Memorias de Livius Black XXI

Si bien yo deseaba que nuestra luna de miel fuera en los Hamptons, Alcyone quería conocer nuevos lugares, e insistió en elegir un destino algo más exótico. Al final, acabamos viajando al sur argentino, la región conocida como Patagonia. Si bien en Buenos Aires, la capital del país, encontramos una muy hospitalaria comunidad mágica, en el sur no había ningún mago o bruja, lo cual me pareció bastante sorprendente: si había un lugar ideal para fundar una localidad exclusivamente mágica, como lo es Hogsmeade en nuestro país, es la Patagonia argentina. Sin embargo, Buenos Aires es una ciudad hermosa, y supongo que pocos de sus magos querrían aventurarse a las complicaciones de una colonización a gran escala.

Me gustaría poder dar más información sobre el extenso viaje que Alcyone y yo emprendimos, pero debo confesar que la mayor parte del tiempo ella y yo la pasamos en la cabaña que alquilamos cerca de El Calafate. Prácticamente solo salíamos de ella para ir a la ciudad a comprar comida, y lo único que puedo recordar es que había un montón de calles, placas y monumentos que homenajeaban a un tal Kirchner. Creo que debía ser algún personaje muy querido por los lugareños.

Aún recuerdo, tan claramente como si la tuviera enfrente, a Alcyone bailando y desnudándose frente a mí, en nuestro dormitorio, al ritmo de una canción de The Kinks. Ese tipo de cosas ocurrían todos los días. Continuamente intentábamos encontrar nuevas formas de complacernos el uno al otro. Pero lo más significativo de nuestro viaje ocurrió en una de nuestras escasas excursiones fuera de la cabaña.

Mientras dábamos un paseo por los alrededores, Alcyone se me acercó y yo coloqué mi brazo encima de su hombro. Este sencillo gesto despertó en mi mente una idea simple, pero radical. ¿Por qué no seguir así? ¿Por qué había que volver de esas vacaciones? ¿Por qué no quedarnos para siempre en El Calafate o los Hamptons o en cualquier lugar del mundo que no fuera Gran Bretaña? Alcyone y yo no solo no carecíamos de los medios materiales para hacerlo, sino que tampoco teníamos motivos para albergar ningún temor. Albus se sentiría más entristecido que indignado por nuestra decisión; no podía exigirnos que le diéramos más de lo que ya le habíamos dado. Crouch y Dawlish habían caído, él era el gobernante indiscutido de Gran Bretaña (debo aclarar que en El Calafate no recibimos ninguna noticia del atentado de Harry Potter en el Atrio del Ministerio de la Magia; de haberlo sabido, no habría estado tan seguro sobre el poder de mi amigo) y estaba ya impulsando sus reformas a toda máquina. ¿Qué más podía pedirnos?

La idea, como dije, era simple: no volver. Pero todas las implicancias hicieron que me detuviese en seco. Alcyone me miró, intrigada.

-¿Qué pasa, Liv? -preguntó. Yo localicé con la mirada un bonito banco de mármol y me senté en él. Saqué mi bloc de notas y me puse a escribirle un texto en donde exponía mis deseos de no retornar al país utilizando más o menos los mismos argumentos que mencioné arriba. Me debe haber tomado cinco o diez minutos. Alcyone lo leyó, y a medida que su expresión cambiaba, fui comprendiendo que ella no pensaba igual que yo. Cuando terminó, dirigió sus ojos hacia mi rostro y por primera vez en la vida, vi dureza en ellos.

-Livius, si quieres convertirte en un exiliado, yo no soy quién para impedírtelo. Pero será el fin de nuestro matrimonio.

Sentí esas palabras como si fueran un golpe en el estómago. Alcyone y yo habíamos tenido disputas, como cualquier pareja, pero jamás ninguno de los dos había esgrimido la amenaza de terminar la relación. Y que ahora Alcyone, a muy pocas semanas de haber dado el gran paso de casarnos, hiciera alusión al divorcio, me espantó.

-Te amo, Livius. No quiero que jamás pongas eso en duda. Pero si tomas la decisión de no volver a nuestra patria… te perderé el respeto. Y no puedo estar casada con un hombre a quien no respete.

“¿Recuerdas lo que me escribiste en esa nota, hace como cuatro años? Cuando Al nos propuso la idea de irnos a Durmstrang y yo me opuse porque no quería vivir con Mortífagos. Tú me dijiste que Al iría con o sin nosotros, y que teníamos que acompañarlo, para protegerlo. Que si desconfiaba tanto de los Mortífagos, entonces no podía dejar que Al fuera a Durmstrang sin todos sus amigos.

“No he olvidado eso, Liv. No he olvidado que Al, a pesar de todo su poder, nos necesita para que le cuidemos las espaldas. Ahora más que nunca. ¿O necesito recordarte que recientemente intentaron matarlo en pleno Parlamento? Las cosas no están aún seguras en Gran Bretaña, y si no volvemos para ayudarlo en lo que podamos, entonces seremos unos cobardes.

Angustiado, no pude más que escribir una brevísima nota.

No puedo soportar la idea de que te ocurra algo malo. Si eso es cobardía, entonces soy el mayor cobarde.

-Eso es muy conmovedor, Livius -dijo ella tras leerla-. Pero a veces hay cosas más importantes que conservar la vida. Además, olvidas que yo me entrené en Durmstrang contigo, durante años. No soy una flor de invernadero. Puedo protegerme sola.

Durante años me he preguntado qué podría haber dicho aquella tarde para convencerla de adoptar mi plan. Mentalmente he desarrollado decenas, centenares de argumentos que hubiera podido esgrimir. Pero lo cierto es que Alcyone estaba convencida de que debíamos asistir al Hacedor de Reyes hasta las últimas consecuencias. A menos que hubiera podido mostrarle, sin el más mínimo margen de error, la clase de futuro que nos aguardaba en nuestra tierra natal, nada habría hecho cambiar de parecer a mi esposa. También me he preguntado qué habría ocurrido si yo me hubiera separado de ella entonces. Pero las implicancias de esa posibilidad son aún más perturbadoras.

Así que, al final, regresamos a Gran Bretaña.

***

Antes de retornar a Londres, Alcyone y yo decidimos hacer una visita a Louis Weasley. El primo de Al nos había advertido por carta que no debíamos ir a verlo a la Mansión Saussure, pues ya no vivía más allí. Nos dio una dirección en París, y mi esposa y yo supusimos que él y su novia Melusine habían finalmente decidido vivir en su propia casa. Sin embargo, cuando golpeamos a la puerta de la elegante vivienda, nos encontramos con una gran sorpresa. En vez de atendernos Melusine de Saussure, nos abrió una mujer de unos veinticinco años a quien jamás habíamos visto en nuestras vidas.

-¿Ustedes son los amigos de Louis? Pasen, está esperándolos -nos dijo, con una sonrisa. Si bien durante los últimos años había aprendido a desconfiar de los desconocidos, el gesto de aquella mujer me pareció sincero. Esa primera impresión, debo decirlo, no me engañaría.

Louis nos esperaba en la sala de estar de la casa.

-Hola, chicos -nos saludó-. Me alegra verlos de nuevo. Quiero presentarles a mi novia, Diane Poitiers.

La novedad nos dejó a ambos pasmados, pero creo que supimos disimularlo bastante bien, o al menos Alcyone pudo. Las mujeres son maravillosas para esas cosas. Durante varios minutos, Alcyone conversó muy animadamente con la pareja, logrando averiguar varias cosas. Diane era muggle, para empezar, y ya estaba al tanto de la condición de mago de su novio. Se habían conocido muchos años atrás, pero habían tenido una relación breve, de escasos meses; recientemente habían “retomado las cosas en donde las dejamos”, en palabras de la misma Diane. Louis se había mudado a París y había comprado aquella “maravillosa casa”, como ella la llamó.

Alguien tocó el timbre, y Diane se levantó a atender. Alcyone aprovechó la oportunidad para preguntarle por los Saussure.

-Guillaume se enfadó mucho cuando abandoné a su hermana por Diane, pero ya me ha perdonado y viene a visitarme de vez en cuando. Su padre está bastante decepcionado conmigo, y Melusine probablemente me odia, pero no me importa. Jamás he sido tan feliz -dijo el chico, y le creí. Pude ver en sus ojos el mismo tipo de paz que yo sentía junto a Alcyone.

Diane regresó acompañada por una niña de unos seis años, rizos negros y ojos castaños, muy parecida a ella, que llevaba una mochila rosa en la espalda.

-Esta es mi hija Isabella. Acaba de volver de la escuela. Isa, estos son nuestros amigos Livius y Alcyone. Ve a saludarlos -dijo la novia de Louis. Alcyone y yo nos miramos, preguntándonos si acaso la pequeña sería también hija de nuestro amigo, fruto de la relación que él y Diane habían tenido años atrás, pero Louis se apresuró a añadir en voz baja:

-Es hija de Diane y su ex.

La pequeña Isabella Poitiers -ese era su nombre, pues su padre biológico aparentemente no había querido hacerse cargo de ella ni reconocerla- era una niña agradable, aunque pareció cohibida ante nuestra presencia. Louis y ella se llevaban muy bien. Viéndolo hablar con Isabella sobre cómo había sido su jornada escolar (hacía poco que había comenzado el primer grado y cada día era un nuevo descubrimiento para ella), me recordó por primera vez más a su padre Bill que a su madre.

Isabella subió a su cuarto para dejar sus cosas y empezar a hacer su tarea (era fanática de no sé que programa infantil que pasaban por la noche, y para evitar perdérselo hacía los deberes muy rápido), mientras que Alcyone y Diane fueron a la cocina a preparar café para los cuatro. Aproveché la ocasión para escribirle una nota preguntándole si Albus sabía la noticia.

-Sí. En realidad, se lo dije a él antes que a Diane misma -dijo, con una risita-. Verás, yo quise dejar a Melusine por Diane en el momento en que la conocí, pero en aquel entonces necesitábamos a los Saussure. Tuve que hacer de tripas corazón e interrumpir mi relación con ella, pues Diane no estaba dispuesta a estar conmigo en esas condiciones. Pero apenas Crouch cayó, los Saussure dejaron de sernos útiles, así que pude dejar a mi ex. La suerte me favoreció, porque en esos años que pasaron Diane no se enamoró de nadie más, aunque tuvo varios novios.

Estaba asombrado de oír aquella historia. Louis había estado a punto de sacrificar muchísimo por Albus, y era un milagro que al cabo de tanto tiempo hubiera podido recuperar el amor de Diane.

Le pregunté en una nota si no sentía rencor hacia Al por haber tenido que alejarse de Diane.

-Él es mi primo, Liv. Y Hugo también era mi primo, y esa perra de Crouch tenía que ser castigada por lo que le hizo. A veces la sangre es lo más importante. Pero creo que de alguna manera el destino ha apreciado mi capacidad de entrega, y he sido premiado. Crouch está… acabada, Hugo ha sido vengado y tengo a Diane e Isabella.

“Quieres mucho a la niña, ¿verdad?”, escribí.

-Hace poco tiempo que vivimos juntos, pero la amo como a una hija… Y de hecho, ella será mi hija.

Ante una mirada inquisitiva que le dirigí, Louis explicó:

-Le he propuesto casamiento a Diane y ha aceptado. Y cuando sea mi esposa, adoptaré a la niña como mi hija. Será nuestra primogénita. Isabella Weasley.

Aquella visita me dejaba cada vez más estupefacto. No solo Louis había abandonado a su novia bruja por una muggle con quien pensaba casarse, sino que además iba a dar el paso sin precedentes de adoptar a una muggle como hija. Las adopciones no eran cosa poco corriente entre los magos, pero tanto el padre o madre como el hijo adoptivo solían ser magos o brujas; la costumbre es adoptar a un niño mágico (o a veces hasta a un adulto) para evitar que el apellido se extinga. Pero incorporar de esa manera a la familia a una muggle era inédito, y generaría escándalo y rechazo en las familias más tradicionalistas de sangre pura. Evidentemente, Louis era un Weasley.

***

Apenas llegamos a Gran Bretaña y dejamos nuestras cosas en casa, Alcyone y yo fuimos al Ministerio para ver a Albus. Creímos que nuestro amigo nos esperaría en su oficina, pero nos equivocamos. El Hacedor de Reyes, al enterarse de nuestra llegada, fue junto a Valerie a recibirnos en el propio Atrio del Ministerio, frente a la nueva Fuente de los Hermanos Mágicos que había tenido que levantar después de que su padre destruyera la anterior. Su recepción no era una ceremonia oficial, pero el hecho de que el viceministro estuviera allí atrajo la atención de los funcionarios y los empleados que deambulaban por el lugar.

Pese a la aprensión que sentía hacia la idea de volver al país, confieso que ver de nuevo a Albus me alegró. La sonrisa que nos dirigió era bastante tranquilizadora. Parecía decir “Ahora que están aquí, tendremos absolutamente todo bajo control”. No hace falta decir que Alcyone estuvo aún más feliz de reencontrarse con Al, y también con Valerie, que estaba muy interesada en saber los detalles de nuestras vacaciones.

-¿Cómo son los paisajes? -preguntó ella.

-Hermosos -dijo Alcyone-. Hay unos bosques preciosos, y ese glaciar…

-¿Y qué tal era la cabaña? -dijo Valerie.

-Cómoda y cálida, aunque en realidad en el hemisferio sur el clima no es tan frío como aquí en esta época del año, así que no necesitamos usar mucho las chimeneas.

-¿Te costó mucho hablar en español…? -preguntó la novia de Al, pero antes que Alcyone pudiera contestar, otra mujer habló a nuestras espaldas.

-¡Albus!

Lo que ocurrió entonces fue muy curioso. Albus estaba mirando a Alcyone mientras ella hablaba. Apenas escuchó a la mujer, pareció reconocer su voz, y debido a que pudo reconocerla, no quiso desviar la mirada. La mantuvo fija en el rostro de mi novia, mientras decía:

-Saquen a esa mujer de aquí.

Alcyone se quedó inmóvil, como paralizada por la mirada de nuestro amigo, pero yo sí me di vuelta, y pude ver a dos mujeres pelirrojas que se nos acercaban desde la zona de las chimeneas conectadas a la Red Flu que utilizaban los empleados para entrar al Ministerio. Eran Ginny y Lily Potter. Obedeciendo a la orden de Albus, tres Aurores se dirigieron hacia ellas, interponiéndose en su camino.

-¡No me iré sin hablar con mi hijo! -exclamó Ginny. Albus, al escuchar la palabra “hijo”, nos dio a todos la espalda rápidamente. Por algún extraño motivo no quería ver a su madre a la cara.

-Señora Potter, tenemos órdenes… -dijo uno de los Aurores.

-¿Vas a ponerme las manos encima? -preguntó Ginny, desafiante- ¿Van a echar por la fuerza del edificio a la madre del viceministro y hermana del ministro?

Los Aurores no supieron cómo responder y permanecieron quietos, a la espera de que Al insistiera con su orden. El Atrio del Ministerio, normalmente bullicioso, estaba ahora en completo silencio. Decenas de magos y brujas observaban con ávido interés la escena y a sus dos protagonistas, Ginny y su hijo. Yo en cambio presté atención a Lily. La joven hermana de Al parecía completamente ajena a lo que estaba ocurriendo; la chica era imperturbable. “De alguna manera, ella ha orquestado esto”, pensé.

Valerie era un poco más transparente. Era clarísimo que todos sus engranajes mentales estaban funcionando para decidir cómo resolver esa situación de la manera más ventajosa para su novio (y para ella misma). Finalmente se acercó a Albus y comenzó a hablarle en voz baja. Lo único que alcancé a escuchar fue:

-Escucha, no puedes…

Albus escuchó a Valerie, pero como solo podía ver su nuca, no era capaz de darme cuenta de qué efecto tenían sobre él las palabras de su pareja. Tampoco supe si aceptó o no sus consejos, porque no le dijo nada ni le hizo ningún gesto antes de, finalmente, darse vuelta y enfrentar a su madre.

-Mamá, ¿te molestaría esperarme en mi oficina? -dijo en un tono educado pero no cariñoso- Tengo algunas cosas que hacer, pero cuando termine iré a hablar contigo. Lily te acompañará.

-Está bien, hijo -dijo Ginny, en el mismo tono.

-Te prometo que no te haré esperar demasiado -añadió Albus, ahora con más frialdad, y luego volvió a darle la espalda y, seguido por Valerie, se dirigió a la zona del Parlamento Mágico. Supuse que iría a la oficina de Isaac, para decidir allí qué hacer con su madre.

NOTAS

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