Más lujuria

La verga de Albus tenía la punta ya mojada cuando Valerie lo sacó de su slip. Albus esperaba que se la chupase sin más preámbulos, pero la bruja lo atormentó limitándose a lamer la cabeza mientras lo pajeaba, haciéndolo soltar un gemido casi gutural. Hacía menos de una hora que habían visto cómo Servilia recibía el Beso del Dementor, y eso parecía haber excitado tanto a Valerie que, apenas estuvieron a solas, prácticamente se arrojó sobre su novio. Albus, que no se hallaba mucho menos dispuesto a tener sexo que ella, reaccionó con entusiasmo, y tras menos de cinco minutos de masturbación, acabó con fuerza en la boca abierta de Valerie. Por un momento él creyó que la muchacha se conformaría con eso, pero luego sintió cómo se metía su verga erecta entera en su boca, succionándola casi desesperadamente hasta lograr que el mago se sintiera de nuevo cerca del orgasmo.

Valerie, que se hallaba ya totalmente desnuda, se sacó su verga de la boca y se acostó en la cama boca abajo.

—Vamos —fue todo lo que le dijo a Albus, y fue todo lo que él necesitó oír. En un abrir y cerrar de ojos el chico se estaba ya colocando encima de ella y metiéndole su verga, empapada y brillante por la saliva y el precum, entre las nalgas. No intentó introducírsela de a poco ni utilizó ningún lubricante, como solían hacer en esas ocasiones: se la puso sin la menor consideración, y fue esa misma brusquedad la que aumentó la calentura de Valerie, que separó mucho las piernas y emitió un sonido que Al hubiera jurado que era un ronroneo.

—Así, así, más adentro, dámela toda —decía Valerie mientras Al movía sus caderas más y más frenéticamente y su verga le taladraba el culo. Albus le pasó los brazos por debajo de las axilas y la tomaba de los hombros, como buscando impulso mientras se la cogía. A Valerie no le importaba soportar el, para ella, pesado cuerpo de Al sobre el suyo —y la consecuente limitación que le daba ese cuerpo a sus dedos para tocarse la concha, que por otra parte estaba más sensible de lo habitual aquella noche—, ni el dolor que le causaba su verga. Sentía su aliento en la nuca y gotas del sudor de su frente le caían en las mejillas. Quería satisfacerlo más que nunca, y a todas luces lo estaba logrando.

Cuando él acabó, llenándole el culo de semen, ella se coló los dedos aún más adentro y no tardó en llegar al orgasmo. Por unos breves instantes se sintió en la gloria, ajena a todo lo que la rodeaba excepto el cuerpo de su amado. Luego recuperó la plena consciencia, y se sintió vaciada. Exhausta pero feliz, se durmió antes que él.

***

Albus estaba echado sobre la cama, sus piernas levantadas, sus tobillos sobre los hombros de Ash. Tenía los ojos cerrados y se relamía los labios mientras Ash lo penetraba con un ritmo muy lánguido y pausado, pero más que agradable. Tras siete encuentros sexuales con Al, a Ash le gustaba retrasar su propio orgasmo lo más posible, para gozar más tiempo de la sensación del culo de su amigo sobre su verga. Pero al final no pudo seguir resistiéndose, sacó su miembro del ano de Albus y eyaculó sobre su pecho, llenándolo de gotas calientes de semen. Viendo que Albus seguía sin acabar, se metió su verga entre los labios y se la chupó, mientras el joven le acariciaba el pelo, hasta que también su boca se llenó de esperma. No obstante, a diferencia de su amigo, a Ash no le gustaba tragárselo, así que fue al baño a escupirlo en el inodoro.

Cuando volvió a la habitación, vio que Albus estaba hurgando en los bolsillos de sus jeans, que había dejado en el suelo junto con el resto de sus prendas, y sacaba un atado de cigarrillos.

—¿Te molesta que fume? —preguntó Albus al ver la mirada sorprendida de Ashton.

—No, para nada. Pero creí que tú no…

—Empecé hace poco —repuso de inmediato Albus mientras utilizaba un fósforo para encenderlo. Ash sacó su varita del bolsillo de su pantalón y utilizó un Accio para que el cenicero de plástico que Livius solía usar cuando Ash, Alcyone y él vivían allí viniera volando desde el living hasta la mesita de luz junto a la cama en la que acababan de pasar unos maravillosos treinta o cuarenta minutos.

En ese momento Ash notó algo extraño. Los ojos de Albus, antes llenos de simpatía, parecieron cambiar de expresión cuando vieron cómo él empleaba su varita. No era que lo mirasen con desagrado o temor, sino que carecían de toda emoción. Era como si estuvieran ignorando conciente o inconcientemente lo que ocurría frente a ellos. Pero tras breves instantes, volvieron a la normalidad, y Albus le dio unas palmaditas a la cama, invitándolo a volver. Se besaron y acariciaron durante un rato, sin que a Ash le molestase el sabor a humo de la boca de Al.

Cuando el cigarrillo se consumió, Albus se levantó de la cama perezosamente.

—Bueno, me daré una ducha rápida y me iré.

—¿No puedes quedarte un poco más?

Y entonces volvió a verla. Esa fugaz expresión ausente en los ojos del joven.

—Lo lamento muchísimo, Ash, pero tengo tantas cosas que hacer en el trabajo… Pero ven a verme en mi oficina hoy por la noche y arreglaremos otro encuentro.

Sin esperar que Ashton continuase la conversación, Albus entró al baño y cerró la puerta. Como no tenía más ropa que quitarse, prontamente Ash pudo oír el ruido del agua.

Con las manos entrelazadas detrás de su nuca, Ash miró al techo durante unos momentos. El comportamiento de Albus cuando hacían el amor le resultaba cada vez más inexplicable; para ser más precisos, no era su conducta durante el sexo lo que lo desconcertaba (era todo lo que él había fantaseado durante años que sería, e incluso mejor), sino antes y después. Parecía muchísimo más lacónico en esas ocasiones que en sus otros encuentros, pese a que lo lógico habría sido, al menos para Ash, que en la intimidad del departamento su amigo se mostraría menos inhibido que en las oficinas del Ministerio o en el número doce de Grimmauld Place, con Valerie participando de la conversación. Y tenía tendencia a repetir las mismas frases. “Tengo tantas cosas que hacer en el trabajo”, “No hace falta que me acompañes a la puerta”, “Ven a verme a mi oficina y arreglaremos otro encuentro”… Antes a Ash no le importaba, pues se hallaba demasiado contento de gozar de esa hora casi diaria de buen sexo con Albus, pero ahora comenzaba a preguntarse por qué Albus estaba dispuesto a darle solamente sexo en sus citas.

Optando por archivar momentáneamente ese enigma en su cabeza, Ash se levantó de la cama y se puso los boxers y los pantalones. Pero en el momento en que guardaba su varita de vuelta en el bolsillo, una nueva duda lo asaltó. Miró los jeans de Al y los levantó, con un poco de timidez, como si sintiera que estaba viendo y tocando algo prohibido, del suelo. Palpó la tela hasta que sintió la familiar forma de su varita. La varita que, en esas aproximadamente siete horas que habían pasado juntos en total en aquel departamento, nunca le había visto usar. Le bastó con que sus dedos tocasen la madera para comprender la verdad.

Albus salió de la ducha, con el cuerpo reluciente por el agua, una imagen que le habría parado la verga en un santiamén solo unos minutos atrás. Pero Ash contempló a esa persona que había entrado al cuarto con frialdad, sacó su propia varita otra vez y le apuntó con ella al pecho.

—¿Quién eres? —preguntó suavemente.

***

Lo que menos le gustaba a Albus de sus encuentros “clandestinos” con Ash en su despacho, hacia el final del día, era tener que besarlo y simular que le gustaba tanto como a él. No era insoportable (si cerraba los ojos, podía por un momento olvidar que sus labios eran los de otro varón), pero le exigía mucho talento actoral. A veces Albus se preguntaba con sorna si no era a ese tipo de cosas, y no al dolor de la ruptura del himen para una mujer, a las que se refería la reina Victoria cuando le dio como único consejo a su hija “Cierra los ojos y piensa en Inglaterra” antes de su noche de bodas. No obstante, era capaz de soportar esas pequeñas molestias por ver a su amigo feliz. Podía notarlo no solo cuando se veían a solas en la oficina, sino en todas las demás oportunidades en que se encontraba con él: Ash parecía estar más satisfecho y de mejor humor que nunca.

Albus se preciaba de conocer bien a sus amigos, pero no tenía la menor idea de que Ash estuviera enamorado o siquiera atraído hacia él; incluso desconocía que le gustaran los chicos. Pero consideraba que había subsanado aquella falta de atención al concebir espontáneamente, habiendo sido recién besado por Ash, su plan para no tener que rechazarlo sin serle —técnicamente— infiel a Valerie (por no mencionar hacer algo tan opuesto a sus inclinaciones como tener relaciones con otro chico). La Poción Multijugos era un plan perfecto… o casi. Porque si bien con el Confundus que le había aplicado y con su propia astucia de ragazzo di vita Tommy Starr era un impostor más que aceptable, no era el mejor. Lo ideal hubiera sido que otro mago lo reemplazase, pero ¿cómo encontrar a un mago capaz de cumplir con una misión tan delicada sin sentirse al menos tentado a sacar provecho? Por eso siempre que se veía con Ash, Albus examinaba su rostro y su mirada buscando algún signo de sospechas.

Y cuando, como estaba previsto, Ash entró a su despacho sin llamar y sin que Marietta lo anunciase, Albus supo que el día que había estado temiendo había llegado. Ash no sospechaba la verdad, Ash sabía la verdad. Y estaba furioso.

Albus se levantó de su sillón y se acercó a su amigo. Intentó apoyarle las manos en los hombros, como un gesto para calmarlo, pero Ash se las sacudió como si fueran alacranes, con sus ojos brillantes de odio y de lágrimas no derramadas.

—¡No me toques! ¡No te atrevas a ponerme las manos encima, hijo de puta!

—Ash, por favor…

—¿CÓMO PUDISTE? ¿CÓMO PUDISTE HACERME ESO? ¡ME OBLIGASTE A… A… A ACOSTARME CON UN DESCONOCIDO!

—Ash, lo puedo explicar.

—¡No hace falta que lo expliques! ¡Tu lacayo Starr me contó todo! ¡Todo, Al! ¡Me dijo cuánto le pagaste, me dijo qué instrucciones le diste, me dijo todo! ¡Me traicionaste!

—¡No te atrevas a decirme…! —gritó Albus, enfadado, mientras le daba un empujón. Pero claramente había subestimado la cantidad de rabia que Ash había estado acumulando desde que descubrió la verdad esa misma tarde. Ante el contacto de la mano de Albus sobre su hombro, Ashton se precipitó hacia él con el furor de un jabalí, golpeándolo en el estómago y haciéndole perder el aliento. Luego le dio un puñetazo en la cara, haciéndolo caer al suelo. Albus intentó levantarse, pero Ash saltó sobre él y volvió a golpearlo. Si bien Albus y él eran de la misma altura y contextura física, Ash estaba casi loco de cólera y cargado de adrenalina, y pudo inmovilizarlo fácilmente.

La proximidad y sujeción del cuerpo de Albus tuvo el inesperado efecto de provocarle una erección a Ash, y eso hizo que dejara de pegarle. Sin embargo, Albus, que podía sentir la dureza del pene de Ash a través de su ropa y de la de él, vio algo aún más aterrador en el rostro de su amigo. Una mirada que ya no era solamente de odio o de ira, sino que consistía en esas emociones mezcladas con un deseo feroz, animal.

“Va a violarme y voy a tener que matarlo”, fue lo único que atinó a pensar Albus. Y aún entonces, supo que lo que más lo llenaba de terror era lo segundo, el tener que asesinar a uno de sus amigos. Fue entonces que ya no pudo impedir que todo ese miedo se manifestara en sus propias facciones.

—Ash… por favor —suplicó.

Al oír esas palabras, el deseo desapareció de los ojos de Ash. Poco a poco se fue calmando, y aflojando la presión de sus manos sobre las muñecas del chico mayor. Finalmente se incorporó y, evitando la mirada de su amigo, salió de la habitación. Albus se quedó en el piso, absolutamente conmocionado.

NOTAS

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