Más allá del mar

[A Nahuel, que ya no está con nosotros.

A Maddy, que acaba de llegar.

A Lucas, que estuvo desde el comienzo.]

El juicio de Albus Potter (el tercero al que fue sometido ante el Wizengamot en el transcurso de su corta vida) fue muy breve. A diferencia del primero, que terminó con una absolución, y del segundo, que fue interrumpido por el escape del acusado, el tercer proceso judicial contra el hijo menor de Harry Potter concluyó con una sentencia. Albus Severus Potter, alias “el Hacedor de Reyes”, pasaría el resto de sus días en la prisión de Azkaban. El voto del Wizengamot fue unánime, aunque Albus no dejó de notar que al menos un tercio de los integrantes del tribunal habían decidido no presentarse a trabajar aquel día. No creyó que sus ausencias se debieran a ninguna simpatía por su régimen caído, sino más bien a la incertidumbre acerca del futuro; nadie podía estar completamente seguro de que el Hacedor de Reyes no recuperase el poder, y que los jueces que lo condenaron no tuviesen que responder por sus actos.

El juicio se celebró a puertas cerradas, pero fue transmitido por la Red Mágica Inalámbrica, de modo que todos los magos y brujas que sintonizaran sus radios podían seguir en vivo el desarrollo del proceso. La noticia de que Albus había sido condenado se esparció con rapidez por todo el país, por no hablar del edificio del Ministerio. Cuando Albus fue escoltado fuera del salón por su padre y cinco Aurores, había un grupo de veinte o treinta empleados del Ministerio agolpados a las puertas, y pudo escuchar a uno de ellos protestar:

—¡Debieron darle a ese cerdo el Beso del Dementor! ¡Nos están poniendo a todos en peligro!

Harry ignoró aquellas palabras, pero Albus giró la cabeza para localizar al que las había proferido. Vio que era un funcionario de bajo rango del Departamento de Transporte Mágico; Albus no recordaba su nombre, pero había compartido un par de reuniones con él. El joven clavó su mirada en el empleado y le sonrió, haciendo que el mago tragara saliva y empalideciera visiblemente.

“Va a tener pesadillas el resto de su vida”, pensó el muchacho, y volvió la vista hacia delante.

Albus fue llevado a un pequeño despacho vacío en el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas; tardó algunos segundos en comprender que no era otra que la célebre Oficina de Enlace con Centauros, un organismo tan inútil (pues los centauros se rehusaban a tener cualquier clase de relación con la comunidad mágica) que era considerado el cementerio de la carrera política de cualquier funcionario del Ministerio; allí eran enviados todos los que estaban a punto de ser despedidos.

“Y aquí termino yo mi carrera”, pensó Albus, con deleite. Se preguntó si su padre habría optado por llevarlo así para hacer gala de su ironía o si simplemente buscó una oficina desocupada y por casualidad encontró aquella. Probablemente lo segundo.

Harry apostó a tres Aurores en la puerta de la oficina y mantuvo a los otros dos adentro con ellos.

—Voy a habilitar una conexión especial con la Red Flu para llevarte directamente desde aquí hasta Azkaban. Pero antes, quiero preguntarte algo: ¿deseas despedirte de Valerie? En estos momentos se encuentra en la oficina de Hermione. Estoy dispuesto a permitir que hablen a través de la chimenea, aunque no dejaré que se vean en persona.

Albus cerró el ojo y respiró hondo antes de contestar.

—No.

—¿No? —dijo Harry, sorprendido—. Albus, te aseguro que nunca volverás a verla. Ella es la madre de tu hijo…

—¿Acaso crees que lo he olvidado? —respondió Albus—. Es por eso que no puedo verla. Si volviera a tenerla frente a mí, no podría hacer otra cosa más que intentar llevármela a la fuerza, aún sabiendo que me lo impedirán, o que de tener éxito estaría violando el Juramento Inquebrantable y sentenciándome a una muerte horrible. No, padre, no puedo. La amo demasiado como para verla de nuevo y permitir que me lleven como un corderito a Azkaban. Lo mejor es no despedirme de ella.

Harry se preguntó si tendría la misma actitud si se hubiese tenido que despedir para siempre de Hermione… o de Ginny, en la época en que se amaban. Deseó nunca saber la respuesta.

—¿No quieres escribirle algo, por lo menos?

—Está bien —dijo su hijo luego de meditar unos instantes. Harry abrió un cajón y le entregó un pergamino, un tintero y pluma. Albus se sentó en el escritorio, y examinó la hoja en blanco durante al menos un minuto antes de escribir.

Cuando le entregó el pergamino a Harry, éste solo contenía dos palabras:

Sigue adelante.

†††

Harry encendió los leños de la chimenea de la oficina con un Incendio y arrojó un puñado de polvos Flu a las llamas, que se volvieron verdes. Luego se volvió hacia su hijo.

—Bueno, Albus, aquí nos separamos —le dijo Harry.

—¿Qué, no vas a acompañarme hasta la celda? —preguntó Albus—. ¿No vas a asegurarte de que las cadenas y las puertas estén bien cerradas?

—No es necesario. El Juramento Inquebrantable es más sólido que las paredes de Azkaban.

Padre e hijo se miraron por última vez. Harry vio a aquel desconocido que era su imagen viviente —a excepción del parche en el ojo—, e intentó recordarlo cuando era niño. ¿Siempre había sido así? ¿Alguna vez había tenido alguna posibilidad de cambiar? ¿Habría podido Harry hacer las cosas de otra manera?

—Era mi destino hacer lo que hice —dijo Albus, como si hubiera empleado la Legeremancia con su padre—, y era tu destino hacer lo que hiciste. Nada hubiera podido cambiarlo.

Se acercó a su padre y le dio un beso en la mejilla.

—Si es un varón —dijo Albus, antes de entrar a las llamas—, me gustaría que lleve el nombre de Hugo.

†††

La Red Flu transportó a Albus al mismo patio de Azkaban donde él había hecho ejecutar a Helen Gamp y Michael Milton. Habían hecho aparecer una chimenea en una de las paredes, y cuando él salió de ella, la hicieron desaparecer. Prácticamente todos los guardias de Azkaban estaban allí, junto con el director de la prisión.

—Bienvenido, señor Potter —dijo el mago, que antes había sido uno de los carceleros de la prisión—. Es un honor tener a un mago de su estatura entre nuestros huéspedes. Confío en que encuentre su estadía entre nosotros agradable.

—Depende —respondió Al—. ¿Tienen wi fi en las habitaciones, o solo en el lobby?

El director esbozó una sonrisa totalmente carente de humor, e hizo un gesto con la frente casi imperceptible. Uno de los guardias se acercó a Albus y le propinó un puñetazo en el estómago que hizo que el joven cayera de rodillas al suelo.

—De ahora en más, serás conocido como 366. Prepárenlo y llévenlo a su celda —dijo el director, y dio media vuelta para marcharse.

Un Petrificus Totalus dejó a Albus inmovilizado. Luego los guardias emplearon un Accio para desvestirlo. Sus prendas se desgarraron al salir volando de su cuerpo, y Albus quedó en medio del patio, totalmente desnudo y paralizado.

“Si tuviese un cuerpo más escultural”, pensó, “sería casi una estatua griega”.

El Aguamenti que utilizaron para “higienizarlo” hizo que cayera hacia atrás, y su nuca golpeó el duro suelo de piedra del patio, pero no fue capaz de proferir el menor quejido. Para Albus, que años atrás se había entrenado para soportar la maldición Cruciatus, la experiencia de ser rociado con un chorro de agua helada en un día frío y estando desnudo era una forma de tortura más bien leve, pero no por eso era más agradable.

Cuando terminaron su tarea (o se aburrieron), levantaron el hechizo paralizante y le arrojaron una túnica gris. Al tomarla entre sus manos, Albus notó que estaba mojada, pero no precisamente con agua…

—Te la dejamos bien calentita, Potter —se burló uno de los guardias.

—¿Potter? ¿Quién es Potter? —replicó Albus, mientras se la ponía—. Yo soy 366.

Lo cierto era que la túnica del prisionero estaba caliente; los guardias debían haberle orinado encima menos de diez minutos antes. Albus hizo caso omiso al olor repugnante que despedía y a las risas de los guardias mientras esperaba a que lo llevasen a su celda.

Dos guardias robustos lo tomaron de los brazos y lo condujeron hacia el interior de la prisión. Albus vio cómo iban descendiendo piso a piso, hasta llegar al último nivel de la isla-prisión, conocido como el Pabellón de Ekrizdis. Se trataba de la parte más vieja de la prisión, construida por el mago oscuro Ekrizdis, que había convertido a la isla en su fortaleza personal en el siglo XV. Doscientos años después, habiendo muerto Ekrizdis, el Ministerio de la Magia se apoderó de la isla y fue añadiendo pisos a la edificación. La estructura original se mantuvo para alojar a los criminales de máxima peligrosidad. Allí no había ventanas y la única luz era la de las varitas de los guardias. Le aguardaba una existencia sumida en la tiniebla más absoluta.

Los goznes de la puerta chirriaron al abrirla, y Albus vio una espesa capa de polvo en el suelo del interior de la celda. También vio algo moverse, probablemente una rata.

—Eres el único prisionero de este piso, Potter —dijo uno de los guardias, el mismo que le había dado la túnica meada—. Vas a tener toda la soledad y paz que quieras.

El otro guardia le quitó las cadenas en silencio. No se había sumado a las risas en el patio, y no le había sacado en ningún momento los ojos de encima a su prisionero.

“Este es el más peligroso”, pensó Al.

—No parece que esté completamente solo —dijo Albus.

—¿Ah, no? ¿Te refieres a las…? —dijo el guardia charlatán.

Albus apuntó con la mano hacia las tinieblas.

—¡Oppugno! —gritó.

Súbitamente, una forma oscura salió volando en dirección al rostro del guardia silencioso. La rata había sido levantada mágicamente del suelo y ahora estaba siendo lanzada como proyectil.

La reacción instintiva del mago al sentir las patas y los dientes de la alimaña sobre su rostro fue levantar ambas manos para quitársela de encima. Seguía sosteniendo la varita, pero sin tanta firmeza…

—¡Expelliarmus! —dijo Albus, y la varita del guardia fue arrebatada de su mano derecha y voló hacia la del joven.

El guardia silencioso arrojó la rata al suelo y corrió en dirección al pasillo, pero Albus, ahora armado, lo derribó con un Impedimenta y lo Aturdió.

El guardia charlatán se había quedado paralizado por la sorpresa, tal y como Albus había supuesto que haría.

—Expelliarmus —dijo Albus, y el mago fue Desarmado con facilidad. El miedo que sentía fue tal que no hizo el menor gesto de resistencia.

—Ahora dame tu ropa —ordenó el muchacho.

†††

Vestido con el uniforme de los guardias de Azkaban, Albus abandonó la celda y subió las escaleras. Además de obligar al guardia charlatán a entregarle todas sus prendas (que le quedaban grandes, pero no tenía importancia), Albus utilizó la Legeremancia con él para saber dónde estaban encerrados sus amigos; también obligó al guardia a ponerse la túnica orinada antes de Aturdirlo y dejarlo encerrado en la celda negra junto a su colega.

Las varitas de los guardias de Azkaban estaban encantadas para poder abrir las puertas de las celdas con un sencillo Alohomora. Albus subió hacia los niveles ubicados un par de pisos por encima del suyo, donde se encerraba a los prisioneros de “alta peligrosidad” (aunque no de “peligrosidad máxima”, como él). Se dirigió hacia la celda de Jezzie, que era la más cercana a las escaleras.

—¿Marvin? —preguntó de pronto una voz—. ¿Qué haces de vuelta aquí? ¿Pensé que ibas…?

Albus se volvió hacia su interlocutor velozmente; el otro guardia lo reconoció de inmediato, pero apenas alcanzó a alzar su varita antes de ser Aturdido.

De pronto, Albus sintió una punzada de dolor en los riñones.

“Debo apresurarme”, pensó, mientras empleaba un Mobilicorpus para hacer levitar el cuerpo del guardia y llevarlo hacia la celda de Jezebel.

El Alohomora funcionó a la perfección. La celda de su amiga tenía una ventana pequeña y estrecha a través de la cual entraba un haz de luz grisácea.

—¿Jezzie? —llamó Albus. Su amiga, que había estado sentada en el suelo de espaldas a la puerta, se puso de pie y caminó hacia él con tanta naturalidad como si se hubiesen encontrado en una fiesta.

—Albus, no tienes idea cuánto me alegro de verte —dijo la muchacha. Estaba más delgada que antes, y su cabellera rubia ahora era más corta que el pelo de un chico, pero su mirada no había perdido su brillo desafiante.

—Lamento no haber podido venir antes —dijo el mago—. Necesitaba practicar un poco. Toma.

Le entregó la varita del guardia silencioso. No le funcionaría tan bien como a él, pero necesitaba todos los combatientes que pudiera.

Dejando al guardia desmayado en la celda, Albus y Jezzie se dirigieron a la de Louis Rosier. Al abrirse la puerta, el hermano de Valerie se puso de pie, con los puños en alto. Albus vio que tenía un ojo morado y el labio partido.

—No te preocupes, Louis, no somos del Club de la Pelea —lo saludó Al.

Su cuñado corrió hacia él y lo estrechó en un abrazo.

—¡Sabía que no estabas muerto! ¡Sabía que vendrías por nosotros!

—Me conmueve tu fe inquebrantable —dijo Albus, disimulando una mueca de dolor. El abrazo de Louis había hecho que las punzadas de dolor de sus riñones se convirtieran en verdaderas puñaladas—. No podemos perder más tiempo. Nos quedan dos visitas más.

Jezebel y Louis marchaban un par de pasos tras él, Jezzie siempre mirando hacia atrás por si aparecía algún guardia. Albus llegó a la celda de Lysander y abrió la puerta.

La reacción del hijo de Luna fue idéntica a la de Louis, pero en vez de correr hacia Albus, Lysander Scamander se abalanzó sobre su novio. Luego de darle un largo beso, Lysander miró a Louis y dijo:

—Prefiero que me maten antes que vuelvan a separarnos.

—Yo también —respondió Louis, con la misma ferocidad.

—Esperemos que no llegue a eso —dijo Albus—. Vámonos de aquí.

Tomados de la mano, los chicos siguieron a Jezebel y Albus fuera de su celda.

—¡Alto ahí! —gritó una voz a sus espaldas, pero antes que Albus se diera vuelta, Jezzie utilizó un Desmaius para poner al guardia fuera de combate. Con un Accio, la bruja le quitó al enemigo caído su varita y le entregó la otra a Louis.

—¿Cómo lograste escapar? —dijo Lysander.

—Digamos que desarrollé un talento que no había explotado antes —dijo Al—. Verás, cuando fui sometido a juicio por Crouch por el asesinato de Hugo, mi primo Louis fue enviado al salón del tribunal con la tarea de ayudarme a escapar de la silla donde me tenían encadenado. Louis tenía que utilizar un Relashio no verbal que me liberase de mis cadenas y, de ser necesario, darme una varita para poder huir de la sala. Sin embargo, en el transcurso del juicio, yo sentí una cólera… sin precedentes. Y esa cólera permitió que yo me liberase de mis cadenas por mis propios medios, sin la ayuda de mi primo.

“Louis se dio cuenta de eso, pero permitió que todos creyeran que él me había quitado las cadenas. La magia sin varitas es un talento que pocos magos poseen, incluso de manera semilatente, y supuso que era algo que yo preferiría mantener en secreto; incluso me permitió borrarle la memoria, para asegurarnos de que solo yo supiera que lo tenía. Durante mis años en Durmstrang intenté practicar un poco de magia sin varitas, pero parecía que había sido algo fortuito, tal vez irrepetible. De modo que me enfoqué en obtener la Varita de Saúco.

“Después de la batalla del Valle de Godric, barajé muchas ideas sobre cómo sacarlos de aquí, hasta que al final llegué a la conclusión de que la mejor manera de entrar en Azkaban era como prisionero. Yo solo, sin la Varita de Saúco, no podría atravesar las barreras mágicas que rodean la isla. Tampoco podría hacerme pasar por un guardia con la Poción Multijugos, puesto que se controla la identidad de todos al entrar y salir. La única forma de meterme en la prisión era por la puerta de adelante, por así decirlo.

“Así que estuve varias semanas practicando magia sin varitas. Puse todo mi esfuerzo en la tarea, sabiendo que la libertad de ustedes estaba en juego. Usé mis emociones más fuertes, y finalmente logré dominar algunos hechizos muy simples. No puedo hacer una Imperdonable o un Patronus, pero sí cosas sencillas como un Accio o un Expelliarmus. Eso, más el elemento sorpresa, me permitió arrebatarle la varita a uno de los guardias.

“Pero no podemos perder más tiempo. El director no tardará en darse cuenta que le faltan cuatro guardias. Necesitamos sacar a Livius de su celda y volver al Pabellón de Ekrizdis lo antes posible.

La celda de Livius estaba al final del pasillo. Cuando la abrieron, vieron que Livius estaba tendido en el suelo, tiritando. Había un plato de comida intacto a su lado.

Albus se acercó a Livius y le tocó el hombro.

—Liv —le dijo a su amigo con suavidad—, despierta. Soy yo.

Livius entreabrió los ojos y lo miró con una expresión incrédula.

—Hemos venido a rescatarte. Chicos —les dijo a Louis y Lysander—, ayúdenlo a levantarse. Parece que está enfermo.

A decir verdad, ni Louis ni Lysander parecían estar rebosantes de salud, pero al menos podían tenerse en pie. Levantaron del suelo a Livius y lo cargaron entre los dos.

—Ahora debemos bajar de nuevo al Pabellón de Ekrizdis. En cualquier momento…

Un sonido ululante se escuchó de pronto. La voz del director, amplificada con un Sonorus, dijo:

—Alerta roja. Todos los efectivos presentarse en el patio inmediatamente. Repito, todos los efectivos presentarse en el patio inmediatamente.

—Cuando vean que faltan cuatro guardias, vendrán por nosotros. ¡Vamos! —exclamó Albus.

Los cinco jóvenes atravesaron los pasillos en dirección a la escalera por la que había llegado Albus, rogando no haberse perdido. Descendieron los escalones hacia lo que había sido la fortaleza de Ekrizdis.

Los pasillos allí eran aún más estrechos y dominados por la oscuridad. Albus y sus amigos debían andar con cuidado, pues había varias baldosas flojas, baches y ratas que caminaban a sus anchas por el suelo.

De pronto, Albus se detuvo. Frente a ellos había una muchacha de cabello tendida en el suelo.

Al se acercó a ella y la iluminó con la varita.

Los ojos de Valerie Rosier lo miraban sin ver. Un hilo de sangre salía de sus labios. Y en los brazos muertos de la muchacha, estaba el cuerpo de un bebé…

—¡Riddikulus! —gritó Albus. El cadáver de Valerie se convirtió en una Valerie viva, vestida de conejita de Playboy, que le sonreía incitante y meneaba las caderas. Todos excepto Livius estallaron en carcajadas ante aquella imagen, y las más fuertes fueron las del hermano de Valerie. La Valerie-conejito-boggart dio media vuelta y escapó hacia la oscuridad del pasillo.

—Bueno —dijo Albus—, debemos seguir. Algo me dice que los boggart son lo menos peligroso con lo que nos podemos topar aquí debajo.

Los pasillos del Pabellón de Ekrizdis eran verdaderamente laberínticos. En algunos lugares, el pasillo se volvía tan estrecho que debían ir en fila de a uno, y en otros, veinte personas hubieran podido pasar juntas. A veces el techo era tan alto que la luz de las Varitas no lo alumbraba y a veces debían agachar la cabeza para no golpearse. Al fin llegaron a un pasillo que terminaba en un muro de piedra que no se diferenciaba en nada de los demás, salvo por una piedra blanca del tamaño de una naranja que estaba encajada entre las demás piedras grises y negras.

—Scor y yo descubrimos esto cuando él era director de Azkaban —dijo Albus—, y pusimos esta piedra para marcar el lugar. Parece que Ekrizdis consideró la posibilidad de que su fortaleza fuese atacada y decidió poner un pasadizo secreto para escapar.

—¿Y cómo es que nadie lo encontró en los trescientos años que llevamos usándola como prisión?

—Porque nunca trajeron aquí a un hablante de pársel —dijo Albus, sonriente. Luego giró hacia el muro y empezó a recitar unas palabras en la lengua de las serpientes. Tardó casi dos minutos en pronunciar aquellas oraciones, y al finalizar, acercó su mano a la piedra.

—Necesito que todos se sujeten a mí —dijo Albus. Jezzie, Louis, Lysander y Livius apoyaron sus manos sobre el hombro de Albus y, con mucho cuidado, los cinco jóvenes avanzaron hacia la pared.

Era como la entrada a la Plataforma 9 y ¾. Atravesaron el muro como si no existiera, y se encontraron en el interior de una gruta. El silencio del pabellón se vio reemplazado por el sonido de las olas rompiendo contra la escarpada superficie de la isla, y la oscuridad fue sustituida por la luz gris que entraba desde la boca de la caverna.

En el agua estaba anclado un bote. La madera negra parecía a punto de pudrirse, pero Albus les aseguró que los sacaría de la isla. Primero depositaron a Livius sobre los tablones, y luego subieron los otros. Albus se inclinó sobre la madera y susurró algunas palabras en pársel.

El bote comenzó a moverse sobre el agua. Pese a que el mar estaba embravecido, la embarcación se deslizaba de modo tan grácil como si se hallase sobre un estanque.

—¿No nos verán desde la isla? —preguntó Jezzie.

—No —dijo Albus—. Aún si alguien se asomara y mirase justo hacia donde estamos nosotros, lo único que vería es un trozo de madera a la deriva. Ekrizdis quería algo que le permitiese escapar aún estando malherido y demasiado débil para lanzar un Encantamiento Desilusionador.

—¿Y las barreras mágicas? —preguntó Louis.

—El bote es parte de la isla, y la isla sigue siendo de Ekrizdis. Su magia es mucho más antigua y poderosa que las protecciones que puso el Ministerio… aunque si estoy equivocado, espero que todos ustedes sepan nadar.

La isla de Azkaban estaba rodeada de mareas muy violentas, pero el bote parecía ser capaz de abrir un camino entre ellas similar al de Moisés en el Mar Rojo. Había una especie de sendero de aguas tranquilas que conducía directamente a la costa.

Cuando al fin el bote se detuvo, Albus fue el primero en descender. Estaban en una playa totalmente desierta. Desde allí era ya imposible ver Azkaban, pues los hechizos que ocultaban su presencia estaban activados. Cuando sacaron del bote a Livius, la embarcación volvió a navegar de regreso a la isla. No tardó en desaparecer de su vista.

Albus apuntó su varita y emitió un Patronus, que luego se desvaneció. Unos minutos después se escuchó un “crac” y Scorpius Malfoy se Apareció ante ellos.

El hijo de Draco y el hijo de Harry se dieron un largo abrazo.

—¿Está todo listo, Scor? —preguntó Albus.

—Sí, Al —dijo Scorpius—. Pero no podemos perder tiempo. Los Aurores vendrán a buscarme en cualquier momento.

—¿Adónde vamos, Al? —preguntó Lysander.

—Scorpius es el dueño de una plantación en Surinam —dijo Albus—. No figura en ninguna declaración de bienes. Nadie conoce su existencia.

—Mi bisabuelo Abraxas la compró en los años ’70, cuando Ryddle comenzó a ganar seguidores. No estaba seguro de que fuese a triunfar, y quería tener un lugar secreto para esconderse en caso de tener que huir del país.

—Allí es donde van a vivir ustedes ahora —dijo Albus.

—¿Y tú? —dijo Jezzie.

—Me temo que este es el final de mi recorrido —dijo Albus. La sonrisa que esbozó se convirtió en un rictus de dolor.

Súbitamente, Albus cayó al suelo. Su nariz comenzó a sangrar, y sus piernas sufrieron espasmos. Tuvieron que darlo vuelta y ponerlo boca arriba.

—¿Qué está pasando? —preguntó Scorpius, alarmado.

—Estoy muriendo —respondió Al—. Me obligaron a tomar el Juramento Inquebrantable…

El torrente de sangre que brotaba de su nariz era cada vez más abundante. Algunas gotas comenzaron a salir también de sus oídos.

—¡Te llevaremos a un Sanador! —dijo Scorpius—. ¡Vas a estar bien! ¡No voy a dejar que te mueras!

—No puedes hacer nada —dijo Albus, y cuando volvió a sonreír, vieron que sus encías estaban sangrando profusamente y sus dientes estaban rojizos—. Mi dulce hermana se aseguró de eso. Ella tuvo la idea de hacerme prestar el Juramento.

—Maldita perra —dijo Jezzie.

—Escúchenme —dijo Albus, cuya respiración se hacía cada vez más agitada—. No me queda mucho tiempo. Scorpius los llevará a una cabaña donde tiene todo listo para el ritual para establecer un Encantamiento Fidelius sobre su finca en Surinam. Una vez esté activado, nadie podrá encontrarlos ahí. Livius —dijo Al, mirando al joven Black—, necesito que tú seas el Guardián del Secreto.

Livius le lanzó una mirada inquisitiva.

—Siendo mudo, a ti no podrán extraerte la verdad a través de la Veritaserum. El secreto estará más a salvo contigo que con los demás. ¿Estás dispuesto?

El muchacho asintió.

—Hay algo más que quiero pedirles. Cuando muera, quiero que hagan desaparecer mi cadáver. Quiero que se aseguren de que nadie jamás pueda hallarlo. No quiero ninguna tumba, ni siquiera en la finca de Surinam. Tampoco quiero que me entierren en una fosa común. Destruyan mi cuerpo o transfórmenlo en algún objeto pequeño y arrójenlo en cualquier lado. Nadie debe hallarme.

—¿Por qué? —preguntó Louis.

—Si encuentran mi cadáver, entonces estoy muerto. Es el fin de mi historia. Pero si nadie me ve morir, excepto ustedes… Mi padre y mi hermanita y los demás saben acerca del Juramento Inquebrantable, y sin duda lo difundirán a los cuatro vientos para tranquilizar a la población. Les asegurarán que no hay manera de que yo pudiese haber sobrevivido al escape. El Hacedor de Reyes está muerto, proclamarán… Y sin embargo, al no haber cadáver, nunca estarán totalmente seguros. Yo ya sobreviví una Maldición Asesina. ¿Quién puede garantizar que yo no haya encontrado la manera de salvarme del castigo por violar el Juramento Inquebrantable? Si mi padre puede presentar un cuerpo, entonces yo seré solo un mago oscuro muerto. Pero si no hay cuerpo… seré una leyenda. Seré una sombra de la que nunca estarán a salvo. Nadie se atreverá a hacer daño a mi hijo, si llegaran a descubrir su identidad, por miedo a que el Hacedor de Reyes no esté realmente muerto y que pueda volver para vengarse. La muerte es definitiva, pero la desaparición está llena de posibilidades.

—Albus, no vas a morir —dijo Scorpius, tomándolo de la mano derecha—. Encontraremos la manera de parar esto. Livius es un genio, y yo tengo en mi casa un montón de libros de…

—Es inútil, Scor. Sabía que era hombre muerto desde el momento que mi padre me dijo lo del Juramento. Cuando hizo eso, mis opciones eran solo dos. Negarme a jurar y que mi padre me enviase a alguna prisión especialmente diseñada para mí, y que además Valerie pasara el resto de su vida en Azkaban, o jurar y así hacer que mi padre bajase la guardia y me permitiera rescatar a mis amigos. Al final, Lily me acorraló. Tuve que elegir entre mi vida y la libertad de mis amigos, y los elegí a ellos.

—Al, por favor… —dijo Scorpius, con la voz quebrada por el llanto—. Debe haber algo que podamos hacer.

—Lo hay —dijo Al—. Pueden vivir. Pueden tener la vida que yo no podré tener. Tú podrás permanecer aquí en Inglaterra. Seguramente los Aurores te considerarán sospechoso de haber colaborado en mi fuga, pero no encontrarán ninguna evidencia. Podrás seguir viviendo en la Mansión Malfoy y eventualmente tener hijos propios y seguir adelante.

“Y ustedes —dijo, dirigiéndose a Livius, Louis, Lysander y Jezebel—, deberán permanecer varios años más allá del mar. No podrán salir de la finca, pero por lo que me cuenta Scorpius, es un lugar muy hermoso para vivir. Tiene una playa privada, varios bungalows y la casa principal tiene todas las comodidades necesarias. Y cuando pase el tiempo y las cosas se calmen, quizá puedan hacer algún que otro viaje a Estados Unidos o a Australia… No recomendaría ir a Europa, pero si toman todas las precauciones posibles, tal vez algún día puedan hacerlo. Y pase lo que pase, la finca siempre será un refugio para ustedes.

—Le transferiré la propiedad a Livius —dijo Scor—. Así ustedes podrán seguir viviendo allí cuando yo muera.

—¿Qué hay de mi hermana? —dijo Louis—. ¿Ella vendrá con nosotros?

—Me temo que será imposible —dijo Al—. Los Aurores la pondrán bajo vigilancia constante. Si intentasen contactarse con ella, les darían una excusa para encarcelarla de nuevo.

—¿Y no crees que puedan volver a enviarla a Azkaban por esto? —dijo Louis.

—Mi padre le dio un indulto total, lo firmó en mi presencia y dijo que quería que Valerie se fuera del país lo antes posible. Quizá mi hermana le pida que destruya el decreto y la encierre de nuevo, pero estoy seguro de que mi padre se negará. Al fin y al cabo, es la madre de su nieto.

Jezzie se arrodilló junto a Albus y tomó su mano izquierda. Louis, Livius y Lysander se sentaron en las piedras de la playa.

—Lo siento. Lamento que las cosas hayan terminado así. Hay tanto que me gustaría… —comenzó a decir Al, pero no fue capaz de completar la frase.

Los espasmos de las piernas de Albus se extendieron a su espalda. Pronto el cuerpo entero del muchacho se estuvo sacudiendo, mientras la sangre brotaba de todos sus orificios. Scorpius y Jezebel seguían sosteniendo su mano, y Jezzie, además, acariciaba su frente.

Al final, la piel de Albus comenzó a sudar sangre. Albus ya no era capaz de hablar, debido a los espasmos cada vez más fuertes, pero su ojo se clavó en Jezzie, con una expresión suplicante. Jezzie soltó a Albus, se levantó, sacó la varita y le apuntó a su pecho. Intercambió miradas con Scorpius, Livius, Louis y Lysander, y todos ellos asintieron.

Scorpius se inclinó sobre Albus y besó su frente, perlada de sangre. Lo mismo hicieron los otros tres chicos. Livius sujetó la mano izquierda del hijo de Harry, que Jezzie había soltado.

La Maldición Asesina de Jezebel le dio a Albus en el pecho. Los espasmos al fin cesaron. Albus Severus ya no vivía.

Scor le cerró los ojos, y Livius entrelazó sus manos, mientras que Louis se abrazaba con Lysander.

—No podemos quedarnos aquí mucho tiempo más —dijo Scorpius, luego de lo que pareció una eternidad de silencio—. Liv, tú eras bastante bueno en Transformaciones. ¿Puedes… ocuparte de Al?

Livius asintió. Jezzie le entregó la varita robada y el joven viudo la apuntó al cuerpo de su amigo muerto. Un rayo violeta salió de la varita y lo envolvió. El cadáver se fue haciendo cada vez más pequeño hasta alcanzar el tamaño de una nuez. Cuando la luz se desvaneció, Albus Severus Potter se había convertido en un guijarro gris, indistinguible de la infinidad de guijarros de los que estaba cubierta la playa.

Continuará

[NOTA: Sí, murió.]