Matrimonio blanco

El vestido de bodas de Valerie le quedaba ajustado. No tanto como para impedirle respirar, como ocurría con las damas del siglo XIX y sus corsés, pero sí lo suficiente como para que se sintiera muy incómoda caminando y temiera seriamente por la integridad del tejido al sentarse. No era producto de alguna incompetencia de la modista, ni de algún percance ocurrido al vestido, sino de su propio cuerpo. Y de su madre, que había insistido en celebrar la boda lo antes posible.

—No podemos dejar pasar la oportunidad —había sentenciado Christine Rosier, y su hija admitía a regañadientes que no estaba equivocada. No hubiera sido fácil encontrar a otro mago dispuesto a casarse con la puta del Hacedor de Reyes.

Antoine Zabini había sido liberado muy poco tiempo antes de presentarse ante ella. Todavía presentaba las señales que le había dejado su paso por Azkaban; estaba extremadamente delgado y su piel morena había quedado casi grisácea luego de tantos meses sin ver la luz del sol. Tenía los ojos cansados y sin brillo, pero su determinación de casarse con ella no había disminuido un ápice.

Valerie lo había recibido en su dormitorio. Si bien se había repuesto físicamente del “traspié” —como lo llamaba Christine—, Valerie permanecía en su cama durante casi todo el día, sin importarle nada de lo que ocurría a su alrededor. Comía cuando los elfos le llevaban la comida y se bañaba cuando su madre se lo ordenaba, y eso era todo.

Cuando la puerta del cuarto se abrió, Valerie, que estaba tendida de costado, no se volvió ni dijo nada, suponiendo que se trataba de algún elfo doméstico. Pero luego escuchó cómo su visitante arrastraba una silla hacia su cama y se sentaba en ella, y giró para ver quién era. Cuando vio a Antoine, se sintió más sorprendida por lo penoso de su aspecto que por el hecho de que hubiera venido a visitarla.

—Hola, Valerie —dijo él.

—Hola —replicó ella, sin siquiera incorporarse de la cama.

—¿Cómo…? —comenzó a decir Antoine, pero no completó la frase. “¿Cómo estás?” era una pregunta bastante necia en aquellas circunstancias. No obstante, Valerie decidió responderla con honestidad:

—Quisiera estar muerta.

Se hizo un silencio muy pesado entre ambos. Finalmente Antoine explicó el motivo de su visita.

—He venido aquí a pedirte que te cases conmigo.

En otros tiempos, Valerie hubiera soltado una carcajada ante tal declaración. Ahora solo tuvo fuerzas para esbozar una sonrisa cansada.

—Qué maravilla. Voy a contarle a todas mis amigas. La despedida de soltera será espectacular.

—Quiero que seas mi esposa.

—Gracias por la oferta, querido Antoine. Tendré que pensarlo antes de contestarte. Como imaginarás, tengo un batallón de pretendientes. Odiaría decepcionarlos.

—¿Vas a responderme con seriedad, o seguirás haciendo chistes malos?

—Es que esta proposición es un chiste malo, Antoine. ¿Para qué quieres convertirme en tu esposa? ¿Para disfrutar de la distinción de arar el mismo campo que el Hacedor de Reyes? No sería la primera vez que lo haces, claro, pero…

—No me importa Potter. Él ya recibió su merecido.

—¿Y cuál es mi merecido? —preguntó Valerie.

—Tú ya has pagado por tus faltas —dijo Antoine—. Tu madre me confió lo de…

Aquello hizo por fin que Valerie dejara de estar acostada. Se sentó en la cama y miró a Antoine con una mirada de ferocidad, casi tan enérgica como en los viejos tiempos.

—Si haces la menor alusión a eso, te mataré. Con mi varita, con esta lámpara, con mis propias manos. Podemos hablar de Albus Potter, pero no de lo otro. Si me lo mencionas otra vez, morirás.

—Está bien —dijo Antoine—. No es un tema que me interese discutir. Solo diré que sé lo que pasó, y considero que con eso tuviste más que suficiente.

—Basta.

—De acuerdo —concedió Antoine.

—¿Por qué quieres casarte conmigo? —dijo Valerie.

—¿Por qué no?

—Podrías tener a cualquier bruja que desearas. Brujas de sangre tan pura como la mía, y mucho más… inmaculadas.

—Es cierto —dijo Antoine—. Pero a quien quiero es a ti.

—¿Porque a los quince años decidiste que yo sería tu esposa? —preguntó Valerie.

—Porque tú me conoces muy bien —dijo Antoine, haciendo caso omiso del tono burlón de la chica—. Estuvimos juntos durante un largo tiempo. No tanto como con Potter, pero lo suficiente. Y no quiero casarme con una desconocida.

—Qué conmovedor. ¿O sea que yo he sido tu único amor?

—Me he acostado con muchas personas —dijo Antoine—. Pero jamás estuve con ellas, en el pleno sentido de la palabra.

—Yo te abandoné por Albus, ¿recuerdas? ¿Qué te hace pensar que no podría hacerlo de nuevo?

—Potter está muerto —dijo Antoine con frialdad—. Y pese a que te llaman “la puta” del Hacedor de Reyes, nunca fuiste realmente promiscua. Sé que no te irás con el primer mago que se te cruce.

—Probablemente no —admitió Valerie—. Pero tampoco te amaría. No sé si alguna vez llegué a amarte. ¿Eso no te importa?

—Yo tampoco te amo. No es por eso que quiero que nos casemos.

—¿Por qué, entonces? Y no me digas que “te conozco”, porque ese es un argumento imbécil. Hay muchas brujas que te conocen bien.

—Seré franco contigo, entonces: no quiero estar solo. Es tan simple como eso —contestó Antoine con serenidad.

—Casándote conmigo seguirías estando solo —dijo Valerie—. Podremos vivir bajo el mismo techo, dormir en la misma cama, comer en la misma mesa todos los días, pero ambos estaríamos totalmente solos.

—Tal vez al principio —dijo Antoine—. Pero tarde o temprano “tú y yo” se convertirá en “nosotros”. Y cuando eso suceda, quizá no nos amemos, pero ya no estaremos solos. Nos tendremos el uno al otro. Podremos compartir la soledad. Y si además formamos una familia…

—No. Me niego a hablar de eso ahora —dijo Valerie firmemente.

—Todavía eres joven, y yo también… aunque nadie lo diría viéndonos ahora mismo.

—¡No me importa! No quiero…

—¡Piénsalo por un momento! Tener un hijo te daría una razón para vivir. No tienes una profesión que te apasione ni, seamos francos, amigos que te apoyen. Tu hermano está desaparecido, lo mismo que todos los amigos de Potter que sobrevivieron. Tú te salvaste por un pelo de terminar en Azkaban.

“Pero si tienes un hijo conmigo, ese hijo sería tuyo y de nadie más. Nadie podría arrebatártelo. Podrías tratar de hacer mejor las cosas con él, o con ella. Estoy seguro que puedes ser una mejor madre que Christine.

—¿Y si no puedo? —dijo Valerie, al borde de las lágrimas—. ¿Y si soy tan fría y desapegada como ella? ¿Y qué me dirá mi hijo si sabe que lo traje al mundo solo para combatir mi soledad y reemplazar a alguien más?

—Hay motivos mucho peores para ser padre. Sé sincera: ¿crees que no amarás a un hijo que tuvieras conmigo?

Valerie respiró hondo por unos segundos, tratando de librarse de la opresión que sentía en su garganta.

—No —respondió, al fin—. Amaría a cualquier hijo que tuviera. A menos que el padre me hubiera violado, por supuesto.

—Sí, eso lo entiendo —dijo Antoine—. Entonces, ¿quieres intentarlo?

—No ahora mismo —dijo ella—. No estoy lista para…

—Pero, ¿en el futuro?

La bruja miró por la ventana y guardó silencio durante un rato.

—¿Podrías darme un año? Un año de convivencia contigo me permitiría saber si estamos capacitados para funcionar como pareja, y por ende como padres.

—Y si al cabo de ese año llegas a la conclusión de que podemos hacerlo…

—Dejaré que me embaraces.

—Un año no es mucho tiempo. Pero querría que nos casemos primero.

—¿No te parece imprudente? Supón que nos casamos y dentro de un año decido que no quiero darte hijos. El matrimonio mágico ha vuelto a ser indisoluble, y no creo que quieras que nos casemos a la manera muggle.

—Has dicho que no quieres quedar embarazada hasta dentro de un año, ¿cierto?

—Así es.

—Bueno, pues ¿qué mejor manera de evitarlo que la abstinencia? La única forma de anular nuestros matrimonios es…

—La no consumación.

—Exacto.

—Así que celebraremos la ceremonia, viviremos juntos durante un año sin hacer el amor, y si después de ese tiempo decido que no estamos listos para ser padres…

—Anularemos el matrimonio y buscaremos nuevas parejas.

—Debo admitir que no me parece tan insensato.

Pensó en la cara que pondría su madre si al cabo de un año volvía a quedar soltera y estuvo a punto de soltar una carcajada.

Así que, luego de menos de dos semanas de preparativos, Valerie Rosier y Antoine Zabini se casaron en una ceremonia íntima en Lyon, ante los ojos de los padres de la novia y la madre y la abuela del novio. Y esa noche, cuando durmieron juntos por primera vez como marido y mujer, a Valerie la asaltó un recuerdo. Recordó una noche en Hogwarts, cuando eran novios, en que, luego de emborracharse y hacer el amor, Antoine y ella habían hecho planes para cuando estuvieran casados; para ser más precisos, Antoine hizo planes y ella lo escuchó. Recordó como Antoine, al que el whisky de fuego había vuelto indiscreto, mencionó la existencia de una finca en Sri Lanka perteneciente a su familia, de la cual el Ministerio de la Magia no tenía noticias, adonde deseaba llevarla de luna de miel. Al día siguiente Antoine había despertado con una resaca monumental, y casi no recordaba nada de la noche anterior. Y Valerie recordó el momento en que, luego de enterarse del asesinato de Louis Weasley y de la huida de los Zabini, escribió una nota para Albus que decía solamente: «Sri Lanka». Con eso bastó para poner a la familia Zabini al borde de la destrucción.

Valerie se preguntó si ahora se arrepentía de haber hecho eso. Y tuvo que responderse, con absoluta sinceridad, que no.

NOTAS

Ir al siguiente capítulo