Victoria

El Valle de Godric ya estaba virtualmente en ruinas. Ni una casa en el pueblo se mantenía intacta; en algunas de ellas el techo había sido arrancado, en otras había enormes boquetes en las paredes, y de otras apenas quedaban escombros. La estación de bomberos había estallado, lanzando ladrillos en todas direcciones. Ya el sol estaba por caer nuevamente, pero el resplandor de los hechizos iluminaba el cielo con intensidad.

Valerie y Jezzie recorrían el pueblo de un lado a otro montadas en sus escobas voladoras, animando a sus tropas a pelear. Valerie sabía que su hermano había caído prisionero junto con su novio Lysander, pero aquello, en vez de desanimarla, le había dado mayor ímpetu; al ser consciente de que la persona a la que más quería, después de Albus, no corría riesgo de muerte —pues si de algo estaba segura Valerie era que los del bando opuesto no ejecutarían a sus prisioneros—, se sentía mucho más tranquila. En cuanto al destino de Albus, Valerie estaba llena de confianza en su triunfo. El Hacedor de Reyes ya había vencido una vez a Harry, en su batalla en Crystal Palace. No había motivos para pensar que en Hogwarts pudiera haber un desenlace diferente.

Las dos brujas aterrizaron en lo que quedaba de la plaza del pueblo, donde cinco o seis soldados de Albus se defendían a duras penas de los ataques de un grupo que los doblaba en número. Valerie levantó su varita, disponiéndose a lanzar un Incendio contra los enemigos, cuando de pronto se escuchó una voz masculina amplificada mágicamente.

—¡MIREN AL CIELO! ¡VEAN LO QUE OCURRIÓ CON EL HACEDOR DE REYES! ¡LEVANTEN LA VISTA!

El corazón de Valerie comenzó a latir con fuerza en su pecho, y la joven alzó la vista.

El cielo aún no estaba del todo a oscuras, pero la semipenumbra fue suficiente como para que las imágenes que se proyectaron en él pudieran ser vistas con toda claridad. Valerie jamás había oído hablar de un hechizo así. Como si se tratara de la pantalla de un cine, ella pudo ver en el cielo un paisaje en cuyo fondo se divisaba el castillo de Hogwarts.

Albus estaba de pie frente a su padre, con la varita alzada. Harry Potter había perdido la suya, y estaba atado con cuerdas.

“Ya no me importa. Termínalo ya. Estoy harto de escucharte.”, dijo el Harry del cielo. El Albus de aquella proyección respondió: “Adiós, padre”.

Se escucharon varios gemidos angustiados entre la multitud de combatientes. Súbitamente, una tercera voz, femenina, se escuchó en la visión. Una voz que pronunciaba la Maldición Asesina.

Si bien las imágenes que les estaban mostrando tenían un leve tinte plateado, el color verde del Avada Kedavra era claramente identificable. Horrorizada, Valerie vio como el rayo golpeaba a Albus Potter en la espalda. El cuerpo de Al cayó hacia delante.

Las imágenes comenzaron a repetirse. El rayo impactó en Albus y Albus volvió a caer. La escena volvió a verse tres o cuatro veces más. Luego el cielo se oscureció.

Valerie estaba estupefacta. Era incapaz de concebir la idea de que Albus, el padre de su hijo, el chico con el que había perdido la virginidad y que llevaba amando casi diez años, hubiera sido asesinado.

—¡Ha muerto! —dijo alguien a sus espaldas—. ¡Por Merlín, Potter ha muerto!

Decenas de voces repitieron aquellas mismas palabras, algunos alarmados, otros incrédulos, otros felices. Valerie seguía mirando al cielo, esperando que apareciera algo en él que le revelara que todo era una broma, que Albus había ganado. Sintió a Jezzie tomándola de los hombros y diciéndole algo, pero no pudo concentrarse en sus palabras. Cuando la Hufflepuff se puso a sacudirla, Valerie la miró a los ojos.

—¡Valerie, tenemos que irnos! ¡Tenemos que irnos ahora mismo! —la expresión de Jezebel Smith estaba llena de resolución, pero en su voz se notaba una desesperación creciente—. Hemos perdido. Al está muerto. ¡No podemos quedarnos aquí!

—No. No —dijo Valerie—. ¡Perra estúpida! ¡No está muerto! ¡NO ESTÁ MUERTO! ¿QUÉ MIERDA ESTÁS DICIENDO?

Encolerizada, se lanzó contra Jezzie. Ni siquiera pensó en usar su varita contra ella: quería clavarle las uñas en el rostro, arrancarle los ojos. Jezzie, sin embargo, tenía más sangre fría y lanzó un Protego. Valerie chocó contra la barrera mágica y cayó al suelo. Pese a aquella agresión frustrada y a sus insultos, Jezzie la miró con genuina conmiseración.

—Me lo agradecerás más tarde —dijo, apuntándole con su varita—. ¡Desmaius!

†††

Harry estaba aliviado con el desenlace de la batalla. Aquel hechizo que le permitió proyectar sus recuerdos en el cielo nocturno, como si se tratara de un Pensadero, probablemente había salvado cientos de vidas. Apenas las tropas del Hacedor de Reyes vieron la muerte de su líder, se desbandaron.

De todos modos, los combates habían continuado durante casi una hora. Salvo que ahora la lucha no era entre dos ejércitos cuyos soldados buscaban matarse entre sí, sino entre un ejército cuyos soldados buscaban capturar a los del otro ejército, que estaba en retirada. Harry quería tomar la mayor cantidad posible de prisioneros. Todos los que habían peleado en el Valle de Godric bajo el estandarte del Hacedor de Reyes responderían por ello ante el Wizengamot. Habría justicia para todos.

Siguiendo el consejo de Lily, Harry se trasladó al campamento de Albus y tomó posesión de una de las tiendas que se mantenían en pie; no lo sabía, pero aquella era la que habían ocupado Alcyone y Livius Black. Resistiendo la tentación de acostarse en la cama, Harry se sentó en un pequeño escritorio y se preparó para recibir un torrente de visitantes.

Hermione fue la primera en llegar, y cuando la tomó entre sus brazos y la besó, Harry se sintió como si hubiera estado en medio de un terremoto y por primera vez el suelo hubiera dejado de sacudirse.

—Oh, Harry —dijo Hermione, enjugándose una lágrima—. Fuiste un tonto. Caíste en la trampa del Hacedor de Reyes. Si no hubiera sido por…

—No hablemos de lo que podría haber sido —dijo Harry—. Escucha. Necesitamos capturar a todos los amigos de mi hijo. ¿Sabes qué ocurrió con ellos?

—Tú ayudaste a atrapar al joven Rosier y al hijo de Luna. No sé qué ha pasado con Jezebel Smith y Valerie Rosier; lo más probable es que hayan huido.

—¿Y Livius Black?

—Por lo que me dicen, se fue a San Mungo con Alcyone. No sé qué esperaban conseguir, ella había sido alcanzada por un Avada Kedavra…

—Debe seguir allí. Envía a alguien a que lo detenga. Pero… con gentileza. Acaba de perder a su mujer y quizá a su hijo.

—Hijos —lo corrigió Hermione—. Creo que sé quién es la persona indicada. Me ocuparé de eso ya mismo.

Hermione abandonó la tienda, y por unos momentos Harry se quedó a solas con Lily. Poco después, las cortinas de la tienda se abrieron, dejando pasar a James. Harry se puso de pie y fue a abrazar a su hijo mayor. “A mi único hijo”, pensó sombríamente, pero apartó esa idea de su mente. El horror de la muerte de Albus era algo en lo que no podía detenerse a meditar en esos momentos. Había ganado la guerra, pero aún podía perder la paz.

James, que podía darse ese lujo, rompió a llorar contra el pecho de su padre, como si aún fuera un niño. Harry supuso que lloraba por Ginny, pero también por su hermano menor. Acarició la cabeza pelirroja del joven, hasta que se hubo calmado lo suficiente.

—¿Es verdad? ¿Está…?

Harry asintió. James tomó aliento y se limpió las lágrimas.

—¿Qué vamos a hacer ahora, papá?

—Arreglar los líos que dejó el Hacedor de Reyes —replicó Harry. Estaba resuelto a no llamar a Albus por su nombre.

—¿Dónde está el cuerpo de… su cuerpo? —preguntó James.

—En Hogwarts. Le dije a Hagrid que se ocupara de él.

—Debería ir allá. Alguien de la familia tendría que hacerse cargo —replicó James.

—Hay cosas más importantes ahora mismo —objetó Harry.

—Era mi hermano menor —dijo James. Padre e hijo guardaron silencio por algunos momentos, hasta que finalmente Harry respondió.

—Ve a Hogwarts, entonces —le dijo—. Pero… no olvides a tu madre.

Aquellas palabras estaban cargadas de significado, y Harry vio que James se encogía, como si le hubiera dado un golpe. Sin embargo, su hijo se marchó sin decir nada más.

—¿Qué haremos con él? —dijo Lily.

—No tengo la menor idea —respondió Harry—. Cuando murió Tom Ryddle, incineramos su cuerpo y esparcimos sus cenizas. Pero con él…

—¿Puedo hacer una sugerencia? —dijo Lily, y cuando Harry asintió, dijo:— Lo mejor sería sepultarlo en un cementerio muggle, con su nombre y apellido reales, pero con la máxima discreción. Así podremos… tener un lugar donde recordarlo, pero evitaremos que su tumba sea un sitio de peregrinaje para sus partidarios.

Harry asintió, aliviado de poder darle a su hijo una sepultura decente sin todos los dolores de cabeza que traería aparejados hacerlo en el mundo mágico.

—Buena idea, Lily —respondió—. Ahora debemos…

Las puertas de la tienda se agitaron, y cinco magos entraron apresuradamente. Sujetaban a dos brujas, una rubia y otra de cabello negro.

—Señor Potter —dijo uno de ellos, un ex Auror que se había jubilado un par de años después que Harry se hiciera cargo de la División—, las tenemos. Esa perra le cortó el brazo a dos de los nuestros antes de poder atraparla.

Dijo esto señalando a la rubia. Harry contempló a las prisioneras, y no le costó identificar a Valerie Rosier y Jezebel Smith. La mirada de Valerie estaba apagada, casi ausente, pero los ojos de Jezebel lo observaron con aire desafiante.

—Potter —le dijo la Hufflepuff.

—Smith —replicó Harry.

—¿Así que ganaste la guerra asesinando a tu hijo por la espalda? Vaya hazaña —dijo ella—. Supongo que en la próxima batalla final vencerás empujando a una anciana por un precipicio.

—He conocido ancianas muy peligrosas —dijo Harry.

—Bueno, Potter, si crees que el bien ha prevalecido sobre el mal hoy, estás amargamente equivocado. Tu victoria es un triunfo del pasado sobre el futuro.

—Me temo que esta conversación se ha acabado, Jezebel —dijo Harry—. La próxima vez que te escuche será cuando seas juzgada por el Wizengamot. Llévenselas.

Valerie se dejó conducir con mansedumbre, pero Jezzie escupió a los pies de Harry antes de que la sacaran de la tienda.

—Quiero que todos los amigos del Hacedor de Reyes sean juzgados lo antes posible —dijo Harry a Lily—. Estoy hablando de antes de que termine la semana.

—¿El Beso del Dementor? —preguntó Lily.

—¡Por Merlín, no! Que el Wizengamot decida, pero de ningún modo les daremos esa pena, ni a ellos ni a nadie. Cadena perpetua es lo más adecuado.

Lily arrugó el ceño.

—El Beso sería lo más seguro. De Azkaban se puede escapar…

—Con ayuda de afuera —dijo Harry—. ¿Y quién los va a ayudar, ahora que el Hacedor de Reyes está muerto? Nunca volverán a ver el mundo.

—¿Y quién se hará cargo del gobierno? —dijo Lily—. ¿El tío Percy?

El tono con que la muchacha pelirroja pronunció aquel nombre fue más revelador que cualquier objeción que pudiera hacer.

—Percy deberá renunciar al cargo. Encontraremos a algún alto funcionario del Ministerio…

—Papá —dijo Lily, interrumpiéndolo—. Solo puedes ser tú.

Harry se quedó atónito.

—¿Qué estás diciendo?

—Yo debería preguntarte lo mismo a ti —dijo Lily—. ¿Cómo se te ocurre que alguien que no sea tú pueda ser ministro de la Magia?

—Yo no estoy capacitado para eso —dijo Harry—. Nunca quise ser ministro, nunca me interesó.

—Pues es hora de que te interese —dijo Lily—, porque en estos momentos nadie más puede serlo.

—Lily, no. No pienso dejar que digan que asesiné a mi hijo para apoderarme del poder.

—¡Nadie va a decir eso! Y si lo dicen, ¿qué importa? Debemos restaurar el orden, y eso solo es posible si la gente vuelve a confiar en su Ministerio. Y solo volverán a hacerlo si el ministro eres tú.

“Harry Potter, ministro de la Magia”. La cabeza de Harry le daba vueltas. Pensó en todos los ministros que había conocido en su vida, en el patético Cornelius Fudge, en el valiente aunque inescrupuloso Rufus Scrimgeour, en Pius Thicknesse, que se había pasado todo su breve y nefasto gobierno bajo la Imperius de Tom Ryddle, en su amigo Kingsley Shacklebolt, en la perversa Servilia Crouch, que había provocado aquella catástrofe… A ese grupo de magos y brujas se uniría su nombre ahora. “No, imposible”.

—Lily, yo no puedo gobernar este país.

—Pero ya lo estás haciendo —dijo ella—. Te instalaste en el campamento de Albus y has pasado la última hora dando órdenes… ¡y la gente las obedece! Has asumido el liderazgo de esta comunidad, y no puedes renunciar a él. Al menos no hasta que estemos verdaderamente en paz.

La lógica de Lily era inapelable. Harry había estado dando órdenes como jefe del movimiento de resistencia al Hacedor de Reyes, y luego de la muerte de Albus había continuado dando órdenes con toda naturalidad, sin darse cuenta de lo que ello implicaba. En aquel momento de crisis, los magos británicos necesitaban que hubiera alguien que mandara y alguien —o muchos “alguien”— que obedecieran.

“Maldita sea, tendré que hacerlo”, pensó.

—Quiero un decreto del Wizengamot nombrándome —dijo Harry—. Convocaremos a una sesión mañana, a más tardar. No voy a arrogarme el título sin que primero Percy haya renunciado, y que el Wizengamot me haya designado oficialmente en su reemplazo.

—Está bien —dijo Lily—. Si quieres podemos buscar al tío Percy…

Las puertas de la tienda se abrieron de vuelta. James entró acompañado por la gigantesca figura de Hagrid, quien debió inclinar la cabeza debido a la baja altura del techo de la tienda. Ambos estaban demudados y pálidos.

—¿Qué sucede? —dijo Harry.

—Albus… —dijo Hagrid—. Su cuerpo… No está. Ha desaparecido.

Los cuatro ocupantes de la serie se quedaron en el más absoluto silencio durante casi un minuto.

—Lily, ve al Ministerio —dijo Harry, que ahora estaba tan pálido como su hijo mayor, pero había elegido un curso de acción—. Diles que Harry Potter es el nuevo ministro de la Magia.

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