Nadie está a salvo

[NOTA 1: Quiero pedirles disculpas por el retraso en la publicación del capítulo, adelantarles que —si todo sale como planeo— el próximo capítulo se publicará el viernes 14/8 y recomendarles visitar este blog en el que trabajan Aura y DrHallows.

NOTA 2: También quiero manifestar mi adhesión a la iniciativa de Eoluz, en el sentido de que todos subamos una foto de nuestro rostro a Gravatar. No creo que convierta a los comentarios de las entradas del blog en un Museo del Terror, pero sí pienso que ayudará a hacer más personales los intercambios de opiniones, en el mejor sentido de la palabra. Me alegra que Aura, Alejandro-kun, Albus Potter, Mateo, Geo, Greensnake y, por supuesto, el propio Eoluz (perdón si me olvido de algun@), se hayan sumado, y espero que no sean los únicos.

NOTA 3: Por cierto, el jueves conocí a mi grupo de alumnos. No parece que vayan a ser un problema, por ahora. ¿Quieren que escriba un post contando cómo la pasé?

NOTA 4: Es una pena que nadie escuche mis canciones, pero seguiré poniéndolas. Elegí esta porque los hechos narrados en el capítulo trascurren un 19.]

Servilia Crouch observó el cuerpo sin vida de Ron Weasley, como si tratase de encontrar en él la respuesta a los interrogantes que la asediaban.

Una hora antes, los Aurores habían recibido una lechuza con una carta anónima que les informaba que Albus Potter había sido visto en el edificio de departamentos muggle donde vivía su tío en Manchester. Una partida de veinte Aurores había sido enviada al edificio a toda velocidad; los magos colocaron un hechizo anti-Aparición alrededor del lugar y diez de ellos formaron un cerco humano para vigilar todas las posibles entradas y salidas. También mandaron a dos Aurores a volar en escoba sobre el tejado del edificio, para asegurarse de que Albus no huyera utilizando ese medio. Lo único que no podían impedir era la posibilidad de que el chico usase un Traslador para irse, y por eso los ocho Aurores restantes entraron al edificio sin siquiera esperar a que sus colegas terminaran de asegurarlo.

Tiraron abajo la puerta del departamento, pero lo único que hallaron fue a Ron Weasley desnudo y desangrado en la bañera, con una navaja en la mano. Registraron minuciosamente la vivienda, asegurándose de que Albus no se hubiera escondido trasformándose en algún mueble o utilizando un Encantamiento Desilusionador, pero todo fue en vano. Pronto comprendieron que el muchacho era quien había enviado la carta, con el único objetivo de hacer que fuesen los Aurores quienes encontrasen el cadáver, y se ocupasen de él.

Eran ya las primeras horas del diecinueve de marzo cuando la ministra Crouch llegó al edificio, rodeada por su habitual guardia de Aurores. Pidió que la dejaran sola en el baño con el cadáver, al que no habían movido. Su orden fue obedecida hasta que, unos quince o veinte minutos después, llegó John Dawlish.

—Ministra —la saludó Dawlish, contemplando impasible el cuerpo de su ex colega y jefe.

—Hola, John —dijo Crouch en tono cansado.

—Una terrible pérdida —dijo Dawlish.

—No digas tonterías, la vida de Weasley carecía de sentido hasta para él mismo.

—¿Por eso se suicidó? —preguntó el jefe de los Aurores.

—¡Por supuesto que no! ¡Ron Weasley no se suicidó! ¿Cómo podría suicidarse un héroe de guerra tan condecorado como él? —protestó Crouch, mirándolo fijamente a los ojos— Ronald Weasley fue forzado a suicidarse por medio de una maldición Imperius. Esa será la versión oficial.

—Y el responsable, por supuesto, es Albus Potter.

—Claro que sí. Quiero que te reúnas con el editor de El Profeta lo más pronto posible. Quiero que la noticia esté en primera plana en la edición de hoy, y creo que aún hay tiempo. ¿Qué hora es?

—La una y media.

—Sí, alcanza. También quisiera que una foto del cadáver se “filtre” —añadió la ministra—. Conviene mostrar este crimen con lujo de detalles.

—Entonces, si no tiene inconvenientes, le informaré a la familia Weasley antes. No queremos que se enteren por El Profeta, ¿verdad? El Ministerio quedaría mal parado.

—Hazlo.

***

La primera reacción de Harry al enterarse de la muerte de Ron fue utilizar la Red Flu para ir a la casa de Hermione y Rose. Las encontró en la sala de estar, abrazadas y con una carta idéntica a la que él había recibido de John Dawlish en el regazo de Hermione.

—¡Oh, Harry! —exclamó Hermione, poniéndose de pie y extendiendo sus brazos hacia su cuñado y amigo— ¡Lo amaba! ¡Lo amaba tanto! ¡Y nunca pude perdonarlo!

Harry no pudo hacer más que sostenerla entre sus brazos, tan incapaz de lidiar con sus sentimientos como con los de ella. Rose, entretanto, se enjugó las lágrimas y releyó la carta.

—Aquí dice que… que Albus lo asesinó.

—No puede ser verdad —dijo Harry de inmediato.

—¿Por qué no, tío? —preguntó Rose, frunciendo el ceño— Ya intentó asesinarlo una vez. ¿Qué le impediría volver a hacerlo?

—Conozco a mi hijo. Su intento de matar a Ron lo hizo en el calor del combate; no fue, o más bien no hubiera sido, un asesinato a sangre fría —dijo Harry.

—¡Despierta! ¡Tu hijo es perfectamente capaz de cometer ese tipo de asesinatos, y tú lo sabes! ¿O hace falta que te recuerde lo de los Aurores que Crouch mandó a Francia? —gritó Rose.

—¡Basta! —chilló Hermione— ¡No quiero oír más! ¡No quiero escuchar otra vez el nombre de Albus Potter! ¡Mi esposo está muerto! ¡Tu padre está muerto! —gritó, dirigiéndose a Rose— ¡Tu mejor amigo está muerto! —gritó a Harry— ¿Acaso no se dan cuenta de lo que eso significa?

—Perdóname, Hermione —dijo Harry besándola en la frente—. Estoy tan conmocionado como tú, y estoy seguro de que ocurre lo mismo con Rose.

—Así es. Lo siento, mamá —dijo Rose, acercándose y apoyando la mano en el hombro de Hermione.

—¿Qué voy a hacer ahora? —preguntó Hermione.

—Hay que organizar el funeral —dijo Harry—. Tú eres su viuda, por más que hayan pasado tantos años separados. Escribiré a Dawlish para que te entreguen a ti su cuerpo.

—No quiero hacerlo aquí —dijo Hermione—. Sé que es la costumbre, pero no puedo soportar la idea de tener que velarlo en mi casa.

—Está bien, lo haremos en el número doce de Grimmauld Place —dijo Harry enseguida.

—¿Qué hay de los abuelos y los tíos? —preguntó Rose.

—Ellos estarán presentes, por supuesto —dijo Harry, armándose de valor ante la idea de ver a su esposa nuevamente—. Al igual que en el entierro. La carta… también dice que alguien debe ir al departamento donde vivía a… a reconocerlo. Un familiar. ¿Quieren que sea yo?

—Sí, Harry. No podría soportar verlo de nuevo.

—¿Quieres que el ataúd esté cerrado, entonces?

—Al menos mientras yo esté en la habitación —dijo Hermione—. Si alguien desea verlo, saldré por un momento.

—Creo que es posible. Bien, Hermione, tengo que irme a Manchester.

Y tras darle otro beso, retornó a las llamas verdes de la chimenea.

***

El departamento de Ron seguía lleno de Aurores, pero muchos menos que antes. Crouch continuaba allí, y apenas vio a Harry se levantó y caminó hacia él.

—Oh, Harry, lo lamento tanto. Si hay algo que pueda hacer, solo dímelo…

—Gracias, ministra —dijo Harry, eludiendo su mirada. A diferencia del diecisiete, hoy no podía hacer frente a Servilia Crouch con tanta entereza y habilidad—. ¿Dónde está?

—Sigue en el baño, pero ya lo sacamos del agua y lo limpiamos. Acompáñame.

—¿Cómo supieron lo que había ocurrido?

—Los Inefables detectaron una maldición Imperius en el edificio. Lamentablemente desconocíamos que Ron o cualquier otro mago viviera aquí, por lo que tuvimos que registrar el lugar departamento por departamento. Y luego borrarles la memoria a los muggles que viven en ellos, lo cual como deducirás es una tarea larga y engorrosa. Si tan solo hubiéramos tenido mejores datos…

—Estoy seguro de que hicieron lo mejor posible —dijo Harry. Un Auror lo saludó con una respetuosa inclinación de cabeza y les abrió la puerta del baño.

El cuerpo de Ron había sido retirado de la bañera, depositado en el suelo y cubierto por una manta. Harry notó el bulto de su barriga ahora prominente debajo de la tela y por un instante pensó que se trataba de otra persona, pero cuando levantaron la parte que tapaba su rostro lo reconoció. Su cara estaba abotagada, pero era la de su mejor amigo. Parecía más pálido que nunca, pero sus facciones tenían una expresión pacífica.

—Es él —dijo Harry sin vacilar, y dio media vuelta para salir de la habitación. No confiaba en contener sus lágrimas si seguía viendo a Ron… ni su estómago.

***

Cuando Albus terminó de hablar, Valerie sonrió.

—Lo hiciste muy bien, amor. Si alguien merecía una muerte tan patética y solitaria, ese era tu tío.

—Gracias.

El penthouse de Albus en Soho había costado una fortuna, pero el chico había estado más que dispuesto a desembolsarla. “Al fin y al cabo”, había pensado, “mi bolsa literalmente no tiene fondo, y no vale la pena pelear una guerra desde una trinchera mugrienta si uno es general”.

No obstante, vivir en un lugar tan público como el Soho había obligado a Valerie y a Albus a tomar precauciones para evitar ser reconocidos. No es que siguieran siendo fugitivos del gobierno muggle, pero durante varios días sus rostros habían estado en todos los periódicos, revistas y pantallas de TV como los de una pareja de asesinos adolescentes, y el primer ministro de los muggles jamás había aclarado públicamente su inocencia; simplemente había hecho que dejaran de mostrar sus caras. De modo que algún muggle memorioso podía reconocerlos, alertar a la Policía y traerles problemas —no por los oficiales muggles en sí, sino porque atraerían la atención del Ministerio de la Magia. Tras pensarlo por un tiempo, decidieron descartar la Poción Multijugos y optar por una poción envejecedora. Con ella, parecían de cuarenta años en vez de veintitrés, y esa diferencia bastaría para hacer dudar a ese memorioso, entrometido e hipotético muggle.

Solo en la intimidad del penthouse los chicos tomaban una poción que deshacía los efectos de la otra, convirtiéndolos de nuevo en los veinteañeros que eran.

Valerie había esperado a su novio en la cama, pero había insistido en conocer la muerte de Ron Weasley con lujo de detalles. Se deleitaba en ellos mucho más que Albus.

—Crouch seguramente dirá que lo mataste. No permitirá que se sepa que se suicidó —dijo Valerie tras unos momentos de reflexión.

—Es cierto. Pero no tiene la menor importancia. Ninguna persona sabe la verdad aparte de los que estamos en esta habitación, a menos que contemos al Dementor como una persona. Crouch probablemente dirá que usé un Imperius con Ron. Y los que no crean su versión pensarán que él realmente se suicidó sin ninguna intervención de nuestra parte. O sea, tanto unos como otros desconocerán la verdad.

—Tal vez sea lo mejor —afirmó Valerie, desviando la mirada hacia los amplios y bellos ventanales de su dormitorio, que mostraban una vista panorámica de los rascacielos londinenses. Estiró la mano hacia el muslo de Albus y comenzó a acariciarle el bulto del pene, que comenzó a endurecerse casi enseguida. Tanto ella como él lo necesitaban.

***

El funeral de Ron estuvo muy concurrido. No solo aparecieron los Weasley, sino prácticamente todos sus compañeros de año en Hogwarts y algunos colegas de la División de Aurores. Servilia Crouch envió una enorme corona junto con una carta de condolencias dirigida a Hermione, en la que se lamentaba de no poder ir personalmente a despedirse de Ron; adujo tener “asuntos públicos de gran importancia” de los que ocuparse. La viuda de Ron quemó la carta y se lavó las manos con las que la había tocado, aunque no pudo hacer lo mismo con la corona, como habría deseado. Había que mantener las apariencias.

La comidilla de aquellos de los presentes que no estaban totalmente afligidos —o sea, la gran mayoría— fue el descarado amarillismo de El Profeta. Ninguno había tenido el mal gusto de llevar algún ejemplar al velorio, pero no había quien no recordase la foto de Ron Weasley en una bañera cuya agua se había vuelto totalmente roja por la sangre; no podían olvidar el aspecto de sus muñecas cortadas, ni la navaja en su mano. John Dawlish había anunciado que ordenaría una investigación interna en la División para determinar quién había tomado las fotos o permitido la entrada a la escena del crimen del fotógrafo de El Profeta.

Harry Potter estaba todo el tiempo cerca de Hermione, dispuesto a ayudarla en cualquier cosa que ella necesitase. Cuando llegó la hora convenida para abrir el ataúd, la acompañó a su despacho y se quedó con ella hasta que les avisaron que lo habían vuelto a cerrar.

De todos los familiares de Ron, la que parecía más devastada era su madre Molly. Harry todavía la apreciaba a pesar de que sus relaciones con ella se habían enfriado tras su separación de Ginny, y realmente lamentaba verla en tal estado. No obstante, Molly tenía a su esposo, sus hijos y sus nietos —al menos casi todos— para consolarla; no necesitaba a un yerno que se había alejado de la familia para eso. Hermione solo los tenía a Rose y a él.

En cuanto a Ginny, Harry apenas la vio. La saludó cuando llegó acompañando a sus padres, pero no buscó encontrarse a solas con ella. No había cambiado mucho en los años que llevaban sin verse, pero el hecho de que conservara su belleza intacta lo dejó más bien indiferente.

No obstante, cuando Hermione y él salieron de la oficina y se dirigieron hacia la escalera, Ginny lo abordó.

—¿Puedo hablar contigo un momento? —le preguntó.

—No lo sé… —dijo Harry, pero Hermione intervino.

—Por supuesto que puede. Puedo arreglármelas sola a partir de ahora, Harry.

Y sin dejar que Harry insistiera, bajó sola a la planta baja de la casa, dejando a su amigo a solas con su esposa.

—¿Cómo has estado? —preguntó Ginny.

—No muy bien —respondió Harry, lacónico.

—Y desde que… desde que él mató a Ron debes sentirte peor.

—No presumas saber cómo me siento y cómo no, Ginevra. Hace casi cinco años que no vivimos juntos. Lo único que estoy dispuesto a compartir contigo es la responsabilidad por nuestros hijos… al menos por los que a ti te importan. Eso es todo.

—¡Harry, abre los ojos! ¿Cómo puedes seguir creyendo que Albus es inocente de todo lo que lo acusan?

—Él es mi hijo. Y a diferencia de ti, eso significa algo para mí.

—¡Sí, una excusa para perdonarle todo lo que hace!

—No pienso volver a tener esta conversación contigo, Ginevra —dijo Harry, componiéndose—. Estoy aquí para despedir a… a quien fue mi mejor amigo durante casi toda mi vida, y a quien fue mi cuñado.

—¿Por qué hablas en pasado con respecto a lo segundo? Él seguía siendo tu cuñado al morir, pues yo sigo siendo tu esposa.

—Solo de nombre.

—¿Quieres decir que jamás volverás conmigo?

—Si cambiases tu actitud hacia nuestro hijo, lo consideraría. Pero eso jamás sucederá, ¿verdad?

—No.

—¿Ni siquiera aunque se demostrase irrefutablemente que él es inocente de los crímenes de los que lo acusaron en 2024?

—Eso es imposible —dijo Ginny—. Él es culpable, Harry. No me importa qué pruebas pueda inventar, él jamás dejará de ser culpable para mí.

—No entiendo qué vi en ti que me hizo enamorarme —dijo Harry—. No tienes corazón.

Y sin decir nada más, le dio la espalda y bajó a reunirse con Hermione.

***

Peter Bakewell terminó su turno a las diez de la noche. Era una suerte que hubiera conseguido que lo transfirieran de la mañana a la tarde, pues él odiaba levantarse temprano. Normalmente le habría costado poco persuadir a Dawlish, pero el hecho de haber estado entre los Aurores que custodiaban a Albus Potter durante el malogrado juicio que celebraron en su contra en diciembre de 2024 le había impedido obtener favores suyos durante un tiempo. El hecho de que el propio Dawlish y la mismísima ministra Crouch hubieran estado presentes en el tribunal y no hubieran conseguido evitar la fuga de Potter y Valerie Rosier no les había hecho ver con mejores ojos a los Aurores que habían fracasado en la tarea de vigilar a los prisioneros.

Pero el tiempo había trascurrido, y poco a poco a Bakewell volvieron a encomendarle misiones delicadas, lo que eventualmente le permitió pedirle a Dawlish ser transferido al turno vespertino. En el último año y medio, la atmósfera en la División se había vuelto extraña, cargada de tensión. Los Aurores desconfiaban unos de los otros, pero no había sido hasta dos semanas atrás que Bakewell había averiguado el motivo. Aparentemente Servilia Crouch estaba sobornando a algunos Aurores. ¿Para qué? Nadie osaba decirlo. Pero todos sabían que el Jefe y la ministra se llevaban cada vez peor.

Bakewell se había enterado por un motivo simple: uno de sus colegas le había ofrecido estar en la nómina de Crouch. Y Bakewell aún no había decidido si aceptar o no. La posibilidad de enemistarse con Dawlish lo asustaba tanto como la posibilidad de enemistarse con la ministra. Últimamente pensaba que lo más prudente sería pedir que lo asignasen a un trabajo de escritorio, en los archivos de la División, hasta que la situación se definiese.

El Auror vivía con su mujer y sus dos hijos en una casita en el barrio de Newham. Bakewell lo consideraba un lugar tranquilo, pese que la presencia de tantos musulmanes lo ponía incómodo. Por eso, cuando encontró la puerta de su casa entreabierta y vio la mesita del teléfono volcada, lo primero que pensó era que esos malditos “cabeza-de-toalla” habían enloquecido por fin y se habían puesto a asaltar las casas de las familias blancas y cristianas del barrio.

No obstante, los rastros de magia le hicieron ver que esto no era un ataque de muggles. Alguien había disparado varios hechizos defensivos, y cuando entró a la cocina y vio el enorme charco de sangre junto a la silla destrozada, comprendió que algo aún más terrible había pasado. Las manchas parecían mostrar que un cadáver había estado tirado allí durante un tiempo, y que luego lo habían arrastrado hacia los dormitorios. Pudo percibir los rastros de un hechizo, magia oscura, pero la ansiedad por saber qué había pasado fue más fuerte y no se puso a ver qué hechizo era exactamente. Corrió hacia los dormitorios siguiendo el rastro de sangre y entró con la varita levantada al cuarto de sus hijos… donde vio otros dos grandes charcos de sangre en las camitas. Y de nuevo, rastros de magia oscura, más intensos porque se habían realizado dos hechizos y no uno en la habitación.

“Sectumsempra”, fue lo último que pensó antes de colapsar por el impacto emocional. No alcanzó a ver la inscripción que habían hecho en la pared con la sangre.

NADIE ESTÁ A SALVO. ENTREGUEN A CROUCH Y NOS DETENDREMOS. SIGAN JUNTO A ELLA Y A SUS FAMILIAS LES PASARÁ LO MISMO.

ASP

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