El lobo y el león

Los hechizos comenzaron a volar de inmediato. Todo era confusión. Harry vio cómo Rose era Aturdida, y cómo segundos después recuperaba la conciencia gracias a un oportuno Rennervate de su madre. James, Hermione, Rose y él se defendían como podían del ataque de lo que parecían decenas de magos y brujas.

—¡Al foso! —ordenó Harry, y todos saltaron al hueco en el que estaba maniatado Ash Bennett, convirtiéndolo en su trinchera. Harry vio cómo una cabeza se asomaba por encima y no tardó en lanzarle una maldición mocomurciélago.

—Están atrapados —dijo Ash, sonriéndoles. James, furioso, se lanzó sobre él, listo para darle un puñetazo, pero Harry logró contenerlo.

—¡Está desarmado, James! —lo reprendió.

—¡Este no es momento para ponerse caballerosos, papá! —dijo James— ¡Este hijo de puta nos engañó!

—Y ustedes fueron lo bastante idiotas como para caer —dijo Ash—. ¿Realmente pensaban que el Hacedor de Reyes iba a venir solo a un lugar en donde podía estar escondido su padre? Él sabía que sería vulnerable a cualquier ataque en un lugar en donde estuviera activado el Encantamiento Protego. Pero también sabía que ustedes no lo querrían matar sino solamente capturar. Así que decidió enviarme a mí.

—Y tú obedeciste, como un buen perrito faldero —dijo James. Afuera del foso se escuchaban las voces de varias personas, en apariencia discutiendo qué hacer a continuación.

—Yo soy un mago leal —dijo Ash.

—Como Bellatrix Lestrange —dijo Hermione, mirando a Ash con desdén.

—Pronto tú vas a ser la que esté encadenada, Granger —dijo Ash—. No te conviene irritar a tus futuros carceleros. Todos ustedes van a pasarse el resto de sus vidas en una jaula de oro mientras Al y nosotros gobernamos.

—Eso lo veremos —dijo Harry—. James, quiero que vigiles a Bennett. Pase lo que pase, él tiene que seguir siendo nuestro prisionero. Si tienes la posibilidad de escapar, no importa si nos dejas detrás, tu prioridad es llevártelo contigo. Y no le hagas daño, ¿entendido?

—Sí —dijo James, mirando a Ash con aversión.

—Tenemos que… —comenzó a decir Harry, pero de pronto se detuvo, sacó su moneda del bolsillo y vio que le había llegado un nuevo mensaje—. Salir de aquí.

—¿Para qué? —preguntó Hermione.

—Solo sigan mis instrucciones. James, tú quédate aquí con Bennett. Cuando sea posible, te alcanzaré un Traslador para que puedas llevártelo de aquí. Rosie, Hermione, cuando les diga “Ya”, suban por la escalerita y corran hacia los barriles que están a tres metros a la izquierda. Yo los cubriré.

—Pero… —dijo James.

—¡Sin peros! Haz lo que te digo.

Harry miró su reloj y, al cabo de un minuto o dos, dijo:

—¡Ya!

Hermione y su hija subieron por la escalera a toda velocidad, mientras Harry proyectaba un Protego sobre ellas. Cuando le fue posible, él mismo salió del foso y comenzó a lanzarles hechizos a los magos que los estaban atacando, sabiendo que su prioridad era capturarlo a él y no a las mujeres. Sabía que no podría mantenerse allí por mucho tiempo, solo el suficiente para…

De pronto, en la pared de la derecha se produjo un estallido. Harry vio cómo varios de los magos del grupo de Albus tenían que cubrirse, y cómo Agamenón Lestrange recibía el golpe de un ladrillo en la cabeza, dejándolo inconciente. Por el boquete que se abrió en la pared empezaron a entrar varias personas que él no conocía, portando varitas. “La caballería”, pensó, mientras los recién llegados atacaban a Albus y sus acompañantes. Harry intentó Desaparecerse, pero el encantamiento lanzado por su hijo debía seguir activo pese a la explosión. Hermione y Rose salieron detrás de los barriles y se lanzaron a la lucha.

Los magos y brujas se enzarzaron en un combate tan feroz como confuso. Harry pudo ver a Albus siendo atacado por dos magos al mismo tiempo, y repeliéndolos con facilidad. Luego, al ver a su padre, Al empezó a avanzar en su dirección, pero un tercer mago se interpuso en su camino. Harry aprovechó esa circunstancia para levantar uno de los ladrillos del suelo y transformarlo en un Traslador. Lanzó el ladrillo hacia la fosa, rogando por que no se rompiera en pedazos al estrellarse contra el suelo, y gritó “¡Úsalo!”. Unos diez segundos después vio las luces que indicaban que James y Ash Bennett habían conseguido huir. Harry tomó una lata vieja y oxidada de aceite de motores y empezó a pronunciar el encantamiento para convertirla en un segundo Traslador, pero de pronto sintió que el metal se calentaba en su mano, obligándolo a soltarla. Evidentemente Albus lo había visto crear el primer Traslador y no tenía intenciones de permitir que repitiera el truco.

—¡Harry! —gritó uno de los magos que habían venido en su auxilio al tiempo que le lanzaba una bolsita. Harry logró atraparla y corrió hacia una polvorienta mesa llena de piezas metálicas; la volteó de tal manera que le sirviera de escudo y abrió la bolsita, dentro de la cual encontró una pequeña Saeta de Fuego, reducida hasta el tamaño de un lápiz. Utilizó su varita para devolverle su tamaño original, se subió a ella y emprendió vuelo justo antes de que la mesa se prendiera fuego por un hechizo que le habían lanzado.

En el aire, Harry siempre se había sentido muchísimo más libre y osado que en la tierra. Voló hacia los enemigos, lanzando Desmaius y Petrificus Totalus por doquier, y logró alcanzar a Alcyone Hitchens. Livius Black intentó derribarlo lanzándole Incendios a la escoba, pero Harry era demasiado rápido para él.

Albus, entretanto, era incapaz de atacar a su padre porque estaba batiéndose en duelo con el mismo mago que le había alcanzado la Saeta de Fuego. Harry había tenido la oportunidad de practicar con Draco y supo reconocer sus movimientos en los del mago que combatía contra Albus.

“Lo está manteniendo a raya para que escapemos”, pensó con admiración.

—¡Vámonos de aquí! —ordenó al resto. Los magos habían traído más escobas voladoras, y vio cómo uno de ellos ayudaba a Rose a subirse a la suya y salía por el agujero que habían abierto en la pared. Otros lo siguieron, esquivando los hechizos que los amigos de Albus les disparaban para impedir su huida. Ahora solo quedaban Draco, Hermione y él. Harry voló hacia donde se encontraba su amiga e hizo que montara en la Saeta de Fuego.

—¡No podemos dejarlo aquí! —gritó Hermione.

—¡Váyanse! —gritó Draco, mientras desviaba con gran dificultad uno de los hechizos de Albus. Harry tuvo que pensar con rapidez, mientras volaba de un lado a otro del taller para esquivar los maleficios con los que los amigos de su hijo lo agredían. Pasó junto a un estante alto y tomó un frasco de vidrio con un par de tornillos. Lo convirtió en un Traslador y lo lanzó con todas sus fuerzas a la espalda de Draco. El golpe le hizo soltar un grito de dolor y furia, pero el Traslador funcionó inmediatamente, y en un abrir y cerrar de ojos desapareció del lugar. Satisfecho, Harry voló hacia el agujero en la pared…

Y de pronto sintió como unas garras afiladas se le clavaban en las mejillas. Un ave se había posado en su cara y estaba tratando de desgarrársela. No era incapaz de ver hacia donde iba. Si bien salió del taller, la escoba acabó estrellándose contra un árbol ubicado a pocos metros.

Harry y Hermione cayeron al suelo, mientras el ave, un halcón, descendía en picada para volver a atacarlos. Pero esta vez, en lugar de apuntar al rostro de Harry, las garras del animal se cerraron en torno a la muñeca de la mano izquierda de Hermione. La bruja sacudió el brazo, intentando quitárselo, pero el pájaro siguió aferrado a ella. Hermione le apuntó con su varita, pero el halcón le lanzó un picotazo fulminante, que hizo que su arma cayera al suelo y que de su mano derecha comenzara a manar sangre.

Entonces el halcón recuperó su forma humana, y Agamenón Lestrange se Desapareció, llevándose como prisionera a Hermione.

Harry lanzó un grito de cólera y frustración, pero pronto comenzaron a salir del taller varios de los amigos de Albus. Si bien una parte de Harry quería luchar contra ellos, otra parte le decía que no podía vencerlos a todos él solo. Así que decidió Desaparecerse. Durante un par de segundos pensó en el lugar más seguro al que ir, y esos segundos fueron lo que permitieron que Livius Black se lanzara sobre él, transformado en lobo. Las patas delanteras de Livius habían alcanzado a tocar su pecho en el momento en que Harry se Desaparecía.

Se Apareció en el suelo de la cocina de una pequeña casa en Devonshire cuyos dueños muggles estaban de vacaciones, y que Draco le había señalado como una vivienda que podían usar en caso de emergencia. Livius, convertido en lobo, estaba encima de él, mostrándole los dientes. Harry pudo ver una sartén tirada en el suelo, la alcanzó con la mano y lo golpeó con todas sus fuerzas en la cabeza antes de que el lobo lo mordiera. Eso le permitió sacárselo de encima, pero cuando intentó volver a golpearlo, Livius le mordió la mano. El dolor de los colmillos clavados en su carne era aún peor que el de las garras del halcón, que todavía estaba sintiendo en la cara. Pero Harry utilizó su mano libre para recuperar su varita mediante un Accio, e intentó Aturdir a Livius. Si bien no lo logró, pues Livius se movió con rapidez para esquivar el hechizo, al menos consiguió que soltara su mano.

El lobo y el mago se observaron, desafiantes, durante unos momentos. Harry se sentía lleno de adrenalina. Su mano y su rostro estaban llenos de sangre, su respiración era agitada y su corazón martilleaba en su pecho. Livius, por su parte, sacó su lengua y pareció relamerse.

—¡Incarcerous! —rugió Harry, y de la punta de su varita salieron despedidas varias sogas, listas para enroscarse alrededor del cuerpo de Livius, como serpientes. Harry había visto a Livius encoger sus patas traseras, como si se preparara para saltarle encima, y pensaba aprovechar la fuerza de su adversario para poder inmovilizarlo más fácilmente, haciendo que saltara directamente entre las sogas. Sin embargo, Livius saltó hacia la izquierda, quedando cubierto por una pesada mesa de madera ubicada en medio de la cocina, y aprovechó ese momento para recuperar su forma humana. Antes de que Harry pudiera cubrirse, Livius le lanzó un encantamiento de piernas de gelatina, y pronto Harry acabó desplomándose en el suelo, incapaz de mantenerse erguido. Por suerte logró evitar que la varita se le escapara de entre los dedos, así que cuando Livius intentó Aturdirlo, consiguió lanzarlo varios metros hacia atrás con un Impedimenta.

Aprovechando que su oponente había quedado lo bastante lejos como para no atacarlo, logró desactivar el encantamiento y volver a ponerse de pie. Livius, por su parte, había sido arrojado hacia la sala de estar de la casa, y había caído encima de una mesita de café, rompiéndola bajo su peso. Harry le lanzó un Desmaius a Livius, pero él logró rodar en el suelo lo bastante rápido como para esquivarlo. Livius intentó hacerle soltar la varita con un Diffindo dirigido a su mano, pero si bien logró cortarlo, Harry continuó sujetándola con fuerza. Alzó la varita, dispuesto a volver a Aturdirlo… cuando sintió que un objeto que le pareció pesadísimo lo golpeaba en el hombro derecho, forzándolo a bajar la mano. Livius había hecho caer al ventilador de techo sobre él, pero afortunadamente el aparato no logró darle en la cabeza.

Livius había logrado ponerse de pie, y ahora el hombre y el muchacho estaban nuevamente apuntándose con las varitas. A través de las cortinas de los amplios ventanales de la habitación, ambos magos pudieron ver que en la calle, los muggles habían escuchado el ruido causado por su duelo y estaban reuniéndose frente a la casa, conversando entre sí con preocupación.

—No podremos seguir aquí mucho tiempo, ¿sabes? —dijo Harry—. La policía muggle está por llegar.

Livius, por supuesto, no dijo nada, pero asintió con la cabeza.

—Si sigues siendo el chico del que mi hijo y mi ahijado me hablaron —dijo Harry—, no estarás dispuesto a arriesgar las vidas de muggles inocentes solo para entregarme a Al en bandeja de plata.

El joven pareció reflexionar durante algunos segundos, y luego volvió a asentir con la cabeza, sin dejar de mirar al padre de su amigo con recelo. Harry y Livius continuaron mirándose a los ojos durante un largo rato, mientras escuchaban a lo lejos el sonido de las sirenas.

—¿Por qué lo haces? —preguntó Harry, de pronto—. ¿Qué esperas conseguir con esto? ¿Realmente crees que la “revolución” de mi hijo podrá triunfar? ¿Que él va a lograr someter a un pueblo que jamás ha sido sometido por nadie, que no reconoce a ningún señor? Déjame que te diga algo: ustedes pueden capturarme, encarcelarme, desterrarme, matarme, pueden quitarme de en medio, pero solo lograrán retrasar lo inevitable. Alguien más aparecerá para despertarlos de su sueño. ¿Me crees?

A todo esto, la única respuesta de Livius fue encogerse de hombros.

—Eres bueno. Necesitas mejorar. Cuando lo hagas… búscame.

Y tras decir eso, Harry Potter se Desapareció.

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