[NOTA 1: Como verán si se fijan en el Índice, con este capítulo comienza la última sección del fanfic, titulada «La reciente desdicha». Si este fic estuviese escrito en inglés, el nombre habría sido «The recent unpleasantness«, que era el eufemismo utilizado por los estadounidenses del Sur a fines del siglo XIX para referirse a la Guerra Civil (en la que ellos habían sido derrotados). Espero poder darle un fin a esta larga, larga historia antes de que acabe el año… pero George R.R. Martin también esperaba publicar Danza de Dragones en 2006, así que no quiero hacer ninguna promesa.
NOTA 2: Quiero dedicarle este capítulo a Facu J., uno de mis lectores de más larga data, que cumplió 21 años el domingo.]
Teddy Lupin fue quien me despertó, sacudiéndome suavemente el hombro. Cuando abrí los ojos, vi que el pasillo estaba repleto de Sanadores y otros magos y brujas que corrían de un lado al otro, a medida que las personas heridas gravemente en la batalla iban llegando al hospital San Mungo.
Había dos Aurores a quienes conocía de vista a su lado. Al ver que me incorporaba, se me acercaron y me sujetaron de los hombros con dureza, pero Teddy los detuvo.
—Déjenme hablar con él antes.
Los dos magos se miraron entre sí antes de soltarme a regañadientes.
—Livius —dijo, mirándome a los ojos—, primero que nada, quiero que sepas lo mucho que lamento tu pérdida. Alcyone era una gran bruja.
Teddy ya superaba la treintena, pero parecía mucho más viejo allí, bajo la luz de las esferas que alumbraban San Mungo. Tenía algunos cortes en los nudillos y un par de magulladuras en el rostro, pero era su espíritu el que parecía más herido que su cuerpo. Asentí ante sus palabras, alentándolo a proseguir.
—Hay algo más que debo decirte. Albus Potter ha muerto.
La noticia me dolió, pero no me sorprendió. Teddy no habría venido a buscarme escoltado por dos Aurores si Albus hubiese ganado la batalla. Lo más probable habría sido que Albus mismo viniera a San Mungo a asegurarse de que yo estuviera bien. El dolor que sentí, no obstante, fue casi imperceptible. No porque no lamentara la muerte de mi amigo, sino porque en esos momentos mi corazón no podía sentir nada que no se relacionase con Alcyone. Era como si a un hombre al que le han cortado un brazo le clavaran un alfiler en la palma de la mano.
—Las fuerzas de mi padrino prevalecieron —añadió Teddy—. Tus otros amigos están sanos y salvos… prisioneros, pero no muertos. Supongo que sabes lo de Ash Bennett.
Volví a asentir.
—Mi padrino Harry me pidió que te pusiera bajo arresto, pero me dijo que te tratara con gentileza —dijo Teddy, y esta vez pareció estar hablando tanto para mí como para los dos Aurores que lo acompañaban—. Así que he decidido que permanecerás bajo arresto domiciliario, en mi casa, hasta que Harry decida qué hacer contigo. Siempre y cuando les entregues tu varita a los Aurores Cameron y Callaghan.
Me puse lentamente de pie, revolví en mi bolsillo, saqué mi varita y se las di a los Aurores. Uno de ellos, creo que Callaghan, se la guardó, mientras el otro me apuntaba con su varita.
—Accio varita —dijo, con la intención de arrebatarme cualquier otra varita que tuviera escondida. El hechizo no hizo ningún efecto, pues solo tenía la que acababa de darles.
—¿Satisfechos? —les preguntó Teddy con cierta aspereza.
—Aún falta una última precaución —dijo Callaghan. Teddy asintió, y Cameron volvió a apuntarme con su varita. Pronunció un hechizo cuyo nombre no alcancé a distinguir, y sentó como si un lazo se hubiese enroscado alrededor de mi torso, inmovilizando mis brazos. Esa sensación solo duró unos segundos antes de desvanecerse.
—Ahora sí —dijo Cameron—. No podrá adoptar su forma de Animago a menos que alguien desactive este encantamiento.
—¿Eso es todo? ¿No quieren cortarle un pie para asegurarse de que no pueda correr? —dijo Teddy.
—Señor Lupin, usted sabe que solo estamos haciendo nuestro trabajo —respondió Cameron.
—Bueno, ahora que Livius Black está desarmado y no puede transformarse en lobo, estoy seguro de que no tendrán inconvenientes en irse a hacer su trabajo a otra parte —dijo Teddy—. Hay gente que los necesita mucho más que yo en estos momentos.
Callaghan pareció a punto de replicar a Teddy, pero finalmente optó por callarse. Cameron y él nos dieron la espalda y se fueron sin despedirse.
—Ven conmigo, Liv.
Teddy me tomó del brazo y me condujo a una sala del hospital en donde el encantamiento anti-Aparición estaba desactivado a propósito. Los destellos de las personas Apareciéndose y Desapareciéndose eran constantes, y en el momento en que entramos a la sala, dos chicas se Aparecieron, una de ellas sosteniendo a la otra, que parecía haber perdido un ojo. Antes de poder ver más, Teddy me echó un Encantamiento Desilusionador, se lanzó uno sobre sí mismo y se Desapareció tomándome del brazo.
El lugar donde nos Aparecimos era tan bonito y pacífico comparado con el frenesí sangriento del cual acabábamos de marcharnos que por un momento pensé que estaba soñando. Era un vecindario muggle en una zona suburbana de Londres, no muy diferente al barrio donde crecí. Gracias al Encantamiento, los vecinos muggles que circulaban por las veredas no pudieron vernos, aunque una chica giró la cabeza en nuestra dirección al escuchar el “crac” de nuestra Aparición. Teddy se dirigió a la puerta de una de las casas, sujetándome todavía de la muñeca, y golpeó.
—¿Eres tú? —preguntó desde el interior una voz de mujer.
—Sí, amor —dijo Teddy. Se escuchó un suspiro de alivio, pero antes de abrirnos, la chica hizo otra pregunta.
—Cuando salimos en nuestra tercera cita y fuimos a ese bar con karaoke, ¿qué fue lo que canté?
—“Everybody wants to…” —comenzó a decir Teddy, y de inmediato escuchamos cómo Victoire desactivaba los encantamientos protectores, para luego abrirle la puerta. Cuando entramos, la hija mayor de Bill Weasley besó a su pareja apasionadamente.
—Gracias a Merlín que estás vivo… —dijo la bruja— Mi abuela ya se había contactado conmigo por la Red Flú, pero solo me dijo que habíamos ganado la batalla. ¿Estás bien? ¿Te han lastimado?
—No me ha pasado nada —dijo Teddy, con sus manos sobre los hombros de la chica—. Tenemos un invitado.
Por primera vez Victoire reparó en mi presencia.
—¿Ese no es…? —dijo, alarmada, y se llevó instintivamente la mano al bolsillo donde tenía la varita, pero Teddy la detuvo.
—Livius Black va a quedarse algún tiempo con nosotros, Vicky —dijo Teddy—. Deja que lo lleve a su habitación y luego te lo explicaré. Te aseguro que no hay ningún peligro.
Victoire siguió mirándome con temor y desconfianza, pero yo no quise seguir viéndola. La bruja estaba con un embarazo tan avanzado como el de Alcyone, y me resultaba imposible verla sin recordar a mi esposa.
Teddy me apoyó la mano en el hombro y me guio gentilmente escaleras arriba. Recorrimos un pasillo, abrió la tercera puerta y me invitó a pasar. El único mueble del cuarto era una cama individual. En el suelo había una cuna cuyas partes aún no habían sido armadas. Las paredes ya estaban pintadas, mostrando un azul profundo salpicado con unas nubles blancas como el algodón.
—Va a ser la habitación del bebé —dijo Teddy, y por su expresión vi que se estaba preguntando si habría sido la mejor idea alojarme justamente allí. Yo me limité a asentir.
—Ahora, voy a tener que encerrarte, pero solo por un rato, hasta que haya hablado con Victoire. Te repito lo que le dije a ella: eres nuestro invitado, y así serás tratado.
Volví a asentir, y Teddy salió, dejando la puerta cerrada con un hechizo. Lo escuché descender a la planta baja, y al poco tiempo pude oír su conversación con Victoire, aunque no pude discernir lo que se estaban diciendo. No me importaba demasiado.
Me acosté en la cama, y traté de fijar la vista cualquier lado excepto en la cuna desarmada, que me hacía pensar en un animal muerto. El techo del cuarto también estaba pintado de azul, aunque sin nubes.
Unos minutos más tarde, Teddy regresó.
—Voy a dejar esta puerta sin llave de ahora en más. Te traeré algunos libros para leer, y algo de comida. Ah, y un cuaderno para que escribas. Si hay alguien a quien quieras enviarle una carta, puedes usar nuestra lechuza, aunque me temo que tendré que leerla antes de mandarla. ¿Estás de acuerdo?
Asentí.
***
Y así fue como empezaron mis cinco días como huésped de Teddy Lupin y Victoire Weasley. Tal y como prometió, Teddy me trajo libros para leer; lo que no esperaba era que esos libros fuesen los de Albus. Aparentemente Harry Potter se había mudado de vuelta al número doce de Grimmauld Place, y la extensa biblioteca de su hijo no le era de mucha utilidad, de modo que Teddy, suponiendo que mis gustos y los del Hacedor de Reyes serían parecidos, tomó cinco o seis ejemplares al azar y me los trajo.
De todos modos, no creo haber sido capaz de leer ni una página por día. La primera noche que pasé en casa de Victoire y Teddy me desperté gritando; fue la primera de muchas pesadillas que tendría a lo largo de los años con la muerte de Alcyone. A veces mis padres dementorizados aparecían en ellos, a veces veía a los bebés muertos, pero el deceso de Alcyone era el protagonista de mis sueños. Al día siguiente, por la tarde, Teddy dejó sobre mi mesa de luz un frasco con poción para dormir sin soñar. Tomé mi primera dosis aquella noche, y caí en un sueño profundo; pese a que me había acostado antes de las diez de la noche, desperté pasado el mediodía. Las dosis que tomaba eran tan fuertes que no podía concentrarme en nada. En el tercer día me pasé toda la tarde sentado frente a la ventana de mi cuarto, viendo a los muggles vecinos de Teddy ir y venir. Estaba tan ausente por los efectos residuales de la poción que no me di cuenta que Teddy había entrado al cuarto y se había llevado la cuna hasta que se hizo de noche y abandoné mi puesto de observación.
El primer día, por insistencia de Teddy, bajé a la cocina a cenar con él y con Victoire, pero el embarazo de su pareja me seguía resultando insoportable de ver, de modo que durante el resto de mi estancia allí tomé mis comidas en el cuarto, y prácticamente solo salí para usar el baño; a decir verdad, sospecho que Victoire se sintió aliviada de que no quisiera unirme a ellos para las comidas. Durante la batalla del Valle de Godric causé muchas bajas en el bando donde lucharon los Weasley, y solo Merlín sabría cuántos amigos de ella podrían haber caído a manos mías.
Aquello, por supuesto, no podía durar. En la mañana del sexto día Teddy vino a despertarme. Me costó mucho recuperar la conciencia, debido a la gran cantidad de poción que había tomado antes de acostarme, pero Teddy fue paciente.
—Livius —dijo cuando finalmente estuve despierto del todo—, mi padrino quiere verte. Debemos ir al Ministerio de la Magia.
Mientras asentía, vi que Teddy llevaba en la mano la varita, aunque no hacía ningún gesto amenazante. Supuse que Victoire había insistido en que la tuviese consigo al darme la noticia. Teddy también se quedó en la habitación mientras me vestía; él me había prestado varias mudas de su propia ropa para que me cambiara mientras estaba en su casa, pero aquel día me devolvió las ropas con las que había llegado a su casa, lavadas y reparadas. Volver a ponérmelas fue como retornar al campo de batalla, y pese a que olían a jabón, juraría que pude percibir por debajo el aroma de humo, sudor y vómito de la guerra.
Antes de salir del cuarto, usé el cuaderno que Teddy me había dado para escribirle una nota.
Gracias, Teddy. Eres un hombre decente. Ojala Victoire, el niño y tú sean felices.
No era el más elocuente de los mensajes, pero Teddy pareció genuinamente agradecido. Arrancó la hoja del cuaderno, la dobló con cuidado y se la guardó en un bolsillo de la camisa. Luego de dudar unos segundos, me estrechó la mano.
Puesto que querían que mi entrada al Ministerio fuera lo más discreta posible, Teddy usó algunos hechizos en mi rostro para evitar que me reconocieran. Alteró el largo de mi nariz, me cambió el color de pelo de negro a castaño claro, me puso labios más gruesos y pecas en las mejillas. Luego, bajamos a la sala de estar. Allí estaba Victoire, cuyo vientre parecía haberse vuelto el doble de grande en aquellos cinco días y que me observaba con la misma desconfianza de siempre.
—Adiós, Livius —dijo con tono seco, y le respondí con un breve asentimiento. Durante el lapso de mi estancia en su casa, la Red Flu se había restaurado por completo, y Teddy la usó para llevarme directamente al Atrio del Ministerio de la Magia.
Después de tantos días de casi completa soledad, verme de nuevo rodeado de magos y brujas me abrumó. Si Teddy no hubiese estado apoyándome la mano en el hombro para guiarme hacia la oficina de Harry, creo que me habría quedado paralizado. Los encantamientos que había usado para cambiar mi apariencia habían sido muy eficaces, y la mayoría de los funcionarios y empleados que circulaban por los pasillos del edificio no me dedicó más de una mirada, aunque un par me observó con atención, intentando reconocerme, probablemente por suponer que cualquier persona que estuviera siendo escoltada por el ahijado de Harry Potter hacia la oficina de Harry Potter sería una persona de importancia.
Harry se había apropiado de la oficina del Ministro de la Magia. Cuando llegamos, fuimos recibidos por Marietta Edgecombe, que seguía siendo la secretaria; en otras circunstancias, me hubiera parecido cómico que aquella mujer fuese la única capaz de mantener su trabajo luego de dos cambios violentos de régimen. La bruja me miró a los ojos y me reconoció de inmediato, pero no hizo comentario alguno. Entró al despacho de Harry para informarle de nuestra llegada, y nos invitó a pasar.
La oficina del Ministro casi no había cambiado desde los tiempos de Albus. Ver a Harry sentado allí era casi como ver a una versión madura del Hacedor de Reyes ocupando el sillón ministerial; la única diferencia era que Harry conservaba sus dos ojos, y claramente no se sentía a gusto en esa posición.
—Hola, Livius —me saludó—. Por favor, toma asiento.
Teddy y yo nos sentamos frente a Harry. Era extraño pensar que la última vez que habíamos estado tan cerca, yo estaba transformado en lobo e intentaba matarlo a dentelladas. Me pregunté si él también lo recordaría.
—Primero que nada, quiero que sepas lo mucho que lamento lo de Alcyone. Ella era una chica muy valiente…
Harry dijo algunas cosas más sobre mi esposa, pero apenas las escuché. Eran las típicas palabras de condolencia, y no tenía deseos de que se condolieran conmigo.
—En segundo lugar —continuó—, supongo que ya lo sabes, pero tus hijos se encuentran sanos y salvos. Tu suegro Prometheus ya se los llevó de San Mungo a su casa. Lo que quiero discutir contigo ahora es el futuro.
Alcé las cejas, alentándolo a seguir.
—Tú y tus hijos son los últimos Black —dijo Harry—, sin contar a los que descienden de la familia por la línea femenina, como mis hijos o Teddy aquí presente. Yo quise mucho a mi padrino, Sirius Black, y ahora vivo en su casa. Le debo muchas cosas. Pero además, en el transcurso de esta guerra, nadie ha perdido a más seres queridos que tú. Tus padres han muerto, tu esposa ha muerto, y me temo que has perdido también a tus hijos, pues Prometheus jamás permitirá que los veas. Si hay alguien que merece un perdón, ese eres tú.
“Así que te ofrezco esto: no serás procesado ante el Wizengamot por tus delitos. Oficialmente, tú fuiste arrestado en San Mungo pero conseguiste escapar antes de que te pudieran llevar a la prisión. Nosotros nos ocuparemos de los detalles. Tú te irás al extranjero, obviamente, a un lugar que elegiré yo, y deberás vivir allí el resto de tu vida; deberás entregarnos tu varita, y vivirás como muggle. Cuando tus hijos sean mayores de edad, me pondré en contacto con ellos, les revelaré la verdad y, si están dispuestos a conocerte, organizaré un encuentro.
“Si están dispuestos”, pensé. Hitchens me culpaba por la muerte de su hija. Yo lo conocía lo bastante bien como para saber que mi suegro se ocuparía que sus nietos, desde que tuvieran uso de razón, me vieran como un monstruo. Prometheus los educaría para que me odiasen. Para cuando cumplieran 17 años y Harry pudiera hablar con ellos, sería demasiado tarde.
—Quiero que entiendas que lo que te ofrezco es excepcional, Livius —prosiguió Harry—. Ninguno de tus amigos, nadie que haya combatido en el bando de mi hijo recibirá el mismo trato. Todos serán juzgados ante el Wizengamot y, si los hallan culpables, pagarán en Azkabán por sus crímenes. Nadie se salvará excepto tú.
Harry había dejado una pluma y una pila de pergaminos al alcance de mi mano. Los tomé y me puse a escribir mi respuesta. No tardé mucho.
Muchas gracias, señor Potter, pero no, gracias. Si mis amigos van a Azkaban, yo quiero ir a Azkaban. Si libera a mis amigos y los deja marchar al exilio conmigo, estaré encantado de aceptar.
Harry leyó el mensaje y meneó la cabeza.
—Nunca. Los amigos del Hacedor de Reyes pertenecen a Azkaban. Si los libero, harán todo lo posible por encontrarlo y restaurar su poder.
Levanté la vista hacia Harry, sorprendido.
—Albus desapareció —explicó Teddy—. Sabemos que está muerto, porque lo alcanzó una Maldición asesina, pero alguien aparentemente robó su cadáver. Quisimos evitar que la noticia se propagara, pero cada vez más gente habla de ello. Hay rumores de que tenía Horrocruxes, o que el recuerdo de su muerte que Harry mostró en el Valle de Godric era falso… Por el momento no hay ningún grupo que busque una resistencia armada, logramos encarcelar a todos los leales a su régimen, pero la población está cada vez más inquieta. Ya hubo un mago oscuro que pareció morir y luego retornó aún más fuerte que antes…
—No importa —se impacientó Harry—. El Hacedor de Reyes murió. Encontraremos su cuerpo o a los que lo hicieron desaparecer. Lo único que me importa ahora eres tú, Livius. ¿Aceptas el trato o no?
Meneé la cabeza, sin dudar.
Harry me contempló unos instantes con tristeza.
—Está bien. Si prefieres Azkaban, te daremos Azkaban. Teddy, llévalo con los Aurores.
Pero Teddy hizo un último intento.
—Livius —me dijo, mirándome a los ojos—, lo de Alcyone no fue tu culpa. Si crees que estás expiando algo al ir a prisión, te equivocas. Si te vas del país, existe la posibilidad de que algún día recuperes a tus hijos.
Me puse de pie, y me incliné de nuevo sobre el escritorio.
No tiene nada que ver con la muerte de Alcyone. Si mis amigos van a pudrirse en Azkaban, yo quiero pudrirme con ellos. Llévame con los Aurores, por favor.
***
El juicio tuvo lugar esa misma tarde. Me tuvieron esperando, encadenado, en una sala, durante casi dos horas antes de hacerme pasar al salón del tribunal. El procedimiento fue muy rápido: me sentaron en un sillón frente a los jueces, un ordenanza leyó los cargos en mi contra, y luego se hizo una lectura de las declaraciones de varios magos que habían estado presentes en el Valle de Godric. Para simplificar las cosas, el Ministerio había seleccionado a unos veinte o treinta magos y brujas que habían combatido en la batalla, les habían tomado declaración por escrito y las habían utilizado como evidencia frente a los cientos de acusados que desfilaron frente al tribunal. Los testimonios eran repetitivos: “Yo estuve en el Valle de Godric y vi a Fulano, Mengano y Zutano combatiendo en el ejército del Hacedor de Reyes”. La mera presencia en el bando perdedor era suficiente para una condena de varios años, pero en mi caso se mencionaron algunas personas a las que había matado en combate. De todos modos, el trámite no duró más de media hora. Al finalizar la lectura los jueces del Wizengamot votaron mi condena unánimemente.
Me llevaron mediante la Red Flú a Azkaban. Noté sin mucha sorpresa que casi todos los guardias eran los mismos que cuando Scorpius era el director de la prisión. Antes de conducirme a mi celda, me hicieron desnudar y me lanzaron un chorro de agua fría con un Aguamenti, pese a que me había bañado todos los días estando en casa de Teddy. En Azkaban siempre hay bajas temperaturas, aún en los meses del verano, de modo que terminé tiritando. Me tuvieron mojado y desnudo durante un largo rato, mientras me rapaban la cabeza, hasta que finalmente me dieron una túnica de algodón gris que solo me cubría hasta las rodillas; no recibí calzado ni ropa interior, y antes de llevarme a mi celda, vi cómo incineraban mi ropa con un Incendio. Tenía un número bordado en la espalda y en el pecho.
—De ahora en más, tu nombre es 317 —dijo uno de los guardias, mientras me conducía, con la varita apuntando a mi espalda, rumbo a mi celda. Los pasillos estaban en un silencio absoluto—. Más vale que lo memorices, porque si un guardia se dirige a ti y no respondes, podemos tomar contigo todas las medidas disciplinarias que queramos. ¿Comprendido, 317?
Por supuesto, no podía responderle, pero me volví hacia él y asentí.
—¿El gato te comió la lengua, 317?
Ahora sí comprendía. Me señalé la garganta, pero supe que él estaba al tanto de que era mudo.
—317, un guardia te está ordenando que respondas. Si no dices “Sí, señor” ahora mismo, la vas a pasar muy mal.
Meneé la cabeza, y me preparé para lo que él quisiera hacerme. Si yo hubiese podido hablar, él habría encontrado alguna otra excusa para aplicarme un correctivo.
—Estoy muy decepcionado, 317 —dijo el guardia—. Vamos.
Continuamos marchando por los pasillos hasta llegar a una celda que tenía el número 317 grabado en la puerta. El guardia la abrió, pero antes de que entrase, me detuvo. Se acercó a mí y simuló olfatearme.
—Creo que sigues sucio, 317. Los muchachos de la entrada no te lavaron bien. Quítate la túnica.
Suspiré mientras me volvía a desnudar. Me hizo colocarme en el marco de la puerta, retrocedió unos pasos, me apuntó con la varita y dijo:
—¡Aguamenti!
Esta vez el chorro de agua fue tan potente como el de la manguera de un bombero. Me lanzó con fuerza hacia el interior de la celda y me hizo chocar contra la pared de piedra. El guardia estalló a carcajadas.
—Ahora sí, 317. Con el tiempo vas a agradecerme esta segunda ducha, porque aquí los prisioneros de máxima peligrosidad como tú no tienen acceso a los baños.
Todavía tendido en el suelo, señalé con el dedo mi túnica, que él seguía sosteniendo en la mano.
—¿Qué, quieres que te la devuelva? —dijo—. ¡Pero si estás empapado! No querrás que tu única prenda también se moje, ¿verdad? Deja que te seque el aire fresco y cálido de la isla. Te devolveré tu túnica cuando te traiga la cena… en unas cinco horas.
Dicho esto, se marchó, cerrando la puerta de hierro con llave y dejándome sumido en la oscuridad casi total. Mi celda tenía una ventanita, ubicada en lo más alto de la pared, por la que entraba una luz muy tenue. Temblando como una hoja, gateé hasta encontrar un delgado colchón en el suelo; tenía la esperanza de que tuviera alguna sábana con la que pudiera cubrirme, pero fue en vano. Me tendí sobre él hecho un ovillo, haciendo todo lo posible por conservar mi calor corporal. El frío hizo que volviera a dormirme, casi con tanta rapidez como la poción de sueño que había estado consumiendo en casa de Teddy.
Soñé con Alcyone, muerta en mis brazos.
Gracias por la dedicatoria ^^ No vamos a decir que te lo pedí por privado para que no se den cuenta del arreglo (?
Me encantó, como siempre. Voy a seguir molestándote para que sigas escribiendo así que preparate…
Me alegro que te haya gustado, Facu. Ya publiqué el siguiente 😀
Saludos!
Gracias por el nuevo capitulo, siempre es una alegría leerlos 🙂 tengo una duda, cuanto tiempo pasa entre que Livius es encarcelado y comienza a escribir sus memorias? y como es que después esta libre? ( realmente dudo que me vayas a responder esa jajaja ) ohh tantas preguntas jaja saludos Martín 🙂
Me alegro que te haya gustado, Ana. Ya veremos en qué situación se encuentra Livius cuando escribe las Memorias 😉
Entretanto, te aviso que ya publiqué el siguiente capítulo.
Saludos!
Siiii capitulo nuevo!… pobre livius se que hizo mal y todo pero creo que todos nos encariñamos con el… mmm no importa quien este al mando azkaban siempre va a ser un infierno.. espero que harry sepa como lo estan tratando y ponga orden aunque no tengo muchas esperanzas… me preguntó que habrá d pasar para que livius se vaya a su destierro xke en sus otras memorias lo hemos vistos «fuera» y a veces hablando con scorpius… como siempre me encanta tu historia!
Muy pronto veremos qué sucedió con Livius luego de ser enviado a Azkaban. Entretanto, te aviso que ya publiqué el siguiente capítulo 😉
Saludos!
Muchísimo tiempo desde la última vez que comenté en algún capítulo, y de todas formas muy extrañamente encantado de haber visto la notificación del nuevo capítulo en mi correo.
Y a nueve años de haber empezado hace una semana! Qué increíble.
Como siempre, gracias por escribir esta historia! 😀
El tiempo pasa demasiado rápido 😀
Saludos!
Excelente como de costumbre, no demores tanto para el próximo capítulo, un abrazo.
Muchas gracias, Noe. Ya escribí y publiqué el siguiente 🙂
Saludos!
Siii, gracias a la Pachamama por un nuevo capitulo
Voy a tomar un poco de chicha en su honor (?)
Ya publiqué el siguiente 🙂
Que triste…
Rayos. Si no conociera a Harry bien podria haber pensado que fue adrede (un castigo) llevarlo precisamente con Victoire en su estado… el peor castigo de todos… incluyendo Azkaban aunque ahora estuviera manejada por hombres (que es peor, según parece ya que se regodean en la crueldad) y no dementores.
By the way… ¿Entendí que los guardias son los mismos que cuando Scorpius?. Es «perturbador» que Scorpius y Harry no supieran bien con quienes trabajaban… :$
Por un momento pensé que Tedy era Albus disfrazado o que Harry podría serlo… 😣…. FUE UN DURO GOLPE ESCUCHAR TANTA FRIALDAD AL RECORDAR A ALBUS…
Los guardias de Azkaban siempre son los mismos, y podríamos decir que su crueldad es precisamente el motivo por el cual los eligen.
Saludos!
Hay no. Esa respuesta me duele aun mas tomando en cuenta la participacion de Harry en todo esto…. y mas despues de leer la frialdad con la que Harry parece haber tomado la muerte de Draco en el otro capítulo…
simplemente gracias 😉
De nada 🙂
Ains, como cambian las tornas X(
Definitivamente, a Harry no le pega ser ministro xD Esa empatía con los demás no le permite ser ecuánime. Tu fic es el primero que leo en el que Harry alcanza esa posición.
Ya quiero leer la situación de los otros. En especial la de Scorpius y Lily; el primero por su reacción y la segunda por suponer que ostentaría el titulo de héroe de guerra al ser ella quien mató al Hacedor (no es algo que me guste, pero como siempre, no puedo evitar admirar la destraza con la que se ha movido durante toda la guerra).
Gracias por escribir y saludos desde Japón ❤
Ya publiqué el capítulo siguiente, y tal como deseabas, se enfoca en Scor.
Saludos! 😀
¡Odín escuchó nuestras plegarias! ¡Genial el capítulo Martín, como siempre! ¿Escapa Livius de Azkaban, o los simpáticos son quienes le dan papel y pluma para escribir sus memorias?
Por otro lado: No te preocupes, cada uno con su tiempo para escribir. Danza salía en 2006, pero el atraso valió la pena (excepto el Nudo de Meereen, pero eso son detalles xD).
Un saludo!
En ciertas circunstancias algún prisionero de Azkaban puede recibir elementos de escritura, pero eso está reservado para los condenados por delitos leves.
Saludos!
¡que capitulo!
Me pregunto porque Harry le ofrecio a Livius solamente esa opcion, ¿seria por sus hijos? no lo se, me pregunto como se librara de Azkaban porque en sus memorias siempre pareciera que estuviera en un lugar mas comodo e incluso fuma, tengo entendido. Estoy muy triste por Alcyone, y sus hijos oh 😦 excelente capitulo, ya son 7 años leyendote 🙂
Muy pronto veremos qué ocurrió con Livius 😉
Entretanto, te aviso que ya publiqué un capítulo nuevo.
Saludos!
Por favor pronto un capítulo nuevo esta historia me parece superficie interesante, te ruego que me acuerdo avises cuando hayas público algo más.
He leído toda la historia en 7 días la verdad que tus relatos te capturan.
Ya se han cumplido tus deseos, Gustavo, acabo de publicar el capítulo 255 🙂