La Danza del Caballo en Llamas

El carruaje pudo atravesar fácilmente las barreras mágicas que rodeaban la Mansión Malfoy y descender frente a la puerta principal. Al descender, Albus se encontró con su novia, su hermana y su madre esperándolas; sus gruesos abrigos las protegían del frío nocturno, pero estaban claramente impacientes. “Mi pequeño harén”, pensó el joven, al percatarse que actualmente su familia más inmediata estaba formada solo por mujeres. “Pero no será para siempre. Pronto tendré de nuevo a mi padre y mi hermano conmigo y volveremos a la normalidad. Con algunos ajustes, por supuesto”.

―Perdón por hacerlas esperar ―dijo Albus, y extendió el brazo hacia su madre, quien colocó su mano sobre él. Así fue como entraron, lenta, casi ceremoniosamente a la Mansión. Draco y Pansy Malfoy los recibieron personalmente. Mientras que Draco se comportó de manera intachable, su mujer no consiguió ocultar su desagrado, principalmente hacia Ginny ―a quien había conocido y con quien había tenido más de un encontronazo en Hogwarts― y su hijo, y sus saludos fueron secos.

Pero el momento más importante fue cuando, guiados por un elfo, llegaron al salón principal, una habitación tan grande como la mitad del Atrio del Ministerio de la Magia. Se escuchaba la música de una orquesta que interpretaba piezas compuestas tanto por magos como por muggles, pero cuando se fijaron con más atención vieron que no había músicos, sino que los instrumentos parecían estar tocándose solos. Unas sesenta o setenta personas estaban ya en el salón, y al ver a Ginny y Albus entrar juntos comenzaron a cuchichear enseguida, pues los rumores de la reconciliación entre el mago más poderoso del país y su madre se veían ahora confirmados. Para reforzar el mensaje Albus le pasó el brazo por el hombro a su madre, y Ginny lo besó en la mejilla. La gente comenzó a aplaudirlos, y mientras su hijo sonreía en agradecimiento, Ginny y Lily se apartaron de él para buscar la mesa que Draco les había asignado. Por el resto de la noche hicieron todo lo posible por pasar desapercibidas.

Valerie y Albus, en cambio, circulaban entre los invitados como si ellos mismos fueran los anfitriones de la fiesta, recibiendo saludos y preguntando a todos por sus familias y sus negocios, y cosas por el estilo. El mejor momento para Valerie, que le permitió olvidarse por un buen rato de las palabras ásperas que había intercambiado con su pareja antes de venir, fue cuando se toparon con sus ex compañeras de año en Slytherin. Portia Nott, Roberta Goyle, Sandra Montague y Adrianne Yaxley habían sido amigas de Valerie desde el primer año; en cierto sentido, Valerie era la abeja reina del quinteto. Pero cuando la joven dejó a Antoine Zabini por Albus, las otras cuatro muchachas se distanciaron de ella. Como su madre Christine, ellas también desaprobaban la elección de pareja de Valerie debido a las diferencias de status (de sangre y económico) entre ambos chicos. Y ahora Valerie se reencontraba con ellas como la pareja del Hacedor de Reyes, un mago que pronto ―confiaba ella en sus momentos de mayor optimismo― sería tan legendario como Merlín o los cuatro Fundadores de Hogwarts. Así que Valerie esbozó una sonrisita de superioridad y dijo:

―Hola, chicas. Las he extrañado mucho todos estos años.

Las cuatro jóvenes respondieron con fingida amabilidad. La conversación insustancial duró dos o tres minutos, hasta que Valerie clavó los ojos en la túnica de gala que vestía Adrianne Yaxley.

―Adrianne, te felicito, me encanta tu túnica.

―¡Gracias! ―replicó la chica, orgullosa de la elegante prenda color verde pálido.

―De nada. Siempre digo que la colección de la temporada pasada era mucho más bonita que la de la temporada actual ―dijo Valerie suavemente―. Me alegra que no tengas miedo que te critiquen por usar ropa pasada de moda, demuestra que tienes una gran independencia de criterio.

Adrianne Yaxley palideció un poco, furiosa por aquel insulto disfrazado de elogio, pero no se animó a decir nada. Albus, entretanto, tuvo que reprimir una carcajada.

―Tienes que decirme qué marca de maquillaje usas, querida ―dijo Valerie, dirigiéndose a Portia Nott―. Es asombroso cómo disimula tus ojeras.

Esta vez Albus no fue capaz de evitar reírse, pero logró hacerla pasar como una tos, y se disculpó con las mujeres diciendo que había demasiado humo en el salón. Valerie continuó haciendo comentarios hirientes similares durante un buen rato, y luego dijo:

―Tenemos que juntarnos a tomar el té. ¿Quieren venir al número doce de Grimmauld Place el miércoles, chicas?

―¡Por supuesto! ―dijo Adrianne, que ya se había repuesto del ataque de cólera. Las demás muchachas también dijeron que irían al encuentro. Después de despedirse “en caso de que no pudieran volver a hablar durante el resto de la fiesta”, Al y Valerie se alejaron del cuarteto de brujas.

―Eres despiadada ―dijo Albus.

―Ellas lo fueron conmigo ―respondió Valerie con cierta acritud―. Porque te elegí a ti por sobre Antoine. No lo olvides.

―Valerie…

―Hablaremos de eso más tarde ―lo interrumpió ella―. Por ahora, concentrémonos en la fiesta, ¿de acuerdo?

―Como quieras.

Mientras deambulaban entre los invitados, Al podía escuchar fragmentos de sus conversaciones. Quizá fuera por efecto de su propia presencia, pero le alegró comprobar que la gente ya no hablaba de política. Sus temas de conversación, quizá deliberadamente, rumbeaban hacia la música, el Quidditch, los chismes sobre la vida íntima de sus conocidos, los libros… Hasta que Al escuchó que un invitado le decía a otro:

―…y es una pena que Salvetti haya sido convocado para la Selección de su propio país, podría habernos sido muy útil en la nuestra.

―Pero ¿no está un poco mayor?

―Bah, gracias a él el Manchester United ganó un montón de copas, no creerás…

―Parece ―le comentó Albus a su novia, cuando se alejaron un poco del simpatizante del tal Salvetti y de su interlocutor― que Malfoy ha sido bastante democrático a la hora de escoger a sus invitados.

―¿Por qué?

―Acabo de oír a dos tipos hablando de fútbol. Hijos de muggles, sin duda.

―Probablemente. ¿Por qué crees que ofrece esta fiesta?

―No lo sé. Pero es un hombre altamente inteligente, no creo que solo tenga ganas de llenar su Mansión de gente borracha y humo de cigarrillo. Debemos andar con ojos en la nuca.

―¿No creerás que va a…?

―Todo es posible.

―Albus, él es nuestro anfitrión. Mientras estemos bajo su techo invitados por él, Malfoy no puede hacernos daño. No es solo una cuestión de etiqueta ―añadió Valerie al ver que su novio se disponía a contradecirla―. El vínculo de huésped y anfitrión siempre ha sido sagrado entre magos y brujas, y entre los muggles solía serlo.

―Bueno, recuerdo haber leído algo sobre eso con respecto a los muggles griegos. Parece que el vínculo era tan fuerte que cuando la visita del huésped terminaba, los deberes del anfitrión perduraban, e incluso sus descendientes tenían prohibido hacerles daño a los del huésped.

―En ese caso ellos lo llevaron más lejos que nosotros. Los magos y brujas consideramos que el vínculo solo existe durante la visita. Apenas el huésped abandona tu casa, todo lazo desaparece.

―No es muy práctico quedarme aquí por el resto de mi vida, ¿no? ―dijo Albus jocosamente― Así al menos no tendré que preocuparme por Malfoy.

―El anfitrión tiene derecho a expulsarte de su casa.

―Siempre hay un truco ―dijo Al meneando la cabeza. Pero luego pareció recordar algo y se volvió hacia su novia:― Pero, ¿qué hay de Frida von Papen? Nosotros matamos a Nicholas Crabbe y ella no nos castigó, pese a que era su huésped.

―Ese era otro caso. Primero que nada, Durmstrang no es un hogar sino un colegio. Hay gente que vive ahí casi todo el año (y en ese momento los ex Mortífagos eran residentes permanentes del castillo), pero su función no es la de alojar personas. Además, Von Papen solo supo de la muerte de Crabbe cuando ésta ya se había producido. Si ella hubiera sido la anfitriona y hubiera sabido de nuestro plan antes, se habría visto obligada a detenernos.

―Es útil saber eso, tomando en cuenta que ahora yo manejo Hogwarts.

―Pero no eres el director…

―No, es cierto. Es igual que con el Ministerio, Neville es nominalmente el director pero yo tomo la mayoría de las decisiones importantes.

―Buenas noches, señor Potter, señorita Rosier ―los saludó de pronto un hombre negro de mediana edad y muy apuesto.

―Buenas noches, señor Zabini. Hola, Antoine ―añadió, al distinguir detrás suyo a su hijo y compañero de Casa.

―¿Qué tal, Potter? Un placer volver a verte, Valerie.

―Lo mismo digo.

Durante un largo rato los cuatro permanecieron en un silencio incómodo. Todos pensaban en lo mismo: Valerie había herido el orgullo tanto de Antoine como de su padre al elegir a Albus. Los Zabini, padre e hijo, eran opositores al gobierno del Hacedor de Reyes tanto por esa cuestión como porque las medidas que tomaba afectaban a sus intereses. Pero al mismo tiempo que quería destruir a Albus, Antoine aspiraba a reconquistar a Valerie, y se lo había hecho saber a través de su madre. La tensión era palpable. Finalmente el viceministro dijo:

―Hay mucha gente en la Mansión Malfoy esta noche.

―Es cierto ―replicó Blaise.

Y eso fue toda su conversación. Los cuatro magos se alejaron, y al poco tiempo se oyó la voz de Draco, amplificada mágicamente, que les pedía que ocuparan sus respectivas mesas. Una parte del salón estaba ocupada por decenas de mesas circulares con cartelitos que indicaban en qué sitio debía sentarse cada invitado, y la otra había sido dejada deliberadamente vacía, para que sirviera de pista de baile más tarde.

Valerie, Albus, Ginny y Lily compartían la mesa principal con Percy, Audrey, Draco y Pansy. Cuando todos se sentaron, Draco, que continuaba de pie, dijo:

―Primero que nada, quiero saludar a todos los que no he alcanzado a saludar. Y quiero agradecerles el honor de su presencia en nuestro hogar, la Mansión Malfoy. He organizado esta modesta celebración para festejar la nueva era que comenzó para nuestra comunidad con la acertadísima designación de Percy Ignatius Weasley y Albus Severus Potter al frente del Ministerio de la Magia. Como muchas veces se ha señalado, la combinación de los años de experiencia en el servicio público del señor Weasley y de las innovadoras y audaces ideas de su sobrino, el señor Potter, son los dos pilares sobre los cuales descansará el gobierno de nuestra comunidad.

“Al principio éramos escasos y estábamos dispersos. Cada mago y cada bruja seguía sus propias reglas, lo cual implicaba una gran independencia, pero también una gran soledad. Era necesaria una autoridad que nos controlara, pero también que nos protegiera de las muchas amenazas que se cernían sobre nuestra existencia. Eventualmente nuestros ancestros crearon el Consejo Mágico, que con todas sus imperfecciones y arbitrariedades fue el primer Estado mágico de Gran Bretaña. Posteriormente se estableció una institución más sofisticada, el Ministerio de la Magia, que se subdividió en Departamentos para poder atender mejor a las diferentes problemáticas de nuestro mundo; no obstante, el viejo Consejo Mágico continuó existiendo, bajo el nombre de Wizengamot, y con funciones más acotadas. Así, se realizó una sabia combinación de lo viejo y lo nuevo. La misma combinación que podemos ver ahora en las personas del ministro y del viceministro.

Los magos y brujas presentes empezaron a aplaudir. Draco luego añadió:

―Y por favor, no olvidemos aplaudir a las dos grandes brujas que están detrás de estos grandes magos: Audrey Weasley y Valerie Rosier.

Como era de esperarse, Valerie se mostró encantada de recibir los aplausos de la concurrencia.

―Para terminar, quiero proponer un brindis por el mejor don que hemos recibido de parte del nuevo gobierno: la paz. Ya no debemos temer por nuestras vidas ni por las de nuestros seres queridos ―dijo, lanzándole una mirada cuya ironía era casi imperceptible a Albus― gracias a la buena acción del señor Weasley y el señor Potter, que se han conducido de forma moderadísima desde el momento en que los designaron en sus puestos. Magos y brujas, ¡por la paz!

―¡Por la paz! ―repitieron más de cien voces al unísono, mientras alzaban sus copas.

***

La cena transcurrió con normalidad, aunque la conversación en la mesa principal fue monopolizada por Al, Draco y Valerie; los otros cinco comensales se mostraron poco comunicativos. Para Albus fue una comida un poco bizarra, pues con Valerie seguía habiendo cierta rispidez por el incidente con Lavender Brown (aunque ella lo disimulaba bien), y con Draco no existía la más mínima confianza, y sin embargo debían conversar animadamente entre sí. Cada tanto Al le lanzaba una mirada envidiosa a la mesa de Scorpius, en donde habían sentado a todos sus amigos, y en donde las conversaciones parecían mucho más relajadas y francas.

Los invitados estaban ya terminando el postre cuando algo muy extraño aconteció. La parte del salón en donde no había mesas se quedó repentinamente a oscuras. Era imposible ver nada. Pronto comprendieron que se trataba de Polvo de Oscuridad Peruano, y muchos sospecharon que los habían emboscado y llevaron sus manos a las varitas. Sin embargo, el polvo se disipó en menos de dos minutos, y pudieron ver que en vez de un ejército de Mortífagos había apenas seis personas vestidas con túnicas y capuchas color carmesí.

―Queridos amigos e invitados ―dijo Draco, que nuevamente se había puesto de pie―. Para amenizar la velada, los Hermanos Hu’en representarán para nosotros la Danza del Caballo en Llamas.

Por la expresión de sus rostros, algunos comensales parecieron reconocer el nombre de esos tales Hu’en, y contemplaban al sexteto con expectación.

Los hermanos dejaron caer sus túnicas al suelo, revelándose al público. Eran seis jóvenes de rasgos asiáticos, tres chicos y tres chicas. Apenas estaban vestidos con taparrabos, lo cual en las mujeres implicaba que sus senos estaban al descubierto. La hermosura de los seis era impactante. Albus experimentó el deseo inmediato y casi irrefrenable de correr hacia las mujeres y poseerlas ahí mismo, frente a todos. Luego vio que prácticamente todos los presentes miraban con la misma voracidad a los jóvenes. Comprendió que la atracción que experimentaba no era natural…

―Tienen sangre… ―empezó a comentarle a Valerie, que observaba a los chicos con idéntica expresión arrobada, pero antes que pudiera completar la frase comenzó a sonar una música lenta y sensual, muy diferente a la que había sonado antes. En ese momento Al no pudo pensar mucho en ella, pero más tarde, al recordarla, pensó que se parecía a una canción italiana que había escuchado en la radio cuando viajó a ese país para encontrarse con Frida Von Papen.

Los seis hermanos empezaron a bailar apenas empezó la música. Su danza, al principio, fue muy suave. Comenzaron a acercarse entre sí, hasta que quedaron divididos en tres parejas: dos de los chicos, dos de las chicas y el chico y la chica restantes. Su baile se fue haciendo cada vez más lascivo y frenético a medida que la música aceleraba su ritmo. El Hacedor de Reyes se sentía hipnotizado, incapaz de apartar la vista; al principio miró al chico y la chica, pero luego dirigió su mirada hacia las dos mujeres. Sus senos apretándose los unos contra los otros, sus nalgas contoneándose, sus cabelleras negras y brillantes… Luego las chicas cambiaron de posición, y la espalda de una quedó apoyada sobre el pecho de la otra. Las manos de la hermana que quedó detrás se deslizaron dentro del taparrabos de la otra. Albus se los imaginó tocando su sexo, introduciéndose en él… Los labios de ambas chicas se fueron acercando, y se unieron en el preciso momento en que la música se detuvo. Lo mismo había pasado con las otras dos parejas. Los seis permanecieron inmóviles, congelados en su beso, como si fueran estatuas, mientras los espectadores continuaban en silencio, como hechizados. Hasta que al fin Draco Malfoy comenzó a aplaudirlos, y el resto se les unió. Los seis jóvenes abandonaron sus eróticas posturas y se inclinaron, en agradecimiento al público. Draco se levantó de su silla, se aproximó al grupo, les dijo algunas palabras en un idioma incomprensible (Al supuso, por el nombre de los hermanos, que sería mandarín) y les hizo una corta reverencia, que los hermanos le devolvieron.

―¡Los Hermanos Hu’en, damas y caballeros! ―dijo Draco, invitando al público a darles un aplauso de despedida. Con rostro impasible, los bailarines se retiraron caminando hacia atrás, de modo de no darles nunca la espalda a los invitados. Albus notó, divertido, que si bien las mujeres y algunos hombres los aplaudían de pie, la mayoría de los varones permanecía en sus asientos, con las mejillas algo ruborizadas, y los comprendió a la perfección, pues él experimentaba lo mismo: tenían miedo de que si se paraban los demás podrían notar la silueta de sus erecciones bajo la ropa.

―¡Qué corta fue la Danza! ―comentó Albus cuando Draco volvió a la mesa― ¿Cuánto duró?

―Cuatro minutos. La coreografía original dura quince, pero al cabo de un par de espectáculos tuvieron que hacerla más corta porque… perturbaba demasiado al público. Sobre todo al masculino ―añadió Draco con una sonrisa pícara. Albus se percató de que si la danza hubiera durado más, él no habría podido contener una eyaculación y entendió cuál era la “perturbación” de la que hablaba Draco.

―Son chinos, ¿no?

―Sí, son de una pequeña aldea ubicada cerca de la frontera de China con Laos.

―¿Descienden de veelas?

―Exacto. Parece que cerca de la aldea hubo en los años ’70 u ’80 una población de veelas que se aparearon frecuentemente con los humanos. Hace unos once años un mago paquistaní que estaba de viaje por ahí los descubrió y decidió aprovechar sus dotes.

―¿Son hermanos?

―No, eso lo inventó él para generar cierto morbo. Probablemente sean primos en algún grado, pero no hermanos. Hu’en no es su apellido sino el nombre de la aldea.

―¿Entonces son muggles?

―El término correcto sería semihumanos. Tienen sangre veela. Gracias a ese status, el mago pudo introducirlos al mundo mágico sin problemas legales. Pero hace tres años decidieron separarse de él; en rigor, ya no lo necesitaban pues habían aprendido a moverse por el mundo mágico usando Trasladores, la Red Flu y las entradas especiales como la Plataforma 9 y ¾ o Las Tres Escobas y ya gozaban de gran fama en Asia y la Europa continental. Parece que el tipo no se tomó bien la decisión e intentó borrarles la memoria con un Obliviate y mandarlos a su aldea, pero entre los seis pudieron reducirlo, quitarle la varita y entregárselo a los Aurores japoneses (estaban de gira en ese país). Ha sido liberado hace ocho meses, pero el Wizengamot japonés emitió una especie de orden de restricción: no puede estar a menos de cien kilómetros de cualquiera de los seis.

―No parece muy eficaz, considerando que el Wizengamot solo tiene autoridad dentro del territorio japonés y los hermanos viajan por todo el mundo.

―Pero los jueces le pusieron un hechizo similar al Detector. Si él en algún momento viola la restricción, perderá inmediatamente sus poderes, y además se enviará una alerta al Ministerio de la Magia japonés, quien a su vez avisará al Ministerio del país en donde se encuentren para que lo pongan bajo arresto.

―Los japoneses son terriblemente meticulosos ―comentó Percy―. Al menos los magos de ese país.

―Un rasgo admirable ―dijo Valerie, lanzándole una mirada penetrante a su novio―. Uno nunca debe dejar ningún flanco desprotegido.

―Valerie, querida, ¿te gustaría bailar? ―dijo Albus. Pues después de la partida de los “hermanos” Hu’en, la pista de baile había comenzado a llenarse de parejas y la orquesta se había puesto a tocar la música apropiada. Valerie tomó la mano que le ofrecía su novio y ambos se dirigieron hacia la pista. A diferencia de su padre, a Al no le molestaba bailar.

Aprovechando que había bastante espacio entre las parejas y que la música ahora sonaba más fuerte, aislando su conversación de los oídos ajenos tan efectivamente como un Muffliato, Albus le dijo:

―Puedo ver que todavía estás molesta.

―Me alegra. Eso significa que aún no necesitas anteojos.

―Pues yo también estoy molesto. No me gusta que intentes darme órdenes, y sobre todo delante de extraños, y tampoco me gustó esa indirecta en la mesa de Malfoy recién.

―Y a mí no me gusta que me margines y me insultes…

―¿Así que te sientes marginada? Bueno, entonces te diré qué planeo hacer con el hijo de Lavender, quizá así te sientas mejor…

El Hacedor de Reyes le relató concisamente a su novia lo que tenía intención de hacer con Eugene Finnigan. Cuando concluyó, ella exclamó:

―¡No! De ninguna manera. ¡No puedes hacer eso!

―¿Por qué no?

―Es… es absurdo. Es indigno de ti andar liberando asesinos.

―Y eso viene de alguien que le desgarró la garganta a un tipo con los dientes ―se burló Albus―. ¿Qué pasa? ¿Te volviste escrupulosa de pronto?

―¡Eso fue en la guerra! ¡Esto es completamente diferente! ¡Vas a perdonar a un tipo que quiso matarte!

―Nadie lo sabrá. Scorpius y yo nos las arreglaremos para que nadie se entere…

―¡Yo lo sabré!

―¿Qué quieres decir con eso?

―Ya te lo dije, es indigno de ti…

―¿Quieres decir que si yo… si yo no hago lo que tú quieres, me perderás el respeto?

―Solo digo que no puedes andar por ahí perdonando a todos aquellos que intentan matarte. Es un signo de debilidad, no de grandeza.

―¡Tú fuiste quien me pidió que perdonara a la zorra de mi madre!

―¡Porque era beneficioso! Pero esto no lo es. No puedes sacarle provecho, pues como tú dijiste nadie se enterará.

―Valerie, querida, la decisión ya está tomada. En menos de una semana Eugene Finnigan estará fuera de Azkaban.

―¿Así que mi opinión no vale nada?

―Tu opinión ha sido tomada en cuenta… y rechazada.

―No puedo creer que esté oyendo esto.

―Escúchame bien: muchas veces he aceptado tus consejos, pero las decisiones las he tomado siempre yo. Esta no es la excepción. Acepta tu papel. Y si sigues irritándome, puedes olvidarte de ese cargo en el Ministerio que tanto quieres.

―Vete a la mierda ―dijo Valerie, y se apartó bruscamente de él. En su camino a la mesa, no obstante, fue detenida por Draco Malfoy, quien la invitó a bailar, y la joven aceptó. Frustrado por su testarudez, Albus se apartó de la pista de baile. Se dio cuenta de que desde la mesa de Scor le hacían señas, pero no se sintió de humor como para unírseles y fingió no verlos. Y luego vio a Jezebel Smith, apoyada contra una columna cerca de una de las puertas del salón, y decidió charlar con ella.

―¿Cómo estás, Jezzie?

―Bien, Albus. La cena ha estado deliciosa, aunque lamentablemente soy muy torpe para bailar.

―¿Te encontraste muchos amigos?

―Conozco a casi todo el mundo ―dijo Jezzie, sin sonar para nada vanidosa―. Ya sabes, las familias de sangre pura son escasas. Mi padre siempre estaba visitando las casas de otros magos de apellido antiguo. Y a los que no los conozco de entonces, los conocí en el Ministerio.

―¿Y qué hay de la Mansión? ¿La has recorrido?

―Vine aquí varias veces, pero nunca la exploré.

―Yo sí, cuando era más joven. Scorpius me invitó y me mostró el lugar. ¿Quieres verlo?

―Claro.

***

Durante la siguiente media hora, Jezebel y Albus caminaron por la Mansión. De vez en cuando Al le contaba a la chica algunos datos que recordaba haber escuchado de boca de Scorpius sobre tal o cual lugar de la enorme residencia, pero casi todo el tiempo estuvieron simplemente charlando, recordando sus tiempos en Hogwarts, rememorando las primeras experiencias de Jezebel como Auror (aunque omitiendo su relación con Don Ackerley) y los años de Albus en Durmstrang. Jezzie le agradaba aún más que antes al joven gobernante. Debajo de su fachada de bruja dura y aguerrida había una mujer tranquila, sensata y afable.

Cuando llegaron al sótano de la Mansión, desde donde podían escuchar claramente la música del piso superior, Albus no tuvo que esforzar la memoria para contarle:

―Aquí es donde mantuvieron prisioneros a mi padre y mis tíos Ronald y Hermione. También estuvieron aquí el viejo Ollivander y la madre de los gemelos Scamander. Y el Auror Thomas. Supongo que lo habrás conocido.

―Era un buen hombre ―dijo ella con calma―. Es una pena que tuviera una muerte tan absurda.

―Y que su muerte impulsara a sus hijos a intentar matarme.

―Deshonraron su trabajo ―replicó Jezzie fríamente.

―Tú jamás harías eso, ¿no?

―Siempre seré leal ―dijo apasionadamente la hija de Zacharias―. Tu gobierno es mi gobierno, y lo defenderé.

―Me alegra escuchar eso, Jezzie ―dijo Albus―. Eres una de las personas más valiosas que tengo a mi lado. Tú… podrías haber desconfiado de todos después de lo que te pasó con Ackerley, y sin embargo optaste por respaldarme, por depositar tu confianza en mí. No sabes lo mucho que valoro eso…

Los dos jóvenes estaban muy cerca el uno del otro. Albus comenzó a acariciarle delicadamente la barbilla, y Jezzie no rechazó el contacto. Poco a poco comenzó a aproximarse, intentando llevar su boca hacia la de ella…

Pero justo antes que sus labios se tocaran, la mano de Jezzie se apoyó sobre su pecho, deteniéndolo.

―No ―dijo la muchacha, mirándolo a los ojos.

―¿Qué?

―No. No quiero.

―Pero…

―Albus, lamento mucho tener que decirte esto ―dijo Jezzie, apartándose un paso de él―, pero no va a pasar. Yo también te valoro mucho, pero no puedo estar contigo.

―¿Es por Valerie?

―Es por mí. No puedo explicártelo ahora. Solo te pido que lo aceptes.

Albus soltó un suspiro de resignación.

―Está bien. No pasó nada, y no va a pasar nada.

―Gracias ―dijo ella―. Voy a volver al salón. Por favor, espera cinco o diez minutos antes de hacer lo mismo. No deben vernos volver juntos, pensarían que… bueno, ya sabes.

Y sin decir más subió las frías escaleras de piedra hasta el pasillo que la conducía al salón principal. Albus se quedó apoyado contra la pared, con su cuerpo aún en calor, mordiéndose el labio inferior.

***

El muchacho que ocupaba el asiento 32 atraía la atención de todos los demás pasajeros del avión. Estaba impresionantemente flaco, casi desnutrido ―el hecho de que usara un suéter y unos jeans holgados lo destacaba aún más―, y su palidez era extrema, incluso para aquella época del año. De no haber sido por eso, habría sido un chico guapo, con un bonito pelo castaño y un rostro armonioso.

―Seguro que si le levantas la manga de ese suéter ―comentó un viajero a su esposa― verás que su brazo está lleno de marcas de agujas.

Porque además de estar demasiado delgado, el pasajero del asiento 32 tenía la mirada perdida, como si estuviera con la mente ausente de aquel lugar. La teoría de los demás pasajeros era que todo eso solo podía deberse a que acababa de salir de una clínica de rehabilitación. Quizá ―pensaban los más imaginativos― había querido suicidarse dejando de comer y lo habían alimentado por vía intravenosa.

―No puedo creer que lo dejen volar así ―dijo una anciana a su amiga.

Otra cosa que contribuía a dar sustento a la teoría de sus compañeros de viaje era la actitud de la mujer que lo acompañaba, a todas luces su madre. La señora, de unos cuarenta años, apoyaba protectoramente su mano sobre el brazo del muchacho y no parecía dispuesta a soltarlo, como si fuera a escaparse. Ella estaba vestida con más elegancia: llevaba un bonito traje sastre y el cabello levantado, con una especie de peinado estilo colmena de abejas.

Al cabo de un par de horas de vuelo, los pasajeros perdieron interés en el supuesto drogadicto recuperado del asiento 32 y se pusieron a dormir, leer o charlar entre ellos de otros temas. Entonces la madre del pasajero se levantó de su asiento y fue al baño. Una vez allí, hizo algo que hubiera generado desconcierto y suspicacia por parte de los demás pasajeros, si lo hubieran podido ver: se puso a hurgar entre sus propios cabellos hasta encontrar un frasquito relleno de un líquido amarillo pálido, similar a la champaña. La mujer abrió una lata de Coca Cola que había tomado del carrito de las azafatas y le puso dos gotas del líquido. Luego cerró la tapa del frasquito y volvió a introducírselo cuidadosamente en el peinado.

Lavender Brown miró a la bebida que estaba a punto de darle a su hijo, y pensó que esa era quizá la parte más difícil del trato que había hecho con Albus Potter. Al Hacedor de Reyes se le ocurrió a último momento que había una forma no prevista por medio de la cual Eugene podía regresar al mundo mágico: tener un hijo propio. Con toda probabilidad tal hijo sería un mago o una bruja, y eso implicaba la posibilidad de que Eugene se enterara de que él mismo también lo era. Así que Albus le hizo jurar a Lavender que haría que su hijo tomara una poción que lo dejaría estéril. Debía darle una dosis de dos gotas cada ocho horas.

No sería fácil adaptarse a vivir en México, pensó la bruja. Aunque allí muchas personas hablaban inglés (una necesidad imprescindible por la cercanía con los Estados Unidos), eventualmente ella y su hijo deberían aprender el castellano. Por suerte el dinero que el Hacedor de Reyes les había dado les alcanzaría para comprarse una casa decente y vivir un par de años sin trabajar, hasta que estuvieran listos. Eugene tenía que ser “reeducado”. Pues si bien el Obliviate de Albus no le había hecho olvidar cosas básicas como caminar, hablar y hacer sus necesidades por sí mismo, ni tampoco ―como él había prometido― que Lavender era su madre, sí había borrado recuerdos importantes. No sabía leer ni hacer cuentas, y su vocabulario era pobre. Lavender tendría que volver a enseñarle muchas cosas sencillas, como atarse los cordones o cruzar la calle solo. Esto no se debía a ningún tipo de crueldad por parte de Albus, sino al hecho de que él había sabido desde que tenía uso de razón que era un mago, y era imposible eliminar tantos recuerdos sin acabar con muchos otros que estaban ligados a su primera infancia y a sus aprendizajes.

Pero saldrían adelante. Lavender era una bruja, de modo que sus casi cincuenta años no le pesaban tanto como a una muggle, y podía fácilmente vivir cincuenta más. Cuidaría a su hijo siempre, aún cuando él pudiera valerse por sí mismo. Lo único que lamentaba es que jamás podría ser abuela. Sus nietos, si es que los tenía, deberían ser adoptados. Pero aún así, era un precio que ella estaba más que dispuesta a pagar por salvar a su hijo.

Así que Lavender Brown salió del baño con su lata de Coca Cola, dispuesta a seguir adelante con lo planeado. Por el bien de Eugene.

NOTAS

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