Exilio y ajusticiamiento

Michael Corner le entregó la carta que acababa de recibir a su mujer, Lisa. Recién habían vuelto de los funerales de Anthony Goldstein y Terry Boot, los mejores amigos de Michael, que habían sido asesinados con apenas un día de diferencia, y todavía estaban muy aturdidos.

Cuando Lisa Turpin Corner hubo acabado de leer la misiva, miró a su esposo, intrigada.

—¿Qué querrá ese malvado contigo?

—No lo sé, pero sea lo que sea no debe ser bueno —dijo Corner—. Creo que no nos queda otra opción más que irnos del país, querida…

—¡¿Qué?! ¿Estás totalmente loco? No podemos dejarlo todo, Michael. Tú tienes un trabajo, yo tengo un trabajo, tenemos hijos que siguen en Hogwarts… Tenemos una vida aquí…

—¡Una vida que puede terminarse si no nos vamos ya mismo! ¡Él ha matado a Terry y a Tony, Lisa! ¡Mis dos compañeros de Casa y año, mis dos amigos más íntimos! ¿Por qué no habría de terminar el trabajo? ¡Tenemos que huír!

—¡No! —exclamó Lisa— No hemos hecho nada malo y no nos iremos a ninguna parte. Si ese sujeto quisiera matarte, no te enviaría una carta pidiéndote que vayas al Ministerio sino que mandaría a alguno de sus esbirros a hacer el trabajo, como hizo con el pobre Tony. Tienes que serenarte.

—¡Eso es fácil de decir para ti! ¡No son tus mejores amigos los que acabamos de enterrar!

—Eso es injusto —dijo Lisa, que parecía muy herida por lo que su esposo le había dicho—. Sabes que quería mucho a Anthony y a Terry, Michael.

—Lo sé, lo sé —dijo Michael, acercándosele y dándole un abrazo—. Pero debes verlo desde mi perspectiva. Albus Potter mató a mis amigos. No puedo simplemente ir al Ministerio como si nada hubiera pasado para conversar con él.

—Pero la opción de hacer las valijas e irnos al extranjero ipso facto es extremista. Potter nos debe tener vigilados en este mismo momento. Si nos ven yéndonos de nuestra casa, le informarán y terminaremos detenidos… o peor, proscritos. Nuestros hijos lo perderán todo. ¿Realmente te atreverías a arriesgarte a eso?

—No, no quiero llegar tan lejos. Pero… debe haber algo que pueda hacer aparte de agachar la cabeza e ir al Ministerio en dos horas.

—No temas, tarde o temprano podremos hacer algo para acabar con él —dijo Lisa, mucho más sosegada que su marido—. Al fin y al cabo, Harry y Hermione siguen desaparecidos, ¿verdad?

***

Una vez que Marietta Edgecombe —con la que no quiso conversar demasiado mientras esperaba, pues el recuerdo de su traición al Ejército de Dumbledore continuaba fresco en su memoria— lo hizo pasar a la oficina, Michael se halló frente al autor intelectual y material de los asesinatos de sus dos mejores amigos. Albus, a quien solo había visto un puñado de veces cuando era niño, le resultó al principio menos impresionante en persona que como lo había imaginado por los relatos que corrían sobre él. Muy parecido a Harry, sin duda, pero sin esa bondad que podía percibirse en sus tratos con el Gryffindor.

—¿Qué tal, señor Corner? Siéntese, por favor —le dijo Albus.

Michael tomó asiento, y ante el silencio de su interlocutor se puso a observar la oficina. La habitación contaba únicamente con una chimenea, un baúl, un escritorio, un sillón giratorio y dos sillones más pequeños del otro lado, en uno de los cuales el Ravenclaw estaba sentado. Tenía una bonita alfombra verde y un portaretratos colocado sobre el escritorio, pero cuya foto Michael no podía ver desde donde se hallaba. Era un sitio sorprendentemente modesto para ser el lugar de trabajo del único gobernante de facto del mundo mágico.

—Pronto tendré que instalar un archivero —dijo Albus, como si le leyera el pensamiento—. Los papeles son demasiados como para tenerlos encima del escritorio —añadió, señalando la considerable pila de archivos.

—Seguro —dijo Michael, preguntándose por enésima vez qué querría el joven. Albus siguió mirándolo fijamente sin decir nada por un buen rato, incrementando su nerviosismo. El silencio se hizo cada vez más y más agobiante.

—Me han dicho que usted era amigo de Terry Boot y Anthony Goldstein. ¿Es eso cierto?

—Eh… sí, fuimos amigos en Hogwarts…

—Y siguieron siéndolo después.

—Pues… continuamos viéndonos…

—Por favor, no intente disimularlo, señor Corner. Sé que eran una especie de Trío Dorado, pero de Ravenclaw, y con aventuras menos emocionantes que el que componían mi padre, Hermione Granger y Ron Weasley.

—Sí, eran mis mejores amigos.

—Y yo los maté —añadió Albus, sin alterarse.

—Ellos murieron. Es todo lo que diré…

—Por supuesto. Usted no es como Boot, no va a desafiarme abiertamente. Pero resta por ver si usted es como Goldstein y trabajará en secreto en mi contra… Aunque si es tan cuidadoso como su amigo Tony, entonces no representa ninguna amenaza, considerando lo fácil que fue descubrirlo.

—No sé de qué me está hablando.

—Anthony Goldstein estaba recibiendo sobornos de Servilia Crouch. De hecho, era el Auror que más sobornos recibía. ¿Quiere saber por qué? Porque tenía la tarea de asesinar a John Dawlish cuando llegara el momento en que yo fuera vencido y el jefe de la División dejara de serle útil a Crouch.

—Esas son cosas…

—Claro que a mí no me importaba mucho Dawlish —continuó Albus, ignorando a Michael—. Pero sí me importaba vencer a Crouch, y si ella le encargó esa misión a su amigo Tony, entonces él debía ser un tipo bastante hábil… al menos a sus ojos. Estuve algo indeciso antes de tomar la decisión, porque nosotros nos enteramos de la misión de Goldstein de boca de él mismo, después de capturarlo y hacerle tomar Veritaserum. Fue sorprendentemente fácil atraparlo, quizá porque él estaba más preocupado por que Dawlish lo descubriera que porque alguien más interviniera en su misión. Pero cuando llegó el momento, opté por pedirle a… pedirle a uno de mis allegados que se ocupara de él. No fue una muerte bonita, como habrá podido verificar el embalsamador al que contrataste, pero sí fue rápida.

“Ahora bien, déjame decirte que si hubiera sabido que tu amigo Boot iba a elegir un momento tan inoportuno para hacerse el Gryffindor, entonces solo habría mandado a Goldstein a Azkaban en vez de hacer que lo mataran. Me hizo perder los estribos. Y no solo ha manchado mi imagen ante el Parlamento, lo cual si bien es algo perjudicial no es irreparable, sino que me ha dejado con el engorroso problema de su familia.

—¿Qué vas a hacerles? —preguntó Michael, sobresaltado.

—Bueno, pues eso depende de usted, señor Corner. Tengo entendido que usted tiene un buen pasar económico.

—Sí, me va bien… pero no entiendo qué tiene que ver…

—¿Tan bien como para poder ayudar a los Boot a establecerse en el extranjero?

—¿Cómo?

—Ya me oyó, señor Corner. Le estoy preguntando si sus finanzas alcanzarían para comprarle a la viuda y los hijos de Boot una casa en… digamos, la bahía del Chesapeake. Es un lugar precioso para un exilio dorado. Los hijos podrán ir a Salem a seguir sus estudios. No tendrán que aprender ningún nuevo idioma. Quizá la señora Boot se consiga un nuevo marido, me dicen que era más joven que Terry…

Michael se puso de pie, intentando reunir todo su coraje para rechazar indignado la oferta de Albus. No obstante, la referencia del viceministro al carácter de Gryffindor de Terry no había sido desatinada: si bien los tres eran orgullosos miembros de la Casa de Rowena Ravenclaw, Terry siempre había tenido muchos rasgos similares a los de los Gryffindor. Y Anthony poseía cierta astucia que lo hubiera hecho un Slytherin competente. “Pero, ¿de qué les sirvió eso?”, pensó de repente. “Si es cierto lo que Potter me dice, Anthony se pasó de listo al aceptar esos sobornos de Crouch. Y Terry ciertamente fue un estúpido al hacer lo que tú estás a punto de hacer: plantarle cara a Potter. ¿Quieres terminar como ellos?”

Así que cerró la boca y volvió a sentarse. Albus, que nuevamente parecía haberle leído la mente, dijo:

—Buen chico. Sabía que tú serías más razonable que Tony y Terry, Michael. Ahora bien, opino que, aunque tus finanzas son muy buenas, se resentirían un poco si tuvieras que pagarles a los Boot el traslado a los Estados Unidos. Tú tienes tu propia familia de la que hacerte cargo, y ya gastaste bastante al ocuparte de los funerales de Terry y de Anthony juntos. Así que yo seré quien les pague el viaje. Tú actuarás como mi testaferro, en parte porque no creo que los Boot acepten este dinero de mis manos, y en parte porque ayudar a los Boot sería admitir públicamente que matar a Terry fue un… digamos, un error.

—De acuerdo. Si hago esto, ¿tú no me matarás?

—¡Vamos, Michael, ¿por quién me tomas?! No tengo intenciones de hacerte daño, ni tampoco a los Boot. Lo que sí voy a hacer si tú te niegas a colaborar es desterrar oficialmente a los Boot. Si ellos no se irán por las buenas, los echaré por las malas. Y no les daré ni un knut partido al medio para que subsistan en el extranjero. Pero, ¿matarte? ¿Qué me has hecho tú a mí para merecer la muerte? No solo no te mataré, sino que si me ayudas con los Boot te daré el doble de lo que les de a ellos para irse a vivir al Chesapeake o a donde quieran emigrar.

“Eso sí, tú tendrás que pintarles un panorama totalmente diferente: diles que soy un tirano paranoico y sediento de sangre, y que si no se van ahora mismo yo sospecharé que ellos podrían tramar una venganza por la muerte de su padre y marido y los encarcelaré o asesinaré. En el estado en que se encuentran, probablemente te creerán. Y tú podrás jugar el rol del amigo benévolo de la familia, con una bolsa repleta de galeones que les permitirá instalarse con todas las comodidades posibles en dónde ellos quieran. Es un buen papel para interpretar, ¿no te parece?

Michael miró a Albus con un profundo desprecio, pero dijo:

—Lo haré. Pero no quiero tu dinero sangriento, Potter. Lo haré por los Boot y solo por ellos.

—Qué dramático —dijo Albus, con hastío—. Toma —añadió, sacando una enorme bolsa de galeones del cajón de su escritorio—, aquí tienes diez mil galeones. Si necesitas más, avísame. Y recuerda proponerles Chesapeake, Michael. Es un buen lugar para vivir, si te detienes a pensarlo.

***

Los siguientes visitantes de Albus fueron Livius, Alcyone y Ash. Albus abrazó a Livius con mucho más sentimiento que a los otros dos, pues se seguía sintiendo culpable por lo sucedido con sus padres.

—Liv, no puedo decirte con palabras lo mucho que lamento lo que les pasó a tus papás —le dijo con franqueza—. Ojala hubiera habido alguna otra manera de… ayudarlos. Pero no la había. Sé que mi opinión no debe valer nada para ti en estos momentos, pero lo que hiciste fue lo correcto. Creo que es lo que yo lo hubiera hecho en tu lugar.

Livius asintió, como agradeciéndole sus palabras. El Hacedor de Reyes materializó un tercer sillón y les pidió que se sentaran.

—Dijiste que querías hablar con nosotros de John Dawlish, ¿verdad? —preguntó Ash.

—Así es —respondió Albus—. Como habrán imaginado, yo conseguí que nuestro querido Johnny firmara su renuncia al puesto de ministro de la Magia poniéndolo bajo la Imperius. Y ahora ha llegado el momento de decidir qué hacer con él.

—¿Dónde está? —preguntó Alcyone.

—En el baúl, detrás de mi sillón.

—¿Qué quieres que hagamos con él?

—Oh, eso no puedo decírselos —dijo Albus, levantando las manos en un gesto de no compromiso—. Hice el Juramento Inquebrantable. Le prometí que no lo mataría ni ordenaría que lo maten.

—Entonces está claro —dijo Alcyone—. No podemos matarlo.

El viceministro estuvo a punto de responder, pero vio que Livius escribía en su bloc y decidió dejar que él contestase en su lugar, contento de verlo interesarse por algo que no fuera la eutanasia de sus padres. Su nota decía:

Estás equivocada. Quien no puede matarlo es Al, porque él es quien tomó el Juramento Inquebrantable. Nosotros sí podemos, solo que él no nos lo puede pedir. Debe ser decisión nuestra.

—Genial —dijo Ash, sonriendo con ferocidad—. Lo matamos, entonces. Ese hijo de puta se lo merece por llevar a mis padres a ese nido de ratas. Y lo que le hicieron a los papás de Liv… Ese perro merece morir.

—No nos precipitemos —dijo Alcyone—. ¿No podría sernos de utilidad vivo? —añadió, mirando a Albus en busca de apoyo. Pero el Hacedor de Reyes, constreñido entre sus deseos de ver muerto a Dawlish y el Juramento que había tomado, tan solo respondió:

—Tal vez. No lo sé. Eso deben dictaminarlo ustedes tres. —Y al ver que ni Ash ni Alcyone parecían dispuestos a cambiar sus posturas, miró a Livius y le preguntó:— ¿Y qué dices tú, Liv?

Los tres jóvenes se quedaron observándolo mientras escribía. Comenzó una frase, luego se detuvo, meditó, y la completó.

Debe morir. Debe morir hoy.

***

Lo que despertó a Dawlish fue el frío, y el aroma salino del mar. El rugido de las olas rompiendo contra las piedras fue lo que lo acabó de despabilar. Estaba en la cima de un acantilado. El sol todavía no había salido, y hacía mucho frío. Todo estaba iluminado con una luz grisácea.

Dawlish había vuelto sus ojos hacia el mar al recuperar la conciencia. Albus lo había mantenido totalmente dormido durante sus días de cautiverio, limitándose a darle agua cada tres o cuatro horas, por lo que el ahora ex ministro no tenía idea de lo sucedido. Por eso se sobresaltó cuando giró la cabeza hacia el otro lado y se encontró a Ash, Livius y Alcyone frente a él. No necesitó reconocerlos para saber que estaba condenado; le bastó con ver las miradas de los dos varones.

El Auror se semiincorporó, quedando de rodillas frente a los tres magos. Livius y Ash, cuyas familias habían sido directamente afectadas por las maquinaciones de Dawlish y por lo tanto eran los que reclamaban venganza, dieron unos pasos al frente y le apuntaron al pecho con sus varitas. Alcyone, que solo había venido a asegurarse de que el ajusticiamiento de Dawlish fuera rápido (pues temía que Ash quisiera golpearlo o torturarlo un poco antes, y no quería eso sobre su conciencia), permaneció donde estaba. Albus ni siquiera había querido estar presente, por temor a que el permitir que ejecutaran al viejo Auror frente a él significase una violación al Juramento Inquebrantable.

—¿Algunas últimas palabras, Dawlish? —preguntó Ash, contemplándolo con aversión.

—No me arrepiento de nada. Y maldigo a Albus Potter por traicionarme. Que nunca encuentre la paz. Que el poder solo le dé amarguras. Que lo pierda todo…

—Es suficiente. Silencio —dijo Ash, cuyo rictus de odio parecía haberse acentuado cuando Dawlish habló de su amigo, apuntándole a la boca con su hechizo e impidiéndole seguir hablando—. Lo haremos juntos, Liv.

Livius asintió, y ambos se aproximaron un poco más a Dawlish, que parecía indiferente al hecho de que lo hubieran callado por la fuerza.

—¡AVADA KEDAVRA! —dijo Ash. Al mismo tiempo que él pronunciaba la maldición, el rayo verde ya estaba saliendo de la punta de la varita de Liv. Como la maldición del último Black era no verbal, había sido lanzada una milésima de segundo más rápidamente que la de su amigo, e impactó en el pecho de Dawlish antes. No obstante, ello fue imperceptible para los dos muchachos, demasiado pendientes del asesinato mismo como para prestar atención a esos detalles. La que sí lo advirtió fue Alcyone, pero prefirió callárselo.

Así fue como murió John Dawlish. Siguiendo una muy sutil insinuación que le hizo Albus antes de que se lo llevaran del Ministerio a aquel distante acantilado mediante un Traslador, Livius convirtió el cadáver en una piedra gris aproximadamente del tamaño de una pelota de tenis, no muy diferente a todas las piedras grises que descansaban en el fondo de aquel acantilado, y la lanzó a las aguas.

NOTAS

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