La nueva lista

Durante un largo rato Jezebel se quedó estupefacta mientras Burke la miraba con resignación desde su sillón y Albus esbozaba una semisonrisa.

—¿Burke, qué haces aquí? ¿Te tiene cautivo?

—No.

—¿Significa eso que ahora trabajas para Potter? ¿Para el hombre que no solo asesinó a tus hijos y a tu madre sino que además te mostró su cabeza para aumentar tu sufrimiento? ¿Has perdido la razón?

—Los niños están bien —dijo Burke pacientemente.

—¿De modo que ellos son los que Potter tiene cautivos? ¿Y tú confías en él?

—Él me ha asegurado que nada les pasará mientras yo coopere con su plan.

—Es cierto —intervino Albus—. ¿Por quién me tomas? ¿De veras crees que yo sería capaz de asesinar, mutilar y violar niños? Las familias no sufrirán el menor daño mientras…

—¿“Las familias”? ¿Quieres decir que hay más Aurores metidos en esto?

—Todos, Jezzie, todos —dijo Albus—. Todos aquellos cuyas familias desaparecieron están ahora trabajando para mí.

—No puedo creerlo. En verdad, no lo creo. ¿Cómo puedo saber que están diciéndome la verdad? ¿Cómo puedo saber si ese es realmente Burke, para empezar?

—Pregúntale algo que solo Harry Burke podría contestarte.

Jezebel reflexionó durante algunos instantes y luego dijo:

—Dime, Harry: ¿en qué fiesta del Ministerio te emborrachaste y trataste de seducirme, la de Nochebuena o la de Año Nuevo?

—En ninguna —dijo Burke sin vacilar—. Jamás le he sido infiel a Rachel, ni intenté hacerlo.

—Muy bien, eres tú. Ahora dime, ¿has visto a tus hijos con tus propios ojos?

—Sí.

—¿Puedo verlos yo?

—¿Por qué no? —dijo Albus. El joven mago caminó hacia la puerta, la abrió, asomó su cabeza afuera y dijo a alguien que Jezzie no pudo ver:

—Trae a los hijos de Burke.

Siguieron algunos minutos de espera tensa, mientras Jezebel se ocupaba de verificar que su padre, que seguía inconsciente y tendido en el suelo, estuviera totalmente ileso. Por fin la pesada puerta de hierro volvió a abrirse y el hijo y la hija de Harry Burke ingresaron a la habitación. Jezzie los había visto una sola vez, en una fiesta del Ministerio, y al margen de los centímetros que habían crecido en el lapso de tiempo trascurrido desde aquella ocasión, no los encontró cambiados. Parecían tenerle miedo a Albus, pese a la manera afectuosa en que él los trataba, pero aparte de eso parecían estar en perfectas condiciones. Jezebel, de todos modos, les preguntó si habían sufrido algún maltrato en manos de Potter, y los niños lo negaron; Jezzie tenía buen instinto para detectar mentiras y supo enseguida que estaban siendo sinceros en ese punto.

—Gracias, niños —dijo Albus cuando vio que Jezzie estaba convencida—. Pueden volver con su abuela.

Y si Jezebel necesitaba algo más para creer que la persona sentada frente a ella era Harry Burke y no uno de los secuaces de Albus disfrazado con la poción Multijugos, la despedida de Burke y sus hijos y la mirada nostálgica y desolada con la que los vio irse alcanzó para disipar cualquier duda al respecto.

—Todavía tienes mucho más para explicar, Potter —dijo Jezebel, mirando a Al con dureza—. Para empezar, se detectaron rastros de la maldición Sectumsempra en los lugares que atacaste.

—Sí, la utilizamos, pero no contra nadie —explicó Albus—. Simplemente cortamos unos almohadones. El objetivo era solo dejar los rastros.

—¿Y la sangre? —inquirió Jezebel.

—Donaciones. Apuesto a que a ustedes no se les ocurrió hacer análisis de ADN, ¿no?

—¿“Adeene”? ¿Qué es eso?

—Una técnica muggle que permite saber a qué familia pertenece una persona. Si la hubieran usado, cotejando la sangre que dejamos con la de los familiares de las supuestas víctimas no habrían encontrado ningún parentesco, pues la sangre pertenecía a unos mendigos a los que le pagué unas doscientas libras por cabeza.

—¿Y los dedos, el cuero cabelludo…?

—Robados de las morgues muggles. Consideré que le darían más credibilidad a los ataques.

—¿El semen?

—Lo mismo que la sangre, donaciones. Te sorprendería la cantidad de cosas que se pueden conseguir por dinero. Podría haber dejado órganos humanos en las casas de haber pagado lo suficiente.

—¿Y la cabeza?

—Una réplica, aunque de un material nuevo. Es mucho más eficaz que la cera para plasmar los rasgos de las personas, pero necesita conservarse frío para no disolverse.

—¿Dónde están las otras familias?

—Aquí mismo, muy bien custodiadas aunque no por eso menos cómodas que en sus casas —dijo Albus—. Por supuesto, hay más de mis amigos detrás de esa puerta, así que ni pienses en organizar un rescate, Jezzie. Estás en inferioridad numérica.

—No pensaba hacerlo…

—Por supuesto que sí. Tú no serías tú si la idea no se te cruzara por la cabeza. Es por eso que quiero tenerte en mi equipo.

—¡Pero por supuesto! —exclamó Jezzie irónicamente— ¿Tengo que dejarte a mi padre aquí, como garantía de mi buena conducta?

—Burke, quisiera que nos dejes a solas. Ya no necesitaré tus servicios hoy; pídele a alguno de mis amigos que te lleve de vuelta a tu casa.

El Auror asintió y abandonó la habitación sin despedirse.

—No quiero tomar a tu padre de rehén. Y el motivo por el que no quiero hacerlo es porque lo que espero de ti es algo muy diferente de lo que espero de Burke y los otros Aurores. Yo solo quiero que ellos me obedezcan.

—¿Y qué quieres que haga yo?

—Quiero que me seas leal. Quiero que seas un soldado mío en cuerpo y alma. Y hay muy pocos magos y brujas de los que pueda decir eso. La mayoría de los que están en mi bando me sirven por codicia o por miedo. Solo un puñado me son realmente leales, solo un puñado comprende y comparte esta causa.

—Primero que nada, creo que deberías explicarme en qué consiste esa causa —dijo Jezebel, cuya voz y gesto se habían suavizado significativamente.

—De acuerdo. Comencemos por el principio. Cuando tenía dieciséis años, como probablemente recordarás, me envenenaron…

***

Una hora después, Jezebel Smith apareció en el Atrio del Ministerio de la Magia. Para ese entonces, los Aurores habían ido a los terrenos de su casa al detectar las Maldiciones Asesinas de Donald Ackerley, y ya habían encontrado su cuerpo. La llegada de Jezzie les permitió reconstruir la historia: Potter había atacado la casa de los Smith, pero Jezebel había tenido suficiente habilidad como para alertar a su compañero Donald de la presencia del enemigo en su hogar, y para escapar ilesa junto a su padre.

Ackerley, desdichadamente, no había actuado en forma tan atinada como su compañera. En vez de buscar refuerzos había ido solo a la casa de Jezzie, y se había encontrado con Potter en los bosques, siendo asesinado por él. Jezzie, no sabiendo que su compañero estaba en peligro, había pasado primero por San Mungo para dejar a su padre al cuidado de los Sanadores, y solo después había ido al Ministerio.

—Es trágico —reflexionó Servilia Crouch frente a Dawlish y a Isaac—, pero al menos la muerte de Ackerley no puede ser atribuida a ninguna negligencia por parte del Ministerio. Ese chico se cavó su propia tumba al ir solo.

—Es posible que actuase por ambición —opinó Isaac—. Quizá quería atrapar a Potter por su cuenta.

—Es verdad —reconoció Crouch—. En todo caso, fue un imbécil. Puede que Potter esté loco, pero no por eso deja de ser uno de los magos oscuros más peligrosos de la actualidad. ¿Cómo podía capturarlo un Auror tan joven como Ackerley?

—Despotricar contra Ackerley no sirve de nada —dijo Isaac—. Hay que decidir cómo lo vamos a presentar ante los medios.

—Ackerley fue un héroe, por supuesto. Murió porque el bienestar de su compañera le preocupaba más que su propia seguridad. Una vez más, el monstruoso Albus Potter pone fin a una vida joven y prometedora… Sí, ya puedo imaginarme el artículo de El Profeta —dijo Crouch con un gesto cínico—. No creo que amerite que yo haga alguna referencia en mis discursos, por otra parte. No pienso perder más tiempo con ese subnormal cuyo lugar probablemente estaba más en Hufflepuff que en mi propia Casa, Ravenclaw.

—Por otro lado, el accionar de Smith es muy elogiable —dijo Isaac—. Logró escapar de Potter, salvando no solo su vida sino la de su padre Zacharias. Es la primera vez que uno de sus ataques le sale mal. Yo diría que ella será una heroína más creíble que Ackerley.

—Coincido —dijo Servilia—. Le daré una Orden de Merlín… de segunda clase. Al fin y al cabo, ella escapó en vez de quedarse a pelear con Potter, ¿verdad?

Isaac asintió, y Dawlish alzó las cejas con indiferencia.

En verdad, el incidente entre Potter y Smith estaba muy alejado de sus pensamientos. Dawlish seguía dándole vueltas a la cuestión de las desapariciones. Había una pieza que no encajaba de ninguna manera, y era lo bien que estaba saliendo todo para Crouch en términos de relaciones públicas. Ella había conseguido dirigir exitosamente toda la indignación de la gente hacia Albus y no hacia el Ministerio, y estaba confiada en que el joven terminaría destruido.

Pero Dawlish conocía a Potter. Quizá no había tratado con él tanto como Servilia, pero sabía que era un adversario temible. Si bien por un tiempo él había compartido el optimismo de la ministra, ahora entendía que Potter no era la clase de persona capaz de seguir insistiendo una y otra vez con una estrategia tan errónea, a menos que el objetivo de esa estrategia fuese totalmente distinto del que pensaban.

***

Había muy pocas personas a las que Jan Breydel le tuviera miedo. Albus Potter era una de ellas. No es que ese muchacho casi diez años menor que él tuviese un aspecto imponente, pero tenía unos ojos que le transmitían continuamente una sensación de amenaza contenida; como si una palabra o un acto equivocado de su parte pudieran desatar a una bestia sañuda y capaz de cualquier atrocidad. Jamás había visto a Potter enojado, y jamás quería verlo.

Breydel se había unido al ejército de Potter por pura codicia. Louis Weasley había realizado una eficaz campaña proselitista en Europa, logrando reclutar a varios magos desocupados en poco tiempo. Debido a su origen flamenco, Breydel había preferido estudiar en Beauxbatons, por lo cual su estadía en Durmstrang no le resultó muy grata. Pero era un hombre duro, y sabía que Potter acabaría por ganar la guerra, así que la soportó.

Cuando llegó el momento de organizar las células, a Breydel lo pusieron con otros dos mercenarios, un joven de Brabante llamado Pieter de Coninck, y una rusa, Agrafena Svetlova. Se llevaba razonablemente bien con ellos dos, pues sus motivaciones eran esencialmente las mismas. Lo que le fastidiaba eran las órdenes de Potter de secuestrar con vida a todos los miembros de las familias. No sabía por qué Potter quería solo fingir que los habían asesinado en vez de realmente asesinarlos. Pero como le tenía miedo a Potter, jamás osaría cuestionarlo.

Breydel y sus compañeros habían terminado con su lista de objetivos. Tres familias habían sido raptadas y entregadas a Potter para que las llevase solo Merlín sabía adonde. Breydel suponía que habría una célula destinada específicamente a custodiarlas en su prisión. Por lo pronto, Breydel y Coninck aprovechaban el tiempo libre para gastar el dinero que les entregó Potter en putas y bebidas, mientras esperaban recibir nuevas órdenes.

Fue justo en medio de una visita a su prostíbulo favorito, en el momento en que dos chicas le chupaban el pene juntas, que la moneda que usaban para comunicarse y que llevaba en el bolsillo se calentó, señal de que Potter había llegado con instrucciones. Así que les ordenó a las chicas que se apresurasen y después de acabar ni siquiera pudo darse el gusto de hacer que lo limpiasen con sus lenguas, tragándose todo el semen como a él le gustaba. Les arrojó unos billetes, se subió el calzoncillo, se abrochó el pantalón y salió de la habitación. Entró al cuarto contiguo, encontrando a Pieter con otra prostituta montada sobre él. Estaba a punto de regañarlo por no hacerle caso a la moneda cuando vio que él se había sacado los pantalones y la ropa interior y por ende no podía saber que la suya se había calentado.

—Mierda, Jan, ¿no ves que estoy ocupado? —protestó Pieter.

—Potter quiere vernos.

Esa explicación bastó para que Pieter, que le tenía aún más miedo a Albus que el propio Breydel, apartase a la mujer de un empujón y corriera hacia donde había arrojado su ropa. Estaba tan nervioso que casi olvidó pagarle al salir.

Por suerte para ambos el pasillo estaba vacío, así que pudieron Desaparecerse allí mismo y Aparecerse en el sótano del edificio del departamento que alquilaban con Agrafena. Utilizaron el ascensor para subir hasta su piso y al llegar a la vivienda encontraron a Albus sentado junto a la bruja.

—Espero no haber interrumpido nada —dijo Albus, lanzándoles una mirada glacial.

—Solo estábamos… —dijo Pieter, pero Albus lo interrumpió con un movimiento desdeñoso de su mano.

—No podría importarme menos. Los llamé porque tengo un nuevo objetivo para ustedes.

—¿Cuál es? —dijo Jan.

—Estos tres Aurores —respondió Albus, alcanzándoles un papelito con los nombres anotados.

—¿Quieres que nos llevemos a sus familias? —preguntó Agrafena, una mujer de unos veintisiete años y de aspecto agradable aunque no enloquecedoramente bella.

—Oh, no. Esa fase del plan ha pasado. Quiero que los maten a los tres, en la misma noche.

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