Marzo de 1998
Los empleados de la Comisión de Registro de los Hijos de Muggles estaban tan ocupados confeccionando afiches y folletos contra los sangre impura que solo advirtieron la presencia de la bruja vestida de negro cuando ella llegó hasta la puerta de la oficina de Dolores Umbridge. En ese momento una de las empleadas, una joven bruja de poco más de veinte años, se acercó a la visitante.
-¿Puedo ayudarla? –preguntó bruscamente. Si bien los empleados no eran sus secretarios, Dolores Umbridge había ordenado que actuaran como filtro para todos sus visitantes, una tarea que les resultaba muy molesta porque significaba tener que interrumpir su absorbente trabajo para, generalmente, rechazar a decenas de personas que habían sido acusadas de ser hijos de muggles, o bien a parientes de los acusados, y que venían a rogarle a Umbridge.
-Vengo a ver a la subsecretaria Umbridge –dijo la visitante con un tono fríamente altivo. A la empleada, su aspecto le resultó vaga e inquietantemente familiar, pero no supo identificarla.
-¿Y quién es usted?
-¿Acaso es necesario que te lo diga?
-Sí, necesito que me diga su nombre para que tome su recado. Luego se lo entregaré a la subsecretaria y, si la petición es pertinente y la subsecretaria tiene tiempo libre, la contactaremos para arreglar una cita. Solo el ministro de la Magia y otros altos funcionarios pueden pasar a la oficina de la subsecretaria.
-La subsecretaria Umbridge no estará muy feliz de que me hagas esperar –dijo la visitante en tono amenazante.
-Dígame su nombre, y veré si es posible atenderla ahora.
-Dime algo, muchacha tonta: ¿acaso no conoces a Bellatrix Lestrange? –dijo la bruja, clavándole la mirada.
La empleada de la Comisión estuvo a punto de dar un salto. Todos conocían a Bellatrix, la temible Mortífaga favorita del Innombrable. Ahora los Mortífagos más conocidos, como Augustus Rookwood o Antonin Dolohov, se paseaban libremente por el mundo mágico y eran tratados con la mayor de las consideraciones. Desairar a un Mortífago significaba la muerte, pues ahora ellos podían cometer sus crímenes con plena impunidad. Y si bien la empleada había visto a Bellatrix solo en fotografías, supo reconocer su rostro en el de la visitante.
Aterrorizada, la muchacha entró a la oficina de Dolores sin siquiera golpear a la puerta. Umbridge levantó la vista del ejemplar de Vida y mentiras de Albus Dumbledore que estaba leyendo.
-¿Por qué no llamaste antes de pasar? –preguntó con su vocecita falsamente dulce.
-Perdón, señora subsecretaria, pero esto es algo urgente. Bellatrix Lestrange ha venido a verla.
-¿Bellatrix Lestrange? ¿Es una broma?
-No, señora.
Dolores se levantó nerviosamente de su sillón, colocó el libro de vuelta en su estante y sacó varios pergaminos de su maletín, desparramándolos sobre su escritorio para que pareciera que había estado trabajando.
-Hazla pasar, y luego ve a preparar té, café y jugo de calabaza lo más rápido que puedas –ordenó-. Y trae algo para comer.
-Inmediatamente, señora –dijo la chica antes de salir. La mujer de negro entró a continuación en la oficina.
-¡Buenos días, señora Lestrange! –la saludó efusivamente Umbridge, pero al mirar a la bruja con mayor atención, quedó desconcertada. Las facciones del rostro de la mujer eran idénticas a las de Bellatrix, pero parecían un poco más jóvenes y bellas, y tenía el cabello castaño en lugar de negro.
-Oh, me parece que usted se confunde, señorita Umbridge. Bellatrix Lestrange es mi hermana. Yo soy Andrómeda Tonks.
-Pero… pero usted… mi empleada dijo…
-Jamás le dije a esa chica que yo fuera Bellatrix. Si se confundió a causa de mi parecido físico con ella, no es culpa mía.
-Jamás escuché hablar de ninguna Andrómeda Tonks… pero sí de Ted y de Nymphadora –dijo Umbridge, cuyo rostro de sapo se endureció.
-Nymphadora es mi hija, y Ted… era mi esposo.
-Es verdad, hace pocas horas me han informado de su fallecimiento.
-He venido justamente por eso.
Dolores Umbridge se puso tensa.
-Señora Tonks, no ignorará usted que su marido era un sangre impura, ¿verdad?
-No, no lo ignoro.
-Tampoco ignorará que fue citado por la Comisión que yo presido para que se presentara a una audiencia programada para el… déjeme que me fije en mi agenda –dijo Umbridge mientras revisaba entre sus papeles- Ah, sí, el 18 de septiembre.
-Sí, recibimos la carta.
-Y como usted sabrá, el señor Tonks no se presentó a la audiencia, con lo cual la Comisión lo declaró en rebeldía.
-Sí –dijo Andrómeda, sin turbarse.
-Como consecuencia de ser declarado en rebeldía, el señor Tonks pasó a convertirse en un fugitivo de la ley. Y todo aquel que proveyera información que facilitara su captura o muerte, o bien que efectuase él mismo la captura o muerte del señor Tonks, tenía derecho a reclamar una recompensa. En el día de hoy, un grupo de personas se presentaron con los cuerpos del señor Tonks y de otro fugitivo, Dirk Cresswell, para reclamar su recompensa.
-Estoy al tanto de todo eso.
-Entonces sabrá que es inútil realizar cualquier reclamo. La muerte de su marido, señora Tonks, podría haberse evitado si el señor Tonks hubiera acatado la autoridad de la Comisión.
-No he venido aquí a reclamar el castigo para los asesinos de mi esposo.
-¿Por qué vino, entonces? –dijo Umbridge, impaciente.
-Para reclamar su cuerpo.
-Su… cuerpo.
-Exactamente.
-¿Por qué?
-Para enterrarlo –dijo Andrómeda, mirando a Umbridge como si fuera una retrasada mental.
-Pues… no. El protocolo dice que los cuerpos de los fugitivos, una vez que se establece su identidad, son incinerados. Nadie ha venido aquí a reclamarlos.
-Me temo que se equivoca, señora Umbridge. El protocolo que usted menciona solo dice que, si el cadáver no es reclamado, debe ser incinerado. Y yo he venido aquí a reclamarlo…
-¡No me importa en lo más mínimo! –gritó Dolores, haciendo que varios de los gatitos que jugueteaban en los retratos que adornaban su despacho dieran un salto, asustados- ¡Su esposo, señora Tonks, era un sangre impura, un muggle que le robó su magia a un auténtico mago! ¿Con qué derecho pretende tener un funeral?
-Es uno de los derechos más básicos, señorita Umbridge. Pueden matar a mi marido, pero no pueden negarme el derecho a sepultarlo como es debido.
-¡Esa es la tontería más grande que haya oído en mi vida! ¡Una traidora a la sangre no tiene derechos! ¡Ahora retírese de mi vista, o haré que los Aurores la arresten!
-Antes de irme, señorita, quería hacerle una pregunta.
-¿Qué?
-¿De quién es ese relicario que tiene en su cuello?
-¡Pues mío, por supuesto! –exclamó Umbridge, aunque no pudo evitar ruborizarse un poco. La bruja colocó en un gesto protector su mano alrededor del medallón dorado con la gran “S” verde.
-¿Podría preguntarle cómo lo consiguió?
-No tengo por qué darle explicaciones. Baste con decirle que es una antigua reliquia familiar.
-¿De la familia Umbridge?
-No, de la familia Selwyn. Perteneció a mi tatarabuela, que era una Selwyn y se casó con mi tatarabuelo a principios de la década de 1820.
-Qué interesante.
-¿Por qué dice eso?
-Porque, por lo que tengo entendido, los Umbridge solo han estado entre nosotros desde la década de 1910. Y el primer Umbridge, su abuelo, era un hijo de muggles.
-¡Eso es una completa mentira! ¡La familia Umbridge se remonta a trescientos años atrás!
-Señorita Umbridge, los Black llegamos a Gran Bretaña en el siglo XIV, y hemos estado registrando nuestra genealogía desde entonces. Estamos emparentados con todas las familias mágicas de la isla, excepto quizá los Gaunt. Yo tengo a varios Selwyn en mi árbol genealógico. Conozco el linaje de prácticamente todos los magos de sangre pura del país, y el de usted es más bien breve. Su abuelo era hijo de muggles, pero se consiguió una esposa de sangre pura aprovechando que su familia pasaba muchas dificultades económicas y que él era bastante adinerado. Pero antes de casarse con su abuela, fue a ver a mi tío-bisabuelo Arcturus para pedirle la mano de alguna de sus tres hijas. Arcturus lo rechazó, pero la historia de Umbridge, el hijo de muggles que había pretendido casarse con una hija del tío Arcturus, fue recordada durante generaciones en la familia.
“Ahora bien, si usted se rehúsa a permitir que me lleve el cadáver de mi marido Ted, entonces no me quedará más remedio que exponer esta historia enviando una carta a El Profeta. Al fin y al cabo, es mi deber como bruja respetuosa de la ley denunciar que la descendiente de un sangre impura está presidiendo la Comisión que se ocupa de localizarlos y castigarlos.
-La carta jamás se publicará –dijo Umbridge con ferocidad.
-Oh, pero su contenido se difundirá. Es una historia muy picante –dijo Andrómeda, esbozando una sonrisa perversa.
-Nunca enviará esa carta, señora Tonks –dijo Dolores-. Haré que la arresten ahora mismo. Esta misma noche estará en Azkaban.
-Preví que podría intentar eso. Así que escribí la carta antes de venir al Ministerio y se la entregué a una amiga de confianza. Si no regreso a mi casa hoy, ella se ocupará de que llegue a El Profeta.
Dolores miró a Andrómeda temblando de cólera, pero también de miedo. La historia de su abuelo era cierta; el motivo por el cual le había comprado el relicario a Mundungus Fletcher era justamente para intentar ocultarla. Tenía preparado un frondoso árbol genealógico para el caso de que pretendieran interrogarla, y el relicario “de los Selwyn” era la otra prueba que tenía a su disposición, pero sabía que ambas no pasarían un examen concienzudo. Además, el hecho de que el mismísimo Harry Potter y sus dos amigos hubieran interrumpido las audiencias de la Comisión, liberando a decenas de hijos de muggles, había debilitado bastante la posición de Umbridge dentro del Ministerio; si bien algunos habían sido recapturados, Umbridge seguía temiendo por su puesto. La carta de Andrómeda Tonks podía significar el final de su carrera.
-¡Está bien, está bien, usted gana! ¡Llévese ese cadáver asqueroso!
-Gracias. También quisiera que me autorice por escrito a crear un Traslador dentro de unos veinte minutos para sacar el cuerpo del Ministerio.
-Lo que sea. Lárguese de mi vista –dijo Umbridge mientras sacaba un pergamino y garrapateaba la autorización. En el momento en que estampaba su sello sobre el documento, la empleada abrió la puerta, llevando una bandeja con bebidas.
-¿Desean algo para tomar, señoras?
-¡No! –exclamó Umbridge- ¡Llévate esa maldita bandeja!
La chica salió del despacho apresuradamente, y Dolores sacó otro pergamino y escribió un memorando, que envió volando fuera de la oficina. Un rato después, entró un joven pelirrojo.
-¿En qué puedo ayudarla, señorita Umbridge?
-Lleve a esta señora al depósito de cadáveres, Weasley.
-Como usted diga –dijo Percy Weasley, aunque no logró reprimir una expresión de asco. Andrómeda se puso de pie y salió sin despedirse.
Percy no confundió a Andrómeda Tonks con Bellatrix Lestrange, pues sus padres conocían a los de Nymphadora y habían intercambiado visitas varias veces. Estaba al tanto del asesinato de su marido (escuchaba Pottervigilancia todas las semanas), así que no le costó imaginar qué cadáver iban a buscar al depósito, y no importunó a Andrómeda con preguntas tontas.
El depósito era una habitación pequeña, sucia y tétrica. Apenas había unas cuatro mesas y un horno crematorio; el hecho de que los cadáveres fueran incinerados al poco tiempo de llegar hacía innecesario colocar hechizos de refrigeración. Apenas estaban cubiertos con sábanas. Andrómeda observó las formas de los tres cuerpos que en esos momentos descansaban sobre las mesas. Uno de ellos era pequeño y, según Andrómeda había escuchado, pertenecía a un duende, pero los otros dos eran de magos adultos. Siguiendo la intuición, la bruja destapó el que tenía más cerca y se encontró con Ted.
Tenía un raspón en la frente, y había perdido mucho peso desde la última vez que se vieron; sin embargo, la expresión de su rostro era muy apacible. Andrómeda se preguntó si no habría recibido la muerte con alegría, si su asesinato no hubiera significado para su esposo el final de todos sus problemas, de la interminable persecución en que se había convertido su vida en los pasados meses. Pero luego rechazó esa idea. Ted nunca habría aceptado la muerte, pues habría significado el no poder verla nunca más.
Extrañamente, al mirar a su esposo, Andrómeda lo encontró más parecido que nunca a como había sido en su juventud, cuando lo conoció en Hogwarts. Recordó el día en que le propuso matrimonio y le entregó un anillo de plata adornado con un enorme diamante, mucho más caro de lo que el muchacho se podía permitir. Cuando Andrómeda se lo hizo notar, el joven Ted respondió, mirándola con adoración:
-Nadie merece un diamante más que tú. Nada puede representarte mejor.
-¿Quieres decir que soy tan hermosa como el diamante? –preguntó Andrómeda con una sonrisa, mirando cómo lucía el anillo en su dedo- No es muy original, amor, pero muchas gracias.
-No solo eso –había replicado Ted-. El diamante es uno de los minerales más duros del planeta. Resiste prácticamente todo. Tú eres igual, querida. Eres la persona más fuerte que conozco. Sé que podrás sobrevivir a cualquier tempestad.
Soltando, por primera vez desde que recibió la noticia de la muerte de Ted, una lágrima, la bruja se inclinó y depositó un suave beso sobre sus labios, para luego murmurar:
-Tú también lo fuiste.
Andrómeda destapó la mano izquierda de Ted y descubrió, sin sorprenderse demasiado, que los Carroñeros le habían robado el anillo matrimonial. Buscó en su bolso y sacó el anillo de compromiso que él le había entregado más de veinticinco años antes y se lo puso en el dedo.
-Señora Tonks –dijo Percy-. Odio tener que interrumpirla, pero faltan pocos minutos para la hora fijada para que usted cree su Traslador.
-Gracias por recordármelo, Percy –dijo Andrómeda, enjugándose la lágrima y sacando su varita. Como no había ningún objeto en el depósito de cadáveres que pudiera convertir en Traslador, materializó allí una tetera. Sin embargo, antes de irse, miró a los otros dos cuerpos-. ¿Ellos eran Dirk Cresswell y Gornuk, verdad?
-Sí, señora. Viajaban con su marido y con… Dean Thomas, si mi memoria no me falla.
-¿Thomas sobrevivió?
-Creo que sí, porque si no lo habrían entregado al Ministerio.
-¿Por qué no lo han hecho?
-Puede que haya escapado, pero es improbable considerando que estos Carroñeros consiguieron matar a dos magos adultos. Mi opinión… se rumorea que el Innombrable también quiere que le lleven hijos de muggles vivos, y paga una mejor suma por ellos que el Ministerio…
-¿Para qué?
-Sacrificios humanos… torturas… Nadie lo sabe bien.
-¿Conoces a Thomas? ¿Cuántos años tenía… quiero decir, tiene?
-Estuvimos en Gryffindor juntos, aunque estábamos en distintos años. Tiene diecisiete.
-Que Merlín se apiade de él -dijo Andrómeda, cerrando los ojos. Cuando los abrió, volvió a mirar a los otros cuerpos-. ¿Y qué pasará con ellos?
-Si nadie más los reclama, entonces serán incinerados dentro de unas horas.
-Los Cresswell se han marchado del país, así que es imposible que vengan a reclamar su cuerpo, y si lo hicieran, se lo negarían. Y Gornuk… desconozco si tiene familia o no, pero los duendes desconfían tanto del Ministerio ahora que jamás se aventurarían aquí. Pero es injusto que mi marido reciba una sepultura apropiada y ellos terminen en un horno, como si fueran papeles viejos.
-Lléveselos –dijo Percy.
-No puedo hacer eso. Umbridge aprovecharía para encarcelarme si lo supiera.
-Nadie tiene que enterarse. Hay solamente dos empleados que se encargan de este depósito. Los conozco, puedo sobornarlos.
-¿Tienes dinero?
-No mucho, pero alcanzará. Nadie se preocupa demasiado por los cuerpos de un duende y un sangre impura –dijo Percy tristemente.
-Eres un muchacho muy noble, Percy –dijo Andrómeda, acariciándole la mejilla. La notó bastante áspera, como si no se hubiera afeitado en los últimos tres o cuatro días, con lo cual dedujo que el estrés de tener que trabajar en el Ministerio manejado por los Mortífagos había hecho que el pulcro hijo de Arthur y Molly descuidara un poco su aspecto-. Tienes que marcharte de aquí. Corres un gran peligro trabajando codo a codo con las mismas personas que están persiguiendo a tu familia.
-No tengo adónde ir, señora Tonks –respondió el chico-. Ellos jamás me perdonarán… yo mismo no sé cómo pedirles perdón por lo que hice.
-Percy, ¿quieres que la próxima vez que veas a tu padre, a tu madre o a tus hermanos sea cuando los pongan encima de una de estas mesas? –preguntó Andrómeda. Percy retrocedió un paso, espantado ante esa perspectiva-. Debes recuperarlos, así sea en el instante previo a la derrota y a la muerte.
Percy giró la cabeza, para que Andrómeda no lo viera llorar. La bruja le dio unas palmadas en el hombro y luego utilizó su varita para acercar las tres mesas y colocarlas de tal manera que pudiera poner las manos de los cuerpos, además de la suya, encima de la tetera. Cuando llegó el momento, los cuatro se desvanecieron, dejando al lloroso Percy a solas en el depósito.
Mayo de 1998
Cuando Andrómeda Tonks escuchó la voz de Kingsley Shacklebolt llamándola por la Red Flu comprendió dos cosas.
Primero, que la guerra había terminado con la derrota de Lord Voldemort. La Red Flu estaba muy vigilada por el Ministerio de la Magia, y Kingsley, como uno de los miembros más capaces de la Orden del Fénix, era desde hacía meses uno de los fugitivos más buscados.
Segundo, que algo malo debía haberle pasado a su hija Nymphadora, y quizá también a su yerno Remus, pues antes de irse le había hecho jurar a la muchacha, por la vida de su hijo recién nacido, que apenas concluyera la batalla que estaba desarrollándose en Hogwarts ella le haría saber, personalmente, que estaba a salvo. Así que si era Kingsley quien la llamaba, eso significaba que Nymphadora…
Andrómeda se levantó de la cama y se dirigió hacia la chimenea como una autómata, o como una condenada a muerte caminando hacia el patíbulo.
***
Menos de una hora después, Andrómeda contemplaba los cuerpos de Nymphadora y Remus Lupin. Llevaba a su nieto Teddy en brazos; en parte, porque en aquel día de crisis y júbilo generales ninguna bruja que Andrómeda conociera podía cuidarlo mientras ella se ocupaba de la penosa tarea de disponer de los cuerpos, y en parte porque la bruja no quería separarse de quien consideraba su única familia.
-¿Señora Tonks? –dijo una voz muy joven a sus espaldas. Andrómeda se dio vuelta y se halló frente a Harry Potter. Había adelgazado mucho desde la última vez que lo vio, su cabello estaba aún más despeinado de lo habitual y tenía los ojos cansados.
-Hola, Harry –respondió amablemente.
-Señora, no puedo expresar lo… apenado que estoy. Remus fue como… como un padre para mí, y Tonks… quiero decir, Nymphadora… ella fue una de mis mejores amigas… lamento mucho…
A Harry le costaba encontrar las palabras y su voz parecía a punto de quebrársele por las lágrimas que luchaba por contener, de modo que Andrómeda decidió poner fin a su pésame. Sonriéndole, le apoyó la mano que tenía libre en el hombro.
-Muchas gracias.
-¿Hay algo que pueda hacer por usted?
-Sostener a tu ahijado un segundo. Voy a colocarles un sudario a Remus y Nymphadora y necesito las manos libres.
-Por supuesto –dijo Harry, extendiendo los brazos. Tras un instante de vacilación, Andrómeda le entregó al bebé, que comenzó a gorjear, aparentemente cómodo en los brazos de su padrino.
-Parece que le gustas –dijo Andrómeda.
-Eso espero –respondió Harry-. Porque pienso estar siempre ahí para él… si usted me lo permite, claro.
-Ven a verme en una o dos semanas, cuando todo se haya calmado, Harry –dijo Andrómeda-. Discutiremos sobre qué hacer con Teddy. Ahora las cosas están demasiado caóticas.
-Que el nuevo ministro se ocupe de eso. Teddy es más importante…
-Harry, ¿necesito ser yo quien te lo diga? –lo interrumpió Andrómeda, y al ver que Harry no modificaba su semblante, explicó:- Acabas de derrotar al Señor de las Tinieblas, y Kingsley es el nuevo ministro de la Magia, pero eso no significa en absoluto que los problemas hayan acabado. Y tú tienes una responsabilidad para con nuestra comunidad que es tanto o más grande como la que tienes hacia mi nieto. La diferencia es que Teddy puede esperar unas semanas, mientras que la comunidad mágica tiene problemas infinitamente más urgentes.
Viendo que Harry se quedaba sin respuestas, Andrómeda sacó su varita, apuntó con ella al cuerpo de Nymphadora y pronunció un hechizo. De inmediato apareció una sábana blanca debajo del cadáver, y lo fue envolviendo. Cuando hubo finalizado, la bruja repitió el procedimiento con el cuerpo de Remus Lupin.
-¿Dónde serán sepultados? –preguntó Harry.
-Me han dicho que quieren organizar un funeral masivo para los caídos en el cementerio de Hogsmeade, pero yo prefiero que descansen junto a la tumba de Ted.
-¿El funeral será mañana?
-Sí. Me gustaría mucho que vinieras, aunque comprenderé si estás muy ocupado…
-Señora, yo iría a ese funeral aún si el mismísimo Voldemort regresara de la muerte.
Febrero de 1973
Druella y Cygnus Black estaban verdaderamente intrigados. La segunda de sus tres hijas, Andrómeda, les había dicho que invitaría a un joven mago que había sido su compañero de año en Hogwarts para que lo conocieran. Eso solo podía significar que la chica quería casarse y deseaba presentarles a su pretendiente. Su primogénita Bellatrix había también organizado algo similar para que sus padres conocieran a quien ahora era su marido, Rodolphus Lestrange, aunque aquel caso había sido una formalidad; Cygnus y Druella conocían bien a Rodolphus puesto que eran amigos de sus padres, habían estado presentes en su nacimiento y lo habían visto en incontables cenas y otros eventos sociales. También conocían bien a Lucius Malfoy, el novio y casi con certeza futuro esposo de Narcisa, su tercera hija.
Pero jamás habían oído hablar de este chico misterioso que “Drómeda” (como todos en su hogar la llamaban cariñosamente, aunque siempre en privado) iba a traer. Desconocían su nombre, su ocupación y muchos otros datos vitales. Lo único que podían deducir de lo poco que Andrómeda había accedido a contarles era que el chico no era de la Casa de Slytherin, pues lo llamó “compañero de año” y no “compañero de Casa”, pero estaban dispuestos a aceptar como yerno a alguien que no fuera de Slytherin; al fin y al cabo, una prima de Andrómeda, Lucretia Black, se había casado con Ignatius Prewett, un Gryffindor. Lo único que les importaba era que el esposo de Andrómeda tuviera un linaje tan impecable como los de Lucius y Rodolphus.
Bellatrix, sabiendo lo que iba a ocurrir, había anunciado que vendría de visita “casualmente” unos quince o veinte minutos después de la hora en que el invitado de Andrómeda debía llegar a la casa de los Black, de modo de poder unirse a los festejos, y Narcisa había cancelado una salida con sus amigas al Callejón Diagon por el mismo motivo. Cygnus les había pedido discretamente a los elfos domésticos que compraran un par de botellas de champaña, para poder organizar una pequeña celebración familiar.
A las cinco de la tarde en punto Cygnus y Druella escucharon que alguien golpeaba la aldaba. Un elfo doméstico fue a abrir la puerta, y oyeron cómo el joven mago le informaba que el señor y la señora Black lo estaban esperando, tras lo cual se le flanqueó el paso. Luego oyeron cómo Andrómeda bajaba por las escaleras, intercambiaba algunas palabras en voz baja con el chico, y luego ambos se dirigían a la sala de estar.
En el aspecto físico, Druella y Cygnus no podían quejarse. El joven “amigo” de Andrómeda era muy apuesto, y engendraría nietos hermosos con su hija. Pero jamás lo habían visto en sus vidas, y en un grupo tan pequeño y cerrado como el de las familias de sangre pura británicas eso era prácticamente imposible… a menos que el chico no formara parte de ese círculo. No obstante cabía la esperanza, pensó Druella por una fracción de segundo, que el muchacho fuera de una familia extranjera de sangre pura. Había algunos pocos estudiantes de Hogwarts que no habían nacido en Gran Bretaña, que provenían del continente y cuyos padres los habían mandado a través del Canal de la Mancha atraídos por la buena reputación del Colegio. Sin embargo, cuando el joven habló por primera vez para dirigirles un tímido saludo, hizo añicos la débil ilusión de la madre de su novia, pues su acento era tan inglés como el de ellos.
-Buenas tardes, señora Black. Buenas tardes, señor Black.
-Padre, madre, les presento a Ted Tonks –dijo Andrómeda, menos cohibida que el chico.
-Buenas tardes, señor Tonks –dijo Cygnus, recobrándose de la sorpresa y levantándose para estrecharle la mano a Ted. El apretón de manos fue breve y frío, y al poco tiempo Cygnus regresó a su sillón. Druella, sin levantarse, le tendió la mano y Ted se la estrechó con mayor suavidad.
-¿Quiere tomar asiento? –atinó a decir la madre de Andrómeda.
-Sí, gracias.
-Ted Tonks… -dijo Cygnus- Es extraño, pero nuestra hija jamás nos lo mencionó. ¿Tiene usted su misma edad?
-Sí. Estuvimos en el mismo año en Hogwarts.
-¿Y usted fue a Slytherin, como ella?
-No –dijo Ted-, yo estuve en Hufflepuff.
-Ya veo –replicó Cygnus secamente.
-¿Y cómo se conocieron? –preguntó Druella, uniéndose a la conversación.
-Pues… si mal no recuerdo, poco antes de terminar cuarto estaba por llegar tarde a una clase, me tropecé, caí y todos mis libros se salieron de mi mochila. Andrómeda tuvo la gentileza de ayudarme a recogerlos, empezamos a charlar…
-¿De modo que desde entonces son amigos? –dijo Cygnus, haciendo énfasis en la palabra “amigos” y mirando a Andrómeda con dureza.
-Nos conocemos desde entonces –dijo la chica, sin intimidarse-, pero desde quinto año, aproximadamente, somos más que amigos. Mucho más.
La tensión ahora flotaba en el aire, y los cuatro podían sentirla.
-Señor Tonks, dígame algo –preguntó Druella-. ¿A qué familia mágica pertenece? Jamás he oído hablar de los Tonks.
-A ninguna –dijo Ted, lentamente-. Soy hijo de muggles.
-¿Y dices que son más que amigos, hija? –preguntó Druella.
-Así es.
-¿Amigos íntimos?
-No. Ted es mi novio.
-Novio –repitió Cygnus.
-Sí, novio.
-Un… hijo de muggles.
-Tal cual.
Cygnus se puso de pie bruscamente.
-Señor Tonks, quiero que se retire ahora mismo de mi casa.
-Lo haré, señor Black –dijo Ted, levantándose también del sillón intentando adoptar la misma actitud indómita de su novia-, pero antes quiero decirle algo.
-¿Qué cosa?
-He venido a pedirle la mano de su hija. Quiero hacerla mi esposa.
-No. No lo permitiré –dijo Cygnus, con sus ojos lanzando chispas-. Ahora, váyase de mi hogar.
-Si él se va –dijo Andrómeda, mientras se levantaba-, yo me voy con él.
-¡No! –gritó Cygnus- ¡Tú eres mi hija, y no dejaré que te escapes con un sangre impura! ¿Entendido? ¡Tú te quedas aquí, y esta escoria se marcha ya mismo, o lo saco a patadas!
-¡Tú tienes todo el derecho del mundo a echarlo de tu casa, pero no a obligarme a quedarme! ¡Si Ted se va, yo me voy también! –rugió Andrómeda.
-¡Tú no te vas a ningún lado! –gritó Cygnus, sujetándola del brazo. Inmediatamente Ted Tonks sacó su varita y le apuntó al rostro.
-Quítele la mano de encima, señor.
Ahora ya no parecía nervioso, sino tan enfurecido como el señor y la señora Black. Era perfectamente capaz de ponerse a lanzar maleficios, de modo que Cygnus liberó el brazo de su hija, y Ted volvió a guardar su varita.
-Andrómeda, ¿cómo puedes hacernos esto a tu padre y a mí? –exclamó Druella.
-No estoy haciéndoles nada. Estoy eligiendo al hombre con el que quiero pasar el resto de mi vida. Soy yo la que va a casarse con Ted, no ustedes –dijo Andrómeda.
-¡Eres una vergüenza para esta familia! ¡Ningún Black desde la época de tu bisabuelo eligió como cónyuge a un sangre impura! ¡Estás ensuciando tu sangre, y la nuestra, al mezclarla con la de esta criatura inmunda! –protestó Cygnus.
-¡Él es un ser humano y un mago, como ustedes y como yo!
-¡NO! –gritó Druella- ¡Nosotros tres somos magos! ¡Él es un muggle, un ladrón de magia, no un auténtico mago!
Ante esto, Ted no pareció ofenderse más de lo que ya estaba. Evidentemente venía preparado para escuchar insultos de ese tenor; lo que no toleraría ni por un segundo era que amenazaran a Andrómeda.
-¿Qué está pasando aquí? –preguntó una voz femenina. Todos giraron hacia la puerta y vieron a Bellatrix Lestrange, recién llegada del castillo de su esposo. La bruja esperaba encontrar a su familia celebrando el compromiso de su hermana menor con algún mago de sangre pura, y en lugar de ello encontró a sus dos padres lívidos de furia, y a su hermana acompañada de…
-¿QUÉ HACE ESE SANGRE IMPURA EN NUESTRA CASA?
Había reconocido al instante a Ted Tonks, pues en su último año en Hogwarts Lord Voldemort le había pedido que reuniese toda la información posible sobre todos los alumnos hijos de muggles del colegio, de modo de poder localizarlos y atacarlos con mayor facilidad cuando volvieran a sus hogares. Bellatrix tenía muchos defectos, pero era altamente inteligente y su cerebro no tardó en atar cabos. El sangre impura Ted Tonks era novio de su hermana y quería casarse con ella. La bruja sacó su varita y la apuntó al pecho de Tonks, pero antes de que pudiera lanzarle un maleficio, su padre corrió hacia ella, la empujó contra la pared y le levantó el brazo, haciendo que la maldición (una Cruciatus) diera en el techo de la sala de estar, haciendo que grandes trozos de mampostería cayeran sobre la alfombra.
-¡No, Bella! –gritó Cygnus.
-¡Sí! ¡Tiene que morir! ¡No podemos permitir que ese… ese… animal siga mancillando nuestra sangre!
-¡NO VAS A USAR UNA IMPERDONABLE EN MI CASA, ¿ME OYES?! ¡Guarda ya mismo esa varita, Bellatrix, o te la arrancaré de las manos, y sabes lo que eso significa!
Bella, inmovilizada, comprendió lo que su padre quería decir. Si Cygnus le arrebataba la varita por la fuerza, su lealtad pasaría a él, y Bellatrix ya no podría usarla con la misma efectividad. Y dado que Bellatrix le tenía gran cariño a su varita mágica, decidió no correr ese riesgo y se la metió de vuelta en su bolso. Sin embargo, miró a su hermana Andrómeda y le dijo:
-¡Convertiré tu vida en un infierno por esto! ¡No te mataré, pero te haré desear estar muerta!
-¡Silencio, Bellatrix! –gritó Druella. Ella, como todos los miembros de la familia Rosier, era una bruja de armas tomar, pero lo que vio en los ojos de su hija mayor en esos momentos fue algo mucho más temible, una locura asesina capaz de arrasar con todo y con todos.
-Andrómeda –dijo Cygnus, mirando a su segunda hija-, si quieres irte con el sangre impura, no te detendré. Pero jamás, ¿me oyes? Jamás podrás volver a pisar esta casa. Te desheredaré. Iré a casa de tu tía Walburga y me aseguraré de que se te elimine del Árbol Genealógico. ¿Sabes lo que eso significa, verdad?
-Lo sé –dijo Andrómeda.
-¿Nos vamos? –preguntó Ted.
-Sí –dijo Andrómeda sin la menor vacilación.
El chico puso su brazo encima del hombro de la bruja y, en medio de un silencio glacial, la pareja abandonó la sala de estar. Cuando llegaron al vestíbulo se encontraron con Narcisa, sentada en la escalera. Aparentemente había oído todo, pero no había querido intervenir. La joven rubia miró estupefacta a su hermana y dijo:
-Drómeda, yo…
Pero no atinó a completar la frase. Tras esperar unos segundos, Andrómeda replicó:
-Adiós, Cissy.
Y continuó su camino.
Mayo de 1998
Mientras, empleando un Mobilicorpus, transportaba los cadáveres de su hija y su yerno por los pasillos de Hogwarts, ahora irreconocibles a causa de los destrozos de la batalla, Andrómeda se cruzó con un hombre, una mujer y un muchacho. Los tres eran altos, rubios y de tez muy clara, y parecían absolutamente conmocionados, como si no supieran bien a dónde ir ahora que el combate había concluido. Andrómeda fijó la mirada en la mujer, que se detuvo mientras el hombre y el chico seguían de largo. La bruja dijo:
-Drómeda, yo…
Pero, al igual que unos veinticinco años atrás, esta vez tampoco atinó a completar la frase. Tras esperar unos segundos, Andrómeda replicó:
-Adiós, Cissy.
Y continuó su camino.