El nuevo retoño

Alcyone Black. Alcyone Black. Mientras más pensaba en ello, más le agradaba su nuevo nombre a la flamante esposa de Livius. Alcyone no había estado esperando con demasiadas ansias el momento de casarse con Liv durante todos sus años de relación. No es que no estuviera interesada, pero nunca lo había considerado como algo muy cercano en el tiempo. Imaginaba que Livius se lo pediría cuando fueran mayores, como Teddy Lupin y Victoire Weasley. Pero luego había venido la muerte de sus padres, esas edénicas vacaciones en los Hamptons y la imponente investidura de Albus, y por algún motivo cuando poco después Livius le propuso casamiento, a Alcyone le pareció el momento correcto.

La boda había sido perfecta, gracias a esa genial idea de Al y Valerie de celebrarla durante la conferencia en Gibraltar. Una celebración majestuosa, llena de invitados distinguidos, tan diferente a la sencillez que había pensado que tendría cuando llegara la fecha que habían estipulado originalmente… Livius le había dicho que sospechaba que Albus no solo estaba interesado en los efectos benéficos que tendría la fiesta sobre el ánimo de los delegados extranjeros, sino que, conciente o inconcientemente, quería rodear de tantos lujos a su casamiento porque representaba a sus ojos y a los de muchos otros el renacer de la familia Black. Livius, el último mago que llevaba ese apellido, contraía matrimonio con ella, que era además descendiente de los Black a través de su antepasada Isla. Dos antiguas ramas desheredadas del árbol se unían para dar un nuevo retoño. Pero a Alcyone no le importaban esas cuestiones dinásticas.

El único momento incómodo de la boda fue cuando su padre se le acercó a saludarlos. A Alcyone le dio la impresión de que existía cierta tensión entre su nuevo marido y Prometheus, pero esa tensión no afloró durante la breve y civilizada conversación que mantuvieron los tres antes de que el señor Hitchens le pidiera hablar un segundo a solas. Alcyone estuvo de acuerdo y se alejó unos pasos, mientras Livius saludaba a algunos otros invitados.

—Hija, no sabes lo bella que estás hoy.

—Gracias, papá —dijo Alcyone, conmovida.

—Ojala tu madre hubiera podido vivir para verte —dijo Prometheus, cuyos ojos se humedecieron al mencionar a su asesinada esposa. Alcyone lo abrazó para consolarlo.

—Estoy segura de que ella me está viendo, donde quiera que esté.

—Aún la recuerdo, el día en que tú naciste. La primera vez que la vi después del parto, contigo en su regazo… fue la imagen más hermosa que vi en mi vida. Y verte a ti hoy en tu boda ha sido la segunda imagen más hermosa.

Alcyone, que no quería recordar a su madre en un día tan feliz, le dio unas palmaditas a Prometheus.

—Pues espero que dentro de poco puedas verme a mi sosteniendo a tu primer nieto.

—¿Estás…?

—No, no estoy embarazada, pero me gustaría estarlo. Aún no lo discutí con Livius.

—Hija… —dijo Prometheus, para luego detenerse.

—¿Sí? —dijo Alcyone, instándolo a terminar su frase.

—Tú… tú y Livius no están del todo seguros. Quizá este no sea el mejor momento para pensar en niños.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Alcyone.

—No me fío del Hacedor de Reyes.

—¡Albus jamás nos haría daño! —exclamó la joven, escandalizada.

—¿Y qué hay de sus enemigos?

—¿Qué enemigos? Papá, creo que has bebido demasiado —dijo Alcyone con severidad. Prometheus le respondió con una mirada inescrutable, y tras un duelo silencioso entre padre e hija, lanzó un suspiro y dijo:

—Sí, tienes razón. Esa champaña es muy fuerte, ¿sabes?

***

—¿En qué piensas? —preguntó Lysander Scamander a su novio, mientras le servía una copa de champaña. Louis, que estaba mirando hacia los demás invitados a la boda con aire ausente, se volvió hacia Lysander y le sonrió.

—Oh, en nada.

—Piensas que a Hugo le habría gustado ver esto, ¿no? A Liv y Alcyone casados.

—No, no pensaba en Hugo —dijo Louis con calma.

—¿Lo… lo extrañas?

—Todos los días.

—Lo entiendo —dijo Lysander, bebiendo un sorbo de champaña y evitando la mirada de Louis.

—No quiero que me malinterpretes —dijo Louis, comprendiendo que debía ser más claro—. Siempre extrañaré a Hugo, aún si llegase a vivir cien o ciento cincuenta años. Pero eso jamás significará que no me alegre de que tú y yo estemos juntos.

—Tú y yo no estaríamos juntos si él… —dijo Lysander, pero Louis lo interrumpió.

—¿Cómo sabes eso?

—Pues… tú y él…

—Éramos novios, sí, y también es cierto que estábamos enamorados —dijo Louis—. Pero es imposible saber si estábamos destinados a seguir juntos por el resto de nuestras vidas.

—Si dices que estaban enamorados, entonces está claro que…

—Estábamos enamorados, pero hubiéramos podido dejar de estarlo.

Lysander apuró el contenido de su copa y miró a Louis, muy sorprendido.

—¿Por qué dices eso? ¿Acaso él hizo algo antes de…?

—No. Durante años, una de las cosas que más lamenté es no haberle dicho que lo quería todos los días, porque él fue perfecto todos los días. Pero él era perfecto a mis ojos. Los ojos de un chico de diecisiete años. Era un niño, y él también lo era. Ahora tengo veintidós, y he cambiado. Tú has cambiado, todos hemos cambiado. ¿Quién sabe si me hubieran gustado los cambios que Hugo habría experimentado, o a él los míos?

—¿Dices que podrías haber dejado de amarlo?

—No —dijo Louis firmemente—. Nunca habría dejado de amarlo, salvo que se hubiera convertido en una persona muchísimo peor. Él fue mi mejor amigo cuando éramos niños, fue prácticamente un hermano, antes de que llegara la pubertad y pasáramos a ser mucho más. Pero sí podría haber dejado de estar enamorado de él. Hay una diferencia.

—¿Y podrías dejar de estar enamorado de mí?

—Si todo sigue como hasta ahora, no. Pero a largo plazo, no lo sé. Y francamente, me alegra no saberlo. Si el amor fuera realmente, literalmente eterno, si no experimentara adversidades, si no corriera ningún riesgo de extinguirse, ningún desafío, entonces, ¿qué tendría de emocionante? Solo sería sexo y convivencia, nada más.

—Hablando de eso… —dijo Lysander, acariciándole el rostro y deslizando su pulgar por encima de sus labios. El hermano de Valerie los abrió y comenzó a chupárselo, haciendo que a Lysander se le pusiera tiesa enseguida. A pesar de que ya llevaban varios meses juntos, el hechizo sexual, por así llamarlo, que ejercía Louis sobre él seguía igual de fuerte. Y él era mucho menos convencional en sus gustos de lo que Lysander hubiera imaginado. Por ejemplo, en el tema de hacer participar a otros chicos en la actividad sexual. La primera vez, durante la fiesta salvaje que tuvo lugar en Las Tres Escobas tras la investidura de Albus, ambos habían estado muy borrachos, aunque Lysander sospechaba que Louis había planeado de alguna manera hacer lo que terminaron haciendo con uno de los muchachos de Hogwarts. Luego lo habían hecho en otras cuatro ocasiones, y solo una de ellas, en las que el “tercero en concordia”, como Louis lo llamaba, se había mostrado cohibido y poco entusiasta, había sido insatisfactoria. Lysander descubrió que le gustaba ver a Louis con otros chicos. Le encantaba hacer el amor con él, pero también lo fascinaba ver como otro joven lo hacía llegar al orgasmo, algo que cuando estaban solos ellos dos no podía presenciar en detalle, porque estaba él mismo demasiado dominado por las pasiones.

Pero aquella noche había muy pocos chicos de su edad, aparte de los amigos de Louis y Lysander, y ninguno parecía estar buscando compañía masculina. Lysander no se entristeció demasiado (tener a Louis para él solo de ningún modo podía considerarse insuficiente), pero cuando vio que Louis lanzaba una mirada casi predatoria hacia la barra, señal inequívoca de que había detectado un buen blanco, tampoco se sintió molesto.

Lysander miró en la misma dirección y vio a varias chicas de veinticinco o veintiséis años, a un par de sus amigos y a nadie más. El barman era demasiado mayor como para que fuera el objeto del interés de Louis.

—¿Sabes que se me ha ocurrido una idea deliciosa, Lys? —dijo Louis, mientras le acariciaba el muslo, haciendo que su erección se volviera aún más enhiesta.

—¿Cuál?

—¿Qué tal si le damos una alegría al pobre y solitario Ash?

***

Una hora después Louis y Lysander habían regresado a su habitación, dentro de la enorme tienda donde Albus y su séquito se alojaban. No habían regresado solos: traían consigo una gran botella de whisky de fuego y a Ash Bennett.

Al poco tiempo de entrar, los tres se tumbaron en el colchón repleto de almohadones y Louis y Lysander comenzaron a besarse. Ash, que ya estaba algo atontado por el alcohol (ya había bebido unos cuantos tragos antes de que la pareja se le acercara en la barra), se quedó mirándolos mientras bebía whisky directamente del pico de la botella. De repente los dos chicos se interrumpieron y, antes de que Ash comprendiera qué se disponían a hacer, se acercaron hasta él y empezaron a acariciarlo.

—¿Qué… qué hacen? —preguntó vacilantemente.

—¿Crees que íbamos a ser tan egoístas como para dejarte afuera? —dijo Louis, mientras deslizaba su mano debajo de su camisa y palpaba su pecho.

—Pero yo…

—Sabemos que eres gay —lo interrumpió Lysander, que comenzó a besarlo en los labios, ahogando así sus débiles protestas. Louis, entretanto, le había desabotonado la camisa y deslizaba su lengua desde su pecho hacia su estómago. Excitado, Ash comenzó a responder a los besos a Lysander y tomó la cabeza de Louis con ambas manos, mientras el hermano de Valerie le abría la bragueta y hurgaba en su interior hasta sacar su pene, ya totalmente duro. Louis se lo metió entero en la boca, hasta la garganta, haciendo que Ash soltara un gemido muy fuerte. Lysander empezó a besarle el cuello y luego fue descendiendo hasta que su cabeza estuvo a la misma altura que la de Louis. Los novios volvieron a besarse y luego volvieron su atención hacia la erección de Ash. Ambos comenzaron a chupársela al mismo tiempo, uno de ellos succionando los huevos y el tronco y el otro dándole lamidas al glande. A Ash, pese a que tenía bastante experiencia sexual, le costó mucho contener el orgasmo, pero lo hizo pues estaba seguro de que aquel sexo oral simultáneo no era lo mejor que le tenían preparado, y no quería “vaciar su cargador” demasiado temprano.

No se equivocaba. No mucho después, Lysander le quitó los pantalones y los calzoncillos (el propio Ash se había descalzado al acostarse en esa cama y se había quitado la camisa abierta previamente por Louis) y se puso a manosearle el culo. Los chicos hicieron que se tendiera de costado, frente a Louis y dándole la espalda a Lysander. Louis Rosier se colocó en la misma postura, pero al revés, de tal manera que su rostro quedó frente al pene de Ash y su pene quedó frente al rostro de su amigo, y sin más preámbulos comenzaron a hacer el 69. Lysander, por su parte, le separó las nalgas a Ash y comenzó a introducirle el pene.

Pronto se convirtieron en un revoltijo de brazos, torsos y piernas en el que, a la luz no demasiado intensa de la habitación, habría sido difícil distinguir quién era quién. Ash, con el pene de Louis en la boca, su propio miembro en la de Louis y el de Lysander en su culo, se abandonó por completo a los sentidos, olvidando los sentimientos temporalmente.

***

El canto de las aves despertó a Ash. Estaba acostado a la izquierda de Louis, mientras que Lysander estaba a su derecha. No obstante, mientras que Ash había dormido boca arriba, Lysander y Louis parecían haber cambiado de postura mientras dormían, girando el uno hacia el otro, y ahora dormían abrazados. Ash los observó con una sonrisa melancólica, y se levantó de la cama cuidando de no hacer ruido y despertarlos. Tras ponerse la ropa de nuevo, abandonó la tienda y salió al fresco aire de la mañana.

Las mesas y sillas de la boda seguían allí, pero no quedaba nadie más. Los participantes parecían haberse ido todos a la cama. Incluso las hadas habían desaparecido. Ash se sentó en una de las mesas, vio que había un platito con una porción intacta de la torta de casamiento y, notando que tenía hambre, se puso a comerlo.

“No pueden saberlo”, pensó, mientras se llevaba un trozo a la boca, en la que sentía un explicable sabor amargo. “Les estoy infinitamente agradecido por lo que hicieron por mí esta noche, pero al mismo tiempo les tengo una enorme envidia. Se tienen el uno al otro. Louis perdió a su amor, pero encontró a otro y volvió a enamorarse. En cambio yo no lo he perdido: yo nunca lo tuve en primer lugar, ni podré tenerlo. Pero por una noche ellos compartieron lo que tienen conmigo. Y jamás podré decirles lo que ha significado para mí.”

***

Draco Malfoy comprendió que sus invitados no se fiaban de él cuando todos —excepto Greg Goyle, que por supuesto era el menos inteligente del grupo— rechazaron muy cordialmente beber el vino blanco de elfos (en aquellos días veraniegos el whisky de fuego era insoportable, por lo que se imponían las bebidas enfriadas) que les ofreció, pidiéndole jugo de calabaza o cerveza de manteca. Los recibió en un salón más bien modesto del ala izquierda de la Mansión Malfoy cuyos ventanales daban a los jardines y habían sido abiertos para dejar entrar un poco de aire fresco. El cuarto estaba iluminado por apenas tres o cuatro candelabros.

—¿Cómo estuvo tu viajecito a Gibraltar con el Gran Hombre, Draco? —preguntó Blaise Zabini con inocultable sarcasmo.

—Muy provechoso para mis negocios —dijo Draco sin inmutarse.

—Pues te felicito —dijo Zabini—. No todos compartimos tu… buena suerte. ¿Cómo le va a Scorpius en su nuevo trabajo?

—Bien, aunque le quita mucho tiempo.

—De todos modos, ¿no es ese el trabajo con el que todo padre sueña para su hijo? —comentó Blaise, haciendo que Theodore Nott esbozara una sonrisa muy sutil de desdén.

—Él cree que como director de Azkaban hace una contribución importante a la sociedad.

—Probablemente así sea, viejo amigo —dijo Blaise en tono paternalista.

—No los he invitado aquí para hablar de mi hijo —dijo Draco.

—¿Para qué nos has pedido venir aquí, entonces? —preguntó Nott.

—Porque creo que estamos en serios problemas. Y que nosotros, como Slytherins pero sobre todo como miembros de las familias mágicas más adineradas, tenemos que desembarazarnos de esos problemas.

—Y supongo que esos problemas tienen nombre y apellido, ¿cierto? —dijo Blaise.

—Sí: se trata del “Gran Hombre”, como tú mismo lo llamaste.

—Draco, realmente debes creer que estás tratando con estúpidos —protestó Blaise, aunque sin levantar el tono de voz ni hacer ningún gesto teatral, como levantarse de su sillón—. Nos invitas a tu casa y nos induces a que hablemos en contra del viceministro, sabiendo bien que cada palabra que digamos nos puede conducir a la prisión que ahora dirige tu hijo, por traición.

—Ninguna palabra que digan saldrá de esta habitación. Lo juro por mi magia.

—¿Y por qué deberíamos creerte? “Ninguna palabra que digan saldrá de esta habitación” es un juramento que puede interpretarse de más de una manera y tú lo sabes. Tu hijo es uno de los hombres de confianza del viceministro Potter.

—Pues mi hijo se equivoca —dijo Draco fríamente—. Albus Potter caerá tarde o temprano, y yo no pienso caer con él. Más bien pienso contribuir a su caída.

—¿Por qué? Potter te favorecerá. Eres el padre de su mejor amigo.

—Potter apenas me dejará en paz. No tocará mi fortuna, porque también es la fortuna de Scorpius. Pero tampoco me permitirá aumentarla por medio de los procedimientos habituales, los procedimientos que yo, que ustedes, que nuestros padres y nuestros abuelos han venido utilizando desde hace siglos. Nosotros fuimos capaces de manejar el Ministerio —o al menos su política económica— durante años y años… hasta ahora. Porque ahora hay un gobierno que aparentemente tiene una fuente de financiamiento alternativa a nuestras donaciones. Que puede hacer aparecer millones de galeones prácticamente de la nada y usarlos para pagar asignaciones y para otros gastos. Y esa reforma a los impuestos que está planeando implementar no puede alcanzar a cubrirlos.

—La verdad es que el viceministro me ha decepcionado; esperaba más de él. Al fin y al cabo, es un Slytherin, como nosotros. Y mi hijo Brutus me ha hablado muy bien de él —comentó Nott.

—Potter no es un Slytherin —dijo Blaise con desprecio—. El Sombrero puede mandarte a una Casa, pero eso no significa que seas un verdadero miembro de ella. Albus Potter es una aberración. Un Gryffindor disfrazado de Slytherin. Es poderoso, eso se lo concedo. Es un buen duelista, aunque no sé si tan bueno como mi muchacho, Antoine. Sin embargo es mucho menos astuto de lo que cree. Piensa que poniendo a su tío como ministro e inventándose el puesto de viceministro realmente puede engañar a la gente para que crea que no es él quien ejerce el poder real, cuando lo que hizo es una táctica política típica de un principiante. Él no es nada.

Draco miró con gran atención a Blaise. Le sorprendió la manifiesta hostilidad que sentía hacia Albus. No es que él sintiera un gran aprecio por el Hacedor de Reyes, pero tampoco lo odiaba. En verdad lo consideraba una amenaza. Pero Blaise sí parecía detestar a Albus hasta lo más profundo de su ser, y Draco no tuvo grandes dificultades en deducir el motivo: Valerie Rosier. Ella había sido novia de su hijo Antoine durante un tiempo lo bastante largo como para que los cuatro Zabini —abuela, padre, madre e hijo— llegaran a considerarla en los hechos como su futura esposa. Pero luego ella había roto con él y se había puesto en pareja con Albus, y no mucho después se había producido la muerte de Hugo Weasley y el encarcelamiento y posterior escape de la pareja. Antoine Zabini —lo mismo que toda su familia— se lo había tomado como un insulto a él mismo y a su familia, y durante esos años se había rehusado a buscarse otra novia, aunque eso no significaba que permaneciera precisamente casto. Draco sospechaba que el joven, que era igual de vanidoso que su padre, no quería arriesgarse a sufrir otra herida en su inmenso ego, o que tal vez pensaba que Valerie terminaría por volver con él, reparando la ofensa. Personalmente Draco creía poco probable que la muchacha abandonara a Potter por Antoine, y la consideraba una enemiga casi tan importante como su novio, pero se cuidaría de decírselo a los Zabini.

Theodore Nott carraspeó antes de decir:

—Bueno, ponernos a discutir sobre si Potter es o no un genuino Slytherin no nos conducirá a nada. Creo que los cuatro coincidimos en que su gobierno es bastante perjudicial para nuestros intereses.

—Sí. En lo que no coincidimos es si podemos confiar los unos en los otros —dijo Zabini, clavando una dura mirada en Draco.

—Blaise, nosotros cuatro nos conocemos aún desde que éramos niños. Aún antes de subirnos por primera vez al Expreso de Hogwarts. Ustedes son de mi generación, personas con las que me puedo entender y, al margen de alguna que otra disputa menor, negociar de igual a igual. Potter no. El “Hacedor de Reyes”, como lo suelen llamar últimamente, es un autócrata. Es otro Tom Ryddle. Y todos recordamos lo mal que nos fue a los Slytherin de nuestra generación cuando decidimos ponernos a sus órdenes.

Durante algunos segundos, todos guardaron silencio. El recuerdo de Vincent Crabbe estaba en las mentes de los cuatro, en especial de Draco y de Goyle, que eran quienes mejor lo conocían. Podía haber sido un necio traicionero, pero a Draco seguía doliéndole su muerte. A su manera, le había impactado tanto como la de Cedric Diggory a Harry Potter.

—Yo no quiero que mi hija tenga que ver quemadas vivas a sus amigas. A mí me pasó con Vince y es horrible —dijo Goyle, rompiendo el mutismo que había mantenido desde que llegó—. Si Draco piensa que Potter es como el Señor de las Tinieblas, entonces Potter es como el Señor de las Tinieblas. Tenemos que matarlo antes de que nos haga daño.

Y pese a lo excesivamente simple y mal expresado que había sido el razonamiento, todos lo aceptaron tácitamente. El Hacedor de Reyes debía ser eliminado, política o físicamente. Y aquellos cuatro hombres utilizarían todo su dinero, prestigio e influencia para alcanzar tal fin.

NOTAS

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