El cajón entreabierto

El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo.

PROVERBIO CHINO

A pesar de que Valerie y Albus habían caminado por sus pasillos durante el toque de queda en numerosas ocasiones, el interior del castillo les pareció más oscuro y silencioso que nunca. Incluso a pesar de estar cubiertos por la Capa de Invisibilidad, la pareja sentía que cientos de ojos los observaban a su paso, ojos cuyos dueños no tardarían en precipitarse sobre ellos cuando les dieran la espalda. Sus corazones latían a toda velocidad, y Albus no tardó en sentir el cuerpo de Valerie temblando contra el suyo a pesar del hechizo, lo mismo que él había temblado en la sala común.

Los jovenes llegaron a la entrada de la oficina de Servilia Crouch. Tras susurrar «flores y gotas» al oído de la gárgola, la estatua se hizo a un lado y la pared que había detrás se abrió en dos. Albus y Valerie subieron muy lentamente por la escalera de caracol, hasta llegar a la última vuelta antes de la puerta del depacho de Crouch. Por precaución Albus volvió a sacar de su mochila el Mapa del Merodeador, ya que no podía descartarse la posibilidad de que alguien hubiera entrado al despacho en el tiempo que les tomó ir desde el Bosque Prohibido hasta allí. Pero sus temores resultaron infundados; Crouch continuaba sola, sentada  en su escritorio.

Los chicos sacaron otros dos objetos de la mochila de Albus. Uno era una bolsita llena de un polvo que parecía ceniza y el otro era una mano humana repugnantemente vieja y reseca con una vela adherida a su palma. Valerie utilizó un pequeño Incendio para encender la mecha de la vela, y Albus abrió la bolsita, aunque se cuidó de no derramar su contenido. Ambos adolescentes sostenían a la vez la mano con la vela cuando Valerie llamó a la puerta usando la aldaba. Apenas la puerta comenzó a abrirse, Albus dio vuelta la bolsita y arrojó el polvo similar a cenizas al suelo de la oficina de Crouch.

De inmediato todas las velas del despacho, así como el fuego de la chimenea, se apagaron. La única luz que permaneció encendida fue la de la vela de la palma del muerto. Los chicos entraron a la oficina con gran rapidez, al tiempo que oían la voz de Crouch gritar:

-¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué es esto, por Merlín?! ¡Lumos! ¡LUMOS!

La situación hubiera sido hilarante de no ser por la gravísima violación no ya a las normas del colegio sino a las leyes que estaban cometiendo Al y Valerie. Crouch no podía ver nada, pero ellos podían ver a la ministra con toda claridad gracias a la luz de la mano. Eran patéticos -por lo inútiles- sus intentos de iluminarse con el Lumos y con el Incendio. No obstante, aún en medio de la oscuridad Crouch podía ser una adversaria peligrosa. La directora se quedó inmóvil, tratando de localizar con el oído a quienes habían irrumpido en su oficina, y tras unos segundos de escucha lanzó un Demaius en dirección a donde estaban parados Valerie y Albus. Los chicos se tiraron al suelo y el hechizo terminó golpeando en el retrato de un director, que se desplomó sobre el escritorio en el que lo habían pintado. Albus se puso de pie y apuntó con su varita a Crouch.

–Desmaius -dijo, tras apuntar cuidadosamente (algo que se podía dar el lujo de hacer en esa situación). Crouch intentó saltar hacia su derecha, pero Albus sabía que ella era diestra y que los magos diestros solían esquivar los hechizos moviéndose hacia ese costado, por lo que había apuntado su hechizo un poco torcido hacia la derecha. El Desmaius le dio de lleno, y la directora-ministra cayó al suelo, inconsciente.

Con un movimiento de su varita, Valerie cubrió con cortinas todos los retratos de los directores, que se afanaban por ver qué había ocurrido. Una vez hecho eso, Albus y Valerie se acercaron al escritorio y Albus empleó otro polvo, esta vez parecido a la harina, para disipar el Polvo de Oscuridad peruano que había empleado para oscurecer la habitación. Poco a poco la visibilidad retornó y los chicos vieron que esa primera parte del plan había salido a la perfección. Escuchaban el ruido de las voces de los retratos de los directores quejándose detrás de las cortinas, pero eso no tenía mucha importancia. Albus apagó de un soplido la vela de la Mano de Gloria que le había pedido prestada a Scorpius y que el hijo de Draco le había mandado por medio de su lechuza Lucas, y la guardó de vuelta y con gran cuidado en su mochila. Como último paso antes de comenzar la segunda parte del plan, ataron y amordazaron a la Aturdida Crouch.

El Pensadero de Servilia Crouch -que antes había sido de Albus Dumbledore y luego de Minerva McGonagall- continuaba en el mismo armario negro donde lo había puesto su primer propietario, y a Albus y Valerie no les fue difícil encontrarlo. Los chicos, con gran esfuerzo, retiraron la vasija del armario y la colocaron sobre el escritorio de la directora.

-¿Entiendes que si miramos esto ya no podremos dar marcha atrás, no? -le advirtió Albus a Valerie- Todavía podemos desatar a Crouch, poner el Pensadero en su lugar, borrarle la memoria a Filch y hacer que todo esto parezca una broma de muy mal gusto perpetrada por unos estudiantes muy hábiles en cubrir sus huellas. Pero si aquí encontramos pruebas de que Crouch mató a tu abuelo a sangre fría y no en defensa propia, tendremos que usarlas.

-Lo entiendo perfectamente -dijo Valerie con firmeza-. Quiero hacerlo.

Tras mirarla a los ojos durante un largo rato, Albus asintió. Los adolescentes entonces acercaron sus rostros al líquido plateado de los recuerdos de Servilia Crouch, y cuando sus narices lo tocaron, fueron arrastrados dentro.

♣♣♣

En el momento en que Louis se desnudó y se colocó en cuatro patas frente a él, Hugo Weasley sintió que perdía el control. No es que nunca lo hubieran hecho en esa postura particular, pero algo especial sucedía aquella noche, algo que ni siquiera él podía comprender. Ya habían cerrado las cortinas de su cama y habían hechado un encantamiento silenciador, no para que sus compañeros de cuarto no se enterasen -pues hacía años que conocían su relación- sino para no molestarlos con el ruido.

Si a Louis le sorprendió el ímpetu con el que Hugo lo penetró, no tardó en sobreponerse. Poco a poco se fue contagiando del mismo, acompañando con sus caderas los movimientos del pelirrojo y utilizando su mano derecha para masturbarse. Hugo advirtió lo que estaba haciendo y lo hizo cambiar un poco de postura, de modo de poder masturbarlo él mismo mientras lo penetraba. Era magnífico coordinar su mano y su pene de esa manera, y logró algo que muy pocas veces había conseguido antes: que los dos acabasen al mismo tiempo. Satisfechos, los dos chicos se acostaron espalda contra pecho.

-Te quiero -dijo Hugo, mientras le estampaba un beso en la oreja. Louis quiso responder, pero el cansancio lo venció y se quedó dormido antes de completar la frase. Hugo no tardó en seguirlo.

Hugo y Louis tenían por costumbre, como juego previo al sexo, escaparse de su dormitorio por la noche, pasado el toque de queda. Les gustaba esconderse en algún lugar donde corrieran el riesgo de ser encontrados por Filch, y utilizar ese escondite para besarse y acariciarse (y, en un par de ocasiones en que se sentían particularmente osados, masturbarse). Luego volvían a su dormitorio, donde tenían relaciones sexuales propiamente dichas. Louis lo llamaba «arrimarse» (en el sentido de arrimarse a un precipicio sin saltar en él), y quizá fuera un eufemismo más cercano a la realidad de lo que a los chicos les hubiera gustado.

Pasaron varias horas, y a Hugo lo despertó la necesidad de ir al baño. Moviendose con delicadeza para no despertar a su novio, entreabrió las cortinas y estiró la mano para recoger sus calzoncillos y la parte inferior de su pijama. Una vez que se los puso, salió de la cama, encendió la lámpara de la mesa de luz de Louis y se abrigó un poco más poniéndose una camiseta de los Chuddley Cannons un poco vieja, tras lo cual fue al baño. Después de hacer sus necesidades, se miró al espejo y trató de acomodarse un poco el cabello, que si bien era rojo como el de su padre y su hermana, tenía la misma tendencia a erizarse que el de su madre.

Los detalles más insignificantes pueden ser enormemente significativos. Cualquier matemático lo sabe. La famosa frase sobre el aleteo de una mariposa que puede desencadenar un tornado al otro lado del mundo no debería ser tomada como una exageración hollywoodense.

Es imposible saber qué hubiera pasado si Louis y Hugo hubieran cerrado bien el cajón de su mesa de luz cuando lo abrieron para sacar el lubricante, al regresar de su excursión nocturna. Lo que sí podemos saber con absoluta certeza es que el resultado de esa sencillísima distracción fue decisivo para los eventos que ocurrieron después. Si el cajón hubiera estado cerrado y no entreabierto, Hugo Weasley habría regresado a la cama con Louis y el resto de su vida habría sido totalmente distinto. Pero el cajón estaba entreabierto y su contenido era parcialmente visible. Las especulaciones son estériles a estas alturas, y solamente podemos seguir con el relato.

Cuando Hugo vio lo que había en el cajón, se sentó suavemente en la cama y estuvo un rato tratando de asimilarlo. Pasaron varios minutos hasta que tomó una resolución. Descartó la posibilidad de despertar a Louis, pues consideró que lo mejor sería no mezclarlo en ese asunto tan turbio y tratar de resolverlo con discreción. Así que se quitó el pijama y se vistió por completo. Tenía miedo, pero no podía flaquear en ese momento. Su padre y su madre habían sido héroes, y él tenía que demostrar que estaba a su altura. De modo que se inclinó, besó a su novio dormido en los labios y apagó la luz.

♣♣♣

[NOTA 1: Realmente me hubiera gustado usar una expresión más formal que «en cuatro patas», pero fue la única que se me ocurrió.

NOTA 2: Quiero dedicarle este capítulo a Haku, quién cumplió años ayer; también les deseo un feliz Día de la Independencia a los 134 (and rising) lectores mexicanos de este fanfic.]

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