Dos madres

Valerie estaba tan ansiosa que no anduvo con rodeos cuando llegaron a la oficina de Isaac. Ni siquiera dejó que Albus le explicara la situación a su amigo pelirrojo, quien observó fascinado cómo la pareja entraba a su despacho y, de buenas a primeras, ella le decía a él:

-Ni pienses en hacerle daño. Sé cuánto la odias, y creeme que yo la odio tanto como tú, pero ahora mismo es intocable. La perra se aseguró de eso.

-¿Quién es intocable? -preguntó Isaac.

-¡La madre de Al! -exclamó Valerie- Ese pedazo de basura proletaria tuvo el descaro de abordarlo en pleno Atrio del Ministerio y ¡exigirle! una entrevista a solas. ¡Delante de decenas de personas que le irán con el cuento a todo el mundo!

-Debe haber sido un momento embarazoso. Lo siento mucho, Al -dijo Isaac, mirando a su amigo, quien se limitó a sonreírle agradecido.

-Fue indigno, eso es lo que fue -dijo Valerie despectivamente-. “¡Mírenme, soy la madre del viceministro y hermana del ministro y eso significa que no pueden hacerme nada!” Weasleys de mierda…

-¡Oye! -exclamó Al, y Valerie recordó que había al menos dos Weasley hacia los cuales su novio había sentido verdadero afecto, sus primos Hugo y Louis.

-Lo siento, Al, pero ya sabes a qué me refiero… Tus primos no eran como el resto de su familia.

-Mi madre es una persona odiosa por ella misma -la interrumpió él-. Seguro que si se apellidara Jones en vez de Weasley seguiría siendo la misma arpía traicionera y amargada.

-Bueno, pienses lo que pienses de ella, debemos salir de este embrollo lo más rápido posible -dijo Valerie, que a diferencia de Al no había tomado asiento sino que permanecía nerviosamente de pie-. Nos agarraron con el culo al aire y…

-¿Sabes? Me encanta cómo pierdes los modales de gran dama de sangre pura ante las crisis y adoptas el léxico de un estibador del puerto -dijo Isaac. Valerie se quedó mirándolo con los ojos como platos, y por un momento pareció que iba a gritarle, pero Albus estalló en carcajadas ante la ocurrencia de su amigo y la chica tuvo que contener su enfado.

-Siéntate, querida -dijo Al cuando terminó de reírse, y Valerie le hizo caso. Su novio tomó su mano entre las suyas y dijo:- Sé que estás preocupada, pero esto no es nada. El momento más difícil fue cuando tuve que mirarla a la cara y enviarla a mi oficina en lugar de a la morgue, que es lo que habría preferido.

-Pero ya no lo harás, ¿verdad?

-Claro que no. Dime, ¿qué piensas tú que debería hacer?

-Mándala a su casa. Hazla esperar unas horas en tu oficina hasta que el Ministerio cierre y ya no haya testigos y luego haz que los Aurores la saquen.

-De acuerdo.

Isaac se aclaró la garganta.

-¿Puedo hacer una sugerencia?

-Por supuesto -dijo Al.

-¿Por qué no haces las paces con ella?

Albus se quedó mirándolo fríamente durante varios segundos, pero Isaac no se amedrentó.

-¿Hacer las paces? ¿Quieres que vaya a esa oficina y la abrace y le diga “¡Te he extrañado tanto, mami!” y que luego vayamos al número doce de Grimmauld Place y me prepare un gran plato de sopa de cebollas, de esa que le sale tan bien? -dijo Al sarcásticamente.

-Quiero que pienses esto: todo el mundo sabe que tu madre y tú no se llevan muy bien que digamos. Es de público conocimiento, por así decirlo. ¿Cómo crees que eso te hace ver, considerando la… situación especial de tu padre? Como alguien que odia a sus dos progenitores.

-Yo no odio a mi…

-Lo sé, lo sé -dijo Isaac-. Pero lo cierto es que así te ven. Ahora bien, si tú te reconcilias con tu madre, al menos pour la gallery, puedes modificar un poco tu imagen pública. Te humanizará. La gente te verá como alguien que ha tenido problemas con su madre, pero que los resolvió con un poco de buena voluntad. Podríamos usar esto en nuestro propio beneficio.

-Isaac, tú no tienes idea de lo que esa mujer me ha hecho…

-Él tiene razón -intervino Valerie, y los dos muchachos se quedaron viéndola, sorprendidos.

-¿Tú, entre todas las personas, vas a decirme que me reconcilie con ella? ¿Tú, que estuviste presente cuando ella me miró a la cara y me dijo… y me dijo…?

-Sé lo que pasó esa noche. Sé que te lastimó. Pero, ¿no ves que ahora tienes la oportunidad de sacar provecho de ella? Tú no eres una persona normal, Albus, tú eres un gobernante. A veces los gobernantes deben sacrificar sus propios sentimientos y sus propias necesidades por el bien mayor. Hacer las paces con tu madre, por muy desagradable que sea, nos ayudará a todos.

Albus estaba a punto de protestar cuando la secretaria de Isaac golpeó la puerta.

-¿Sí?

-El señor Malfoy está aquí.

-Que pase, que pase.

Scorpius ingresó a la oficina con aire despreocupado, sosteniendo un sobre en la mano. Solo al ver las expresiones de sus amigos comprendió que algo importante acababa de suceder y estaba siendo discutido.

-Lo siento, ¿este es un mal momento? -preguntó.

-Probablemente sí -dijo Albus, un poco tenso-. Pero mientras más te hagamos esperar, más tiempo te tomará volver a tu trabajo en Azkaban.

-Preferiría no haber venido en persona, con todo lo que tengo que hacer allá, pero mi padre insistió. Toma -dijo, entregándole el sobre.

-¿Qué es?

-Una invitación. Mi padre está organizando una fiesta el sábado y tanto tú como tu tío Percy, entre muchos otros, están invitados. Como tú eres el viceministro, se supone que debo darte la invitación yo mismo en vez de mandar a un elfo; mi padre está ahora mismo dándosela a Percy.

-¿Quiénes más irán?

-Todos nosotros. Eso me recuerda, ¿tu primo Louis vendrá al país esta semana? Si es así, mi padre quiere saber si estará en Inglaterra el sábado y si desea venir.

-Creo que vendrá, sí.

-Esto nos viene como anillo al dedo, Al -dijo Valerie.

-¿Por qué?

-¿Qué mejor ocasión para mostrar tu “reconciliación” con esa mujer que en la fiesta de Draco Malfoy? -dijo Valerie- Todos los magos y brujas mínimamente distinguidos estarán allí, ¿no es cierto, Scorpius?

-Sí, mi padre habla de cientos de invitados. ¿Quién es “esa mujer”?

-Mi queridísima madre, con quien Valerie e Isaac desean verme “hacer las paces” -dijo Al en tono cáustico.

-No “deseamos” eso, Al. Lo consideramos conveniente. Si de mí dependiera -dijo Isaac-, esa mujer estaría desterrada del país, como mínimo.

-¿Qué opinas tú de esto, Scor? -preguntó Albus, dirigiéndose a su amigo más íntimo. Scorpius evitó las miradas de Isaac y Valerie, pero tras pensar durante un rato, replicó:

-Tienen razón. Sé lo que es tener que tratar a diario con una madre hacia quien no sientes el más mínimo afecto. Es cierto que mi madre nunca me trató como ella te trató a ti, pero sabes bien que me ha hecho otras cosas casi tan malas…

Scor no continuó con su frase, pero entre él y Albus se estableció un perfecto entendimiento. Al era una de las pocas personas que sabía que Pansy había golpeado a Scorpius con regularidad cuando era niño, y que también había ejercido cierto abuso verbal cuando él creció.

Si bien la relación de Valerie con su propia madre era hostil, no había llegado a los extremos de la de Al con Ginny o la de Scor con Pansy, y además la joven había roto con Christine y ya no debía verla. De modo que Scorpius era quien más capacitado estaba para comprender la situación del Hacedor de Reyes.

-Gracias, Scor. Está bien, haré lo que ustedes dicen. Iré a mi oficina, me esforzaré por ser amable con ella y luego la llevaré a la fiesta para que todos vean qué buen hijo soy -dijo con escaso entusiasmo.

-¿Quieres que te acompañe? -preguntó Valerie.

-No, creo que puedo lidiar con ella yo solo. Aunque no me vendría mal un poco de whisky de fuego antes de emprender la misión -añadió con una sonrisa.

-Eso puede arreglarse -dijo Isaac, levantándose para pedirle a su secretaria que trajera bebidas.

***

Ginny estaba sentada de espaldas a la puerta cuando Albus entró a la oficina, y no se dio vuelta al escuchar a su hijo abrir la puerta. Fue Lily quien no solo giró hacia él, sino que se puso de pie y se le acercó.

-Alby, escucha… -dijo en un susurro.

-¿Podrías dejarme a solas con ella? -respondió él, en el mismo tono de voz.

-No hasta que escuches lo que quiero decirte. Intenté convencerla de que no viniera, pero…

-No te preocupes por eso, Lily, no te culpo a ti.

-Por favor, no hagas nada drástico -rogó Lily-. Si no quieres verla solo pídele que se vaya.

-No le haré daño -le aseguró Al-. No temas por eso. Ahora, por favor, ve afuera.

-¿Prometes que no le pasará nada? Al, ella es mi madre también.

-Con gusto, Lily. Sal, por favor.

Aparentemente nerviosa, Lily le lanzó una última mirada a Ginny, quien continuaba en su asiento, ajena al diálogo entre sus hijos, y se fue del despacho de su hermano. Albus se quedó unos segundos de pie, y luego se dirigió hacia donde estaba Ginevra. Dudó un poco entre sentarse junto a ella, en el otro sillón reservado a los visitantes que recibía, o en su propio sillón al otro lado del escritorio; al final optó por una solución intermedia, apoyándose en el escritorio y quedando frente a su madre, pero sin el mueble interponiéndose entre ellos.

Por primera vez pudo ver detenidamente al rostro de Ginny. Tenía algunas arrugas, pero muchas menos de las que hubiera tenido una mujer muggle de la misma edad. Había ganado un poco de peso, aunque no tan exageradamente como su madre Molly.

-Te ves bien, madre.

Aunque Al la había llamado “mamá” en el Atrio, nunca había podido acostumbrarse a ese apelativo tan familiar, y mucho menos ahora.

-Gracias.

-¿Sigues viviendo con los abuelos?

-Sí. Podría comprarme una casa para mí sola, pero prefiero vivir con ellos.

-Me dijeron que papá y tú están separados.

-Es cierto.

Albus pensó en decir algo como “lo siento” o “espero que no haya sido muy duro para ti”, pero pensó que sonaría demasiado falso, de modo que preguntó:

-¿Estás saliendo con otros hombres?

-Eso es asunto mío.

-Supongo que si realmente me interesara la respuesta solo tendría que hacer que te sigan por un tiempo -dijo Al con dureza. Ginny no respondió al dardo. Tras algunos segundos de silencio helado entre ambos, el Hacedor de Reyes preguntó:- ¿Por qué viniste aquí, madre?

-Para pedirte perdón.

Para Al, fue todo un esfuerzo no hacer ninguna clase de gesto desdeñoso y mantener una expresión neutra. No podía ni rechazar ni aceptar demasiado rápido su solicitud.

-¿Perdón por qué?

-Ya lo sabes.

-Me gustaría oírte decirlo.

Ginny tomó aliento, como si hubiera esperado que le dijera algo así.

-Quiero pedirte perdón por no haber creído en tu inocencia. Perdón por haber elegido creer en la versión oficial antes que en la tuya. Perdón por considerarte capaz de asesinar al pobre Hugo. Perdón por haber dicho… todas las cosas que te dije esa noche…

-A saber -la interrumpió Albus-, que yo soy una “pequeña serpiente traicionera”, que te avergüenzas de haberme dado a luz, que soy una deshonra para nuestra familia, que siempre supiste que acabaría convirtiéndome en un criminal, que ya no soy tu hijo, que ya no tengo derecho a llamarte “madre”, que yo soy un aborto, una “cosa que se metió en tu vientre y se hace llamar tu hijo”…

Enumeró todas esas cosas con suavidad, como si estuviera repasando una lección para un examen, pero el hecho de que recordara lo que ella, en su furia y su dolor, le había gritado con tanta exactitud indicaba lo profundamente que lo había herido. Albus adivinó lo que su madre estaba pensando y dijo:

-No ha habido ni un solo día en que no rememorara nuestra última conversación, madre.

-Las palabras no pueden expresar hasta qué punto me arrepiento de lo que ocurrió entre nosotros. No actué como una buena madre… no, la verdad es que no actué como una madre, ni buena ni mala. Debí haber creído en ti.

El muchacho se quedó mirando a su madre con un falso aire pensativo. Ya sabía qué hacer, pero no quería hacérselo demasiado fácil. Finalmente tomó la mano de Ginny y, mientras la acariciaba, dijo:

-Me lastimaste. Me lastimaste muchísimo, madre. Pero es cierto que jamás tuvimos una relación fácil tú y yo, y que no puse lo suficiente de mi parte para mejorarla. He hecho cosas abominables, y quizá, en ese momento, no era tan descabellado para ti creerle al Ministerio. Estoy dispuesto a darte… no, a darnos otra oportunidad.

-¡Oh, Albus…! -exclamó ella, mientras una lágrima rodaba por su mejilla.

-Ven aquí -dijo el chico incorporándose y ayudándola a ponerse de pie. Cuando ambos estuvieron a la misma altura (lo cual es solo un decir pues él la aventajaba en varios centímetros), la abrazó. La proximidad del cuerpo de su madre no le hizo sentir nada, pero le acarició el pelo mecánicamente y, cuando notó que la bruja empezaba a sollozar por la emoción, le dio algunas palmaditas. Harto de aquel circo, el chico acercó sus labios al oído de su madre y dijo en voz muy baja:

-Escuchame con atención porque esto es lo más importante que te dirán en tu vida. Si vuelves a traicionarme, te mataré. No enviaré a otro a que lo haga, te mataré yo personalmente. No me traiciones y no me convertirás en matricida.

Ginny dio un respingo, como si de repente se hubiera encontrado en los brazos de un Dementor en lugar de los de su hijo. La bruja se apartó de Albus y lo miró con pavor.

-¿Nos entendemos el uno al otro?

-Sí.

-Así está mejor -dijo, mientras se dirigía a la puerta-. Tú haz todo lo que yo te pida y ya verás que todo marcha sobre ruedas, madre. Pero si levantas siquiera un dedo contra mí… me lastimarás de nuevo.

***

Pese a la reconciliación, Albus y Ginny no empezaron a vivir juntos. Ginevra Potter, a pesar de estar separada de su marido, seguía siendo en teoría la señora del número doce de Grimmauld Place, y eso era algo que Valerie no podía tolerar, de modo que madre e hijo vivían en casas separadas; Lily, por su parte, dormía algunas noches en la Madriguera y otras en Grimmauld Place. La primera ocasión en que aparecerían juntos en público sería para la fiesta de Draco Malfoy.

Louis Weasley y su futura esposa Diane habían llegado a Londres en la tarde del día de la fiesta. Aquella sería, en cierto sentido, su presentación en sociedad. Debido a la influencia de los Saussure, Diane y Louis no eran invitados a ninguna parte en Francia; la fiesta de Malfoy era el primer evento importante de magos al cual Louis podía llevar a su pareja. Tras presentársela a sus padres y hermanas, Louis la llevó a Grimmauld Place, donde tomaron el té y luego retornaron a su casa para prepararse.

A las siete en punto Al y Valerie salieron de la antigua residencia de los Black vestidos con túnicas de gala. Habían colocado toda clase de hechizos repelentes de muggles a lo largo de la calle porque tenían la intención de hacer una gran entrada en la fiesta de los Malfoy: en vez de Aparecerse, ir por la Red Flu o usar un Traslador, ellos llegarían en un carruaje tirado por thestrals. De modo que Grimmauld Place estaba totalmente desierto cuando Valerie y su novio salieron a la vereda a esperar su vehículo.

Los thestrals, que tanto Albus como Valerie podían ver desde hacía mucho tiempo, aterrizaron en medio de la calle junto al carruaje que arrastraban; dicho carruaje tenía varios encantamientos levitatorios que, si bien no servían para que volase por su cuenta, sí permitían que permaneciera derecho y estable durante el vuelo, prácticamente sin sacudirse. El carruaje no necesitaba conductor porque las criaturas -cuatro en total- iban a donde el pasajero les pedía. Caballerosamente el Hacedor de Reyes le abrió la portezuela a su novia, quien subió los escalones y se sentó. Estaba por subir cuando escuchó:

-¡Albus!

Su reacción instintiva fue sacar la varita y apuntarla hacia el sitio de donde provenía la voz. Valerie también sacó la suya y saltó fuera del carruaje, sin importarle que su vestido pudiera romperse o arrugarse.

Pero la persona que llamó a Albus no estaba en posición amenazante. De hecho, sostenía su varita encima de la cabeza, como para demostrar que no planeaba usarla. Era una mujer que aparentaba tener casi cincuenta años, delgada y con profundas ojeras. Al no tardó en reconocerla.

-Señorita Brown. ¿Qué hace usted aquí?

-Necesito hablar contigo -dijo Lavender-. Ahora.

-Este no es un buen momento. Como ve, estamos a punto de ir a una fiesta… -dijo Al señalando al carruaje.

-Lo sé, pero no pude fijar una cita, tu secretaria me dijo que estabas ocupado…

-Hablaré con ella y le pediré que fije una cita… el martes, ¿le parece? -dijo Albus con incomodidad.

-¡No, tiene que ser ahora!

-Señorita Brown…

-¡Es sobre mi hijo! ¡Por favor, Albus!

-A menos que su hijo se haya escapado de Azkaban -intervino Valerie con frialdad-, no veo por qué el viceministro debería ocuparse de él.

-Albus, te lo suplico…

-Vámonos de aquí, Al -dijo Valerie, tomándolo del brazo-. No quiero llegar tarde a la Mansión Malfoy.

Lavender Brown presentaba una imagen patética, con lágrimas en los ojos y la varita todavía levantada sobre la cabeza, como una pistola. Apiadándose, Al dijo:

-Ve tú, yo te alcanzaré luego.

-¡Albus Severus Potter, ni se te ocurra mandarme sola!

-Tengo que ocuparme de esto.

-¡No! ¡El hijo de esa mujer es un asesino, un…!

-¡Ya sé perfectamente bien lo que hizo el hijo de la señorita Brown, Valerie! ¡A diferencia de ti, yo estaba en el Parlamento mágico ese día, esquivando Maldiciones Asesinas! ¡Hablaré con la señorita Brown y luego iré a la fiesta de Malfoy! ¡Lo que tú tienes que hacer ahora es sentar tu culo en ese carruaje, ir a la Madriguera, recoger a mi madre y mi hermana, ir a la Mansión Malfoy y desde allí enviarme el carruaje de vuelta aquí! ¿Me has entendido?

-No me hables así…

-¡VETE! ¡Si al fin y al cabo el único motivo por el cual quieres llegar temprano a lo de Malfoy es para que no tengan tiempo de hablar mal de nosotros!

Apretando los labios, Valerie subió al carruaje y cerró de un golpe la portezuela. Albus se aproximó a uno de los thestrals y dijo:

-Llévenla a la Madriguera, en Ottery St. Catchpole.

Las cuatro criaturas, obedientemente, despegaron y pronto el carruaje se elevó por los aires y voló en dirección a la residencia de los Weasley.

-Pasemos a mi casa -dijo Albus a Lavender, y subieron juntos por las escalinatas. Los retratos se sorprendieron un poco al ver regresar al hijo de Harry tan pronto, y acompañado no por su novia sino por una bruja desconocida, pero no se animaron ni siquiera a susurrar entre ellos, pues temían a Albus.

-Siéntese. ¿Hago que mi elfo le traiga algo?

-No, gracias.

-¿Qué necesita, señorita Brown?

-A mi hijo -respondió ella.

-¿Qué quiere decir?

-Albus, necesito que liberes a mi hijo de Azkaban.

-Eso es imposible y usted lo sabe.

-¿Por qué?

-Su hijo Eugene fue condenado por el Wizengamot a cadena perpetua por asesinar a Daniel Saint-Just, por intentar asesinarme a mí y a Isaac Prewett y por secuestrar a dos legisladores. Tuvo suerte de que no lo condenaran al Beso del Dementor.

-¡Lo sé! ¡Lo sé todo! ¡Pero no puedo soportar tenerlo en prisión! ¡Él es el único hijo que me queda! ¡Mi otro hijo, su hermano, ha muerto, y sus padres también! ¡No me queda nadie en el mundo!

-Lamento mucho escuchar eso. Pero su hijo es un criminal…

-¡Mi hijo está muriendo! ¡La última vez que fui a verlo estaba irreconocible! ¡Azkaban lo está matando!

-¿Alguien lo maltrata? ¿No le dan de comer?

-La celda está limpia y le dan sus tres comidas diarias. Y no, nadie lo golpea. Pero no desea vivir más. No deja de hablar de su hermano Henry… Se considera culpable de lo que le pasó. Y los Dementores empeoran todo. Quiere “que todo se termine”. Me lo ha dicho. Albus, va a dejar de comer. Ya lo ha hecho. Se matará de hambre.

-Puedo hacer que lo transfieran a la zona en donde no hay Dementores.

-¡No! ¡Necesito que lo saques de ahí! -dijo ella, llorando nuevamente- ¡Es mi hijo! ¡Por favor, Albus, no permitas que mi último hijo muera! ¡Castígame a mí por lo que hizo si quieres! ¡Mándame a mí a ocupar su celda! Con tal de que él esté a salvo… No me importa nada más.

-Señorita Brown…

Lavender se levantó del sillón y se puso de rodillas frente a Al.

-Albus, te lo digo en serio. Estoy dispuesta a ocupar el lugar de mi hijo, a ser castigada en su lugar. Haré cualquier cosa por sacarlo de Azkaban. Lo que sea necesario.

El rostro de Albus permaneció impertérrito.

-¿Cualquier cosa?

-Absolutamente.

-¿Incluso… incluso dejar de ser una bruja?

-Sí. Ningún sacrificio es demasiado grande. Todo lo que me importa es Eugene.

Hubo una pausa, durante la cual Albus clavó la mirada en el Árbol Genealógico de los Black. Vio la línea que unía al nombre de Ginevra, la hija de Molly Prewett y Arthur Weasley, con el de Harry Potter y vio como esa línea descendía hasta su propio nombre y los de sus hermanos. Y dijo:

-Voy a liberar a Eugene.

-¡Gracias!

-Pero con una condición muy importante. Tú y él deberán abandonar no solo este país, sino el mundo mágico. Y la memoria de Eugene deberá ser borrada. Yo lo haré personalmente. Olvidará todo, incluso su nombre. Lo único que le permitiré recordar es que usted es su madre. Pero dejará de saber que es un mago, y usted nunca, ¿me escucha?, nunca podrá recordárselo. Nunca podrá decirle nada sobre su pasado real, nunca podrá dejarle saber que existen los magos y las brujas. Deberán vivir como muggles en algún lugar muy lejano, en otro continente. Usted tendrá que renunciar a ser una bruja. ¿Comprende todo esto?

-Sí -dijo Lavender con firmeza.

-¿Está dispuesta a tomar el Juramento Inquebrantable?

-Por supuesto.

-Entonces estamos de acuerdo. Esta misma noche hablaré con Scorpius Malfoy, el director de Azkaban, y él y yo nos aseguraremos de que su hijo sea sacado de la prisión sin que nadie lo sepa. Buscaremos el cadáver de algún muggle muy parecido a él para fingir su muerte. Y usted deberá sacar a su hijo del país apenas le hayamos borrado la memoria.

-Haré lo que haga falta.

-Está bien. Mañana por la noche nos reuniremos usted, Scorpius y yo para el Juramento, y a partir de ahí ejecutaremos el plan.

***

El carruaje no tardó mucho en regresar al número doce de Grimmauld Place. Tras indicarle a los thestrals que lo llevaran a la Mansión Malfoy, Albus entró y cerró la portezuela. Vio cómo la casa donde él había nacido y crecido se iba haciendo cada vez más pequeña a medida que los thestrals se elevaban, y luego vio cómo Londres y sus luces se volvían más y más distantes. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

[Realmente les aconsejo leer las NOTAS del capítulo. Ahí podrán ver una especie de «escena alternativa» entre Ginny y Albus.]

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