Un acto de piedad

El rostro de Lily le parecía borroso e irreal a Albus por las lágrimas que aún anegaban sus ojos, al igual que por la mala iluminación del cuarto. Por un brevísimo instante creyó que estaba frente a una alucinación, o a alguna otra chica pelirroja, pero luego parpadeó y comprobó que se trataba de su hermana menor.

—¿Qué haces aquí?

—Necesitaba verte —respondió la joven—. Hace años que no estoy contigo.

—¿No me viste ya en el Palacio de Cristal? —preguntó Albus con un poco de aspereza.

—No, llegué demasiado tarde. Oh, Al, ¿por qué le hiciste eso a papá? Le hiciste mucho daño…

—Lo siento mucho, pero deberá superarlo. Debe aceptar de una vez que soy mejor que él. Él ya está viejo…

—No digas eso —replicó Lily.

—Él ya tiene cincuenta años, Lily.

—¡Y Dumbledore tenía casi sesenta y cinco cuando le ganó a Grindelwald!

—Basta, Lily —dijo Albus, meneando la cabeza—. No me gusta para dónde está yendo esta conversación.

—Entonces dejémoslo. Necesito que… ¿Por qué estás cubierto de sangre? —se interrumpió Lily, mirando su túnica con espanto— ¿Estás lastimado? ¿Te hicieron algo?

—No, no, estoy bien. Yo… ha ocurrido algo terrible. Voy a tener que ocuparme de eso…

—¿Qué pasó?

—Los padres de Livius… un Dementor les dio el Beso.

—¡Por Merlín! ¡Oh, no! —exclamó Lily, y sus ojos también se llenaron de lágrimas, pues conocía a Livius y lo apreciaba mucho— ¡No lo puedo creer! ¿Es cierto?

—Los vi con mis propios ojos. Fui a liberarlos a Azkaban y… los encontré así.

—¿Pero cómo pudo pasar eso? ¿No hay Aurores en la prisión encargados de evitar que ocurran este tipo de cosas?

—Ellos tuvieron la culpa. Querían ver cómo alguien recibía el Beso. Y como los padres de Liv eran muggles y habían sido encarcelados clandestinamente, creyeron que nadie se enteraría. Los obligué a confesarlos, y cuando supe la verdad… perdí el control. Están muertos. Al menos uno de ellos lo está, al otro lo dejé agonizando. Ni siquiera… por Dios, ni siquiera recuerdo todo lo que les hice.

—¿Es su sangre, entonces?

—Sí.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—No lo sé… Sé que cuando me ponga a pensar en esto en profundidad le encontraré una especie de solución, pero simplemente no quiero hacerlo aún.

—Sabes que cuando alguien recibe el Beso no hay otra salida más que…

—No… quiero… pensar… en eso… ahora —dijo Albus.

—Ven, levántate —dijo Lily, poniéndose de pie y ayudándolo con el brazo a incorporarse—. Creo que necesitas quitarte esa ropa, bañarte y dormir un poco.

—No puedo —dijo Albus—. Tengo un montón de cosas que hacer…

—Al, en menos de cuarenta y ocho horas te has batido en duelo con dos magos muy poderosos, y hace menos de una que tuviste una experiencia traumática. Necesitas descansar. Luego tendrás todo el tiempo del mundo para hacer… lo que sea que planees hacer.

Albus hubiera querido resistirse un poco más, pero luego pensó que no convenía discutir con su hermana. Siempre la había querido mucho, y no deseaba arruinar su reencuentro por una cuestión menor. Además, la observación de Lily acerca de todo lo que había hecho en esos dos días había sido muy atinada, y le había hecho percatarse de que realmente estaba cansado. Apenas había tenido unas seis horas de sueño en todo ese lapso. De modo que accedió a ir al número doce de Grimmauld Place.

***

Cuando llegaron, Valerie se había levantado de una siesta y estaba leyendo El Profeta en la sala de estar, frente al Árbol Genealógico de los Black; a diferencia del de los Weasley, en este el nombre de Albus no estaba borrado, porque el jefe formal de la familia era Livius, no Arthur. La novia de Albus, que como buena sangre pura conocía de memoria el parentesco de todos con todos, apenas le prestaba atención al tapiz.

La sonrisa que Valerie esbozó cuando vio entrar a su novio pareció a punto de desvanecerse cuando vio a su hermana ingresar junto a él a la sala de estar. Valerie se levantó de golpe y abrió la boca para decir algo, pero en ese momento vio las manchas de sangre en la túnica y decidió que su prioridad era averiguar qué había acontecido. Albus le relató los hechos sucintamente,   aunque omitió mencionar la muerte de Terry Boot (no porque temiera la reacción de su novia, sino porque quería postergar el vérselas con la de su hermana).

Al igual que Lily, Valerie se manifestó profundamente apenada por la desgracia de Livius.

—¿Qué pasará con el señor y la señora Black? —preguntó.

—No lo sé. Los dejé en esa celda, estaba demasiado… ido como para preocuparme más por ellos. Supongo que lo humanitario será sacarlos de la prisión, tenerlos unos días en San Mungo hasta verificar que estén bien de salud, y luego… bueno, Livius deberá decidir. Pueden permanecer en San Mungo, o pueden… volver a su casa —añadió ominosamente.

—¿Crees que deberíamos… ya sabes, pedirle ayuda a Agamenón? —dijo Valerie.

—Sí. Si alguien sabe cómo ocuparse de ellos, es él. Por cierto, creo que mi hermana y tú no tuvieron oportunidad de saludarse —dijo Albus, y Lily avanzó hacia Valerie, le sonrió y la besó en la mejilla.

—¿Cómo has estado, Valerie? Es un gusto verte de nuevo —dijo en tono algo meloso.

—Lo mismo digo —replicó la joven Slytherin en un tono idéntico, abrazándola. Albus, entretanto, vio el intercambio de saludos entre ambas chicas con atención. “Aquí hay gato encerrado”, pensó. “Conozco a Valerie desde que éramos niños, y puedo reconocer su hipocresía a kilómetros de distancia. Mi hermana no le cae bien… No, no solo no le cae bien, la odia. ¿Qué habrá pasado entre ellas?”

Sin embargo, Albus también conocía lo suficientemente bien a las dos mujeres como para entender que ponerse a interrogarlas ahí mismo no solo no funcionaría, sino que sería contraproducente. Lily y Valerie podrían detestarse, pero jamás le confesarían a él la causa de esa animadversión; si les preguntaba, las dos se pondrían tácitamente de acuerdo en negarlo todo. Lo mejor era observarlas y esperar. Y pensaba exactamente lo mismo con respecto a la cuestión de por qué Lily había regresado con él en vez de quedarse con su padre.

Además, él se sentía cada vez más molido, y la perspectiva del baño y de un sueño más largo y reparador que el que ya había tenido esa mañana era cada vez más irresistible. “Que las leonas se las arreglen solas”, pensó mientras se despedía de su hermana y su novia y se dirigía a las escaleras.

***

Las brujas permanecieron inmóviles después de que Albus cerrase la puerta de la sala de estar. Solo cuando escucharon el último de sus pasos sobre los escalones, Lily dijo suavemente:

—Voy a irme a mi cuarto, Valerie. Yo también necesito algo de descanso.

—Por supuesto, querida —respondió Valerie casi con ternura—. Pero antes de que te vayas, quisiera decirte una cosita.

—¿De qué se trata?

La novia de Albus dio dos pasos que casi fueron zancadas hacia Lily y la abofeteó con todas sus fuerzas, haciéndola caer al piso. Cuando la chica alzó de nuevo el rostro, Valerie pudo ver con satisfacción que había un hilito de sangre en la comisura izquierda de sus labios, y que sus ojos estaban empapados de lágrimas de cólera y odio.

—Eso es por Copenhague, puta —dijo, antes de darle la espalda y dirigirse a la cocina por la otra puerta de la sala de estar. Pero antes de salir del cuarto, escuchó que Lily le decía, desde el suelo, en tono desafiante:

—Si yo fuera tú, me cuidaría las espaldas.

—Soy una Slytherin, cariño. Nací con ojos en la nuca —dijo Valerie sin siquiera voltearse.

***

Tal y como Albus había dicho, los padres de Livius fueron llevados primero a San Mungo, donde debieron tratarlos por malnutrición, y luego, por decisión de Liv, a su propia casa. Dado que la malnutrición no era una enfermedad o herida mágica, bastó con darles un coctel de pociones para que recuperaran el peso aproximado que habían tenido cuando los enviaron a la prisión. Las enfermeras de San Mungo también los habían bañado, y habían afeitado al señor Black, por lo que cuando Livius los volvió a ver, en el momento en que Alcyone y una de las enfermeras los depositaron en el jardín mediante la Aparición conjunta, para luego llevarlos al interior de la casa en sillas de ruedas, tenían un aspecto un poco más presentable y parecido a como su hijo los recordaba.

La enfermera les dio varias indicaciones sobre cómo cuidarlos, pero Livius apenas la escuchaba, asintiendo mecánicamente cada vez que la bruja parecía dirigirse específicamente a él. Cuando terminó, fue Alcyone quien le abrió la puerta de la casa.

Livius miró a su madre, clavando sus ojos en los de ella, con la vana esperanza de encontrar algo en ellos que le hiciera saber que la mujer que lo había parido y criado seguía dentro de ese cuerpo, pero solo vio un vacío. Y de pronto lo asaltó el recuerdo de su primer día de escuela. Como todos los niños en esas ocasiones, Livius no quería ir. Tenía miedo de que los niños que conociera en el colegio se burlasen de él —tanto por su mudez como por su nombre inusual—, que los profesores fueran malos y que él no pudiera aprender nada, pero sobre todo tenía miedo de separarse de su madre. Allison Black pareció sentir esa tensión adicional en su hijo, y antes de que el niño de seis años saliera de la vivienda, lo detuvo en el vestíbulo, le dio un fuerte abrazo y le susurró al oído:

—En unas horas, cuando vuelvas de la escuela, estaré aquí mismo. Siempre estaré aquí cuando me necesites, amor.

Y lo besó en la frente. Livius nunca olvidó la imagen de su madre en el umbral de la puerta de su casa, despidiéndolo con la mano a medida que el autobús escolar se alejaba rumbo al colegio. Y el ver a su madre convertida en una cáscara hueca en ese mismo vestíbulo donde diecisiete años atrás lo había consolado cuando tenía miedo le hizo entender el peso de lo que le habían arrebatado. Entonces, al igual que Albus unas horas antes, se derrumbó y comenzó a llorar. Alcyone lo abrazó, intentando consolarlo, pero al poco tiempo ella también se puso a derramar lágrimas, tanto por los padres de su novio, a quienes recordaba con afecto, como por el propio Livius. Mientras, Julius y Allison Black permanecían sentados en sus sillas de ruedas, insensibles como estatuas al dolor de los dos jóvenes.

***

Livius pasó una noche inquieta. Intentó valientemente alimentar a sus padres, pero solo alcanzó a darle dos cucharadas de papilla a su padre antes de volver a romper en lágrimas. Fue Alcyone quien se ocupó de darles de comer y acostarlos, utilizando para lo segundo un Levicorpus. Y, cuando en el medio de la noche, Livius lloró en sueños, fue ella quien lo tranquilizó.

El joven mudo hizo un segundo intento de alimentar a sus padres, y fue más exitoso. Pero cuando olió los excrementos en el pañal de su padre, se puso a vomitar incontrolablemente, y Alcyone tuvo que hacerse cargo nuevamente. Durante el resto del día, la muchacha se las arregló para mantener a Livius alejado de sus padres, y al mismo tiempo cuidarlos lo más concienzudamente posible. Al mediodía decidió alimentar primero a Julius y Allison y luego preparar el almuerzo para Livius y ella. Había servido ya la comida en sus platos y estaba por llamar a su novio, cuando escuchó que alguien golpeaba la puerta. El visitante al otro lado de la puerta dijo ser Agamenón Lestrange, pero como todavía no se sentía del todo segura a pesar de la derrota y encarcelamiento de Crouch, le pidió que le diera pruebas de su identidad. Solo cuando Agamenón le contó una anécdota ocurrida en la sala común de Gryffindor en los años en que ambos iban a Hogwarts Alcyone se atrevió a abrirle.

Para cuando Livius bajó, Agamenón ya estaba sentado en la mesa de la cocina y le había explicado a Alcyone el motivo de su visita. Livius y Agamenón se saludaron con un abrazo, y, tras decirle lo terriblemente apenado que se hallaba, Agamenón dijo:

—Albus y Valerie me pidieron que viniera. Creen que deberías… conocer todas las opciones en lo que se refiere a tus padres.

Livius sacó su bloc de notas y escribió: “¿Qué quieres decir con ‘opciones’?” Agamenón se ruborizó, pero como era un auténtico Gryffindor, decidió prescindir de los eufemismos.

—Eutanasia, Liv. Eso quiero decir.

El hijo de Julius y Allison se puso de pie, y por un momento Agamenón temió que fuera a golpearlo, pero se limitó a salir de la cocina, no queriendo seguir oyéndolo. Recurriendo a sus reservas de valentía, Agamenón se levantó y corrió detrás de él. Logró alcanzarlo cuando el chico estaba por subir las escaleras, y lo sujetó del brazo.

—¡Livius, detente! ¡Escúchame, por favor! No voy a andar con vueltas, ya sabes que ese no es mi estilo. Tus padres nunca van a recuperarse. Van a seguir teniendo que ser bañados, alimentados, vestidos y transportados de un lado a otro por otras personas. ¿Crees que esa es la clase de vida que querrían tener? ¡Estamos hablando de años, Liv!

Pero Livius seguía renuente a escuchar a su amigo; se zafó de un tirón y continuó subiendo. Alcyone llegó desde la cocina y le dijo:

—Por favor, Livius, hazle caso. Él no está planteando una abominación. La abominación ya la cometieron esos dos hijos de puta cuando dejaron que esa criatura… Esto será un acto de piedad…

Ahora sí Livius perdió los estribos. Volviendo tras sus pasos, pareció querer precipitarse sobre Alcyone, y lo hubiera hecho si Agamenón no se hubiera interpuesto; si bien ellos eran de la misma altura, el Gryffindor era un poco más corpulento y pudo contenerlo con facilidad. Livius intentó sacar su bloc de notas, pero se le resbaló de los dedos. Se arrodilló para buscarlo y volvió a caérsele. Ese pequeño e insignificante accidente lo hizo volver a llorar. Alcyone y Agamenón se sentaron junto a él en el escalón y lo abrazaron, descorazonados por tener que convencer a su amigo que adelantara la muerte de sus padres, pero convencidos de que era la única solución posible.

—No queda otra salida, Liv —dijo Alcyone—. ¿Tus padres querrían que los dejaras vivos a costa de su dignidad? Nadie debería vivir así, nadie debería ser obligado a vivir en el estado en que ellos se encuentran.

—Tengo un ve… una poción que los… será rápido e indoloro, como si se quedaran dormidos —acotó Agamenón—. Por favor, Livius. No hagas esto más difícil de lo que ya es.

Finalmente Livius logró recoger su bloc, y con dedos temblorosos escribió dos palabras.

“Está bien”.

***

Agamenón les dejó el veneno en dos frasquitos. También se ofreció a ser él quien se lo administrase a Allison y Julius, pero Livius se rehusó. No quería cargar a su amigo con esa responsabilidad. Así que Agamenón partió de la casa de los Black, dejando a Livius solo con sus padres y su novia. La pareja optó por llevar al señor y la señora Black al jardín, para que pudieran ver el atardecer de ese cálido día primaveral por última vez, antes de subirlos a su dormitorio y acostarlos en la cama matrimonial que habían compartido durante más de veinte años. Los colocaron boca arriba, para que fuese más sencillo hacerles tragar el veneno.

Livius besó a sus padres en las mejillas. Abrió el primer frasquito y lo acercó a la boca de su padre Julius. La mano comenzó a temblarle. Solo debía hacer un movimiento, inclinar el frasquito, y el líquido caería en la boca de su progenitor, matándolo. Livius comprendió lo que estaba a punto de hacer y se alejó de la cama, espantado.

—Livius, sé valiente —dijo Alcyone, tomándolo de los hombros—. Debes hacerlo, es por su bien.

Pero Livius negó con la cabeza una y otra vez. Alcyone estaba dispuesta a repetir sus argumentos a favor de la eutanasia, pero luego vio que su novio le tendía a ella el frasquito abierto, cuyo contenido no había derramado, y el segundo frasquito, que continuaba cerrado. Tras una breve vacilación, Alcyone los tomó entre sus manos.

—¿Quieres esperar afuera?

Su novio asintió, se acercó a la cama y volvió a besar a sus padres. Cuando la puerta del dormitorio se cerró, Alcyone respiró hondo, se aproximó a Julius y vació el contenido del frasco en su boca abierta. El padre de su novio aspiró una última bocanada de aire, y luego dejó de respirar. Llorando pero decidida a completar la faena, Alcyone destapó el otro frasquito y vertió el veneno en la boca de Allison, que falleció enseguida. Tras utilizar su varita para desvanecer ambos frascos y materializar un pañuelo con el que secó sus lágrimas, Alcyone salió al pasillo, miró a Livius y dijo:

—Ya está.

NOTAS

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