Visitando a mamá

—Comencemos por el principio. ¿Cómo carajo implosionó la fuente?

Jezebel Smith tenía un informe escrito, pero ya lo conocía de memoria y solo lo había traído consigo porque era una bruja muy concienzuda. Así que no tuvo que mirar sus papeles para contestar.

—Alguien colocó alguna especie de aparato. Probablemente haya tenido la forma de una moneda. Recordarás que la gente arroja dinero a las aguas de la fuente, y los domingos las monedas se desvanecen y son enviadas a la cuenta bancaria de San Mungo, en Gringotts.

—¿Por qué no hacen que las monedas se desvanezcan apenas caen al agua? —preguntó Ash, quien también participaba de la reunión.

—Estrategia comercial —replicó Isaac—. Si las personas ven que otra gente ha hecho donaciones antes que ellas, es más probable que aporten un poco.

—Pues eso se acabó. A partir de ahora, cuando volvamos a levantar la fuente, las monedas irán enseguida a la cuenta en Gringotts, y cada centímetro del Atrio será registrado a diario, y nunca en el mismo horario, con detectores de tenebrismo —anunció Albus.

—También sugeriría otra cosa —dijo Valerie—. Debemos hacer una lista de todas las personas que consideremos sospechosas. En el momento en que cualquiera de esas personas entre en el edificio del Ministerio, deberá ser vigilada por los Aurores. Y esa lista estará encabezada por Draco Malfoy.

Scorpius clavó la mirada en el vaso de cerveza de manteca que estaba tomando, incómodo. Pero a Albus no le importaba en lo más mínimo lo que sintiera su mejor amigo en esos momentos.

—Malfoy arrojó una moneda a la fuente cuando vino, el día en que se debatía la ley que limita las donaciones, ¿verdad?

—Los Malfoy no arrojan solo una moneda, suelen vaciar una bolsa siempre que vienen aquí. Debe haber donado cien galeones como mínimo. Pero olvidas que eso fue hace mucho más que una semana, y desde entonces no ha vuelto al edificio —dijo Isaac.

—Mi padre fue Auror, y conoce bien las medidas de seguridad del edificio. Debe haberle puesto algún encantamiento a la falsa moneda para que no se desvaneciera. Y dudo que los encargados de seguridad se hayan percatado el lunes a la mañana, al revisar el Atrio, que una de las monedas seguía en el agua, sobre todo si era una pequeña, como un knut o un sickle.

—Lo más preocupante es que tu papá haya podido crear una bomba tan devastadora y tan pequeña… —dijo Ash.

—Probablemente haya sido obra de mi tía Hermione. Es una bruja brillante. Es una pena que esté en el otro bando.

Las palabras “en el otro bando” parecieron quedar flotando ominosamente en la habitación. Si había “otro bando” significaba que había un bando propio, y si había dos bandos, eso implicaba que estaban en guerra.

Habiendo muchos de ellos visto con sus propios ojos la reacción inicial de Albus a los sucesos del Atrio, era muy sorprendente ver cómo ahora actuaba con más calma. Habían esperado que estuviera gritando y maldiciendo a su padre y sus cómplices (reales o supuestos), y a todos los que, por sus descuidos, habían permitido que el atentado tuviera lugar.

—Quiero que sepan algo —dijo Al finalmente—: no tengo miedo. Y no hay ningún motivo por el cual deban tener miedo ustedes. Mi padre no es Servilia Crouch. Es un mago mucho más fuerte que ella, pero también es más civilizado. Lo que ha hecho hoy, por más impactante que pueda haber sido, también me ha confirmado eso. Hizo implosionar la fuente, no la hizo explotar. ¿Comprenden la diferencia? Una explosión habría dejado decenas de heridos, o incluso muertos. La implosión solo ha dejado un cráter en medio del Atrio. Mi padre quiere intimidarnos. Quiere hacerles creer que es un mago más poderoso que yo y que lo único que nos queda por hacer es negociar con él, bajo sus propios términos. Pero no olviden esto: yo lo vencí. Yo lo vencí una vez, le arrebaté la propiedad de la Varita de Saúco, y puedo vencerlo de nuevo. Hoy solamente tuvo el elemento sorpresa a su favor.

“Y hay otra cosa que me gustaría que a todos y todas les quede clara: nosotros somos los buenos aquí. Lo cual no quiere decir que mi padre sea malo: solo está profundamente equivocado.

—Estoy de acuerdo —dijo Jezzie, a quien no le interesaba demasiado esa cuestión—. Ahora deberíamos pasar a otro punto: el manejo de la información. Como sabrás, el Atrio estaba aislado cuando se produjo la implosión. La entrada al público había sido cerrada y los empleados del Ministerio se encontraban en su oficina. Solo los Aurores vieron qué pasó. Creo que tenemos tiempo para reconstruir la fuente antes de reabrir el Atrio…

—No —replicó Albus—. Las estatuas de la fuente fueron esculpidas por un artista. Ninguno de nosotros podría recrearlas exactamente como eran. Lo que haremos será llenar el cráter de escombros y decir que la fuente se derrumbó. Es imposible ocultar por completo lo que ha ocurrido, puesto que cientos de empleados y funcionarios han escuchado el sonido de la implosión, pero podemos disimularlo. Era una fuente muy vieja y necesitaba mantenimiento. Lysander, ¿puedes ocuparte de redactar la noticia?

Lysander Scamander, que había sido designado un tiempo atrás como representante del Ministerio en el directorio del diario El Profeta, asintió.

—¿Y el Patronus? Muchos empleados y visitantes lo vieron y todos saben que el de tu padre es un ciervo. No será difícil sumar dos y dos —dijo Scorpius, aliviado de que hubieran dejado de hablar de Draco.

—No se me ocurre ninguna versión más creíble, dadas las circunstancias. Escuchen: tenemos mucho por hacer. Ya es hora de que me traslade a Hogwarts y empiece mis reformas, falta muy poco para que comiencen las clases. No quiero que este asunto nos retrase. Las medidas de seguridad en la entrada del Ministerio deberán ser reforzadas, y también las de la entrada al callejón Diagon y a San Mungo. Y las chimeneas del callejón Diagon conectadas a la Red Flu deberán ser vigiladas.

—¿Qué hay de Hogsmeade? —preguntó Jezzie, que había estado tomando nota de todas las órdenes dadas por Al.

—Colocaremos más Aurores para patrullar las calles, puesto que no existe forma de controlar quién entra y sale de ahí. Jezzie, también necesitaré que aceleres un poco el programa de entrenamiento de la División. Es preciso contar con un mayor número de efectivos.

—Veré qué puedo hacer.

—También necesitaré que alguien empiece a investigar la bomba. Estoy seguro de que el que mi padre hizo poner en la fuente no debe ser el primer artefacto mágico explosivo que se haya creado. Ash, ¿crees que puedes hacerte cargo? Le pediría a Livius, pero no quiero interrumpir su luna de miel con Alcyone.

—Ningún problema.

—Entonces, si nadie tiene nada más que decir, se levanta la sesión —dijo Al con una sonrisa. De a uno los jóvenes fueron saliendo de su despacho, hasta que solo quedó Valerie.

—No te preocupes, Al —dijo la chica—. Lo superaremos. Él no…

—Lo sé, lo sé —la interrumpió su novio—. ¿Podrías dejarme a solas?

—Claro —respondió Valerie, algo desconcertada pero manteniendo el aplomo.

Apenas se encontró solo, Albus hizo desaparecer la cerveza de manteca de su vaso utilizando la varita y se sirvió una gran cantidad de whisky de fuego, que bebió de un solo trago. Apoyó ambas manos sobre el escritorio, con los dientes apretados, respirando agitadamente debido al ardor que le causó la bebida. Luego vio una foto que se había traído recientemente de su casa, enmarcada. Era de su séptimo cumpleaños. James, Lily, su padre y él estaban allí, mientras que su madre era quien tomaba la fotografía. Los cuatro sonreían y saludaban mientras las siete velitas parpadeaban encima de la torta. Al se fijó en su padre, y hubo algo en la sonrisa del hombre que le revolvió el estómago, como si se estuviera burlando. Sacó la fotografía del marco y la acercó a la llama de una de las velas que iluminaba el despacho. No obstante, antes de que el fuego tocara la foto, el joven la apartó, recordando que sus hermanos y él también aparecían en ella.

“Mejor la dejaré en cualquier cajón del número doce de Grimmauld Place y pondré alguna otra en donde no aparezca el viejo… ni tampoco esa mujer. No será fácil, pero quizá consiga que Lily me dé una mano”.

Tras guardar la foto en un maletín, Albus decidió revisar la agenda de sus próximos días. Había algo que siempre lo animaba cuando estaba preocupado o entristecido por algo.

“Debería visitar a mamá”, pensó.

***

El bar muggle en que habían concertado la cita era ideal: todo el ruido de los parroquianos y la música les permitiría aislar su conversación mucho más eficazmente que con un Muffliato. Draco Malfoy había arrugado un poco la nariz al saber que tendría que estar rodeado de muggles para su encuentro con Hermione, pero no puso ningún reparo.

La madre de Rose y Hugo fue más puntual que Draco, y ya había pedido una cerveza cuando el padre del ex novio de su hija arribó.

—Disculpa la tardanza, Granger, pero no pude evitar perderme. No conozco la Londres muggle —dijo Draco, algo irritado.

—Pues te conviene empezar a aventurarte en ella más seguido, Draco. Ahora mismo es el lugar más seguro para encontrarnos.

—Sí, sí. Oye, tengo una pregunta. ¿Los muggles conocen la existencia de los dragones?

—Draco, sé que no tomaste clases de Estudios Muggles cuando estabas en Hogwarts, pero tienes que haber leído Animales fantásticos y dónde encontrarlos —lo regañó Hermione.

Ante la mención de la materia por parte de Hermione, Draco sintió brevemente un nudo en el estómago. Porque la bruja que daba clases de Estudios Muggles durante sus años en Hogwarts, Charity Burbage, había sido asesinada por el mismísimo Lord Voldemort en el comedor de la Mansión Malfoy, frente él mismo y sus padres, y sin que él pudiera hacer nada para evitarlo. Después de la de Dumbledore, había sido la segunda muerte que había visto con sus propios ojos (recordaba la muerte de su abuelo Abraxas, cuando él era un niño, pero no la había presenciado personalmente). Debido a ello, cuando volvió a Hogwarts en septiembre de aquel horrible 1997, pudo ver por vez primera a los thestrals que tiraban los carruajes que conducían a los estudiantes desde la estación de trenes de Hogsmeade hasta el colegio.

Sin embargo, Draco sabía que Hermione no estaba haciendo ningún tipo de referencia a la profesora Burbage; si bien ella estaba al tanto de que la profesora había sido asesinada por Lord Voldemort en la Mansión Malfoy, desconocía las circunstancias exactas y, además, no tenía motivo alguno para querer atormentarlo con eso. De modo que se limitó a responderle:

—Solo los apartados de las criaturas sobre las que necesitaba buscar información, el resto ya lo sabía.

—Evidentemente no sabías todo, porque al principio del libro Newt Scamander dice que los muggles están al tanto de los nombres y características de algunas criaturas mágicas, pero creen que son seres mitológicos y no reales. Ese es el caso de los dragones. Los muggles saben cómo es un dragón, pero no tienen idea de que existen realmente. ¿Por qué quieres saberlo?

—Porque en el camino me dieron un folleto invitándome a una exhibición de arte de una pintora muggle, una tal Anne Chadwick, y el folleto tenía una miniatura de uno de los cuadros de esta mujer, que mostraba un dragón. Estaba tan bien dibujado que no pude sino creer que ella lo había visto en persona.

—Hubo muggles que vieron dragones en persona, durante la Edad Media…

—¿Edad Media? —preguntó Draco, desconcertado.

—Cierto, los magos no manejamos la misma división de la historia que los muggles. La Edad Media es el período comprendido, aproximadamente, entre el siglo V y el XV. En fin, esos muggles dejaron dibujos de los dragones que habían visto, y dichos dibujos se han conservado, pero los muggles actuales creen que los dibujos son apenas producto de la imaginación de los muggles de aquel entonces.

—Si piensan que no son reales, ¿entonces por qué esta tal Chadwick pinta dragones?

—Porque es arte, Draco. El arte no es representar solamente lo real, sino todo lo que al artista le parece bello. Y evidentemente los dragones le parecen bellos a Anne Chadwick.

—¡Los dragones no son bellos, Granger, son aterradores!

Meneando la cabeza, Hermione se dio por vencida.

—Bueno, dejemos el tema.

—¿Cómo está Potter?

—Un poco entristecido. De veras creyó que podría convencer a Albus.

—Debió seguir mi consejo y no perder el tiempo con ese muchacho. Menos mal que hicieron volar esa estúpida fuente, porque si no habría sido una total pérdida de tiempo.

—Draco, tienes que entender a Harry. Albus es su hijo. No quiere dañarlo, solo quiere impedirle hacer más daño.

—Entonces es un necio. Y lamentablemente es un necio con más poder y destreza del que tú y yo jamás tendremos.

—Nunca dejo de sorprenderme cada vez que lo admites.

—Ya no tengo dieciséis años. Sería tan necio como él si no reconociera que me aventaja en muchos aspectos —dijo secamente—. Escucha, Granger, te pedí encontrarnos porque creo que debemos empezar a prepararnos para lo peor. Tú tienes mucho más sensatez que tu ex cuñado.

—¿Qué es “lo peor”, Draco? —preguntó Hermione, tras beber un trago de cerveza.

—¿De veras necesitas que te lo diga?

—Quisiera que habláramos claramente.

—Cuando digo “lo peor”, Granger, me refiero al momento en que Potter deba matar al Hacedor de Reyes.

Hermione colocó el vaso sobre la mesa con tanta fuerza que varias gotas cayeron fuera y se levantó de su silla, dispuesta a salir ya mismo de aquel bar, pero Draco la sujetó del brazo.

—Suéltame —dijo ella, furiosa—. Quítame las manos de encima.

—No te vayas, Granger. Por favor, necesito que me escuches antes.

La bruja se sentó a regañadientes.

—Eres inhumano. ¿Cómo te atreves siquiera a pensar en esa atrocidad? Un padre matando a su hijo…

—No es la primera vez que ocurre. Muchos magos oscuros murieron a manos de familiares cercanos en la antigüedad. Hijos, hermanos… Los lazos de sangre desaparecen cuando hay una guerra. Piensa en mi tía Bellatrix, que asesinó a su primo Sirius y su sobrina Nymphadora. Ha habido cientos de casos así. Como todos los magos y brujas de sangre pura o mestizos (que constituimos la mayor parte de la población mágica, como sabrás) estamos emparentados, es inevitable que en nuestras guerras terminemos luchando contra personas que llevan nuestra misma sangre en sus venas. Incluso en las guerras contra magos oscuros extranjeros hay parientes en el otro bando, aunque más lejanos.

—Draco, estás completamente loco. Harry jamás matará a Albus. Nunca.

—Sé que no quiere matarlo. Pero también sé que llegará, inevitablemente, el momento en que no tendrá elección. Su hijo está descontrolado. No podemos someternos a él, pero mientras más nos resistamos, más crímenes cometerá para acabar con nosotros. Tú y yo sabemos que si Potter muere, nuestra causa morirá con él. No somos lo bastante fuertes como para enfrentarnos al Hacedor de Reyes, solo nos quedará la opción del exilio o la rendición. Pero lo mismo ocurre si el Hacedor de Reyes muere. Nadie en su bando podrá reemplazarlo en el liderazgo. También se verán reducidos a la opción de negociar con nosotros o irse del país. Calculo que en ese caso algunos, como Lestrange o Prewett, se avendrían a negociar, mientras que otros, como Rosier (me refiero a la chica, el muchacho quizá sea más flexible) o Bennett, se marcharían.

—No podemos… Draco —dijo Hermione, mientras las lágrimas comenzaban a correr por su cara—, Draco, yo perdí a mi hijo, a mi único hijo… No puedo pedirle a Harry que pase por lo mismo que yo pasé cuando murió Hugo… No tengo derecho…

—¡Pero todavía tienes una hija viva! ¡Y yo tengo un hijo! ¡Y Potter tiene otros dos hijos por quienes preocuparse! ¡Necesitamos protegerlos a ellos, Granger! Tu hijo era inocente. Estuvo en el lugar equivocado y el momento equivocado, como seguramente todos te habrán dicho. ¡El Hacedor de Reyes es cualquier cosa menos inocente! ¡Tiene que morir, Granger! ¡Tú no has querido admitirlo, ni siquiera en tu fuero íntimo, porque quieres demasiado a Potter y desearías evitarle ese dolor, pero es la pura verdad! ¡Y si Potter no empieza a comprenderlo, entonces será el fin para todos nosotros!

—Necesito otro trago. Algo más fuerte —dijo Hermione, tomándose lo que le quedaba de cerveza.

***

El hospital psiquiátrico Green Den hacía honor a su nombre, pues su edificio principal estaba completamente cubierto de hiedras y otros tipos de plantas trepadoras que no dejaban ver las paredes y debían ser podadas cada dos semanas para evitar que también taparan las ventanas. Se trataba de un edificio viejo, construido en 1911, pero solo en la década de 1960 había pasado a ser usado como manicomio —aunque los directivos y el personal de la institución evitaban a toda costa llamarlo así—, al morir el último heredero de la familia que era propietaria del terreno.

La última paciente en ser admitida en el hospital era una señora de poco menos de sesenta años, que se encontraba en un muy severo estado catatónico. Su caso en sí era típico, pero atraía la atención de muchos del hospital por algunos motivos. En primer lugar, porque la persona que la había internado era su hijo, un muchacho de poco más de veinte años que parecía demasiado joven para tener una madre tan mayor. En segundo lugar, porque el hijo de la paciente disponía de suficiente dinero no solo para pagar por la internación de su madre sino para conseguirle una habitación privada, algo de lo que muy pocos pacientes del hospital gozaban. Durante sus visitas el chico hacía que lo trajesen en auto desde el pueblito más cercano, pero nadie sabía dónde vivía. En tercer lugar, el joven era la única persona que visitaba a su madre. Nadie más venía a verla.

Dos días después de los sucesos del Atrio del Ministerio de la Magia, el hijo de la paciente vino a visitarla. Como siempre, llamó unas horas antes, y fue recibido por el propio director del hospital (se rumoreaba que el chico había hecho algunas donaciones muy generosas a la institución, por lo que debía ser tratado con toda deferencia cuando venía). El único momento en el cual se apartaron de la rutina fue cuando, por petición del muchacho, el director y él mantuvieron una breve charla en su oficina, pero al concluir él fue conducido al cuarto de su madre, reanudando el recorrido habitual. Y como siempre, la doctora a cargo de su madre le informó que su estado no presentaba cambios, a lo cual el joven reaccionó con entereza. Finalmente, como era habitual, la doctora y el director lo dejaron a solas con la paciente.

—Hola, Servilia —dijo Albus, sentándose frente a ella. La ex ministra Servilia Crouch, sentada en una silla de ruedas, por supuesto, no respondió. Un hilito de baba caía de la comisura izquierda de su boca, y sus ojos estaban perdidos—. Me encantaría saber si puedes oírme. Me encantaría pensar que el Beso del Dementor solo te privó de la posibilidad de moverte y hablar y valerte por ti misma, pero que en algún lugar dentro de ese cuerpo inútil sigues estando tú. Por eso es que vengo a visitarte a menudo. Porque quiero creer que te das cuenta de lo que te rodea. Que te das cuenta de que ya todos se han olvidado de ti. Que ni siquiera saben si sigues con vida o no. Y que probablemente a nadie le importe. Querías entrar en la historia, y vas a terminar muriendo dentro de veinte o treinta años aquí, en este hospital, rodeada de muggles que prolongarán tu vida artificial e inútilmente. Y que el único mago cuyo rostro vas a ver y cuya voz vas a escuchar soy yo, el mago a quien más has odiado en toda tu vida y el que te ha quitado todo. Puede que en algún momento me aburra de venir aquí, pero te prometo que siempre me aseguraré de que estos muggles te mantengan viva. De hecho, ya me he asegurado. Antes de venir aquí le informé al director que creé un fondo en tu nombre, para que, si algo llega a ocurrirme, haya dinero para pagar tu… tratamiento durante años. El hombre me felicitó por ser tan prudente y, por supuesto, tan solidario con mi “pobre madre”.

“Así que ya lo sabes, mamá. El que yo deje de venir a verte en algún momento y por cualquier motivo no significa que tus años de alojamiento en este excelente hospital vayan a terminar. Vas a ser la Matusalén de los catatónicos.

NOTAS

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