El gran día

—Hoy es el gran día.

—Sí —replicó Albus—. Hoy seremos reivindicados por todo lo que nos hicieron.

Valerie y Albus se habían duchado juntos, y ahora estaban secándose el uno al otro con sus toallas. Eran aproximadamente las ocho de la mañana, y la luz solar entraba por la ventanita de vidrios semiopacos del cuarto de baño del número doce de Grimmauld Place, llenando el lugar de un resplandor blanquecino.

—¿Así que ella ha rechazado al… a ese funcionario que le pusiste para que la defienda…? —preguntó Valerie tentativamente.

—Abogado, querida. Sí, Crouch no quiere uno. Ha dicho que se defenderá sola. Supongo que el pobre McLaggen estará aliviado, ahora que se libró de la tarea.

—Es una pena. Hubiera sido una buena venganza por haberse opuesto al censo obligarlo a defender a Crouch —dijo Valerie, besándole los hombros al tiempo que le secaba la espalda.

—No importa. Me alcanza con verlo temblar como un conejito cada vez que me lo cruzo en los pasillos del Parlamento. La muerte de Boot lo dejó anonadado. Preferiría no haberlo hecho, pero al menos en eso me fue útil liquidarlo.

—¿Todos votarán por la condena en el Wizengamot? —preguntó Valerie, optando por esquivar el tema del asesinato de Terry Boot.

—Sí, claro. Pero eso no es lo importante: la clave es demostrar más allá de toda duda que Crouch mató a Shacklebolt, Hugo y tu abuelo. La condena significa menos para mí que las evidencias previas.

—Es cierto, amor.

—Lily me dice que todos los Weasley estarán en el juicio —dijo Albus, que ya estaba seco y comenzaba a ponerse la ropa interior—. Incluyendo a esa mujer. Por una vez, permitiré que estemos en el mismo cuarto, pero necesito asegurarme de que esté sentada lo suficientemente lejos como para que no tenga que mirarla. Y no quiero que le permitan acercárseme antes o después de que comience la audiencia. Si intenta decir algo, cualquier cosa, durante el juicio, quiero que la saquen del edificio inmediatamente. El único motivo por el cual dejaré que esté ahí es porque quiero pasarle mi absolución por la cara, por así decirlo. Quiero que esa mujer vea cómo me declaran inocente de los crímenes por los cuales ella me repudió. Pero no quiero escuchar su voz y no quiero volver a ver su rostro nunca más.

Hablaba sin mirar a los ojos a su novia, fijándolos en su cabello mientras se lo peinaba meticulosamente frente al espejo.

—Por supuesto —dijo la chica, a quien no le molestaba en absoluto que Albus tuviera una postura tan intransigente hacia su madre—. Me ocuparé de ello yo misma.

—Gracias, leoncita.

—No me digas así —lo reprendió ella, no con mucha firmeza—. Apuesto que no te gustaría que te llamara “viborita”.

—No me gustaría que llamaras a cierta parte de mi cuerpo “viborita” —repuso él entre risas—. Podría creer que no estás del todo satisfecha.

Feliz de ver a su novio recuperar el buen humor tras tratar el sombrío tema de Ginny Potter, Valerie lo besó en los labios con suavidad.

—Pues esta noche, cuando Crouch esté en Azkaban, tendremos otro round, amor.

Albus miró a Valerie y esbozó otra sonrisa, pero de otra clase, mucho más cruel.

—No pensarás que soy tan desalmado como para dejar que esa pobre mujer pase el resto de sus días en prisión, ¿verdad?

***

Llamar “resignación” a lo que sentía Servilia Crouch el día de su juicio habría sido, al menos, insuficiente para describirlo. La ex ministra estaba resignada a que durante esa jornada sería procesada y condenada por lo que había hecho, pero su actitud no era de mera aceptación de lo que el destino le deparaba. En verdad, Crouch consideraba muchísimo más digno no resistirse que intentar una defensa a priori inútil.

El tratamiento que había recibido por parte de Valerie y Albus había sido un poco mejor que el que les había dado a ellos. Los Aurores encargados de su custodia le permitían salir de su celda para bañarse y no la habían alimentado mal en todos esos días; es innecesario aclarar que tampoco la habían golpeado, como Chris Wickham a Albus. Así que Crouch no presentaba un aspecto realmente lastimero cuando la llevaron a la sala donde se celebraría el juicio, la sentaron y encadenaron a la silla. Incluso le habían traído una de sus mejores túnicas de su casa.

Al poco tiempo, las puertas de la sala se abrieron y Valerie Rosier entró. La joven bruja contempló a su enemiga con altivez.

—¿Has venido a regodearte? —preguntó Servilia.

—Solo quería verte así durante un buen rato antes de que comience el juicio, para nunca olvidarme de esta imagen.

—Si eso te da placer, hazlo. No podría importarme menos. He llegado al final del recorrido.

—Pues tu final podría haber sido diferente si no hubieras matado a mi abuelo. Así es como terminan los enemigos de los Rosier —dijo Valerie, sonriente.

—¿Crees que es eso lo que me puso aquí, querida? —preguntó Servilia.

—Por supuesto.

—No digas estupideces. Tú no me venciste, Valerie, fue tu novio.

—Yo lo he estado ayudando durante años…

—Tú solo eres la chica que se acuesta con él —dijo Servilia—. No eres una gran bruja, como lo soy yo. Apenas eres la mujer de un gran mago.

—Y si eres una gran bruja y yo no, ¿cómo es que tú estás ahí encadenada y a mi merced?

—¿“A tu merced”? ¿Así que podrías sacar tu varita ahora mismo y matarme? ¿Tú eres lo suficientemente poderosa como para hacer eso y no temer a las consecuencias?

—¡No necesito hacer eso, Crouch! Solo me basta con sentarme y observar cómo te humillan públicamente, cómo te exponen como una delincuente, una asesina y una traidora a los ojos del público.

—Pero eso no fue decisión tuya, ¿cierto? Fue Potter quien lo eligió. Él podría haberme matado, pero prefirió mantenerme con vida y darme un juicio. Apuesto a que tú preferirías mi muerte, lisa y llanamente.

—Tú no tienes idea de lo que yo prefiero.

—Sé que ansias ser reconocida y admirada en el mundo mágico tanto como yo. Y sé que te uniste a Potter por eso. En cambio yo no necesité meterme en la cama de ningún hombre para llegar hasta donde llegué. Los hombres solo fueron instrumentos para conseguir placer en mi vida. Incluso tu amigo Prewett.

“Tú no conseguiste lo que conseguiste por mérito propio. Lo cual significa que mientras yo tendré un capítulo entero en los libros de historia dedicado a hablar, bien o mal, de mí, tú solo serás una nota al pie de página. Y eso me hace infinitamente superior, sin importar lo que me hayan hecho o me vayan a hacer. Puedes matarme, pero nunca podrás cambiarlo. El único que puede hablarme de igual a igual es Potter. Tú no puedes compararte conmigo.

Las palabras de Servilia parecían haber penetrado muy hondo en Valerie, cuyos ojos estaban más oscuros que nunca, clara señal de peligro. Pero lo único que hizo la chica de Slytherin fue abandonar la sala, sin siquiera dar un portazo, dejando a la prisionera nuevamente sola.

***

Para Albus, los Weasley eran apenas un conjunto de cabelleras pelirrojas entre la multitud que observaba el juicio. Como las gradas estaban tan repletas de gente, al hijo de Harry le resultaba sumamente sencillo no mirar a su madre, pese a saber que Ginny sí estaba viéndolo a él. Además, tenía cosas más importantes a las que prestarle atención.

Crouch, por su parte, miraba a sus jueces sin ocultarles su desprecio. Mientras leían los cargos, la ex ministra contempló los rostros de los miembros del Wizengamot, magos y brujas que le debían muchísimos favores y que ahora servían a un nuevo amo, y se alegró de que la mayoría no se atreviera a sostenerle la mirada.

Servilia había estado distraída en su observación, y por eso no comprendió que habían acabado de leer los cargos hasta que Albus, con la túnica púrpura de los miembros del Wizengamot, se le acercó para iniciar el interrogatorio. Normalmente los jueces hacían esto desde el estrado, sentados cómodamente en sus asientos, pero Al había optado por bajar del estrado y caminar por la sala, al estilo de los fiscales en los juicios muggles estadounidenses.

—¿Es usted Servilia Anna Crouch, nacida el once de abril de 1954, hija de Caspar Crouch y Charis Black? —preguntó en tono formal.

—Lo soy —respondió Servilia, un poco sorprendida al ver que en vez de preguntarle su domicilio, como solía hacerse en los juicios del Wizengamot, le hubiese preguntado por su fecha de nacimiento y sus progenitores. Evidentemente estaba introduciendo ciertos cambios en los procedimientos habituales.

—¿Cuándo comenzó y terminó sus estudios en Hogwarts?

—Los comencé el primero de septiembre de… —se interrumpió un momento para recordar el año— 1965, y los completé en junio de 1972.

—¿Y fue entonces que se unió a la División de Aurores?

—Así es.

—¿Asesinó usted a Evan Rosier en 1981?

—Lo maté, sí.

—¿Cómo sucedió? —preguntó Albus.

—Alastor Moody, Amelia Bones y yo habíamos recibido informes en el sentido de que Rosier se estaba ocultando en una granja muggle. Cuando llegamos, Rosier se ocultó con un encantamiento desilusionador, pero al ver que éramos solo tres, y que Amelia estaba fuera de la casa, intentó atacarnos. Le cortó gran parte de la nariz a Alastor con un Sectumsempra antes de ser Desarmado con un Expelliarmus. Fue entonces que lo maté.

—¿O sea que admite que no asesinó a Evan Rosier en defensa propia? —preguntó Albus, asombrado por esa sinceridad tan inesperada.

—Exactamente —replicó Crouch plácidamente.

Durante la siguiente media hora, Albus sometió a Crouch a un detallado interrogatorio, aprovechando que la bruja se hallaba en un estado de ánimo propicio. De no haber sido por el tema que trataban —una serie de asesinatos y conspiraciones oprobiosos para el mundo mágico—, casi podría habérsela definido como una conversación de café. Servilia confesaba todos sus crímenes con la misma tranquilidad con que el administrador de una estancia le habría informado al dueño de las muertes o robos de cabezas de ganado durante su ausencia. No manifestaba el menor remordimiento ni el menor temor por la durísima sanción que estaba a punto de recibir. Su público estaba tan horrorizado como fascinado.

El punto más interesante para Albus —un poco decepcionado por lo que veía como pasividad de parte de su enemiga— fue cuando Crouch explicó cómo había logrado engañar a la Veritaserum, pues le recordó lo que él mismo había hecho en circunstancias similares, tras asesinar a sus secuestradores.

—Tras asesinar a Hugo Weasley —narró Crouch—, me marché a mi casa con el cadáver. Tengo un Pensadero allí y, siguiendo los consejos del retrato de mi madre Charis, lo utilicé para depositar mis verdaderos recuerdos de la muerte del muchacho. Así, durante el interrogatorio, pude decirles la verdad, pues había implantado temporalmente en mi cerebro un falso recuerdo de Rosier y tú asesinándolo. Yo creía, en ese momento, que ella y tú eran los asesinos, así que pude decírselos sin mentir. Uno puede transmitir información falsa bajo la Veritaserum, siempre y cuando esté convencido de que dice la verdad.

Cuando la bruja acabó con su relato, Albus se dirigió al Wizengamot, cuyos miembros permanecían en sus asientos muy quietos, casi alelados.

—Señoras y señores, el interrogatorio ha finalizado —les dijo solemnemente—. Dado que la acusada ha manifestado que no desea presentar testimonios en su defensa, y dado que ella ha confesado todos los delitos por los que está imputada, haciendo innecesario que desde la acusación presentemos evidencias que demuestren su culpabilidad, sugiero que votemos ahora mismo.

—Estoy de acuerdo —dijo Percy, a quien el testimonio de Crouch había hecho empalidecer—. Y quiero proponer que condenemos a Servilia Anna Crouch a cadena perpetua en la prisión de Azkaban. También sugiero que su retrato sea retirado de la oficina del ministro de la Magia y su nombre borrado de todas las inscripciones públicas, como señal de repudio.

Ningún integrante del Wizengamot quiso agregar más a lo que el ministro y el viceministro habían dicho. Todos votaron unánimemente a favor de la condena propuesta por Percy Weasley, sin que Servilia abandonase su impavidez.

***

Cinco horas después, Servilia se hallaba encadenada a la pared, en una de las celdas de Azkaban. Albus estaba a su lado con unas pinzas en la mano. En el suelo había doce dientes arrancados uno a uno de la boca de la ex ministra. Los dientes correspondían a los doce años que habían transcurrido desde que Albus conoció a Servilia, en septiembre de 2017.

Para facilitar su tarea, Albus le había cortado los labios; también había optado por arrancarle los incisivos, los caninos y las primeras muelas, para dificultarle el morderlo. Además, la había desnudado de la cintura para arriba y le había practicado una serie de cortes e incisiones de distinta profundidad en el estómago, los senos, los brazos y la espalda, sobre los cuales había echado sal gruesa. Había hecho todo esto con suma lentitud, como queriendo paladear cada instante de sufrimiento que le inflingía a la asesina de su primo.

—Espero que nunca te haya gustado mucho tu cabello, querida —dijo Albus, volviendo a tomar el bisturí y levantando la cabellera negra de la semiinconsciente ex ministra. Por un instante ella creyó que solo le cortaría el pelo, pero luego sintió el filo del bisturí en su cuero cabelludo y comenzó a gritar.

***

A la noche siguiente Albus visitó nuevamente a Servilia y examinó complacido su labor. Aparte de los labios, los doce dientes y el cuero cabelludo, le había cortado todos los dedos de la mano derecha, ambas orejas y la nariz, todo eso sin olvidarse de echar abundante sal sobre las heridas. No obstante, aquellas mutilaciones no habían sido lo peor. Antes de marcharse, la había obligado a beber una poción que había encontrado en un libro de la Sección Prohibida de la biblioteca de Durmstrang y que, tras notables esfuerzos —pues Agamenón le había negado su colaboración—, había podido preparar. Dicha poción había modificado las dimensiones de los huesos de la mujer, haciendo que se clavasen dolorosamente contra su piel hasta casi hacerla reventar. Servilia casi no parecía un ser humano, con la punta de sus costillas asomando a través de la piel como si fueran espinas de un reptil, y con el hombro izquierdo más grande que el derecho, entre otras deformaciones. Pero continuaba con vida.

Albus se acercó a su enemiga, esperando ver miedo y locura en sus ojos, pero vio solo odio, un odio tan intenso como el que él experimentaba hacia ella, aún después de haberla reducido a ese guiñapo humano que yacía en el suelo de la celda. Servilia podía haber sido sometida a los tormentos más atroces, pero seguía aferrándose a su odio, y con él, a su cordura. Y los gritos y gemidos de dolor que pudiera seguir extrayéndole a través de sus torturas no cambiaban nada.

Disgustado, Albus le hizo beber una segunda poción, que contrarrestaba los efectos de la primera, y empleó su varita para curarla por completo de las demás heridas físicas que él le había hecho. Como no había utilizado magia para realizarlas, bastaba con unos sencillos Episkey para hacerle crecer nuevamente los dedos, nariz, orejas, labios y cuero cabelludo.

—Haré que te traigan una túnica nueva —dijo Albus fríamente antes de salir, dejando a Servilia completamente desconcertada.

***

Pasaron otras veinticuatro horas, y al caer la noche Albus retornó a Azkaban. Servilia seguía encadenada, pero su apariencia era muchísimo mejor que la noche pasada.

—¿Ahora qué, Potter? —preguntó, desafiante— ¿Has traído tu bisturí o tus pinzas contigo? ¿O vas a quemarme esta vez?

—Yo no voy a hacerte el menor daño —respondió el Hacedor de Reyes—. Solo iremos a dar un paseo, Servilia.

El chico sacó su varita y apuntó a las cadenas de la prisionera.

—Portus —musitó, y luego se aproximó a la ex ministra y apoyó un dedo sobre el frío metal. Instantes después, ambos estaban viajando en un remolino de luz y color que hizo que Servilia se sintiera con ganas de vomitar, a causa del fuerte contraste con la oscura celda donde la habían tenido durante los últimos dos días.

Finalmente la ex directora de Hogwarts cayó sobre sus rodillas sobre un suelo mucho más blando que el de la celda, y cuando lo tocó con las manos entendió que se debía a que estaba cubierto de un espeso césped. Cuando pudo ver algo en la semipenumbra, comprobó que estaban en una especie de parque. Había un poco de neblina y, pese a la época del año, hacía mucho frío.

Y luego vio las tumbas. Había montones de ellas, algunas recientes y otras muy antiguas. La lápida frente a la cual estaba tenía unos cuantos años, pero estaba bien conservada; se notaba que los deudos del muerto venían a visitarla con mucha frecuencia, y, a juzgar por el último racimo que habían dejado, le cambiaban las flores a menudo. Cuando, entrecerrando los ojos, leyó el nombre, Servilia se quedó tan helada como el aire que la rodeaba. Se trataba de la tumba de Hugo Weasley.

Albus, que se hallaba de pie junto a ella, dijo:

—¿Alguna vez habías venido aquí? Imagino que no. Ni siquiera tú serías tan hipócrita.

—Tú eres tan responsable como yo de que ese pobre chico haya muerto —dijo Servilia.

—Si te sirve para acallar a tu conciencia, créelo todo lo que quieras. Pero lo cierto es que quien lo mató fuiste tú. Tú mataste a uno de los chicos más buenos, generosos y nobles que haya tenido el privilegio de conocer. A un muchacho que siempre puso el bienestar de los demás por encima de todo, a un chico que se arriesgó a enfrentarse a mí, a su propio primo, para salvar tu miserable vida. Y en cambio fue su vida la que le arrebataste a este mundo. Las muertes de Evan Rosier y de Shacklebolt no me importan una mierda. Y en el fondo tampoco me importan todas las cosas que me hiciste o que me intentaste hacer. No me importa la prisión ni los golpes ni el exilio. Lo que jamás te perdonaré es matar a mi primo. Y te he traído para que respondas ante él.

Crouch escuchó pasos a sus espaldas, y no pasó mucho tiempo hasta que pudo ver a Valerie Rosier y su hermano Louis salir de entre la niebla. Louis parecía sentir nauseas de solo verla, mientras que Valerie solo mostraba indiferencia, a pesar de lo acalorada que había sido su última charla.

—Ha llegado el momento de cumplir la condena, mi condena. Porque quiero que sepas que yo soy el que te hace esto, Servilia, no el Wizengamot ni el Ministerio. Yo. El juicio que celebramos hace dos días solo fue para satisfacer a la comunidad mágica y demostrar fehacientemente tus crímenes. Pero tu auténtico castigo es este. Acércate.

La ex ministra creyó que Albus le hablaba a ella cuando dijo esa última palabra. Sin embargo, no tardó en desengañarse cuando el frío se intensificó y una extraña silueta descendió desde el cielo y se deslizó hacia los cuatro magos. Apenas vio la capucha, Servilia se puso de pie e intentó correr, pero Albus la hizo caer con un Locomotor Mortis que hizo que sus piernas se pegaran la una a la otra. La criatura se aproximó a Servilia, y la bruja creyó ver, en la oscuridad debajo de la capucha, unos ojos que la contemplaban con un brillo perverso.

—¡No! ¡No así! ¡No quiero acabar así! —rogó Crouch

—Pero no vas a “acabar”, Servilia. Ese es el punto —dijo Albus con suavidad, y luego comenzó a reír a las carcajadas. Louis y Valerie, en cambio, solo se abrazaron para combatir el frío que generaba el Dementor.

—¡Mátame, Albus, por favor! ¡Mátame si quieres vengarte, pero no me hagas esto! ¡Prefiero la muerte a esto! —suplicó Crouch, cuyas mejillas, por primera vez desde que Albus la conocía, estaban ya empapadas de lágrimas; era también la primera vez que lo llamaba por su nombre de pila.

—¡POR FAVOR! —rugió Crouch, pero Albus solo continuó riéndose—. ¡POR FAVOR! ¡POR FAVOOOR!

El Dementor ya estaba a dos o tres pasos de Servilia, que se acurrucó en el suelo, sollozando.

—¡Lo siento, lo siento, perdónenme, lo siento…!

Louis apartó la mirada de Crouch y el Dementor, pero Albus y Valerie continuaron observando. Vieron cómo la criatura apoyaba sus dedos sobre las mejillas de Crouch, forzándola a levantar su rostro, y vieron cómo se inclinaba aún más sobre ella. La cara de Crouch estaba casi tapada por la capucha del Dementor, y fue entonces que oyeron un sonido horrendo, como de succión, y vieron un resplandor plateado debajo de la capucha. Alrededor de veinte o treinta segundos pasaron hasta que el ruido y el brillo plateado se extinguieron, y el Dementor apartó su cara de la de Crouch, para luego remontar vuelo lejos del cementerio de Ottery St. Catchpole.

Al, que había ya dejado de reírse, se aproximó a Servilia y vio que toda inteligencia y toda emoción habían abandonado su rostro. Al igual que su sobrino Barty y al igual que los padres de Livius, la ex ministra había perdido su alma. Era un cadáver en vida. Pero a diferencia de los padres de Liv, a Albus le interesaba mantenerla con vida.

—No sé si puedes oírme, Servilia —le susurró al oído—, pero quiero que sepas que voy a asegurarme de que tengas una vida muy larga como dementorizada. Voy a meterte en una clínica muggle, la más lujosa que encuentre, donde estaré seguro de que te cuidarán para que vivas décadas así. Vas a ser la veterana en el huerto de rabanitos —concluyó, y volvió a soltar una carcajada.

Louis Rosier, por su parte, estaba arrodillado ante la tumba de su novio muerto. Tras limpiarse las lágrimas, depositó un beso sobre la lápida.

—Esto fue por ti, Hugo.

NOTAS

Ir al siguiente capítulo