La última propietaria

La Maldición Asesina hizo blanco sobre su objetivo. El cuerpo cayó sobre la hierba.

Harry abrió los ojos, y vio el cielo estrellado. Escuchó, a lo lejos, las voces de los estudiantes y profesores de Hogwarts, intercambiando preguntas y órdenes a los gritos. Escuchó los gemidos de Grawp, a quien Hagrid intentaba atender. Y sintió el latido de su propio corazón. Estaba vivo.

Miró hacia donde Albus había estado parado, y vio que su segundo hijo estaba tirado boca abajo en el suelo.

Y detrás de él, con la varita todavía en alto, estaba Lily.

—¿Hija? —dijo Harry—. ¿Eres tú? ¿Lily?

La muchacha miraba al cuerpo de su hermano como si estuviera hipnotizada. Se acercó hacia él y le sacó de entre los dedos inertes la Varita de Saúco. Haciendo caso omiso de las palabras de su padre, contempló la varita que le había arrebatado al Hacedor de Reyes.

—Lily, por favor, libérame de mis ataduras —dijo Harry. Con esto, Lily pareció salir de un trance. Apuntó su varita a su padre y lanzó un Finite Incantatem, soltando a Harry de las cuerdas que lo aprisionaban. Tomó la varita de Harry de la otra mano de Albus y se la devolvió a su dueño legítimo.

—Papá… lo maté… Maté a Albus —dijo la chica, cuyo rostro había empalidecido y tenía los ojos cargados de lágrimas. Harry la tomó entre sus brazos.

—No digas eso, Lily. No digas eso. Nuestro Albus murió hace mucho tiempo. Mataste al Hacedor de Reyes —dijo Harry, y besó a la muchacha en la coronilla.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

—Tenemos que ir al Valle de Godric a ponerle fin a la batalla. Y tienes que devolverme la Varita de Saúco a mí. Sin ella…

—¡No! —dijo Lily—. La Varita es mía.

A Harry se le heló la sangre. Miró a Lily como si nunca la hubiera visto antes. ¿Era posible que su hija hubiera sucumbido a la misma tentación que su hijo?

—Lily, no pretenderás usar la Varita de Saúco como Al…

—¡No! —exclamó ella—. No es eso lo que quiero. ¡No quiero que nadie más la vuelva a usar jamás!

Y antes de que Harry pudiera detenerla, la partió en dos.

Fue sorprendente lo fácil que se rompió aquella Varita que había sobrevivido a quizá miles de duelos a lo largo de los siglos. Fue como si hubiera sido la ramita más frágil y seca. Y de alguna manera, Harry supo que eso se debía a que su propietaria la había roto. Si cualquier otra persona hubiera intentado destruirla, ya fuera con fuerza bruta o con magia, la Varita habría permanecido intacta.

Pero a continuación, ocurrió algo dantesco. Del interior de la varita rota comenzó a brotar un torrente de sangre que no parecía tener fin. Era como si Lily, al romperla, hubiera cortado una vena. La sangre salió a chorros, salpicando las manos y el rostro de la chica, quien la tiró al suelo, asqueada. Y al mismo tiempo, un sonido horrible se escuchó. Era como si cientos de personas, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, estuvieran gritando de dolor al unísono. El ruido era tan potente que no solo Harry y Lily tuvieron que cubrirse los oídos, sino también Hagrid, que estaba parado a decenas de metros, y los alumnos y profesores que estaban en el interior del castillo. Harry jamás había oído algo peor. Se preguntó si serían las voces de todos los propietarios de la Varita en sus siglos de historia, y si entre esas voces estarían la suya y la de Albus.

La sangre que salía de la Varita comenzó a espesarse. En vez de ser absorbida por la tierra, se fue aglutinando y solidificando, como masilla. Era como si una figura estuviera emergiendo del charco de sangre.

Tardó un largo rato en darse cuenta de que aquella figura era un humano, o al menos, tenía forma humana. La criatura de sangre tenía estatura normal, brazos, piernas y torso, pero su cabeza no tenía cabello, orejas, boca o nariz. Hasta que de pronto, dos ojos se abrieron. Eran completamente negros, como los de los vampiros, pero su oscuridad era mucho más profunda, más absoluta. Parecía como si esa oscuridad fuese capaz de desbordar las cuencas de la criatura de sangre e inundar todo el mundo.

Lily se abrazó con su padre y apretó su rostro contra su pecho, para dejar de mirar, pero Harry se mantuvo firme y clavó su mirada en la de aquella cosa. Harry estaba seguro de una cosa: aquellos ojos negros estaban llenos de malicia. Se estaba burlando de él, y de toda la humanidad.

Lo único que pudo pensar Harry ante esto fue: “Si se pone a reír, me volveré loco. Si se pone a reír, me arrancaré los ojos y me perforaré los tímpanos.”

Pero aquel ser (¿la Muerte? ¿un monstruo? ¿un dios?) no rió. Cerró los ojos, que desaparecieron en la roja superficie de su rostro, y entonces su cuerpo pareció perder solidez. Al final, toda la sangre que lo componía se derramó sobre el suelo. Había desaparecido.

Harry sintió como el corazón volvía a latirle con normalidad. Lily se apartó de él.

—¿Se ha… se ha…?

—Se fue —la tranquilizó Harry—. ¿Cómo llegaste aquí?

—Encontré la nota en el piso —dijo Lily—. Tú la arrugaste pero no la rompiste. Vi que decía “Sangre Potter” y pude abrir la verja. Y cuando entré, vi… la Torre volando en el cielo, y monté uno de los thestrals para llegar aquí.

Y como para confirmar sus palabras, un thestral aterrizó a pocos pasos de donde ellos estaban y se puso a lamer el charco de sangre golosamente. Harry apartó la vista. Notó que su hija tenía un moretón en el ojo.

—¿Qué pasó?

—Albus me tomó prisionera y me puso en manos de los Aurores. Tuve que escapar —explicó lacónicamente—. Papá, perdóname por lo de la Varita, pero… tenía que hacerse. No se podía permitir que esa cosa siguiera existiendo en el mundo. Sé que la necesitabas…

—No, hija —respondió Harry—. Hiciste bien.

—Harry —dijo Hagrid, que se había alejado de su hermano—. ¿Estás herido?

—Solo mi muñeca —dijo Harry.

—¿Y tú, Lily?

—Nada importante —respondió ella—. ¿Cómo está Grawp?

—No lo sé —dijo Hagrid—. Le pude sanar las heridas de las flechas, pero no tengo idea si Grawp podrá volver a ver.

Grawp estaba tendido todavía sobre la hierba, y parecía sollozar de dolor.

—Le traeremos los mejores Sanadores de San Mungo para examinar sus retinas, Hagrid —dijo Harry—. Pero antes necesito que hagas algo por mí.

—Lo que quieras —dijo el anciano guardabosques.

—Lleva el cuerpo de mi hijo al castillo —dijo Harry, tratando de mantener un tono de voz sereno. Hagrid lo miró con infinita compasión, pero guardó un silencio del cual Harry le estuvo muy agradecido. Tomó entre sus brazos el cuerpo de Albus, que parecía tan pequeño como el de un niño, y se dirigió a las puertas de Hogwarts.

Lily y Harry miraron alejarse al semigigante hasta que las puertas se cerraron a sus espaldas.

—¿Qué haremos ahora? —dijo Lily.

—Cuando los del ejército de Albus vean que él ha muerto, depondrán las armas. Voy a necesitar que me pases tu recuerdo de cuando lo mataste.

—¿Pero cómo vamos a mostrarles eso? —dijo Lily—. No podemos decirles “Un momento, por favor. Hagan una fila y pasen a ver todos este recuerdo en un Pensadero.”

—Lo verán —dijo Harry­—. Lograremos que lo vean todos, lo quieran o no.

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