Tommy Starr

La organización de dos eventos tan importantes como eran el juicio a Servilia Crouch —a quien, muy correctamente, había enviado a la cárcel de encausados— y su propia investidura como viceministro de la Magia era una tarea ímproba para Albus, quien debía pasar horas y horas en su oficina, enviando memorandos y recibiendo funcionarios sin cesar. Él no estaba acostumbrado a tanta burocracia, a pasar tanto tiempo sentado en un escritorio leyendo y escribiendo, pero estaba decidido a ocuparse de todos los detalles, así que no podía delegar nada.

Solo al caer la noche, y poco antes de volver al número doce de Grimmauld Place, Albus pudo darse el lujo de disponer de un rato para conversar con Ash sobre la muerte de Dawlish. Ashton estaba todavía un poco sacudido por lo que había acaecido esa mañana, pues pese a que sentía un odio genuino hacia el ex jefe de Aurores y efímero ministro y deseaba de todo corazón verlo muerto, no había creído que matar a un hombre fuera tan… fácil.

—Así es la guerra, Ash —dijo Albus, sin querer internarse en el farragoso terreno de las justificaciones—. Algunos pueden soportarlo y otros no. Me alegra ver que tú tienes el estómago. Lo hiciste bien, muy bien.

—Gracias, supongo —replicó Ash, hundido en el sillón.

—Y dime, ¿el viejo hizo algún comentario, dijo algunas últimas palabras antes de morir? —dijo Albus.

—Eh… —titubeó Ash—. No, no dijo nada…

—Mientes —dijo Al—. Dijo algo, y no quieres decírmelo porque temes que me alterará oírlo.

—Es que… no fue nada, es una tontería. No vale la pena repetirlo.

—Yo decidiré si vale la pena o no cuando me lo digas —dijo Albus en tono autoritario, y Ash, que por sobre todas las cosas no quería irritarlo, se resignó a decírselo.

—Dawlish dijo que no se arrepentía de nada… Y que… y que te maldecía por… por lo que llamó tu «traición». Dijo que ojalá nunca encuentres la paz, que el poder solo te dé amarguras. Dijo…

—Tienes razón —lo interrumpió Albus—. No vale la pena.

—Es cierto —dijo Ash, aliviado al ver que su amigo se lo tomaba a la ligera—. ¿Cómo podría maldecirte un sinverguenza como Dawlish?

—En este momento de mi vida he dejado de creer en las maldiciones —dijo Albus—. Y soy bastante escéptico con respecto a las profecías.

—¿Por qué?

—Porque creo que cuando alguien llega hasta donde he llegado yo, puede considerarse dueño de su propio destino. Antes, y con eso me refiero al período desde que intentaron anular mi magia hasta que derroqué a Crouch, yo solo estaba defendiéndome o reaccionando ante lo que me hacían los demás; incluso cuando organizaba planes como el de las familias de los Aurores estaba defendiéndome, porque ¿acaso no dicen que la mejor defensa es un buen ataque? Pero este año he conseguido librarme de todos mis enemigos. Domino la situación por completo. Por ende, tendré control sobre todo lo que me suceda ahora. Construiré mi destino. Y ustedes también podrán hacer lo mismo. No hay nada que pueda evitar que consigamos lo que queremos.

«Así que no le temo a la maldición de Dawlish, Ash, y tú tampoco deberías.

—Cuando dijo eso… lo hice callar con un hechizo, ¿sabes?

—¿Por qué?

—Porque… no podía soportar tener que escuchar a alguien amenazándote… Yo…

—Te agradezco tu preocupación —dijo Albus, poniéndose de pie. Se acercó hasta el sillón donde estaba Ash y le dio unas palmaditas en el hombro, mientras le lanzaba una mirada afectuosa—. Sé que tú darías la vida por mí, de la misma manera que yo daría la vida por ti, o por cualquiera de mis amigos. Ustedes son mi verdadera familia. Son como…

Ash se levantó bruscamente del sillón, y antes de que Albus comprendiera qué pretendía hacer, sintió sus labios posarse sobre los suyos. Como estaba hablando en ese momento, tenía la boca abierta y Ash pudo además introducirle la lengua.

El Hacedor de Reyes no rechazó el beso. Simplemente permaneció inmóvil. Cuando Ash separó sus labios de los de Al, lo miró a los ojos, con un poco de temor. Pero lo único que vio en ellos fue sorpresa. Luego, por un breve instante, su expresión se hizo inescrutable. Ash estaba por decirle algo, cualquier cosa que ayudara a clarificar el panorama, pero Albus se le adelantó devolviéndole el beso. Incluso se aventuró a acariciarle los rizos negros y juguetear un poco con su lengua antes de detenerse.

—No tenía idea de que tú también… —comenzó a decir Ash, pero Albus lo interrumpió poniéndole el índice sobre los labios y asintiendo.

—Este no es el lugar más propicio para hacer esto —dijo Albus—. Escucha, no podemos decirle a nadie, al menos por ahora.

—No, claro que no —dijo Ash.

—Pero quiero verte a solas, en un sitio más privado.

—¡Por supuesto! —dijo Ash, cuyo corazón pareció acelerarse ante la perspectiva de un encuentro más íntimo que ese.

—Ese departamento muggle que Alcyone, Liv y tú estuvieron alquilando antes de que venciéramos a Crouch. ¿Sigues teniendo las llaves?

—Sí, claro.

—Envíame una copia mañana por lechuza, y yo te diré cuándo podemos encontrarnos. Pero por favor, no se lo digas a nadie.

—No lo haré, lo prometo.

—Gracias —dijo Albus, y le dio otro rápido beso en los labios antes de marcharse por la Red Flu.

***

Ash llegó al departamento a las cuatro de la tarde en punto, tal y como Al le había pedido en su carta. Su puntualidad no solo se debía a que estaba ansioso por ver a Albus, sino a que la carta indicaba que solo dispondrían de una hora antes de que el joven viceministro tuviera que volver al trabajo. Como todo enamorado, tenía miedo de que Albus nunca llegara, que cambiara de opinión acerca de su cita y decidiera poner fin a cualquier posibilidad de entablar una relación más que platónica con él. No obstante, todos sus temores se disiparon cuando, al entrar a la vivienda, escuchó su voz llamándolo desde el dormitorio.

—¿Ash? Ven aquí, ya estoy en la cama.

Con la verga ya parada y pulsando dolorosamente contra la tela de sus pantalones, Ash fue al dormitorio que Alcyone y Livius habían estado compartiendo hasta solo unos días atrás. En la amplia cama lo esperaba Albus, ya completamente desnudo y con una erección que rivalizaba en turgencia con la suya. Sin darle tiempo a quitarse la ropa, el chico se precipitó sobre él y le dio un beso muchísimo más apasionado que los dos que le había dado en su oficina, tocándole el culo con ambas manos al mismo tiempo. Luego lo tomó del cuello de la camiseta y lo arrastró hasta la cama. Lo hizo acostarse boca arriba y le abrió la bragueta; habiendo liberado su verga de la prisión del slip, comenzó a chupársela frenéticamente. Ash se sintió a punto de desvanecerse cuando eyaculó, demasiado rápido como para avisarle a Albus para que retirase su boca, pero su amigo no pareció molestarse sino que se tragó todo el semen sin la menor queja. Ashton temió que eso fuera todo, pero Albus empezó a masturbarlo, y eso sumado al bellísimo espectáculo de ver desnudo a aquel chico a quien había estado tantos años deseando bastó para que la verga del Slytherin más joven volviera a ponerse dura y tiesa. Complacido, Albus le quitó toda la ropa a su amante y lo volvió a besar, ahora con más ternura, mientras le decía una y otra vez:

—Eres hermoso, eres tan hermoso…

«Debo estar loco, debo estar soñando», pensó Ash mientras Albus comenzaba a sentarse encima de su verga, metiéndosela en el culo poco a poco. Una vez que estuvo totalmente dentro suyo, Albus empezó a cabalgarlo, moviendo rítmicamente sus caderas; Ash se puso a acariciarle el culo, y tras unos cinco o diez minutos así lo tomó de las caderas y lo hizo cambiar de posición, acostándolo boca abajo. Albus giró su cabeza de tal manera que pudieran besarse mientras Ash se la metía en el culo.

—Quiero que me acabes en la cara —dijo Al, tras varios minutos en esa postura—. Quiero tener tu leche en mi cara.

Excitadísimo, Ash sacó su verga del culo de su amigo, quién se tendió boca arriba, esperando recibir su semen. Ashton se le acercó y, tras unos quince segundos de pajearse, volvió a eyacular, salpicando las mejillas, los labios entreabiertos, la nariz y los párpados de Albus, quien tenía una expresión de absoluto deleite. Sonriendo, Ash le dio unos golpecitos en la mejilla izquierda con la verga, como queriendo sacudirle las últimas gotas de semen.

En ese preciso instante, el verdadero Albus Severus Potter se encontraba en su oficina, con las piernas estiradas y los pies descalzos apoyados sobre una butaca, mientras su elfo Berety les daba un masaje.

***

Ash y el falso Albus estuvieron haciendo el amor incansablemente durante el resto de aquella hora. Apenas intercambiaban palabra, y todo lo que se decían tenía que ver con la actividad sexual (en el caso de Ash, por su propia excitación; en el del falso Albus, por instrucción del verdadero). Cuando la hora terminó, el falso Albus se marchó. Tal y como el auténtico Al Potter le había indicado, no permitió que Ash lo acompañara hasta la puerta, sino que salió del departamento, pero en vez de tomar el ascensor, bajó por la escalera hasta un pasillo oscuro y esperó durante unos cinco minutos. A las cinco y cinco de la tarde, el lapiz que Albus había convertido en un Traslador y que le había entregado para que llevara en el bolsillo lo transportó hasta el penthouse del Hacedor de Reyes.

El falso Albus se llamaba Tommy Starr. Era un muggle de ventisiete años que se prostituía desde los dieciséis. Albus lo había contratado por una generosa suma, pero había tenido que recurrir al encantamiento Confundus para que accediera a tomar la poción Multijugos, así como para que no se sorprendiera por sus radicales efectos (por no mencionar los del Traslador). La poción tenía un efecto aproximado de una hora y cuarto, a veces una hora y media, así que el encuentro de Ash con Tommy/Albus no podía extenderse mucho.

—¿Cuánto necesitas para retirarte? —le preguntó Albus tras entregarle las doscientas libras que habían pactado. Por la Legeremancia, se había enterado de que Tommy estaba ya harto de tener que acostarse con clientes generalmente viejos y feos (además de los ocasionales depravados que querían meterlo en «cosas raras» que involucraban niños o animales o drogas extrañas). Además, cada vez más clientes consideraban que, con sus veintisiete años, Tommy era «demasiado viejo» para su gusto.

—Cien mil, como mínimo.

—Bueno —replicó Albus—, si aceptas seguir acostándote con Ash todas las semanas, te iré pagando lo que necesites para llegar a esa cifra. Quiero que sea tu cliente exclusivo.

—¡Excelente! —dijo Tommy, que a causa del Confundus de Al no se preguntó cómo un chico tan joven tenía acceso a tanto dinero, y estaba dispuesto a gastarlo de una manera tan extraña—. Además, ese Ash es muy lindo. No es el más lindo con el que haya estado, pero en comparación con los tipos con los que he tenido que cojer últimamente…

—Perfecto —lo interrumpió Albus—. Dentro de unos días te llamaré para decirte cuándo lo verás de nuevo. Será en el mismo lugar y bajo las mismas condiciones que hoy.

NOTAS

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