El Sendero Rojo

El curso de la batalla estaba cambiando visiblemente. La súbita ausencia de Albus Potter, sumada a la presencia de Harry, que parecía estar en todas partes al mismo tiempo, tenía una gran incidencia sobre la moral de las tropas de ambos ejércitos. Cada vez más magos del bando de Albus pedían cuartel o escapaban, aunque la mayoría seguían combatiendo vigorosamente.

El pueblo del Valle de Godric se hallaba casi en ruinas. Apenas quedaban paredes en pie, mucho menos casas enteras. La destrucción se había extendido a algunas granjas cercanas. Un campo de maíz estaba ardiendo, mientras que en el bosquecillo ubicado en las inmediaciones del cementerio una nube de gas azul tóxico se disipaba lentamente.

Louis Rosier y Lysander Scamander peleaban espalda contra espalda. Habían sido rodeados por seis atacantes, y debían bloquear o desviar a toda velocidad los hechizos que les lanzaban de todas direcciones. En el grupo con el que se estaban batiendo se hallaban Hermione y Rose Weasley. Hermione alzó el brazo, pidiendo a sus acompañantes que detuvieran el ataque de momento.

—Louis —dijo ella—, quiero que me escuches. Lysander y tú han peleado con mucho coraje. Nadie los acusará de cobardes si se rinden ahora.

—¿Y dejar que tus amiguitos nos hagan pedazos apenas bajemos las varitas? ¡Olvídalo! —replicó Louis— ¡Soy el cuñado del Hacedor de Reyes! ¡Tengo un blanco enorme en la frente!

—Te prometo que nadie te hará daño. No lo permitiré. Ni a ti ni a Lysander.

—¿Así como nadie le hizo daño a Isaac Prewett? ¿A Ash Bennett?

—Louis, ¿acaso olvidas quién soy? —rogó Hermione—. ¿Crees que dejaría que maten al chico que mi hijo amaba? ¿O al hijo de una de mis mejores amigas? No voy a mentir y decirles que si se rinden podrán marcharse: serán juzgados por sus crímenes. Pero me aseguraré de que el Wizengamot se muestre clemente con ustedes.

—¡Por favor, Louis! —se unió Rose—. ¡Han muerto demasiadas personas hoy!

Hermione miró a los ojos a Louis —no podía ver a Lysander—, y se esperanzó al ver cómo su expresión se iba suavizando; claramente estaba contemplando la posibilidad de confiar en ella. El joven comenzó a bajar su varita…

—¡Traigo noticias! —gritó una voz estentórea— ¡Acabo de volver del campamento del Hacedor de Reyes!

—¿Jezzie? —dijo Lysander.

—¡Los nobles representantes de la libertad y la justicia han dado muerte a Alcyone Black! ¡Una chica embarazada de gemelos! ¡Así es como combaten estos perros! —reveló la voz de Jezebel Smith, amplificada por un Sonorus. Hermione se estremeció—. ¿Vamos a permitir que ellos ganen? ¡No les den cuartel! ¡No tengan compasión! ¡No vacilen! ¡MÁTENLOS A TODOS!

Por unos momentos, todo el campo de batalla quedó en silencio estupefacto. Y luego se escucharon los gritos de cientos de maldiciones —casi todas Asesinas— lanzadas por los soldados del bando de Albus, que ahora peleaban con un ímpetu renovado por la indignación. Hermione volvió a dirigir su vista hacia Louis.

—Louis, escucha…

—¿Mataron a Alcyone? —preguntó Louis, estupefacto—. ¿La asesinaron?

—No lo sé —dijo Hermione—. Por favor, Lysander, Louis, tienen que…

—¡Asesinos! —grito Lysander—. ¿También convencieron a Alcyone de rendirse antes de matarla?

—¡Nosotros no tuvimos nada que ver con lo que haya pasado allí! —protestó Rose.

—¿”Lo que haya pasado allí”? ¿”Lo que haya pasado allí”? ¡Váyanse a la mierda! —gritó Louis—. ¡Avada…!

—¡Desmaius! —gritó alguien más, y un rayo cayó en línea recta, impactando en la coronilla del joven Rosier. El ataque había venido directamente desde arriba. Un segundo Desmaius dejó a Lysander Scamander fuera de combate.

Harry Potter aterrizó junto a los dos muchachos inconscientes.

—Oh, Harry, gracias a Merlín —dijo Hermione—. Realmente no quería tener que matarlos.

—Quítenles las varitas y átenlos —ordenó Harry a dos de los magos del grupo de Hermione.

—¿Es cierto lo que dijo Smith, tío? —preguntó Rose—. ¿Alcyone está muerta?

—No lo sé —respondió Harry—. No estaba allí.

—Pero no crees que haya estado mintiendo —dijo Hermione.

—Me temo que no —dijo Harry, exhausto—. Smith sonaba furiosa de verdad. Dudo que fuera solo un ardid para enardecerlos.

—¿Dónde está Al? —dijo Rose—. Si Alcyone realmente fue asesinada, él debería estar aquí, sediento de sangre.

—Ojalá lo supiera —respondió Harry.

Casi en respuesta al comentario de Harry, una figura plateada apareció flotando sobre sus cabezas. El áspid del Patronus de Albus serpenteaba en el aire, y cuando detectó a su padre, descendió sobre el suelo y permaneció erguido, mirándolo de frente.

—¿Qué quieres? —dijo Harry. El áspid permaneció en silencio durante varios segundos. Súbitamente, se produjo un destello de luz que hizo que Harry apuntara con su varita, temiendo alguna trampa. Sin embargo, era solo el brillo de un Traslador. A los pies de Harry Potter, se materializó un cuerpo.

—Esto es tuyo —dijo la voz del Hacedor de Reyes desde la boca del áspid, que inmediatamente se desvaneció.

El cuerpo era el de una mujer de cabello rojo; estaba boca abajo, por lo que Harry no fue capaz de identificarla a primera vista. Se inclinó, y palpó su cuello, buscando en vano su pulso. Al ver que estaba muerta, la dio vuelta delicadamente para ver su rostro.

En el momento en que vio que el cadáver era el de Ginny, una sensación de irrealidad lo invadió. Todo a su alrededor pareció volverse borroso, y los sonidos de la batalla se escuchaban muy distantes. “Esto es un sueño”, dijo Harry. “No puede estar pasando. En cualquier momento me despertaré”.

El grito de Hermione fue lo que sacó a Harry de su estupor. La viuda de Ron corrió hacia donde estaba su cuñada, y la tomó entre sus brazos. Harry no era capaz de distinguir lo que estaba diciendo Hermione, pero podía escuchar su voz, cargada de dolor y desesperación. Solo un pensamiento se repetía en su cabeza, una y otra vez.

“Mi hijo mató a su madre. Mi hijo mató a su madre.”

Una imagen apareció en su mente, tan vívida como si acabara de verla. Ginny estaba en su cama, con un bebé entre sus brazos, bañada por el sol que entraba por la ventana. Harry no recordaba si el bebé recién nacido que sostenía era James, Albus o Lily, pero eso no importaba. En ese momento, años atrás, esa había sido la imagen más bella que vio en su vida. “Una familia. Tengo una familia”, fue lo que pensó en aquel entonces, y esa idea hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas.

Y ahora, Ginny estaba muerta. Asesinada por su hijo.

Harry miró el cadáver. Tenía los ojos cerrados, y un aspecto apacible. Salvo por algo extraño que asomaba entre sus labios. Se inclinó de nuevo sobre ella, y palpó su boca suavemente. Extrajo de ella un trozo de papel. Lo abrió, y leyó su contenido.

Si quieres vengar mi muerte, sube a la torre alcanzada por el rayo. Ven solo.

***

El portón de entrada de Hogwarts estaba cerrado, y sin custodia. Harry había esperado que hubiera algunos Aurores vigilando aquella puerta, pero afortunadamente nadie estaba allí para intentar bloquearle el paso.

Harry levantó su varita, listo para utilizar los contra-hechizos necesarios para abrir las puertas que daban entrada a los terrenos del castillo. Sabía que llevaría tiempo, pero sería mucho más rápido que intentar entrar por el Bosque Prohibido; sabía también que los pasadizos secretos que comunicaban Hogwarts con Hogsmeade, incluido el de la Casa de los Gritos, habían sido cerrados, algunos por Dolores Umbridge, otros por los Mortífagos, otros por Servilia Crouch.

Sin embargo, antes que lanzara el primer hechizo, vio una hoja de papel pegada a la verja. Se acercó a ella y la arrancó.

“Sangre Potter” era lo único que decía. Harry reflexionó unos momentos, y luego apuntó su varita a la palma de su mano. Con un leve Diffindo, se produjo un corte en la piel del que comenzó a brotar sangre. Apoyó esa mano sobre la verja, y la sangre comenzó a ser absorbida por el metal.

Las puertas no tardaron en abrirse de par en par. Harry arrugó la nota de su hijo y la tiró al suelo. Atravesó el umbral.

Había regresado al colegio.

Solo tuvo que caminar unos metros antes de hallar el carruaje tirado por thestrals, esperándolo como en los viejos tiempos. Harry ya había identificado el hechizo utilizado por su hijo para permitirle la entrada; era el Sendero Rojo. Se trataba de un encantamiento que creaba un camino mágico entre un punto y otro que solo podía recorrerse derramando sangre de una persona específica, o de una familia. El Sendero Rojo solo podía atravesarlo Harry, y nadie más podría inteferir, ya fuera para acompañarlo o para interponerse en su camino. Y dado que el sitio adonde el Sendero Rojo lo conducía se hallaba en el corazón de Hogwarts, uno de los lugares más protegidos del mundo mágico, Harry sabía que ningún otro mago o brujo vendría a ayudarlo (o a ayudar a su hijo). Albus quería un duelo solo entre ellos dos.

«Y es lo que tendrá», pensó.

El carruaje recorrió el camino de tierra que comunicaba la entrada a los terrenos del colegio con la puerta del castillo. Si bien todavía era de día (Harry calculó que debían ser ya las seis de la tarde), no había ni un alma a la vista, algo inusual en Hogwarts. Las ventanas del castillo comenzaban a iluminarse, pero nadie se asomó a ellas. Cuando el carruaje se detuvo, Harry se dirigió a las puertas de Hogwarts, que estaban también cerradas. Volvió a cortarse la mano y la apoyó sobre la gruesa madera, que absorbió la sangre; enseguida las grandes puertas se abrieron para Harry.

El interior del castillo estaba desierto. Los pasillos de Hogwarts, habitualmente atiborrados de estudiantes, se hallaban vacíos, y en completo silencio. Harry sabía que los profesores y estudiantes del colegio no se habían marchado: por el efecto del Sendero Rojo, todos habían tenido un impulso súbito e inexplicable de alejarse de los pasillos que Harry iba a atravesar. Una vez que Harry hubiese pasado por allí, todos volverían.

Las pisadas de Harry en las viejas piedras se oían tan estruendosas como granadas. Harry tuvo que hacer un esfuerzo para recordar el camino hasta la Torre de Astronomía. Se detuvo unos instantes a meditar, y de pronto, frente a él apareció un chispazo de luz roja. Harry caminó en dirección a ella, con la varita en alto, y un segundo chispazo se produjo, unos diez metros más lejos. Claramente esas luces eran una señal del encantamiento, indicándole hacia dónde debía ir.

Harry llegó a una puerta estrecha que conducía a una escalera. La puerta se hallaba cerrada, y Harry tuvo que volver a derramar sangre para abrirla. Halló tres puertas más en su camino, y en las tres se cortó nuevamente la mano y pagó el precio de sangre para atravesarlas. Para cuando llegó a la Torre, ya se hallaba un poco mareado por la pérdida de sangre. Pero lo primero que vio al abrir la última puerta fue, sobre una mesa, un fraquito que contenía un líquido rojo; junto a él, había un ejemplar de Elaboración de Pociones Avanzadas. Un papelito marcaba una de las páginas. Harry vio que era sobre la preparación de una Poción Restablecedora de Sangre. El nombre de la poción había sido subrayado, y parte del último párrafo:

El resultado de la preparación deberá ser de color rojo intenso, y con un fuerte olor a jazmines.

Harry abrió el frasquito, y sintió el olor a esa flor en la poción, pero vaciló antes de beberlo. Siempre era posible que se tratase de un veneno. Alguien capaz de asesinar a su propia madre era capaz de cualquier bajeza. Se guardó el recipiente en el bolsillo, y subió la escalera que conducía al piso superior de la Torre.

Albus estaba de espaldas, con las manos apoyadas sobre la cornisa de la torre, mirando el atardecer.

—Apuesto a que no tomaste la poción —dijo el Hacedor de Reyes, sin darse vuelta—. Si quieres, puedo tomar un poco de lo que hay en el frasco, para que veas que no está envenenada.

Harry le apuntó a su hijo con la varita, e hizo caso omiso del comentario.

—Realmente desearía que en esta ocasión no hubieras sido tan desconfiado, padre —continuó—. Prefiero pelear contigo cuando tengas la plenitud de tus fuerzas.

El Hacedor de Reyes finalmente giró para enfrentar a su padre. Su ojo verde se clavó en los dos del mismo color de Harry. Una sonrisa comenzó a formarse en su rostro.

—Eso es lo que quería ver —dijo Albus—. Esa mirada era la que estaba buscando.

Harry Potter avanzó un paso más hacia su hijo, preparándose para la pelea inminente.

—Al fin has venido a matarme —dijo el Hacedor de Reyes.

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