Perdición del Ladrón que hemos instalado en el Atrio, para asegurarnos de que no estén disfrazados.

-Será inútil. Potter no es tan tonto como para venir aquí personalmente -dijo Crouch, desanimada-. Lo más seguro es que haya mandado el Patronus desde algún lugar seguro.

-Aún así, quiero asegurarme de que todos sean revisados.

-Hazlo -dijo Crouch-. Es tu tiempo, al fin y al cabo. Yo me iré a mi casa.

-No entiendo cómo dejó irse a Harry Potter. Su presencia aquí indica claramente que él sabía lo que iba a suceder.

-¿Y qué? ¿Piensas que podemos tocarle un solo pelo de su despeinada cabeza? Harry Potter lo sabía, pero no hay nada que podamos hacer al respecto. Créeme, la clave para encontrar a Albus está ahí afuera, no en el Ministerio.

-Como quiera -dijo Dawlish ásperamente-. Yo seguiré con mi trabajo.

Y sin esperar a que la ministra lo despidiera, el jefe de los Aurores se levantó y se fue.

Servilia suspiró. Dawlish la odiaba desde que el año anterior ella incumplió su promesa de no presentarse a la reelección y apoyar su candidatura a ministro. Durante su mandato, después del exilio de Potter, Servilia se había dedicado a comprar las lealtades de numerosos Aurores, preparándose para cuando llegase el momento de romper su palabra y librarse de Dawlish. No obstante, Dawlish había aceptado o fingido aceptar la reelección de Crouch, y ella no había necesitado recurrir a “sus” Aurores para eliminarlo. Con el paso de los meses, Dawlish se volvía cada vez más insolente y le hacía preguntarse si no habría sido mejor matarlo de todos modos.

La ministra clavó sus ojos en la otra persona que estaba en la oficina, Isaac Prewett, que se había sentado en un sillón y había escuchado la conversación entre Servilia y el jefe de los Aurores sin intervenir. Tras la salida de Dawlish, el muchacho se puso de pie, esperando órdenes de Crouch.

-Cierra la puerta -dijo Servilia, e Isaac la obedeció enseguida, colocando un encantamiento cerrojo y un hechizo silenciador-. Quítate la ropa -añadió, en el mismo tono sereno con el que había dado la orden anterior.

Isaac no se inmutó. Se quitó la túnica de gala, se desató los zapatos, se quitó las medias, se desabotonó la camisa y el pantalón y finalmente se sacó la última prenda, sus boxers negros. Hizo todo eso con la misma naturalidad con la que se hubiera desnudado para bañarse.

Servilia se puso de pie, caminó hacia Isaac y se puso a observar su cuerpo. El pecho musculoso, la piel blanquísima, el pene circuncidado y rodeado de vello rojizo que se iba endureciendo cada vez más, las nalgas redondeadas… Era perfecto.

A continuación Servilia se quitó toda su ropa. Seguía siendo una mujer atractiva, y era muy conciente de ello. Sus senos estaban un poquito menos erguidos que en su juventud y sus caderas eran un poquito más anchas, pero continuaba conservando su hermosura casi intacta.

-Acuéstate en el piso -dijo Servilia cuando comprobó que el pene de Isaac estaba totalmente erecto. Isaac se tendió boca arriba, con su pene enhiesto como un mástil, y Servilia se colocó encima de él.

No había mejor manera de descargar tensiones que estar con Isaac. Él era tan dócil, estaba tan dispuesto a complacerla… No solamente tenía el físico que ella buscaba, sino que además tenía la actitud correcta: total y completa sumisión a sus deseos. Isaac jamás le había pedido cargos públicos, jamás trataba de averiguar información confidencial y jamás, después de todos esos meses de relación, le había dado muestra alguna de estar enamorado de ella. Era puro sexo lo que ella buscaba con él, y era puro sexo lo que él aceptaba de ella.

Desde los cuarenta años Servilia se había dedicado a acostarse con chicos jóvenes. Por lo general eran más jóvenes aún que Isaac, de catorce o quince años. Otra diferencia entre ellos e Isaac era que ella buscaba muggles, personas a las que podía fácilmente someter mediante pociones de amor (no porque Servilia fuese fea, sino porque solo así podía hacer que los chicos hicieran exactamente lo que ella quería) y luego borrarles la memoria. Nunca había dirigido sus redes hacia magos, y mucho menos hacia alumnos de Hogwarts, en sus años como profesora y directora del colegio; si bien ella no conocía el refrán “No cagues donde comes”, lo aplicaba a rajatabla.

En los años posteriores al asesinato de Hugo Weasley, ella se volvió más selectiva. Ahora buscaba adolescentes pelirrojos. Nunca se planteó si hacía eso para homenajear o para burlarse de la memoria de Hugo; simplemente lo hacía.

Isaac había roto su modus operandi. Había conocido al muchacho como alumno en Hogwarts, pero recién comenzó a interesarse en él cuando Francis Fedden, que se había dedicado a acumular cargos en las distintas comisiones de trabajo del Parlamento con gran ahínco, empezó a reunirse con cada vez mayor frecuencia con ella, trayendo a su atractivo asistente. Servilia se sentía cada vez más tentada, y tuvo su oportunidad cuando Fedden se enfermó y envió a Isaac, en quien delegaba multitud de tareas, para que se encontrase con la ministra. El plan de Servilia era simple: decirle a Isaac que quería tener relaciones con él, y si él se rehusaba, borrarle la memoria.

Sin embargo, Isaac aceptó su propuesta enseguida. Y el sexo con él fue muchísimo mejor que todas sus anteriores experiencias con chicos más jóvenes. Pues si bien muchos de ellos eran más hermosos que Isaac, todos debían ser manipulados mágicamente para que se comportasen como debían. Isaac, en cambio, se sometía a ella sin resistencia alguna, y eso era lo más excitante de todo.

De haberse enterado alguien de su relación, la primera conclusión que hubiera sacado es que Isaac había conseguido sus cargos gracias a ella. Eso era cierto en el caso de su banca en el Parlamento mágico; cuando Fedden se lo recomendó para formar parte de la lista ella aceptó su sugerencia pensando en que así les sería más sencillo encontrarse en su despacho sin levantar sospechas. Pero la idea de convertirlo en presidente del Parlamento era harina de otro costal; por un lado, Servilia quería apartar de su puesto a Percy Weasley, a quien aún consideraba un rival peligroso. Por otro, lo que había dicho en su discurso acerca del mayor peso demográfico -y por ende, político- de los magos y brujas jóvenes era cierto, y darle un cargo de tal importancia a un muchacho de veintitrés años era una jugada políticamente hábil de su parte.

Isaac acabó un poco antes que Servilia, y la ministra sintió su propio orgasmo solo instantes después de percibir el chorro de semen saliendo del pene del flamante presidente del Parlamento. Por un momento completamente satisfecha y sin pensar en Albus Potter y su reciente desafío, la ministra se incorporó, se limpió con un hechizo y comenzó a recoger sus ropas.

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