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La mujer de diamante


Marzo de 1998

Los empleados de la Comisión de Registro de los Hijos de Muggles estaban tan ocupados confeccionando afiches y folletos contra los sangre impura que solo advirtieron la presencia de la bruja vestida de negro cuando ella llegó hasta la puerta de la oficina de Dolores Umbridge. En ese momento una de las empleadas, una joven bruja de poco más de veinte años, se acercó a la visitante.

-¿Puedo ayudarla? –preguntó bruscamente. Si bien los empleados no eran sus secretarios, Dolores Umbridge había ordenado que actuaran como filtro para todos sus visitantes, una tarea que les resultaba muy molesta porque significaba tener que interrumpir su absorbente trabajo para, generalmente, rechazar a decenas de personas que habían sido acusadas de ser hijos de muggles, o bien a parientes de los acusados, y que venían a rogarle a Umbridge.

-Vengo a ver a la subsecretaria Umbridge –dijo la visitante con un tono fríamente altivo. A la empleada, su aspecto le resultó vaga e inquietantemente familiar, pero no supo identificarla.

-¿Y quién es usted?

-¿Acaso es necesario que te lo diga?

-Sí, necesito que me diga su nombre para que tome su recado. Luego se lo entregaré a la subsecretaria y, si la petición es pertinente y la subsecretaria tiene tiempo libre, la contactaremos para arreglar una cita. Solo el ministro de la Magia y otros altos funcionarios pueden pasar a la oficina de la subsecretaria.

-La subsecretaria Umbridge no estará muy feliz de que me hagas esperar –dijo la visitante en tono amenazante.

-Dígame su nombre, y veré si es posible atenderla ahora.

-Dime algo, muchacha tonta: ¿acaso no conoces a Bellatrix Lestrange? –dijo la bruja, clavándole la mirada.

La empleada de la Comisión estuvo a punto de dar un salto. Todos conocían a Bellatrix, la temible Mortífaga favorita del Innombrable. Ahora los Mortífagos más conocidos, como Augustus Rookwood o Antonin Dolohov, se paseaban libremente por el mundo mágico y eran tratados con la mayor de las consideraciones. Desairar a un Mortífago significaba la muerte, pues ahora ellos podían cometer sus crímenes con plena impunidad. Y si bien la empleada había visto a Bellatrix solo en fotografías, supo reconocer su rostro en el de la visitante.

Aterrorizada, la muchacha entró a la oficina de Dolores sin siquiera golpear a la puerta. Umbridge levantó la vista del ejemplar de Vida y mentiras de Albus Dumbledore que estaba leyendo.

-¿Por qué no llamaste antes de pasar? –preguntó con su vocecita falsamente dulce.

-Perdón, señora subsecretaria, pero esto es algo urgente. Bellatrix Lestrange ha venido a verla.

-¿Bellatrix Lestrange? ¿Es una broma?

-No, señora.

Dolores se levantó nerviosamente de su sillón, colocó el libro de vuelta en su estante y sacó varios pergaminos de su maletín, desparramándolos sobre su escritorio para que pareciera que había estado trabajando.

-Hazla pasar, y luego ve a preparar té, café y jugo de calabaza lo más rápido que puedas –ordenó-. Y trae algo para comer.

-Inmediatamente, señora –dijo la chica antes de salir. La mujer de negro entró a continuación en la oficina.

-¡Buenos días, señora Lestrange! –la saludó efusivamente Umbridge, pero al mirar a la bruja con mayor atención, quedó desconcertada. Las facciones del rostro de la mujer eran idénticas a las de Bellatrix, pero parecían un poco más jóvenes y bellas, y tenía el cabello castaño en lugar de negro.

-Oh, me parece que usted se confunde, señorita Umbridge. Bellatrix Lestrange es mi hermana. Yo soy Andrómeda Tonks.

-Pero… pero usted… mi empleada dijo…

-Jamás le dije a esa chica que yo fuera Bellatrix. Si se confundió a causa de mi parecido físico con ella, no es culpa mía.

-Jamás escuché hablar de ninguna Andrómeda Tonks… pero sí de Ted y de Nymphadora –dijo Umbridge, cuyo rostro de sapo se endureció.

-Nymphadora es mi hija, y Ted… era mi esposo.

-Es verdad, hace pocas horas me han informado de su fallecimiento.

-He venido justamente por eso.

Dolores Umbridge se puso tensa.

-Señora Tonks, no ignorará usted que su marido era un sangre impura, ¿verdad?

-No, no lo ignoro.

-Tampoco ignorará que fue citado por la Comisión que yo presido para que se presentara a una audiencia programada para el… déjeme que me fije en mi agenda –dijo Umbridge mientras revisaba entre sus papeles- Ah, sí, el 18 de septiembre.

-Sí, recibimos la carta.

-Y como usted sabrá, el señor Tonks no se presentó a la audiencia, con lo cual la Comisión lo declaró en rebeldía.

-Sí –dijo Andrómeda, sin turbarse.

-Como consecuencia de ser declarado en rebeldía, el señor Tonks pasó a convertirse en un fugitivo de la ley. Y todo aquel que proveyera información que facilitara su captura o muerte, o bien que efectuase él mismo la captura o muerte del señor Tonks, tenía derecho a reclamar una recompensa. En el día de hoy, un grupo de personas se presentaron con los cuerpos del señor Tonks y de otro fugitivo, Dirk Cresswell, para reclamar su recompensa.

-Estoy al tanto de todo eso.

-Entonces sabrá que es inútil realizar cualquier reclamo. La muerte de su marido, señora Tonks, podría haberse evitado si el señor Tonks hubiera acatado la autoridad de la Comisión.

-No he venido aquí a reclamar el castigo para los asesinos de mi esposo.

-¿Por qué vino, entonces? –dijo Umbridge, impaciente.

-Para reclamar su cuerpo.

-Su… cuerpo.

-Exactamente.

-¿Por qué?

-Para enterrarlo –dijo Andrómeda, mirando a Umbridge como si fuera una retrasada mental.

-Pues… no. El protocolo dice que los cuerpos de los fugitivos, una vez que se establece su identidad, son incinerados. Nadie ha venido aquí a reclamarlos.

-Me temo que se equivoca, señora Umbridge. El protocolo que usted menciona solo dice que, si el cadáver no es reclamado, debe ser incinerado. Y yo he venido aquí a reclamarlo…

-¡No me importa en lo más mínimo! –gritó Dolores, haciendo que varios de los gatitos que jugueteaban en los retratos que adornaban su despacho dieran un salto, asustados- ¡Su esposo, señora Tonks, era un sangre impura, un muggle que le robó su magia a un auténtico mago! ¿Con qué derecho pretende tener un funeral?

-Es uno de los derechos más básicos, señorita Umbridge. Pueden matar a mi marido, pero no pueden negarme el derecho a sepultarlo como es debido.

-¡Esa es la tontería más grande que haya oído en mi vida! ¡Una traidora a la sangre no tiene derechos! ¡Ahora retírese de mi vista, o haré que los Aurores la arresten!

-Antes de irme, señorita, quería hacerle una pregunta.

-¿Qué?

-¿De quién es ese relicario que tiene en su cuello?

-¡Pues mío, por supuesto! –exclamó Umbridge, aunque no pudo evitar ruborizarse un poco. La bruja colocó en un gesto protector su mano alrededor del medallón dorado con la gran “S” verde.

-¿Podría preguntarle cómo lo consiguió?

-No tengo por qué darle explicaciones. Baste con decirle que es una antigua reliquia familiar.

-¿De la familia Umbridge?

-No, de la familia Selwyn. Perteneció a mi tatarabuela, que era una Selwyn y se casó con mi tatarabuelo a principios de la década de 1820.

-Qué interesante.

-¿Por qué dice eso?

-Porque, por lo que tengo entendido, los Umbridge solo han estado entre nosotros desde la década de 1910. Y el primer Umbridge, su abuelo, era un hijo de muggles.

-¡Eso es una completa mentira! ¡La familia Umbridge se remonta a trescientos años atrás!

-Señorita Umbridge, los Black llegamos a Gran Bretaña en el siglo XIV, y hemos estado registrando nuestra genealogía desde entonces. Estamos emparentados con todas las familias mágicas de la isla, excepto quizá los Gaunt. Yo tengo a varios Selwyn en mi árbol genealógico. Conozco el linaje de prácticamente todos los magos de sangre pura del país, y el de usted es más bien breve. Su abuelo era hijo de muggles, pero se consiguió una esposa de sangre pura aprovechando que su familia pasaba muchas dificultades económicas y que él era bastante adinerado. Pero antes de casarse con su abuela, fue a ver a mi tío-bisabuelo Arcturus para pedirle la mano de alguna de sus tres hijas. Arcturus lo rechazó, pero la historia de Umbridge, el hijo de muggles que había pretendido casarse con una hija del tío Arcturus, fue recordada durante generaciones en la familia.

“Ahora bien, si usted se rehúsa a permitir que me lleve el cadáver de mi marido Ted, entonces no me quedará más remedio que exponer esta historia enviando una carta a El Profeta. Al fin y al cabo, es mi deber como bruja respetuosa de la ley denunciar que la descendiente de un sangre impura está presidiendo la Comisión que se ocupa de localizarlos y castigarlos.

-La carta jamás se publicará –dijo Umbridge con ferocidad.

-Oh, pero su contenido se difundirá. Es una historia muy picante –dijo Andrómeda, esbozando una sonrisa perversa.

-Nunca enviará esa carta, señora Tonks –dijo Dolores-. Haré que la arresten ahora mismo. Esta misma noche estará en Azkaban.

-Preví que podría intentar eso. Así que escribí la carta antes de venir al Ministerio y se la entregué a una amiga de confianza. Si no regreso a mi casa hoy, ella se ocupará de que llegue a El Profeta.

Dolores miró a Andrómeda temblando de cólera, pero también de miedo. La historia de su abuelo era cierta; el motivo por el cual le había comprado el relicario a Mundungus Fletcher era justamente para intentar ocultarla. Tenía preparado un frondoso árbol genealógico para el caso de que pretendieran interrogarla, y el relicario “de los Selwyn” era la otra prueba que tenía a su disposición, pero sabía que ambas no pasarían un examen concienzudo. Además, el hecho de que el mismísimo Harry Potter y sus dos amigos hubieran interrumpido las audiencias de la Comisión, liberando a decenas de hijos de muggles, había debilitado bastante la posición de Umbridge dentro del Ministerio; si bien algunos habían sido recapturados, Umbridge seguía temiendo por su puesto. La carta de Andrómeda Tonks podía significar el final de su carrera.

-¡Está bien, está bien, usted gana! ¡Llévese ese cadáver asqueroso!

-Gracias. También quisiera que me autorice por escrito a crear un Traslador dentro de unos veinte minutos para sacar el cuerpo del Ministerio.

-Lo que sea. Lárguese de mi vista –dijo Umbridge mientras sacaba un pergamino y garrapateaba la autorización. En el momento en que estampaba su sello sobre el documento, la empleada abrió la puerta, llevando una bandeja con bebidas.

-¿Desean algo para tomar, señoras?

-¡No! –exclamó Umbridge- ¡Llévate esa maldita bandeja!

La chica salió del despacho apresuradamente, y Dolores sacó otro pergamino y escribió un memorando, que envió volando fuera de la oficina. Un rato después, entró un joven pelirrojo.

-¿En qué puedo ayudarla, señorita Umbridge?

-Lleve a esta señora al depósito de cadáveres, Weasley.

-Como usted diga –dijo Percy Weasley, aunque no logró reprimir una expresión de asco. Andrómeda se puso de pie y salió sin despedirse.

Percy no confundió a Andrómeda Tonks con Bellatrix Lestrange, pues sus padres conocían a los de Nymphadora y habían intercambiado visitas varias veces. Estaba al tanto del asesinato de su marido (escuchaba Pottervigilancia todas las semanas), así que no le costó imaginar qué cadáver iban a buscar al depósito, y no importunó a Andrómeda con preguntas tontas.

El depósito era una habitación pequeña, sucia y tétrica. Apenas había unas cuatro mesas y un horno crematorio; el hecho de que los cadáveres fueran incinerados al poco tiempo de llegar hacía innecesario colocar hechizos de refrigeración. Apenas estaban cubiertos con sábanas. Andrómeda observó las formas de los tres cuerpos que en esos momentos descansaban sobre las mesas. Uno de ellos era pequeño y, según Andrómeda había escuchado, pertenecía a un duende, pero los otros dos eran de magos adultos. Siguiendo la intuición, la bruja destapó el que tenía más cerca y se encontró con Ted.

Tenía un raspón en la frente, y había perdido mucho peso desde la última vez que se vieron; sin embargo, la expresión de su rostro era muy apacible. Andrómeda se preguntó si no habría recibido la muerte con alegría, si su asesinato no hubiera significado para su esposo el final de todos sus problemas, de la interminable persecución en que se había convertido su vida en los pasados meses. Pero luego rechazó esa idea. Ted nunca habría aceptado la muerte, pues habría significado el no poder verla nunca más.

Extrañamente, al mirar a su esposo, Andrómeda lo encontró más parecido que nunca a como había sido en su juventud, cuando lo conoció en Hogwarts. Recordó el día en que le propuso matrimonio y le entregó un anillo de plata adornado con un enorme diamante, mucho más caro de lo que el muchacho se podía permitir. Cuando Andrómeda se lo hizo notar, el joven Ted respondió, mirándola con adoración:

-Nadie merece un diamante más que tú. Nada puede representarte mejor.

-¿Quieres decir que soy tan hermosa como el diamante? –preguntó Andrómeda con una sonrisa, mirando cómo lucía el anillo en su dedo- No es muy original, amor, pero muchas gracias.

-No solo eso –había replicado Ted-. El diamante es uno de los minerales más duros del planeta. Resiste prácticamente todo. Tú eres igual, querida. Eres la persona más fuerte que conozco. Sé que podrás sobrevivir a cualquier tempestad.

Soltando, por primera vez desde que recibió la noticia de la muerte de Ted, una lágrima, la bruja se inclinó y depositó un suave beso sobre sus labios, para luego murmurar:

-Tú también lo fuiste.

Andrómeda destapó la mano izquierda de Ted y descubrió, sin sorprenderse demasiado, que los Carroñeros le habían robado el anillo matrimonial. Buscó en su bolso y sacó el anillo de compromiso que él le había entregado más de veinticinco años antes y se lo puso en el dedo.

-Señora Tonks –dijo Percy-. Odio tener que interrumpirla, pero faltan pocos minutos para la hora fijada para que usted cree su Traslador.

-Gracias por recordármelo, Percy –dijo Andrómeda, enjugándose la lágrima y sacando su varita. Como no había ningún objeto en el depósito de cadáveres que pudiera convertir en Traslador, materializó allí una tetera. Sin embargo, antes de irse, miró a los otros dos cuerpos-. ¿Ellos eran Dirk Cresswell y Gornuk, verdad?

-Sí, señora. Viajaban con su marido y con… Dean Thomas, si mi memoria no me falla.

-¿Thomas sobrevivió?

-Creo que sí, porque si no lo habrían entregado al Ministerio.

-¿Por qué no lo han hecho?

-Puede que haya escapado, pero es improbable considerando que estos Carroñeros consiguieron matar a dos magos adultos. Mi opinión… se rumorea que el Innombrable también quiere que le lleven hijos de muggles vivos, y paga una mejor suma por ellos que el Ministerio…

-¿Para qué?

-Sacrificios humanos… torturas… Nadie lo sabe bien.

-¿Conoces a Thomas? ¿Cuántos años tenía… quiero decir, tiene?

-Estuvimos en Gryffindor juntos, aunque estábamos en distintos años. Tiene diecisiete.

-Que Merlín se apiade de él -dijo Andrómeda, cerrando los ojos. Cuando los abrió, volvió a mirar a los otros cuerpos-. ¿Y qué pasará con ellos?

-Si nadie más los reclama, entonces serán incinerados dentro de unas horas.

-Los Cresswell se han marchado del país, así que es imposible que vengan a reclamar su cuerpo, y si lo hicieran, se lo negarían. Y Gornuk… desconozco si tiene familia o no, pero los duendes desconfían tanto del Ministerio ahora que jamás se aventurarían aquí. Pero es injusto que mi marido reciba una sepultura apropiada y ellos terminen en un horno, como si fueran papeles viejos.

-Lléveselos –dijo Percy.

-No puedo hacer eso. Umbridge aprovecharía para encarcelarme si lo supiera.

-Nadie tiene que enterarse. Hay solamente dos empleados que se encargan de este depósito. Los conozco, puedo sobornarlos.

-¿Tienes dinero?

-No mucho, pero alcanzará. Nadie se preocupa demasiado por los cuerpos de un duende y un sangre impura –dijo Percy tristemente.

-Eres un muchacho muy noble, Percy –dijo Andrómeda, acariciándole la mejilla. La notó bastante áspera, como si no se hubiera afeitado en los últimos tres o cuatro días, con lo cual dedujo que el estrés de tener que trabajar en el Ministerio manejado por los Mortífagos había hecho que el pulcro hijo de Arthur y Molly descuidara un poco su aspecto-. Tienes que marcharte de aquí. Corres un gran peligro trabajando codo a codo con las mismas personas que están persiguiendo a tu familia.

-No tengo adónde ir, señora Tonks –respondió el chico-. Ellos jamás me perdonarán… yo mismo no sé cómo pedirles perdón por lo que hice.

-Percy, ¿quieres que la próxima vez que veas a tu padre, a tu madre o a tus hermanos sea cuando los pongan encima de una de estas mesas? –preguntó Andrómeda. Percy retrocedió un paso, espantado ante esa perspectiva-. Debes recuperarlos, así sea en el instante previo a la derrota y a la muerte.

Percy giró la cabeza, para que Andrómeda no lo viera llorar. La bruja le dio unas palmadas en el hombro y luego utilizó su varita para acercar las tres mesas y colocarlas de tal manera que pudiera poner las manos de los cuerpos, además de la suya, encima de la tetera. Cuando llegó el momento, los cuatro se desvanecieron, dejando al lloroso Percy a solas en el depósito.

Mayo de 1998

Cuando Andrómeda Tonks escuchó la voz de Kingsley Shacklebolt llamándola por la Red Flu comprendió dos cosas.

Primero, que la guerra había terminado con la derrota de Lord Voldemort. La Red Flu estaba muy vigilada por el Ministerio de la Magia, y Kingsley, como uno de los miembros más capaces de la Orden del Fénix, era desde hacía meses uno de los fugitivos más buscados.

Segundo, que algo malo debía haberle pasado a su hija Nymphadora, y quizá también a su yerno Remus, pues antes de irse le había hecho jurar a la muchacha, por la vida de su hijo recién nacido, que apenas concluyera la batalla que estaba desarrollándose en Hogwarts ella le haría saber, personalmente, que estaba a salvo. Así que si era Kingsley quien la llamaba, eso significaba que Nymphadora…

Andrómeda se levantó de la cama y se dirigió hacia la chimenea como una autómata, o como una condenada a muerte caminando hacia el patíbulo.

***

Menos de una hora después, Andrómeda contemplaba los cuerpos de Nymphadora y Remus Lupin. Llevaba a su nieto Teddy en brazos; en parte, porque en aquel día de crisis y júbilo generales ninguna bruja que Andrómeda conociera podía cuidarlo mientras ella se ocupaba de la penosa tarea de disponer de los cuerpos, y en parte porque la bruja no quería separarse de quien consideraba su única familia.

-¿Señora Tonks? –dijo una voz muy joven a sus espaldas. Andrómeda se dio vuelta y se halló frente a Harry Potter. Había adelgazado mucho desde la última vez que lo vio, su cabello estaba aún más despeinado de lo habitual y tenía los ojos cansados.

-Hola, Harry –respondió amablemente.

-Señora, no puedo expresar lo… apenado que estoy. Remus fue como… como un padre para mí, y Tonks… quiero decir, Nymphadora… ella fue una de mis mejores amigas… lamento mucho…

A Harry le costaba encontrar las palabras y su voz parecía a punto de quebrársele por las lágrimas que luchaba por contener, de modo que Andrómeda decidió poner fin a su pésame. Sonriéndole, le apoyó la mano que tenía libre en el hombro.

-Muchas gracias.

-¿Hay algo que pueda hacer por usted?

-Sostener a tu ahijado un segundo. Voy a colocarles un sudario a Remus y Nymphadora y necesito las manos libres.

-Por supuesto –dijo Harry, extendiendo los brazos. Tras un instante de vacilación, Andrómeda le entregó al bebé, que comenzó a gorjear, aparentemente cómodo en los brazos de su padrino.

-Parece que le gustas –dijo Andrómeda.

-Eso espero –respondió Harry-. Porque pienso estar siempre ahí para él… si usted me lo permite, claro.

-Ven a verme en una o dos semanas, cuando todo se haya calmado, Harry –dijo Andrómeda-. Discutiremos sobre qué hacer con Teddy. Ahora las cosas están demasiado caóticas.

-Que el nuevo ministro se ocupe de eso. Teddy es más importante…

-Harry, ¿necesito ser yo quien te lo diga? –lo interrumpió Andrómeda, y al ver que Harry no modificaba su semblante, explicó:- Acabas de derrotar al Señor de las Tinieblas, y Kingsley es el nuevo ministro de la Magia, pero eso no significa en absoluto que los problemas hayan acabado. Y tú tienes una responsabilidad para con nuestra comunidad que es tanto o más grande como la que tienes hacia mi nieto. La diferencia es que Teddy puede esperar unas semanas, mientras que la comunidad mágica tiene problemas infinitamente más urgentes.

Viendo que Harry se quedaba sin respuestas, Andrómeda sacó su varita, apuntó con ella al cuerpo de Nymphadora y pronunció un hechizo. De inmediato apareció una sábana blanca debajo del cadáver, y lo fue envolviendo. Cuando hubo finalizado, la bruja repitió el procedimiento con el cuerpo de Remus Lupin.

-¿Dónde serán sepultados? –preguntó Harry.

-Me han dicho que quieren organizar un funeral masivo para los caídos en el cementerio de Hogsmeade, pero yo prefiero que descansen junto a la tumba de Ted.

-¿El funeral será mañana?

-Sí. Me gustaría mucho que vinieras, aunque comprenderé si estás muy ocupado…

-Señora, yo iría a ese funeral aún si el mismísimo Voldemort regresara de la muerte.

Febrero de 1973

Druella y Cygnus Black estaban verdaderamente intrigados. La segunda de sus tres hijas, Andrómeda, les había dicho que invitaría a un joven mago que había sido su compañero de año en Hogwarts para que lo conocieran. Eso solo podía significar que la chica quería casarse y deseaba presentarles a su pretendiente. Su primogénita Bellatrix había también organizado algo similar para que sus padres conocieran a quien ahora era su marido, Rodolphus Lestrange, aunque aquel caso había sido una formalidad; Cygnus y Druella conocían bien a Rodolphus puesto que eran amigos de sus padres, habían estado presentes en su nacimiento y lo habían visto en incontables cenas y otros eventos sociales. También conocían bien a Lucius Malfoy, el novio y casi con certeza futuro esposo de Narcisa, su tercera hija.

Pero jamás habían oído hablar de este chico misterioso que “Drómeda” (como todos en su hogar la llamaban cariñosamente, aunque siempre en privado) iba a traer. Desconocían su nombre, su ocupación y muchos otros datos vitales. Lo único que podían deducir de lo poco que Andrómeda había accedido a contarles era que el chico no era de la Casa de Slytherin, pues lo llamó “compañero de año” y no “compañero de Casa”, pero estaban dispuestos a aceptar como yerno a alguien que no fuera de Slytherin; al fin y al cabo, una prima de Andrómeda, Lucretia Black, se había casado con Ignatius Prewett, un Gryffindor. Lo único que les importaba era que el esposo de Andrómeda tuviera un linaje tan impecable como los de Lucius y Rodolphus.

Bellatrix, sabiendo lo que iba a ocurrir, había anunciado que vendría de visita “casualmente” unos quince o veinte minutos después de la hora en que el invitado de Andrómeda debía llegar a la casa de los Black, de modo de poder unirse a los festejos, y Narcisa había cancelado una salida con sus amigas al Callejón Diagon por el mismo motivo. Cygnus les había pedido discretamente a los elfos domésticos que compraran un par de botellas de champaña, para poder organizar una pequeña celebración familiar.

A las cinco de la tarde en punto Cygnus y Druella escucharon que alguien golpeaba la aldaba. Un elfo doméstico fue a abrir la puerta, y oyeron cómo el joven mago le informaba que el señor y la señora Black lo estaban esperando, tras lo cual se le flanqueó el paso. Luego oyeron cómo Andrómeda bajaba por las escaleras, intercambiaba algunas palabras en voz baja con el chico, y luego ambos se dirigían a la sala de estar.

En el aspecto físico, Druella y Cygnus no podían quejarse. El joven “amigo” de Andrómeda era muy apuesto, y engendraría nietos hermosos con su hija. Pero jamás lo habían visto en sus vidas, y en un grupo tan pequeño y cerrado como el de las familias de sangre pura británicas eso era prácticamente imposible… a menos que el chico no formara parte de ese círculo. No obstante cabía la esperanza, pensó Druella por una fracción de segundo, que el muchacho fuera de una familia extranjera de sangre pura. Había algunos pocos estudiantes de Hogwarts que no habían nacido en Gran Bretaña, que provenían del continente y cuyos padres los habían mandado a través del Canal de la Mancha atraídos por la buena reputación del Colegio. Sin embargo, cuando el joven habló por primera vez para dirigirles un tímido saludo, hizo añicos la débil ilusión de la madre de su novia, pues su acento era tan inglés como el de ellos.

-Buenas tardes, señora Black. Buenas tardes, señor Black.

-Padre, madre, les presento a Ted Tonks –dijo Andrómeda, menos cohibida que el chico.

-Buenas tardes, señor Tonks –dijo Cygnus, recobrándose de la sorpresa y levantándose para estrecharle la mano a Ted. El apretón de manos fue breve y frío, y al poco tiempo Cygnus regresó a su sillón. Druella, sin levantarse, le tendió la mano y Ted se la estrechó con mayor suavidad.

-¿Quiere tomar asiento? –atinó a decir la madre de Andrómeda.

-Sí, gracias.

-Ted Tonks… -dijo Cygnus- Es extraño, pero nuestra hija jamás nos lo mencionó. ¿Tiene usted su misma edad?

-Sí. Estuvimos en el mismo año en Hogwarts.

-¿Y usted fue a Slytherin, como ella?

-No –dijo Ted-, yo estuve en Hufflepuff.

-Ya veo –replicó Cygnus secamente.

-¿Y cómo se conocieron? –preguntó Druella, uniéndose a la conversación.

-Pues… si mal no recuerdo, poco antes de terminar cuarto estaba por llegar tarde a una clase, me tropecé, caí y todos mis libros se salieron de mi mochila. Andrómeda tuvo la gentileza de ayudarme a recogerlos, empezamos a charlar…

-¿De modo que desde entonces son amigos? –dijo Cygnus, haciendo énfasis en la palabra “amigos” y mirando a Andrómeda con dureza.

-Nos conocemos desde entonces –dijo la chica, sin intimidarse-, pero desde quinto año, aproximadamente, somos más que amigos. Mucho más.

La tensión ahora flotaba en el aire, y los cuatro podían sentirla.

-Señor Tonks, dígame algo –preguntó Druella-. ¿A qué familia mágica pertenece? Jamás he oído hablar de los Tonks.

-A ninguna –dijo Ted, lentamente-. Soy hijo de muggles.

-¿Y dices que son más que amigos, hija? –preguntó Druella.

-Así es.

-¿Amigos íntimos?

-No. Ted es mi novio.

-Novio –repitió Cygnus.

-Sí, novio.

-Un… hijo de muggles.

-Tal cual.

Cygnus se puso de pie bruscamente.

-Señor Tonks, quiero que se retire ahora mismo de mi casa.

-Lo haré, señor Black –dijo Ted, levantándose también del sillón intentando adoptar la misma actitud indómita de su novia-, pero antes quiero decirle algo.

-¿Qué cosa?

-He venido a pedirle la mano de su hija. Quiero hacerla mi esposa.

-No. No lo permitiré –dijo Cygnus, con sus ojos lanzando chispas-. Ahora, váyase de mi hogar.

-Si él se va –dijo Andrómeda, mientras se levantaba-, yo me voy con él.

-¡No! –gritó Cygnus- ¡Tú eres mi hija, y no dejaré que te escapes con un sangre impura! ¿Entendido? ¡Tú te quedas aquí, y esta escoria se marcha ya mismo, o lo saco a patadas!

-¡Tú tienes todo el derecho del mundo a echarlo de tu casa, pero no a obligarme a quedarme! ¡Si Ted se va, yo me voy también! –rugió Andrómeda.

-¡Tú no te vas a ningún lado! –gritó Cygnus, sujetándola del brazo. Inmediatamente Ted Tonks sacó su varita y le apuntó al rostro.

-Quítele la mano de encima, señor.

Ahora ya no parecía nervioso, sino tan enfurecido como el señor y la señora Black. Era perfectamente capaz de ponerse a lanzar maleficios, de modo que Cygnus liberó el brazo de su hija, y Ted volvió a guardar su varita.

-Andrómeda, ¿cómo puedes hacernos esto a tu padre y a mí? –exclamó Druella.

-No estoy haciéndoles nada. Estoy eligiendo al hombre con el que quiero pasar el resto de mi vida. Soy yo la que va a casarse con Ted, no ustedes –dijo Andrómeda.

-¡Eres una vergüenza para esta familia! ¡Ningún Black desde la época de tu bisabuelo eligió como cónyuge a un sangre impura! ¡Estás ensuciando tu sangre, y la nuestra, al mezclarla con la de esta criatura inmunda! –protestó Cygnus.

-¡Él es un ser humano y un mago, como ustedes y como yo!

-¡NO! –gritó Druella- ¡Nosotros tres somos magos! ¡Él es un muggle, un ladrón de magia, no un auténtico mago!

Ante esto, Ted no pareció ofenderse más de lo que ya estaba. Evidentemente venía preparado para escuchar insultos de ese tenor; lo que no toleraría ni por un segundo era que amenazaran a Andrómeda.

-¿Qué está pasando aquí? –preguntó una voz femenina. Todos giraron hacia la puerta y vieron a Bellatrix Lestrange, recién llegada del castillo de su esposo. La bruja esperaba encontrar a su familia celebrando el compromiso de su hermana menor con algún mago de sangre pura, y en lugar de ello encontró a sus dos padres lívidos de furia, y a su hermana acompañada de…

-¿QUÉ HACE ESE SANGRE IMPURA EN NUESTRA CASA?

Había reconocido al instante a Ted Tonks, pues en su último año en Hogwarts Lord Voldemort le había pedido que reuniese toda la información posible sobre todos los alumnos hijos de muggles del colegio, de modo de poder localizarlos y atacarlos con mayor facilidad cuando volvieran a sus hogares. Bellatrix tenía muchos defectos, pero era altamente inteligente y su cerebro no tardó en atar cabos. El sangre impura Ted Tonks era novio de su hermana y quería casarse con ella. La bruja sacó su varita y la apuntó al pecho de Tonks, pero antes de que pudiera lanzarle un maleficio, su padre corrió hacia ella, la empujó contra la pared y le levantó el brazo, haciendo que la maldición (una Cruciatus) diera en el techo de la sala de estar, haciendo que grandes trozos de mampostería cayeran sobre la alfombra.

-¡No, Bella! –gritó Cygnus.

-¡Sí! ¡Tiene que morir! ¡No podemos permitir que ese… ese… animal siga mancillando nuestra sangre!

-¡NO VAS A USAR UNA IMPERDONABLE EN MI CASA, ¿ME OYES?! ¡Guarda ya mismo esa varita, Bellatrix, o te la arrancaré de las manos, y sabes lo que eso significa!

Bella, inmovilizada, comprendió lo que su padre quería decir. Si Cygnus le arrebataba la varita por la fuerza, su lealtad pasaría a él, y Bellatrix ya no podría usarla con la misma efectividad. Y dado que Bellatrix le tenía gran cariño a su varita mágica, decidió no correr ese riesgo y se la metió de vuelta en su bolso. Sin embargo, miró a su hermana Andrómeda y le dijo:

-¡Convertiré tu vida en un infierno por esto! ¡No te mataré, pero te haré desear estar muerta!

-¡Silencio, Bellatrix! –gritó Druella. Ella, como todos los miembros de la familia Rosier, era una bruja de armas tomar, pero lo que vio en los ojos de su hija mayor en esos momentos fue algo mucho más temible, una locura asesina capaz de arrasar con todo y con todos.

-Andrómeda –dijo Cygnus, mirando a su segunda hija-, si quieres irte con el sangre impura, no te detendré. Pero jamás, ¿me oyes? Jamás podrás volver a pisar esta casa. Te desheredaré. Iré a casa de tu tía Walburga y me aseguraré de que se te elimine del Árbol Genealógico. ¿Sabes lo que eso significa, verdad?

-Lo sé –dijo Andrómeda.

-¿Nos vamos? –preguntó Ted.

-Sí –dijo Andrómeda sin la menor vacilación.

El chico puso su brazo encima del hombro de la bruja y, en medio de un silencio glacial, la pareja abandonó la sala de estar. Cuando llegaron al vestíbulo se encontraron con Narcisa, sentada en la escalera. Aparentemente había oído todo, pero no había querido intervenir. La joven rubia miró estupefacta a su hermana y dijo:

-Drómeda, yo…

Pero no atinó a completar la frase. Tras esperar unos segundos, Andrómeda replicó:

-Adiós, Cissy.

Y continuó su camino.

Mayo de 1998

Mientras, empleando un Mobilicorpus, transportaba los cadáveres de su hija y su yerno por los pasillos de Hogwarts, ahora irreconocibles a causa de los destrozos de la batalla, Andrómeda se cruzó con un hombre, una mujer y un muchacho. Los tres eran altos, rubios y de tez muy clara, y parecían absolutamente conmocionados, como si no supieran bien a dónde ir ahora que el combate había concluido. Andrómeda fijó la mirada en la mujer, que se detuvo mientras el hombre y el chico seguían de largo. La bruja dijo:

-Drómeda, yo…

Pero, al igual que unos veinticinco años atrás, esta vez tampoco atinó a completar la frase. Tras esperar unos segundos, Andrómeda replicó:

-Adiós, Cissy.

Y continuó su camino.

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El profesor Potter


Nadie lo hubiera imaginado, pero el primero en protestar, y con mayor vehemencia que los demás, fue Horace Slughorn. Los restantes asistentes a la reunión eran Neville Longbottom, director de Hogwarts, Rubeus Hagrid, jefe de la Casa de Gryffindor, Justin Finch-Fletchley, jefe de Hufflepuff y Filius Flitwick, jefe de Ravenclaw, además de todos los integrantes del Consejo Escolar, liderados por Draco Malfoy. Significativamente, la reunión tenía lugar en el Ministerio de la Magia y no en Hogwarts.

-Lo que propones es monstruoso, Potter. Monstruoso.

-Horace, por favor, evitemos los adjetivos altisonantes aquí, por favor… -dijo Albus con suavidad.

-No hay forma de minimizar lo que esperas de nosotros -repuso Slughorn-. Tú, Potter, quieres que te ayudemos a atentar contra el equilibrio de la magia.

-¡No! Atentar contra el equilibrio de la magia sería hacer lo que se proponía Ryddle. Yo mantendré el equilibrio, así como también la paz.

-Entonces, señor Potter, no cuente conmigo -dijo Slughorn, poniéndose de pie con toda la dignidad que le permitía su rechoncha figura-. Señor director -añadió, dirigiéndose a un atribulado Neville-, presento mi renuncia a los cargos de profesor de Pociones, vicedirector… y jefe de la Casa de Slytherin.

-¿Alguien más quiere perder su trabajo? -dijo Al, mirando fríamente a los otros magos y brujas sentados en la mesa.

***

El primero de septiembre de 2029 fue un día muy frío, pero los estudiantes de Hogwarts estaban muy entusiasmados por volver al colegio. Todos estaban aliviados de abandonar el tenso clima que se vivía en sus hogares y regresar al castillo; pese a que sabían que el mismísimo causante de dicho clima, el Hacedor de Reyes, sería su nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, los niños y adolescentes que asistían al colegio creían que la autoridad del director y de sus jefes de Casa bastaría para protegerlos.

Solo cuando los alumnos de segundo año para arriba subieron a los carruajes tirados por thestrals comprendieron que algo extraño había ocurrido. El castillo no parecía el mismo que en junio. Si bien sus torres seguían iguales, el edificio aparentemente se había ensanchado, como si hubieran ampliado muchas de las habitaciones y salones del primer piso.

Cuando ingresaron al Gran Comedor, comprobaron que había aún más cambios desconcertantes. En lugar de las cuatro largas mesas de Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin, se encontraron con siete mesas un poco más cortas con letreros que indicaban “Segundo año”, “Tercer año”, “Cuarto año” y así sucesivamente. La mesa reservada al primer año se encontraba, por supuesto, vacía. Los alumnos fueron ocupando sus sitios, algo incómodos pues no estaban acostumbrados a sentarse con los estudiantes de las otras Casas en el banquete inaugural.

La mesa de los profesores tenía otra sorpresa. Como esperaban, Cuthbert Binns se encontraba ausente, y Albus Severus Potter estaba presente, pero había un nuevo profesor joven, un muchacho rubio al que algunos recordaban haber visto en fotos de El Profeta y en el palco del día de la investidura de Potter; los Slytherin notaron, consternados, que Horace Slughorn no estaba en la mesa. Los únicos dos que parecían estar relajados eran Potter y el profesor de Adivinación, el centauro Firenze, a quien “los asuntos de los humanos” jamás lo alteraban. El joven rubio manifestaba cierto nerviosismo, pero a diferencia del de sus nuevos colegas, su origen no era la presencia de Potter sino el hecho de que aquella era su primera visita al castillo como profesor.

El Sombrero Seleccionador fue traído al comedor y cantó su habitual canción promoviendo la unidad de las Casas; si bien los estudiantes, como siempre, le prestaron escasa atención, tuvo un efecto benéfico, pues los alivió ver que eso no había cambiado. Luego hicieron pasar a los estudiantes de primer año. Por orden alfabético el primero en ponerse el Sombrero fue un tal Appleby. Durante quince o veinte segundos todos esperaron que el Sombrero anunciara a qué Casa sería enviado, pero luego el niño se lo quitó, sin que un solo sonido hubiera salido de la prenda. Miró dubitativamente a Hagrid, quien los había acompañado desde el lago hasta el castillo, y el profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas asintió con la cabeza, tras lo cual Appleby caminó hasta la mesa del primer año y se sentó. Luego hicieron pasar a otro niño, y ocurrió lo mismo. Uno a uno los nuevos estudiantes se pusieron el Sombrero Seleccionador durante algunos segundos para luego ocupar sus sillas en la mesa del primer año. El silencio del Gran Comedor era espeluznante. Nadie aplaudía o protestaba, ni siquiera se oían murmullos. Por primera vez en más de mil años, el Sombrero no estaba mandando a nadie a ninguna Casa.

Cuando concluyó la extraña ceremonia, Neville se levantó y habló a los estudiantes:

-A los alumnos de primero, les doy la bienvenida al colegio. Y a los alumnos mayores, les digo: bienvenidos de vuelta. Estoy seguro de que todos tendrán muchas preguntas que hacer. Primero, quiero informarles sobre algunos cambios en el personal. Ya saben que el profesor Binns abandonó su cargo hace unos meses y fue reemplazado por el profesor MacMillan al frente de Historia de la Magia. También saben que el profesor MacMillan renunció a su cátedra de Defensa Contra las Artes Oscuras, y fue reemplazado por Albus Potter. Lo que probablemente desconozcan es que hace poco el profesor Slughorn renunció a su puesto de profesor de Pociones, y será reemplazado por Agamenón Lestrange.

Hubo algunos tímidos aplausos, pero en su mayoría los estudiantes estaban intrigados por la renuncia de Slughorn.

-Hay otro cambio, mucho más importante, que deseamos anunciar esta noche. Pero dejaré que sea el profesor Potter quien lo haga.

Albus sonrió, se puso de pie y caminó hasta el atril que había desocupado Neville.

-¿Qué tal, chicos? Me alegra mucho haber regresado al colegio, y más como profesor. Será dificil igualar a mi predecesor, el profesor MacMillan, y casi imposible superarlo.

“Ustedes habrán notado que ya no los hemos ubicado en el comedor de acuerdo a su Casa sino a su año. También habrán advertido que el Sombrero Seleccionador no mandó a ningún niño a ninguna Casa. Esto se debe a una importante… no, revolucionaria decisión que hemos adoptado el ministro de la Magia, el Consejo Escolar, los directivos y profesores del colegio y yo. A partir de hoy, las cuatro Casas de Hogwarts serán unificadas.

-¿QUÉ? -gritó una chica desde el fondo. La suya fue tan solo la más audible de todas las exclamaciones que hicieron al unísono decenas de estudiantes, mientras otros cientos comenzaban a cuchichear entre ellos.

-Lo que oyeron. Las Casas han desaparecido. Ahora los alumnos del colegio solo serán divididos por edad, y por género. Los alumnos de primer año tendrán su propio dormitorio y sala común, los de segundo también, y así sucesivamente. La entrada a la sala común de cada año tendrá una contraseña, como era habitual en todas las Casas excepto Ravenclaw. Habrá cuatro dormitorios para cada año, dos para varones y dos para mujeres, lo cual significa que tendrán que compartir habitación con más compañeros que antes, pero les aseguro que ya hemos hecho las reformas edilicias necesarias como para que todos estén cómodos. Hemos trasladado varios salones de clase a las mazmorras de Hogwarts y a la Torre de Ravenclaw, y hemos concentrado todos los dormitorios en el primer piso del castillo. Cuando concluya el banquete, un profesor guiará a cada año a su respectiva sala común, pero en los años siguientes, cuando todos se hayan acostumbrado a la nueva distribución del espacio, serán nuevamente los prefectos quienes hagan eso.

-¡Esto es una locura! -protestó un alumno de cuarto- ¡Las Casas han existido desde la fundación de Hogwarts! ¡Están destruyendo el equilibrio de la magia!

-No -dijo Al, pacientemente-. Destruir el equilibrio de la magia sería hacer desaparecer a todas las Casas excepto una. Al unificarlas, las cuatro quedan en pie de igualdad; nadie puede decir que ninguna haya sido favorecida o perjudicada.

-Pero… pero… -dijo una chica- ¿Y qué hay de los puntos, y de la Copa de las Casas…?

-Eso desaparecerá. El sistema de puntos fue creado solo con fines disciplinarios. Los prefectos y profesores pueden castigar el mal comportamiento con otros métodos aparte de quitarles puntos (como hacerles limpiar trofeos o algo así), y los profesores pueden premiarlos poniéndoles buenas notas al final del año.

-¿Y los equipos de Quidditch también desaparecerán? -dijo un chico, que parecía haber empalidecido ante la mera posibilidad.

-No. Seguirá habiendo cuatro equipos, pero ya no representarán a las Casas y estarán formados por cualquier alumno que tenga suficiente talento para pasar las pruebas. Michael Milton -dijo Al, dirigiéndose a los chicos de la mesa de séptimo año. Un muchacho se puso de pie y lo miró con una expresión inescrutable-, tú seguirás siendo capitán de tu equipo y deberas seleccionar a los demás integrantes, pero pasará a llamarse Equipo Rojo.

Y así fue dirigiéndose a los capitanes de los demás equipos. El capitán del equipo de Hufflepuff ahora era el del Equipo Azul, la del equipo de Ravenclaw era ahora la del Amarillo, y la del de Gryffindor era ahora la del Verde. A nadie se le escapó que había intercambiado los colores tradicionales de cada Casa con los de su rival.

-¿Y qué hay de los jefes de Casa? -preguntó un chico.

-¿Qué pasa con ellos?

-¿Seguirán existiendo?

-¿Para qué?

Y en verdad nadie supo qué responder. Los jefes de Casa habían tenido mucho sentido antes, para garantizar que cada Casa pudiera hacer oir su voz ante el director o la directora del colegio. Pero si ahora las Casas no existían más… Había muchísimas cosas que cambiarían ahora, y si los propios alumnos de primero parecían impresionados al saber que no irían a ninguna Casa, a diferencia de lo que sus padres y hermanos mayores les habían asegurado, los alumnos de quinto, sexto o séptimo estaban directamente shockeados.

-¿Alguna otra pregunta? -preguntó Albus, y cuando vio que todos guardaban silencio, sacó su varita y dijo:- Por favor, no se asusten.

Pronunció un hechizo en voz muy baja, y todos los alumnos excepto los de primero sintieron un cosquilleo muy extraño que les hizo erizar cada pelo en sus cuerpos. Era la magia de la Varita de Saúco operando sobre ellos, o más bien sobre sus uniformes. Los distintivos de Ravenclaw, Hufflepuff, Gryffindor y Slytherin habían desaparecido; ahora todos tenían simples túnicas negras con el escudo de Hogwarts en el pecho.

-Sé que suele ser el director quien pide esto, pero: ¿cantamos el himno del colegio? -preguntó Al.

***

La primera clase de Albus fue al día siguiente, con los alumnos de séptimo año. Uno de los salones que había sido trasladado a las mazmorras era el de Defensa Contra las Artes Oscuras. No obstante, a diferencia del de Pociones, este no era iluminado por candelabros sino por varias pequeñas ventanas que Albus había hecho construir cerca del techo, con lo cual la luz solar podía entrar, al menos al mediodía. Todos los pupitres habían sido apartados, y las sillas habían sido colocadas alrededor de una mesa de mármol en medio del salón; un largo objeto cubierto por una sábana blanca descansaba encima de él.

-Hola, chicos -saludó Albus alegremente a los estudiantes cuando entraron al salón-. Tomen asiento y pasaré lista.

Una vez hubo acabado con esa obligación burocrática, el joven profesor dijo:

-Primero que nada, quiero decirles que espero que nuestro tiempo juntos sea lo más agradable posible. Solo tendremos este año para conocernos, pero me aseguraré de que sea memorable.

“Segundo, quiero asegurarles que mi cargo en el Ministerio de la Magia no significa nada en este salón. Solo soy el profesor Potter, y tengo tanta autoridad como el profesor Lestrange, el profesor Firenze, el profesor Flitwick o la profesora Jones. Trátenme como los tratarían a ellos, ni mejor ni peor.

“Una vez hecha esta aclaración, me gustaría empezar presentándoles al señor Ferguson.

Bruscamente, Albus retiró la sábana, mostrando que debajo de ella había un cadáver. Era un hombre blanco, de pelo castaño y aproximadamente treinta y cinco años; podía verse en su pecho la incisión de la autopsia. Llevaba unos boxers blancos como única prenda. Tres chicas soltaron exclamaciones de pavor al verlo, mientras que los demás permanecieron paralizados y silenciosos en sus sillas.

-El señor Ferguson era un muggle de treinta y seis años. Falleció hace dos días por un derrame cerebral. No solamente era un donante de órganos, sino que también donó su propio cuerpo a la ciencia. Gracias a un pequeño convenio que hice con el gobierno muggle, vamos a poder utilizarlo en nuestra clase de hoy.

“El año pasado seguramente el profesor MacMillan debe haberles enseñado sobre los Inferi. Deben haber visto muchas ilustraciones, quizá también fotografías, de ellos. Pero hoy no solo verán uno en persona, sino que aprenderán el hechizo necesario para crearlos.

-¿No es eso ilegal, profesor? -preguntó una chica.

-Dejen que yo me preocupe por las leyes, chicos -dijo el profesor, con una sonrisa encantadora-. Solo deben saber que la responsabilidad legal es enteramente mía.

“Lo primero que haré será emplear el maleficio para convertir al cadáver del señor Ferguson en un Inferius…

-¡No! -dijo otra chica, poniéndose de pie, dispuesta a marcharse- ¡Me niego a participar de esta… aberración! ¡No me importa desaprobar Defensa Contra las Artes Oscuras si usted piensa enseñarnos este tipo de cosas! ¿Acaso la dignidad de ese pobre hombre no significa nada para usted?

-¿Cómo te llamas?

-Wendy Peakes.

-No quiero que malinterpretes esta pregunta, Wendy, pero ¿eres hija de muggles?

-No.

-¿Has sido criada por muggles?

-Tengo una abuela muggle, pero mi padre y mi madre son un mago y una bruja. ¿Por qué?

-¿Alguno de ustedes -dijo Al, ignorando su pregunta y dirigiéndose al resto de los estudiantes- ha sido criado en un entorno muggle?

Solo uno se animó a levantar la mano, aunque sin duda no debía ser el único. Albus lo reconoció con facilidad, pues se trataba de Michael Milton, capitán del antiguo equipo de Quidditch de Slytherin y actual Equipo Rojo.

-Soy hijo de muggles -dijo el joven de diecisiete años.

“Interesante. Él y Ash Bennett son los únicos dos hijos de muggles que han sido enviados a Slytherin en lo que va del siglo XXI, al menos que yo sepa. Debo averiguar más sobre él”, pensó Albus, pero se limitó a decirle:

-Bien. ¿Podrías decirle a Wendy, si es que lo sabes, qué ocurre con los cuerpos que son donados a la ciencia?

-Los muggles los utilizan para el entrenamiento de sus doctores… o sea, lo que nosotros llamamos Sanadores. Eso implica que los cadáveres son utilizados para que los estudiantes de Medicina practiquen operaciones. Los abren, les extraen órganos, o les colocan los de otros muertos, les amputan extremidades…

Los rostros de muchos alumnos, incluyendo el de Wendy, se torcieron con muecas de asco. Los magos y brujas estaban acostumbrados a su propia medicina, una medicina que prescindía completamente del bisturí, las jeringas y otros instrumentos que a un muggle le habrían parecido absolutamente normales, pero que a los magos les resultaban repulsivos. Los Sanadores curaban enfermedades y heridas con pociones y hechizos, casi siempre indoloros. Los transplantes de órganos y las donaciones de sangre nunca eran necesarios, y si bien en rarísimas ocasiones había que amputar alguna extremidad, casi siempre podía hacérsela crecer de nuevo.

-Gracias, Michael. Así que, como verás, Wendy, la “dignidad de ese pobre hombre” no estará mucho más a salvo en manos de los muggles que en las nuestras.

-Los Inferi son criaturas repugnantes -dijo Wendy-. Me rehuso a aprender cómo crearlos.

-Uno nunca sabe qué hechizo puede serle útil en medio de la batalla -dijo Al con serenidad-. ¿Prefieres ser una bruja muerta pero honorable, o una bruja pragmática, pero viva?

-Sus sofismas no van a convencerme de nada -dijo Wendy, cruzándose de brazos.

-Está bien. Entonces me temo que tendré que eliminarte… -respondió Albus, y durante algunos segundos todos contuvieron el aliento- de mi lista de estudiantes. Si no quieres aprender este contenido de la materia, entonces no podrás aprobar tu EXTASIS.

Wendy lo miró desconcertada, como si hubiera esperado que Albus la castigara con la Cruciatus o la enviara a Azkaban por su insubordinación. Al ver que el profesor no tenía nada más que decirle, se puso la mochila al hombro y salió del salón.

-Bien, al resto: primero que nada, les mostraré el hechizo. Como muchos otros maleficios antiguos, el que se emplea para la creación de Inferi está en gaélico. Se llama… -Al se acercó al pizarrón y escribió las palabras “Cha Mairbhe”- y se pronuncia “shamarbe”. Deben aprender a pronunciarlo correctamente antes de intentar usarlo.

Durante unos pocos minutos, Albus se dedicó a ayudar a los chicos y chicas a pronunciar Cha Mairbhe, y cuando estuvo satisfecho, se volvió hacia el cadáver de Ferguson.

-Ahora verán con sus propios ojos el maleficio. ¡Cha Mairbhe!

Los adolescentes pudieron ver de inmediato cómo el cuerpo era envuelto por unos tentáculos de luz violácea, que se desvanecieron en un abrir y cerrar de ojos. Entonces el Inferius se levantó de la mesa, con movimientos grotescamente torpes, y dio un par de pasos en dirección a su creador.

-El difunto señor Ferguson ahora está bajo mi dominio. Puedo hacer que haga lo que yo desee. Miren.

El Inferius levantó uno de sus brazos lentamente y se rascó la cabeza, haciendo que un par de muchachos soltaran una risita nerviosa. Luego comenzó a aplaudir, y el sonido, si bien no tenía nada de anormal, llenó de pavor a todos los presentes. Los aplausos de un muerto eran como una voz de ultratumba. Al ver esta reacción, Albus hizo que el Inferius se detuviera y volviera a acostarse en la mesa. Cuando lo hizo, el profesor dijo:

Finite Incantatem.

El cadáver quedó, entonces, totalmente inmóvil.

-Ahora me gustaría que alguno de ustedes lo intente.

Hubo un silencio sepulcral. Todos los estudiantes esquivaban la mirada del profesor Potter, no queriendo ser los elegidos para utilizar el maleficio. Hasta que finalmente uno de los chicos se puso de pie. Nuevamente, era Michael Milton.

-Yo lo haré.

Albus miró a Michael aún con mayor atención que antes. Era un poco más alto y corpulento que él, y tenía un rostro que habría sido perfecto de no ser por su nariz prominente, que lo afeaba pero también le daba cierta personalidad. Parecía ser mayor de los diecisiete años que tenía, en parte por su avanzado desarrollo físico y en parte por sus ojos azules, que tenían una expresión permanentemente cautelosa. Cuando el muchacho se levantó de su silla, Al notó algo interesante: una de las chicas, la que a su juicio era la más bella del grupo, pareció sobresaltarse ligeramente por unos segundos. Evidentemente la joven sentía algo especial por Milton, pero a juzgar por el hecho de que de inmediato quiso ocultar su reacción atemorizada, deseaba mantenerlo en secreto. Aún no conocía los nombres de sus estudiantes, pero tendría que averiguarlos pronto.

-Gracias, Michael -dijo Albus respetuosamente-. Ya sabes cómo pronunciar el hechizo, ahora te explicaré cómo debes utilizarlo. Quiero que mires el cuerpo con la mayor atención posible. Intenta memorizar su contextura física, su apariencia, todo. Debes tener una imagen mental del cadáver de Ferguson. Luego debes imaginártelo moviéndose, haciendo lo que sea que tú quieres que haga. Es necesario que la fantasía sea lo más vívida posible. Cuando estés listo, piensa en esa fantasía, y al mismo tiempo apúntale al cadáver con la varita y pronuncia el hechizo.

Milton asintió con la cabeza, miró al cuerpo durante quince o veinte segundos y luego cerró los ojos. Casi un minuto después, levantó la varita y, todavía con los ojos cerrados, dijo:

Cha Mairbhe!

Tras los habituales rayos violáceos, el cadáver de Ferguson levantó un brazo y lo mantuvo en el aire. Michael abrió los ojos y, pese a toda su serenidad, no pudo evitar que un breve destello de miedo atravesara sus ojos.

-Muy bien, Michael. A mí me costó más hacerlo la primera vez -dijo Al-. Ahora, si no te molesta, intenta que haga más cosas. Por ejemplo -añadió, apuntando con su varita al techo-, intenta que golpee esto.

Albus lanzó un hechizo e hizo que se materializase una bolsa de arena, sostenida por una cadena, que descendió desde el techo hasta la altura del grupo. Milton volvió a cerrar los ojos, y poco después el Inferius se levantó de la mesa y avanzó hacia el saco con aún más torpeza que cuando Al lo manejaba. Cuando llegó a su objetivo, levantó nuevamente el brazo y descargó un puñetazo sobre la bolsa. El sonido de su puño chocando contra ella hizo que todos dieran un respingo.

-Creo que eso es suficiente, Michael. Gracias.

***

Al caer la noche, y después de cenar en el Gran Comedor junto a sus nuevos colegas y alumnos, Albus y Agamenón decidieron ir a Hogsmeade a tomar unos tragos. El Hacedor de Reyes continuaba sintiendo bastante desdén hacia su tío Percy (a quien, cuando estaba muy irritado, llamaba “Weatherby”), pero admitía que había sido muy útil darle el cargo de ministro. Percy era quien se dedicaba a las tareas cotidianas del gobierno, mientras que Albus solo intervenía para impulsar y supervisar sus reformas, y podía dedicar gran parte de su tiempo libre a la enseñanza. De haber asumido todo el poder, le habría resultado imposible ser profesor.

-Ahora, antes de que entremos en el castillo -dijo Al mientras caminaban de regreso a Hogwarts, un poquito achispados por el whisky de fuego que habían tomado en Las Tres Escobas-, dime, ¿cómo estuvo de veras tu primer día? ¿Te tocó algún alumno detestable?

-No, al menos hoy no. Solo trabajé con los de tercero y los de quinto, aún me falta conocer a los de los otros años. ¿Y a ti?

-Solo una. Ex Gryffindor, probablemente. Pero no duró mucho. Se negó a aprender cómo crear Inferi, así que le dije que abandonara la materia.

-Vamos, Al, entiendo que creas que es útil aprender un poco de Artes Oscuras, pero los Inferi

-No recuerdo que te quejaras cuando Frida Von Papen nos lo enseñó en Durmstrang -lo interrumpió Albus con dureza.

-Eso era diferente. Nos estábamos entrenando para una guerra. Ahora se supone que ha vuelto la paz, no necesitamos llegar tan lejos.

-No seas ingenuo, Agamenón. La creación de Inferi, como los demás maleficios oscuros, son cosas que deben aprender. No alcanza con decirles que si alguna vez se topan con un Inferius tienen que usar un Incendio para repelerlo, necesitan saber todo sobre ellos. Por eso, cuando les enseñe a los de tercero sobre los hombres lobo…

-¿Qué harás, traerles uno para que lo vean? Será un poco dificil conseguir uno.

-Ya verás. Pero bueno, basta de trabajo. Me está doliendo un poco la cabeza, no puedo esperar para volver a mi cama.

-¿A Valerie no le molesta que vayas a pasar la noche aquí?

-Es la tradición. Hay profesores y profesoras que tienen sus propias familias y pasan la noche en sus casas, pero en la primera semana todos duermen en el castillo.

-Lo tomaré en cuenta si yo alguna vez formo una familia -dijo Agamenón, y pese a que sus sentidos estaban un poco embotados por el alcohol, a su amigo no le costó detectar la ligera melancolía que había en su voz.

-No digas “si alguna vez formo una familia”, di “cuando forme una familia”.

-Seré el solterón del grupo, creeme -dijo Agamenón, sonriendo tristemente.

-Por Merlín, hombre, no seas pesimista. Seguro conocerás a muchas chicas…

-Oye, ¿qué es eso?

-No cambies de tema…

-¡No, tonto! ¿No viste esa luz, en la ventana?

Albus levantó la vista y vio un destello rojizo en una de las ventanas del primer piso. Pudo escuchar a alguien vociferando un hechizo.

-Es en el cuarto de los de quinto. ¡Vamos! -gritó Albus, sacando su varita y corriendo hacia las puertas del castillo. No se molestó en golpear para que el viejo Argus Filch le abriera, alcanzó con un movimiento de la Varita de Saúco para abrir de par en par las pesadas puertas. El Hacedor de Reyes voló hacia las escaleras y al poco tiempo estaba frente a la entrada de la sala común de quinto. Había esperado encontrarla violada, pero su retrato, un labrador del siglo XVII, le pidió tranquilamente la contraseña.

-¡Mapamundi invertido! -exclamó Al, que había insistido en conocer y memorizar las siete contraseñas, y el cuadro le abrió paso. Solo vaciló un poco al no saber si entrar al cuarto de los chicos o de las chicas, pues no sabía orientarse con respecto a cuál ventana exactamente era por la cual había visto el hechizo. Siguiendo una corazonada, entró al dormitorio de varones. Pero en vez de hallar enemigos, se encontró con dos muchachos fuera de sus camas (mientras el resto se había escondido bajo las suyas, para no ser alcanzados por los hechizos). Uno estaba en el suelo, y el otro tenía un pie apoyado sobre su pecho y le apuntaba con su varita.

-¿QUÉ SIGNIFICA ESTO? -rugió Al.

-¡Me atacó, profesor! -dijo el chico que estaba tirado en el suelo- ¡Me acusó de ser un lacayo de usted y luego empezó a lanzarme hechizos!

-¡Es mentira! ¡Él me llamó…!

Expelliarmus -dijo Albus, interrumpiéndolo y quitándole su varita mágica-. Quita tu pie de ahí.

Si bien miró al Hacedor de Reyes con hostilidad, el joven le hizo caso.

-No me importa qué pasó. No quiero saber quién comenzó esta pelea. Probablemente los dos hayan tenido su cuota de responsabilidad. Apuesto a que tú -dijo al chico que hasta recién había estado en el suelo- eres, o más bien eras de Slytherin y que tú -añadió, dirigiéndose al otro muchacho- eras de Gryffindor. Bien, quiero que sepan algo ustedes dos, y que hagan correr la voz: este tipo de peleas entre miembros de las extintas Casas rivales no son solo un problema disciplinario para mí. Aquellos que desaten o que participen en dichas peleas son un problema político. Porque ustedes están estorbando mis planes para lograr, entre muchas otras cosas, la verdadera unidad de todos los estudiantes del colegio. ¿Realmente quieren interponerse en mi camino? Magos y brujas mucho mejores y de mayor edad que ustedes han pagado el precio más alto por eso. Las cosas han cambiado…

-¡Sí, las cosas han cambiado, sangre impura! ¡Ahora uno de los nuestros manda en el colegio y el país! -le gritó triunfalmente el chico a quien Albus había identificado como ex Slytherin al aparente ex Gryffindor. El ex Gryffindor, evidentemente un hijo de muggles, quiso lanzarse contra su enemigo, pero Albus puso un Protego entre ambos. El ex Slytherin esbozó una sonrisita triunfal, pero en cuestión de segundos se encontró empujado contra la pared, con la varita de Albus en la garganta.

-Evidentemente tienes serios problemas de aprendizaje, mocoso. Yo quiero la unificación total de las Casas, no el predominio de una sobre las otras. Y definitivamente no toleraré insultos racistas en mi colegio. ¿Cómo te llamas?

-Bulstrode. Tim Bulstrode.

-Bien, Tim, mañana hablaré con el director y me aseguraré de que seas suspendido del colegio por tres semanas.

El joven Bulstrode quedó anonadado ante la perspectiva de ser enviado de vuelta a su casa a menos de dos días de su llegada al colegio. El temor al castigo de sus padres era evidente, lo cual llenó a Albus de satisfacción. Seguramente recibiría una buena paliza y se lo pensaría mejor antes de andar por ahí llamando “sangre impura” a la gente.

-En cuanto a ti… ¿Cómo es que te llamas tú? -dijo, volviéndose hacia el ex Gryffindor.

-Walter Phillips.

-Bien, Phillips, tú tendrás dos semanas de castigo conmigo. Ahora vuelvan a dormir. Y si llego a escuchar que ustedes dos han intercambiado la más mínima palabra, así sea solo un “buenos días”, haré que los expulsen.

Albus dio media vuelta y salió del cuarto, mientras los demás chicos, que habían salido de sus improvisados escondites, se metían de vuelta en sus camas.

-No estuvo mal -dijo Agamenón, que lo había seguido y había contemplado toda la escena desde la puerta.

-Tuve que contenerme para no tirarles una Cruciatus a los dos idiotas -dijo Al con fastidio-. Y ahora mataré a cualquiera que se interponga entre mi cama y yo.

NOTAS

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La implosión


Louis Rosier, su novio y su hermana se Aparecieron en el pequeño camino de tierra que llevaba a la mansión de su familia en Lyon. Apenas sus pies tocaron el suelo pudieron ver cómo uno de los elfos domésticos desactivaba el Encantamiento Desilusionador que había empleado para ocultarse de las posibles —aunque poco probables— miradas de los muggles de la zona.

—¡Estoy tan feliz de volver a ver a la joven ama Valerie y al joven amo Louis!

A Lysander no se le escapó el detalle que el elfo se dirigió primero a la hermana de su novio y luego a Louis. Aunque su familia no era tan próspera como para poseer elfos domésticos, Lysander había sido criado con muchas de las antiguas costumbres de las viejas familias mágicas y sabía que el elfo solía dirigirse primero al amo con mayor autoridad. Lysander ya conocía lo bastante bien a su “cuñada” como para saber que ella era quien llevaba la voz cantante, pero lo sorprendió comprobar que ese poder parecía remontarse a la infancia de ambos. No obstante tuvo el buen tino de no decir nada al respecto.

Christine y Michael Rosier recibieron a los tres jóvenes en uno de los salones más pequeños e íntimos de su mansión. Eran ya las siete de la tarde y el sol comenzaba a ocultarse, por lo que no faltaba mucho para que debieran pedir a los elfos que encendieran las velas. Era la primera vez que Lysander veía a los padres de su novio. Michael parecía agradable, aunque algo tímido; a sus ojos era un poco similar a Louis cuando era más joven, en sus primeros años en Hogwarts. Christine, en cambio, le recordó vivamente a Valerie. En lo físico había algunas pequeñas diferencias (Christine tenía una nariz un poco más fina y llevaba el cabello más corto que su hija), pero la actitud era exactamente igual.

Lysander habría descrito la conversación con sus “suegros” como deliberadamente insustancial. Lo único que Michael y Christine parecían querer saber era cómo había estado el clima en Gibraltar, y si Fulano o Mengano habían ido a la conferencia, y cómo habían sido los espectáculos que Albus les había preparado… Hasta que en un momento, Michael Rosier se levantó de su sillón, miró a su hijo y a su novio y les dijo:

—Chicos, ¿quieren ir a dar una vuelta conmigo por el jardín?

—Claro, papá —dijo Louis enseguida. Aparentemente “dar una vuelta por el jardín” debía ser un código para “Dejemos a tu madre a solas”. Lysander no tuvo inconvenientes en acompañarlos, pero no pudo evitar lanzar una última mirada algo inquieta al salón antes de que cerraran la puerta.

***

—Bueno, madre, imagino que habrás mandado a los hombres fuera para disculparte conmigo en privado. Lo entiendo, es lo que yo habría hecho en tu situación —dijo Valerie, apoyando el mentón sobre sus manos entrelazadas.

—¿Disculparme? —dijo Christine, como si estuviera diciendo una palabra obscena— ¿Por qué debería hacer tal cosa?

—Porque hace años, cuando me acusaron de matar a Hugo, tú no moviste un dedo para salvarme. Me dejaste librada a mi suerte.

—Creí que eras culpable. Y eso lo lamento mucho, pero fue culpa de Servilia Crouch.

—No te importó que yo fuera culpable —dijo Valerie—. Solo querías preservar tu status social, y para eso debías repudiar a tu hija criminal.

—Pues déjame decirte algo, jovencita: aún considerando tu inocencia del crimen del cual te acusaron, fuiste tú quien puso en peligro mi… nuestro status social. Tú aceptaste participar de ese plan alocado para raptar a Crouch. Debiste saber que estabas jugándote no solo la vida, sino tu buen nombre, el buen nombre de la familia. Y eso por no mencionar el mero hecho de que estés con ese chico…

—Ese chico tiene nombre, madre.

—¡Potter! ¡Albus Potter! Alguien totalmente indigno de limpiarle los zapatos a una Rosier.

—Es digno de eso y mucho más.

—¡Bah! ¿Quién es él? ¡El hijo segundón de una familia que perdió la pureza de su sangre mucho antes de que él naciera! ¡El nieto de una sangre impura! ¡Y un criminal que solo logró encaramarse en el poder porque en Gran Bretaña todos son unos cobardes que no han sabido ponerlo en su lugar!

—¡Él se ha “encaramado”, madre, porque es el más grande mago viviente! ¡No hay nadie que pueda rivalizar con él en inteligencia o en poderío!

—Es un coloso con pies de barro, hijita —dijo Christine con una sonrisa—. Caerá muy pronto. Y es por eso que quise verte. He hablado con los Zabini…

—¿Qué?

—Sí, envié una carta a Blaise y él me respondió. Me dijo que su hijo está más que dispuesto a aceptarte si vuelves con él.

—¿Estás loca?

—¡No, hija, tú eres quien está loca! ¡Loca al rechazar a un joven rico, apuesto e infinitamente más respetable que ese Potter!

—Lo único que te concedo es que Antoine le gana a Albus en atractivo físico, ¡porque Al es mucho más rico y respetable de lo que jamás será él!

—¡Abre los ojos! ¡El hombre que has elegido es un tirano! ¡Todos lo odian! ¡El “respeto” que crees ver es apenas la adulación de hombres como ese Fedden! ¡Sí, he escuchado hablar de Fedden! Tengo amigos al otro lado del Canal, amigos que me cuentan todo lo que no sale publicado en los periódicos.

—¿Por qué no abres tú los ojos, mami? —dijo la muchacha, mirándola con odio—. ¿Crees que no sé por qué haces esto? ¡Porque tú fracasaste en tu matrimonio! ¡Por eso quieres que elija a la clase de hombre que tú habrías querido como marido! ¡Apuesto a que por las noches sueñas con volver a ser joven y casarte con alguien como Antoine! ¡O peor aún: quieres que sea mi marido para tenerlo cerca, mimarlo, quizá hasta conseguir que te haga pasar un buen rato cuando yo me distraiga! Seguro que estás con muchas ganas de probar carne más joven y firme que la de papá. Pues déjame decirte esto: puedes quedártelo. Antoine es todo tuyo. No te lo disputaré. Yo me quedo con Albus.

“¿Crees que no sé nada de la vida? ¿Crees que no te conozco a ti, que no conozco a papá? Él es de sangre pura y tiene bastante dinero, pero esas son sus dos únicas virtudes. Es un débil, flojo, pusilánime, impotente…

—¿Cómo te atreves a decir esas cosas de tu padre?

—¡Oh, no te hagas la esposa modelo ahora! ¡Son todas cosas que te escuché decirle a él desde que era niña, sin que ustedes lo supieran! Papá ha sido una decepción para ti desde que se casaron. ¡Y también la progenie que has tenido con él! Una hija que se enamora de un criminal mestizo y un hijo que no te dará descendencia porque prefiere a los varones.

—Tú sabes que nunca he objetado la elección de tu hermano.

—¡Porque me tenías a mí cuando lo supiste! Una hija que esperabas que se casara con Antoine Zabini y te daría esos nietos perfectos con los que sueñas. ¡Y cuando yo lo dejé por Albus ya era demasiado tarde para que volvieras tu atención a Louis y lo obligaras a procrear… cosa que estoy segura que preferirías!

—No quiero escuchar más groserías —dijo Christine, levantándose de su sillón—. No te echaré de mi casa, pero después que concluya tu visita no quiero que vuelvas nunca… al menos mientras sigas junto a ese muchacho repelente.

—¡Claro, debes mantener las apariencias! ¡Echarme de la mansión sería muy escandaloso! ¿Qué podrían pensar tus amigas? —se burló Valerie.

***

Concluido su paseo, y mientras otro de los elfos le mostraba a Lysander la habitación que compartiría con Louis durante su visita (Louis conocía la mansión como la palma de su mano, pero aquella era la primera visita de Lysander, y él temía perderse en una mansión tan grande), Michael Rosier le pidió a Louis charlar a solas en su despacho. A diferencia de lo que habría ocurrido si su madre le hubiera hecho un pedido así, Louis no se sintió nervioso. Su padre no le inspiraba la misma clase de temor que su madre. Su padre, en verdad, era casi un desconocido para él.

—Tengo que felicitarte, hijo —dijo Michael afectuosamente—. Lysander es un chico encantador.

—Gracias.

—Me alegra mucho que ya no estés solo. Temí que el perder a alguien a quien querías siendo tan joven…

—Estoy bien, papá. Siempre sentiré la ausencia de Hugo, pero Lysander es muy bueno conmigo.

Michael sonrió a su hijo y, tras recostarse sobre la pared, cerca de una ventana, dijo:

—También quiero pedirte disculpas.

—¿Por qué?

—Por haberme casado con tu madre.

—¿Qué quieres decir?

—Durante años me dije que no era mi culpa, que mi madre y mi abuela eligieron a Christine para que fuera mi esposa, pero ahora comprendo que estaba equivocado. Yo tenía diecisiete años cuando me casé. Era aún mayor que tu hermana cuando ella y Albus Potter empezaron a estar juntos, desafiando la voluntad de tu madre. Y tú tampoco elegiste el compañero que ella hubiera preferido; aún en el caso de que aceptara por completo tus preferencias, Christine habría optado por alguien de una familia más ilustre que los Weasley para ti.

“Yo tenía diecisiete años, era ya un mago adulto en control de mi fortuna, y el único que hubiera podido desheredarme, mi padre, había muerto años atrás. Estaba sui iuris. Y sin embargo acepté a Christine: era una muchacha bonita y no quería disgustar a tu abuela y tu bisabuela.

“Lo que nunca hubiera imaginado es que Christine era igual a mi madre: fría, dominante, interesada solo en su status social y la pureza de la sangre… Si el único perjudicado hubiera sido yo, entonces no me sentiría tan mal. Pero eso repercutió sobre tu hermana y sobre ti. Ustedes merecían una madre mejor… y también un padre.

—Papá: si nosotros hubiéramos tenido a un padre o una madre mejores que ustedes, no seríamos nosotros. Seríamos completamente diferentes.

—Lo sé. Aún así, quiero disculparme. Me gustaría que hubiesen tenido una mejor infancia de la que tuvieron.

—Podría haber sido mucho peor.

—Eso es cierto. Lo que me maravilla constantemente de ti, Louis, es que, habiendo sido criado con tan poco cariño, seas una persona tan bondadosa —dijo Michael, apoyándole una mano en el hombro.

—Tú también lo eres. El que no hayas tenido la fuerza necesaria para enfrentarte a mamá, o a tu familia, no te hace una mala persona. Todos tenemos debilidades.

—No tu madre. Ella tiene defectos, pero no debilidades. Nunca se permite debilidades, ni tolera las de los demás. Y sospecho que lo mismo pasa con tu hermana.

***

—¿Cómo ha soportado el reino mi ausencia? —dijo Albus, sonriente, al entrar en la oficina de Isaac y extender los brazos. Con una risita, Isaac lo abrazó y dijo:

—No seas tonto, solo estuviste una semana fuera.

—Aún así, considerando lo poco que hemos estado gobernando, es un largo tiempo para dejar el país.

—Todo ha ido bien. Scor tiene buena cabeza para la organización, ¿sabes? Las reformas en Azkaban están a toda máquina. Me sorprende cómo puede estar todo el día yendo y viniendo por la prisión, dando instrucciones y evitando que cometan errores, sin cansarse y sin dejar nada al azar.

—Si te paras a pensar, es cosa de familia. Manejar una mansión enorme como la de los Malfoy, aún con la ayuda de todos esos elfos domésticos, debe requerir una mente capaz de recordar pequeños detalles. Está en sus genes.

—¿Imaginaste eso cuando lo nombraste? —preguntó Isaac con sagacidad.

—Es posible —dijo Albus—. Hace años que los conozco. Sé cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos débiles… excepto contigo.

—¿Sí? —preguntó Isaac, impávido— ¿Y por qué conmigo no?

—Puro azar. Hemos pasado muchos años alejados. Tú aquí en Gran Bretaña haciéndote una carrera y yo allí en Durmstrang entrenando. No pude ver cómo te convertías en lo que eres ahora.

—No te perdiste mucho, créeme. ¿Quieres tomar algo?

—Jugo de calabaza, si tienes. Lo más frío posible.

Albus esperaba que Isaac le mandara un memorando volador a su secretaria pidiéndole las bebidas, pero el pelirrojo se levantó de su silla, asomó la cabeza fuera y le solicitó personalmente a la chica que las trajera.

—¿Aún no te acostumbras a los memos?

—Me parece un desperdicio usarlos para pedirle algo a tu secretaria, si está en la habitación contigua. Además, me sirve para tenerla vigilada. He notado que los secretarios y secretarias cuyos jefes les piden cosas por memo tienden a ser perezosos. Saben que solo verán a su jefe o jefa cuando entre a su oficina al comenzar el día, salga a almorzar o a alguna de las reuniones que tiene agendadas, y se vaya a su casa, así que se pasan casi todo el día intercambiando chismes o leyendo Corazón de Bruja o alguna revista de Quidditch o incluso escuchando la Red de Ondas Hechizantes en vez de trabajar.

—Me sorprende lo bien que conoces esta clase de cosas.

—Soy un buen observador.

—Hablando de observar… yo he observado que esa estatua era de… cierto individuo desaparecido.

El nombre de Dawlish era casi un tabú para Albus. El haber violado el espíritu de su Juramento Inquebrantable con él era algo que lo seguía intranquilizando.

La estatua a la que Albus hizo referencia era de una mujer, o al menos eso parecía a primera vista. Al mirarla con más atención podían verse dos rostros adicionales esculpidos a los costados de su cabeza, en donde deberían haber estado las orejas. La estatua era blanca y medía unos cuarenta centímetros. Isaac la había colocado encima de una mesita, entre dos jarrones con flores.

—Sí, la encontré en su oficina. Era muy devoto.

—Lo mismo que todas las viejas familias.

—Tú eres de una familia mágica antigua y no crees en ella.

—Eso es porque mi padre no fue criado por mis abuelos sino por muggles y porque mi… —había estado a punto de decir “madre”, pero logró corregirse a tiempo— familia materna nunca le ha dado gran importancia a las antiguas creencias, pese a ser de sangre pura. Y cuando crecí lo suficiente como para poder elegir yo mismo una religión —añadió, recordando el tiempo que había pasado en París tras su regreso de Guinea Ecuatorial, época durante la cual se había consolidado su ateismo—, terminé llegando a la conclusión de que no existen los dioses. Ni el Dios de los muggles ni esta “triple diosa” de los de nuestra clase.

—Bueno, “nuestra” diosa tiene una ventaja sobre el de los muggles.

—¿Cuál?

—Según me han dicho, “es infinitamente misericordiosa con los infieles. Pero no tiene la menor compasión por los apóstatas”. Todos me repiten esa frase, textualmente.

—¿O sea que si creo en ella, y luego dejo de creer…?

—No, no es tan fácil convertirse en apóstata. Es algo un poco enigmático. Parece que para ser un apóstata, un verdadero apóstata, debes atentar contra la diosa… o ayudar a alguien que lo haya hecho.

—No tiene ningún sentido —dijo Albus.

—Tampoco para mí. Pero me gusta esa estatua. Al margen de que yo coincido contigo en que esa diosa no existe y que es el mismo tipo de superstición que el dios de mis padres… representa algo. Representa nuestra identidad, nuestro pasado.

—Y es una bonita estatua. Es más, si ignoras las dos caras extra, valdría la pena llevarse a la cama a esa mujer.

—¡Apóstata! —gritó Isaac, señalándolo con el dedo, con una expresión de falso rigor— ¡Oh, Gran Madre, baja aquí a darle unas buenas nalgadas a Albus Severus Potter, que ha osado decir que violaría tu sacrosanto cuerpo con su indigno pene!

Y fue así que los encontró la secretaria cuando entró a traerles las bebidas: a Albus retorciéndose de risa en su silla y a Isaac de pie apuntándole con el dedo y luchando por no unirse a las risas de su amigo. Temiendo que se hubieran vuelto locos (y temiendo por su seguridad personal si alguien tan peligroso como el Hacedor de Reyes perdía la cordura justo en ese momento y en ese lugar), la muchacha dejó la jarra de jugo y los dos vasos encima de la mesa y se fue enseguida, olvidándose de servirles el jugo.

—Pobre chica —dijo Albus—. La hemos asustado.

—Se repondrá, no te preocupes.

—Oye, ¿tú ya te la has…?

—¡Vamos! Sería demasiado fácil. Por no mencionar que luego la chica se pensaría que nuestra relación ya no es la de un jefe y su empleada sino la de un novio y una novia, perdería el temor a que la despida, se volvería haragana e ignoraría mis advertencias… Y finalmente tendría que demostrarle que no soy su novio de la única manera posible: despidiéndola. Tras lo cual —no sin antes tener que soportar sus lágrimas y reproches— vendría el esfuerzo de conseguirme otra secretaria igual de buena.

—O un secretario. En ese caso el ciclo no se repetiría.

—Una vez sería demasiado. De todos modos, ya te lo dije antes: acostarse con la secretaria es demasiado fácil. La ves todos los días, está aquí para todo lo que necesites… Es casi un mandato.

—Tú prefieres presas más difíciles. Como mi hermana…

—Ya no me interesa. O más bien, comprobé que ella no se interesa por mí.

—¿Ah, sí?

—Intenté… acercar posiciones, por así decirlo, hace un tiempito. Pero me rechazó.

—¿Crees que eso signifique que Agamenón por fin tendrá una oportunidad?

—Solo si la aprovecha.

—Pobre tipo. Hace años que viene queriendo que mi hermana se fije en él. Y hablando de amores no correspondidos… Dime algo, ¿por qué no me dijiste lo de Ash?

Isaac se tensó. El cuestionamiento de su amigo había sido totalmente sorpresivo. Al había querido atraparlo con la guardia baja.

—¿Qué pasa con Ash? —atinó a responder.

—Isaac, tú no tienes un pelo de tonto. Sabes perfectamente qué pasó con Ash.

—Sé lo mismo que los demás: que tuvieron diferencias, pero luego se reconciliaron.

—Ash y tú son muy cercanos. ¿Esperas que crea que él no te dijo lo que sentía por mí?

—Yo…

—No me salgas con que no sabes de qué te estoy hablando —le advirtió Albus.

—Supongo que no tiene sentido negarlo —dijo Isaac en tono resignado—. Sí, él me lo contó. Hace años que lo sabía.

—¿Y por qué no me dijiste?

—Era un secreto entre Ash y yo.

—No. No era un secreto entre él y tú. Era un secreto entre él y yo. Me involucraba a mí.

—Él me hizo jurar…

—Claro, te hizo jurar —lo interrumpió Albus groseramente—. Y parece que atenerte a tus juramentos es más importante para ti que mi bienestar, o el de Ash.

—¿El de Ash?

—Exactamente. Si yo hubiera sabido que Ash estaba enamorado de mí, entonces habría tenido más cuidado en mi forma de relacionarme con él. No digo que me hubiera alejado, pero sí hubiera evitado la clase de situaciones como aquella en la cual él me besó. Una vez que él lo hizo, cruzamos el Rubicón. Concebí uno de esos planes tan brillantes y al mismo tiempo absurdos que a veces se me ocurren, y con las mejores intenciones creo que terminé hiriendo sus sentimientos mucho más que si simplemente lo hubiera rechazado. Todo porque tú no quisiste decirme a tiempo cuáles eran sus sentimientos.

—Lo haces sonar como una traición —dijo Isaac, con el rostro ensombrecido.

—No. No fue una traición. Pero me decepcionaste, Isaac. Se supone que eres un Slytherin.

—¡Lo soy! —estalló Isaac— ¡Creo haber demostrado que tengo capacidad y que te soy absolutamente leal! ¡Hice todo lo que me pediste durante años! ¡Y lo seguiré haciendo, por más que tenga que soportar estas escenitas! Te debo la vida, ¿recuerdas? Si te traicionara, quedaría maldito para siempre. Sería como beber sangre de unicornio. Pero hay algo mucho más importante: ¡eres mi amigo! ¡Valoro eso tanto como tú! ¡La familia no se elije, pero los amigos sí! ¡Y yo he elegido ser amigo tuyo, con todo lo que eso implica!

Colérico, Isaac se levantó de su silla y se dispuso a irse del despacho, pero Albus fue más rápido, interponiéndose entre él y la puerta.

—Espera.

—¿Qué pasa? ¿Qué otra acusación quieres hacer?

—Por favor, Isaac, perdóname. Lo siento, yo… metí la pata. Quería desquitarme contigo, cuando en realidad la culpa de todo esto fue mía. Yo debí ver las señales y no esperar que me lo dijeran todo.

—Estabas con cosas más importantes en la mente —dijo Isaac, desarmado al verlo hacer algo tan inusual como pedir perdón.

—No cuando estábamos en Hogwarts… porque empezó entonces, ¿no?

—Sí. Pero eras demasiado joven en Hogwarts como para percatarte de esa clase de cosas.

—En Hogwarts hice demasiadas cosas para las que era demasiado joven. Es más, creo que si alguien escribe una biografía mía, pensarán que más de la mitad de las cosas que me pasaron en el colegio son pura propaganda inventada por mí más tarde para armarme una leyenda. Comenzando con mi duelo con Valerie cuando teníamos… ¿doce años?

—Sí, eso fue demasiado precoz.

—En fin, te pido perdón. Has hecho tantas cosas por mí, y no debería pagarte echándote en cara mis propios errores. ¿Qué te parece si esta noche vamos a cenar, tú y yo…?

De pronto la puerta del despacho de Isaac se abrió, e irrumpió Jezebel Smith, seguida por la secretaria de Isaac.

—Intenté detenerla, señor Prewett… —balbuceó la chica.

—No importa, Fanny. Te he dicho que la señorita Smith puede entrar cuando quiera a mi oficina cuando yo estoy presente —dijo Isaac—. ¿Qué ocurre, Jezzie?

—Hay un Patronus en el Atrio. Quiere hablar con Albus.

—¿Qué tipo de Patronus? —dijo Albus.

—Un ciervo.

***

El Atrio del Ministerio había sido vaciado: los visitantes habían abandonado el edificio y los empleados y funcionarios se habían encerrado en sus oficinas. Solo había un grupo de diez Aurores, además de Scorpius, Ash y Agamenón, que por ser “agentes especiales” también podían participar de los operativos de seguridad. Cuando Albus, Isaac y Jezzie entraron al recinto los magos y brujas, que habían estado rodeando al Patronus, se apartaron. Al pudo escuchar que uno de los Aurores susurraba a su compañero:

—Nunca vi algo así en mi vida.

El Patronus de Harry movió la cabeza hacia él apenas se le acercó, y Albus pudo entender por qué el Auror había hecho ese comentario. Normalmente los Patronus podían ser enviados a un lugar más o menos lejano para dar un mensaje, pero eso era todo. Era como una variante del encantamiento Sonorus: el Patronus transmitía la voz del mago y nada más. Pero este Patronus no había dado un mensaje, había pedido hablar con él.

—Déjenme hablar a solas —ordenó, y los Aurores y sus amigos se alejaron unos cuantos metros, para darles privacidad. Por precaución Albus lanzó un Muffliato.

—Hola, Albus —dijo la voz de su padre, saliendo de la boca del animal plateado.

—Hola, papá. Felicitaciones: nunca vi a alguien usar así su Patronus. ¿Puedes oírme, o también puedes verme?

—Puedo hacer ambas cosas. Es como si estuviera en el Atrio contigo.

—Asombroso. Y muy inteligente de tu parte al hacerlo aparecer aquí en vez de en mi oficina.

—No hubiera podido. Durante la guerra, la Orden del Fénix utilizó los Patronus para comunicarse porque eran una manera más segura que la Red Flu o las cartas, pero después Kingsley y yo pusimos varios encantamientos protectores en el edificio del Ministerio y en Hogwarts para que nadie pueda mandar o recibir Patronus allí. No obstante, el Atrio del Ministerio es un lugar abierto y casi siempre hay personas en él, por lo que no nos pareció necesario poner el encantamiento ahí… lo cual te ayudó mucho hace unos meses cuando lanzaste tu mensaje al país.

—Gracias por toda la información. Eres un libro abierto, papá. Y dime, ¿cómo es que puedes hablar así a través del Patronus?

—He logrado una conexión mucho más íntima con él que la de cualquier otro mago. Es como un trance, durante el cual el Patronus no solo es una emanación de mis mejores sentimientos, sino de mi propia conciencia.

—¿O sea que mientras hablamos tu cuerpo está en algún lugar, acostado en una cama, como en un coma?

—Como dije antes, es más bien un trance, pero sí.

—Y dime, ¿para qué te tomaste tantas molestias? Podrías haber venido personalmente a verme.

—La última vez que nos vimos cara a cara —repuso el ciervo plateado— estuviste a punto de ahogar a tu hermano.

—Nunca hubiera matado a James, papá. Deberías saberlo a estas alturas.

—Hace mucho tiempo que te desconozco. Intenté comprenderte, pero es imposible.

—No soy tan complicado. Siempre quise llegar al poder, tanto legal como ilegalmente. Lamentablemente debí elegir el camino más desviado de todos, pero me llevó a mi destino.

—Guerra, asesinatos, secuestros, desapariciones… ¿A eso llamas “desvíos”?

—Nada hubiera sido necesario si me hubieras ayudado a derrocar a Crouch cuando te lo pedí, en vez de soñar con denunciarla y enjuiciarla. Unidos, tú y yo podríamos habernos deshecho de ella en un abrir y cerrar de ojos. Pero no, tú tenías que ponerte legalista.

—Porque las leyes que tú querías romper, y de hecho has roto, son las leyes que yo ayudé a construir, y juré defender.

—Fue Crouch quien rompió todas las leyes, violentó todas las instituciones.

—Aún así, me niego a comerme a un caníbal. Y, aún admitiendo que mi plan original haya estado errado y que Crouch solo hubiera podido caer por la fuerza, me niego a creer que tú estés obligado a permanecer en el poder.

—Pues me temo que lo estoy, papá. Este país me necesita…

—¿Por qué no dejas que el país decida? Convoca a elecciones de inmediato y preséntate como candidato…

—Qué vergüenza, papá, drogándote a tu edad —lo interrumpió Albus con sorna.

—¿Crees que es delirante que haya elecciones?

—No, creo que es delirante pensar que yo voy a someterme a la voluntad de los electores. ¡Los mismos electores que le dieron el puesto a Crouch para empezar!

—¿Acaso la palabra “democracia” no significa nada para ti?

—Sí: significa un abuso de la estadística.

—La democracia es el único sistema en que puede haber un auténtico progreso. Porque las decisiones del gobierno están respaldadas por una mayoría legítima de sus beneficiarios. Eso significa que son más difíciles de revocar, pues para hacerlo necesitas reunir un consenso igualmente mayoritario y legítimo. Las medidas adoptadas por un dictador pueden ser revocadas por el gobierno siguiente sin que nadie proteste.

—No si ese dictador permanece en el poder suficiente tiempo como para que esas medidas se asienten de forma definitiva. Soy muy joven en comparación con otros gobernantes, y sé que podré seguir en el ruedo durante unos cien años o más. Aún si renuncio a mis cargos en el gobierno, seguiré teniendo el poder. Podría incluso restaurar algo bastante parecido a tu amada democracia si lo deseara. Pero continuaría dando órdenes tras bambalinas, y los ministros de la Magia surgidos de elecciones periódicas tendrían que obedecerme.

—Hay otro camino, Al. ¡Te lo ruego: renuncia! Renuncia a todo. A los cargos y al poder. Convoca a elecciones libres y sométete a la autoridad del gobierno que surja de ellas. Ni tú ni tus amigos serán castigados, tus leyes podrán seguir vigentes e incluso podrían darte algún rol oficial. Pero debes aceptar las reglas democráticas: el poder no puede estar en manos de un solo hombre.

—Ya lo está. Y seguirá estándolo hasta que los magos y brujas británicos estén preparados para gobernarse a sí mismos sin mi ayuda.

—¡Hablas como si fueran niños! ¡Pero no lo son, Al, son personas adultas y plenamente capaces de tomar sus propias decisiones!

—Tú no los conoces como yo: son cobardes, se dejan llevar fácilmente por sus emociones y su codicia, son de mentalidad perezosa y conservadora. ¡Nunca cambiarán por su cuenta! ¡Necesitan que se los obligue a aceptar los cambios!

—Entonces no cederás, ¿verdad? Sigues obstinado en aferrarte a ese poder que conquistaste ilegítimamente.

—Abandonar el poder sería irresponsable de mi parte —dijo Al con firmeza.

—Entonces, hijo, espero que interpretes esto como una advertencia.

—¿Qué co…? —preguntó Al, pero se vio interrumpido por un sonido estruendoso. El suelo bajo sus pies tembló, y él se dio vuelta justo a tiempo para ver cómo la Fuente de los Hermanos Mágicos era completamente destruida por una explosión. Sin embargo, al cabo de unos segundos la bola de fuego que envolvió a las estatuas pareció contraerse hasta desaparecer por completo, dejando tan solo un enorme cráter y un chorro de agua que se disparó hasta el techo. Nadie salió lastimado, porque el fuego no alcanzó a ninguno de los presentes y no hubo ninguna esquirla.

—¿CÓMO MIERDA HICISTE ESO? —rugió Albus, apuntándole inútilmente con la Varita de Saúco al Patronus de su padre, pero el ciervo se limitó a decir:

—Has visto lo que puedo hacer. No me subestimes. Si yo decido utilizar todo mi poder contra ti…

—¡Úsalo! ¡Vamos, úsalo! ¡Aquí estoy, viejo inútil! ¡Ven a buscarme!

—Renuncia, Al. Por favor. Pon fin a esta locura.

Y sin esperar más respuestas de su hijo, el Patronus se esfumó por completo.

NOTAS

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El agradecimiento


El edificio que albergaba a la Confederación Internacional de Brujos, a los ojos de los muggles, era tan solo un cafetín cerrado muchos años antes. El hecho de que tantas personas entraran y salieran del local no sorprendía a nadie, pues estaba situado en el barrio más exclusivo de Viena, y rodeado de toda clase de negocios lujosos. Un lugar tan bien ubicado debía tener montones de aspirantes a comprarlo. El hecho de que los compradores muchas veces fueran los mismos, que visitaban una y otra vez el local y estuvieran allí varias horas, nunca se les pasaba por la cabeza a los muggles, gracias a los hechizos repelentes que lo protegían.

La sede de la Confederación era subterránea, al igual que casi todos los edificios mágicos de importancia ubicados en áreas urbanas. La decoración era exquisita, con mucho mármol blanco y oro, y varias fuentes que llenaban los pasillos y el recinto donde sesionaban las delegaciones con el agradable sonido del agua corriendo. Muchos sospechaban que quienes diseñaron el edificio eligieron colocar las fuentes por motivos más psicológicos que decorativos: el ruido tendía a tranquilizar a las personas, y podía ser un factor decisivo para mantener un tono civilizado durante las deliberaciones. Otro elemento que se repetía continuamente eran los jarrones con amapolas, cuya fragancia también era omnipresente.

Ese miércoles la asamblea general de la Confederación celebraba una sesión, en la cual participaría por primera vez desde el coup d’etat de mayo la delegación británica. Y la sesión había sido convocada, casualmente, para tratar una moción presentada por los delegados ingleses antes del derrocamiento de la ministra, hecho que provocó que la Confederación los excluyera del organismo temporalmente. Solucionado el problema tras la conferencia en Gibraltar, la delegación fue nuevamente invitada a la asamblea.

Al entrar los delegados británicos (que seguían siendo los mismos que bajo el gobierno de Crouch, pues Albus no consideró necesario reemplazarlos), las restantes representaciones los recibieron con un aplauso, aunque varios diplomáticos no ocultaban su desconfianza. El embajador armenio en la Confederación, que ejercía la presidencia pro tempore de la asamblea, esperó a que los aplausos se acallaran para decir:

—Buenas tardes. La sesión del día de hoy estará dedicada a tratar el proyecto de resolución presentado el diez de mayo por los representantes del Ministerio de la Magia del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Primero daremos lectura a dicho proyecto:

Artículo 1º: Se declara al Instituto Durmstrang de Magia y Hechicería sometido a la jurisdicción de la Confederación Internacional de Brujos.

Artículo 2º: Se crea un Subcomité Especial dentro del ámbito del Comité de Educación de la Confederación, cuya función será designar y remover al director del Instituto Durmstrang, diseñar y aprobar los diseños curriculares y aprobar los nombramientos de profesores y de todo otro personal del Instituto realizados por el director.

Artículo 3º: El Subcomité Especial también se encargará, dentro de los primeros seis meses después de su creación, de investigar las versiones acerca de un uso indebido de la magia por parte de los alumnos y profesores del Instituto. Durante ese tiempo tendrá plena autoridad para visitar e inspeccionar el Instituto. Finalizado el mencionado lapso, deberá presentar un informe a esta asamblea y recomendar las medidas que considere necesarias para el castigo de los delitos que puedan haberse cometido.

Artículo 4º: El Subcomité Especial deberá estar compuesto por cinco miembros, tres de ellos rotativos y dos permanentes.

El presidente de la asamblea luego concedió la palabra al embajador británico, que no era otro que Ludo Bagman. La ex estrella de Quidditch y adicto a las apuestas había debido huir de Gran Bretaña en 1995, acosado por las deudas de juego contraídas con los duendes. No obstante, en el exilio tuvo un golpe de suerte. Nadie supo nunca exactamente cómo, pero en medio de la selva vietnamita Bagman encontró una colonia bastante poblada de demiguises. El descubrimiento fue afortunado por dos motivos: primero, porque las pieles de esas criaturas servían para fabricar capas invisibles. Segundo, porque el año en que las encontró fue el mismo año en que Lord Voldemort fue derrotado por Harry Potter. Harry se convirtió en una figura pública y los más íntimos detalles de su vida fueron expuestos por los medios, incluyendo el hecho de que poseía una capa invisible. Esto causó un furor por ese tipo de capas que atravesó toda Europa. Y Bagman, que había cazado a seis demiguises antes de que los demás escaparan, pudo vender sus pieles a precios astronómicos, pues las capas invisibles que podían hacerse con ellas eran mucho más duraderas que las que se hacían con el simple procedimiento de echarle un Encantamiento Desilusionador a una capa común y corriente. El dinero que recaudó le permitió pagar sus deudas —no solo a los duendes sino a George Weasley, aunque para ese entonces el gemelo superviviente había olvidado el asunto de la deuda que Bagman había contraído con él durante el Torneo de los Tres Magos de 1994-95 casi por completo—, y la experiencia le sirvió de escarmiento. En adelante, Bagman abandonó las apuestas y se concentró en reanudar su carrera como funcionario del Ministerio. Al cabo de varios años, logró que lo sacaran del área de Deportes y lo trasladaran a puestos diplomáticos de cada vez mayor importancia, hasta que Crouch lo nombró embajador en la Confederación Internacional de Brujos. Nadie hubiera imaginado, al ver su aspecto de estadista apacible, que en su juventud hubiera sido interrogado por su amistad con un Mortífago ni que años más tarde se hubiera convertido en fugitivo por sus deudas. Bagman se había aburguesado completamente.

—Señores embajadores y delegados —dijo Bagman, al tomar la palabra—. Es mi deber informarles que, según las instrucciones que hemos recibido hace pocos días del gobierno al que represento, nuestra delegación retira su proyecto de resolución con respecto al Instituto Durmstrang.

Por primera vez en mucho tiempo, los murmullos entre los presentes se elevaron hasta sofocar el ruido del agua de las fuentes.

—Pido la palabra —dijo una bruja rechoncha de mediana edad.

—Tiene la palabra la embajadora del Ministerio de la Magia de Portugal —dijo el embajador armenio.

—Señores, esta decisión inconsulta del gobierno británico nos toma por sorpresa y nos escandaliza. ¡Gran Bretaña se había comprometido a impulsar la resolución contra… acerca del Instituto Durmstrang! ¡Y ahora da marcha atrás, dejando con las manos vacías a los numerosos gobiernos que también buscábamos que esta Confederación ejerciera un control directo sobre ese lugar! ¡El Instituto Durmstrang es el único punto del mundo civilizado en que las leyes mágicas más básicas no se cumplen! ¡Se practican las artes oscuras descaradamente! ¡Los niños aprenden desde su primer año a ejecutar maleficios! ¡Es hora de que nosotros pongamos fin a ese enclave maligno!

Tanta vehemencia no sorprendió a nadie. Durante la década de 2010 surgió en Portugal un grupo de magos oscuros liderado por un tal Licinio Oliveira, ex alumno de Durmstrang. Oliveira no fue un Señor de las Tinieblas al nivel de Lord Voldemort o Gellert Grindelwald, pero esto se debió más a su incapacidad de extender su dominio más allá de las fronteras portuguesas que a su falta de deseos de hacerlo. Cientos de magos portugueses fueron asesinados hasta que Oliveira fue vencido y encarcelado. Desde entonces, Portugal había sido aliada de Gran Bretaña a la hora de solicitar la intervención de la Confederación en Durmstrang; de hecho, los portugueses hubieran preferido el cierre liso y llano del Instituto, pero sabían que la comunidad mágica europea no aceptaría la desaparición de una escuela tan ancestral.

—El proyecto del gobierno dictatorial y corrupto de Servilia Crouch no representaba adecuadamente los intereses de la comunidad mágica británica —dijo Bagman, sin alterarse ni parecer avergonzado en lo más mínimo—. La amistad entre nuestro Colegio Hogwarts y el Instituto Durmstrang es firme y estrecha, y el nuevo gobierno desea que las cosas continúen de esa manera.

—¿Cuánto han recibido de Durmstrang a cambio de abandonar el proyecto? —bramó la embajadora portuguesa, haciendo que el presidente golpeara su martillo varias veces, para llamarla al orden.

—¡Embajadora! ¡Es inaudito que una representante diplomática de tan alto nivel se rebaje a hacer tales acusaciones contra sus colegas! ¡Mantenga el decoro! —exclamó el embajador armenio.

—Pero, ¿qué otra posibilidad existe? —gritó la embajadora— ¿Cómo sino así puede explicarse un cambio tan brusco e inconsulto? ¡Pido que se conforme un comité para investigar la posible entrega de sobornos a la delegación británica por parte del Instituto Durmstrang! ¿Quién secundará nuestra moción?

La embajadora contempló los rostros de los delegados españoles, italianos, griegos y noruegos, quienes habían formado parte del bloque de países más dispuestos a tratar a Durmstrang con rigurosidad. Sin embargo, no vio la más mínima solidaridad en ellos. Algunos diplomáticos esquivaron su mirada y otros, más descarados, se la sostuvieron con indiferencia. Los portugueses se habían quedado repentinamente solos.

Ludo Bagman tomó la palabra.

—Las acusaciones de la embajadora de Portugal son gravísimas, y nuestro país no tolerará que se ponga en entredicho su honorabilidad. Pido que Portugal sea expulsado de la Confederación Internacional de Brujos hasta que su Ministerio de la Magia emita una disculpa formal por los dichos de su embajadora y la remueva de su cargo.

La bruja, que se había puesto de pie al protestar por el anuncio de los británicos, se quedó paralizada, mientras los rostros de los demás delegados portugueses se ponían lívidos. El embajador francés secundó la moción de Bagman, con lo cual pudo llevarse a cabo la votación. Los portugueses, horrorizados, vieron cómo la asamblea, por unanimidad, votaba su expulsión.

—Solicito que la delegación portuguesa abandone el recinto —dijo el presidente con frialdad, mientras varios ujieres se les acercaban y los invitaban a levantarse de sus sillas. Ludo Bagman se reclinó en su silla y sonrió triunfalmente.

***

Lucca era una ciudad pequeña y bonita, con numerosas casas y edificios cuya antigüedad se remontaba al medioevo y con un clima muy agradable. Aún de noche era posible, y deseable, dejar todas las ventanas de las habitaciones abiertas. Y eso era justamente lo que había hecho Albus aquella noche de agosto. El joven estaba sentado en su cama, sintiendo la brisa contra su piel, los ojos perdidos en la noche.

Tuvieron que golpear a la puerta dos veces para sacarlo de su ensimismamiento. El mago empleó su varita para desactivar los encantamientos protectores de la entrada de la habitación, así como para abrir la cerradura, y dijo:

—Pase.

Era la primera vez en mucho tiempo que veía a Frida Von Papen usando ropas livianas, pues en Durmstrang las temperaturas siempre eran muy bajas, aún durante el verano. Ahora utilizaba una blusa de mangas cortas y una falda que dejaba al descubierto sus todavía bellas piernas.

—Hola, Albus.

—Frida, estoy encantado de verte otra vez.

—¿Cómo has estado?

—Prosperando, como puedes ver. Y cumpliendo mis promesas.

—Oh, sí. Es notorio. Debo agradecerte por la intervención del embajador británico en la Confederación. Fue muy eficaz.

—Bagman es un buen diplomático.

—Eso parece.

—Frida, no quiero que creas que solo pienso cumplir con la primera cosa que acordamos cuando aceptaste recibirme a mí y a mis amigos en Durmstrang. También voy a darte lo segundo que te ofrecí —Albus sacó de su bolsillo un pergamino, que le entregó a Frida—. Esta es una autorización firmada por el director de Hogwarts, Neville Longbottom, para que puedas visitar el colegio cuantas veces quieras, y consultar todos los ejemplares de nuestra biblioteca.

Una sonrisa se dibujó en los labios de la directora de Durmstrang.

—Muchas gracias, Albus. Eres verdaderamente un aliado honorable.

—No, Frida, gracias a ti. Sin ti, nunca habríamos podido vencer a Servilia Crouch. Tú nos ofreciste protección en tu colegio, aún sabiendo cuáles podían ser las consecuencias, y eso es algo que no olvidaré. Si alguna vez eres tú la que necesita un refugio, espero que sepas que Inglaterra siempre tendrá sus puertas abiertas, al menos mientras yo la gobierne.

­Frida Von Papen se guardó el pergamino en su cartera, y sacó un habano. Estaba a punto de encenderlo cuando miró a Albus y preguntó:

—Disculpa, casi lo olvido. ¿Te molesta que fume en tu habitación?

—Para nada. Algunos de mis amigos fuman, y ya me he acostumbrado al olor.

—Mira que este es más intenso…

—No hay problema.

—Gracias —dijo la bruja, prendiéndolo y aspirando una bocanada de humo—. Es un hábito horrible, lo sé, pero ya me he acostumbrado. Fumo como una chimenea desde los quince.

—Una edad en la que comienzan muchos vicios —dijo Albus, sonriendo al recordar su precoz debut sexual con Valerie.

—Es una suerte que los magos y brujas tengamos un metabolismo más resistente a las enfermedades comunes como el cáncer.

—Resistente, pero no invulnerable —señaló Al.

—Lamentablemente —admitió la directora.

—¿Y cómo van las cosas en Durmstrang?

—Como siempre. Salvo que en los últimos días antes del final de curso más de la mitad de las chicas de dieciséis años para arriba afirmaba haber tenido un romance secreto contigo durante tu estadía en el Instituto. Las noticias de tu triunfo generaron sensación.

—¡Por mí, pueden inventar lo que deseen! —dijo Albus en cuanto paró de reírse— Siempre y cuando no lo digan frente a Valerie, pues ella mataría a la pobre chica, y luego vendría corriendo a cortarme las… eh… partes pudendas.

—Me sorprende que no haya venido contigo a Lucca.

—Ella y su hermano están en Lyon con sus padres.

—Entonces eso facilitará mis planes.

—¿Disculpa?

Como toda respuesta, Frida abrió su cartera y la revolvió buscando algo. Albus se tensó por un momento, creyendo que podía ser su varita, pero lo que sacó fue el objeto que él menos hubiera esperado ver en posesión de la directora de Durmstrang: un teléfono celular. La bruja no tenía mucha experiencia en el manejo de aparatos muggles como aquel, así que tardó unos cuantos minutos en mandar el mensaje de texto.

—¿A quién enviaste eso? —preguntó Albus.

—Ya lo verás.

—Frida, no estoy de humor…

—Seguramente esas ventanas, a pesar de estar abiertas, deben tener hechizos protectores, ¿verdad? —preguntó Frida en un tono profesional, como si estuvieran en clase.

—Sí…

—Y noté que reactivaste los hechizos protectores de la puerta al dejarme entrar. Lo cual significa que si la persona a quien envié el mensaje es peligrosa, o intenta irrumpir a la fuerza, entonces esos hechizos actuarán.

—No si tú los desactivas —dijo Al.

Frida vació el contenido de su cartera en el piso alfombrado, sacó su varita de entre las demás cosas, se levantó del sillón y se la entregó a Albus, para luego volver a sentarse. Hubo unos veinte o veinticinco minutos de silencio incómodo hasta que se oyeron golpes en la puerta. Sacando su varita e intentando no perder de vista a Frida, Albus se aproximó.

—¿Quién es?

La respuesta fue una voz femenina que hablaba en italiano, así que Albus se quedó con tantas dudas como antes. Sin embargo, los hechizos no le habían dado ninguna alerta, lo cual significaba que la mujer no representaba ninguna amenaza para él. Así que muy lentamente Albus desactivó los hechizos y abrió la puerta.

La chica que estaba en el pasillo del hotel era Valerie Rosier.

Esa impresión le duró apenas dos o tres segundos, durante los cuales llegó a abrir la boca para pronunciar el nombre de su novia. Pero luego notó que su cabello, si bien del mismo color que el de ella, era ligeramente ondulado y no lacio. Y posteriormente advirtió otras pequeñas diferencias. La piel era un poquito más pálida, la nariz más fina, tenía pómulos más altos que le daban a su rostro una silueta menos redondeada que la del de su novia. Además, aparentaba ser unos años menor, de dieciocho o diecinueve años. Pero por lo demás, el parecido a Valerie era notable.

La muchacha le habló de nuevo en italiano, con una voz un poco más fina que la de Valerie, casi como la de una niña, pero naturalmente no consiguió entenderla pues no dominaba esa lengua. Fue Frida quien, desde su sillón, la invitó a pasar y le dio algunas breves instrucciones, tras lo cual la chica se sentó en la cama, aparentemente ajena a las otras dos personas de la habitación.

—¿Quién es esta chica?

—Se llama Fátima. Es una prostituta que me encontré en Milán. Ella es muggle y no sabe que somos magos, así que te aconsejo guardar la varita. Por lo demás, puedes hablar libremente, ella sabe tanto inglés como tú italiano.

—¿Por qué invitaste a una prostituta a mi cuarto?

—Para manifestarte mi agradecimiento.

—Es un gesto muy amable, pero debo declinar. Nunca he engañado a mi novia, y nunca he pagado por sexo, y esas son dos cosas que no deseo cambiar.

—Oh, pero no la traje para que se acueste contigo, Albus. A menos que tú quieras, por supuesto. No, la invité aquí para que se acueste conmigo.

—¿Contigo?

—Vamos, Albus, hace años que nos conocemos. Sabes cuáles son los… placeres que prefiero.

—Sí, los conozco y acepto. Pero, si quieres tener sexo con esta chica, ¿por qué aquí?

—Porque también sé cuáles son los placeres que tú prefieres, o más bien preferirías, si te atrevieras a tomarlos.

—¿Por qué no hablas más claro?

—Sé que te excitaría verme en la cama con tu novia —dijo Frida, clavando sus ojos en los de Al—. Pero también sé que ella jamás aceptaría cumplir con esa fantasía tuya. De modo que yo he decidido cumplirla. Como una manera de sellar nuestra alianza.

—Yo ya te dije que jamás…

—Querido, ¿sería realmente engañarla? No vas a tener sexo con esta chica, a menos, repito, que tú quieras. Solo vas a verla tener sexo conmigo. Es lo mismo que ver uno de esos videos o revistas que a los muggles les gusta hacer.

—Dudo mucho que mi novia vaya a verlo de esa manera.

—Si eres inteligente, tu novia no va a verlo de ninguna manera porque no se enterará nunca de esto.

—¿Y cómo puedo estar seguro de que esto no sea un plan tuyo para destruirme? ¿Cómo sé que no le dirás a Valerie apenas te vayas de Lucca?

—Porque sé que ella me odiaría mucho más que a ti si lo supiera. Y se vengaría de una manera aún más terrible.

El Hacedor de Reyes quiso objetar, pero al ponerse a reflexionar comprendió que Frida tenía razón: Valerie sentiría mayor rencor hacia la directora de Durmstrang que hacia él. Nunca le había caído del todo bien desde el principio.

Frida, entretanto, se levantó de su sillón y se sentó en la cama junto a Fátima. Las dos mujeres acercaron sus rostros y comenzaron a besarse lenta y lascivamente. La verga de Albus comenzó a endurecerse.

—Así que, ¿estás dispuesto? —dijo Frida tras separar sus labios de los de Fátima, aunque con sus manos aún en el rostro de la muchacha. Albus no supo qué responder—. Tomaré tu silencio como un sí —dijo la bruja, y luego le dio un par de instrucciones en italiano a Fátima.

Tras ponerse de pie, Fátima se desnudó por completo, con lo cual su parecido con Valerie se acentuó aún más; tenía un busto tan generoso como el de la novia de Albus, y su vello púbico era igual de espeso. La sensación de irrealidad que había experimentado al verla por primera vez se hizo más intensa.

También Frida admiró durante algunos segundos el cuerpo de la muchacha, la hizo girar mientras le palpaba el culo y las tetas, antes de quitarse la ropa. Pese a que tenía edad para ser la madre de Fátima, Albus debió admitir que la bruja llevaba muy bien sus años. Sus senos solo estaban un poquito más caídos y su cintura unos centímetros más ancha que la de la italiana, pero seguía siendo muy atractiva.

La directora se acostó en la cama, abriendo las piernas, y Fátima se le aproximó. Mientras que le acariciaba las tetas con ambas manos, la muchacha se puso a lamer frenéticamente la vagina de Von Papen, haciendo que la bruja cerrara los ojos, respirara hondo y le apoyara las manos en la cabeza, empujándosela para acercarla aún más a su sexo. En esa postura, el culo de Fátima quedaba totalmente expuesto a ojos de Albus, que se había sentado en un sillón y ya estaba masturbándose.

—¿Te gusta? —preguntó Frida a Albus, que solo fue capaz de asentir con la cabeza.

Luego Fátima interrumpió la labor de su lengua para ponerse a besar a Frida, aunque no sin dejar de colarle sus dedos índice y mayor mientras lo hacía. Tras un rato de masturbación, Frida tomó la mano de la chica y se puso a chupar los dedos pegajosos que poco antes habían estado en su propia vagina. Excitada ante ese gesto, Fátima volvió a besarla con aún más ferocidad y luego comenzó a chuparle y mordisquearle los pezones rosados. Frida se ensalivó los dedos y estiró su brazo hasta el culo de Fátima, quien imaginando lo que pensaba hacer separó un poco más las piernas para facilitárselo. Albus contempló fascinado cómo Frida le introducía primero uno, luego dos y finalmente tres dedos en el ano, comenzando suavemente y luego con más rudeza.

La imagen de los dedos de Frida enterrándose en el culo de Fátima, mientras Fátima chupaba las tetas de Frida fue lo que lo hizo sucumbir. Se quitó toda la ropa y se metió en la cama en un santiamén, ante las expresiones complacidas de las dos mujeres. Fátima se volvió hacia Albus y lo besó, mientras que Frida aprovechó para inclinarse hacia el culo de la italiana y meterle la lengua. La chica fue bajando con su lengua a través del pecho de Al hasta llegar a su pene erecto, y antes de introducírselo en la boca le dio varias lamidas al glande que verdaderamente fueron una tortura para el chico.

Frida, entre tanto, había sacado (Albus no pudo ver de dónde) un enorme consolador blanco. Mientras Fátima se dedicaba a chuparle la verga a Albus, la directora embadurnó el juguete con bastante lubricante, le untó también un poco de ese líquido al culo de Fátima y se lo fue metiendo con fuerza. A Albus le resultaba terriblemente excitante ver cómo, al mismo tiempo que Fátima tenía su verga en la boca, un consolador perforaba el culo de la joven.

Cuando sintió que estaba a punto de eyacular, Albus hizo que Fátima dejara de chupársela y pidió cambiar de postura. Así, Frida volvió a estar acostada y abierta de piernas mientras Fátima le practicaba sexo oral (aunque antes hizo que la jovencita chupara el consolador que había estado en su culo), y Albus la penetró por detrás, estrujándole las nalgas con las manos y alegrándose de que tuviera ya el culo dilatado y listo para recibir su verga. Después, Albus enterró su mano entre el cabello negro de la prostituta y, respondiendo a un súbito impulso, lo sujetó con fuerza, aunque sin tirar de él para no alejar su rostro de la entrepierna de Frida.

Por las expresiones del rostro de Frida Al llegó a calcular que Fátima le había dado dos orgasmos con su lengua antes de que él mismo se sintiera a punto de eyacular. Sacó su verga del culo de la chica y se acercó hasta el otro extremo de la cama, para finalmente acabar encima de su rostro, dejándoselo salpicado de semen.

Albus se acostó boca arriba para recuperar el aliento, lo mismo que Fátima, mientras que una Frida desnuda y sonriente los observaba con aire satisfecho.

—Espero que te haya gustado mi regalo.

—Fue… indescriptible —respondió él, devolviéndole la sonrisa.

—Serás discreto acerca de lo que acaba de pasar, ¿cierto?

—No lo confesaría ni en mi lecho de muerte —dijo Al—. Estoy seguro de que Valerie se las ingeniaría para encontrar la peor manera de castigarme, pese a que es cierto que a ti te iría mucho peor. E incluso a esta pobre chica —dijo, haciendo un gesto con el mentón hacia la italiana, que nuevamente estaba ajena a sus dos clientes y seguiría sin prestarles atención a menos que notara que alguno de los dos deseaba sus servicios.

—Bueno, creo que es hora de que Fátima y yo te dejemos solo. Confío en que hayas aprendido mucho hoy —dijo Frida mientras recogía sus ropas del piso.

—Sí, profesora. Soy un alumno aplicado.

NOTAS

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El brazalete de oro


Las comidas diarias en la Mansión Malfoy no eran fáciles para ninguno de los cuatro miembros de la familia. No es que hubiera habido discusiones recientes entre Scorpius y su padre; de hecho, su reencuentro fue bastante civilizado. Pero ninguno de los dos confiaba ya en el otro en lo más mínimo, y les resultaba difícil disimularlo. Narcisa era la única de los tres Malfoy mayores que podía comunicarse más o menos fluidamente con el joven Scor, pero era lo bastante inteligente como para percatarse de que su nieto se cerraría por completo a ella si intentaba que Draco y él limaran asperezas; si algo bueno le había dejado el haber sido anfitriona de Lord Voldemort durante casi un año era un incremento de su ya considerable dosis de diplomacia. Así que Narcisa se limitaba a observar y esperar.

Pansy era la que más aprensión sentía de todos. Ahora creía que su hijo había tenido razón al jugarse por Albus Potter, y también se daba cuenta de que él la odiaba casi tanto como su amigo y líder odiaba a su propia madre. La bruja intentaba recomponer relaciones con el ahora poderoso muchacho, con escaso éxito.

Eran las diez de la mañana, y los Malfoy estaban a punto de concluir su desayuno casi dominado por un silencio sepulcral cuando uno de los elfos de la Mansión entró al comedor y, tras una reverencia, le entregó una carta a su amo. Draco la abrió, extrajo el pergamino y lo leyó con detenimiento, mientras los otros tres comensales esperaban que les comunicara su contenido. Finalmente Draco levantó la vista y dijo:

—Me han invitado a una conferencia en el extranjero.

—¿Quién? —preguntó Pansy.

—El Ministerio —respondió Draco.

—¿Albus? —inquirió Scor, sorprendido.

—Pues sí, la carta está firmada por él.

—Estamos hablando de la conferencia que se celebrará en Gibraltar dentro de una semana, ¿cierto?

—De la misma.

Scorpius pareció desconcertado por unos instantes, pero luego recuperó su cara de póquer y le preguntó a su padre:

—¿Vas a aceptar?

—No veo por qué no —replicó Draco—. Es habitual que los empresarios formen parte de las delegaciones de sus países en este tipo de eventos.

—Ajá —dijo Scorpius, y tras comer un último bocado de su desayuno pidió permiso para retirarse a su cuarto; pese a todo, conservaba muchos de los modales que su padre le había inculcado con tanta severidad.

Scor iba a ver a Albus esa misma tarde, cuando visitara por primera vez Azkaban para hacerse cargo del puesto de director, pero las dudas que le había dejado la invitación a su padre eran demasiado urgentes como para esperar tantas horas, así que el joven subió a su dormitorio decidido a escribirle. Sin embargo, al llegar pudo ver a la lechuza de Al, Geraldine, esperándolo en el alfeizar de su ventana; Albus había elegido a Geraldine como su lechuza precisamente porque era muy fácil de confundir con cualquier otra, de tan anodino que era su plumaje. Únicamente los que se carteaban con él regularmente sabían distinguirla, y solo viéndola de cerca.

La carta de Albus era corta:

Scor, sé que mi invitación a tu padre te habrá dejado intrigado, sobre todo por el hecho de que no te he pedido a ti que vengas a la conferencia. Te lo explicaré brevemente: en primer lugar, albergo ciertas sospechas sobre la lealtad de tu padre, y no me atrevo a salir del país dejándolo a él aquí. Si tu padre intenta algún movimiento subversivo conmigo en Gran Bretaña, sabré enfrentarlo, pero si lo intenta conmigo en el exterior, entonces la situación será impredecible. En segundo lugar, los considero a Isaac, a Jezzie y a ti mis amigos más útiles. Confío en que ustedes tres sabrán administrar bien el Ministerio mientras yo no esté. Vigilen a Percy, a Fedden y a McLaggen, pero sobre todo estén muy atentos a cualquier noticia sobre mi padre. Quema esta carta apenas la hayas leído.

Un poco más aliviado, y orgulloso de la responsabilidad que su amigo le había conferido, Scorpius arrugó la carta, la hizo levitar y le prendió fuego, haciendo luego que las cenizas y el humo se desvanecieran.

***

Durante siglos, las relaciones diplomáticas entre los muggles franceses e ingleses habían sido complicadas. Habían tenido no una sino dos guerras que habían durado cien años, conflictos que también habían afectado a los magos y brujas de ambos países; varias familias mágicas francesas habían debido emigrar, entre ellas los Malfoy, los Lestrange, los Black, los Rosier y los Scrimgeour. Al final de la segunda Guerra de los Cien Años, en el siglo XV, Inglaterra quedó como poseedora de una pequeña porción de territorio al otro lado del canal de la Mancha, Calais. En lo sucesivo no hubo otros conflictos militares de tanta importancia entre ingleses y franceses, aunque la tensión y la desconfianza persistieron.

Cuando los reyes ingleses y franceses necesitaban encontrarse cara a cara para negociar, tenían que lidiar con el problema de qué lugar elegir para sus conferencias. Un rey inglés no podía aventurarse a visitar París, ni un rey francés a Londres, pues le brindaban al otro la posibilidad perfecta de ponerlo bajo prisión (o peor aún, matarlo) e invadir su reino. Utilizar el territorio de un tercer país era igualmente peligroso, pues el gobernante de ese país “neutral” podía decidir de pronto abandonar esa neutralidad y apoderarse de sus regios huéspedes con intención, en el mejor de los casos, de cobrar rescate. Así que sus diplomáticos decidieron que lo más adecuado sería realizar sus encuentros en la ciudad de Calais; como era territorio inglés, el rey de aquel país podía sentirse razonablemente a salvo, y como estaba muy cerca de la frontera, el rey francés podía escapar a su patria en cuestión de horas si se producía alguna traición.

Al momento de organizar su primera conferencia con representantes de la comunidad mágica internacional, Albus se encontró con el mismo problema. Él había cursado invitaciones a la Confederación Internacional de Brujos invitándolos a enviar una delegación a Londres para mantener una reunión en donde tratarían el reconocimiento de ese organismo a su régimen, pero la Confederación insistía en que debía ser Albus quien mandase una delegación a Viena (el Ministerio de la Magia austriaco tenía la presidencia pro tempore), preferentemente encabezada por él mismo. El tono de las cartas que habían intercambiado era cordial pero firme. Ellos no irían a Londres, él no iría a Viena. Pues mientras la Confederación temía que sus delegados fueran coaccionados para que firmaran alguna declaración de reconocimiento al nuevo gobierno británico, Al temía que la Confederación lo pusiera bajo arresto y armara algún tribunal internacional para juzgarlo por sus delitos.

Fue Valerie quien ideó la solución. Si bien Calais había sido recuperada por los franceses a mediados del siglo XVI, Gran Bretaña conservaba una fracción de territorio en el continente europeo: el peñón de Gibraltar. Como Calais, era suelo británico, y como Calais, estaba muy cerca de una frontera extranjera, en este caso la española. Ofrecía seguridades a ambas partes. La Confederación aceptó la propuesta, y a principios de agosto Albus y Valerie se disponían a viajar a Gibraltar a hacer los preparativos.

Una de las últimas personas con las que el Hacedor de Reyes se entrevistó antes de partir fue su tío George. El gemelo Weasley superviviente vino acompañado por su hijo Fred, quien se negó rotundamente a permitir a su padre ir solo al Ministerio, pero Albus no se inmutó al ver que George no estaba solo.

—Hola, George —los saludó con amabilidad el joven— ¿Qué tal, Fred?

—Hola —respondieron desganadamente padre e hijo.

—Te invité aquí para hablar de negocios. Dentro de pocos días comenzará una conferencia internacional en Gibraltar. En primer lugar, me gustaría que tú, como propietario de Sortilegios Weasley, asistieras. Al fin y al cabo, la empresa que tú y el tío Fred fundaron es ahora una de las más importantes del país, aunque no al nivel de las del grupo Malfoy, por supuesto —añadió, dirigiéndose a George e ignorando a su primo.

—Un momento, un momento —dijo George, levantando la palma de sus manos—. Yo no soy el único propietario de Sortilegios Weasley. Ron me ayudó con la compañía después de que… de que mi hermano Fred murió, y yo lo convertí en mi socio. Ahora que él ha muerto, Rose y Hermione heredaron su parte del negocio…

—Es verdad, pero dado que mi tía y mi prima decidieron convertirse en Thelma y Louise —dijo Albus, con una sonrisa mordaz—, y son imposibles de localizar, entonces tú eres el único representante de Sortilegios Weasley que tengo para tratar.

—Pero, ¿por qué no yo? Hace años que trabajo con papá en el negocio. ¿Por qué no puedo ir yo también? —dijo Fred.

—¡Por supuesto! Mientras más seamos, mejor. Además, unas pequeñas vacaciones les sentarán bien —dijo dulcemente—. Dicen que Gibraltar es agradable en esta época del año. Entonces, ¿estamos de acuerdo? ¿Vendrán a la conferencia conmigo?

—Sí —dijo George, con poco entusiasmo.

—OK, entonces pasemos al segundo punto. Quiero contratarlos.

—¿Contratarnos? ¿Para qué? —preguntó Fred.

—Fuegos artificiales. Pienso hacer grandes agasajos para las delegaciones, y necesitaré entretenerlos. ¿Qué mejor que fuegos artificiales de Sortilegios Weasley para ello?

—¿Por qué no acudes a algún otro? Hay muchos buenos fabricantes…

—Porque los quiero a ustedes. Ustedes son parte de mi familia, los otros buenos fabricantes no. Creo que tenemos que empezar a mostrar un poco de unidad. El juicio a Crouch ha demostrado mi inocencia de los delitos de los que se me acusaba. Ha llegado el momento de que reconozcan, tácitamente, que estuvieron equivocados todos estos años. Aceptar el trabajo de animar la fiesta sería un buen modo de hacerlo.

—¿Y si hacemos esto, vas a hacer que se vayan los malditos Aurores? —preguntó Fred.

—¿Aurores?

—No te hagas el inocente, Albus —dijo George—. Todos nosotros: Bill y Fleur, el abuelo y la abuela, tu madre, Angelina y yo, tus primos… Nos has puesto a todos bajo vigilancia de los Aurores hace meses. Al principio no lo notamos, pero ya es demasiado evidente. Nos siguen a sol y sombra. Si quieres que admitamos que nos equivocamos al creerle a Crouch, entonces deberías quitarnos a los Aurores de encima.

Albus se reclinó sobre el sillón, entrelazando los dedos.

—Como un señor mucho más sabio que cualquiera de nosotros tres dijo, George, los hombres son buenos, pero si se los vigila son mejores.

“Sin embargo, lo que sí te prometo es que si trabajan para mí, quizás empezaré a confiar en ustedes.

—“Quizás” no es suficiente —dijo George.

—Pues es todo lo que van a recibir de mí. Mucho más que lo que me dieron cuando yo los necesité. ¿Sigue mi nombre borrado del árbol genealógico, George?

—Papá ha hablado de restaurarlo, pero…

—Me complacería mucho que lo hiciera. Lo consideraría otro gesto de buena voluntad —lo interrumpió Al—. Dile eso de mi parte. En cuanto a lo de los fuegos artificiales, ¿cuál es su respuesta?

—Está bien. Nos ocuparemos de eso —dijo George tras intercambiar una mirada con Fred.

El Hacedor de Reyes se puso de pie, les estrechó la mano y los acompañó hasta la puerta. Solo cuando estuvieron solos en el ascensor padre e hijo se atrevieron a hablar con franqueza.

—Papá, tenemos que hacer algo. Esa conferencia es importante… Si usáramos los fuegos artificiales para darles algún mensaje a los delegados…

—Ni lo sueñes. Aun si pudiéramos hacerlo y huir, solo conseguiríamos que Albus descargase su castigo sobre los demás. Los abuelos, tu madre, tu hermana, tus tíos y primos…

—Todos mis primos salvo el traidor de Louis —escupió Fred.

—Él no importa ahora. Solo te diré esto: si algo me dejó en claro la entrevista que tuvimos recién es que Albus nos odia profundamente. Fingirá que nos perdona, claro, y quizá hasta haga que dejen de vigilarnos. Pero si hacemos el más mínimo gesto en su contra, moriremos todos. Recuerdo bien lo que me dijo el día en que fui a verlo, años atrás. El día en que iban a juzgarlo y escapó, ¿recuerdas? Me dijo que todos los Weasley íbamos a pagar o algo por el estilo. En aquel entonces creí que se había vuelto loco, que quería exterminarnos a todos y que había comenzado por Hugo, pero ahora sé la verdad… y me aterra todavía más. Él… él estaba herido, ¿entiendes? Él esperaba que lo ayudáramos en vez de creer a pies juntillas la versión de Crouch. Lo herimos mucho al repudiarlo. Lo disimuló, obviamente, porque estaba en un momento en que creía que iba a morir y no podía mostrar debilidad, pero lo herimos. Y te diré otra cosa: somos afortunados de que no nos haya matado a todos apenas tomó el poder en vez de simplemente ponernos bajo vigilancia de los Aurores. La sacamos barata.

***

La conferencia de Gibraltar comenzó el primero de agosto, pero tres días antes Albus, su tío George, su primo Fred, Valerie y todo el resto de la delegación británica había llegado al peñón para organizar el evento. Albus dispuso para el alojamiento de los participantes un conjunto de tiendas de gran tamaño, confeccionadas con una bellísima tela dorada y ubicadas en círculo. Vistas desde el cielo parecían un enorme brazalete de oro. La decoración del interior de las tiendas era muy similar a la de la lujosa casa de Emma Barfleur en Kirite. Albus había dejado en pie la casa y en sus visitas anuales a Sivitas siempre aprovechaba para pasar la noche allí.

El centro del círculo formado por las tiendas fue cubierto por una alfombra roja, y fue el lugar en donde los Trasladores Internacionales depositaron a los delegados venidos desde Viena. Apenas el jefe de la delegación se le acercó y le dirigió la palabra, el Hacedor de Reyes supo que la conferencia sería exitosa. Habían puesto al representante de Francia en la Confederación al frente de la comitiva, y ese solo hecho favorecía en mucho a Albus, pues tenía buenos vínculos con el Ministerio de la Magia francés. Valerie —que estaba muy orgullosa de desempeñar el papel de anfitriona— y él luego participaron del “besamanos”, sentándose junto al jefe de la delegación mientras los miembros de las dos comitivas desfilaban frente a ellos para saludarlos. Primero pasaron los delegados británicos, y Albus se los fue presentando al representante de la Confederación, y después pasaron los delegados de la Confederación y los roles de invirtieron.

Pierre Maginot —así se llamaba el mago que encabezaba la delegación— era un sujeto bastante más sagaz de lo que Albus hubiera preferido, pero estaba favorablemente predispuesto hacia él. Tenía la irritante costumbre de dar siempre una respuesta afirmativa diciendo “Sin duda”, expresión que era su muletilla. Tenía ochenta años, pero no aparentaba mucho más de cincuenta, gracias al envejecimiento lento del que gozaban los magos.

La entrevista que tuvieron a solas en la tienda destinada a alojar a Albus y Valerie fue bastante buena. Maginot preguntó por Servilia Crouch y no planteó ninguna duda cuando Al le dijo que estaba en Azkaban. Cuando le preguntó por los proscritos y Al replicó que todos habían muerto por resistirse al arresto, Maginot se limitó a asentir con la cabeza. Sí hizo unas cuantas preguntas cuando tocaron el tema de John Dawlish, cuyo paradero era desconocido.

—Creemos que Dawlish salió del país tras la asunción de mi tío como ministro.

—¿Por qué? —inquirió Maginot.

—Con el tiempo nos enteramos que Dawlish estaba más involucrado de lo que creíamos en los crímenes cometidos por Crouch. En su carácter de jefe de la División de Aurores él al menos estuvo al tanto de varias de las atrocidades que realizó esa mujer.

—¿Entonces ustedes piensan que escapó para eludir el castigo?

—Sí, eso es lo más probable. Recibimos información de que estaba en Irlanda e incluso mandamos un par de agentes allí a indagar, pero si estuvo en ese país, debe haber sido solo de paso. Hay muchos lugares en el mundo en que un mago puede esconderse.

—¡Sin duda! —comentó Maginot— A mí me han encargado de crear una especie de División Internacional de Aurores, y créeme que es una tarea ciclópea. Hay muchos sitios en el mundo que carecen de gobierno mágico, y son perfectos para que los magos oscuros se oculten durante años, a veces décadas.

—Entonces usted entenderá por qué no podemos decirle dónde está el señor Dawlish.

—Sin duda, señor Potter, sin duda. ¿Cómo está su padre?

—Muy bien —dijo Albus, un poco tenso.

—Algunos funcionarios de la Confederación le escribieron para que les informara sobre los sucesos políticos que han venido teniendo lugar desde mayo, pero él no les respondió. Eso nos tiene un poco inquietos. Sin duda usted puede aliviar esa inquietud…

—Me temo que no soy yo quien maneja la correspondencia de mi padre —dijo Albus, intentando sonreír—. Pero les aseguro que está perfectamente bien y a salvo. No obstante, es un hombre modesto, a veces demasiado modesto. Por eso quizá no se consideró capacitado para responderles a miembros de un organismo internacional tan eminente como la Confederación. Y esa modestia lo ha llevado también a rechazar muchas oportunidades de ocupar altos cargos en el gobierno de nuestro país. De no ser por ello, probablemente estaría usted negociando con él y no conmigo.

El mensaje era bien claro: Harry Potter sería un tabú en la conferencia. Albus tenía el poder y era con él con quien deberían lidiar. Maginot, como buen diplomático, respondió:

—Sin duda.

***

La cena que sirvieron a las delegaciones estuvo estupenda, en eso coincidieron todos. Albus había combinado eficazmente platos de alta cocina con otros destinados a los comensales de paladar menos exigente. La tienda que servía de comedor estaba llena de hadas del Bosque Prohibido, a las que Albus había llamado para que adornasen sus fiestas, cubriéndolas de halagos y logrando así que abandonasen su actitud belicosa; las bellas y delicadas criaturas volaban por encima de las cabezas de los comensales y comunicándose entre ellas con zumbidos.

Draco Malfoy, que sabía muy bien que Albus lo había traído consigo a Gibraltar para tenerlo vigilado, ni siquiera pensó en hablar más que de asuntos financieros con los delegados de la Confederación. Se enfrascó en conversaciones con un diplomático noruego acerca de la ampliación de un astillero y con un japonés sobre la importación de hierbas medicinales, bailó con varias mujeres atractivas y logró llevarse a la cama a la joven secretaria del noruego, quien después del sexo hizo algunos comentarios sobre su jefe que le indicaron que también se acostaba con él; Draco sonrió para sus adentros, recordando que el delegado le había mostrado muy orgullosamente las fotos de su mujer e hijos durante la cena. En suma: se comportó de la misma manera en que se comportaba en prácticamente todos los eventos sociales a los que lo invitaban y a los que Pansy no podía o no quería ir.

Las siguientes negociaciones, que comenzaron el dos de agosto, fueron mucho más multitudinarias. Se reunieron varios equipos de trabajo formados en partes iguales por delegados británicos y de la Confederación, pero lo único que hicieron fue discutir minucias. El verdadero acuerdo se había hecho el día anterior entre Maginot y Albus, y ahora la única función de las delegaciones era redactar el documento que cristalizaría el acuerdo. Las primeras reuniones comenzaron por la mañana, se interrumpieron por el almuerzo y se hubieran reanudado inmediatamente después de no ser por Albus, quien les había preparado como entretenimiento un partido de Quidditch entre la Selección inglesa y la irlandesa. Todos se sorprendieron de que el Hacedor de Reyes hubiera podido levantar la cancha y las gradas para los espectadores en cuestión de horas y sin hacer el menor ruido. El juego fue de una gran calidad y se prolongó hasta la noche. Albus había sido muy hábil, pues les había dado a los delegados propios y ajenos un tema de conversación con el cual podían romper un poco el hielo y entrar en confianza los unos con los otros.

Las negociaciones del tres de agosto ocuparon todo el día, pero el clima en que tuvieron lugar fue infinitamente más distendido que el de la mañana del dos. Y por la noche George y Fred Weasley ofrecieron su espectáculo de fuegos artificiales, que comenzó con una caja que al estallar hizo salir cientos de hadas ígneas de todos los colores y que concluyó con un muy impresionante combate en el cielo nocturno entre dos fuegos con forma de mantícora y de caballo alado. Todos quedaron encantados con el trabajo de los Weasley.

Livius y Alcyone habían venido con Albus, y todos se habían sorprendido de que la joven Gryffindor trajera consigo aún más equipaje que Valerie. El misterio se develó tras la última ronda de negociaciones, que tuvo lugar en la mañana del cuatro de agosto y que concluyó en la firma de un documento en el que la Confederación Internacional de Brujos —representada por Maginot— revocaba la suspensión que había aplicado sobre los representantes británicos ante dicha organización tras la caída de Servilia Crouch, y en el que el Ministerio de la Magia británico —representado por Albus— se comprometía a seguir respetando y acatando las resoluciones que tomase la Confederación. El documento, pues, restablecía el statu quo previo al derrocamiento de Crouch; Gran Bretaña volvía a ser miembro pleno de la comunidad mágica internacional.

La lectura y firma de la declaración conjunta tuvo lugar al mediodía, después del almuerzo, y los integrantes de la delegación británica se sorprendieron al descubrir que en el comedor había muchas más personas que las que habían llegado el primero de agosto. Estaban Prometheus Hitchens, Ted y Victoire Lupin, Andrómeda Tonks, Narcisa y Scorpius Malfoy, Louis Rosier, Lysander Scamander, Isaac Prewett, Agamenón Lestrange, Ash Bennett, Louis Weasley, Lily Potter y algunos más. Todos parecían haber arribado a Gibraltar aquella misma mañana, y todos vestían túnicas de gala.

Albus se puso de pie y dijo:

—Quisiera aprovechar esta oportunidad para hacer un anuncio muy especial. Dos de mis más queridos amigos, Livius Black y Alcyone Hitchens, me han manifestado su deseo de celebrar su boda hoy mismo y en este lugar. Mi compañera Valerie y yo seremos sus testigos y Isaac Prewett, el presidente del Parlamento Mágico de nuestro país, será quien oficie la ceremonia civil. Quisiera invitarlos, en nombre de Alcyone y Livius, a asistir al casamiento, que se celebrará dentro de una hora. Espero que este matrimonio simbolice la nueva era de paz y respeto por las instituciones internacionales que hemos inaugurado hoy con la firma del acuerdo.

Todos los presentes se pusieron de pie y aplaudieron, aunque nadie sabía si a Albus o a la pareja que pronto se casaría.

***

En el centro del círculo formado por las tiendas doradas habían colocado un estrado con un escritorio y tres sillones. En uno estaba ya sentado Isaac, en su carácter de funcionario a cargo de la ceremonia, y los otros dos estaban reservados para la pareja. Una larga alfombra roja estaba tendida desde el estrado hasta la entrada de la tienda donde los novios estaban vistiéndose (y que había sido dividida con tapices muy gruesos, de tal manera de asegurarse de que no se vieran hasta el momento de salir).

Comenzó a sonar la música y Livius salió junto con Albus de la tienda, ambos con sus túnicas de gala. Livius estaba un poco ruborizado, pues se sentía los ojos de todo el mundo clavados en él y no estaba habituado a ser el centro de atención. Albus le apoyó la mano en el hombro, para darle confianza y le susurró al oído:

—¡Hombre muerto que camina! ¡Tenemos un hombre muerto que camina aquí!

Livius sonrió ante el chiste y se relajó un poco. Logró hacer el recorrido desde la tienda hasta el estrado sin que le flaquearan las piernas, y cuando se sentó en su sillón Albus volvió a susurrarle:

—¡Me estoy friendo, me estoy friendo! ¡Soy un pavo asado!

Tanto Livius como Isaac —que también había escuchado el segundo chiste, aunque sin entenderlo— tuvieron que hacer un gran esfuerzo por no reírse y arruinar la solemnidad de la ocasión. Al cabo de unos pocos minutos, las cortinas de la tienda se abrieron nuevamente y Alcyone salió acompañada por Valerie. Las hadas, que se habían quedado a ver la boda, emitieron unos zumbidos que parecían suspiros y comenzaron a volar a toda velocidad por encima de la cabeza de la novia, formando una suerte de halo que hacía que Alcyone tuviera un aspecto aún más hermoso bajo el sol del verano. Por un segundo, casi todos los hombres presentes quisieron estar ocupando el lugar de Livius. Prometheus Hitchens, que había mantenido el semblante imperturbable hasta ese momento, no pudo evitar romper en lágrimas de felicidad al ver a su hija.

Cuando Alcyone estuvo sentada en su sillón, Livius la tomó de la mano y no la soltó hasta el momento en que Isaac terminó de pronunciar las palabras de la ceremonia y le preguntó si aceptaba a Alcyone por esposa. Siguiendo un impulso, Livius se puso de pie antes de asentir.

—Quiero dejar constancia que el contrayente ha asentido con la cabeza, y que interpreto eso como una aceptación. Señorita Alcyone Hitchens, ¿acepta usted por esposo al señor Livius Black?

—Sí, lo acepto.

—Entonces los declaro legalmente unidos en matrimonio —dijo Isaac, y los cientos de invitados de diferentes partes del mundo aplaudieron mientras Livius tomaba a Alcyone entre sus brazos y la besaba, cerrando los ojos y olvidando la existencia de todo lo que lo rodeaba excepto ella. Por apenas unos dichosos instantes, se sintió de vuelta en su hogar, junto con sus padres.

NOTAS

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Pistoleros solitarios


El mapa estaba desplegado sobre la mesa, e iluminado por numerosos candelabros. No había nada de especial en él, excepto cuando, cada uno o dos minutos, Albus ponía la punta de su varita sobre el papel y musitaba las palabras “Harry Potter”. A veces decía “Hermione Granger” (o bien empleaba el apellido de casada de su tía), o “James Potter” o “Rose Weasley”. Pero el resultado siempre era el mismo: su varita emitía una luz que se extinguía de inmediato, casi como un parpadeo. El Hacedor de Reyes utilizaba su mano libre para llevarse a la boca algunas papas fritas, aunque para no ensuciarse los dedos empleaba un pinche de madera cuya parte superior tenía forma de cabeza de loro.

Mientras tanto, el joven dictaba un proyecto de ley a su elfo Berety; las presiones de Valerie habían dado fruto, y él había accedido a delegarle al elfo —la única criatura en el mundo que era absolutamente incapaz de traicionarlo— la tarea de escribir los proyectos de ley y de leerle los documentos que le hacían llegar desde las distintas oficinas del Ministerio, para así preservar un poco su vista. Lamentablemente Berety leía y escribía con mayor lentitud que su amo, lo cual significaba cierto atraso en el trabajo diario del viceministro. De vez en cuando Al se impacientaba y le arrebataba el pergamino para leerlo él mismo.

—“El tercer nivel estará destinado a los reos de delitos leves…” —estaba diciéndole a Berety, cuando Marietta golpeó a la puerta de su despacho.

—Señor Potter, su hermana ha venido a verlo —dijo la secretaria.

—Hazla entrar —replicó Al, con la vista todavía clavada en el mapa y la mente perdida en su labor. Escuchó abrirse la puerta, y al levantar la mirada se encontró con Lily.

Estaba vestida de un modo un poco menos informal de lo que Albus estaba habituado a verla, y por algún motivo su cabello parecía algo más oscuro. Estos cambios le sentaban bien, dándole una apariencia más madura, aunque Al sintió un poco de nostalgia. El que su hermana menor tuviera ya un aspecto de mujer y no de adolescente significaba que él mismo hacía mucho que había abandonado la primera juventud y se encaminaba hacia la adultez. Suspirando, se levantó del escritorio y la saludó con un beso.

—Te ves bien —dijo Al—. ¿Te hiciste algo en el pelo?

—Un hechizo. Es más cómodo y rápido que la tintura, aunque tengo que recordar ir renovándolo cada dos o tres horas.

—Y veo que has ido de compras.

—Cómo se nota que hace años que no me ves, Al —dijo Lily, divertida—. Hace ya unos meses que me compré esto.

—¿Y por qué decidiste empezar a usarlo ahora?

—Bien, soy la hermana del viceministro… o “el Hacedor de Reyes”, como te dicen ahora. No puedo dejar que me vean en público usando jeans y zapatillas.

Como toda respuesta, Albus soltó una risita y volvió a sentarse. Le convidó papas fritas a su hermana, pero ella las rechazó.

—¿Qué es eso? —preguntó la muchacha, señalando el mapa.

—Un pequeño aporte del querido Livius a nuestra causa.

—¿Ah, sí? ¿Qué hace?

—Oh, nada especial… —dijo Albus, lanzándole una mirada astuta— Me sirve para ver lo más oscuro del corazón de las personas que me rodean —añadió, con un tono cavernoso y siniestro pero acompañado de una sonrisa que indicaba que era un chiste.

—Nunca cambias —dijo Lily.

—Jamás.

—No es muy usual comer papas fritas a las ocho de la noche, antes de la cena —observó Lily.

—Olvidé merendar —dijo Al, clavando tres papas y llevándoselas a la boca.

—¿Me hiciste venir aquí solo para verte comer?

—Te hice venir aquí… —contestó Albus, y luego se interrumpió durante cinco o seis segundos para terminar de masticar y tragar las papas fritas— para preguntarte si estás trabajando para papá.

Lily ni siquiera parpadeó.

—No.

—Imaginaba que dirías eso.

—¿Entonces por qué preguntaste?

—Porque quería confirmarlo. Si hubieras dado otra clase de respuesta, entonces te habría pedido disculpas por dudar de ti y habría abandonado el tema.

—¿Qué parte de “No” no entendiste? —dijo Lily, que parecía irritada.

—¡No, no, Lily, ya es tarde para impostar indignación, así que ni se te ocurra ir por ese camino!

—No estoy impostando…

—Basta, hermanita. Claro que estás fingiendo. Tu reacción ante la acusación fue demasiado serena como para ser creíble. Se nota que has estado mucho tiempo mintiéndole a papá o a James o a ma… a los Weasley, y eres bastante buena, pero ellos son Gryffindors. Estás tratando con un Slytherin ahora.

—Puedo asegurarte…

—¡Vamos, Lily! ¡Estuviste años viviendo con papá y James! ¡Él debe haberse preparado para este momento! ¡Sabía que yo regresaría a Gran Bretaña a terminar con Crouch! ¡No me dirás que se quedó de brazos cruzados!

—¡No lo sé!

—Sí, lo sabes. Has estado alojándote bajo el mismo techo que papá durante los últimos cuatro años, si alguien sabe qué tiene él en mente eres tú.

—Albus…

—Lily, te hago estas preguntas porque quiero ayudar a papá, no destruirlo. Quiero poner fin a todo este embrollo. Pero para eso papá tiene que darse por vencido, someterse a mi gobierno y retirarse. Sus días de gloria han pasado. Está viejo. Necesita volver a casa. Y si él vuelve, James, Rose y la tía Hermione también volverán, y quizá también puedan ayudarme a gobernar. Es él a quien tengo que convencer, antes de que sea demasiado tarde. Pero no podré convencerlo si no sé dónde está.

—Pues yo tampoco lo sé —dijo Lily, ahora apenada.

—Pero sabes cómo contactarlo. Sé que no está en Londres, pero eso es todo lo que este magnífico… artefacto me permite saber. No puedo hacer más de estos. Necesito recurrir a métodos más clásicos.

—Desearía poder ayudarte. Pero no tengo la menor idea de dónde está papá.

No obstante, su tono de voz y expresión parecían menos seguros que antes.

—No estás siendo franca conmigo, ¿verdad?

—Al, yo…

—Te prometo que no me enfadaré.

—Papá… me pidió…

—Que me espiaras, ¿verdad?

—Sí —dijo Lily, que aparentaba sentir una mezcla de vergüenza y alivio por haber revelado su secreto.

—Está bien, Lily —dijo Albus, dándole unas palmaditas en la espalda—. Era previsible.

—Te juro que dejaré de hacerlo —dijo Lily, a quien la tensión le había devuelto su apariencia más juvenil, casi como una niña pequeña—. Hablaré con él y le pediré…

—No. No quiero que dejes de hacerlo —respondió Albus, taimadamente—. Quiero que prosigas.

***

—¿Qué pasó? —preguntó Harry a su hija un par de horas después, en el lugar secreto donde habían concertado su cita.

—Todo salió tal y como esperábamos —respondió Lily con tranquilidad.

***

—Muchas gracias a todos por venir —dijo Albus apenas Isaac dio inicio a la sesión del Parlamento. En esta ocasión solo estaban ellos dos, pues Valerie y Louis Rosier habían ido a recibir a sus padres a la Terminal de Trasladores Internacionales y los demás amigos de Al tenían otras cosas que hacer aquella tarde—. El ministro y yo tenemos un nuevo proyecto para presentarles.

“Durante la última semana, he estado inspeccionando la prisión de Azkaban. No ha sido una tarea grata, pero sí muy instructiva. He descubierto algunas cosas que desconocía y confirmado otras que ya había oído previamente.

“Señores, las condiciones en que los prisioneros de Azkaban son mantenidos en cautiverio son francamente inhumanas. Tanto o más inhumanas que los crímenes por los cuales ellos han sido enviados allí. No me refiero únicamente a la presencia de los Dementores, aunque ellos son el factor principal que los atormenta. Las celdas de la prisión son pequeñas, frías e incómodas. La comida es siempre la misma, y las raciones son pequeñas. A los prisioneros no se les permite jamás salir al exterior, sino que permanecen en sus celdas durante todo el día. Solo pueden bañarse con un balde de agua —casi siempre fría— que sus guardias les dan cada dos o tres días, y hacen sus necesidades en un retrete que… bueno, pueden imaginar lo inmundo que debe resultar tener que dormir a menos de un metro de tus heces u orina.

“Nos preciamos de ser una sociedad civilizada. Es hora de ser realmente civilizados. Así que les presento esta ley que instituye un nuevo régimen penal. Primero que nada, la actual directora de Azkaban será reemplazada por Scorpius Malfoy. Su trabajo será llevar a la práctica las reformas que la ley establece.

“Segundo, la estructura edilicia de la prisión será modificada. Habrá mayor cantidad de celdas, y de mayor tamaño. Los prisioneros, si lo desean, podrán compartir una celda o tener una individual.

“Tercero, las celdas serán limpiadas por una cuadrilla de elfos domésticos. No obstante, en lo sucesivo el mantener las celdas limpias será responsabilidad de los prisioneros. Una vez a la semana se les entregarán escobas, trapos y todos los demás utensilios que necesiten para la labor.

“Cuarto, la cocina de Azkaban pasará a tener su propio personal de elfos domésticos, como en Hogwarts, aunque no tan numeroso. También recibirán semanalmente provisiones de alimentos variados y abundantes.

“Quinto, toda celda tendrá los siguientes muebles: una cama (o dos, si es compartida) con sus correspondientes frazadas, sábanas y almohadas, unos estantes para poner libros o cualquier otro objeto de los prisioneros, una mesa y una silla (o, nuevamente, dos si es ocupada por más de un reo).

“Sexto, toda celda tendrá un inodoro y una ducha provista de agua caliente y fría. También tendrán una palangana y un espejo para afeitarse y cepillarse los dientes, y jabón.

“Séptimo, algunos prisioneros recibirán el derecho a un paseo por el patio de la prisión por semana. Podrán estar al aire libre, aunque por supuesto vigilados por los guardias.

“Octavo, y esto es lo más importante de todo. La presencia de los Dementores en Azkaban será limitada. La prisión será dividida en dos sectores. El sector A, correspondiente al nivel inferior, estará destinado a aquellos prisioneros que hayan cometido los crímenes más graves (asesinato, intento de asesinato, tortura, violación, uso de la maldición Imperius sobre otra persona, traición, etcétera). El sector B, correspondiente a los pisos superiores del edificio, estará destinado a los demás criminales culpables de delitos menores como hurto, tráfico de productos prohibidos o uso indebido de la magia. Los Dementores solo podrán estar en el A, vigilando a los peores prisioneros. Los guardianes humanos de Azkaban deberán asegurarse de que no se aventuren al B. Si lo hacen, ya les hemos advertido que serán expulsados para siempre de la cárcel.

“Continuando con el tema de los prisioneros del sector A, el único otro “privilegio” del cual ellos no gozarán, aparte de la ausencia de los Dementores, será el paseo semanal al aire libre. También recibirán un uniforme naranja, mientras que los prisioneros del sector B tendrán uno blanco. Y esto me recuerda que olvidé mencionar algo: se establecerá una lavandería en la prisión, atendida por elfos. Los prisioneros tendrán dos uniformes, y si desean bañarse a diario, tendrán derecho a que se los laven diariamente.

“Eso es todo, por ahora. Estoy dispuesto a escuchar sus observaciones —concluyó Al, reclinando su espalda sobre el sillón.

—¿Qué medidas de seguridad se tomarán con los prisioneros durante las refacciones de la prisión? —preguntó Cormac McLaggen.

—Primero, los catalogaremos como reos del sector A y B. A los del sector B los pondremos temporalmente bajo arresto domiciliario hasta que sus correspondientes celdas estén listas para ser habitables. A los del sector A los iremos enviando a la cárcel de encausados del Ministerio. Lamentablemente la cantidad de celdas disponibles allí es menor que la cantidad de prisioneros condenados por delitos graves, así que ellos deberán esperar más tiempo que los del sector B.

McLaggen pareció reflexionar durante algunos instantes, haciendo que Albus se preparase para algún cuestionamiento a su plan. No obstante, cuando volvió a intervenir, lo sorprendió al decir:

—Señor Potter, usted sabe que he disentido con prácticamente todas las decisiones que usted ha… que usted y el ministro han tomado desde que comenzó su gobierno. Sin embargo, esta es una medida que voy a acompañar. Creo que nadie aquí puede considerarla ilógica, y es innegablemente humanitaria. Y por eso, colegas —añadió, dirigiéndose al resto del cuerpo— propongo que votemos una declaración de respaldo a la reforma del sistema penal propuesta por el viceministro Potter.

—¿Quiénes están a favor? —preguntó Isaac, y las manos de los cincuenta y nueve integrantes del Parlamento se levantaron simultáneamente. Por una vez, no se veían caras largas entre las bancas ni expresiones de disgusto o temor. Y, espontáneamente, comenzaron a aplaudir. Albus pudo percibir que este aplauso era muy diferente de los que le habían dedicado en la noche de su designación y de otros que había recibido desde entonces. No estaba destinado a adularlo o apaciguarlo, sino que expresaba una sincera aprobación por lo que acababa de hacer.

Con una amplia sonrisa dibujada en el rostro, Albus bajó del estrado. Francis Fedden se acercó a estrecharle la mano, y pronto otros legisladores y legisladoras lo siguieron. Incluso McLaggen hizo lo mismo. Normalmente Albus se los habría quitado de encima poniendo una expresión de hastío que, para ellos, resultaba tan elocuente como una Vociferadora, pero decidió ser paciente, darles la mano, asentir y sonreír un poco más. Se acordó del viejo refrán “Se atraen más moscas con una gota de miel que con un litro de hiel”, y se preguntó si no sería menos anticuado de lo que él creía.

De repente, una mujer de unos cuarenta y cinco años cuyo nombre él no recordaba aunque sí sabía que era integrante del Parlamento, se le acercó con la mano extendida, como habían hecho los demás. No obstante, cuando Al vio lo que llevaba en la mano…

—¡AVADA KEDA…! —gritó la bruja, pero Albus fue capaz de lanzarle a la cara los pergaminos del proyecto, que sostenía en la mano derecha. Esto hizo que la legisladora fuera incapaz de ver a su blanco durante una fracción de segundo, y si bien lanzó su Maldición Asesina, esta golpeó a un viejo mago de unos ochenta años que estaba parado justo detrás de Al. Los legisladores que se habían apiñado en torno a Albus corrieron en todas direcciones, solo preocupados por salvar su pellejo y sin que les importara saber si el ataque contra el viceministro había sido exitoso o no.

No obstante, uno de los legisladores no imitó a sus colegas sino que sacó su varita. Albus creyó que era para ayudarlo, pero cuando le apuntó a él, dio un ágil salto y logró apartarse de la trayectoria de otro Avada Kedavra. La bruja le dirigió una tercera Maldición Asesina, pero esta vez Al pudo hacer un poco más que esquivarla: usó la Varita de Saúco para arrancar una de las bancas, una pesada butaca de caoba y cuero, y la hizo levitar hasta interponerse en la trayectoria de la maldición, que la hizo estallar en pedazos.

Isaac saltó desde su estrado y usó un Desmaius contra el mago que había tratado de matar a su amigo, pero el enemigo lo desvió con otro hechizo, y lo puso fuera de combate con un Petrificus totalus. Ahora Al estaba nuevamente solo contra dos rivales, que comenzaron a lanzarle maldiciones al unísono. El Hacedor de Reyes tuvo que recurrir de nuevo a las bancas como escudos.

Finalmente, Albus apuntó con su varita al piso y gritó: “¡Terra Concussum!”. De inmediato el suelo de la Cámara empezó a sacudirse, haciendo que el mago y la bruja fueran incapaces de mantenerse de pie y cayeran al suelo. Al, que había levitado un metro y medio por encima del suelo y por ende estaba más estable, pudo Desarmarlos con facilidad y luego detuvo el terremoto mágico.

De lo que no se percató es que uno de los tres magos que continuaban en el suelo —sin contar al fallecido— conservaba su varita en la mano: Isaac. La bruja se lanzó hacia él, le quitó la varita y la apuntó a la sien del petrificado presidente del Parlamento.

—¡Devuélvenos las varitas y ríndete, escoria, o mataremos a tu…! —gritó con voz ronca.

—La oferta es rechazada. Avada Kedavra —dijo Al con desprecio, apuntando al mago que había quedado indefenso. El hombre se lanzó hacia el costado, intentando esquivarlo, pero entonces el rayo verde hizo algo inesperado: en lugar de mantener una trayectoria recta, se torció hacia el mismo lado en que el mago se había tirado y así lo alcanzó en pleno pecho.

—¡HENRY! —gritó la bruja, contemplando horrorizada cómo su cómplice caía muerto al piso. Alcanzó a dar unos tres pasos hacia el cadáver antes de caer inconsciente a causa del Desmaius de Albus.

***

—¡Estos perros de mierda! ¡Esa pandilla de traidores! —rugió Albus una hora después en su despacho, dando vueltas como un león enjaulado— ¡Primero me aplauden y me felicitan, para hacerme entrar en confianza, y luego dos de ellos intentan matarme! ¡Seguro que esto lo concertaron entre Fedden y McLaggen! ¡Y también Weatherby! ¡Todos en el Parlamento están conspirando contra mí, con la ayuda de mi tío! ¡Reúnelos, Isaac! ¡Los mataré a todos hoy mismo!

—¡Al, tranquilízate, por Merlín! —exclamó Valerie— ¡No sabes si los demás legisladores tenían algo que ver con lo que tramaron esos dos!

—¡Sé que apenas me atacaron, todos escaparon de ahí en vez de ayudarme!

—El hecho de que se hayan comportado como cobardes —opinó Scorpius, mientras se llevaba a la boca un vaso de hidromiel— no significa que estén involucrados en lo que pasó.

—¡No me importa! Un buen derramamiento de sangre servirá para enviar un mensaje a los próximos conspiradores.

—¡No seas estúpido, Albus! —dijo Valerie— ¡Sé cómo te sientes, pero no puedes dejar que tus emociones te obnubilen!

—¡No, no sabes cómo se siente! —replicó él ferozmente— No es a ti a quien quisieron matar.

—Pero a mí sí —intervino Isaac—. ¿No crees que yo también era un blanco para ellos? Saben que si tú mueres, yo seré tu sucesor natural y no Percy, a menos que muera yo también. Y creo que los demás miembros del Parlamento no tuvieron nada que ver con esto, lo mismo que tu tío. Es cierto que él huyó con el resto, pero no fue a encerrarse en su despacho temblando de miedo como los otros, sino a llamar a los Aurores. En los primeros momentos todo era confusión, no podía saber cuántos atacantes había. Sabía que tú podrías defenderte bien hasta que él trajera refuerzos.

—Es cierto —dijo Louis Rosier—. Sin embargo, creo que no deberíamos descartar la posibilidad de que haya integrantes de la Cámara metidos en esto.

—¿No crees que yo conozco a esos tipos, Louis? —la cuestionó Isaac— Si yo pensara que hay alguien entre ellos capaz de participar en un complot para asesinar a Albus, o a cualquier persona, no vacilaría en coincidir contigo. Pero no hay ninguno. Ni siquiera puedo creer que esos dos legisladores hayan tenido las agallas de atacar a Albus.

—¿Cuáles eran sus nombres? —preguntó Ash, que parecía pálido y algo nervioso.

—Demelza Robins y Henry Cadwallader. Fueron compañeros del padre de Al en Hogwarts, pero fuera de eso no hay nada que pueda hacerlos sospechosos. Eran legisladores de perfil muy bajo, sin motivos para sentir rencor por Albus.

—Eso no importa. Habrá que depurar… —comenzó a decir Albus, pero Marietta lo interrumpió golpeando la puerta—. ¿Sí?

—Francis Fedden ha venido a verlo, señor.

—Dile que entre. Y ustedes, tengan las varitas a mano. Puede que ese cerdo sea el primero —añadió ominosamente en tono más bajo, dirigiéndose a sus compañeros.

—¡Señor viceministro! —exclamó Fedden, entrando a la oficina con una expresión de alegría y alivio y los brazos extendidos—. ¡Cómo me alegro de verlo sano y salvo! ¡El país se ha ahorrado muchísimas tribulaciones hoy! Pienso proponer una…

—Siéntate y cállate, Fedden. No estoy de humor para alcahueterías.

—Pero señor, no pensará usted que mi lealtad haya flaqueado, ¿verdad?

—Si llego a pensar eso, lo próximo que verás será tu cuerpo siendo cortado por la mitad, así que más te vale convencerme.

—Señor, vengo aquí con noticias que estoy seguro que le causarán un gran alivio, lo mismo que a todos los magos y brujas de bien.

—¿En serio? —preguntó Albus— ¿Qué ha ocurrido? ¿El intento de asesinato era tan solo una broma del Día de los Inocentes?

—No, lamento decir que no. Pero ya hemos dilucidado la identidad de sus atacantes.

—Nosotros también, y solo tuvimos que preguntarle a Isaac.

—Señor, por favor, escúcheme. Cadwallader y Robins no fueron los verdaderos autores de este ignominioso atentado. Los verdaderos Cadwallader y Robins están ahora mismo en sus casas, aunque bajo custodia preventiva. Alguien los Aturdió y les quitó cabello para hacer poción Multijugos.

—¿Entonces los que me atacaron no eran miembros del Parlamento?

—No. El efecto de la poción ya se está por agotar, así que muy pronto conoceremos sus verdaderas identidades. Pero esto al menos descarta la posibilidad de que quienes trataron de asesinarlo fuesen integrantes de la honorable Cámara. Pues si alguno de nosotros hubiera querido matarlo en plena sesión no habría tenido necesidad de usar la poción multijugos, ¿no cree?

—Todo es posible, Fedden.

—Señor viceministro, por favor. Hoy la Cámara perdió a un gran legislador como fue Daniel Saint-Just por culpa de esos dos canallas. ¿Cree que nosotros somos capaces de matar a nuestros propios colegas?

—La falsa Robins llamó “Henry” al falso Cadwallader. Evidentemente querían conservar la fachada hasta el final…

—Señor Potter —dijo Marietta—. La señorita Smith está…

—Hazla pasar —dijo Albus enseguida, y su expresión se suavizó un poco al ver a la jefa de los Aurores. Jezebel fue menos efusiva que Fedden, limitándose a dedicarle una breve sonrisa al viceministro, pero él lo sintió como algo más honesto y se la devolvió—. ¿Qué noticias tienes, Jezzie?

—Los dos agresores eran Henry Thomas y Eugene Finnigan.

—¿Los hijos de Dean y Seamus? —preguntó Valerie.

—Los mismos.

—¡Eso lo explica todo! —dijo Fedden— ¡Esos dos malhechores querían vengar una ofensa personal! ¡Es vergonzoso que dos Aurores, personas que deben preservar la paz y la justicia, hayan intentado matar a tan alto funcionario como usted, pero al menos no hay miembros del Parlamento envueltos en…!

—¡Cállate, pedazo de imbécil! —rugió el Hacedor de Reyes, volviéndose hacia Fedden y clavándole la mirada— ¡Cierra tu maldita boca y escúchame! ¡No me importa que los que trataron de matarme hoy no tengan nada que ver contigo y con las demás alimañas que habitan tu precioso Parlamento! ¡NO ME IMPORTA UNA MIERDA! ¡Escúchame muy bien, Fedden, porque quiero que transmitas este mensaje a tus colegas y al cagatintas de mi tío! ¡USTEDES NO ME GUSTAN! ¡No les tengo el menor aprecio! ¡Me paso por el culo tu lealtad y la de los otros! ¿Sabes por qué? ¡Porque su “lealtad” es apenas instinto de supervivencia! ¡Si eso no estaba claro antes, espero que lo esté a partir de hoy! ¡Si alguno de ustedes mueve siquiera un dedo en mi contra, los mato a todos! La única lealtad que me importa es la de mis amigos. ¡De ustedes solo espero obediencia! ¡Yo no los respeto, yo los tolero! ¡Tolero que continúen existiendo como institución porque me ayudan a convencer a las ovejitas de este país que su pastor no va a lastimarlas si se portan bien! ¡Pero si por un segundo piensan que pueden convertirse en un obstáculo, en una amenaza para mi gobierno, y si sus miserables vidas significan algo para ustedes, les conviene descartar ese pensamiento enseguida! Espero que haya quedado bien claro.

—Sí, señor —dijo Fedden, quien para hacer honor a la verdad había conseguido conservar el aplomo mientras escuchaba la diatriba de Albus.

***

Cuando despertó, Eugene Finnigan se encontró en una de las celdas de la cárcel de encausados. Le habían encadenado las manos y los pies, y lo habían depositado sobre el camastro donde dormían los prisioneros. Comprendió que no iban a matarlo, al menos de momento. Él hacía pocos años que era Auror, pero tenía bastante conocimiento de los procedimientos penales y judiciales. Si lo mandaban a la cárcel de encausados, sería imposible asesinarlo discretamente, a diferencia de si lo mandaban sin escalas a Azkaban. Iba a ser juzgado ante el Wizengamot. Y, si alguien decidía matarlo, lo haría en la prisión, no allí.

Luego recordó a su hermano, y deseó haber despertado en Azkaban o en cualquier otro sitio de detención clandestino. El plan era ideal. Solo Prewett y Potter estarían ese día en el Parlamento. Nadie esperaría un ataque contra el viceministro en el recinto, y mucho menos de parte de los legisladores. Irrumpir en las casas de los dos que habían seleccionado fue muy sencillo, lo mismo que reducirlos y quitarles el cabello. Pero Potter los había superado en el duelo con una facilidad pasmosa. Eugene quería vengar a sus padres (consideraba a Dean como un segundo padre, no menos importante que el biológico, Seamus, y lo mismo sentía Henry), pero solo había conseguido matar a alguien que no tenía nada que ver, y que su hermano muriera. Henry había muerto y Potter seguía con vida.

—Ese podría sobrevivir a un diluvio universal —dijo, pensando en voz alta.

De pronto oyó como alguien abría los cerrojos de la puerta metálica, y cerró los ojos, pensando agradecido que iban a matarlo, y que se reuniría con sus padres y hermano. Pero en vez de escuchar la Maldición Asesina o sentir algún cuchillo atravesando su piel, sintió una mano apoyarse sobre su hombro y girarlo. Abrió los ojos y se halló frente a Agamenón Lestrange.

—Lestrange. ¿Qué haces aquí?

—Albus me ha pedido que te interrogue.

—¿Por qué? —preguntó Eugene.

—Porque yo soy el que mejor te conoce de sus amigos, para bien o para mal.

—Y porque tú se lo pediste, seguramente. Debe darte mucho placer verme así, ¿no, Lestrange?

—No. Todo lo contrario.

—Hipócrita. Siempre me odiaste. A mí y a mi hermano y mis amigos.

—Hubo un tiempo, cuando éramos chicos, en que creí que sí, que los odiaba. Pero crecí y tuve el dudoso privilegio de conocer a personas mucho peores que tú.

—Como tu amigo Potter.

—Imagino que lo ves como un monstruo.

—Lo es, Lestrange. Siempre lo fue, desde que era un niño. Es maligno.

—Él y yo… no tenemos el mismo tipo de ética, lo admito. Pero tenemos los mismos objetivos. Y por último, pero no por eso menos importantes, es mi amigo. Lo quiero.

—Entonces eres un tonto, y terminarás destruido, como todos los que lo rodean.

—Albus no mató a tu padre ni al señor Thomas, Eugene. Pero podría haber impedido que murieran… al menos uno de ellos.

—¿Te dijo eso?

—Sí. Y es por eso que no va a matarte. Te juzgarán por la muerte del legislador Daniel Saint-Just, por los secuestros de los legisladores Robins y Cadwallader y por el intento de asesinato de Albus, y te sentenciarán a cadena perpetua en Azkaban.

—Si esa es su clemencia, renuncio gustoso a ella. No quiero seguir viviendo después de esto. Mi hermano murió por culpa mía…

—Tu hermano murió por culpa suya. Él aceptó meterse en tu plan demencial…

—¡Pero yo no lo protegí! ¡Cuando tomé la varita de Prewett, no lo protegí, y Potter lo mató a sangre fría! ¡No debí perder el tiempo tratando de tomar a Prewett de rehén, debí haber protegido a mi hermano! —exclamó, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

—¿Albus no mató a Henry en defensa propia?

—¡Claro que no! ¿Qué pensabas, que él iba a negarse el placer de hacerme ver la muerte de mi hermano?

—No sabía quiénes eran ustedes —dijo Agamenón débilmente.

—¿Crees que eso habría representado alguna diferencia?

—Tú ibas a matar a Isaac, así que no te hagas el inocente. Mataste a Saint-Just e intentaste matar a dos de mis amigos. Te has arruinado.

—¡Al menos lo admito! ¡En cambio Potter intenta presentar el asesinato de mi hermano como una muerte limpia y justa!

—¿Hay alguien más involucrado en esto?

—No —dijo con desdén—. Y si lo hubiera, no te lo diría. Pero no, el único responsable soy yo.

—Te haré beber la Veritaserum —dijo Agamenón, pero la única respuesta de Eugene fue alzar las cejas con indiferencia. No se resistió a beberla, y durante unos diez o quince minutos respondió a las preguntas de su antiguo compañero de Casa.

Agamenón pudo comprobar que Eugene y Henry habían trabajado solos. Nadie, ni siquiera su madre Lavender o sus amigos Randy Creevey y Sam Sloper, tenían conocimiento de sus planes. Habían sido, por usar palabras de Ash, “pistoleros solitarios”.

El hijo de Rabastan Lestrange, que había traído una lista de preguntas y que durante el interrogatorio las había estado tachando, se disponía a irse de la celda cuando Eugene lo asombró diciéndole:

—Espera, Agamenón.

Eugene y él se conocían desde los once años y habían dormido en la misma habitación hasta los diecisiete, pero jamás el hijo de Seamus Finnigan lo había llamado por su nombre de pila.

—¿Qué más quieres decirme?

—Con respecto a lo de hoy, nada. Solo quiero… disculparme por haberte tratado tan mal en Hogwarts. Quizá si yo hubiera sido un mejor compañero, tú no habrías terminado uniéndote a Potter.

—Acepto las disculpas —dijo Agamenón. Por un momento pensó en intentar rebatir lo que había dicho acerca de Albus, pero finalmente optó por no añadir nada más.

—Ten cuidado —fue lo último que le dijo Eugene, mientras él cerraba la pesada puerta.

***

—Si no fuera por lo del papá de Eugene, lo mataría —dijo Albus a Scorpius, mientras los dos bebían cerveza de manteca sentados en reposeras, en los jardines de la Mansión Malfoy. Era una noche cálida, por lo que Scor había pedido a los elfos que le trajeran botellas casi heladas.

—Lo entiendo, Al. El bastardo quiso matar a Isaac…

—No solo es por eso —dijo él, mientras bebía un sorbo de su botella y miraba con amargura a un pavo real—. Lo de Isaac me hizo matar a Henry. Pero aún si no lo hubieran amenazado, y si los atacantes no hubieran sido hijos de quienes eran, los habría asesinado a los dos.

—¿Por qué? No me dirás que es por lo de Saint-Just, ¿o sí?

—Saint-Just no me importa. Era apenas un legislador —dijo, en el mismo tono en que hubiera dicho “Era apenas una lombriz”.

—¿Entonces?

—Ellos arruinaron mi momento, Scor. ¿No lo ves? Acababa de aprobar una ley indiscutiblemente buena, una ley que todos aprobaban, sin disidencias. Era perfecto. Era la clase de momento que se narra en los manuales de Historia una y otra vez. Y de repente vienen esos dos necios e intentan asesinarme, haciéndose pasar por legisladores. Lo que habría sido una sesión histórica se convirtió en un campo de batalla con dos cadáveres. Y ahora siento que todo mi esfuerzo ha sido en vano. Todo el tiempo que pasé entrenándome, leyendo, escribiendo, conspirando, todo es inútil. Basta con un acto de violencia para echarlo todo a perder.

—Al, esta nueva ley que aprobaste se aplicará sin importar qué digan los libros de Historia sobre la sesión de hoy. Cientos de personas se verán favorecidas por ella, tal vez miles. Eso es lo que a la larga será recordado. Tú serás el hombre que convirtió a Azkaban en la prisión de un país civilizado… entre muchas otras cosas.

—Gracias por las palabras de ánimo, Scor. Espero que tú me ayudes a hacer eso realidad como director de la prisión.

—Es un trato —dijo Scorpius, tendiéndole la mano. Y, al estrechársela, Albus volvió a sentir un poquito de esa gratificación que había experimentado en el Parlamento antes de que intentaran matarlo.

—Oye, ¿te acuerdas de la abuela de Zabini? —dijo Albus.

—¿Cómo podría olvidarla? Hizo que se me pusiera dura por primera vez.

—¿A ti también? —preguntó Al, y los dos jóvenes estallaron en carcajadas, momentáneamente despreocupados.

NOTAS

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Donaciones


Esa misma noche, en Las Tres Escobas, mientras Alcyone les contaba a todos sobre sus planes para la ceremonia de bodas (pese a que Livius y ella todavía no habían decidido ni siquiera la fecha), Valerie aprovechó para hablar a solas con su novio.

—Querido, hoy estuviste muy bien. Solo desearía que te mostrases un poquito menos altivo cuando hables con la gente del Parlamento mágico.

El Hacedor de Reyes, que debido a que solo había bebido dos cervezas de manteca no se mostró a reacio a discutir el tema (él intentaba en lo posible no hablar de asuntos de Estado cuando estaba ebrio, pues no quería decir nada de lo que después pudiera arrepentirse), replicó:

—Te agradezco el consejo, pero no lo seguiré.

—¿Por qué?

—Porque los miembros del Parlamento no me inspiran más que desprecio. Salvo Isaac, por supuesto, pero todos sabemos que en el fondo él no es uno de ellos, por más bien que haya llegado a conocerlos. Fedden, que es tal vez el más adicto a nuestra causa, me parece una sanguijuela gorda y repugnante. Y si pienso eso del más “leal”, ¿cómo quieres que vea a los otros, que solo se dedican a acumular grasa y dinero en esas bancas?

—Lo comprendo a la perfección, amor. Pero debes entender mi punto de vista: esos sujetos ya te temen, y mucho. Si los hostigas sesión tras sesión, comenzarán a sentir odio por ti. Y cuando el odio supere al miedo…

—Veo que has estado leyendo a Maquiavelo. “El príncipe debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio, pues no es imposible ser a la vez temido y no odiado”.

—No, Albus, no saco este consejo de ningún libro, sino de mi propio sentido común. Te quiero, y me preocupo por ti, y compartiré tu destino, sea cual sea.

Enternecido, el joven depositó un beso en su frente.

—El único destino que espero compartir contigo es la vejez, amor —dijo él, sonriente—. Quiero ver cómo te conviertes en una ancianita de cabello blanco y una cantidad de arrugas mayor que la de mascotas monstruosas de Rubeus Hagrid.

Valerie soltó una carcajada y le alborotó el pelo con las manos.

—¡Basta! —protestó Albus medio en broma, medio en serio— Ya voy en camino a tener que usar anteojos. ¿Quieres que además tenga el mismo pelo horrible de mi padre?

En las últimas semanas la visión del hijo de Harry se había deteriorado un poco debido a todo lo que se había visto forzado a leer y escribir por las noches. Si bien él era un lector ávido, la letra de los documentos legales —que en el Ministerio se escribían a mano en su totalidad— le resultaba mucho más difícil de descifrar que la letra impresa de sus libros. Como resultado, cada vez más frecuentemente se veía forzado a entrecerrar los ojos para leer, salvo cuando lo hacía bajo una luz natural. La única que sabía esto era Valerie.

—No es tan terrible —lo consoló ella, sabiendo que sus ojos le preocupaban más que su pelo—. Solo los necesitarás para leer, no para todo lo demás como él.

—Ese es un gran consuelo.

—Al… hay otra cosa que debo decirte —dijo Valerie, fijando la vista en Alcyone, quien continuaba con su explicación con gran entusiasmo.

—Parece que te incomoda mucho más que lo primero —notó Albus.

—Sí.

—Pero lo dirás de todos modos.

—Ajá. Eh… Es sobre tu hermana.

—¿De qué se trata? —preguntó él, tensándose un poco. Lily Potter estaba sentada al lado de Alcyone y escuchaba sus palabras con gran atención, así que no tenían que preocuparse de que los oyera.

—¿No te parece sospechoso que volviera a tu casa en el momento en que lo hizo?

—Primero que nada, no es “mi casa”, es “nuestra casa”. Ella creció allí conmigo y tiene tanto derecho como yo a vivir allí. Segundo, mi hermana y yo siempre nos quisimos mucho. Yo creo que la conozco mucho mejor que tú. No te digo que sea la inocencia personificada, pero ¿espiarme? ¿traicionarme? ¿Mi propia hermana?

—Ella no nos acompañó a Durmstrang. Se quedó aquí, con tu padre.

—No la culpo por eso. Ella no quería abandonar a mi padre en un momento tan difícil. Sabía que yo los tenía a ustedes, y que tenía un plan ya casi concebido y preparado para implementarse. En cambio, ¿qué tenía mi padre? Solo contaba con mi hermano, mi prima y mi tía; tenía que quedarse de brazos cruzados viviendo en el mismo país y bajo el gobierno de Servilia Crouch. Sí, admito que lo eligió —dijo al ver que Valerie parecía a punto de interrumpirlo con una objeción—. Él optó por no intervenir cuando vio que mis métodos eran, según su… peculiar escala de valores, tan repudiables como los de Crouch. Pero eso no lo hace mi enemigo mortal. Tampoco el hecho de que ahora esté escondido solo Merlín sabe adónde. Si él quiere actuar como un tonto, lo único que queda por hacer es demostrarle que está equivocado, y se lo demostraré haciendo un excelente gobierno.

—Pero a tu padre no le importa la calidad de tu gobierno, sino su origen, Al. Jamás aceptará la legitimidad de lo que le hicimos a Crouch.

—¿Y entonces qué dices de mi hermana? ¿Qué está aquí para pasarle información a mi padre?

—Eso es lo que sospecho.

—¿Tus pruebas? —preguntó contemplándola fríamente.

—¡No me mires así! —se quejó ella— Me haces sentir como si fueras mi juez.

—Quizá sea tu juez, pero tú no eres la acusada, sino la acusadora. Y tú eres quien debe aportar pruebas de lo que afirmas.

“Sí, admito que me pareció extraño que mi hermana viniera a verme apenas tomamos el poder. Pero hasta que no tenga evidencias sólidas de que ella trabaja para acabar con mi gobierno, no pienso aceptar que se la acuse de traición con tanta liviandad… A menos que sepas algo que yo no sé.

Valerie se sintió a punto de ruborizarse, recordando la terrible y desconcertante experiencia que había padecido en Copenhague. Abrió la boca, dispuesto a confesárselo, pero la cerró rápidamente. ¿Cómo reaccionaría él si supiera que ella había aceptado encontrarse con Lily sin decírselo? ¿Y qué haría si supiera que era muy posible que ella le hubiera sido infiel, aún cuando hubiera sido bajo los efectos del Amortentia? Era cierto que Valerie no había actuado por voluntad propia, pero también era cierto que el haberle ocultado información vital a su novio la había puesto en esa situación. Y por enésima vez, sintió un odio intenso por la hermana de Albus. Deseó torturarla hasta la muerte. Varias imágenes acudieron a su mente: su cuerpo empalado, sus senos arrancados, su cabeza cortada, su vagina llena de objetos demasiado grandes como para entrar sin producir dolor… cuando no desgarramientos. Pero apartó esa idea de su cabeza. Ella no podía actuar de esa manera con sus enemigos, por más que fuera lo que sus instintos le exigían. Tanto sadismo solo era una señal al resto del mundo de que el enemigo —la enemiga en este caso— le había inflingido un daño enorme. Lo mejor era un Avada Kedavra. Asesinarla, eliminarla rápidamente, como un papel que uno arruga y arroja al cesto de la basura. Como la cosa de poca valía que Lily era.

“Tarde o temprano te descuidarás, cuñadita”, pensó Valerie, lanzándole una breve mirada a Lily, ajena a lo que su hermano y ella habían estado discutiendo. “Y cuando lo hagas…”

—No, no sé más de lo que tú sabes, Al —mintió Valerie, volviendo la mirada hacia su pareja—. ¿Quieres otra cerveza de manteca o prefieres pasar a algo más fuerte?

***

La implementación de la asignación familiar resultó ser un poquito más problemática de lo normal. Durante el primer mes Albus dispuso que no habría ningún castigo para aquellos padres calificados para cobrarla que no se presentaran en el Ministerio, al considerar que era posible que no se enterasen durante ese lapso de la nueva medida. Solo cuando volvieran a faltar al segundo mes deberían afrontar medidas punitivas.

También hubo casos de personas que intentaron cobrar más de una asignación utilizando Poción Multijugos. Debió instalarse una Perdición del Ladrón en la entrada misma de la oficina donde se realizaban los pagos para evitar tales imposturas. Los que eran descubiertos intentando engañar al nuevo sistema eran prontamente mandados durante dos meses a Azkaban; no había juicios, pues las facultades extraordinarias que el Parlamento le había concedido “a punta de varita” le permitían a Al, como viceministro, condenar sumariamente a los criminales.

Otro problema fue el de las colas interminables que se produjeron en los primeros días. No obstante, Albus lo solucionó fácilmente con el simple mecanismo de repartir números e instalar una sala de espera con cómodos sillones donde los beneficiarios —o sus apoderados— podían sentarse hasta ser llamados.

A Albus le gustaba aprovechar sus ratos libres en el Ministerio para visitar la oficina de pagos de la asignación. Aún cuando la actitud de la mayoría de quienes estaban allí esperando cobrar no era precisamente agradecida, el verlos le hacía sentir que todas esas noches de trabajo tedioso y agotador daban por fin frutos. Que estaba haciendo el bien, pese a que ellos no supieran apreciarlo.

Un día el Hacedor de Reyes se encontró cara a cara con Draco Malfoy. Si bien Scorpius le había informado del regreso de su padre al país y a su Mansión, el verlo de nuevo después de su memorable último encuentro (en el que casi se habían ido a las manos) lo puso algo nervioso. Logró disimularlo, y le dijo con afabilidad:

—Señor Malfoy, qué gusto verlo. ¿A qué debemos el honor de su visita? No creo que venga por su asignación, Scorpius ya alcanzó la mayoría de edad hace años.

—No, señor viceministro —dijo Draco, con una tenue sonrisa—. He venido porque tengo una cita con su tío Percy.

—¿Y qué asuntos ultrasecretos necesitan discutir a mis espaldas? —preguntó jocosamente.

—Ninguno, señor Potter. Solo una donación que mi familia desea hacer al Ministerio. Puede asistir a la reunión si le place.

—No, señor Malfoy, confío plenamente en usted y en mi tío. La paranoia es la enfermedad más peligrosa a la que nos exponemos los gobernantes. No obstante, dado que usted tuvo la gentileza de hacerme una invitación, yo le responderé con otra invitación. Pasado mañana habrá una sesión del Parlamento mágico en donde presentaré un proyecto relacionado con las donaciones de ciudadanos particulares al Ministerio. Confío en que le resultará muy interesante.

—Así es —dijo Draco.

—Entonces le extenderé una invitación para que lo dejen pasar al recinto —concluyó Albus. Marietta, que estaba acompañándolo, sacó un pergamino, utilizó una vuelapluma para escribir la fórmula habitual y se lo dio a su jefe para que lo firmara. Tras hacerle entrega del papel al padre de su amigo, Albus sonrió y dijo, a manera de despedida:

—Bueno, señor Malfoy, no lo retrasaré más. Vaya en paz a confabularse con mi tío.

***

Draco fue muy puntual, llegando al recinto del Parlamento quince minutos antes del comienzo de la sesión. Su hijo y los demás amigos de Albus no habían asistido, tal vez porque el Hacedor de Reyes no consideraba el tema a tratarse tan importante como para solicitarles que vinieran. Sí estaban con él Valerie, en ese rol pseudo-oficial que le habían asignado, e Isaac. Percy Weasley, con quien Draco realmente no había ido a conspirar el día anterior (no sabía hasta qué punto se podía confiar en el nuevo ministro, y su único interés en aquella visita había sido ver con sus propios ojos cómo era el clima en el Ministerio), ocupaba su asiento con la misma expresión de impotencia y ligero fastidio, enmascarados de solemnidad, que era cada vez más habitual en sus apariciones públicas.

—Tengo aquí un nuevo proyecto que presentarles —dijo Albus al dar inicio a la sesión—. Se refiere a las donaciones privadas al Ministerio de la Magia. Donaciones que han sido un medio por el cual un puñado de familias adineradas de sangre pura han dominado indirectamente a todos los gobiernos durante siglos.

“No pienso prohibir estas donaciones, pues me consta que muchos magos y brujas las hacen de buena fe, sin intenciones de ejercer una influencia ilegítima en las decisiones ministeriales —añadió Albus, lanzándole una miradita condescendiente a Draco—. Pero sí voy a limitarlas. Primero que nada, estableceré una diferencia entre las donaciones públicas y las anónimas. Las públicas, o sea aquellas en las que los donantes desean dar a conocer sus nombres, tendrán un tope de quince galeones por mes. Si superan ese monto deberán hacerse anónimamente.

“Segundo, las donaciones anónimas estarán sometidas a un contrato mágicamente vinculante. Quien done más de quince galeones al Ministerio se comprometerá a no revelar jamás a nadie, directa o indirectamente, esa donación; así se impedirá que la utilice como medio para obtener favores oficiales. Solo tras su muerte podrán hacerse públicos todos los aportes superiores a los quince galeones que ese mago o esa bruja haya realizado a lo largo de su vida.

Los legisladores se sintieron algo aliviados. Albus había presentado el tema con mucha frialdad, sin hacer declaraciones altisonantemente condenatorias de las antiguas prácticas corruptas que rodeaban a esas “donaciones”. Les quedó claro que lo único que quería era terminar con ellas, no investigarlas, y se alegraron de eso. Muchos de ellos no tenían un expediente del todo limpio en lo que se refería a aportes privados y no querían que ni el viceministro ni nadie se pusieran a husmear en su pasado. Así que no hubo voces que protestaran contra la medida; de hecho, el consenso fue tal que Albus se atrevió a someter el proyecto a votación en lugar de aprobarlo él mismo, bajo la autoridad que le condecían las facultades extraordinarias. Cuando fue aprobado por unanimidad, le dirigió una segunda mirada, esta vez triunfal, a Draco. El ex compañero y actual aliado secreto de Harry le sostuvo la mirada sin alterarse.

“Goza de tu triunfo todo lo que quieras, Potter”, pensó Draco. “Cuando se dé vuelta la tortilla y nosotros subamos, esta nueva y bonita ley tuya durará menos que un pedo en una canasta”.

NOTAS

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El fin de la familia


El clima de la sesión del Parlamento del dos de julio era de tensa expectativa. Isaac les había hecho saber a sus colegas que en esa jornada el viceministro realizaría algunos anuncios de suma importancia y que se “esperaba” que todos pudieran asistir. Dicho y hecho: aquella noche, unos quince o diez minutos antes del inicio de la sesión, los cincuenta y nueve legisladores estaban ya sentados en sus bancas.

También podía verse sentados o circulando por el recinto a los amigos de Albus. Scorpius Malfoy, quien por su origen social conocía a muchos de los miembros del cuerpo, era —sin contar a Isaac— el que más accesible se mostraba, saludándolos y entablando conversaciones corteses aunque triviales. Los demás solo hablaban entre sí, y, más que ansiosos por ver empezar la sesión, parecían impacientes porque finalizara; dicha impaciencia tenía una explicación bastante lógica: ese día era el cumpleaños de Livius Black, y al término del evento irían a celebrarlo a Las Tres Escobas, en Hogsmeade.

Albus fue puntual, llegando a las ocho de la noche en punto, hora en que la sesión debía comenzar. Estaba acompañado por Valerie y por Ash, quien desde su reconciliación con el Hacedor de Reyes parecía gozar de una mayor intimidad con él que antes. Era la primera vez en más de una semana que lo veían, y parecía estar de mucho mejor humor que antes. Mientras todos iban ocupando sus asientos, el hijo de Harry se puso a departir amablemente con Isaac, quien le informó del estado de ánimo de la concurrencia. Percy había llegado antes, pero tío y sobrino no intercambiaron más que un “Hola” y un apretón de manos.

Apenas Isaac hubo terminado de hablar con su jefe, ocupó su sillón, se aclaró la voz y dijo:

—Siendo las ocho y cuatro minutos de la noche, y con la presencia de los cincuenta y nueve legisladores, tenemos quórum para abrir la sesión.

“Tiene la palabra el viceministro de la Magia.

—Gracias, señor presidente —dijo Albus, y pese a que no alzó demasiado la voz, todos habían guardado absoluto silencio para escucharlo, por lo que sus palabras fueron perfectamente audibles.

“Ha llegado por fin el momento de presentar las primeras leyes que me dispongo a promulgar. He pasado muchas semanas trabajando en ellas, intentando redactarlas de la manera más completa posible. Cuando ustedes tengan la oportunidad de leerlas, comprobarán que no se trata de leyes cortas, sino más bien todo lo contrario: tienen un promedio de cien o ciento cincuenta artículos cada una, y con muchos incisos. He tratado de cubrir todas las posibilidades y de no dejar vacíos legales. No obstante, quiero señalar que si alguno de los presentes, en esta o en una futura sesión de este cuerpo, encuentra algún error o desea realizar alguna sugerencia, soy todo oídos. Nada me alegrará más que incorporar a mis leyes todo aquello que pueda enriquecerlas.

“La primera ley que quisiera darles a conocer es esta: la que instituye un Registro de Súbditos Mágicos de la Corona. ¿En qué consiste este Registro, me preguntarán? En algo muy sencillo: una oficina pública cuyo objetivo será el de documentar todos los nacimientos, matrimonios y defunciones de magos y brujas británicos. En el caso de aquellas personas que sean hijas de un mago o de una bruja, su progenitor mágico tendrá el deber legal de inscribirlas en el Registro apenas nazcan. En el caso de los magos hijos de muggles, serán inscriptos apenas el Departamento de Misterios detecte sus primeros estallidos involuntarios de magia.

Comenzó a alzarse un rumor indignado y preocupado entre las bancas. Los legisladores se miraban entre ellos y fruncían el ceño.

—Señor Potter —dijo Cormac McLaggen, intentando hablar con suavidad para que su objeción sonara menos ofensiva—, seguramente usted comprenderá que, tras el horrible antecedente de la Comisión de Registro de los Hijos de Muggles, todo mago o bruja de bien vea con resquemor la creación de cualquier otro organismo que intente catalogar a nuestra población.

—¿Catalogarla? Cormac, yo no hablo de catalogar a nadie, solo de darle a cada persona que pertenezca a nuestra comunidad una existencia legal. Los datos que recogeremos durante el censo nos permitirán incorporar al Registro de los Súbditos Mágicos al grueso de la población actual de magos, brujas y squibs del país, pero sin establecer ninguna distinción por status de sangre. La vida cotidiana de la gente no se verá afectada: no tendrán que venir en masa hasta el Ministerio a inscribirse a ellos mismos ni a sus hijos. Simplemente tendrán que recibir a los censistas en enero, responder a sus preguntas con franqueza, y luego, si tienen más hijos o desean casarse, ir al Registro a dejar constancia de ello.

—¿Y por qué deberían ir al Registro para casarse? —objetó McLaggen— El matrimonio es un contrato mágicamente vinculante a nivel privado. El Ministerio nunca ha tenido injerencia en esos asuntos.

—En verdad, yo aspiro a cambiar eso —dijo Albus serenamente—. Aspiro a que los matrimonios sean simplemente un contrato legal, disoluble y aprobado por el Ministerio.

Los murmullos se acrecentaron al oír la segunda característica. Alicia Spinnet exclamó, casi horrorizada:

—¡¿“Disoluble”?!

—Sí, disoluble. El matrimonio, a partir de ahora, será un trámite burocrático que podrá hacerse y deshacerse como cualquier otro trámite. Las parejas casadas podrán divorciarse, con ciertos límites razonables de tiempo, por supuesto. Pero si a partir de los tres meses de convivencia alguno de los contrayentes desea disolver su vínculo matrimonial, entonces…

—¡ESTO ES ESCANDALOSO! —rugió Spinnet— ¡El matrimonio no puede ser disuelto! ¡Significaría el fin de la familia si se permite a los esposos abandonar a sus esposas!

—En verdad, señora Spinnet, he notado que suelen ser las mujeres las que abandonan a los hombres. Los varones somos demasiado cómodos, por no decir cobardes, como para dar ese paso, a menos que la situación se haga insostenible —dijo Albus, que parecía divertido por la reacción del cuerpo ante su propuesta de establecer el divorcio—. No obstante, quisiera señalarles algo: mi ley no abolirá el matrimonio mágico tradicional, sancionado por un sacerdote o sacerdotisa y sujeto a toda clase de límites. El matrimonio… “nuevo”, por así llamarlo, será un prerrequisito para que esta clase de bodas puedan celebrarse. Y las parejas tendrán derecho a volver indisoluble su unión, si así lo desean.

—Señor Potter —dijo McLaggen—, lo que usted sugiere que implementemos es un cambio radical en nuestras costumbres. Los magos y brujas hemos venido celebrando nuestras bodas de la manera tradicional durante más de diez siglos. Nuestros matrimonios solo terminan con la muerte del mago o de la bruja. ¡E incluso es rarísimo que un mago o una bruja vuelvan a casarse después de enviudar!

—Eso será entre los magos de sangre pura, Cormac —replicó Albus—. Los hijos de muggles tienen diferentes costumbres.

—¡Y las respetamos! ¡Ellos pueden contraer matrimonio ante las autoridades civiles y religiosas muggles, y dichos matrimonios son plenamente reconocidos ante nuestra ley!

—En eso te equivocas. La ley no dice explícitamente que los matrimonios mágicos y los muggles son iguales en derechos y obligaciones. Mi nueva ley lo hace, y así impide la posibilidad de que se introduzca cualquier medida discriminatoria contra dichas uniones.

—Lo cual es loable. Pero ¿por qué introducir tantas complicaciones en algo tan sencillo como el matrimonio? ¿Por qué debe ser registrado ante una oficina pública como si fuese un trámite cualquiera en vez de una de las más bellas y responsables decisiones de la vida? —preguntó McLaggen.

—Porque el matrimonio implica toda clase de asuntos legales: bienes en común, patria potestad de los hijos e hijas, herencia. Hasta ahora dichos asuntos quedaban fuera de la órbita del Ministerio y se resolvían entre privados. Ahora todos deberán ser aprobados por él.

—Señor Potter, el poder del Ministerio es demasiado grande como para agregarle esta nueva facultad. Se lo advierto, me opondré —dijo McLaggen.

—Oponte todo lo que quieras, Cormac: esto se hará de todos modos —dijo con indiferencia—. Olvidas que mi única obligación legal antes de promulgar una nueva ley es la de informar al Parlamento de su contenido, además de contar con el refrendo del ministro. No necesito la aprobación de la Cámara.

“Siguiente punto en la lista —añadió Albus, impidiendo que Cormac pudiera protestar—. La población mágica es demasiado reducida en relación a la población muggle. Según estimaciones (que solo podrán dejar de ser solo eso cuando se realice el censo), los magos y brujas del país somos unos dos mil. En un país de más de cincuenta millones de habitantes, convendrán conmigo en que somos muy pocos. Así que tomaré dos medidas para fomentar un aumento en la natalidad. Primero, un subsidio especial que se pagará a cada pareja que decida contraer matrimonio apenas dicho matrimonio sea formalizado en el Registro. Dicho subsidio será de trescientos cincuenta galeones. No obstante, la suma ascenderá a cuatrocientos cincuenta si alguno de los contrayentes es muggle.

—¿Y por qué diablos vas a pagarles más a los que se casen con muggles? —preguntó alguien desde el fondo, en tono irritado.

—Sencillo. Las uniones de magos y muggles siempre producen hijos mágicos. Hagamos números: un mago y una bruja procrean, el resultado es al menos un nuevo mago o bruja. Luego hagamos que cada uno se empareje con un muggle y procree: el resultado son al menos dos nuevos miembros de nuestra comunidad. Las uniones con muggles son más valiosas aún que las uniones entre magos y brujas por ese motivo. Con lo cual no quiero decir que condene a las parejas 100% mágicas. Yo mismo he elegido como mi compañera para toda la vida a una bruja de sangre pura, al igual que casi todos mis amigos. No deseo con esta medida perjudicar a nadie, ni forzarlos a hacer algo que no quieran. El único motivo por el cual unas parejas recibirán más dinero que otras es que serán las más útiles a la sociedad.

—Potter, esto es monstruoso… ¿De veras crees que la gente se casará solo para cobrar los trescientos cincuenta o cuatrocientos cincuenta galeones?

—Por supuesto que no. Solo quiero que, si desean dar ese paso, cuenten con el respaldo monetario del Ministerio. Lo mismo que si deciden tener hijos. Y eso me lleva a la segunda medida: una asignación universal a la niñez.

“A partir de ahora, cada niño mágico tendrá derecho a ciento veinte galeones, todos los meses desde que su nacimiento hasta su decimoséptimo cumpleaños. Claro que los ciento veinte galeones serán cobrados por sus padres, pero los niños serán los titulares del beneficio. La única restricción impuesta será que a partir de los once años todos deberán asistir a Hogwarts. En caso de que no manden a sus hijos al Colegio, las familias perderán su derecho a cobrar la asignación.

—Potter, la obligatoriedad de la educación en Hogwarts se abolió después de la guerra. Esa fue una medida adoptada por el régimen de Voldemort… —adujo Spinnet.

—Y es una medida que no pienso restablecer. En aquel entonces los padres que no mandaran a sus hijos al Colegio se exponían a penas de prisión en Azkaban. Ahora el único “castigo” será dejar de cobrar la asignación. No se puede comparar lo uno con lo otro.

—Aún así, tiene cierto tufillo represivo —insistió Spinnet.

—Pues si no les gusta el tufillo, puedo regalarles unos broches para taparse la nariz —dijo Al desdeñosamente—. Hay otro asunto que quiero aclarar. Aquellas familias cuyos hijos puedan recibir la asignación por estar escolarizados, estarán legalmente obligadas a cobrar el dinero, lo necesiten o no. Pueden cobrar la asignación personalmente o enviando a algún apoderado (que puede ser otro mago o bruja o un elfo doméstico).

—¿Por qué? —dijo McLaggen, acariciándose las sienes como si padeciera una jaqueca— ¿Por qué vas a forzar a las personas a someterse a esa indignidad?

—¡Claro que para ti cobrar los ciento veinte galeones, McLaggen, es indigno! —exclamó Albus, haciendo que más de uno de los presentes diera un respingo, asustados ante la perspectiva de que se repitiera lo acontecido con Terry Boot el mes anterior— ¡No dudo de que, para ti, que has crecido en una mansión, bien alimentado, vestido y atendido por media docena de elfos domésticos, que cuando te llegó tu carta de Hogwarts pudiste comprarte tu varita en Ollivander, tus libros en Flourish & Blotts y tus túnicas en Twilfitt & Tatting’s, tener que presentarte en el Ministerio a recibir una asignación de ciento veinte galeones, que es probablemente menos dinero del que tú llevas encima en este momento, sea una indignidad! ¡Pero para una familia que apenas tiene con qué llegar a fin de mes, estos ciento veinte “indignos” galeones son la diferencia entre que sus hijos puedan tener una varita de Ollivander o que tengan que comprarle una de menor calidad a otro fabricante o incluso una genérica! ¡Entre que puedan comprarles sus libros en Flourish & Blotts y sus túnicas en Twilfitt & Tatting’s y tener que darles libros y túnicas de segunda mano!

“El motivo por el cual obligaré a la gente a cobrar el dinero es porque tu punto de vista, tu miserable y parcializado punto de vista, es el más extendido entre la comunidad mágica. Todos, ricos y pobres por igual, ven con malos ojos el depender del Ministerio (a menos, por supuesto, que uno sea empleado o funcionario y cobre un salario). Todos se avergüenzan de tener que recurrir al fondo especial que se ha creado para los alumnos pobres. Por eso todos los padres que manden sus hijos a la escuela serán forzados a recibir este dinero. Porque así nadie podrá ser despreciado por gente como tú. No es la solución que yo preferiría. Si fuera por mí, los que realmente necesitan la asignación podrían cobrarla sin que se los critique por ello. Pero así de hipócrita es nuestra sociedad.

“De modo que tendrás que soportarlo, McLaggen. Yo no pienso ser como los demás ministros de la Magia. Las cosas van a cambiar aquí. Y lo de hoy es tan solo el comienzo.

Y sin decir más palabra, Albus estampó su firma en el primer proyecto de ley, y después en el segundo, para luego pasarle los pergaminos a su tío Percy, que había oído el debate sin intervenir. Una vez que el ministro firmó los documentos, Isaac se aclaró la voz y dijo:

—Quedan aprobados los dos proyectos de ley.

NOTAS

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Cuando Isaac llegó al número doce de Grimmauld Place, Lily se había ya apaciguado, y había utilizado un hechizo curativo para borrar la marca de la violenta bofetada que Valerie le propinó. Como la muchacha repartía su tiempo entre aquella residencia y la casa de sus abuelos, donde vivía su madre, no tuvo que trasladar sus pertenencias al dormitorio pues éstas ya estaban allí. Al escuchar el sonido de la aldaba golpeando la puerta, Lily se levantó de su cama y bajó las escaleras, llegando solo unos segundos después que Kreacher, quien ya había abierto la puerta y estaba anunciándole al amigo de Albus que iría a ver si “el amo” estaba disponible.

—Yo lo atiendo, Kreacher. Vuelve con los demás elfos —dijo Lily, y la anciana criatura obedeció la indicación de su otra ama sin chistar—. Isaac, ¿cómo has estado? —añadió la chica, recibiendo al presidente del Parlamento con un abrazo y un beso. Isaac parecía tenso (en verdad estaba lívido de furia), pero la sorpresa de ver a la hermana de su amigo pareció calmarlo considerablemente.

—Lily… ¿qué haces aquí?

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó la hija de Harry con una sonrisa— Esta es mi casa.

—Lo sé, pero… creí que tú y tu padre y tu otro hermano…

Lily dio un suspiro de tristeza.

—Ellos han preferido esconderse. Lamento mucho que hayan decidido eso. Hace tanto años que nuestra familia está rota, y ahora que tenemos la oportunidad de volver a estar todos juntos…

Y miró al suelo, en apariencia bastante apenada.

—Estoy seguro que no tardarán en recobrar su sensatez y regresarán —dijo Isaac, acariciándole suavemente el brazo en un gesto de consuelo. Lily alzó la mirada y volvió a sonreírle.

—Gracias. Eres tan dulce al decirme eso.

—Es lo que creo —replicó Isaac, sin retirar la mano—. Dime, ¿tu hermano está aquí?

—Sí, pero se ha ido a la cama.

—Quería hablar con él sobre lo que ha pasado en el Parlamento recién —dijo Isaac, y su mirada por primera vez se volvió dura.

—Albus me lo contó. Escúchame, Isaac: sé que lo que hizo es inexcusable, pero debes entender las circunstancias.

—¿Qué circunstancias? ¡Albus acababa de volver de la liberación de los prisioneros de Azkaban encarcelados por Crouch! ¡Debería haber estado satisfecho y dispuesto al diálogo, no dispuesto a matar a la primera provocación!

—¿No sabes lo que ocurrió?

—No. He estado ocupado tratando de limpiar el desastre que dejó Al en el recinto. Tuve que hacer que los Aurores devolvieran el cuerpo de Boot a su familia, porque esos animales planeaban deshacerse de él convirtiéndolo en una roca y enterrándolo, o algo así. Y luego tuve que lidiar con más de cincuenta magos y brujas histéricos. Será imposible mantener la muerte de Boot, y sobre todo cómo murió, en secreto. Todos sabrán que Albus mató a un legislador en pleno recinto.

—No quiero defender a mi hermano, Isaac. Pero debes saber que él estaba alterado cuando fue al Parlamento. Los padres de Livius…

—¿Qué? ¿Los padres de Liv? ¿Qué les ha pasado? —exclamó Isaac, olvidándose por completo de su irritación.

—Recibieron el Beso del Dementor.

—¿Por orden de Crouch? ¿De Dawlish? —exclamó, empalideciendo.

—No. Los Aurores que estaban a cargo de su vigilancia en la prisión lo hicieron por su cuenta. Querían… experimentar.

—¡Hijos de puta! ¡Los mataré yo mismo! ¿Dónde están? ¿Dónde los mandó Al? —bramó Isaac, apretando los puños.

—Ya los mató. La sangre en su túnica era de ellos.

—¡Por Merlín!

—¿Ahora entiendes?

—Sí. Acababa de ver a los padres de su amigo prácticamente muertos, y por culpa…

En ese punto Isaac se interrumpió, un poco abochornado.

—¿Por culpa de quién? Es evidente que la responsabilidad es exclusivamente de los dos Aurores.

—Mientras menos sepas, mejor, Lily —replicó Isaac.

Lily volvió a sorprenderlo al no insistir con el tema. Aliviado, Isaac comentó:

—¿Sabes? Siempre me pregunté por qué tu padre o tu hermano o tú misma no trataron de contactarme cuando Albus se fue al exilio y yo me quedé.

—No sabíamos bien cuál era tu posición. Era posible que hubieras permanecido aquí por orden de Al o que lo hubieras abandonado. Incluso cabía la posibilidad de que fueras un agente de Crouch… y el hecho de que alcanzases posiciones tan elevadas durante el gobierno de esa mujer nos inclinó hacia esa teoría.

—Esa era la imagen que quería… no, que necesitábamos transmitir —dijo Isaac.

—Lo entiendo —dijo Lily—. Pero ojala…

—¿Pero ojala qué? —inquirió Isaac al ver que la hermana de Albus se interumpía.

—Nada, no tiene importancia —dijo ella, esquivando la mirada de Isaac—. Solo diré que me alegra que ya no debas fingir. Sé que quieres mucho a mi hermano, y a todos tus amigos, y que estos años de separación deben haber sido muy duros.

—Los veía ocasionalmente. A Albus con más frecuencia que a los otros, porque ellos no debían saber nada sobre mi misión.

—Claro.

En ese momento, Valerie, quien también lo había escuchado golpear la puerta, entró al vestíbulo. Los retratos de los Black, que se habían enterado de la cachetada que le había dado a la hermana de su novio, comenzaron a cuchichear entre ellos, pero los tres jóvenes hicieron caso omiso.

—Isaac —dijo ella—, sé a qué has venido. Pero es necesario que comprendas…

—No necesitas explicarme nada, Valerie —se atajó Isaac—. La querida Lily ya me lo contó. Es terrible lo que les sucedió a los Black.

—Yo cambiaría mil veces a mis padres por los de él —dijo Valerie, casi para sí misma. Isaac, que sabía que la madre de la chica, al igual que la de Albus, la había repudiado tras la muerte de Hugo, y que su padre era demasiado débil y cobarde como para ponerse en contra de su esposa y a favor de sus hijos, no se sintió muy escandalizado.

—Si tus padres hubieran sido los arrestados en vez de los de Liv, jamás habrían recibido el Beso. Si lo que me dijo Lily es cierto, esos Aurores deben haberlos elegido justamente porque no eran un mago y una bruja, y por ende serían vistos como prescindibles.

—Es cierto —acotó Lily, pero Valerie no le dirigió ni una mirada.

—Me pregunto si no habrá alguna manera de… revertir lo que les hicieron —añadió Isaac.

—Absolutamente ninguna —replicó Valerie—. La única diferencia entre el Beso del Dementor y la muerte es que en el Beso la muerte del alma se produce antes de la del cuerpo. Pero ambas cosas son irreversibles.

—¿Y cómo se sabe eso? —preguntó Isaac, que no era tan experto en esos asuntos como lo era una bruja de sangre pura como la novia de su amigo.

—Algunas personas que recibieron el Beso (muy pocas, apenas un puñado en cada siglo) decidieron quedarse en la Tierra como fantasmas, y contaron lo mismo que cuentan los fantasmas comunes y corrientes: que tuvieron la posibilidad de elegir. El de los dementorizados que se quedan es un destino aún menos envidiable que el de los otros, pues deben presenciar el envejecimiento y la muerte de sus cuerpos físicos, por no mencionar ese estado catatónico e inválido en que quedan. Muchos de ellos presionan a sus deudos para que les apliquen la eutanasia.

—¿Es eso lo que harán con los papás de Liv?

—No quedará otra solución —contestó Valerie, mirando pensativamente al suelo—. Le pediremos a Agamenón que le lleve a Liv una poción que suele usarse para estos casos. En cuanto a lo de Boot… —comenzó Valerie. Al percatarse de la presencia de Lily, la joven decidió ser más ambigua:— ¿qué te parece si vienes por la noche, cuando Albus haya descansado, y decidimos juntos cómo manejarlo?

—Por supuesto —dijo Isaac, como si la renuencia de Valerie fuese lo más natural del mundo—. Bien, creo que me iré a mi casa. El cierre de la edición de El Profeta es a la madrugada, eso nos da tiempo de sobra para preparar nuestra versión.

—Yo también salgo —dijo Lily—. Quiero ver a mi madre. Ella debe estar algo preocupada por mi.

Valerie asintió con la cabeza y tras dirigirles un parco “adiós”, regresó al dormitorio que compartía con Al.

***

—¿Qué te parece —propuso Isaac apenas salieron de la casa de los Potter— si antes de irte a ver a tu madre me acompañas a tomar un café?

—Creo que estoy con más ganas de un helado —dijo la chica, abanicándose con la mano. Era una tarde bastante calurosa.

—Un helado entonces —dijo Isaac—. ¿De Fortescue?

—No, no quiero ir al callejón Diagon hoy —replicó Lily—. Mejor vayamos a algún local muggle.

—Este es tu barrio, Lily. Tú debes saber qué heladerías hay por aquí.

—Conozco una bastante buena a tres cuadras.

De modo que emprendieron su caminata con destino a la heladería elegida por la hermana de James y Albus. Soplaba un viento demasiado perezoso como para aliviar en lo más mínimo el calor que sentían los transeúntes, y pronto Isaac se sintió con tantas ganas de refrescarse con un helado como las de su acompañante.

—Dime algo, Lily. ¿A qué vino ese “pero ojala” de hace un rato? ¿Qué es lo que desearías que hubiera ocurrido mientras tu hermano estaba ausente?

—¡Nada! —exclamó Lily, sin poder evitar el ruborizarse un poco.

—Vamos, estoy seguro de que puedes decírmelo. Antes no quise insistir porque vino Valerie y supuse que no desearías hablar de eso frente a tu… digamos, cuñada. ¿Tiene que ver con ella?

—No, para nada.

—¿Entonces?

—¿Por qué me molestas tanto con eso? —exclamó Lily, frenándose en seco y mirándolo con fastidio (aunque la hostilidad de su expresión se veía un tanto atemperada por el rubor en sus mejillas). Un par de muggles se detuvieron un segundito al escucharla, pero no tardaron en seguir su camino.

—Porque quiero confirmar lo que estoy sospechando.

—¿Y qué es lo que sospechas?

—Que hubieras deseado poder hablarme antes…

—¡Pues sí! ¡Claro que quería poder conversar contigo!

—No solo conversar, ¿cierto?

—¿Qué insinúas?

—En realidad creo que lo mejor es dejar de insinuar —dijo Isaac. Los dos se habían detenido en medio de la vereda, y los muggles pasaban a su lado. El chico esbozó una de sus mejores sonrisas, y poco a poco fue acercando su rostro al de la joven, dándole tiempo para empujarlo con las manos o correr sus labios. Pero Lily no hizo ninguna de las dos cosas. Aceptó el beso con gran naturalidad, como si fueran una pareja con muchos años de noviazgo. Luego pareció sorprenderse de su propia reacción y separó sus labios de los de él, ruborizándose con aún más intensidad que antes.

—Yo… no… no sé… no quería… —balbuceó.

—Claro que querías —dijo Isaac—. Y creo que lo querías desde hace mucho.

—Pero cómo…

—No soy ciego, Lily. Sé que has estado enamorada de mí durante años. Yo también ansiaba el momento en que podría abandonar mi misión… o más bien completarla. Mi bando triunfó… y para mí, tú eres el mejor de los trofeos —dijo, inclinándose para volver a besarla. Lily se mostró mucho más entusiasta esta vez, reconociendo con su lengua lo que no se había atrevido a admitir con sus palabras. Estuvieron besándose apasionadamente durante diez o quince segundos. Lo que los hizo interrumpirse fue el comentario de una adolescente muggle, que le dijo a su amiga:

—¿Esos serán hermanos?

Lily e Isaac se miraron y estallaron en carcajadas simultáneamente. Pues era verdad que se parecían mucho físicamente: tenían el mismo cabello rojo, la misma tez pálida, los mismos ojos castaños y rasgos faciales muy similares. En verdad Isaac era más parecido a Lily que sus dos verdaderos hermanos.

—En realidad, primos —les dijo Isaac con una sonrisa a las dos chicas, sorprendidas y abochornadas por haber sido escuchadas—. Misterios de la genética.

Las muchachas no tardaron en marcharse, tan ruborizadas como Lily lo había estado momentos antes. La hija de Ginny miró a Isaac y dijo:

—Creo que ya no quiero helado.

—Yo tampoco —replicó él.

***

Los padres de Isaac no estaban en casa. Habían dejado una nota diciéndole a su hijo que pasarían el día en Surrey, haciendo una de sus muy poco frecuentes visitas a Muriel Prewett. Así que no tuvieron que disimular nada: se lanzaron al dormitorio de Isaac y comenzaron a besarse encima de la cama. El joven Slytherin se alejó un momento de ella para despojarse de todas sus ropas, y Lily creyó que a continuación él la desnudaría, pero lo que Isaac hizo fue ponerse a acariciarla y frotar su cuerpo contra el de ella. Fue algo eficaz, pues pronto Lily se sintió incapaz de estar un momento más así, de soportar que la más mínima prenda separase su piel de la del chico. Y fue ella quien se desnudó frenéticamente, casi con violencia.

—Pareces una niña —dijo Isaac con un tono de voz gutural, observando los pequeños senos y el escasísimo vello púbico rojo. Lily quiso articular una respuesta, pero cuando Isaac le separó las piernas y comenzó a colarle sus dedos —primero uno, luego dos, cada vez con más ímpetu— lo único que pudo hacer fue gemir. Y cuando, sin interrumpir su labor manual, se puso a chuparle los pezones, sus gemidos se hicieron más fuertes, haciendo que Isaac se alegrara mucho más de la ausencia de sus padres. Isaac estaba tan excitado como ella, pese a que Lily aún no lo había tocado, y de su pene erecto comenzó a salir un poco de precum; decidido a hacer lo más sensato antes de que la calentura le impidiese pensar, Isaac utilizó su mano libre para tomar su varita y, con un Accio, hacer volar hacia sus manos un frasquito de poción anticonceptiva. A toda velocidad destapó el frasquito y bebió su contenido, sintiendo el familiar sabor semiamargo, similar al del maní, de la poción que lo esterilizaría durante un par de horas, permitiéndole hacer el amor sin dejar a su compañera embarazada.

Lily abrió aún más las piernas, invitándolo a meterle algo más grande que sus dedos, e Isaac no se hizo rogar. Como la chica ya estaba naturalmente lubricada, pudo deslizarse dentro suyo con comodidad, como si sus partes encajaran juntas a la perfección. La hermana de Albus creyó que Isaac se colocaría sobre ella, en la posición del misionero (aunque la joven, siendo una bruja de sangre pura con mucho menos interés que su hermano en el mundo muggle, no tenía la menor idea de qué era un misionero y por qué llamaban así a aquella postura), pero el Slytherin la tomó de las caderas y la levantó, de tal manera que quedó sentada encima de él. Lily entonces comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo, al principio con lentitud, pues no estaba muy acostumbrada a hacer el amor así y además temía lastimarlo haciendo algún movimiento muy brusco; no obstante, cuando él se puso a manosearle las nalgas, la chica se calentó demasiado como para seguir teniendo reparos y aceleró sus movimientos. Isaac y ella volvieron a besarse, y no separaron sus bocas hasta que llegaron al orgasmo.

Satisfecha, Lily se acostó boca abajo, mientras Isaac le acariciaba la espalda y jugueteaba con su cabello. Se sentía un poco adormecida, y felizmente ajena a sus problemas.

***

—Aún cuando entiendo por qué Albus mató a Boot, no puedo justificarlo —comentó Isaac unos minutos después. Habían estado reposando juntos y hablando de trivialidades, hasta que al muchacho se le ocurrió sacar el tema a colación.

—Nadie lo justifica —replicó Lily—. Pero, ¿qué podemos hacer? Lo hecho, hecho está, ¿cierto?

—Ojalá hubiera alguna manera…

Al ver que Isaac no continuaba con su frase, Lily dijo:

—¿Alguna manera de qué?

—De… persuadir a Albus de que modere su conducta. Es cierto que son sus primeros días en el poder y que las cosas pueden cambiar. Pero si el resto de su gobierno será así, entonces…

—Entonces no crees que podrás seguir apoyándolo, ¿verdad? —dijo Lily.

—Sí. Me duele tener que decirlo, pero hoy en el Parlamento no vi a mi amigo Albus, sino a un monstruo. Un engendro que uno querría meter en una jaula con barrotes muy estrechos y tirar la llave.

—¿Piensas que Durmstrang lo cambió de alguna manera?

—¿Quién sabe? Allá tienen una actitud muy laxa hacia las Artes Oscuras. Y ese tipo de magia tiende a enloquecer a quienes la practican.

—Si tan solo hubiera una forma de… de controlar a mi hermano.

—No creo que exista. Albus es un mesiánico. He comprendido eso ahora… Perdona, querida, acabo de caer en la cuenta de que no estás familiarizada con estos términos muggles —dijo Isaac al ver la expresión de desconcierto—. Quiero decir que Al cree que tiene una misión salvadora. Cree que su deber es dirigir esta comunidad, y que no hay nadie más que sea capaz de hacerlo tan bien como él. Nunca querrá renunciar a su poder absoluto.

—Pues… quizá habría que obligarlo a renunciar, ¿no crees?

—Quizá. ¿Pero cómo podríamos obligarlo tú y yo solos? No tenemos tanto poder. Yo le soy muy útil, pero podría reemplazarme por media docena de políticos. Y a ti te tiene un gran cariño, pero ese cariño no es tan grande como para que no pueda condenarte a arresto domiciliario o algo por el estilo.

—¿Y si te dijera que no estamos solos?

—¿Quién podría ayudarnos? ¿Los Weasley? —dijo Isaac en tono pesimista.

—Mi padre. Mi hermano James. Mi tía Hermione. Mi prima Rose. Y algunos más, aunque solo estoy segura de esos cuatro.

Isaac comenzó a reír a las carcajadas, inclinando la cabeza hacia atrás. Lily dio un respingo ante esa reacción tan inesperada.

—¡Por Merlín, sí que debo ser bueno!

—¿De qué estás hablando? —preguntó Lily, alejándose unos centímetros de su nuevo amante y cubriéndose en un gesto inconsciente los senos con la sábana de su cama.

—Solo bastó un polvo para que entraras en confianza y me revelaras lo que quería saber. Ni Crouch fue tan fácil, amor.

—¿Cómo?

—¿Qué, no te dije que solía acostarme con Servilia Crouch? —preguntó Isaac con una sonrisa cruel— ¿Cómo piensas que logré escalar tan alto? Gracias a esto —dijo, señalándose la cabeza con el índice—, pero también gracias a esto —añadió, tomándose el pene con la mano izquierda.

—Isaac, no entiendo qué es lo que me quieres decir —dijo Lily, levantándose de la cama, envuelta en las sábanas.

—Vamos, no te me hagas la inocente, querida. ¿“Sé que has estado enamorada de mí durante años”? ¿“Tú eres el mejor de los trofeos”? ¡No hay ninguna mujer a la que puedas llevarte a la cama diciendo esas estupideces! ¡Las únicas con las que puedes acostarse usando esa clase de frases hechas, es la que ya estaba decidida a tener sexo contigo! ¡No estás enamorada de mí! Quizá te caliente un poco, a juzgar por lo bien que la pasamos, pero nunca estuviste enamorada.

—¡Pues si alguna vez lo estuve, puedes tener la seguridad de que ya no lo estoy! —protestó Lily, y comenzó a recoger sus ropas del piso.

—No es que eso me importe mucho a mí. Pero me temo que no puedo dejar que te vayas.

—¿Qué? —preguntó Lily, volviéndose hacia él con una expresión alarmada en sus ojos.

—Acabas de revelarme —dijo Isaac, apuntándole con su varita— tus planes de obligar a tu hermano a renunciar al poder que el Parlamento le ha concedido legítimamente. Eso es traición, Lily Potter.

—¿Siempre sospechaste de mí?

—Desde que te vi en el número doce de Grimmauld Place, querida.

—¿Entonces por qué hiciste todo esto? ¿Por qué simplemente no me acusaste ante mi hermano?

—Porque el hecho de saber que eres un caballo de Troya no debería privarme del placer de montarte una o dos veces antes de prenderte fuego —dijo Isaac, acentuando la crueldad de su expresión.

Sin preocuparse ya por su desnudez, Lily se precipitó hacia sus pantalones cortos y sacó la varita del bolsillo en un santiamén.

—¡Desmaius! —gritó, pero Isaac, cuyos reflejos eran tan buenos como los de ella, empleó un Protego. Lily quiso inmovilizarlo con un Incarcerous, pero Isaac quemó las sogas antes de que pudieran tocarlo (e incluso fue capaz de hacerle un encantamiento de enfriamiento de llamas para evitar que el fuego quemara la alfombra de su cuarto). Isaac luego usó un maleficio de Piernas de Gelatina, logrando hacer que la hermana de Albus cayera al suelo, pero cuando estaba por Aturdirla, la chica utilizó contra él un hechizo de conjuntivitis, con lo cual su Desmaius no logró alcanzarla antes de que Lily deshiciera el maleficio y lograra ponerse de pie. Isaac se arrojó bajo su cama, intentando cubrirse el tiempo suficiente como para poder quitarse la conjuntivitis y recuperar la vista, pero Lily la hizo levitar y la arrojó ferozmente contra la pared de la habitación, dejándolo desprotegido. Isaac levantó la varita y lanzó un Petrificus Totalus, sin importarle si acertaba o no. En honor de sus dotes como duelista, hay que reconocer que estuvo cerca de darle en el hombro a Lily antes de que ella pudiera Desarmarlo.

—¿Te gustó la cabalgata, hijo de puta? —gritó la chica— ¡Pues qué pena, porque no vas a recordarla mucho tiempo! ¡OBLIVIATE!

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Elefante


Con los años, los Encantamientos Desilusionadores de Harry se habían vuelto casi tan eficaces como la Capa de Invisibilidad, aunque el padre de Albus no dejaba de añorarla un poco mientras esperaba a su ahijado Teddy en Hyde Park. Habían convenido en encontrarse en un banco en particular, un poco alejado del circuito más concurrido por los muggles, situado bajo la sombra de un saúco.

Hacía bastante calor, y al menos en ese aspecto era una suerte no poder ponerse la Capa. Harry podía ver a muchos muggles cada vez más sudorosos caminando y trotando bajo el sol primaveral. Por primera vez en su vida, deseó poder ser uno de ellos, despreocupado de todas las terribles amenazas que se cernían sobre su seguridad y la de su familia. Los muggles parecían llevar una existencia tan sencilla en comparación con la de los magos y brujas…

“Basta, Harry”, pensó. “Los muggles tienen tantos problemas como nosotros. La única diferencia es que los nuestros son más complejos. Tú deberías saber eso mejor que nadie, has sido criado por muggles y sabes bien cómo viven”.

Aquel pensamiento relacionado con su infancia lo llevó a la paradoja de haber vuelto a vivir en el número cuatro de Privet Drive. Su tío Vernon había muerto en 2005, de un infarto bastante predecible tomando en cuenta su descuidada alimentación y su igualmente descuidado estado físico; Petunia, por su parte, seguía con vida, pero Dudley la había enviado a un geriátrico unos tres años atrás. De modo que habitar esa casa junto con su amiga Hermione, su sobrina Rose y su primogénito era más tolerable que lo que habría sido teniendo que convivir con sus tíos, a quienes les guardaba rencor por el maltrato al que lo habían sometido en su niñez y adolescencia. Los años de convivencia con los Weasley habían terminado por demostrarle lo atroz que había sido la conducta del matrimonio Dursley para con él. Lo que más dolía no eran tanto los episodios de abuso que tuvo que padecer sino la falta de cariño. De no haber sido por sus amigos, y por sus suegros, que habían sido casi padres sustitutos para él, y más tarde por Ginny y los niños…

Pero pensar en eso último era peor. Porque su esposa y él estaban separados desde hacía años, y su hijo menor y su hija estaban… bueno, eso era lo que venía a averiguar a Hyde Park. Teddy era la persona indicada para decirle qué diablos estaba pasando en el mundo mágico. También estaba Malfoy, por supuesto, pero Harry prefería pedirle información a alguien más simpático.

Finalmente lo vio, caminando hacia él con un teléfono celular al oído. Desconcertado, Harry se levantó del banco y dijo:

—¿Con quién hablas?

—Con nadie —respondió el joven recién casado—. Solo quiero disimular un poco, para que nadie se extrañe si me ve hablando solo.

—Muy listo de tu parte, Teddy —dijo Harry, abrazándolo con suavidad y sin ofenderse de que Teddy permaneciera tieso y con expresión impasible, como si estuviera oyendo con gran atención lo que su inexistente interlocutor le decía por teléfono. De vez en cuando asentía con la cabeza—. Lamento mucho no haber podido estar en tu boda.

—No tienes nada de qué disculparte.

—Ojala hubiera podido advertirles…

—Tenían que pasar a la clandestinidad, tú y Hermione y sus hijos. Esa era la prioridad. Si me avisaban de lo que iba a ocurrir, podían exponerse a ser atrapados. Y entonces no quedaría nadie capaz de hacerle frente a Al.

—Supongo que me ayudarás, entonces.

—Claro que sí. Pídeme lo que sea. Si quieres que Victoire y yo también nos escondamos…

—No, no, eso no. Quédense donde están. Hermione me ha dicho que mi hijo ha puesto un montón de Aurores para vigilar cada movimiento de los Weasley, y los tuyos también. Es un milagro que hayas llegado hasta aquí sin que te sigan.

—Olvidas que yo también fui un Auror. Renuncié cuando me dijiste qué pensaba hacer Albus con nuestras familias hace unos meses, pero eso no significa que me haya vuelto menos hábil para estas cosas.

—Lo sé, Ted. Solo digo que hay más maneras de ayudarme en este… conflicto que tenemos con Albus que huyendo de tu casa. Por lo pronto, manteniéndome al tanto de lo que mi hijo ha hecho, y si es posible, de lo que planea hacer.

—Pues lamento decirte que no es posible decirte qué planea hacer. Él está casi todo el día enfrascado en la redacción de sus proyectos de ley, pero no acepta la colaboración de nadie. Ni siquiera le pide ayuda a Isaac Prewett más que para algunas cuestiones técnicas que desconoce. Nadie más que él, y quizá su novia, saben qué proyectos planea presentar ante el Parlamento.

—¿Y qué hay de Hogwarts?

—También es un misterio. El Consejo Escolar hizo oídos sordos a las cartas de padres que se habían enterado de esa orgía que se produjo en las Tres Escobas y lo designó como nuevo profesor de DCAO. Pero ha habido otra vacante inesperada.

—¿Quién?

—El profesor Binns.

—¿CÓMO?

—Cuthbert Binns.

—¿Renunció? ¿Albus lo obligó a renunciar?

—No. Parece ser que, de alguna manera, pasó al otro lado. Abandonó el mundo de los vivos.

—¡Pero eso es imposi…! —exclamó Harry, y luego se interrumpió— ¿Estaba Albus con él cuando lo hizo?

—Exacto. Fue a verlo a su despacho al terminar su última clase del viernes, y salió con la noticia de que había dejado nuestro mundo. Neville no le creyó, hizo que los fantasmas del castillo se pusieran a buscarlo, incluso los mandó a Hogsmeade… pero no hubo caso, Binns ha desaparecido. Cuando Neville le preguntó cómo había sido eso posible, Albus solo sonrió y dijo: “Pues parece que también funciona al revés”. Eso fue todo lo que logró sacarle.

—No lo puedo creer. ¡Usó la Piedra para deshacerse de Binns! ¿Cómo puede ser tan canalla?

—Porque nadie sabe que posee la Piedra de la Resurrección. Otra cosa que debes tomar en cuenta es que no es un crimen atentar contra un fantasma, porque se supone que, al haber muerto, están a salvo de cualquier daño que un mago o cualquier otra criatura pueda hacerles. No ha quebrantado ninguna ley, y nadie puede demostrar que Binns no se trasladase al mundo de los muertos por propia voluntad. Lo peor que sospechan de Al es que él lo convenció de algún modo.

“En cualquier caso, el Consejo Escolar reemplazó a Binns con Ernie Macmillan. Ese es otro problema: nadie lamenta con sinceridad que Binns haya partido. No hay un solo alumno o ex alumno que lo considerase un profesor capaz. Y todos sabían que jamás iba a jubilarse. Así que más de uno, aún sin saber qué hizo Albus exactamente, lo aprueba en secreto. Macmillan será mejor que Binns, no lo dudes. Albus contaba con eso.

—¿Has visto a Lily?

—Un par de veces. Está viviendo con Albus y Valerie en el número doce de Grimmauld Place.

—No corre peligro, ¿verdad?

—Para nada, aunque es bastante claro que Valerie la aprecia mucho menos que su hermano. Pero si temes por su integridad física, ¿por qué no le pides a tus elfos que la cuiden?

—¿Mis elfos? ¿Te refieres a Kreacher y Winky?

—Sí, a ellos y a Bowy. Son tuyos, Harry. Albus también es su amo, pero tú eres el jefe de la casa. Ellos solo pueden obedecer órdenes de tus hijos o tu esposa si no contradicen a las órdenes que tú les hayas dado previamente, y si tú se lo pides pueden incluso desobedecer las de ellos. Los tres siguen viviendo allí, ¿cierto?

—Qué tonto que he sido. Esto me pasa por no tener tanta experiencia con elfos domésticos como tu abuela, que estoy seguro que te debe haber enseñado todo esto desde que eras niño. Claro, ellos tres son mis elfos, no de Albus. El único que es exclusivamente suyo es ese que se trajo de África, Berety. Los llamaré apenas vuelva al número cuatro de Privet Drive. Mil gracias por el consejo.

—De nada, Harry —dijo Teddy, sonriendo afectuosamente sin apartar el celular de su oreja.

—¿Cómo es la vida de casados? —preguntó Harry, lamentando una vez más no haber podido ver la boda por culpa de su hijo.

—Excelente. Aunque debes recordar que Victoire y yo hemos vivido juntos durante años antes del casamiento. No ha sido un cambio tan drástico.

—Ginny y yo también —dijo Harry con una punzada de amargura—. Pero cuando estuvimos casados… no sé, todo fue diferente.

—Creo que entiendo a qué te refieres. A propósito —agregó, en tono un poco más serio—, hablando de matrimonios, uno de los amigos de Albus va a casarse. Livius Black, ¿lo recuerdas?

—Oh, sí. Un buen chico. Supongo que la futura señora Black será Alcyone Hitchens, ¿verdad? Ella y Lily eran compañeras de año y Casa.

—Sí.

—¡Por Merlín, Ted! ¿Por qué mi hijo tuvo que arrastrarlos a todos? Esto no saldrá bien para nadie a menos que logremos devolverle un poco de cordura a Albus y hacer que abandone el poder pacíficamente.

—No creo que eso sea posible, Harry. ¿Sabes cómo lo están apodando ahora? “El Hacedor de Reyes”. Y Valerie Rosier… Ella es tratada como si fuera una maldita emperatriz. Tu sobrina Lucy la llama “la primera dama del reino”, y no está tan lejos de la verdad. No solo la hizo subir al escenario cuando prestó juramento para firmar el acta, sino que le han dado autorización para hablar en las reuniones del Parlamento Mágico, ocupando un asiento a la misma altura del de Isaac. Fedden lo propuso. Él es quien propone las cosas que Albus no tiene el descaro de solicitar personalmente en el recinto. Lo llaman “el Faldero”. Y están pensando en darle algún título oficial, acompañado por alguna especie de condecoración que Valerie pueda usar en las ceremonias públicas, como una cadena de oro. Un legislador que parece que quisiera rivalizar con Fedden por el título de “Faldero” llegó a sugerir algo así como “Protectora del Reino”. El “reino”, aclaran todos, es el Reino Unido, y el rey es el rey muggle, pero eso no engaña a nadie.

—Tenemos que ponerle fin, Teddy. Esto es abominable. No podemos dejar que la democracia muera. Kingsley, Hermione, Ron y yo trabajamos demasiado duro para establecer y consolidar este sistema tras la muerte de Voldemort como para que podamos permanecer indiferentes. Es como que la guerra entre mi hijo y Crouch lo hubiera dejado al borde del precipicio, y ahora el nuevo gobierno quisiera dar un gran salto hacia delante.

***

—Bueno, creo que hay que hablar del elefante en la habitación —dijo Isaac, tras aspirar un poco más de humo de la pipa de Ash—. ¿Qué mierda pasa contigo y Al?

Era una noche muy calurosa, pese a que al verano aún le faltaban dos días para comenzar formalmente, y en casa de Ash no tenían aire acondicionado, así que Isaac había tenido que quitarse la camiseta. En aquellos momentos él y Ashton estaban reclinados en el sofá viendo VH1 —estaban comenzando a pasar el videoclip de Heart-shaped box, de Nirvana— y llenando la sala de estar con humo de marihuana.

Isaac y él solo habían podido reanudar su costumbre de pasar al menos una noche a la semana en sus casas como chicos muggles normales tras el veinticinco de mayo. En muchos sentidos, ser un hijo de muggles era una situación inmejorable para hacer cosas clandestinas como la de esa noche. Mientras que un padre mágico sabría exactamente qué hechizos utilizaría su hijo para ocultar sus secretos, y como detectarlos y deshacerlos, un padre muggle era impotente. ¿Cómo podrían los padres de Ash imaginarse que el chivatoscopio de su hijo era en realidad una pipa de marihuana que él convertía en uno de esos —para ellos— extraños artefactos para poder tenerla en su habitación sin que la descubrieran? ¿O que el polvo azulado que tenía en un gran frasco era en realidad marihuana a la que Ash había sometido a una transformación similar, transformación que revertía cada vez que él e Isaac querían consumir un poco? Cualquier padre mágico habría sospechado del chivatoscopio de Ash al ver que no emitía nunca el menor sonido, y ciertamente habría intentado descubrir la verdadera naturaleza de los polvos azulados. Los hechizos para sellar las puertas eran utilísimos, porque además de impedir la entrada del señor y la señora Bennett permitían evitar que el olor del humo fuese percibido fuera de la habitación. Y ni siquiera hace falta mencionar el Muffliato.

Lo cierto era que Isaac y Ash tenían algunas cosas importantes en común. Ambos habían sido criados en un entorno muggle (aunque Isaac había tenido pequeños contactos con el mundo mágico antes de recibir su carta de Hogwarts) y ambos eran de Slytherin. Además, ambos eran tal vez los amigos más leales con los que Albus contaba. Los motivos de su lealtad podían ser muy diferentes —una temprana deuda de vida en el caso de Isaac, el amor no correspondido en el de Ash—, pero eran otra cosa que los unía. El hecho de que Isaac hubiera sido el primero en enterarse de que a Ash le gustaban los chicos había contribuido a acercarlos aún más.

Maldiciendo para sus adentros, Ash replicó:

—Nada que te importe.

—Claro que me importa, Ash. Albus y tú son mis dos mejores amigos.

—¡No quiero hablar de eso!

—Al menos en eso concuerdan él y tú.

—¿Qué, le has estado preguntando?

—No soy tan tonto. Solo lo sondeé un poco. Ya sabes, mencioné tu nombre una o dos veces frente a él. Pero no hubo ninguna respuesta: ni habló mal de ti ni habló bien. No habló de ti en absoluto.

—¡Tendría que ser muy descarado para hablar mal de !

—¡Oh, una pista! Parece que eres tú quien se peleó con él.

—Ya te lo dije, no quiero discutirlo.

Había esperado que drogarse y relajarse un poco junto con Isaac le ayudaría a dejar atrás el desasosiego que lo torturaba desde hacía nueve días, desde que descubrió el engaño, el horrible y cruel engaño al que Albus lo había estado sometiendo durante casi dos semanas. Le dolía lo que Albus le había hecho casi tanto como lo que él había estado a punto de hacerle a Albus. No se había sentido dueño de sus actos aquella noche, sujetando a su amigo por las muñecas, con algunas gotas de sangre que le había sacado con el segundo puñetazo salpicando su propio rostro y con la verga dura y tiesa. Había sido una pelea de quizá menos de un minuto, pero lo había cambiado todo. Desde entonces no se había atrevido a ver a Albus, y pese a que había querido convencerse de que lo evitaba para no encolerizarse por lo que había pasado y volver a atacarlo, en el fondo sabía que se sentía muy avergonzado. De hecho, Ashton se debatía entre tres emociones igualmente intensas: la cólera, la vergüenza y el autodesprecio que le causaba dicha vergüenza.

—Puede que no quieras discutirlo, pero sé que necesitas hacerlo. Vamos, Ash, te conozco desde hace más de diez años. Y por más que todos ustedes hayan vuelto de Durmstrang con muchos trucos nuevos para usar en un duelo bajo la manga, y por más que yo sea ahora presidente del Parlamento, seguimos siendo las mismas personas que en Hogwarts. Puedes confiar en mí.

—Pues es verdad que no tienes un aspecto muy presidencial ahora, Isaac —dijo Ash con una sonrisa. Isaac pensó en qué dirían sus colegas si lo vieran descalzo, un poco drogado y con el torso desnudo y rió a las carcajadas. Esto hizo que el clima entre los dos amigos se distendiera considerablemente. Ash suspiró resignadamente y comenzó a hablar.

Para cuando concluyó su historia, Heart-shaped box había terminado, y estaban pasando Streets of love de los Rolling Stones. Isaac se quedó con los ojos clavados en la pantalla del televisor cuando Ash dejó de hablar, aunque su mente estaba muy lejos de aquel videoclip.

—¿Ahora entiendes por qué no quiero verlo ni hablar con él, o de él?

—Sí, lo entiendo —respondió Isaac, aún un poco meditabundo.

—¿No crees que fue algo miserable de su parte? —dijo Ash, intentando acicatear a Isaac para que le diera la razón, o aún mejor, para que intentara contradecirlo; una parte de él quería ponerse a discutir con alguien para descargar su enojo, aun cuando ese alguien fuera su —ahora único— mejor amigo.

—Creo… que fue predecible de su parte.

—¿Predecible? —dijo Ash, escandalizado— ¿O sea que el tonto soy yo por no haberme dado cuenta de que Albus me traicionaría de esa manera…?

—Ten mucho cuidado con usar la palabra “traición” con tanta liviandad. Puedes decir muchas cosas acerca de Al, pero él jamás ha traicionado a sus amigos —dijo Isaac con mucha firmeza.

—¡Como quieras! ¡Entonces digamos que me engañó! ¡Que me manipuló! ¡Que jugó conmigo como si fuera su puto títere!

—Exactamente. Te manipuló. De la misma forma en que ha manipulado a tantas personas antes, y manipulará a muchas otras después. Albus es un manipulador por naturaleza. Lo mismo que todos los Slytherin.

—¡Yo no lo soy!

—Tú nunca has necesitado serlo, Ash. A lo largo de tu vida siempre has tenido que dar tus batallas abiertamente. Albus y yo, en cambio, necesitamos dar más rodeos. Pero en el fondo, tienes todo el potencial para manipular a la gente para conseguir lo que quieres.

“No eres una persona muy noble ni honesta, Ash. Si lo fueras, no habrías besado a Albus ni hubieras aceptado encontrarte a hacer el amor con él a espaldas de Valerie. Alguien verdaderamente noble le habría declarado sus sentimientos y le habría pedido que deje a Valerie por él, sin aceptar ninguna transacción. Y quiero que conste que no te lo digo como un insulto: yo tampoco soy un hombre honesto. Yo fui capaz de acostarme durante meses con esa arpía de Crouch, e incluso llegué a disfrutarlo. Sí, lo admitiré: disfruté del sexo con Crouch. Esa mujer podía tener edad para ser mi abuela, pero en la cama era superior a más de una veinteañera con la que me he acostado. Y eso no me impidió ayudar a Albus a que la destruyera. Ni siquiera me interesa saber qué ha hecho Al exactamente con ella, si está muerta o prisionera o algo peor.

“Somos Slytherins, Ash. Albus, tú y yo. Si esperabas que yo te diera la razón y te dijera que Albus es un miserable, entonces hablaste con la persona equivocada; en tal caso debiste recurrir a Agamenón. Lo que sí te diré es que Albus se equivocó. Debió, por una vez, ser sincero y no recurrir al engaño. Objetivamente fue un error, y te hizo sufrir mucho. Pero también debes admitir esto: a su manera retorcida, nuestro amiguito el Hacedor de Reyes quería hacer el bien. Creo que quiso darte la posibilidad de gozar de unas horas de felicidad. Felicidad que podía estar basada en una mentira, pero que no por eso fue menos auténtica, ¿no crees?

—Pero… todavía lo…

Ash se interrumpió en ese punto, incapaz de articular las palabras necesarias para terminar la frase.

—¿Lo odias? —dijo Isaac— Si puedes mirarme a los ojos y decirme que odias a Albus, entonces te daré la razón y abandonaremos para siempre este tema. Vamos, dímelo.

Y se reclinó contra uno de los brazos del sofá, mirando a Ash. El Slytherin menor bajó la mirada. Reflexionó acerca de todo lo que Albus y él habían pasado juntos desde que, en su primer año, el hijo de Harry lo rescató de las manos de dos compañeros racistas que querían obligarlo a cambiarse de Casa. Pensó en todos los recuerdos, tanto de los dos besos que habían intercambiado en su oficina como de las tardes que había pasado con él (por más que la mente de Ash supiera que el Albus con quien había hecho el amor no era realmente Albus, su corazón sentía otra cosa), recuerdos que, lo supo en ese momento, seguiría atesorando por mucho tiempo. Y, con los ojos un poco húmedos, levantó la mirada y dijo sin vacilar:

—No, no lo odio. Todo lo contrario.

—Entonces ve y perdónalo. Sé que él también sufre por la pelea de ustedes dos. Pero es demasiado orgulloso como para pedir disculpas de buenas a primeras. Debes ser tú quien vaya a verlo. Apuesto a que apenas sepa que está perdonado admitirá que actuó mal.

—¿Sabes qué, Isaac? Quizá no seas tan poderoso como él, pero probablemente superes al Hacedor de Reyes como político. Es una suerte que estés de nuestro lado.

—Gracias —dijo Isaac, contento tanto por el elogio como por haber logrado convencer a Ash de hacer las paces. Habiéndose ya quitado de encima el espinoso tema y sin necesidad de tener la mente más o menos clara, Isaac comenzó a fumar en serio. Cuando comenzó a fumar, una sola bocanada habría bastado para dejarlo en KO, pero ahora necesitaba mucho más para que le hiciera efecto.

—Oye, ahora que te sientes algo mejor —preguntó unos quince o veinte minutos después—, ¿cómo la tiene Al?

—¿Qué?

—Ya sabes, de tamaño. ¿Cuánto mide? —dijo Isaac, riéndose.

—No sé, nunca lo vi desnudo.

—¡No digas tonterías! ¡La Poción Multijugos altera todo tu cuerpo! ¡Si a Liv pudo hacer que le crecieran las cuerdas vocales cuando tomó, porque el tipo de quien se estaba disfrazando no era mudo, entonces seguro que pudo haberle achicado o agrandado la verga al tipo ese, Starr, hasta tener las dimensiones de la de Al!

Ashton, que estaba todavía peor que Isaac (siempre había sido menos resistente a las drogas y al alcohol), se unió a sus risas y, en cuanto pudo serenarse, dijo:

—Un poco más chica que la mía.

—O sea que es bastante más chica que la mía —dijo Isaac.

—Tamaño promedio —dijo Ash—. Igual, Liv nos supera a cualquiera de los tres.

—¿Qué dices, que tiene una trompa de elefante ahí abajo?

—Recuerdo que lo vi accidentalmente salir de la ducha en Durmstrang… Solo he visto vergas igual de largas en algunas películas porno.

—Hablando de eso —dijo Isaac, estirando la mano hacia el suelo y levantando una mochila—, traje una. ¿Quieres que la vea?

Como había recuperado ya su buen humor, Ash sonrió y asintió. Una vez que comprobó que la puerta y las cortinas estaban cerradas, utilizó el control remoto para encender el reproductor de DVD. Colocó el disco, le entregó el control a Isaac y se sentó en un sillón ubicado en un sitio desde donde no podía ver bien la pantalla, pero sí podía ver el sofá que ahora ocupaba solamente su amigo.

Isaac comenzó a reproducir la película (por el rabillo del ojo Ash podía ver a las dos enfermeras lesbianas que hacían el amor sobre una camilla) y, sin el menor pudor, se puso a manosearse el pene por encima del pantalón. Al final terminó por quitarse el jean y los boxers, las únicas dos prendas que le quedaban, y se masturbó viendo la película mientras Ash se masturbaba viéndolo a él. Esto era algo que ellos venían haciendo desde hacía ya años, y si bien Ash había perdido su virginidad años atrás con un chico de Durmstrang, habiendo estado con varios chicos más en los años posteriores, y aunque nunca había albergado ningún deseo de ser más que amigo de Isaac, seguía gustándole mucho. A Isaac no lo incomodaba, siempre y cuando su amigo se limitase a ver y no tocar.

NOTAS

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