[NOTA: Esta es la séptima y última parte de la historia de Albus Dumbledore y Gellert Grindelwald. Les advierto que hay al principio un par de escenas de contenido sexual un poco más explícito que el beso y el «¿Vamos arriba?» de Albus a Gellert del final del capítulo anterior.]
Harry se vio transportado de inmediato al dormitorio de Dumbledore, junto con éste y Grindelwald. Los dos chicos continuaron besandose con pasión, casi con desesperación, mientras se iban quitando la ropa…
En aquel punto, Harry llegó a la conclusión de que ya había visto más que suficiente, y salió del recuerdo de Dumbledore. Si había algo que definitivamente no deseaba presenciar era a su director haciendo el amor con quien después se convertiría en el peor mago oscuro del siglo XX después de Lord Voldemort. Así que se inclinó hacia el Pensadero (no pudiendo evitar ver la perturbadora imagen de Grindelwald, ya totalmente desnudo, tendiéndose boca abajo en la cama de Dumbledore mientras este se inclinaba para…) y utilizó su varita para que los recuerdos avanzasen más rápido. Una vez que la imagen que se veía en el Pensadero se hubo oscurecido, señal de que los recuerdos de la primera noche de Albus y Gellert juntos terminaban, Harry volvió a entrar al Pensadero.
Los dos jovenes seguían en la cama, y la luz del sol comenzaba a colarse por las ventanas. Por suerte para Harry, las noches de aquel verano que recién empezaba debían ser todavía frías, de modo que Grindelwald y Dumbledore se habían tapado con las sábanas. Albus estaba ya despertándose y devoraba a Grindelwald con los ojos. Bastó que le apoyase la mano en la cadera para que el joven alemán se despertase de inmediato. Un poco desorientado, pareció no darse cuenta de dónde estaba, pero finalmente se volvió hacia Dumbledore y recuperó la calma.
-¿Has dormido bien?
-Poco en cuanto a horas, pero mucho en cuanto a calidad.
Dumbledore rió con ganas, pero luego se puso muy serio.
-Escucha, no quiero que te ofendas, pero… ¿hiciste esto porque sentías lástima por mí?
Gellert pareció calibrar con mucho cuidado su respuesta, pero finalmente dijo:
-No. Sinceramente, no sé por qué lo hice. Fue… bueno, yo diría que fue un impulso. Y es extraño, porque yo casi nunca hago nada por impulso. ¡Por Dios, no hace ni veinticuatro horas que nos conocemos!
-¿Te arrepientes?
-No, no, para nada -dijo, y se acercó a Dumbledore, apoyando su cabeza en el flaco pecho del joven-. Lo pasé muy bien.
-Yo también. ¡Qué curioso! Si las autoridades se enterasen de esto, me vería en problemas tanto en el mundo mágico como en el mundo muggle.
-¿Por qué?
-Bueno, si no me equivoco que un mago adulto tenga relaciones con un mago menor de edad es delito. Y entre los muggles que dos personas del mismo sexo tengan relaciones -sin importar su edad- también lo es. Aunque en ambos ámbitos son muy pocos los que en la práctica son castigados por ese crimen.
-No sé mucho sobre los muggles, pero dudo que los magos te castigasen con dureza. Después de todo, tú has cumplido los diecisiete hace muy poco, y yo tengo ya dieciseis. Y ambos actuamos por nuestra libre voluntad ¿cierto?
-Sí -dijo Dumbledore, sonriendo-, aunque de todos modos no se vería bien. El alumno estrella Albus Dumbledore emborrachando y seduciendo a un inocente mago menor de edad.
No se «vería bien» ni aunque los dos tuviesen cien años y no hubiesen probado una gota de whisky de fuego en sus vidas, pensó Harry, mientras veía a los dos adolescentes reírse a las carcajadas.
-Albus -dijo Grindelwald, en un tono más serio-. Lo que me contaste anoche es terrible. Me conmueve el hecho de que tengas que mantener a Ariana escondida como un animal peligroso.
-Ella es peligrosa, Gellert. Al fin y al cabo, mató a nuestra madre.
-¿Cómo? No me dijiste eso anoche.
-¿No? Perdona, estaba muy cansado y muy nervioso y mi relato no fue tan detallado como debió haber sido. Sí, ella la mató. Fue un accidente, por supuesto. La energía mágica que Ariana libera puede tener muchos efectos sobre quien la padece. En una ocasión me Aturdió, en otra paralizó a Aberforth. En el caso de mi madre, la energía que la golpeó debió ser la misma energía que sale de nuestras varitas cuando utilizamos la Maldición Asesina.
«No obstante, lo que Ariana le lanzó a mi madre era un Avada Kedavra de baja potencia. A veces se da en casos de menores de edad que de algún modo u otro son capaces de hacer la Maldición, pero que no tienen suficiente energía mágica en sus organismos para que esta sea tan potente como la de un adulto. El resultado es… desagradable. Es como si la víctima se fuese apagando poco a poco. Sus órganos dejan de funcionar uno a uno, su cuerpo se va paralizando. No hay dolor, pero sí una agonía prolongada.
«Mi madre tuvo tiempo de cerrar con llave la puerta del dormitorio de Ariana y de arrastrarse hasta el piso de abajo, de modo que no viesen a mi hermana cuando la encontrasen muerta.
-¿Cómo supiste todo eso?
-Detecté los rastros de magia en el cadáver de mi madre. Supe… no, sentí que ella había recibido un Avada Kedavra de Ariana. Pero como encontraron a mi madre en la planta baja, adonde nunca hacemos bajar a mi hermana, deduje que debió ser un hechizo de baja potencia.
Los dos muchachos se quedaron en silencio nuevamente. El rostro de Grindelwald -cuya cabeza aún seguía apoyada en el pecho de Dumbledore- mostraba una expresión muy reflexiva.
-Todo esto es… No creo que haya palabras para expresar el horror que me despierta tu situación y la de tu familia. Sin embargo, no creo que sea imposible mitigar esa situación, si bien no se la puede reparar.
-¿Cómo?
-Llevando a cabo mis planes. El principal motivo por el que las autoridades mágicas querrían encerrar a tu hermana es porque ella es meramente incapaz de ocultar su condición de bruja al mundo muggle. Si los muggles conociesen la existencia de nuestro mundo en general, el caso de Ariana en particular dejaría de ser tan importante.
El razonamiento, para Harry, era simple. Sorprendentemente simple, pero también peligrosamente simple.
-¿Y realmente crees que tan solo con lograr que los muggles se enteren de todo lo relacionado a la magia conseguiríamos mantenerla a salvo?
-No solo con eso. También tendríamos que tener el poder en nuestras manos, Albus. El caso de Ariana lo hace aún más necesario que antes. ¿Quién osaría intentar recluir a la hermana de Albus Dumbledore, uno de los poseedores de las Reliquias de la Muerte? Tú y yo seríamos los líderes del nuevo mundo. Nadie se atrevería a cuestionar nuestra autoridad. Lo único que necesitamos son las Reliquias.
La atmósfera en el cuarto se había descomprimido un poco. Albus, antes taciturno por tener que revivir los detalles de la muerte de su madre, parecía ahora esperanzado. Gellert debió darse cuenta del cambio operado en su amigo, por lo que empezó a besarle el pecho lenta y lascivamente.
-Si sigues haciendo eso, tendremos que volver a empezar -dijo Dumbledore en tono falsamente admonitorio.
-¿Y quién dice que eso no es lo que estoy buscando? -contestó Grindelwald.
Y mientras Dumbledore se abalanzaba sobre Gellert, Harry puso los ojos en blanco y salió nuevamente del Pensadero.
***
Harry no tenía muchas ganas de seguir viendo el resto de las escenas del recuerdo de Dumbledore en el Pensadero. ¿Qué le esperaba allí aparte de los escarceos amorosos de Albus y Gellert, junto con los planes de la pareja para encontrar las Reliquias y utilizarlas para dominar primero al mundo mágico y luego al mundo muggle?
No obstante, había algo que sí debía ver. El triple duelo de Grindelwald con Alberforth y Albus Dumbledore era una referencia ineludible. ¿Realmente quería saber cuál de los tres había asesinado accidentalmente a Ariana? Sí, pensó Harry. Probablemente lo que vea en ese recuerdo no me gustará, pero necesito saber.
De modo que el muchacho fue revisando los recuerdos a toda velocidad hasta que vio a Albus, Gellert y Aberforth lanzándose hechizos los unos a los otros, momento en el que detuvo el avance del Pensadero, retrocedió hasta el comienzo de la escena y entró en ella.
Era mediodía. Dumbledore y Grindelwald estaban en aquella misma sala de estar donde un tiempo antes (que para Harry habían sido apenas unas horas, pero para ellos debía haber pasado algunos meses atrás) había sido velada Kendra Dumbledore. Sentados en los sillones, conversaban tranquilamente.
De repente entró Aberforth a la estancia. Los dos chicos se quedaron en silencio, no queriendo que el hermano de Albus participase de su charla.
-Albus -dijo Aberforth sin saludar a Grindelwald-, quiero hablar contigo.
-De acuerdo -dijo Dumbledore, sin levantarse del sillón.
-Solos -añadió Aberforth, mirando con desconfianza al amigo de su hermano.
-Gellert es de fiar, puedes decirme lo que quieras delante suyo.
Aberforth vaciló, pero finalmente dijo:
-Está bien, está bien. Te lo diré delante de Gellert -pronunció su nombre casi como si fuese una mala palabra-. Quiero saber qué vas a hacer cuando yo me vaya a Hogwarts. Es decir, durante todo el verano tú y Gellert han estado viajando fuera del Valle de Godric y dejando a Ariana conmigo. A mí no me molesta, sabes que yo prefiero seguir cuidándola en vez de volver a la escuela, pero tú insistes en que «continue con mi educación». Y no entiendo cómo vas a ocuparte de Ariana cuando yo no esté. ¿Vas a seguir con esos viajes?
-Sí. Gellert y yo simplemente la llevaremos con nosotros.
-¡¿Qué?! ¿Cómo diablos vas a hacer eso? ¡Ariana es una bomba lista para estallar, ¿y tú planeas pasearla por todo el maldito país, Albus?!
-Tu hermano y yo somos magos lo bastante poderosos como para contenerla -intervino Grindelwald, mirando con desdén a Aberforth.
-¡Tú no te metas, Grindelwald! -exclamó Aberforth.
El alemán apretó los labios con rabia, pero Dumbledore se le adelantó.
-No le hables así, Aberforth.
-¿Por qué no? ¿Temes que mis malos modales ofendan a tu querido nuevo amigo?
-No toleraré que le hables así a nadie.
-¡El problema no es conmigo, es con Ariana! ¡Será mejor que despiertes ahora! ¡No puedes moverla, no en su estado, no puedes llevártela contigo adonde quiera que estés planeando ir cuando estás haciendo tus astutos discursos, intentando reunir seguidores…!
-¡Lo que yo decida hacer con ella no te incumbe, Aberforth! ¡Lo único por lo que debes preocuparte ahora es prepararte para volver a Hogwarts!
-Eres un imbécil. Un imbécil cegado por la adoración hacia ese sujeto… -y señaló a Grindelwald con un movimiento de cabeza.
-¡¿Ah, sí?! -estalló Gellert, mientras se ponía de pie de golpe- ¿Y quién eres tú, Aberforth Dumbledore? Te lo diré: eres un muchachito estúpido que no hace más que interponerse en el camino de un hermano mayor muchísimo más brillante y que llegará muchísimo más lejos que tú. ¿Acaso no lo entiendes? ¡Tu pobre hermana ya no tendrá que permanecer oculta, no una vez que tu hermano y yo hayamos cambiado al mundo, liderando a los magos y brujas para que abandonen el secreto, y les hayamos enseñado a los muggles cuál es su lugar!
-¡Oh, el gran Gellert Grindelwald ha hablado! -se burló Aberforth- ¿Tú gobernarás a los magos y a los muggles? ¿Tú, que fuiste expulsado de Durmstrang por investigar las Artes Oscuras con más entusiamo aun de lo que están acostumbrados en ese nido de magos oscuros? ¿Y que cuando tus compañeros osaron criticarte por lo que estabas haciendo los «pusiste en su lugar» con la Cruciatus…?
-¡Cállate! ¡CRUCIO!
Aberforth no consiguió eludir la maldición, y cayó al suelo retorciéndose de dolor. Dumbledore quedó paralizado por la sorpresa, pero al cabo de unos instantes gritó:
-¡GELLERT, BASTA!
Grindelwald no le hizo caso. Tal vez ni siquiera lo hubiese escuchado, pues parecía absolutamente enfocado en torturar a Aberforth. Su rostro miraba al hermano de su amigo gritar y sacudirse por su Cruciatus con placer, casi con avidez. Dumbledore entonces sacó su varita y apuntó con ella a Gellert.
-¡EXPELLIARMUS!
El grito de Dumbledore hizo que Grindelwald volviese a la realidad, y consiguió así evitar que su amigo lo Desarmase, pero a precio de liberar a Aberforth de la Cruciatus. El muchacho más joven sacó su varita y le lanzó una Cruciatus a Grindelwald, pero éste la esquivó con facilidad.
Sería muy difícil explicar las alternativas del duelo, pues todo ocurrió con una rapidez pasmosa. Al principio, Grindelwald y Aberforth intentaban atacarse con la Cruciatus, mientras que Albus trataba de Desarmarlos o Aturdirlos. Pero cuando una de las Cruciatus le dio, Dumbledore pareció enfurecerse y empezó también a gritar «Crucio» una y otra vez.
Harry debía recordarse a sí mismo una y otra vez que a él las maldiciones que volaban por el aire no podían golpearlo, para poder así analizar el duelo fríamente. No obstante, era difícil desvincularse del hecho de que su director estaba allí, arrojando Maldiciones Imperdonables como si fuesen caramelos.
Fue Grindelwald el que utilizó la Maldición Asesina por primera vez. El Avada Kedavra, dirigido a Aberforth, no lo alcanzó sino que destruyó un florero y un buen trozo de la pared que había detrás. El duelo entonces empezó a ser protagonizado por los Avada Kedavra, que los chicos utilizaban una y otra vez, sin importarles a cuál de sus oponentes estaban dirigidos.
Y fue en ese momento que la puerta de la sala de estar, que estaba entreabierta, se abrió del todo. Ariana Dumbledore estaba observando las luminosas maldiciones con ojos asombrados, como si no entendiera lo que eran. Harry lo vio todo como si fuese en cámara lenta. Vio a Aberforth apuntar a Grindelwald con su varita y gritar «Avada Kedavra«. Grindelwald estaba lanzándole una Maldición Asesina a Dumbledore, pero el brillo de la de Aberforth hizo que se volviese y se tirase al piso. Al mismo tiempo, un Avada Kedavra de Dumbledore iba dirigido también a él. Y detrás de Grindelwald estaba Ariana.
Harry aterrado, vio como ambas maldiciones avanzaban inexorablemente hacia el lugar donde la hermana de Dumbledore estaba de pie.
El Avada Kedavra de Albus terminó alcanzando a la puerta, dejándole un enorme agujero. El de Aberforth le dio a Ariana en el pecho.
Aberforth Dumbledore había matado a su hermana.
Harry se dio cuenta de que desde su perspectiva, Aberforth no debía haberse dado cuenta de cuál de las maldiciones, la de Albus o la suya, le había dado a Ariana, pues ambas habían llegado a cruzarse antes de impactar en sus blancos. Pero para Harry, ubicado en el medio de la habitación, el resultado estaba bien claro. Y para Grindelwald también, pues había podido ver ambas maldiciones y calcular su trayectoria.
Ariana cayó hacia atrás, con los ojos muy abiertos, y el sonido de su cuerpo golpeando el suelo paralizó a los tres muchachos como si hubiese sido el de una bomba.
Aberforth fue el primero en reaccionar. Sin importarle el peligro de sus dos oponentes, salió corriendo hacia su hermana, apartando a Gellert con un empellón. Se arrodilló junto al cuerpo de su hermana y lo sacudió una y otra vez, mientras las lágrimas inundaban su rostro y le impedían decir nada coherente.
Dumbledore y Grindelwald, en cambio, se quedaron helados. Eran incapaces de hablar o moverse. Por primera vez a Harry le parecieron lo que eran, adolescentes, y no los adultos que después serían. Pálido y asustado, Grindelwald recuperó un poco de compostura y se volvió lentamente hacia la destrozada puerta. Dio un paso, luego otro y en ese momento pareció acordarse de algo y se dio vuelta, mirando a su amigo.
-Todavía puedes venir conmigo -le dijo con un tono casi suplicante. Parecía un niño pidiéndole perdón a su madre por una broma que se le había salido de control.
Los dos chicos se miraron a los ojos durante largo rato. Finalmente Gellert pareció ver algo en la mirada de Albus que fue más elocuente que cualquier «No». Sin más palabras, salió de la habitación. Unos segundos después Harry oyó la puerta de la casa de los Dumbledore abrirse y cerrarse por última vez para Gellert Grindelwald.
***
Harry Potter salió del Pensadero con lágrimas en los ojos. Estaba preparado para ver la muerte de Ariana, pero nunca hubiese imaginado que el culpable sería Aberforth y no Dumbledore o Grindelwald. Si hubiera sido Dumbledore tal vez habría podido encontrar algunos argumentos para disculparlo, y si hubiera sido Grindelwald se habría sentido incluso algo reconfortado al saber que había sido el mago oscuro el que había segado la vida de la joven Ariana. Pero había sido Aberforth. Aberforth, el menos interesado de los tres en alcanzar gloria y poder. Aberforth, el que más se preocupaba por Ariana. Aberforth, el «brusco, poco académico e infinitamente mucho más admirable» hermano de Dumbledore. Aberforth, que había sobrevivido a Percival, a Kendra, a Ariana, a Albus, a Grindelwald y a tantos otros. Aberforth, que había ayudado a Neville cuando él refundó el Ejército de Dumbledore. Aberforth, que había salvado a Harry, Ron y Hermione de los Mortífagos y los Dementores.
A Harry no le gustaban los recuerdos de Dumbledore y Grindelwald como amantes, pero podía tolerarlos. La verdad, la insoportable verdad que sólo él y Grindelwald habían conocido, era todavía peor.
Y así, mientras volaba de regreso a Atenas para tomar el Traslador Internacional con los frascos de recuerdos recogidos por Dumbledore para armar la historia de Lord Voldemort guardados en su mochila, Harry dejó caer el frasco que contenía las memorias de Albus Dumbledore sobre el verano de la muerte de su madre y su hermana al mar Egeo. El pasado queda olvidado, pensó.
Siguiente capítulo
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Read Full Post »