El fin de la guerra

El televisor estaba encendido, pero con el volumen muy bajo, mostrando un viejo videoclip en blanco y negro de U2. Su luz bañaba el dormitorio de Annie y John, pero no era lo suficientemente intensa como para despertar a Albus de su sueño. Annie, en cambio, permanecía despierta.

“Si es atractivo despierto”, pensó, contemplándolo, “es hermoso cuando duerme”.

Le hubiera gustado acomodarle el mechón de cabello negro que cubría uno de sus ojos, pero temía perturbar su sueño si lo tocaba. Respiraba por la nariz, de forma casi inaudible, y su expresión en aquellos momentos le recordaba a Annie a la del niño que había conocido años atrás. Pero Albus Potter no era un niño, sino un hombre… Un hombre con el cual ella quería compartir el resto de su vida.

La idea apareció en su mente de forma inesperada. Hasta ese momento Annie no había querido pensar en el futuro; prefería disfrutar de su relación clandestina con Al sin preocuparse por qué pasaría si John se enteraba. La posibilidad de contarle la verdad a John y afrontar las consecuencias ni se le había cruzado por la cabeza. Pero ahora, viendo a Al en su cama, llegó a la conclusión de que, por más afecto que tuviera por John, y más allá de cualquier diferencia de edad o atractivo físico entre ambos, él nunca le haría experimentar las mismas emociones que su antiguo compañero de primaria.

“Antes de que John regrese de Palenque, le diré a Al lo que siento por él… Y si él siente lo mismo por mí, le diremos a John”.

Una segunda idea, mucho menos conflictiva, vino a su mente. Sonriendo, Annie se levantó del lecho con suficiente suavidad como para no despertar a Albus. Abrió el cajón de la cómoda ubicada a unos pasos de la cama, sacó un pequeño cuaderno y un lápiz, encendió una de las luces y comenzó a dibujar.

***

Cuando Al regresó al número doce de Grimmauld Place, faltaba poco para el amanecer. Mientras subía las escaleras, a Albus le pareció escuchar un sollozo ahogado. Supuso que sería Bowy. Por algún motivo el joven elfo estaba más sensible que nunca desde hacía unos días.

Tenía la esperanza de que Bowy sería el único despierto en la casa, pero se equivocó. Valerie estaba en la cama, pero no había podido dormirse.

—Hola, amor —la saludó, y por primera vez sintió malestar al utilizar esa palabra—. ¿Cómo estuvo la reunión?

—Tediosa a más no poder. Siento como que envejecí cinco años por cada hora que pasé con esos buenos para nada del Ministerio.

—Bueno, el poder no siempre es divertido —dijo Al, en un tono mucho menos ácido que el que hubiera utilizado en otras circunstancias.

—Lo sé. Pero me alegra estar contribuyendo en algo —dijo, mientras lo tomaba de la mano—. Vamos, sácate la ropa y ven a la cama.

Albus conocía lo bastante bien a su novia como para saber que sus palabras y su expresión indicaban que quería hacer el amor. Pero aún si Annie no lo hubiera dejado agotado, no tenía suficiente descaro como para tener relaciones sexuales con dos diferentes chicas en una misma noche, ninguna de las cuales siquiera sospechaba la existencia de la otra. Así que le dio un rápido beso en los labios y dijo:

—Me temo que no podré hacer más que meterme en la cama, querida. Estoy aún más exhausto que tú. Pero te prometo que mañana te lo compensaré.

—¿Qué estuviste haciendo?

Otro de los aspectos que Al conocía mejor de su novia eran sus celos. O más bien, su falta de ellos. Valerie Rosier tenía más de un defecto. Era tanto o más cruel que Albus, conservaba ciertos prejuicios hacia los muggles e hijos de muggles (probablemente no más que los de otras jovenes de familias aristocráticas de sangre pura) y tenía una enorme vanidad, sobre todo en lo que refería a las demás brujas. Pero ella jamás se mostraba celosa. Podía acusar a su novio de ocultarle información, pero eso casi siempre se relacionaba con asuntos políticos, no amorosos.

—Recorriendo la Londres muggle —mintió Al—. Me cuesta creer que mi padre y sus cómplices realmente estén fuera de la ciudad y por eso no aparezcan en el mapa de Liv.

—¿Crees que se hayan puesto algún hechizo que impida que sean detectados?

—Es posible… Pero además hay otra cosa que se me ocurrió.

—¿Cuál?

—El mapa que creó Livius solo muestra la ciudad de Londres propiamente dicha, es decir, la zona urbana. No incluye los suburbios.

***

Al abrir sus ojos esa mañana, lo primero que vio Harry fue una foto suya con Ginny y sus hijos. Había logrado sacarla del número doce de Grimmauld Place antes de que Albus se apoderara de la casa, y ahora descansaba sobre su mesa de luz. En aquella foto, los cinco sonreían y saludaban, sentados en el césped del jardín de la casa de Ron y Hermione (Ron era el que había tomado la foto). Lily y James, como siempre, eran los más inquietos, mientras que Al tenía una actitud relajada, pero igualmente feliz; James debía tener diez años, Albus ocho y Lily siete. Él le acariciaba el cabello a Ginny.

La fotografía era dolorosa de mirar, tanto por su hijo menor como por su esposa. Pero Harry la mantenía en ese lugar tan visible para recordar, todos los días, que estaba peleando por recuperar ese mundo.

Pero, ¿realmente deseaba volver a ese pasado? Respecto a Albus, su respuesta era sin duda que sí. Quería recuperar a su hijo menor, quería enderezarlo, ponerlo en el camino recto otra vez. Pero en cuanto a Ginny… Hacía ya años que estaban separados, y si bien la situación era muy dolorosa, con el tiempo se había habituado a vivir sin su mujer. No podía decir que fuera más feliz sin Ginny, pero definitivamente no se sentía desgraciado.

Y además estaba Hermione. Cuando eran jóvenes, él siempre la había considerado como a una hermana. Jamás se había sentido atraído por ella. Era capaz de percibir su belleza, así como advertía la de Cho Chang, la de Fleur y eventualmente la de Ginny, pero… Hermione era Hermione. No podía imaginársela siendo algo más que su amiga. Además, con el correr de los años, Harry había ido comprendiendo lo enamorado que estaba Ron de ella, lo cual era otro factor que le impedía pensar en Hermione como pareja potencial.

Ahora Harry la veía con nuevos ojos. Miraba sus rizos castaños e intentaba imaginar cómo sería deslizar sus manos entre ellos. Miraba sus blancas manos e intentaba imaginar cómo sería entrelazar sus dedos con los de ella, largos y finos. Miraba sus labios, e intentaba imaginar cómo se sentirían contra los suyos. Miraba las formas de su cuerpo e intentaba imaginárselo desnudo…

Pero pensar en aquellas cosas justo cuando tanto ella como él corrían peligro de terminar prisioneros de su hijo, o algo peor, le parecía una gran irresponsabilidad y falta de respeto. Cuando pudieran ponerle fin a la dictadura de su hijo (y con ello, al peligro de una nueva guerra que podía escalar hasta ser más cruenta que la que habían librado Albus y Servilia Crouch) podría plantearse la cuestión de hacia dónde iría su relación con Hermione.

Por lo pronto, Harry tenía una cita en Hyde Park con su ahijado. Sus encuentros con Teddy eran mucho más frecuentes que con Lily, porque su hija, al estar tan cerca de Albus, no podía arriesgarse a ser descubierta. Teddy, en cambio, apenas veía a Albus o a sus amigos, y si bien estaba sometido a cierta vigilancia, le resultaba muy fácil eludir a los Aurores; como Metamorfomago, podía cambiar por completo su apariencia y así impedir que lo reconocieran y pudieran seguirlo. Su única desventaja era que la información que le transmitía a su padrino no era tan confidencial como la que Lily estaba recopilando. Teddy le servía a Harry más bien para conocer el estado de ánimo de la comunidad mágica.

El joven Lupin esperaba a Harry sentado en un banco, con un celular en la mano. Harry, utilizando un Encantamiento Desilusionador, se sentó junto a él y lo saludó en voz baja. Teddy permaneció impasible, pero se llevó el teléfono al oído, como si estuviera hablando con alguien.

—¿Cómo estás, Harry? —dijo con suavidad.

—Bastante bien, dentro de todo. ¿Y tú?

—Igual. Victoire no se ha estado sintiendo muy bien, pero no es nada grave.

—¿Seguro que esta vez lograste quitarte de encima a los Aurores?

—Sí. Noté que me estaban siguiendo cuando salí de casa, pero luego giré en una esquina y me convertí en un chico negro de rastas. Caminé con esa apariencia durante cinco cuadras, me metí en un callejón y me convertí en un hombre blanco de sesenta o setenta años. Recién cuando llegué al parque volví a mi aspecto real.

—Nunca se puede ser demasiado cuidadoso.

—Me lo enseñaste bien —le dijo Teddy afectuosamente.

—¿Y cómo andan las cosas en casa? —preguntó Harry. Por “casa”, él se refería a comunidad mágica.

—La gente está algo inquieta. Hay muchos que están comenzando a preguntarse por qué tú, Hermione y sus hijos han desaparecido repentinamente. Algunos temen que Albus los haya… ya sabes.

—¿Y respecto al gobierno de Al?

—Las opiniones están divididas. Hay una minoría que está totalmente a favor de las cosas que está haciendo, y otra minoría que está en contra (aunque temen expresar sus opiniones en público). La mayoría de los magos están de acuerdo con varias medidas pero tienen sus reservas sobre sus métodos…

“Es una pena que las sesiones del Parlamento mágico no sean públicas. Si las personas supieran la brutalidad que ha empleado Al para hacer aprobar sus leyes, lo abandonarían en un santiamén.

—No lo creo. Probablemente muchos seguirían apoyándolo aún conociendo todo lo que ha hecho.

—Hay otra noticia que puede interesarte. Valerie Rosier ha sido nombrada subsecretaria del ministro.

—Creí que ya no era necesario ese cargo cuando se creó el puesto de viceministro.

—¿Crees que a Albus le importa ser prolijo? Necesitaba tener a alguien para que supervisase a Percy, ahora que él pasa gran parte del tiempo en Hogwarts. Valerie está bastante satisfecha, como podrás imaginar. Cuando la veo pasearse por el Ministerio, parece Servilia Crouch con cincuenta años menos.

—Todo esto terminará —dijo Harry, tanto para convencer a Teddy como a sí mismo—. Tarde o temprano Al cometerá un error, y nosotros sacaremos provecho.

—Eso espero —dijo Teddy, mientras el viento helado alborotaba su cabello castaño—. Eso espero, Harry.

***

Al volver al número cuatro de Privet Drive, Harry se encontró a Hermione desayunando en la cocina de los Dursley. Por algún motivo siempre lo maravillaba el aspecto de su cabello bajo la luz del sol, que en esos momentos entraba por la ventana. Su amiga parecía tener un halo dorado alrededor de su cabeza, y la sonrisa que le dedicó cuando lo vio entrar a la cocina hizo que por un momento se olvidara de todas sus preocupaciones.

—¿Pudiste hablar con Teddy? —preguntó, mientras le servía una taza de café. Harry asintió con la cabeza, se sentó frente a Hermione y comenzó a repetirle las cosas que Ted le había dicho. De pronto escucharon el sonido del timbre. No se sobresaltaron; a esa hora de la mañana siempre solían venir las amigas de la mujer de Dudley, que aprovechaban que los niños estaban en la escuela para visitarse entre ellas. Normalmente la esposa de su primo las hacía pasar a la sala de estar, para luego ir a la cocina y prepararles el té, que les llevaba en una bandeja.

Escucharon el sonido de una voz masculina, pero no alcanzaron a distinguir las palabras ni a reconocer dicha voz. Luego oyeron a Dudley bajar por las escaleras, y supusieron que sería el cartero, trayéndoles alguna encomienda para la cual necesitaba su firma.

Y al cabo de un minuto o dos, se abrió la puerta de la cocina, y Dudley y su esposa entraron acompañados por Albus.

***

Harry y Hermione literalmente salieron disparados de sus sillas. Sacaron sus varitas al unísono y apuntaron a Albus con ellas, pero el muchacho simplemente se sentó en otra de las sillas, sin mirar ni a su padre ni a su tía.

—¿Quieres un té, Albus? —preguntó la esposa de Dudley, lanzando miradas nerviosas a su cuñado y a Hermione.

—Preferiría un café. Veo que tienes una jarra hecha.

—Como gustes —dijo la mujer. Tomó una de las tazas que Hermione y Harry habían estado usando solo momentos antes, vació el poco café que quedaba y la llenó nuevamente.

Harry estaba totalmente desconcertado. Albus actuaba como si no lo viera, como si las únicas otras personas en la habitación fueran Dudley y su esposa. Se acercó lenta y cautelosamente a su hijo y agitó su mano frente a sus ojos, sin que el muchacho reaccionase. Sus ojos solo seguían a Dudley y a su mujer.

—¡Es el encantamiento Fidelius! —exclamó Hermione— ¡Él no puede vernos porque tú no le has revelado que estamos aquí! ¡Tú eres el Guardián del Secreto! Mientras no digas nada, él no podrá vernos. En el momento en que alces la voz, él conocerá el secreto de nuestra presencia aquí.

Dudley y su mujer habían escuchado las palabras de Hermione, y parecían un poco más tranquilos, aunque no se animaban a mirarlos.

—¿Cómo están los chicos? —preguntó Al, completamente ajeno a la situación que tenía lugar a su alrededor.

—Eh… bien —dijo Dudley—. Janice ahora está en el equipo de fútbol del colegio. Tendrías que ver cómo corre esa niña…

—No podemos desaprovechar esta oportunidad, Harry —dijo Hermione—. ¡Hay que Aturdirlo y tomarlo prisionero!

Harry le hizo un ademán a Hermione, indicándole que ella debía hacerlo. No es que Harry fuera remiso a atacar a su hijo, sino que era consciente que la persona que pudiera ponerlo fuera de combate pasaría a ser la propietaria de la Varita de Saúco. Y prefería que esa persona fuera Hermione y no otra vez él. Así que, mientras Dudley balbuceaba acerca de sus hijos, la bruja sacó su varita y, apuntando a la espalda de Albus, gritó:

—¡DESMAIUS!

El efecto fue inmediato. Albus quedó inconsciente y se desplomó sobre la mesa, tirando su café al suelo y amenazando con volcarla. La esposa de Dudley salió corriendo de la cocina, mientras que Dudley se quedó mirando a Albus y a su primo.

—Harry, perdóname… Él llegó tan repentinamente que no pensé… Mi mujer quería llevarlo a la sala, pero él insistió en ir a la cocina, y no supe con qué pretexto decirle que no…

—Está bien, Dudley, no te preocupes. Ya lo dijo Hermione, él no podía vernos. El Fidelius nos protegió. Hermione, revisa sus bolsillos…

Pero ella ya estaba haciéndolo, y en cuestión de segundos encontró su varita. No era la propia Varita de Saúco, pero eso no importaba. Con el solo hecho de desarmar a Albus, lo habían vencido, y aquella Reliquia pasaba a ser de Hermione Granger.

Al ver el brillo triunfal en su mirada mientras sostenía la varita de Albus, Harry no pudo contenerse. Dio dos largos pasos, la tomó entre sus brazos y la besó en los labios.

La guerra había terminado.

NOTAS

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