El mal persiste

El cuerpo de Isaac se desplomó sobre el pasto. Con un ágil movimiento, Lily le quitó la varita de la mano y corrió hacia su padre, quien la abrazó con fuerza.

Albus se había quedado congelado al ver el cuchillo hundirse en la nuca de Isaac, como si no pudiera comprender lo que acababa de ocurrir. Pero al ver a Harry y Lily reunidos, su reacción fue salvaje. Lanzó un alarido casi inhumano de furia al tiempo que les apuntaba con la Varita de Saúco y les disparaba un Avada Kedavra no verbal. Harry tomó a Lily de los hombros y se tiró al suelo con ella, logrando esquivar la Maldición Asesina de su hijo. Desde el piso intentó derribar a su hijo con un Impedimenta dirigido a sus piernas, pero Albus utilizó el hechizo para volar sin escoba que había aprendido de Severus Snape gracias a la Piedra de la Resurrección, y desde el aire volvió a dirigirles un rayo verde tras otro, ciego de furia, vomitando insultos.

Entretanto, Hermione había Aturdido a Louis Rosier y con un Bombarda había arrojado a Lysander Scamander a unos veinte o treinta metros de distancia. Con un Accio logró que Draco, que había sido inmovilizado por Albus, se trasladara hasta donde ella estaba, y un leve Diffindo le permitió cortar sus ataduras, tras lo cual sacó una varita de repuesto de su bolsillo y se la entregó al padre de Scorpius.

—Debemos marcharnos —dijo Draco de inmediato.

—Tienes razón —dijo Hermione, y se apuntó a la garganta—. Sonorus. ¡RETIRADA! ¡EMPRENDAN LA RETIRADA!

Todos los magos y brujas que habían estado combatiendo a los amigos de Albus se Desaparecieron, a excepción de Harry y Lily, que aún seguían bajo un ataque sin cuartel de parte de su hijo y hermano.

—¡ESTÁS MUERTO! ¡ERES HOMBRE MUERTO, POTTER! —rugía Albus, con las mejillas cubiertas de lágrimas y casi soltando espuma por la boca.

Era imposible para Lily y Harry Desaparecerse con Albus intentando matarlos. Hermione, entonces, disparó un Desmaius contra Albus; el Hacedor de Reyes lo desvió con facilidad, pero eso le dio a Harry unos segundos preciosos para tomar a Lily de la mano y Desaparecerse. Hermione y Draco no perdieron más tiempo antes de hacer lo mismo.

La batalla de la Mansión Potter había llegado a su fin.

***

Aparte de Isaac, habían muerto un Auror al fracturársele el cráneo luego de ser golpeado por un escombro de la Mansión empleado de proyectil. También había casi medio centenar de heridos, tanto por la batalla misma como por el caos desatado en el interior de la carpa por culpa del polvo de oscuridad peruano. En cuanto al bando enemigo, dos de los atacantes habían muerto combatiendo. Unos quince minutos luego de finalizado el combate, el efecto de la Poción Multijugos sobre sus cadáveres desapareció, revelando que los dos caídos eran James Tuckett y Gemma Farley. Tuckett era un Sanador en San Mungo y Farley era una funcionaria de segunda línea del Ministerio. El primero era soltero, pero la segunda tenía esposo y tres hijos.

—Denles a elegir: pueden exiliarse o quedarse a vivir aquí, pero sin derecho a usar magia. No pienso dejar que se unan a las fuerzas de Harry Potter —dijo Albus cuando le preguntaron qué hacer con ellos.

Habiendo perdido la oportunidad de matar a su padre inmediatamente después del asesinato de Isaac, Albus estaba indiferente a todo excepto al dolor abrumador de la pérdida. Hugo, asesinado por Servilia Crouch. Louis, asesinado por los Zabini. Isaac, asesinado por su padre. Todos ellos, en última instancia, muertos por culpa suya. Tres amigos a los que no había podido proteger. El hecho de que, a diferencia de sus primos Louis y Hugo, Isaac no fuera su pariente cercano no disminuía en nada el sufrimiento. Isaac había sido como un hermano para él, un hermano al que él había elegido, y por quien había sido elegido.

El funeral de Isaac se celebró dos días después de la batalla. Los padres de Isaac habían decidido sepultarlo en un cementerio muggle cercano a su barrio. Pese a que el alto cargo que ocupaba Isaac en el Ministerio le habría dado derecho a un funeral con honores oficiales, Albus respetó el deseo de los Prewett de hacer una ceremonia privada.

El día del entierro amaneció nublado y frío, pero no llovió hasta varias horas después, cuando ya había caído la noche. Los magos y brujas que habían sido amigos íntimos del chico fallecido asistieron a la ceremonia pero permanecieron un poco apartados. Las palabras con las que el sacerdote anglicano despedía a su amigo —la versión oficial que habían dado al mundo muggle de su deceso había sido que lo habían asaltado en un callejón y había recibido una puñalada— no conmovieron a Albus. Era la típica oratoria hueca que solía usarse en esas ocasiones: un joven prometedor arrebatado prematura y trágicamente de este mundo, una vida demasiado corta, los designios misteriosos de la divinidad, la necesidad de seguir adelante con ayuda de la fe… El sermón no contenía nada que pudiera consolarlo; los únicos que podían hallar algo que aliviara su dolor eran los amigos y parientes muggles de Isaac.

Cuando finalizó el servicio y bajaron el ataúd, los deudos comenzaron a marcharse. Albus y su grupo se quedaron junto a la tumba, esperando que los muggles se fueran para poder hablar con libertad. La madre de Isaac, no obstante, notó la presencia de Albus y, separándose de su marido, se le acercó con paso decidido. Antes que alguien pudiera detenerla, abofeteó al muchacho con todas sus fuerzas.

—¡Tú hiciste esto! ¡Tú lo mataste! ¡Es por tu culpa que mi muchacho ha muerto! ¡Tú deberías haber muerto en su lugar, hijo de puta…! —dijo la señora Prewett, mirándolo con los ojos cargados de odio y lágrimas. Su cabello castaño estaba algo desarreglado, con varios mechones sueltos flotando en el aire frío de la mañana. Albus se forzó a mirar a la madre de Isaac a los ojos, no para desafiarla ni para obtener su perdón, sino para absorber esa imagen en toda su plenitud, exponerse a ese dolor ajeno que él había provocado.

El señor Prewett llegó hasta donde se hallaba su mujer y se interpuso entre Albus y ella.

—Ellen, por favor. Vámonos a casa, esto no vale la pena.

—Ojalá te maten a ti también, Albus Potter —dijo la señora Prewett, y lo escupió en el rostro. Albus ni siquiera se limpió la saliva. Ellen Prewett rompió a llorar aún con más fuerza en brazos de su esposo, quien se la llevó hacia su auto, esforzándose él mismo por contener las lágrimas.

Todos los presentes estaban demasiado conmocionados como para romper el silencio. Louis era abrazado por Lysander, Alcyone no disimulaba su llanto y Ash parecía completamente perdido. Jezzie Smith miraba la tumba de Isaac con los ojos secos y expresión resoluta.

—Mi padre morirá —dijo Albus, luego de varios minutos en donde solo se escuchaba el viento—. Lo mataré personalmente. Voy a retirar la recompensa sobre su cabeza. Quiero ser yo mismo el que encuentre a ese bastardo y lo mate. Esta es mi venganza.

Nadie habló, ni para protestar ni para aprobar las palabras de Albus. Solo Jezzie se adelantó.

—Albus Potter —dijo ella—, yo fui novia de Isaac. Solo llevábamos juntos algunas semanas, pero lo quería mucho y sé que con el tiempo habría llegado a amarlo. Tu padre me robó el futuro que podría haber tenido con él, y por eso yo también deseo su muerte. Si estás realmente dispuesto a derramar la sangre de tu padre para vengar el asesinato de Isaac, te pido que hagas un juramento de sangre aquí y ahora. Pero antes quiero que lo medites bien, tomándote todo el tiempo que necesites. Nadie aquí te considerará un cobarde si decides retractarte de tus palabras y permitir que sea yo la que ejecute la venganza.

El Hacedor de Reyes no vaciló ni por un segundo.

—Reafirmo mi voluntad de matar a Harry Potter para vengar la muerte de Isaac Prewett. Y estoy más que dispuesto a prestar el juramento de sangre, Jezebel Smith.

Jezzie asintió y se acercó hasta donde estaba Albus. Tomó su mano izquierda, hizo que la abriera y le practicó un corte en la palma con un Diffindo. Albus dejó que la sangre cayera sobre la fosa donde descansaba el ataúd de Isaac.

El juramento de sangre no tenía un carácter tan vinculante como un Juramento Inquebrantable, pero era un compromiso importante. Si Albus cambiaba de opinión y dejaba vivir a Harry, entonces la magia se lo haría pagar de una manera u otra. No moriría, pero el resto de su vida estaría lleno de toda clase de desgracias. Ya no había marcha atrás.

***

—¿Cómo está tu padre? —preguntó Draco, luego de besar a Lily. Esta vez se habían encontrado en un pequeño café muggle en las afueras de Glasgow. No querían hacer el amor, solo intercambiar noticias.

—Se siente culpable por haber matado a Prewett —dijo Lily—, pero nunca lo admitirá en voz alta.

—Solo un Gryffindor podría sentirse culpable por matar al hombre que estaba amenazando la vida de su hija —comentó Draco.

—Sentirse culpable no es lo mismo que arrepentirse. Seguro que si volviera a estar en esa situación, volvería a matar a Prewett para salvarme.

—Yo también lo haría para salvar a Scorpius… al menos si creyera que su vida está en peligro de verdad. Es una suerte que a nadie se le ocurriera examinar el cadáver de Prewett —dijo Draco—. Si llegaban a encontrar los rastros de la Imperius podríamos habernos visto envueltos en graves problemas.

—Creo que fui bastante convincente —dijo Lily, tomando un sorbo de su té—. Fue interesante, ordenarle a Prewett que me atacara con hechizos que luego yo misma repelía, y luego hacer que me “derrotara”.

—También fue una buena idea hacer que te lastimara el rostro. Seguro que tu padre se puso como una fiera al ver que te había puesto la mano encima.

—Nada que un par de Episkeyos no pudiera arreglar. Lo único que lamento es no haber podido hacerle la Imperius a la Rosier en lugar de Prewett. Habríamos matado a dos pájaros de un tiro.

—Te equivocas, querida —dijo Draco—. Prewett fue perfecto. Él era el más inteligente y capaz de los amigos de tu hermano, a excepción quizá de Livius Black. Valerie Rosier es impulsiva y violenta, y lo incitará a cometer más errores que aciertos.

—¿Y ahora qué haremos? —preguntó Lily.

—Seguimos adelante con el plan de establecer un bastión. No falta mucho.

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