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Archive for the ‘La guerra de las perlas’ Category

El regalo de bodas


El clima en la carpa era irrespirable, tanto literalmente como en sentido figurado. En parte, porque hacía un calor sofocante, causado por la combinación de la gran cantidad de personas reunidas y por la cálida noche primaveral. Algunas mujeres mayores habían sacado sus abanicos, y las más jóvenes las miraban con envidia (pues aunque el abanico era algo totalmente pasado de moda, en esos momentos les hubiera resultado muy útil tener uno).

Los Weasley se habían reunido todos cerca de la mesa de los novios. Victoire había sido despertada con un Rennervate, y parecía más calmada que cuando le plantó cara a Jezebel Smith. Roxanne también se había recuperado del efecto de la Cruciatus de Smith, porque la Auror la había atacado en un momento de cólera, pero sin desear realmente herirla, por lo cual la maldición no estaba en su máxima potencia cuando la alcanzó. Todos tenían sus varitas en la mano, listos para batirse en duelo con cualquiera que viniera a amenazarlos.

Andrómeda Tonks, por su parte, estaba sentada en una mesa un poco alejada de la de los Weasley. Pese a que estaba tan molesta por la interrupción de la boda de su nieto como cualquier otro, ella era una Slytherin, y su primera reacción era la cautela. Apreciaba mucho a los Weasley, pero su prioridad era proteger a Teddy y a su nueva esposa. Ellos eran toda la familia que le quedaba, y no permitiría que nada les ocurriera. Así que la segunda hija de Cygnus y Druella Black mantendría los ojos bien abiertos.

De pronto, Lorcan Scamander que estaba asomado al exterior de la carpa, dijo:

—¡Alguien viene!

Casi todos los invitados se pusieron en guardia, excepto algunos que se alejaron lo más posible de la entrada de la carpa. Pero todos se relajaron un poco al ver que solo se trataba de Percy Weasley. Su madre Molly, su esposa y sus hijas corrieron a abrazarlo, mientras él les aseguraba que estaba bien, que no le habían hecho ningún daño.

—¿Qué querían contigo, hijo? —dijo Arthur.

—Eh… pues… —titubeó Percy—. Albus me… el Parlamento, perdón… me nombró… soy el nuevo ministro de la Magia.

Todos los presentes se quedaron asombrados ante la noticia.

—¿Significa eso que podemos irnos? —preguntó Lucy, rompiendo el silencio.

—Si dependiera de mí…

—¿Qué quieres decir con “si dependiera de mí”, Perce? ¿Acaso no eres el ministro? Los Aurores siguen órdenes tuyas —dijo Bill severamente.

—No es tan simple… Albus… él…

—¿Qué ocurre con Al? —preguntó Fred.

—Él es el nuevo viceministro, y no puedo tomar decisiones sin acordarlas con él primero.

—¿“Viceministro”? ¿Qué es eso? —preguntó Arthur— Nunca había escuchado hablar de ese cargo.

El rostro de Percy estaba tan ruborizado que Andrómeda pensó que si se apagasen todas las luces de la carpa, brillaría en la oscuridad.

—¿Acaso no lo entienden? —intervino la viuda de Ted Tonks en tono sensato— Albus acaba de inventarse ese cargo.

—¿Y tú lo aceptaste? —le reprochó George.

—¡No me mires así! —dijo Percy, ofendido—. ¿Preferirías que él hubiera puesto a otro como ministro? ¡Al menos así podré tratar de moderarlo un poco, de controlarlo!

—No puedes controlarlo, Percy —dijo Andrómeda—. Él te controlará a ti.

—¿Cómo lo sabe, señora Tonks? ¿Tan bien lo conoce? —replicó Percy.

—No, no demasiado. Pero soy una Slytherin, y sé cómo piensa tu sobrino.

—Les aseguro que no es así. ¡Albus me ha garantizado que todos ustedes están a salvo, que nadie les pondrá un dedo encima! ¡Yo conseguí que me prometiera eso!

Comprendiendo que Percy intentaba convencerse más a sí mismo que a los demás, Andrómeda no quiso contradecirlo. Audrey Weasley y ella intercambiaron idénticas miradas de preocupación, pero no dijeron nada.

—Él quiere hablar con nosotros.

—¿Quieres decir que está aquí? ¿Vendrá a la carpa? —preguntó Roxanne, alarmada.

—No, no. Está en la Madriguera, esperándonos.

—¿De qué podemos hablar con ese asesino? —dijo Molly despectivamente.

—Por favor, mamá —rogó Percy—. Albus jura que es inocente, que él no les hizo nada a Hugo ni a Ron…

—Creo —intervino Bill, antes de que Molly pudiera replicar— que sería prudente escuchar lo que Al tiene para decirnos. Acordarán conmigo en que si él nos quisiera muertos, podría asesinarnos fácilmente de muchas otras maneras. Deberíamos ir.

—Estoy de acuerdo —dijo Ginny.

—Eh… disculpa, Ginny, pero Albus me dijo que no quiere verte. Quiere hablar con todos… con todos menos contigo —dijo Percy.

—Pero… pero yo soy su madre.

—Él me dijo… que aún no está listo para volver a verte…

—¿Qué quieres decir con que “no está listo”? —lo presionó Ginny.

—Pues… me dijo esto: “dile a tu hermana que recuerde lo último que le dije”.

Ginny pareció abatida al escuchar esas palabras.

—¿Y qué pasa con el resto de los invitados a la boda, señor Weasley? —dijo Minerva McGonagall, usando el mismo tono imperioso que en los años en que era profesora de Percy en Hogwarts.

—El viceministro dice que pueden volver a sus casas. La… amenaza de los seguidores de Servilia Crouch ha… desaparecido. El hechizo anti-Aparición ha sido desactivado.

—Pues qué alegría me da oír eso —dijo McGonagall fríamente.

A medida que la noticia de que eran libres se iba difundiendo entre la multitud, la gente empezó a abandonar el lugar, muchos sin siquiera tomarse la molestia de despedirse de Teddy y Victoire.

—Madre, padre… ¿vamos? —dijo Percy nerviosamente.

—Supongo que no nos queda otra opción —dijo Molly con acritud.

Así, los dieciséis integrantes de la familia Weasley (contando a Teddy Lupin, el más flamante miembro del clan, y excluyendo a Ginny, que debía esperar en la carpa) abandonaron la carpa, acompañados por Andrómeda Tonks, quien se rehusó tajantemente a separarse de su nieto. Percy le permitió ir con ellos porque, en el fondo, sospechaba que lo que había dicho Andrómeda acerca de los auténticos planes de su sobrino era verdad, y le convenía tener a la señora Tonks allí para ver a Albus con sus propios ojos y transmitirle su diagnóstico.

La Madriguera estaba ahora rodeada de Aurores, y esperándolos en la puerta estaba Jezebel Smith, quién antes de abrírsela les dijo:

—Quisiera… disculparme por la conducta que tuve esta noche. Fue… poco profesional hacer lo que hice —dijo Jezzie solemnemente.

—Está bien, señorita Smith —dijo Roxanne, acercándosele con un gesto amistoso y besándola en la mejilla. No obstante, la chica aprovechó la proximidad para susurrarle: “Vuelves a hacer algo así, y te mato”. Jezzie no se alteró al oír esas palabras.

—Adelante —les indicó.

***

Albus los esperaba en la sala de estar. Había encontrado en el ático de la casa el viejo y poco usado tapiz con el árbol genealógico de los Weasley, que su abuelo había sacado de donde lo guardaban en 2024 para desheredarlo y expulsarlo oficialmente de la familia, y lo había colgado en la pared. En esos momentos, estaba examinando el tejido negro y chamuscado en el que había estado escrito su nombre. Pero cuando los Weasley entraron, él les dedicó la mejor de sus sonrisas.

—¡Qué lindo es volver a ver a mi familia! —les dijo. Los Weasley, que esperaban una recepción muchísimo más fría y hostil, se quedaron de una pieza, y él aprovechó la oportunidad para acercarse a su prima Victoire.

—Por Merlín, juro que nunca he visto a una novia más hermosa en mi vida, y creo que jamás la veré —le dijo, besándola en ambas mejillas—. Me alegra ver que Teddy y tú finalmente dieron el gran paso, primita. Toma —añadió, entregándole un paquete envuelto en papel verde y plateado. Victoire abrió el paquete, y pronto se encontró sosteniendo un collar de perlas.

—¿Qué es esto? —preguntó la novia.

—Un collar, Victoire. Considéralo mi regalo de bodas.

—Gracias. Es… muy bonito.

—De nada. ¿Por qué no te lo pruebas? Yo te ayudaré a ponértelo.

Victoire le dio la espalda, permitiendo que Albus se parase detrás de ella y le colocase el collar de perlas en el cuello. Luego el muchacho se puso frente a la novia y dijo:

—Ese collar es muchísimo más hermoso en tu cuello que en el de su anterior propietaria, querida.

—¿Su anterior propietaria? —dijo Victoire, intrigada.

—Me refiero a Servilia Crouch. Tomé esto de su despacho. No creo que lo vaya a necesitar adónde la envié —dijo Albus en tono inocente. Victoire se estremeció ligeramente al pensar en el origen de este regalo, pero no se atrevió a protestar ni a quitárselo.

“Una ofrenda a la Victoria”, pensó Albus, mientras se volvía hacia el novio.

—Teddy, bienvenido a la familia —y lo abrazó—. Espero que pronto hagas a Bill y a Fleur abuelos. Señora Tonks —dijo, distinguiendo a Andrómeda, que se hallaba cerca de su nieto—, siempre es un placer.

—Lo mismo digo, Albus —dijo Andrómeda, besándolo en la mejilla—. ¡Vaya, cuánto has crecido! Eres todo un hombre. Cada vez más parecido a tu padre.

La mención a Harry hizo que Albus, pareciera incomodarse durante una fracción de segundo, pero luego sonrió, asintió con la cabeza, y se dirigió a Fleur. El joven viceministro fue saludando a todos sus familiares con la obvia excepción de Percy. La reacción de algunos, como George, Arthur y Molly, era quedarse muy tiesos, como sin decidir qué actitud tomar, mientras que otros, como Bill, Audrey y Charlie, le devolvían sus palabras corteses, aunque con mucha más timidez que Andrómeda.

—¿Nos sentamos? —dijo Albus, ocupando un sillón, y sus parientes se fueron sentando en los restantes. Al se reclinó en su sillón, observándolos a todos con aparente calidez, y dijo:— Primero que nada, ¿a quién tengo que matar para conseguir una copa de champaña?

Los Weasley se pusieron algo nerviosos ante esas palabras, pero Victoire hizo un movimiento de varita y una copa llena de aquel burbujeante líquido apareció en la mesita ubicada junto al sillón de Albus.

—Gracias —dijo Albus, llevándosela a los labios y comenzando a bebérsela. Mientras tanto, Percy decidió romper el hielo:

—Bien, ahora que nos hemos reconciliado… —dijo el ministro con una sonrisa que parecía dibujada en su rostro.

—¿“Reconciliado”? ¿Crees que el hecho de que estemos sentados en el mismo salón lo resuelve todo? —exclamó George—. ¡Tú tienes muchas cosas que explicar, jovencito! —exclamó, apuntando a Albus con el dedo.

—Voy a ignorar lo de “jovencito” —dijo Albus, tras soltar una risita—. Apuesto a que cuando tenías mi edad odiabas que te hablasen así. Y si hubieras sido el viceministro de la Magia, lo habrías odiado aún más, George.

—¿A qué has venido? —dijo Arthur.

—A hacer las paces. A demostrarles que mis intenciones son y siempre han sido las más honorables. He cometido errores, y también excesos, pero les puedo prometer que no habrá más derramamientos de sangre… al menos no por culpa mía. Todos los partidarios de Crouch están muertos o detenidos. Servilia Crouch será juzgada y se demostrará, más allá de cualquier duda razonable, que ella es la asesina de Hugo Weasley, así como de muchos otros asesinatos y crímenes de otra índole.

“Se tendrán que tomar medidas extremas para garantizar la estabilidad de nuestro nuevo orden, pero solo será por un breve lapso de tiempo. Lo que necesito es saber que todos ustedes están dispuestos a darme una oportunidad de demostrar que soy inocente. Solo eso. Permanezcan en sus casas, no se involucren en actividades subversivas y, por favor, concurran al juicio que celebraremos contra Servilia Crouch el 5 de junio.

“Eso es todo —dijo, poniéndose de pie y dirigiéndose a la puerta. Pero antes de abandonar el cuarto, se volvió hacia los Weasley, que parecían aún más desconcertados que antes—. Una última cosa: ¿se dan cuenta de que entre todos podrían haberme matado fácilmente? Ustedes son diecisiete magos y brujas adultos, y yo soy apenas un mago de veintitrés años, con menos experiencia y conocimientos que muchos de los aquí presentes. Sin embargo, no lo hicieron. Soy su familia, sangre de su sangre… y eso corre también para la señora Tonks, aunque nuestro parentesco es más distante. No olviden eso. Si luchan contra mí, luchan contra un primo, un sobrino y un nieto.

Tras decir eso, cerró la puerta de la sala de estar. Mientras caminaba hacia la puerta de la Madriguera, sonrió y pensó: “Sí, podrían haberme matado fácilmente, si yo no tuviera la Varita de Saúco en mi poder. Claro que las comadrejas nunca lo sabrán. Eso es lo bueno de lidiar con personas con conciencia. A veces uno solo tiene que dejar que se atormenten solas.”

***

Albus seguía profundamente disgustado cuando se reencontró con Valerie. Ni siquiera su abrazo y su apasionado, casi feroz, beso, le devolvieron del todo su buen humor.

—Por Merlín, Al, estoy tan orgullosa de ti…

—Gracias —replicó secamente.

—¿Qué te pasa?

—Esos idiotas del Parlamento —respondió Al—. Hubo un pequeño conato de rebeldía. Y tuve que ponerme algo agresivo…

—Ah, sí, Isaac me lo contó todo. ¿Quieres hablar al respecto? —dijo Valerie

—No tengo tiempo —dijo Albus—. Debo ir a ocuparme de los Weasley.

Y tras darle un rápido beso en los labios, se dirigió hacia la puerta del despacho, pero Valerie lo tomó del brazo.

—Espera. No te vayas así.

—¿Por qué?

—Tienes que tener la cabeza fría al tratar con tu familia, Al. Podrías hacerles… hacer algo de lo que después te arrepentirías.

—¿La cabeza fría? Es sorprendente escuchar eso de boca de alguien que hace una hora o quizá menos asesinó a Anthony Goldstein sin vacilar. ¿Ahora tienes escrúpulos con respecto a esos Weasley?

—Lo maté por decisión tuya, Al —le recordó la joven, sin enfadarse—. Dijiste que si Crouch le confió a Goldstein la tarea de matar a Dawlish, entonces era demasiado peligroso para dejarlo con vida, y yo estuve de acuerdo. Pero con los Weasley debemos ser más diplomáticos, amor.

—¿No lo entiendes? ¡No necesitamos ser diplomáticos con nadie ahora! ¡El poder es nuestro! ¡El momento que tanto esperábamos ya llegó! ¡Ahora solo tenemos que dar órdenes! —dijo Al, entusiasmado.

—Cálmate, querido, y piensa por un segundo. Los Weasley son tu familia materna, y son Gryffindors de pies a cabeza. Si tú vas a “darles órdenes”, solo lograrás que se rebelen abiertamente contra ti. Y tendrás que matarlos. ¿Realmente quieres eso?

—Si se rebelan, merecen la muerte. Esto es una revolución, Valerie. La revolución le debe, a los buenos ciudadanos, protección, y a sus enemigos, la muerte.

—Tranquilízate, Albus —dijo ella, acariciándole los hombros suavemente—. No te dejes llevar por el triunfalismo. Sí, esto es una revolución, pero debe ser una revolución silenciosa. Sin masacres. Tú mismo decidiste esto cuando preferiste engañar a Dawlish en vez de simplemente presentarte en el Ministerio con la Varita de Saúco a vencer a toda la División… cosa que hubieras podido hacer, pero que hubiera costado muchas más vidas. Pero si vas con este estado de ánimo a la Madriguera, terminarás asesinando a tu propia familia. ¿Crees que eso se verá bien?

—Nunca imaginaría que tú, entre todas las personas, me aconsejarías moderación —dijo Albus, que parecía haber recuperado cierta mesura.

—Esta es tu victoria, amor. Es natural que sea a ti a quien se le suba a la cabeza. Nosotros hemos puesto nuestra parte, pero el que venció a Harry Potter fuiste tú. Y si actúas como un verdadero Slytherin, podrás gozar de sus frutos.

—Me recuerdas al chiste de los dos toros. Resulta que…

—Ya me basta con saber que hay dos animales de granja involucrados para imaginarme lo vulgar que debe ser —lo interrumpió Valerie. Albus soltó una carcajada y la besó en la mejilla.

—Como quieras, amor. Seré paciente con las comadrejas. Quizá las apacigüe el saber que nombré ministro a Weatherby.

Y, tras darle un último beso en la boca, esta vez tan cálido y apasionado como el de Valerie, abandonó la oficina.

NOTAS

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Isaac se sentó en su estrado y se acomodó discretamente el cabello, que se le había despeinado un poco con tantas idas y venidas por los pasillos del Parlamento y del Ministerio. Cuando la mayoría de los legisladores hubo ocupado sus bancas, utilizó un Sonorus de baja potencia (pues el recinto de la Cámara no era tan grande como para tener que amplificar su voz al máximo) y comenzó a hablar:

—Buenas noches a todos y a todas. Con la presencia de cincuenta y ocho legisladores, tenemos quórum para dar inicio a esta sesión del Parlamento Mágico.

“Estamos aquí reunidos para discutir una situación verdaderamente inédita en los anales del Ministerio de la Magia: el arresto de Servilia Crouch, por orden del Wizengamot.

Pese a que todos los presentes conocían la noticia, fue inevitable que comenzaran a cuchichear entre ellos. Isaac les permitió hablar a su gusto durante uno o dos minutos, y luego prosiguió.

—Todos los aquí presentes han firmado un documento destituyendo a la señora Crouch de su cargo, y nombrando a John Dawlish, el jefe de la División de Aurores. Hace una hora y media le comunicamos al señor Dawlish nuestra decisión. El señor Dawlish aceptó el nombramiento, pero con solo un objetivo concreto: firmar una serie de indultos para Albus Potter, Valerie Rosier y muchos otros magos y brujas que habían sido perseguidos por el gobierno de Crouch. Él afirmó que ese indulto permitiría pacificar el país de una vez por todas, y nosotros (y con “nosotros” me refiero al señor Francis Fedden, al señor Percy Weasley y a la señora Susan Bones, que me acompañaron a ver a Dawlish y que respaldarán mi testimonio) estuvimos de acuerdo. No obstante, Dawlish también nos aseguró que no se sentía capacitado para ser ministro de la Magia, y que una vez que hubiera indultado al señor Potter y su grupo, renunciaría, cosa que efectivamente hizo. Tengo aquí —dijo, sacando el pergamino que Albus les había dado— la renuncia del señor Dawlish, en caso de que alguien desee comprobar que digo la verdad. Debo agregar que Dawlish ha renunciado a sus dos puestos, el de ministro y el de jefe de la División de Aurores, y ha solicitado que le permitamos retirarse a la vida privada.

El joven presidente del Parlamento guardó silencio durante unos segundos, observando a sus colegas con atención antes de continuar con su discurso.

—Debido a este resultado inesperado de nuestras gestiones, el objetivo de esta sesión es ahora muy diferente al original. Ya no debemos confirmar con nuestros votos en el recinto el nombramiento de John Dawlish, sino nombrar a un nuevo ministro o ministra de la Magia.

“Tiene la palabra el señor Francis Fedden.

—Gracias, señor presidente —dijo el viejo legislador. Debido a que tenía una voz envidiablemente potente, rara vez debía recurrir al Sonorus para sus discursos—. Colegas, nos hallamos ante una crisis política de una magnitud nunca antes vista. La ministra de la Magia, esa mujer tan talentosa en quien tanto confiábamos, es una criminal, una ladrona, una asesina y una traidora. Este descubrimiento, que nos llena de horror a todos, debe servirnos de advertencia sobre el peligro de concentrar todo el poder en manos de una persona. Es cierto que el ministro de la Magia debe responder ante el Parlamento por sus actos, pero dentro del ámbito del Ministerio, su poder es absoluto.

“Es por ello que, antes de debatir el nombramiento de un nuevo ministro de la Magia, quisiera hacer una modesta proposición. Opino que deberíamos realizar dos reformas a la Ley Fundamental. Una de esas reformas debe limitar la reelección del ministro de la Magia. La otra reforma debe consistir en la creación de un nuevo cargo, el de viceministro de la Magia. El viceministro será una especie de segundo ministro. Tendrá el mismo mandato, los mismos poderes y la misma responsabilidad que el ministro.

—Señor presidente, solicito una interrupción —dijo Terry Boot, levantando la mano.

—¿Se la concede, señor Fedden?

—Con gusto —dijo Francis, sentándose de nuevo en su banca. Boot, un Ravenclaw de la misma generación que Harry Potter e íntimo amigo de Anthony Goldstein, se puso de pie y dijo:

—¿No crees que estamos yendo demasiado lejos, Francis? —dijo Boot, rompiendo con el clima de untuosa formalidad que había dominado la sesión hasta el momento—. Sí, no cabe duda de que los crímenes de los que la ex ministra Crouch está acusada son atroces. Pero, ¿es acaso necesario romper con más de trescientos años de tradición solo por una ministra que abusó de sus poderes?

—No quiero que piensen que estoy ofreciéndoles una solución precipitada —replicó Fedden—. Servilia Crouch solo fue un poco más lejos de lo que fueron sus predecesores. ¿Debemos recordar el caso de Rufus Scrimgeour? Es innegable que él fue un luchador incansable contra Tom Ryddle, pero en su encomiable celo por eliminar a los Mortífagos encarceló a numerosos inocentes. Y también debemos tomar en cuenta el caso de Cornelius Fudge, quien utilizó todas las fuerzas del Ministerio para desacreditar a Albus Dumbledore y a Harry Potter en tiempos en que ellos eran los únicos que intentaban convencer al mundo mágico del regreso de Ryddle. El hecho es que muchos ministros han utilizado su posición privilegiada para imponer políticas perjudiciales para los intereses de nuestra comunidad. El dividir el poder del cargo entre dos funcionarios permitirá evitar esta clase de actos autoritarios, pues cada decreto que el ministro o el viceministro desee emitir deberá ser firmado por ambos. Así deberán consensuar entre los dos todas las medidas de gobierno.

“Por otro lado, la reforma que propongo no quedará escrita en piedra. Si vemos que la experiencia de tener a un viceministro no cumple con los objetivos esperados, entonces modificaremos nuevamente la Ley Fundamental para volver a tener solo a un ministro. Pero creo que debemos ser creativos, que debemos abrirnos a las nuevas ideas y aprovechar las oportunidades que se nos presentan. No hay experiencias malas o buenas: todas son útiles pues nos indican qué podemos repetir y qué no podemos ni debemos repetir.

“Esta es mi propuesta, y ya he redactado mi proyecto de reforma. No es muy largo, solo consiste en insertar referencias al viceministro de la Magia siempre que se mencione al ministro y sus facultades en el texto de la Ley Fundamental.

En un gesto teatral, con el que cerró su discurso, Fedden se levantó de su banca, atravesó el recinto, se aproximó al estrado y le entregó los tres pergaminos en los que había escrito su proyecto al secretario que registraba la sesión con una vuelapluma, quien se apresuró a insertar el texto del proyecto de Fedden en el acta.

—Entonces votaremos acerca del proyecto presentado por el señor Francis Fedden —dijo Isaac cuando la vuelapluma del secretario terminó de escribir—. Alcen la mano quienes están a favor.

Cincuenta y nueve de los legisladores presentes levantaron la mano. Solo Terry Boot se abstuvo de votar a favor, pero tampoco votó en contra cuando Isaac pidió que levantaran la mano quienes se oponían.

—Queda aprobado el proyecto del señor Fedden —dijo Isaac—. Ahora debemos votar acerca de a quién designaremos como ministro de la Magia interino.

A nadie le extrañó que Fedden, que no se había sentado tras finalizar su réplica a la interrupción de Boot, pidiera la palabra nuevamente.

—Estimados colegas —dijo el legislador—. Hay entre nosotros un hombre que creo que todos coincidiremos en que es el más capacitado para ocupar el cargo de ministro. Un hombre que ya ha ocupado ese cargo, y lo hizo de una manera más que correcta, sin perder nunca la moderación, a diferencia de lo que hizo su sucesora. Me refiero, por supuesto, a Percy Ignatius Weasley.

Todas las miradas se dirigieron al tercer hijo de Arthur y Molly, quien estaba sentado en su banca. Al principio Percy pensó permanecer en un humilde silencio, como si aquel asunto no le concerniera, pero luego comprendió que tenía que decir algo y se levantó.

—Muchas gracias por tu confianza, Francis —respondió Percy—. Si el Parlamento desea ofrecerme el puesto, yo no lo rechazaré. Estoy dispuesto a hacer todos los sacrificios necesarios por el bien de la comunidad.

Unos tímidos aplausos acompañaron este breve discurso de Percy. Pocos estaban entusiasmados con la perspectiva de tenerlo al frente del Ministerio, pues la inmensa mayoría habían sido electos junto con Crouch en los últimos comicios, y Percy había competido contra ella en la elección anterior, y perdió. Pero Fedden les ofrecía un candidato potable, y ellos estaban demasiado asustados por sus propios futuros como para preocuparse por sus viejas lealtades y simpatías, así que nadie habló contra la moción de Francis, que fue aprobada, esta vez, unánimemente.

Percy parecía contento de haber recuperado el cargo de ministro, que había ejercido solo por unos meses, pero también tenía aspecto de estar contrariado por algo. Y las dudas que esto generaba en muchos se disiparon cuando Francis Fedden propuso el nombre de su candidato al recién creado puesto de viceministro de la Magia: Albus Severus Potter.

***

El Auror George McDougall volaba a toda velocidad por el cielo estrellado, esquivando lo mejor que podía los rayos rojos de los Desmaius que sus perseguidores le lanzaban. Detrás de él, Agamenón Lestrange y Scorpius Malfoy lo perseguían con sus escobas. Era una carrera dura, pues Scorpius conservaba sus excelentes reflejos de Buscador y buscaba los mejores ángulos para disparar. Agamenón, en cambio, era un poco menos hábil, ya que estaba más habituado a volar en su forma de halcón.

A unos centenares de metros a la derecha, McDougall detectó unas nubes y decidió volar en esa dirección para esconderse entre ellas. Pero Scorpius aumentó fuertemente su velocidad y sacó de su bolsillo una segunda varita, lanzando dos Desmaius simultáneos. El Auror, que no estaba mirando hacia atrás lo suficientemente bien, creyó que Scor solo le había disparado uno y viró hacia la izquierda, solo para ser alcanzado por el hechizo lanzado por la segunda varita del hijo de Draco. Perdió el conocimiento y cayó de su escoba. Agamenón se precipitó hacia abajo intentando atraparlo, pero no fue lo suficientemente rápido. McDougall cayó sobre unos árboles y fue atravesado por una vieja rama.

***

—Albus Potter es uno de los jóvenes magos más virtuosos y capaces que haya tenido el placer de conocer en mi vida —dijo Fedden—. Su heroísmo, su entrega, su desinterés han quedado patentemente demostrados a lo largo de estas últimas semanas, en las que arriesgó gravemente su vida al enfrentarse solo a Servilia Crouch, una bruja mayor y más experimentada, y por ello más peligrosa.

“Su inteligencia, su laboriosidad, su profundo conocimiento no solo de casi todas las ramas de la magia, sino también de nuestra historia, nuestras instituciones y nuestra cultura lo hacen el mejor candidato para ser viceministro.

***

La Auror Irma Fayette, una mujer de mediana edad, anteojos y cabello castaño con algunas canas, estaba tomando el té en la cocina de su casa, mirando por la ventana sus rosas, bañadas por la luz de la luna. Escuchó de pronto un suave ruido a sus espaldas, sacó su varita y se dio vuelta. Vio a tres hombres parados tras ella, que también la apuntaban con sus varitas. Uno de ellos abrió la boca para decir algo, pero ella gritó:

—¡AVADA KEDAVRA!

El rayo verde hubiera golpeado al hombre si el mago que estaba a su lado no le hubiera dado un fuerte empujón hacia el costado, apartándolo de su trayectoria. El tercer mago, que seguía apuntándole, pronunció las palabras del mismo hechizo. Lamentablemente para Irma, no había nadie para empujarla a ella. Cayó muerta al piso, y el contenido de su taza se derramó en el suelo de la cocina, rodeando su cadáver como si fuera sangre.

***

—¿Y qué mejor para dar inicio a esta nueva era de cambios que poner en la cúspide del Estado a un mago joven, ingenioso y emprendedor? ¿Qué mejor que darle el poder a alguien que ha dado sobradas muestras de ser superior a todos los magos de su generación? ¿Por qué no apostar al futuro?

***

Arthur Stimson y Sam Tauber habían ido al Caldero Chorreante a tomar “un par de vasitos de whisky de fuego” (que habían acabado siendo dieciséis en total, nueve bebidos por Arthur y siete por Sam), para aprovechar la noche libre que les había dado el jefe Dawlish. Al salir hacia la Londres muggle, fueron interceptados por Louis Rosier y Lysander Scamander.

—Están detenidos —dijo Lysander, apuntándoles con su varita.

—¿De qué mierda hablas, chico? —preguntó Tauber con voz pastosa.

—Oye, reconozco al moreno. ¡Es el hermano de Rosier, la amante de Potter!

—Entreguen sus varitas ahora —dijo Louis.

—¡Avada…! —dijo Tauber, pero Lysander lo Desarmó enseguida, y le propinó un feroz puñetazo en la boca que lo hizo caer al suelo (no tanto por la fuerza del golpe sino por su efecto en su organismo atiborrado de alcohol). Stimson intentó Desaparecerse, pero Lysander y Louis le habían puesto un encantamiento anti-Aparición al lugar, y tuvo que salir corriendo. La persecución no fue larga, pues no conocía bien esa zona y acabó internándose en un callejón sin salida. El Auror se defendió con Maldiciones Asesinas a diestra y siniestra, pero no era rival para los dos muchachos, quienes no tardaron en matarlo.

***

—Tenemos además a nuestro favor la maravillosa actuación de Isaac Prewett, un joven de la misma edad que el señor Potter, que fue designado presidente de este cuerpo y que nunca nos ha decepcionado. ¿Por qué no intentarlo de nuevo, colegas? ¿A qué le tenemos miedo?

***

Milton Craslow se había atrincherado detrás de un sofá y estaba intentando defenderse de los ataques combinados de Jan Breydel, Pieter de Coninck y Agrafena Svetlova. Utilizó un encantamiento convocador para hacer que su maletín volara hasta donde él estaba parapetado, sacó de su interior una bolsa de polvo de oscuridad peruano y lo desparramó, sumiendo a la habitación en unas penumbras imposibles de disolver. Como conocía mejor el interior de su casa que los atacantes, pudo tantear su camino hacia la puerta y abrirla, pero Agrafena escuchó el sonido y corrió en esa dirección, consiguiendo salir de la casa detrás de Craslow.

Milton se volvió hacia ella e intentó utilizar un Incendio contra la bruja, pero ella aumentó mágicamente el tamaño de un gnomo que justo en ese momento corría por el césped buscando dónde refugiarse y lo utilizó de escudo. Los gritos de la criatura quemándose viva ayudaron a Pieter y a Jan a orientarse hacia el exterior de la vivienda. Milton intentó escapar, pero Agrafena utilizó al gnomo ardiente como proyectil, haciendo que las ropas de Craslow se prendieran fuego, retrasando su huída y permitiendo que Jan lo Desarmara.

—Bien, Craslow, me temo que lo que hiciste cuenta como “resistirse”. Recuerden lo que dijo Potter: los tres juntos —dijo, dirigiéndose a Agrafena y Pieter, quienes asintieron y apuntaron con sus varitas al pecho de Craslow.

—¡Avada Kedavra! —gritaron los tres al unísono.

***

—¿Y quieren que les diga qué veo cuando miro a los rostros de los jóvenes como Albus Potter, o como nuestro apreciado y respetado presidente? No me importa sonar sentimental ni ingenuo, señoras y señores: veo esperanza. Esperanza de un mejor futuro, de un mejor mañana, de una era de paz, honestidad y grandeza.

***

Eileeen Drummond corría por el bosque detrás de su casa, perseguida por Livius y Alcyone. Los jóvenes intentaban Aturdirla una y otra vez, pero siempre terminaban dándole a algún árbol en vez de a la Auror, que corría como el viento.

De pronto, una ardilla dio un ágil salto al suelo, en un árbol ubicado delante de Eileen. Pero antes de tocar el piso, el animal se transformó en un muchacho de veintidós años, quien le apuntó al pecho y exclamó:

—¡Desmaius!

***

—Es por todo esto, colegas míos, que opino que no encontraremos en todo el país a un hombre tan apropiado para el puesto de viceministro de la Magia de Gran Bretaña e Irlanda que Albus Severus Potter —concluyó Fedden, y los demás miembros del Parlamento, impresionados por su discurso, comenzaron a aplaudir.

—A menos que alguien tenga algo que decir, votaremos la propuesta del señor Fedden de nombrar al señor Albus Severus Potter como nuevo viceministro de la Magia. ¿Quiénes están a favor?

Los resultados de la anteúltima votación se repitieron: cincuenta y nueve a favor y una abstención de Terry Boot. En el mismo momento en que Isaac anunció el resultado oficialmente, Albus entró al recinto.

***

Anthony Goldstein acababa de orinar y cepillarse los dientes. Cuando abrió la puerta del baño, se encontró al otro lado algo que jamás hubiera imaginado: una leona. Antes de que pudiera hacer nada, el animal saltó sobre él y le desgarró la garganta con los dientes. La sangre salió en un chorro y dejó el espejo en el que momentos antes se había estado cepillando completamente rojo. La leona, como si quisiera asegurarse de que realmente estuviera sin vida, le abrió el estómago con sus garras y comenzó a desparramar sus intestinos, pero para ese momento Goldstein ya había muerto.

***

Isaac le había permitido a Albus ocupar el sillón reservado para el ministro de la Magia, en el estrado superior —una cortesía que no había tenido con Percy, que continuaba sentado en su banca, en medio de los otros legisladores—, por lo que el joven podía ver a todos los miembros del Parlamento desde arriba. Seguía vestido con ropas muggles muy informales, pero tenía un aire muchísimo más majestuoso que su tío Percy, pese a que él seguía con la túnica de gala que se había puesto para la boda.

—Estimados miembros del Parlamento —dijo Albus con calma—, primero que nada, deseo darles las gracias por este cargo con el que me han honrado. Y deseo agradecer al señor Fedden por ese discurso tan elogioso, que no creo merecer.

“El señor Fedden ha hablado de una nueva era, y creo que eso fue lo mejor de su discurso. Porque yo tengo intenciones de dar inicio a una nueva era, un período marcado por reformas profundas a la sociedad y al Estado mágico. Quiero reestructurar las bases de nuestra comunidad. Quiero dar al Estado —y con eso me refiero al Ministerio y al Parlamento— nuevas herramientas que le permitan actuar sin interferencias externas.

“No deseo abrumarlos con un largo discurso en que explique todas y cada una de las medidas que planeo impulsar, porque eso lo haré en futuras sesiones de este augusto cuerpo, en las que no solo anunciaré mis propuestas, sino que las debatiré con ustedes, y aceptaré cualquier corrección razonable que me sugieran. Tengo mucho que aprender.

En ese punto, Isaac esbozó una fugaz semisonrisa. ¡Albus, aprendiendo algo de esos vejestorios inútiles del Parlamento!

—Pero el objeto de este discurso es hablar del hoy, no del mañana. El régimen que cayó esta noche, pese a su oprobiosa y corrupta naturaleza, o tal vez debido a ella, tenía numerosos partidarios que continúan en libertad y que pueden representar una amenaza.

“Es debido a eso que solicito al Parlamento que nos otorgue al ministro Percy Weasley y a mí facultades extraordinarias. Entre ellas, la de dictar y aprobar leyes por nuestra cuenta, previa comunicación y discusión de dichas leyes en el Parlamento. Y también el de condenar a todo aquel enemigo del Ministerio a prisión, al Beso del Dementor, a la destrucción de su varita mágica o a cualquier otra de las penas que figuran en nuestras leyes penales.

Todos excepto Isaac quedaron pasmados ante tal petición. Los murmullos se reanudaron, más fuertes que nunca. Fedden se levantó de su banca y subió hasta el estrado donde estaba sentado Albus.

—Mi querido muchacho —le dijo al oído con nerviosismo—, esto no es lo que acordamos antes.

—No lo es. Y sin embargo, aquí estamos —respondió Albus con frialdad y sin molestarse en mirarlo.

—No puedes pedirles eso, ellos nunca lo aceptarán… Por favor, te ruego…

—Aléjate de mi silla —le ordenó, con cólera mal contenida, y algo en los ojos de Albus debió asustar mucho al legislador, porque el hombre estuvo a punto de caer por los escalones, de tan rápido que los bajaba.

—¡Esto es un escándalo, Potter! —explotó finalmente Terry Boot— ¡Nos estás pidiendo que les demos a ti y a tu tío poderes absolutos! ¡Justamente lo que queríamos evitar al crear el cargo que tú ocupas ahora! ¡Si aprobamos esto, lo único que nos faltará es traer un trono, una capa de armiño, una corona y un cetro y regalártelos!

—¡Oh, cierra la boca, Terry Boot! ¡Estás hablando como si estuviéramos en los tiempos gloriosos de Merlín, o de los fundadores de Hogwarts! ¡Pues no, Boot: estamos en los tiempos de Servilia Crouch y de Ronnie Weasley, el asesino de muggles! ¡Ustedes quieren que yo resuelva la crisis que Crouch desató, pero al mismo tiempo pretenden privarme de la única herramienta que me permitirá ocuparme eficazmente de ella! ¡Pues no, Terry Boot, LO HARÉ A MI MANERA O NO LO HARÉ! ¡¿Me escuchan, miserable conjunto de tontos y cobardes hipócritas?! ¡Yo derroqué a Crouch, yo la vencí con mis propias manos, y yo podría eliminar a todo este cuerpo si lo desease! ¡Si ustedes están aquí reunidos es porque no he querido subir al poder por medio de un baño de sangre que terminase con todos los miembros de la División de Aurores y del Parlamento muertos! ¡Pero no abusen de mi paciencia, señoras y señores! ¡Yo podría aplastarlos como a las babosas que son si me lo propusiera!

El suelo del Parlamento estaba literalmente temblando. Todos podían percibir las ondas de magia que emitía el cuerpo de Albus, como si fuera un horno calentándose.

—¡No pienso rendirles pleitesía! ¡No voy a sonreírles y hacerles reverencias! —gritó Albus, que casi había perdido los estribos— ¡Es hora de que se enteren de algo: Albus Severus Potter ha vuelto y si lo deseara podría sacudir este país hasta convertirlo en ruinas! ¡No me provoquen! ¡O me otorgan los poderes extraordinarios que les pido, o este “honorable” cuerpo quedará disuelto para siempre, y no por ningún decreto sino por la espada! ¿Está claro? —dijo, dirigiéndose a los legisladores— ¿Está claro, Boot? —añadió, fijando los ojos en Terry, quien parecía querer llorar o irse corriendo de allí.

Poco a poco, Albus se fue tranquilizando. El suelo dejó de temblar y pasó a vibrar, y luego se quedó completamente quieto. Isaac, comprendiendo que los integrantes del cuerpo estaban ya totalmente amedrentados, se aclaró la garganta y dijo:

—¿Quiénes están a favor de la moción del señor Potter?

Los sesenta miembros del Parlamento mágico, Terry Boot incluido, alzaron sus manos disciplinadamente.

—Queda aprobada la moción —concluyó Isaac.

NOTAS.

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[NOTA 1: Quiero dedicarle este capítulo a Alter Ego, que cumple años hoy, y a Octavio, que cumple dieciséis años mañana; él también me ha pedido que publique su e-mail en caso de que quieran felicitarlo por esa vía: es otii.-live@hotmail.com.ar.

NOTA 2: Las escenas del video que musicaliza este capítulo son de la excelente película Expiación (Atonement).]

Dawlish y Albus habían optado por subir hasta el despacho de Crouch, pero por algún extraño escrúpulo, Dawlish prefirió sentarse a esperar a Isaac en la pequeña aunque cómoda antesala contigua a la oficina. Al, en cambio, se atrevió a entrar a la oficina, y se divirtió ante la reacción de algunos retratos de los ex ministros, horrorizados al ver a un criminal prófugo como él en aquel lugar tan exclusivo. Kingsley Shacklebolt era el que parecía más espantado.

—Hola, Kingsley.

—Albus, ¿qué estás haciendo aquí?

—Bueno, digamos que he dado… ¿cómo es que lo llaman los alemanes? Ah, sí, un pustch.

—Esto no terminará bien para ti, muchacho…

—Siempre tan optimista, ¿no, viejo? —dijo Al, con sarcasmo.

—Por favor, te ruego que me escuches. Por todo el cariño que…

—¿Cariño? —dijo Albus, enfadado al escuchar esa palabra en boca del difunto ministro— ¿Tú te atreves a hablarme de cariño? ¿Tú, que intentaste convertirme en un squib? ¿Cómo tienes el descaro de apelar a mi cariño?

—Al, yo fui el padrino de tu hermana Lily…

—¡Más razón aún para no hacer que esa perra de Crouch me envenenase, Shacklebolt!

—¡Fue un error! ¡Lo admito, jamás debí intentar eso, pero fue…!

—¿“Por el bien de todos”? No me digas que piensas jugar esa carta.

—¡No, Albus, no iba a decir eso! ¡Fue el poder! ¡El poder me corrompió, me hizo pensar que podía manejar a todo el mundo como si fueran marionetas!

—Eso suele ser verdad —dijo Albus, que no parecía encontrar esa noción del poder inapropiada u ofensiva—, pero no en todos los casos. Conmigo te encontraste con la horma de tu zapato, ¿verdad?

—Quería evitar que hicieras lo que estás por hacer ahora.

—Pues yo también hubiera preferido evitarlo. Quería obtener el poder legal y pacíficamente, pero Crouch y tú me forzaron a tomar medidas extremas. Soy una víctima de las circunstancias.

—Este es un negocio horrible, Albus —dijo Kingsley, y de pronto a Albus le pareció viejo, mucho más viejo que la edad que tenía cuando lo pintaron—. Vete mientras puedas, mientras sigas teniendo un alma…

El hijo de Harry abrió la boca para responder, pero antes de poder hacerlo sintió como si el suelo vibrara bajo sus pies. Sacó la Varita de Saúco, temiendo alguna clase de ataque sorpresa, pero no tardó en constatar que el único efecto de ese movimiento fue que el despacho se ensanchó ligeramente, y que en un espacio vacío creado en la pared gracias a ello ahora había aparecido el retrato de Servilia Crouch. La bruja estaba sentada en su sillón, como muchos otros ministros y ministras retratados, y examinaba varios documentos, como si no supiera que su contraparte de carne y hueso había sido derrocada. De pronto levantó la vista, y al ver a su archienemigo Albus parado frente a ella, pareció a punto de gritar de cólera… pero Al cerró las cortinas que rodeaban a su retrato con un movimiento de varita.

Ignorando los cuchicheos de los demás ministros, Albus salió de la oficina y le dijo a Dawlish.

—Crouch ha dejado de ser ministra. Su cuadro acaba de aparecer en la oficina.

Dawlish sonrió, complacido, y se levantó del sillón, colocándose frente a la puerta. Y como si se tratara de una obra de teatro, cuatro personas ingresaron solemnemente a la antesala. Se trataba de Isaac, Percy Weasley y Francis Fedden, que representaban al Parlamento, y de Susan Bones MacMillan, que representaba al Wizengamot. Ninguno mostró sorpresa o alarma al ver a Albus parado junto a Dawlish.

—John Bruce Dawlish —dijo Isaac en tono formal—, hemos venido aquí a informaros que el Parlamento, por el voto de sus sesenta miembros, os ha elegido ministro de la Magia interino de Gran Bretaña e Irlanda. Aquí podéis ver el acta de nombramiento, firmada por todos los legisladores —añadió, mostrándole el pergamino repleto de firmas en ambas carillas.

“¿Aceptaréis el cargo que se os ofrece, John Dawlish?

—Me siento inmensamente honrado por esta designación. Acepto este cargo, con todas las responsabilidades y deberes que implica. Y ruego a Nuestra Madre estar a la altura del desafío —concluyó Dawlish, utilizando la antigua fórmula de los magos de sangre pura.

Todos los magos presentes, Albus incluido, aplaudieron su declaración.

—Propongo —dijo Susan, muy seria— que tomemos ahora mismo todos los pasos formales para la designación de John como ministro. Es decir, que elaboremos el acta, que yo le tome juramento, y que John y un testigo la firmen.

—¿El juramento de un ministro no tiene que ser un acto público, Susan? —preguntó Fedden.

—Sí, y que preste juramento ahora no excluye que pueda repetirlo posteriormente a los ojos de los demás magos y brujas. Pero considerando las circunstancias excepcionales que estamos viviendo, es mi opinión que conviene que John sea ministro y que esté plenamente en funciones a partir de ahora.

—Coincido contigo, Susan —dijo Dawlish—. Estoy dispuesto a jurar ahora.

El viejo Auror se puso una mano en el corazón y levantó la otra, mientras Susan se colocaba delante de él y alzaba su derecha.

—Supongo que conoces las palabras que debes pronunciar, John —dijo la jueza.

Dawlish asintió y dijo lentamente:

—Yo, John Bruce Dawlish, juro por mi magia y por mi honor desempeñar leal y eficazmente el cargo de ministro de la Magia de Gran Bretaña e Irlanda, para el que he sido electo, observando y haciendo observar las leyes y estatutos de la comunidad mágica británica. Si así no lo hiciere, que mi magia y mi honor me abandonen para siempre.

Sonriendo, Susan lo abrazó, y los otros cuatro magos la imitaron, felicitándolo. Dawlish parecía radiante, y por una vez firmó sin leer el documento que la esposa de Ernie MacMillan le entregó, pasándoselo luego a Albus para que firmase en calidad de testigo.

—Bien, John —dijo Isaac, tras abrazar a Dawlish—, ahora tenemos que volver al Parlamento, a terminar los preparativos de la sesión. Falta aproximadamente una hora y media, le aconsejo escribir su discurso inaugural.

—Con gusto, Isaac. Pero primero, tengo una deuda que pagar —dijo, tomando del hombro a Albus—. En un gesto de reconciliación nacional, me dispongo a indultar a Albus Severus Potter, Valerie Christine Rosier y a todos sus seguidores. Terminaré con las persecuciones. Y quiero que ustedes cuatro presencien esto.

Percy parecía indignado y a punto de protestar, pero Albus le dirigió una mirada feroz, y su tío se lo pensó mejor y permaneció inmutable.

—Muchas gracias, ministro —dijo Albus, sacando de su bolsillo una pilita de pergaminos doblados—. Aquí tengo los indultos preparados, señor.

—Que con este acto demos comienzo a una nueva época de paz, de diálogo y de consenso —dijo Dawlish antes de estampar su firma en el primero de los más de veinte. El flamante ministro fue firmándolos uno tras otro, hasta que todos los miembros de las células del ejército de Albus quedaron oficialmente perdonados de cualquier crimen que hubieran cometido hasta la fecha. Dawlish notó, al ojear el primero, que su aliado había especificado la hora hasta la cual el manto de impunidad cubría a sus beneficiarios: las veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos del veinticinco de mayo de 2029.

“Eres un tipo hábil, Potter”, pensó Dawlish, mientras firmaba el último. “Estás haciendo que indulte a tus hombres por asesinatos que están cometiendo ahora mismo, o que cometerán en las próximas horas. Pero no importa. Tarde o temprano te traicionarás. Tu ambición te destruirá, muchacho. Intentarás alzarte contra mí, y podré librarme de ti sin violar el Juramento Inquebrantable. Soy un hombre paciente, y ya conseguí lo que quería. Solo debo esperar para eliminarte”.

Y con una beatífica sonrisa, le hizo entrega a Albus de los indultos.

***

Cuando quedaron a solas, Albus y Dawlish fueron al despacho de Crouch, que ahora ya no era de ella. Dawlish ocupó por primera vez el sillón ministerial, y lo encontró tan cómodo como se lo había imaginado.

—Potter, hemos triunfado —dijo Dawlish, abriendo una de las botellas del excelente whisky de fuego de Crouch y sirviéndose un vaso. Le ofreció otro a Albus, pero el chico lo rechazó—. Hemos vencido a Servilia y lograremos que se haga cierta clase de justicia con ella. La guerra terminó. Durante años elogiarán nuestro acuerdo como un gesto de grandeza.

—Estoy seguro de que tienes razón, John. ¿Piensas basar en eso tu discurso?

—Claro. Y ahora que me lo recuerdas, voy a empezarlo… —dijo, sacando del cajón otro pergamino, un tintero y una pluma.

—Perfecto, John. Te dejaré solo, entonces —dijo Al, levantándose de la silla y dirigiéndose a la puerta—. Qué hermoso es ser un hombre libre —dijo, dándole unas palmaditas a los decretos, que se había vuelto a poner en el bolsillo.

—Pues ve y disfrútalo, muchacho —lo animó Dawlish.

—¡Ah, cierto! —exclamó Albus, que tenía la mano en el picaporte— Lo había olvidado. Necesito que firmes algo más, John.

—¿Qué cosa?

—La orden para liberar a los padres de Ashton Bennett y de Livius Black de Azkaban.

El nuevo ministro levantó la vista del pergamino. Había empalidecido ligeramente y se lo notaba de repente tenso.

—Tienes razón, Potter. Las haré ahora mismo —dijo, tras unos instantes de silencio. Lo más rápido que pudo, escribió la orden oficial de liberación, la firmó y se la tendió a Albus, que la tomó entre sus manos y la miró con una sonrisa.

—Irónico, ¿verdad, John? A ti se te ocurrió la idea de encarcelarlos para que Livius y Ash me traicionaran, y ahora tú eres el que me permite liberarlos.

El silencio ahora fue más largo. Durante casi un minuto, lo único que se oyó en la habitación fue el sonido del reloj de pie marcando los segundos. Dawlish se sentía con el corazón en un puño.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes saber eso, Potter? —preguntó, casi en un siseo, Dawlish— Las únicas personas que estábamos en esa reunión éramos Crouch, Isaac…

Y se interrumpió. Sus ojos tenían ahora un brillo de terror.

—Prewett estaba trabajando para ti, ¿no es así, Potter? —preguntó entre dientes— ¿Cuándo lo diste vuelta?

—Él siempre lo estuvo, John, desde que entró al Parlamento cuando tenía diecisiete. Isaac es mi amigo más… no leal, todos mis amigos me son leales. Es mi amigo más útil. Me ha dado información valiosísima, incluyendo tu pequeño plan para raptar a cuatro inocentes y meterlos en la prisión más horrorosa del mundo.

—¡Pero tú no los protegiste! ¡Si él te hubiera dicho de lo que habíamos planeado, lo habrías impedido!

—No podía hacerlo, porque hubieras deducido lo que acabas de deducir ahora: que Isaac trabaja para mí. Y ya ves todo lo que gané conservándolo en su puesto dentro del gobierno.

Dawlish se levantó del sillón.

—Potter, no sé qué piensas que vas a hacer, pero te aseguro que no tengo intenciones de permitírtelo. Prewett renunciará a su cargo ya mismo. ¡No dejaré que me rodeen tus agentes!

—¿Y cómo vas a hacerlo renunciar, John? ¿Qué fuerza pública tienes a tu disposición ahora, ministro Dawlish? ¿Estás realmente más protegido que Crouch hace solo unas horas?

Y mientras decía esto, levantó lentamente su varita.

—¿De veras pensaste que mi objetivo al proponerte enviar los Aurores a la Madriguera era sacarte a ti del edificio? ¿Pensaste que mi plan era tan burdo? No, ministro, mi plan era sacarlos a ellos. Alejarlos de ti, impedir que te protejan. Eso, y rodear a mi amada familia materna e impedir que pasasen a la clandestinidad y empezasen a trabajar contra mi nuevo gobierno. Como ves, maté a dos pájaros de un tiro.

—Has prestado el Juramento Inquebrantable… —dijo Dawlish, llevando la mano a su propia varita—. Juraste hacer que me nombraran ministro.

—Y lo hice. Eres ministro —dijo Albus. Como estaba lejos de las llamas que iluminaban el cuarto, sus ojos verdes parecían negros, vacíos, inhumanos.

—Juraste que nunca aceptarías ser ministro de la Magia —dijo Dawlish, temblando de ira.

—Y eso no lo he hecho ni lo voy a hacer —replicó Al con calma.

—Juraste no matarme ni hacerme el menor daño físico.

—Y eso no lo he hecho ni lo voy a hacer.

—Juraste no ordenar que me maten o me lastimen.

—Eso tampoco lo he hecho, ni lo voy a hacer.

—Entonces, ¿por qué tienes la varita apuntándome?

—Bueno, John, parece que hasta aquí llegamos —dijo Albus, repitiendo las palabras que Dawlish le había dirigido a Servilia—. ¡Imperio!

***

Quince minutos después, Francis Fedden, Isaac Prewett y Percy Weasley volvieron a ingresar a la antesala del despacho del ministro, pero esta vez solo Albus los estaba esperando. Le hizo entrega a Isaac del pergamino, y el presidente del Parlamento lo leyó.

—John Dawlish ha renunciado —dijo Isaac a sus dos colegas.

—¿Qué? —exclamó Fedden.

—¡Pero esto es inaudito! ¡Acabábamos de nombrarlo y él estaba más que conforme! —dijo Percy.

—Dice que cayó en la cuenta de que él quizá no sea el hombre más apropiado para la pesada labor de ser ministro de la Magia en estos tiempos tan revueltos, y que “en un gesto de patriotismo desinteresado”, devuelve el cargo a quienes lo nombraron —dijo Isaac, leyendo de la carta.

—¡Jamás he presenciado algo más vergonzoso!

—Y debido a eso —dijo Fedden velozmente, tras interceptar un intercambio de miradas entre Isaac y Albus y comprender qué había pasado—, no podemos dejar que se sepa. Oficialmente, Dawlish rechazó el cargo cuando se lo ofrecimos. Nunca juró. El acta de su juramento será archivada y nunca verá la luz pública. Seguramente podremos convencer a Susan que guarde silencio al respecto.

—Estoy de acuerdo, Francis —dijo Isaac, sonriendo para sus adentros ante la rapidez de su antiguo jefe y mentor para cambiar de bando.

—¿Pues a quién pondremos en su lugar? —dijo Percy, que empezaba a sospechar la verdad.

—Solo hay una persona capaz de hacerlo —opinó Albus.

—¡Y supongo que esa persona serás tú! —dijo Percy mirando a su sobrino con aire acusatorio.

—No. Esa persona eres tú, tío Percy.

[NOTA 3: Quizá hayan visto que ahora tengo Twitter. Aún estoy intentando comprender de qué se trata, pero por lo pronto he escrito un par de cosas, y también puse un widget que les permite seguirme desde el propio blog.

NOTA 4: Como siempre, les recuerdo:

  • Que pueden contactarme por cualquier motivo —ya sea enviándome un mail o agregándome como contacto en el MSN— utilizando la dirección hacedor.de.reyes@gmail.com.
  • Que si quieren recibir notificaciones por mail cada vez que publique un nuevo capítulo, deben suscribirse a este blog escribiendo su e-mail en el primer widget de la barra lateral.
  • Que si quieren tener su propio avatar deben leer esto.
  • Que el concurso de dibujos vence el 10 de febrero.

NOTA 5: ¿Dónde se habrá metido Aura? No comentó el capítulo anterior, y eso es raro en ella.]

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Cuando Isaac salió de las llamas de la chimenea del despacho de Dawlish, esbozaba una sonrisa discretamente triunfal. Les tendió el documento, que contaba con las firmas de dieciocho de los veinte miembros actuales del Wizengamot. El tribunal estaba compuesto por veintiún integrantes, para evitar que se produjeran empates en las votaciones. Dieciocho de esos integrantes eran designados por el propio Wizengamot, por cooptación. Los tres restantes eran el ministro de la Magia de turno, el jefe de la División de Aurores —nombrado por el ministro— y el vicejefe de la División —nombrado por el jefe—. Como en esos momentos no había vicejefe, el tribunal tenía veinte miembros.

—Solo falta su firma, John —dijo Isaac—. La señora Crouch, por obvios motivos, no puede firmar, y Jezebel Smith no es oficialmente la número dos de la División, así que tampoco puede hacerlo.

Por costumbre, y pese a que sabía muy bien qué decía el papel que le entregó Isaac, Dawlish se puso a leerlo.

En la ciudad de Londres, a los veinticinco días del mes de mayo del año dos mil veintinueve, siendo las veinte y quince horas, el Honorable Wizengamot se constituye en tribunal para atender a la denuncia presentada por el señor JOHN BRUCE DAWLISH contra SERVILIA ANNA CROUCH, ministra de la Magia del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda.

La señora Crouch está acusada de los siguientes delitos…

Y a continuación venía una meticulosa lista de incisos conteniendo sus crímenes, que iban desde los homicidios de Evan Rosier, Kingsley Shacklebolt, Hugo Weasley y los dos muggles asesinados en la Royal Opera House hasta el desvío de fondos públicos para pagar a los responsables del secuestro de Albus en 2023, junto con perjurio e intento de homicidio. Finalmente el documento concluía:

En vista de todo ello, el Honorable Wizengamot ordena:

  1. Disponer la detención de SERVILIA ANNA CROUCH y su envío inmediato a la cárcel de encausados del Ministerio de la Magia.
  2. Solicitar al Parlamento mágico la destitución o suspensión de SERVILIA ANNA CROUCH del cargo de ministra de la Magia, hasta que concluya el juicio que se iniciará en su contra.
  3. Celebrar, a los cinco días del mes de junio del año dos mil veintinueve, la primera audiencia oral y pública de la causa.

Firman debajo…

Y en la mitad inferior de la hoja, que por la brevedad del texto estaba en blanco, había espacio para que firmaran. Dawlish buscó primero algún lugar de la hoja que estuviera rodeado de firmas, como para disimular un poco la suya rodeándola de la de los otros jueces, pero luego lo juzgó como un acto de debilidad, dio vuelta la hoja y estampó su firma en el medio, destacándola aún más. Albus, que observó la pequeña vacilación de Dawlish, no hizo ningún comentario.

—Bien, con esto queda legalizada la detención de la ministra —dijo Isaac, doblando el pergamino y guardándoselo en el bolsillo—. Ya envié lechuzas a las casas de los legisladores y les pedí a los empleados del Parlamento que me envíen memos avisándome cuando lleguen, para que vaya a hablar con ellos en sus oficinas.

—Has actuado muy bien, Isaac —lo felicitó Dawlish—. No lo olvidaré. Cuando sea ministro, tú serás mi mano derecha.

—Me alcanza con seguir en mi puesto, John —replicó Isaac con una rápida sonrisa—. Potter —se despidió de Al con una fría inclinación de cabeza antes de regresar a las llamas, y a su labor.

—Hay otra cosa que debes hacer —dijo Albus.

—¿De qué se trata?

—En estos momentos, Ted Lupin está casándose con Victoire Weasley.

—Sí, estoy al tanto.

—Entonces sabrás que los Weasley pueden convertirse en un foco de resistencia a este nuevo orden, al menos hasta que sepan que yo no maté a mi primo Hugo.

—Había pensado en esa posibilidad —dijo desapasionadamente el por ahora jefe de los Aurores.

—En mi opinión, convendría aprovechar que están todos juntos, y desprevenidos, para arrestarlos temporalmente. Además, les daría a los Aurores algo que hacer. Sé que te son leales, pero la inactividad podría ponerlos más nerviosos en estos momentos que un peligro abierto. La tarea de rodear la Madriguera e impedir que los invitados a la boda salgan los mantendrá muy ocupados. Y cuando regresen, se encontrarán con el hecho consumado de que tú eres el nuevo ministro. ¿Qué opinas, John?

—No te pases de listo, Potter. ¿Crees que me voy a ir a la Madriguera en esta noche decisiva? ¿Qué te impediría tomar a ti el poder en mi ausencia, eh?

—¡Deja de ser paranoico, John, por los calzones de Merlín! ¡¿Acaso no te juré que no quiero ser ministro de la Magia, y que haré que te nombren a ti para ese puesto?! ¡Era el maldito Juramento Inquebrantable! ¿De qué me sirve ser ministro si en el instante en que acepte el cargo caigo muerto como una mosca?

Dawlish seguía desconfiando de Al.

—De todos modos, me niego a irme del edificio.

—¡Perfecto, no lo hagas! —exclamó Albus— ¡Envía a Smith en tu lugar! Pero tú tienes que darles la orden escrita, o si no los invitados podrían resistirse al arresto. Tiene que ser una orden legal del jefe de la División de Aurores. Solo es una medida preventiva, y será un arresto domiciliario que no puede durar más de cuarenta y ocho horas, a menos que se presenten cargos. No tiene el mismo peso que una orden de arresto del Wizengamot, pero servirá para mantener a los Weasley a raya hasta que estés firmemente establecido como ministro.

—Como quieras —dijo Dawlish, sacando un pergamino y poniéndose a escribir.

—Hay dos excepciones, no obstante.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Dos personas a quienes no debes arrestar. Primero, Louis Weasley; como sabrás, mi primo es uno de mis mejores colaboradores y no representa amenaza alguna, sino más bien todo lo contrario. Segundo, Percy Weasley. A este último no solo no debes privarlo de su libertad, sino que debes traerlo al Ministerio.

—¿Por qué?

—Él es miembro del Parlamento, ¿recuerdas? Y además fue ministro de la Magia. Que no esté presente en la sesión avivaría muchas sospechas.

—Está bien —gruñó Dawlish, y continuó redactando el texto.

***

—Porque están todos bajo arresto —dijo Jezzie.

—¿CÓMO? —exclamó Lucy.

—¿De qué demonios están hablando? —dijo Fred.

—Por su propia seguridad, el señor Dawlish ha decidido que todos los invitados de la fiesta deberán permanecer en la Madriguera hasta nuevo aviso, bajo arresto domiciliario.

—¡Esto es un escándalo! —dijo Lucy.

—¿Quiere ver la orden, señorita Weasley? —dijo Jezzie, desenrollando el pergamino y señalando con el dedo la firma de Dawlish.

—¡El hecho de que sea legal no significa que sea legítimo, Smith! —gritó Fred—. ¿No deberían estar ustedes buscando a mi primo Albus en vez de molestarnos a nosotros?

—El señor Potter —dijo Jezzie pausadamente— está en el Ministerio de la Magia dialogando con el señor Dawlish.

—¿“Dialogando”? ¡Debería estar tras las rejas por lo que le hizo al pobre Hugo! ¿Se han vuelto completamente locos en el Ministerio?

—Le conviene moderar su lenguaje, señor Weasley —dijo Jezzie fríamente—. Es imposible saber qué nos deparará el futuro.

—¿La ministra sabe de esto? —preguntó Lucy, un poco más calmada.

—Crouch está detenida, por orden del Wizengamot —replicó Jezzie.

—No entiendo cómo…

—Mi trabajo no es ayudarla a entender, señorita Weasley —dijo la Auror, mirándola con desprecio—. Mi trabajo es llevarlos de vuelta a la fiesta y mantenerlos a todos aquí hasta que reciba órdenes de Londres.

—¡Pagarás por esto, Smith! —dijo Lucy, encolerizada.

—Lucy, si sabes lo que te conviene, cierra la boca —dijo Jezzie con suavidad, sacando su varita e indicándoles que marcharan hacia la carpa. La Auror les hizo un gesto a sus hombres que observaban desde los árboles, tras lo cual uno de ellos salió de la espesura, y ambos siguieron a los jóvenes.

La banda ahora tocaba Don’t dream it’s over, de Crowded House. Jezzie y su colega se acercaron al escenario y se limitaron a escuchar la canción y esperar a que acabasen. Mientras, Fred y Lucy habían estado contándoles a todos lo que había ocurrido, y pronto las parejas dejaron de bailar y se fueron alejando de Jezzie y el otro Auror, que permanecían de pie y en silencio. Cuando la banda terminó, Jezzie subió al escenario y les pidió amablemente que esperaran a que ella hubiera hablado para tocar la próxima canción. Usó un Sonorus similar al que empleaba el cantante para amplificar su voz y dijo:

—Buenas noches a todos. He venido a informarles de una nueva situación que se ha producido en el Ministerio de la Magia. Hace pocas horas, Servilia Crouch ha sido arrestada.

El zumbido de los murmullos comenzó apenas Jezzie dijo la palabra “arrestada”, pero la joven Auror continuó con su discurso sin inmutarse.

—Puedo asegurarles que Crouch ya no representa una amenaza para la seguridad de nadie. Sin embargo, muchos de sus partidarios continúan en libertad y deben aún ser aprehendidos.

—¿Y desde cuándo es un delito ser partidario de la ministra de la Magia? —preguntó alguien desde atrás.

—Debido a la amenaza que los seguidores de Crouch representan —continuó Jezzie, sin tomar en cuenta la interrupción—, el jefe de la División, John Dawlish, ha decidido que todos ustedes deberán permanecer en los terrenos de la residencia de Arthur y Molly Weasley. Mis colegas y yo estaremos… custodiando la casa para garantizar su seguridad.

—¿Cuánto tiempo tendremos que estar aquí? —preguntó Amos Diggory, cuyas mejillas se estaban enrojeciendo por la indignación.

—Hasta que el jefe de la División de Aurores lo disponga —replicó Jezzie.

Un montón de gritos de protesta comenzaron, pero Jezzie no pareció avergonzada ni intimidada.

—No obstante —continuó—, hay dos personas que pueden marcharse ahora mismo —dijo Jezzie, sacando el pergamino y leyéndolo—. ¿Louis Weasley?

El hijo de Bill y Fleur salió de entre la multitud. No parecía sorprendido de aquel inesperado privilegio.

—Tienes permiso para irte.

—Gracias —dijo Louis, y se fue de la carpa sin despedirse de nadie.

—¿Percy Weasley? —llamó Jezzie.

El tío de la novia dio un paso al frente, mucho más nervioso que Louis.

—¿Qué… qué quieren?

—El señor Prewett ha convocado una sesión urgente para dentro de dos horas. Quiere que todos los legisladores vayan ahora mismo al edificio del Parlamento Mágico para hacer los preparativos.

—No puedo irme… es la boda de mi sobrina… —dijo Percy, asustado.

—El señor Prewett y el señor Dawlish insisten —dijo Jezzie, en tono vagamente amenazante— en que su presencia en la sesión es imprescindible. Necesitamos solucionar esta crisis lo más pronto posible, y su experiencia nos será muy útil, señor Weasley.

Tras intercambiar una mirada con su esposa Audrey, Percy asintió y salió de la carpa, como un prisionero que marchara por el pasillo de la muerte, escoltado por el Auror que Jezzie había traído consigo.

Satisfecha, Jezzie también se bajó del escenario y se dirigió hacia la salida de la carpa con paso firme y decidido. Pero de pronto Victoire Weasley —flamante Victoire Lupin— se interpuso en su camino.

—¿¡Qué les da derecho a hacer esto!? —gritó, completamente furiosa.

—Somos el gobierno. Podemos hacer lo que sea necesario para garantizar el bienestar y la seguridad de los magos y brujas de este país —dijo Jezzie.

—¡No pueden venir a la casa de mis abuelos a arruinar mi boda y esperar que lo acepte como lo más natural del mundo!

—Señora Lupin, por favor apártese de mi camino —dijo Jezzie—, o tendré que arrestarla.

—¡¿Y qué?! ¡¿Acaso no lo estoy ya?! ¡Prisionera en mi propia casa!

—¡Muévase! —gritó Jezzie, y le apuntó con su varita. Al instante, media docena de varitas de los parientes de Victoire le apuntaron al pecho—. ¡Apártese ahora mismo!

—No. No hasta que no me dé…

—¡PROTEGO! ¡DESMAIUS! —gritó Jezzie, y conjuró ambos hechizos con una velocidad pasmosa, logrando primero protegerse de los hechizos de los familiares de la novia, y luego Aturdir a Victoire en un abrir y cerrar de ojos. Sin esperar a que la atacasen por segunda vez, dio un ágil salto por encima de la desmayada bruja y salió corriendo de la carpa, rumbo al bosque. George y Roxanne Weasley la persiguieron, y comenzaron a lanzarle Desmaius. Enojada, Jezzie se dio vuelta para hacerles frente.

—¿Quieren pelear, comadrejas? —rugió la muchacha, alzando su varita—. Pelearemos, entonces. ¡Crucio!

Roxanne Weasley fue golpeada por el hechizo de Jezzie, y comenzó a chillar y retorcerse.

—¡Baja tu varita si quieres que deje de lastimar a tu hija, Weasley! —le gritó a George, quien se apresuró a lanzarla hacia Jezzie—. Muy bien —dijo la chica, y abandonó la tortura, retrocediendo hacia los árboles sin darles la espalda.

—¡Ustedes son Aurores! —exclamó George, arrodillado junto a Roxanne— ¡Aurores! ¡No pueden hacer estas cosas!

—Entérate de algo, George Weasley —dijo Jezzie, con los ojos lanzando chispas—, y díselo al resto de tu superpoblada familia: podemos hacer lo que queramos. La marea ha cambiado. Es hora de que vayan enterándose.

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[NOTA 1: Quiero dedicarle este capítulo a Roberto, que cumple dieciocho años hoy. También quiero dedicárselo, con un enorme atraso, por el cual pido disculpas, a Isaac Prewett, que cumplió el 8 de diciembre.]

Los dos magos bajaron las escaleras hacia el recinto subterráneo con cierto nerviosismo. Habían leído mucho acerca de lo que estaban por hacer, pero aún así no podían evitar el temor a que algo saliera mal. Eran dos jóvenes de menos de treinta años, cuyos rasgos faciales eran muy similares, pero se diferenciaban en que el mayor tenía cabello castaño claro y era un poco más alto que el menor, cuyo pelo era color negro azabache; ambos tenían idénticos ojos color café. Cuando llegaron al final de la escalera y se hallaron frente a la puerta de hierro, el más joven le dio unas palmadas en la espalda al de mayor edad, para tranquilizarlo un poco. Sonriendo, el muchacho dio tres golpes a la puerta.

—¿Quién vive? —preguntó desde el interior de la estancia una suave voz que arrastraba ligeramente las palabras.

—Dos hermanos que desean poner fin al derramamiento de sangre —replicó el mayor.

—Podéis pasar.

Los jóvenes ingresaron a la enorme estancia, presidida por la blanca estatua de una bella mujer, sentada en un trono y con otras dos caras esculpidas en sus mejillas. Si bien su expresión era benevolente, el conjunto resultaba temible. Dentro del cuarto, iluminado por antorchas, había veintiocho magos que observaban impasibles a los dos hermanos; debido a la escasa luz, el único al que los jóvenes podían ver con claridad era un pelirrojo delgado y alto, de ojos azules, cuya pálida piel se destacaba mucho en las tinieblas del cuarto.

El hombre que les había permitido la entrada, un mago de mediana edad, ojos grises y largo cabello rubio platinado, se adelantó y les dijo:

—Os doy la bienvenida. Habéis dicho que estáis aquí para poner fin al derramamiento de sangre. Es un fin loable, pero para ello debéis vosotros mismos purificaros de la sangre que habéis derramado. Así que debo pediros que remováis vuestras ropas y os sumerjáis en las aguas de esta bañera.

El mago señalaba a una bañera circular, lo bastante grande para que dos personas se metieran juntas en ella con comodidad, que estaba en el centro del recinto. Estaba llena de agua caliente y en su superficie flotaban pétalos de rosas rojas. Sin turbarse, los hermanos se quitaron las batas rojas —única prenda que llevaban—, se las entregaron a dos de los restantes magos, que se les habían aproximado para ayudarlos, y entraron a las aguas de la alberca.

Los jóvenes se sumergieron completamente en el líquido, y de repente de sus cuerpos comenzó a rezumar sangre, aunque no tenían ni una sola herida. La sangre fue enrojeciendo el agua de la bañera hasta que esta quedó completamente opaca y los cuerpos de los hermanos fueron imposibles de divisar. Al cabo de un minuto, los chicos asomaron la cabeza para respirar.

—Podéis salir del agua —dijo el mago rubio, y los muchachos lo hicieron. Sus cuerpos estaban tan secos como cuando habían entrado, y pronto volvieron a cubrirlos con las batas que les devolvieron—. Me complace anunciar que habéis sido completamente purificados.

El mago pelirrojo, sonriendo por primera vez, comenzó a aplaudir, y los restantes veintiséis magos se le unieron cada vez menos tímidamente. El mago rubio, con una expresión de fastidio, esperó a que terminaran para seguir hablando.

—Ahora debéis dormir en la misma habitación. Cuando despertéis, toda culpa y todo mal recuerdo que los aqueje en relación a los crímenes que habéis debido cometer habrán desaparecido. Y al haber dormido en lechos contiguos, confiando así vuestras vidas el uno al otro ante los ojos de Vuestra Madre, sellaréis vuestra alianza para siempre. Mañana vendremos a buscaros.

Sin pronunciar más palabras, los veintiocho magos abandonaron el recinto. El rubio fue el último en salir, cerrando la puerta con llave. Los hermanos se tendieron en las camas que les habían preparado, ambas ubicadas directamente frente a la estatua de la mujer, como para que ella velara sus sueños, y lo bastante cerca la una de la otra para que pudieran tomarse de la mano si lo deseaban. Los chicos creían que serían incapaces de conciliar el sueño en aquel lugar tan extraño y sagrado, pero en el preciso momento en que sus cabezas tocaron las almohadas, sus ojos se cerraron y se sumergieron en un largo, y merecido, descanso.

***

La llegada de John Dawlish y del resto de la División de Aurores que se hallaba en servicio aquella noche ni siquiera inmutó a Albus, quien se limitó a poner un Encantamiento Escudo separándolos a él y a Crouch de los magos.

—¡Ahí está Potter! —gritó una voz.

—¡Mátenlo! —gritó otra.

—¡Avada…! —comenzó una tercera, pero alguien la detuvo.

—¡Alto! ¡¿No ves que está al lado de la ministra, idiota?! ¡Podrías alcanzarla!

—¡Pero jefe…!

—¡Sin peros! —dijo Dawlish— ¡Hagan lo que les ordeno!

Solo entonces Albus se dio vuelta. Vio a treinta o quizá más Aurores, todos con las varitas levantadas hacia él, y que lo miraban con aversión y miedo. Dawlish, en cambio, se apartó de sus hombres y avanzó hacia Al, con una expresión de triunfo en sus ojos que solo el joven mago podía ver. Cuando llegó al Protego, Albus lo desactivó durante algunos segundos para que el jefe de los Aurores pudiera pasar.

—Hola, John —lo saludó en voz baja, para que solo Dawlish pudiera oírlo.

—Potter —dijo Dawlish en tono helado y observando a la ministra caída—. ¿Está muerta?

—No, solo Aturdida.

—Me alegro. No se vería bien que la hubieras matado.

—Solo la podemos juzgar viva. Un juicio post mortem sería poco creíble —dijo Al.

—¿Juicio?

—Sí, John, juicio. Si quieres legitimarte, tienes que juzgarla formalmente. Si no, esto será visto como un simple golpe de Estado.

—Supongo que tienes razón. Esos viejos acomodaticios del Wizengamot la condenarán si se los pido y si ven que ella ya no es una amenaza.

—Vayamos por partes. Primero, tenemos que ir a tu oficina a dialogar. Yo te transmitiré mi información sobre los crímenes que Crouch. Luego, tú bajarás y les informarás de ello a los Aurores, para calmarlos un poco. Ordenarás que Crouch sea encerrada en un lugar seguro.

—¿Y si alguien intenta reanimarla ahora, mientras no estamos?

—Nadie podrá atravesar esta barrera, te lo aseguro. Ahora ve y diles a tus hombres que deseo una entrevista en privado contigo. Insinúales que quiero negociar una rendición, para apaciguarlos.

Dawlish asintió. Miró a Crouch y musitó, casi como para sí mismo:

—Bien, Servilia, parece que hasta aquí llegamos.

Luego se dirigió hacia los Aurores, que parecían una jauría de perros tironeando de sus correas. El jefe de la División les dirigió algunas palabras en tono autoritario que Al no alcanzó a oír, tras lo cual le habló a Jezzie Smith, como ordenándole que los mantuviera controlados. Finalmente volvió junto a Al y lo acompañó hasta el ascensor.

Cuando se encontraron en la pequeña oficina de Dawlish, Albus dijo:

—Lo primero que deberíamos hacer es llamar a Isaac Prewett. Si es cierto lo que me contaste acerca de su plan para impedir la reelección de Servilia, entonces él será nuestro mejor aliado.

—Estoy de acuerdo —replicó Dawlish, y sacó un pergamino de su cajón. Tras escribir una nota en él, utilizó su varita para convertirlo en un avión de papel y enviarlo volando hacia el despacho del presidente del Parlamento mágico.

Pasaron quince minutos, debido a la distancia que había entre el Parlamento y la oficina de Dawlish, para que Isaac utilizara la Red Flu para venir al lugar. Al entrar al despacho y ver a Albus, fingió convincentemente estar sorprendido por su presencia.

—¿Qué hace aquí Potter? —exclamó— John, esto es muy irregular…

—El señor Potter acaba de sacar a la luz información muy perturbadora. Tiene evidencias irrefutables de que la ministra Crouch asesinó a Hugo Weasley, y de que muchos otros crímenes que ella le atribuyó a Potter y a Valerie Rosier fueron cometidos por otras personas.

—¿Es eso cierto, Potter? —preguntó Isaac con desconfianza.

—Así es, Prewett. Confío en que cuando Crouch sea llevada a juicio podré limpiar mi nombre.

—Bueno, si John te cree, no tengo motivos para pensar que seas peligroso.

—Te hemos llamado aquí porque queremos consultarte acerca de los pasos legales a seguir —dijo Dawlish—. El señor Potter ha arrestado a Crouch; ella está inconsciente, desarmada y atada en el Atrio.

—En tal caso, lo primero que deben hacer es contactar al Wizengamot, informarle de la nueva situación y hacer que emitan una orden de arresto oficial para Crouch. Potter no tiene autoridad para arrestar a nadie; más bien todo lo contrario.

“Conviene hablar con los jueces individualmente. Redactaré la orden y haré que la firmen todos uno por uno.

—¿Habrá resistencia de su parte?

—No lo creo. Una vez que Crouch esté legalmente privada de su libertad, el Parlamento tendrá que destituirla y nombrar a un nuevo ministro.

—Que seré yo —dijo Dawlish.

—Sí, John, usted es el mejor candidato. No obstante, también en este caso considero imprudente reunir al Parlamento. Los convocaré para una sesión fijada dentro de tres horas, pero antes iré a verlos a sus despachos y haré que firmen un documento deponiendo a Crouch y otro designándolo a usted como su reemplazante. Es un poco irregular, pero las actuales circunstancias exigen abandonar el protocolo. Si reuniéramos a todos los legisladores, podrían surgir candidaturas independientes.

—Y una vez que el señor Dawlish sea nombrado ministro —dijo Albus—, deberá firmar un indulto para todos nosotros… mis amigos y yo, quiero decir.

—Eso no es asunto mío —dijo Isaac, levantándose de la silla que Dawlish le había ofrecido—. Por lo pronto, me ocuparé del Wizengamot y de los parlamentarios. Si no les molesta, y a menos que haya otra cosa que deseen pedirme, me retiraré a mi oficina.

—Sí, Isaac, puedes irte. Y gracias por todo —dijo Dawlish.

—Solo cumplo con mi deber… ministro —respondió Isaac antes de retornar a las llamas verdes.

***

—Entiendo que las acciones del joven Potter puedan parecerles inexcusables —dijo Dawlish a los Aurores reunidos en el Atrio. Albus estaba a su lado, y Dawlish le apoyaba protectoramente la mano en el hombro mientras se dirigía a ellos—. Pero fueron en respuesta a acciones aún más atroces cometidas por alguien aún más encumbrado. Me refiero a la mismísima ministra de la Magia, Servilia Crouch.

“Ustedes recordarán el motivo por el cual el señor Potter fue encarcelado a fines de 2024: el asesinato de su primo Hugo Weasley y de tres muggles inocentes. Pues bien, el primer crimen fue cometido por la propia Crouch, y el segundo crimen, por Ronald Weasley. ¡Sí, por Ron Weasley, el entonces jefe de la División de Aurores! ¡Hasta ese punto había llegado la corrupción del Ministerio! ¿Es acaso reprensible que Potter y su pareja escaparan del destino de recibir el Beso del Dementor por cuatro crímenes que no habían cometido?

“Durante su escape, Potter asesinó a Chris Wickham, es cierto, pero lo hizo porque Wickham estaba a punto de asesinar a Valerie Rosier. Fue un caso de legítima defensa. Luego, Potter, Rosier y varios amigos más estuvieron injustamente exiliados durante cuatro años, decididos a regresar y librar a nuestro amado país de la tiranía de Crouch. Y su objetivo jamás fue asesinar a Crouch, pese a todos los asesinatos que ella tenía en su haber, sino detenerla y llevarla a juicio. Es cierto que secuestró a las familias de muchos Aurores y simuló asesinarlas, pero su meta era que esos Aurores eventualmente arrestaran a Crouch, no que la mataran. Tampoco intentó matarla en la Royal Opera House, y durante esa pelea él no fue quien asesinó a los dos muggles que murieron: fue Servilia Crouch.

“En suma, muchachos, la verdadera criminal es Servilia Crouch. Ustedes me conocen. Saben que no soy un tipo crédulo. Saben que no me meto en políticas y que solo quiero hacer mi trabajo. A mí, y a ustedes, nos pagan por atrapar a los malos, a los delincuentes, a los magos oscuros. Y a mí me han dicho que en este país todos los delincuentes deben ser castigados, por más poderosos que sean. ¡Por más que sean ministros de la Magia! ¿No creen?

—¡SÍ! —corearon los Aurores, a quienes les agradaba el lenguaje llano de Dawlish— ¡Mándala a la cárcel! ¡Que acabe en Azkaban! ¡No merece estar libre!

—¡¿Nos ayudarán a hacer justicia, muchachos?! —preguntó Dawlish.

—¡SÍ, SÍ, SÍ! —gritaron, y, sonriente, Dawlish levantó ambos brazos, disfrutando de las aclamaciones de los magos. Albus, astutamente, se apresuró a levantar su propio brazo derecho y tomar a Dawlish de la muñeca izquierda, como si se la levantara, al estilo de los campeones de boxeo, y los Aurores también lo aclamaron a él.

“Esta será una larga noche”, pensó el joven.

[NOTA 2: Me rehúso a decirles cuándo trascurre el salto temporal con el que comienza este capítulo, así que les aconsejo no molestarse en preguntarme. Solo les diré que es muy importante.

NOTA 3: Les recuerdo tres cosas que ya son bastante sabidas, pero no está de más repetir: primero, que si quieren ser notificados cada vez que publique un nuevo capítulo, pueden suscribirse al blog ingresando su correo electrónico en el primer widget de la barra lateral. Segundo, que pueden contactarme por cualquier motivo a hacedor.de.reyes@gmail.com. Tercero, que el 1º de marzo vence el plazo del concurso de dibujos; por favor, si quieren participar envíenmelos escaneados por mail antes de esa fecha.

NOTA 4: A lxs lectorxs chilenxs que se disponen a votar en la segunda vuelta de mañana, creo que les interesará leer esto (aclaro que no es un texto ni a favor ni en contra de ninguno de los dos candidatos —pese a que su autor declara su deseo de que gane Frei—, sino más bien un análisis de las diferencias y similitudes entre la clase política chilena y la argentina).]

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[NOTA 1: Quiero dedicarle el capítulo a Zero_00, que cumplió dieciocho años el jueves 7 de enero, y a Juany, que cumple años el 28 de enero.]

Volaba a centenares de metros de altura, a toda velocidad, sin importarle el frío del viento nocturno que azotaba su cuerpo. El triunfo estaba al alcance de la mano de Albus, como una fruta madura a punto de caerse del árbol, y él solo tenía que recogerlo. El muchacho no soltaba la Varita de Saúco mientras atravesaba el cielo en dirección a Londres. El plan se había puesto en marcha. Los Aurores leales a Dawlish habían sido sacados del edificio, y los leales a Crouch estaban en sus casas, ignorantes del hecho de que pronto todos acabarían muertos o en prisión. Crouch estaba desprotegida, a excepción de los miembros de su guardia personal y de aquellos funcionarios que siguieran en el Ministerio y fueran lo bastante idiotas como para interponerse en su camino.

Albus llegó a Londres y buscó una de las falsas cabinas telefónicas que se usaban para ingresar al edificio del Ministerio de la Magia. El joven introdujo el número 62442, y pronto pudo oír la suave voz de la operadora preguntándole su nombre y el motivo de su visita. Albus le apuntó al aparato con la Varita de Saúco y dijo «Confundus«. Una vez que su hechizo hizo blanco en la máquina, contestó:

—Soy Albus Severus Potter y he venido a derrocar a la ministra de la Magia.

El aparato, totalmente desorientado, le hizo entrega de una credencial que, para deleite de Al, rezaba:

Albus Potter.

Golpe de Estado.

Y comenzó a descender como un ascensor hasta el piso 8 del Ministerio de la Magia. Como era ya de noche, el Atrio del Ministerio estaba casi vacío. Solo había un par de funcionarios rezagados y el guardia de seguridad, que se levantó de su escritorio apuntándole con la varita al verlo.

—Desmaius —dijo Albus casi desganadamente, y el guardia quedó fuera de combate en un abrir y cerrar de ojos. Los tres funcionarios se quedaron paralizados al ver al mago más buscado de Gran Bretaña entrar al edificio del Ministerio de la Magia a rostro descubierto.

—Váyanse a sus casas —les ordenó Albus muy fríamente—. Su trabajo no es detenerme.

Prudentemente, los tres burócratas lo obedecieron. Albus se apuntó la Varita de Saúco a la garganta y dijo:

Sonorus.

Tras amplificar mágicamente su voz, el joven mago dijo:

—Saludos a todos y a todas. Soy Albus Severus Potter y en estos momentos me encuentro en el Atrio del Ministerio de la Magia. Sé que en estos momentos la gran mayoría de los que se hallan en el edificio son burócratas y no Aurores, así que los insto a permanecer en sus oficinas si no desean salir lastimados. No deseo derramar una sola gota más de sangre mágica.

«Ahora quisiera dirigirme a la ministra Crouch. Servilia, he venido a buscarte. No te escondas detrás de tus Aurores. Ven aquí y pelea conmigo. Inglaterra para el vencedor. Te doy… quince minutos para bajar al Atrio. Si no lo haces, iré yo mismo a buscarte.

Y tras poner fin al hechizo amplificador con un Quietus, el joven se sentó al pie de la Fuente de los Hermanos Mágicos (fuente que había sido repuesta tras la derrota de Voldemort en 1998, reemplazando al horroroso monumento que rezaba «La magia es poder») a esperar que Servilia viniera a combatir. No resistió a la tentación de sacar diez galeones del bolsillo y lanzarlos a las aguas.

Viens ici, petit Servilia.

***

—¡Dawlish! ¡Smith! ¿Hay alguien ahí, maldita sea? ¿Acaso no escucharon a Potter, subnormales de mierda? ¡Está en el Atrio! ¡Vayan a matarlo! ¡¿DÓNDE MIERDA ESTÁN?! —gritó la cabeza de Servilia Crouch en medio de las llamas de la oficina de John Dawlish, en la División de Aurores. El silencio fue la única respuesta que recibió. Desde donde Crouch se encontraba, solo podía ver la pequeña oficina completamente vacía, y ningún Auror abría la puerta para responder a su llamado. Insultando, Crouch utilizó la Red Flu para comunicarse con el otro despacho, más amplio, donde casi todos los demás Aurores tenían sus escritorios, pero pudo ver que también estaba completamente vacío. La ministra salió de la chimenea y observó a los cuatro Aurores de su guardia de corps, reprimiendo sus ansias de cubrirlos de improperios por el aparente «descuido» de su jefe.

«Así que me has traicionado, John», pensó. «Bien, elegiste tu bando. Si salgo viva de esto, te prometo que te mataré personalmente. Te destriparé, te arrancaré el corazón y lo quemaré frente a tus ojos. Ahora mismo, te odio más a ti que a Potter… aunque a él también tengo intenciones de matarlo lentamente. Te haré pedazos.»

—Ya oyeron a Potter —les dijo a los Aurores—. Saben qué ha venido a hacer, saben dónde está y saben cuál es su deber.

Asintiendo, los Aurores salieron de la lujosa oficina de la ministra. Crouch los acompañó hasta la antesala de su despacho y les deseó suerte. Se disponía a volver, pero vio sentada en su escritorio a su secretaria Marietta Edgecombe. La bruja utilizaba su varita para recoger sus papeles, apilarlos y meterlos en su maletín, aparentemente ajena a la terrible amenaza que se cernía sobre su jefa, la ministra.

—¿Qué haces, Marietta?

—Junto mis cosas, ministra. Ya es hora de irme a mi casa.

—¿Acaso estás sorda, Edgecombe? ¡Albus Potter está en medio del Atrio!

—No creo que vaya a hacerme daño —dijo ella con serenidad.

—¡¿Me estás diciendo que no vas a luchar contra él?! —exclamó Servilia.

—¿Por qué habría de hacer tal cosa, ministra? —preguntó Marietta— Yo no soy más que una secretaria, y mi trabajo consiste en organizar su correspondencia y su agenda, y traerle bebidas cuando usted o sus invitados tienen sed. No tenía entendido que mis funciones también consistieran en defenderla contra magos oscuros.

—¡Estás de parte de Potter! —chilló Crouch.

—Estoy de parte de conservar mi pellejo, señora. Bueno —dijo, tras guardar sus últimos papeles en el maletín—, creo que ya estoy lista. Le desearía suerte, si no fuera usted una arpía desalmada y corrupta.

Y dándole la espalda para ocultar la repentina sonrisa vengativa que habían esbozado sus labios, salió de la oficina de Crouch. Ya los Aurores habían bajado por el ascensor, así que, tras atravesar el largo pasillo, Marietta tuvo que volver a llamarlo. Apretó el botón para que la llevara al Atrio y mientras esperaba comenzó a silbar una melodía de moda. Cuando las puertas se abrieron, lo primero que vio fue a Albus Potter sentado al borde de la Fuente. Los cinco Aurores yacían Aturdidos y Desarmados a pocos metros.

—¿Marietta Edgecombe, cierto? —preguntó Al.

—Así es.

—¿Su jefa sigue en su despacho?

—Sí. ¿Puedo irme?

—Solo cuando haya verificado que usted no es Crouch disfrazada.

—Cuando tenía dieciséis años traicioné a tu padre Harry y al Ejército de Dumbledore revelándole a Dolores Umbridge el lugar donde se reunían. Como castigo por lo que hice, llevo esto en la frente —dijo, apartándose un mechón de pelo y revelando la palabra «DELATORA» escrita con granos—. Me lo hizo tu tía Hermione.

—Bueno, no veo cómo Servilia Crouch podría haberse enterado de esa información. Solo le pediré una cosita más —dijo, apuntando con su varita a la estatua de la bruja que formaba parte del conjunto de la Fuente de los Hermanos Mágicos. La bruja comenzó a lanzar un chorro de agua por la boca, pero apuntando al suelo del Atrio en vez de a la fuente—. Por favor, pase por debajo del agua. Le prometo que no la mojará. Y hágalo con su maletín —añadió al ver que se disponía a dejarlo en el suelo.

Marietta atravesó la cortina de agua sin alterarse. Albus le sonrió.

—Bien, señorita Edgecombe, puede retirarse. Vuelva mañana a la misma hora de siempre… al menos si yo le gano a Crouch.

—Solo así podré regresar —apuntó Marietta—. No creo que la ministra quiera conservarme como secretaria después de que decidí no defenderla, como hicieron ellos —dijo, señalando a los Aurores caídos.

Sonriendo, Albus asintió y le permitió abandonar el edificio. Miró a su reloj y vio que faltaban cuatro segundos para que terminara el plazo. Se preparaba para levantarse de su asiento —algo que no había hecho ni siquiera para derrotar a los cinco Aurores que Crouch envió al Atrio—, cuando las puertas del ascensor volvieron a abrirse.

—Servilia, qué placer volver a verte —saludó Albus—. Temía que no vinieras.

—Así que lograste que Dawlish se diera vuelta… Debo admitirlo, Potter, eso fue brillante.

—No debiste ordenar que lo mataran, Servilia. O al menos debiste encargarle la tarea a alguien más habilidoso que Anthony Goldstein.

—Tú hubieras hecho lo mismo en mi situación. Dawlish era… es demasiado poderoso. Y sabe lo que hice. Era una amenaza.

—No lo dudo.

—Ahora, explícame algo: ¿dónde está tu ejército, Potter? ¿Acaso Dawlish no te prometió que sus Aurores me arrestarían?

—Eso lo haré yo, personalmente, Servilia.

Crouch lanzó una risotada.

—¡Oh, eso sí que me hace temblar! Después de lo que pasó en la ópera, pensé que te habrías vuelto más sensato, Potter, pero veo que sigues pensando que eres lo bastante fuerte para vencerme en un combate singular.

—Ahora lo soy —replicó Al, levantándose—. Creo que ya hemos hablado lo suficiente. Estoy con una agenda muy apretada, Servilia, así que si no te molesta te propongo que comencemos.

—Quieres morir rápido, Potter. Está bien, hagámoslo —dijo Servilia, inclinándose para hacerle una reverencia. Albus, cordialmente, se la devolvió.

El ataque de Crouch no se hizo esperar. La estatua del mago, ubicada justo detrás de Albus, sacó una espada que le habían esculpido dentro de su vaina, y saltó hacia el muchacho listo para atravesarlo. Albus usó un Encantamiento Escudo tan fuerte que la espada se dobló contra la barrera semitransparente que hizo aparecer para protegerlo. Servilia enderezó la espada del mago y la fortaleció con un encantamiento que la hizo irrompible, tras lo cual el mago comenzó a lanzarle mandobles que Albus detenía fácilmente con su Protego. La estatua del centauro cobró vida repentinamente y cabalgó hacia Albus, lanzándole una flecha tras otra, pero su Encantamiento Escudo también fue capaz de detenerlas. Al apuntó con su varita al centauro y susurró algunas palabras mágicas, tras lo cual la estatua se le acercó y se inclinó para permitir que la montase. Servilia quedó pasmada al ver que la lealtad de la estatua había pasado de ella a Albus, e hizo que la estatua del duende se precipitara contra ellos, materializando un hacha de guerra para que la utilizara contra Al. El centauro cabalgó muy velozmente para esquivar los golpes del duende, y Albus, desde su montura, le lanzó un hechizo que lo dejó congelado.

El mago también se les había aproximado, pero Albus utilizó un Defodio alrededor suyo que hizo un agujero en el suelo y la hizo caer al piso de abajo. Al le surruró órdenes al centauro, y éste cabalgó en dirección a Crouch, que se apresuró a poner un Encantamiendo Escudo entre ella y su enemigo. Albus le apuntó con la Varita de Saúco y dijo:

Mimhe Gorm.

Un espeso humo azul brotó de la punta de la varita y flotó hacia Servilia. Normalmente no habría podido atravesar la barrera mágica de la ministra, pero los hechizos de la Varita de Saúco eran mucho más fuertes de lo normal, y este hechizo inventado por Albus en Durmstrang era más potente ahora, por lo que Crouch no tuvo tiempo de protegerse con un Encantamiento Burbuja. Albus ya lo había hecho un rato antes, tras vencer a los Aurores, sabiendo que en condiciones normales dicho encantamiento resultaba invisible.

Crouch comenzó a toser. Intentó correr alejándose del gas venenoso, pero sus piernas no pudieron sostenerla y cayó al piso. Su varita se le escapó de los dedos. Pronto comenzó a experimentar convulsiones. Indiferente, Albus recogió del suelo la varita de la ministra y se la guardó en el bolsillo. Mientras Crouch comenzaba a largar espuma por la boca, Albus la inmovilizó con cuerdas que hizo salir de la Varita de Saúco. Luego utilizó un Finite para absorber todo el humo azul antes de que afectase a los Aturdidos Aurores y al guardia de seguridad.

La ministra continuaba sacudiéndose espasmódicamente, por lo que Albus hizo aparecer un frasquito lleno de poción.

—¿Ves esto, Servilia? Es mi creación, lo mismo que el hechizo con el que acabo de derrotarte. Es magnífico, ¿no crees? Yo soy el dueño tanto del veneno como de su antídoto. La he llamado Leigheas Deirge. Ahora abre la boca y dejará de dolerte.

Pero la bruja, aún en su agonía, se rehusó a beber el antídoto que le ofrecía Albus, manteniendo los labios fuertemente apretados.

—Vaya, veo que ni siquiera ahora pierdes tu astucia, querida —dijo Albus, sinceramente admirado—. Sabes que me conviene mantenerte con vida, y que a ti te ahorrará muchos pesares morir ahora. Pero bueno, tengo formas de convencerte. Imperio.

Normalmente, hubiera sido difícil usar esa maldición exitosamente contra una bruja tan aguerrida como Crouch, pero una vez más la Varita de Saúco demostró su inmenso poder. Servilia abrió su boca de par en par, y Albus vertió varias gotas de la poción roja en su garganta. Las convulsiones comenzaron a disminuir, señal de que el antiveneno estaba haciendo efecto en la bruja. Sonriendo perversamente, Albus la Aturdió.

Había ganado la guerra. Había salvado al mundo.

[NOTA 2: Antes de irritarse por lo rápida que fue la victoria de Al, les aconsejo releer el asombroso duelo de Harry y Voldemort al final del septimo libro. Comparen lo que acaban de leer con el intercambio de un Avada Kedavra con un Expelliarmus en que consiste la pelea final entre el Elegido y el Señor de las Tinieblas.]

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[NOTA 1: Quiero dedicarle este capítulo a Albus Potter por dos motivos: primero, porque cumplió dieciséis años el 31 de diciembre. Segundo, porque me ayudó a escribir la primera parte del capítulo, diciéndome cómo había traducido Salamandra el término Wizarding Wireless Network.]

—Son las diez de la mañana en este hermoso y soleado veinticinco de mayo. La temperatura es de unos agradables diecisiete grados centígrados, y el pronóstico del clima indica que no habrá riesgo de precipitaciones en la mayor parte de Inglaterra, Escocia y Gales hasta la semana que viene. Así que espero que todos aquellos magos y brujas que no estén encadenados a sus escritorios o a sus mostradores o a sus pupitres, se tomen un tiempo para ir a algún lugar al aire libre, a algún parque o plaza, y gozar de este bello día.

“Por lo pronto, aquí en la Red de Ondas Hechizantes, continuaremos acompañándolos con la mejor música y la mejor información —dijo Lee Jordan—. Sabemos que todos le tenemos miedo a Albus Potter y sus secuaces, pero ¿qué mejor para olvidarnos de nuestros problemas que un poco de rock del bueno? Aquí les traigo Disconnect, una canción más que apropiada para un día como hoy, que forma parte del disco Weight, compuesto por Rollins Band en 1994. Que lo disfruten, amigos y amigas.

John Dawlish apagó la radio apenas comenzó la, para él, desagradable música muggle de Lee Jordan. Desde el incidente en Richmond, a Dawlish ya no le parecía seguro desayunar fuera de sus casas. En esta ocasión, se encontraba en su casa de Exeter, comiendo unas tostadas con manteca y bebiéndose una taza de café. Había decidido ir un poco más tarde de lo habitual al Ministerio. Siendo el jefe, podía permitírselo.

De pronto, escuchó el ruido de algo que chocaba contra la puerta de adelante. Tomó su varita y se dirigió hacia allí. Se asomó entre las cortinas y vio a dos chicos de diez o doce años corriendo mientras se reían a las carcajadas. Más tranquilo, abrió la puerta y vio la mancha amarillenta que los tres huevos que habían arrojado había dejado en la pared. Se asomó a la calle y les gritó un insulto a los dos niños. Tras mirar para cerciorarse si había algún otro muggle en las inmediaciones, utilizó un Fregotego para limpiar las manchas, cerró la puerta con llave y se dirigió al lugar donde se Desaparecía habitualmente, cuidando de mantener una expresión de irritación en el rostro. Esa noche, con un mínimo esfuerzo, se convertiría en el nuevo ministro de la Magia.

***

Servilia Crouch llegó al Ministerio media hora antes que Dawlish. Gracias a los servicios de Isaac Prewett, estaba de muy buen humor, incluso hasta el punto de dignarse a saludar a su secretaria Marietta. Desdichadamente, ella tenía malas noticias.

—Ministra, ha habido un incidente en el Palacio de Cristal.

—¿Qué pasó?

—El jefe del Departamento de Accidentes y Catástrofes en el Mundo de la Magia está esperándola en su oficina, él le explicará lo sucedido.

Intrigada, Servilia entró a su despacho y se encontró esperándola a Michael Corner, el jefe del Departamento, y a Jezebel Smith. John Dawlish, tras su nombramiento al frente de la División de Aurores, se había rehusado a designar a un vicejefe o vicejefa (según él, «para evitar la proliferación de la burocracia», pero Servilia sabía bien que se debía a su desconfianza en los demás miembros de la División), dejando que los Aurores de mayor capacidad desempeñaran el puesto informalmente y por turnos. En el último mes había sido Smith quien lo había hecho, gracias a la fama que había ganado al impedir el secuestro de su padre por parte del mismísimo Albus Potter.

—Michael, señorita Smith, ¿podrían decirme qué ocurrió? —dijo Servilia, sin molestarse en saludar.

—Los Inefables detectaron una Maldición Cruciatus en el Palacio de Cristal poco después de las nueve de la mañana —contó Jezzie, que aparentemente no estaba ofendida por los modales de la ministra—. Envié a una partida de cinco Aurores y, debido a que el incidente tuvo lugar en una zona muggle, notifiqué al señor Corner y él mandó a tres empleados del Cuartel General de Desmemorizadores. Pero al llegar allí, se encontraron con una barrera muy poderosa y no pudieron ingresar al sector del parque donde se realizó esa maldición. Posteriormente, los Aurores y agentes del Cuartel escucharon un sonido ensordecedor, que llegó a oírse en varios edificios cercanos al parque. Ese sonido debió pertenecer al…

—Hechizo Fragoris —dijo Servilia—. Eso implica que Potter estuvo involucrado en ese duelo.

—Exacto —dijo Corner—. Muchísimos muggles lo escucharon, pero afortunadamente no llegaron a ver nada, así que no será necesario borrarles la memoria; bastará con difundir en sus medios de comunicación una noticia falsa con una excusa más o menos creíble que explique el ruido. Tengo a la gente de mi Departamento trabajando en eso.

—¡No me importan los malditos muggles! —exclamó Servilia— ¿Qué hay de Potter? ¿Lo han encontrado?

—No, ministra —dijo Jezebel con calma—. Aún no han conseguido romper la barrera mágica. Acabo de enviar a diez Aurores más. Entretanto, los Inefables me dijeron que han detectado una segunda Maldición Cruciatus dentro de la zona bloqueada.

—¡No podemos permitir que Potter utilice Maldiciones Imperdonables en el corazón del Londres muggle! ¡Quiero que lo detengan! ¡Rompan esa barrera de mierda, desbloqueen esa zona del Palacio de Cristal y mátenlos a todos! —rugió.

Corner estaba muy incómodo de ver esta clase de estallidos de parte de la ministra de la Magia, pero Jezzie permaneció impasible, más habituada que él al carácter de Servilia. Asintiendo, se puso de pie y salió de la oficina. El ex novio de Ginny Potter solo atinó a imitarla.

***

Albus Potter llegó a Hogwarts poco después de las cinco de la tarde. El sol comenzaba a despedir un nostálgico resplandor rojizo y se cernían ya las sombras de la noche. Al se Apareció junto a las rejas que cercaban los enormes terrenos del castillo, y se convirtió en áspid inmediatamente, para luego trasponerlas. Sintió las barreras mágicas que impedían el paso de cualquier ser humano —mago o muggle—, pero estas no lo afectaron porque en esos momentos él no era un ser humano. Se encontró pronto rodeado por la espesura del Bosque Prohibido, ese mismo bosque que él y sus amigos habían recorrido casi palmo a palmo durante su niñez y adolescencia. Recordó de pronto a Hugo y cómo le gustaba salir a los bosques transformado en comadreja.

Eso inevitablemente lo llevó a las palabras que su padre le había dirigido no mucho antes. Le habían dolido y lo habían encolerizado porque sabía que era cierto. Pero también sabía que cuando Crouch hubiera sido castigada, él podría dejar de sentirse culpable por el asesinato de su querido primo. Servilia Crouch debía caer para que su conciencia estuviera por fin en paz. El deseo de vengar a su primo era tan intenso en Albus como el de conquistar el poder y utilizarlo para impulsar todos aquellos cambios que él consideraba imprescincibles para el mundo mágico.

Mientras iba avanzando hacia el lago, buscando el Sepulcro Blanco, Albus percibió con su lengua un olor muy familiar en el aire. Hacía mucho que no utilizaba el acentuado sentido del olfato del que gozaba en su forma de serpiente, por lo que se detuvo y, permaneciendo en guardia ante cualquier ataque, dedicó toda su atención a ese aroma, cada vez más fuerte pues su poseedor se le iba acercando.

Dichosos son los ojos que vuelven a ver a mi amo —dijo de pronto una voz, y Albus se relajó.

¡Godric! ¡Qué bueno es volver a verte, amigo mío! —dijo Albus en pársel, mirando con cariño a su serpiente de cascabel.

El placer es todo mío, amo —replicó Godric.

¿Cómo has estado?

—No me puedo quejar. Hogwarts es muy grande y tiene muchas presas de las que me puedo alimentar.

—Tú fuiste lo que más he extrañado del colegio.

¿Ha vuelto definitivamente, amo?

—Solo por un rato hoy, Godric, pero más adelante espero poder pasar más tiempo aquí.

—¿Qué ha venido a hacer?

—Necesito entrar en la tumba de Albus Dumbledore.

—Entonces debe apresurarse. Hay dos Aurores que la vigilan por la tarde y la noche y que acaban de llegar. Ahora mismo solo hay uno apostado frente al Sepulcro Blanco.

—¿Quiénes son?

—Los padres de Henry Thomas y de Eugene Finnigan.

—Entonces me conviene pelear con ellos por separado. Son muy fuertes, y combinados podrían darme más problemas. Muchas gracias por la información, querido Godric.

No hay de qué, amo. ¿Puedo combatir junto a usted?

—Te agradezco la oferta, pero puedo arreglármelas solo. No temas, algún día te utilizaré contra algún enemigo.

—Gracias, amo. Cuando ese día llegue, no le fallaré.

***

Seamus Finnigan y Dean Thomas habían sido asignados para custodiar la tumba de Dumbledore unos cuatro años atrás, tras la renuncia de Harry Potter y de Ron Weasley a la jefatura de la División. Siendo ellos de la misma generación que los cuñados, sus nombres habían sido barajados por Crouch para reemplazarlos, pero John Dawlish intervino y la forzó no solo a nombrarlo a él en su lugar sino a relegarlos a la más bien modesta tarea de vigilar el Sepulcro Blanco. Crouch, que conocía la profecía de Sibyll Trelawney acerca de Albus Potter y las Reliquias de la Muerte, optó por ponerlos ahí justamente porque su considerable talento como Aurores les serviría para proteger mejor la tumba en caso de que Albus viniera a profanarla.

Para Dean y Seamus, que carecían de toda ambición, era un trabajo ideal. No se veían expuestos a casi ningún riesgo, podían vigilar a los hijos de sus amigos por ellos y disfrutaban de la excelente cocina de Hogwarts. A veces su antiguo compañero de año Ernie MacMillan les pedía que lo reemplazaran en algunas clases de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Esos cuatro años de vida tan relajada fueron fatales para su misión. Albus encontró a Seamus solo y no tuvo problemas en paralizarlo con un Petrificus Totalus, ayudado —aparte de por la Capa de Invisibilidad— por la creciente oscuridad y por la ausencia de su compañero Dean. Albus cubrió a Seamus con un Encantamiento Desilusionador, y utilizó un sencillo Alohomora en las puertas del Sepulcro, creyendo que sería inútil pero decidido a intentarlo de todos modos. Para su sorpresa, el hechizo funcionó a la perfección, y pronto Al se halló dentro de la tumba del ex director de Hogwarts tan reverenciado por su padre; pudo ver numerosas ofrendas florales que los alumnos del colegio depositaban todos los años en su interior, alrededor del ataúd. Utilizó un Wingardium Leviosa para levantar la tapa del ataúd de piedra, cuyo gris contrastaba con el blanco de las paredes, el piso y el techo del Sepulcro.

Y fue en ese momento que su plan se torció. El ataúd estaba vacío.

Albus permaneció tranquilo al principio. Empleó varios encantamientos para verificar si el cadáver de Dumbledore no estaba siendo ocultado mágicamente de sus ojos. Palpó el ataúd de arriba abajo. Probó las paredes del Sepulcro, buscando algún botón que activase alguna puerta o escalera secreta. Todo resultó infructuoso: el Sepulcro Blanco era una tumba común y corriente, salvo por el hecho de que el cuerpo que debía estar en el ataúd había desaparecido.

Suspirando, sacó la Piedra de la Resurrección y la hizo girar tres veces, musitando el nombre de Albus Dumbledore. El espectro del anciano profesor apareció de inmediato.

—Supongo que no necesitas que te diga por qué te llamo, Dumbledore —dijo Albus, que en los tratos que había tenido con el vencedor de Grindelwald le había acabado por perder casi todo el respeto que le había inspirado antes.

—Así es, Albus —replicó Dumbledore, a quien la compañía de su poderoso tocayo le desagradaba tanto como a él.

—¿Dónde está tu cadáver?

—¿Qué te hace pensar que te lo diré?

—¿Hace falta que lo repita, Dumbledore? —dijo Al en tono cansino—. Yo tengo la Piedra, ergo, yo tengo el poder de mantenerte aquí en el mundo de los vivos por siempre. Dime lo que quiero saber y te permitiré regresar al otro lado.

—Albus, no tengo intenciones de revelarte esa información. No me asustan tus amenazas. Si yo te digo dónde está mi cuerpo, entonces utilizarás mi varita…

—¡No! ¡No es tu varita, Dumbledore, es la Varita de Saúco! ¡Fue tuya hasta que dejaste que el brillante Draco Malfoy te Desarmara, y luego mi aún más brillante padre lo Desarmó a él! ¡Y ahora yo Desarmé a mi padre, lo cual significa que yo soy el nuevo amo de la Varita de Saúco, y lo seré hasta que aparezca el mago o la bruja lo suficientemente fuerte como para derrotarme! ¡Así que dime dónde está mi varita, o sino…!

—¡O sino permaneceré como fantasma deambulando por el mundo, ¿no?! —dijo Dumbledore— Esa es una amenaza vieja, Albus. Siempre he sabido que algún día tendría que sacrificar mi descanso eterno para evitar que tuvieras acceso a la Varita. Ese día ha llegado. Haz conmigo lo que quieras.

Albus reflexionó algunos instantes, y luego dijo:

—¿Y qué dirías si yo decido hacer lo que quiera con alguien más, Dumbledore?

—¿A qué te refieres?

—Bueno, tú tienes un familiar vivo, no muy lejos de aquí, ¿cierto? Aberforth Dumbledore. Un mago poderoso, pero de ningún modo el primer mago poderoso al que mato.

—No serías capaz… —dijo Dumbledore.

—No dejaré que te interpongas en el camino de lo que debe hacerse, Dumbledore. Crouch caerá esta noche, y no me importa si para eso tengo que levantar una montaña de cadáveres. He esperado demasiado. Es hora de recibir lo que merezco.

El fantasma de Dumbledore miró tristemente a su homónimo.

—Tanto potencial desperdiciado… —susurró, casi para sí mismo— Podrías haber sido un gran hombre, pero solo eres un gran mago.

Melius est canis vivus leone mortuo —dijo Al, con indiferencia—. Ese es mi nuevo lema.

Tras lanzarle una segunda mirada, esta vez de profundo desprecio, Dumbledore dijo:

—Mi tumba, mi verdadera tumba, está localizada en una cueva subterránea debajo del Sepulcro Blanco. Solo tienes que cavar para llegar a ella.

—¿Tiene hechizos defensivos?

—No —dijo Dumbledore.

—¿Alguna clase de hechizo de ocultamiento, ya sea de la tumba como de la Varita?

—No, Albus, no hay nada de magia en esa cueva. Su seguridad consiste en lo profunda que está.

El chico se tomó algunos segundos más para meditar, y luego dijo:

—Gracias, Dumbledore. Puedes retirarte.

Y una vez que el fantasma se marchó del lugar, Albus apuntó su varita a las lozas del suelo y las rompió con un Reducto, dejando al descubierto la tierra negra que yacía debajo.

Defodio —dijo, y comenzó así a excavar un túnel con su varita. Al cabo de diez o quince minutos, se topó con una capa de piedras, aparentemente mucho más duras, y debió recurrir a un Reducto más potente. Una vez abierto el boquete, saltó por el agujero, utilizando su recientemente aprendida capacidad de volar para no caer al piso. Mientras iba descendiendo, escuchó una serie de ruidos extrañísimos a su alrededor, como de pinzas. Como la débil luz del agujero que él había hecho en el techo de la cueva era insuficiente para iluminar el lugar, Albus utilizó un Lumos Maxima, enviando cuatro esferas de luz hacia sus cuatro costados.

Albus estaba en medio de una cueva inmensa, con gruesas estalactitas que cubrían el techo. Directamente debajo de él había una segunda tumba gris, exactamente igual a la que se encontraba en el Sepulcro Blanco. Delante de él, a muchos metros de distancia, podía verse un túnel que debía ser la única entrada y salida de la cueva. Pero entre él y ese túnel había decenas, quizá centenares de acromántulas. Sorprendidas por su intrusión, las criaturas se habían limitado a volverse todas hacia él, pero no podía pasar mucho tiempo hasta que decidieran hacer más que mirarlo.

—¿Quién eres? —preguntó una voz potente y horriblemente metálica. Albus vio que su dueña era una acromántula de tamaño monumental, mucho más grande que un autobús.

—Albus Severus Potter.

—¿Potter? Recuerdo ese nombre. Un Harry Potter, junto con nuestro querido Rubeus Hagrid, nos ayudó hace muchos años.

—Yo soy su hijo. ¿Y tú cómo te llamas? —preguntó Al, intentando conservar la calma y manteniéndose en el aire, sin arriesgarse a descender al suelo por miedo a que las acromántulas lo atacasen.

Mosag, viuda del gran Aragog, rey de las acromántulas del Bosque Prohibido de Hogwarts.

—¿Viuda y sucesora? —preguntó Al.

—Así es. Yo soy la jefa de esta cueva. Mis hijos y mis nietos me obedecen.

—¿Y dices que mi padre te ayudó?

—Sí. Harry Potter y Rubeus Hagrid vinieron a buscarnos al Bosque Prohibido, después de que esos humanos que se llamaban a sí mismos Mortífagos nos atacaran en el claro en el que vivíamos y nos obligasen a participar en la batalla que estaba teniendo lugar en el castillo en esos momentos. Muchos de mis descendientes murieron por culpa suya. Pero Harry Potter nos ofreció este nuevo hogar, mucho más seguro y fácil de defender. La única condición que nos impuso fue la de custodiar esa tumba.

—Pues bien, no tengo intenciones de hacerle daño a la tumba, solo deseo retirar un objeto de su interior —dijo Al con cortesía.

—Me temo que eso no es posible, hijo de Harry Potter. Tu padre debió decirte que no vinieras aquí. La tumba no será tocada por ningún ser humano. Mátenlo —ordenó Mosag.

Varias acromántulas se habían trepado al techo y estaban sellando el pozo por el que Albus había entrado con sus telas de araña. Y había otras que comenzaban a tender telas entre las paredes de la cueva, intentando atraparlo. Albus se sintió como una mosca.

—¡MOSAG! ¡TE DARÉ UNA OPORTUNIDAD MÁS DE PERMITIRME ABRIR LA TUMBA DE DUMBLEDORE! —rugió— ¡Si no ordenas a tus hijos que se retiren, todos morirán!

—¿Cómo piensas matarlos, humano? —se burló Mosag—. Tú eres uno solo, y nosotras somos ciento diez. ¿Qué harás, cómo nos aniquilarás a todas?

—¡No subestimes mis poderes, acromántula! ¡Es tu última oportunidad!

—Mátenlo ahora —repitió Mosag, y les dio la espalda a Albus y a sus hijos. Acto seguido, una de las acromántulas le lanzó a Albus un chorro de telaraña, que impactó en su brazo derecho. La acromántula comenzó a tirar de él desde el suelo, como si su tela fuera un lazo como los que utilizaban los vaqueros, y otras cinco acromántulas se le unieron, sujetándola de las patas y tirando de ellas. La fuerza combinada de las acromántulas era muy intensa, y Al compendió que, por lo adherida que estaba a su brazo la tela, podían terminar arrancándoselo. Entonces comenzó a descender suavamente, fingiendo que los tirones de las criaturas lo vencían. Pero cuando estuvo a una distancia suficiente, les apuntó con su varita y gritó:

—¡DROCH TEINE!

Un Fuego Demoníaco salió de la punta de la varita. Su primera forma, como era habitual, fue la de un áspid, y el miedo que les inspiró a las acromántulas ver a una serpiente gigantesca —que tanto les recordaba a su enemigo mortal, el basilisco— hizo que soltaran la tela y corrieran al otro extremo de la cueva. Desdichadamente, era demasiado tarde: el áspid de fuego las envolvió y consumió a todas en cuestión de segundos.

A diferencia de Vincent Crabbe, a Albus sí le habían explicado cómo controlar al Fuego Demoníaco. Pronto otras formas comenzaron a salir de su varita. Un lobo de fuego trepó hacia el techo de la cueva y destruyó a las acromántulas y sus telas, despejándole a Albus el camino para escapar. Una anaconda salió también, y se unió al áspid en su ataque contra las demás acromántulas, que continuaban en el suelo. Las acromántulas, presas de un terror pánico ante las dos serpientes de fuego, huyeron en estampida hacia el túnel, pero solamente unas diez o quince lograron salir de la cueva antes de que Mosag intentara atravesar el túnel. Desgraciadamente, ese túnel había sido construído más de treinta años antes, y la reina de las acromántulas había crecido muchísimo en todo ese tiempo, por lo que ya no era capaz de pasar por él. Si hubiera sido capaz de pensar racionalmente, se habría apartado para dejar a sus hijos y nietos escapar de las llamas, pero el miedo la dominaba y en vez de retroceder, siguió intentando avanzar, mientras centenares de otras acromántulas se quemaban vivas a sus espaldas.

Sin perder de vista al lobo y las dos serpientes, que ya comenzaban a reproducirse y adoptar nuevas formas, Albus levantó la tapa del sarcófago de Dumbledore. Vio al esqueleto vestido con la túnica blanca y con la Varita de Saúco entre los huesos de lo que habían sido sus dedos. La tomó reverentemente en su mano, y sintió el mismo calor que había sentido en todas las ocasiones en que se había adueñado de sus demás varitas, pero multiplicado por diez. Era un calor tan suave y a la vez tan enloquecedor como las caricias de una amante.

La Varita de Saúco era suya.

Su primer hechizo fue un Diffindo. Suponía que un hechizo así sería demasiado débil para cortar la casi impenetrable tela de las acromántulas que tenía pegada al brazo, y que debería usar un Sectumsempra a continuación, pero la tela fue fácilmente separada de su brazo, y alcanzó con un simple hechizo limpiador para librarse de la que tenía pegada a la piel del brazo.

Luego se sentó en la tumba a observar cómo su Fuego Demoníaco mataba a todas las acromántulas que no habían logrado salir de la cueva; Mosag fue la última en morir, pues era la más alejada del Fuego. Apenas su cadáver se consumió, Albus usó su nueva varita para disolver el Fuego Demoníaco, algo aún más difícil que controlarlo pero que la Varita de Saúco hizo en un abrir y cerrar de ojos. A continuación, voló hacia el pozo por el que había entrado y retornó a la superficie. Desde la puerta entreabierta del Sepulcro podía escuchar voces provenientes del castillo. Los inhumanos gritos de las acromántulas debían haberlos alertado de que algo raro estaba ocurriendo. Albus salió del Sepulcro Blanco y avanzó hacia el Bosque Prohibido.

—¡AVADA KEDAVRA! —gritó una voz a sus espaldas. Albus giró en redondo y empleó un Protego. Normalmente un hechizo así no podría haber bloqueado una Maldición Asesina, pero la Varita de Saúco era poderosísima y el Protego hizo rebotar muy fácilmente al rayo verde de Dean Thomas, que se dirigió hacia una pared del Sepulcro Blanco… pero terminó impactando el algo que estaba parado en medio de su trayectoria. El Encantamiento Desilusionador de Albus reverberó y se desvaneció, dejando ver a la víctima de la Maldición Asesina de Dean: su amigo y pareja Seamus Finnigan.

—¡SEAMUS! —gritó Dean, desesperado, y corrió hacia su amante caído. Albus levantó con un movimiento de su varita el Petrificus totalus, con lo cual el cadáver de Seamus perdió su aspecto de estatua justo antes de que Dean llegara a él. Comprendiendo lo que había hecho, Dean besó una y otra vez sus labios muertos y acunó el cadáver mientras sollozaba.

No tardó mucho en recordar que seguía teniendo su varita en la mano. Levantó la mirada hacia Albus, y al ver que el muchacho no hacía ningún gesto amenazante, se apuntó al cuello con la misma.

—¡No seré yo quien lo detenga, señor Thomas! —exclamó fríamente Albus— ¡En su lugar, quizá haría lo mismo!

Mirando por última vez a Seamus y dedicándole un último pensamiento a Lavender y a los dos hijos que habían criado juntos los tres, Dean repitió las dos palabras de la Maldición Asesina.

[NOTA 2: Para que entiendan mejor dónde estaba la cueva, les aconsejo ver este dibujo que hice ayer.]

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[NOTA 1: Quiero dedicarle este capítulo a Nahuel, que cumplió diecinueve años el sábado 19/12, y a todo aquel que haya cumplido años por estas fechas.

NOTA 2: También quiero desearles a todos unas muy felices Fiestas, y agradecerles por los saludos que estuvieron dejando en los comentarios. No lo olviden:  Melchor es un oligarca, Baltasar es un burgués, Gaspar es delegado de la JP. Si no quieren lucha, hay una solución: seguir la doctrina del niño Perón.

NOTA 3: Para los que tengan curiosidad por mis notas, les cuento que aprobé mis dos últimos exámenes finales. En Geografía me saqué un 8 y en Epistemología un 9 (la nota máxima es 10). Con eso ya solo me quedan dos materias de tercer año para aprobar.

NOTA 4: Finalmente, quiero avisarles que he abierto un concurso de dibujos, cuyo premio será la respuesta a cinco preguntas. Para más datos, lean esto.]

—No puedes ir —dijo James apenas Harry terminó de leer la carta. Lily, por su parte, permanecía con una expresión meditabunda. Harry Potter y sus dos hijos estaban sentados en la cocina de su residencia en el número doce de Grimmauld Place, leyendo una misiva que acababa de recibir el primero de parte de su tercer hijo, Albus. Eran casi las doce de la noche, pero James y Lily habían salido de sus camas apenas su padre les avisó de la llegada de la carta.

—Me está pidiendo ayuda, James —dijo Harry, muy seriamente.

—Él jamás podría pedirte ayuda a ti, papá. Para él sería degradante.

—Tu hermano está pasando momentos difíciles. Sus planes para derrocar a Crouch han fracasado uno tras otro. Me necesita.

—¡Eso último probablemente sea verdad! —exclamó James— Pero no necesita tu ayuda. Probablemente querrá manipularte para que hagas algo por él, algo que tú normalmente no harías… O sino querrá sacarte información.

—James, sé que no confías en Albus desde lo que pasó hace cuatro años, pero necesito que recuerdes que él es un miembro de la familia.

—¡Él mató al tío Ron! —protestó James— ¡Lo mató, y lo hizo parecer un suicidio!

—Eso es lo que dice Crouch, hijo. La misma mujer que mató a tu primo Hugo y le atribuyó a Albus el crimen. ¿Puedes acaso creerle a ella?

—¡Al intentó matar al tío hace cuatro años! ¡Estuvo a punto de lograrlo!

—Si Albus hubiera querido realmente matar a Ron, lo hubiera asesinado abiertamente. No habría tratado de disimularlo. Tu hermano intentó asesinarlo en 2024 en un arranque de furia, después de que tu tío matara a esos muggles.

—¿Lo estás justificando?

—No. Solo digo que no se puede comparar lo que él hizo hace cuatro años con lo que Crouch dice que hizo ahora.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes saberlo, papá? ¡Hace tanto tiempo que no lo vemos que no tenemos idea de hasta qué punto puede haber cambiado! ¡Él ha estado en Durmstrang, por Merlín! ¡Ese ha sido un nido de magos oscuros desde la época en que Grindelwald fue alumno allí…!

—Sí, fue alumno hasta que lo expulsaron —lo interrumpió Harry—. Y luego fue el lugar donde estudiaron magos absolutamente respetables como Viktor Krum.

—¡Te niegas a ver la realidad! ¡Albus nos abandonó hace cuatro años! ¡Él eligió luchar contra Crouch “a su manera”! ¡Nosotros lo salvamos y él nos agradeció yéndose al continente y volviendo cuatro años después junto a solo Merlín sabe cuántos soldados dispuestos a todo con tal de ver a Crouch derrocada! ¡No podemos confiar en él!

—Albus es mi hijo. Si no puedo confiar en mis propios hijos —dijo Harry, mirando primero a James y luego a la silenciosa Lily—, entonces no hay nadie en quien pueda confiar. La familia es lo más importante de todo… y eso es lo que su madre no entiende.

James bajó la mirada, dándose por vencido, pero fue en ese momento que Lily optó por intervenir en la conversación.

—¿Qué tal si nos llevas a James y a mí? Somos sus hermanos, los dos queremos volver a verlo, así que nuestra presencia ahí sería legítima. Y podríamos protegerte si él intentara traicionarte.

—Al dijo en su carta que quiere que vaya solo. Y él es muy astuto, Lily. Jamás creería que los traje conmigo solo para que se reencontraran. No quiero perderlo otra vez.

—Papá, creo que estás cometiendo un terrible error —dijo Lily.

Harry depositó la carta en una mesita que estaba junto a su sillón y entrelazó apaciblemente ambas manos.

—Lily Luna, hace un tiempo, en enero, se te ocurrió ir a ver a Valerie para obtener información sobre los planes de Al. Me pediste que no te hiciera preguntas acerca del plan que llevarías a cabo para que Valerie te lo contara, y te hice caso. Decidí respetar tu criterio, hija, porque reconozco que ya no eres una niña. Que has crecido hasta ser una mujer muy inteligente y capaz. Y estoy agradecido por no haber estorbado tus planes, pues de otro modo quizá habrías fracasado y no habríamos sabido que Albus planeaba solamente fingir los asesinatos de las familias de los Aurores. De no haber recibido esa información podríamos haber acabado ayudando a Crouch, pues en ese contexto una alianza con esa mujer habría sido el mal menor. Me salvaste de cometer un error imperdonable al hacer lo que sea que le hayas hecho a Valerie.

“Y ahora te pido, les pido a los dos, que confíen en mi criterio. Al y yo debemos arreglar esto solos.

—Pareces convencido —dijo Lily.

—Lo estoy. En eso me parezco un poco a Al, ¿sabes? Él tiene muchos menos escrúpulos que yo, y es mucho más inteligente de lo que yo era a su edad, pero a veces, solo a veces, los dos estamos dotados de cierta… intuición acerca de lo que debemos hacer en ciertas circunstancias. Y esa intuición me indica que tengo que ir solo, Lily.

Lily asintió con la cabeza, aparentemente convencida.

—Está bien, papá. Pero, por favor, ten mucho cuidado. Al es peligroso.

—No temas, Lily. Mañana antes del mediodía habré resuelto esta cuestión con Al y por la noche estaremos viendo a Teddy y Victoire casarse. Todo saldrá bien.

***

Eran casi las nueve en punto cuando Harry llegó al Palacio de Cristal. Ese era un parque de Londres que él no acostumbraba a visitar muy a menudo. Solo recordaba haber ido una vez con Ginny y los niños, y tanto James como Lily no tardaron en aburrirse a causa de los pocos toboganes, hamacas y subibajas que había allí; Albus, en cambio, se quedó mirando absorto las esculturas de los dinosaurios, y lamentó mucho tener que irse cuando las quejas de sus hermanos se hicieron demasiado perentorias. Harry le prometió que ellos dos volverían al Palacio de Cristal solos, para que pudiera ver las esculturas todo el tiempo que quisiera, pero pocos días después se produjo un caso muy resonante de asesinato que lo tuvo varias semanas muy ocupado en la División.

Para cuando el revuelo terminó, Harry había olvidado por completo su promesa, y Albus parecía haberlo hecho también, pues no le hizo ningún reclamo; no obstante, tuvo una fase de dos o tres meses en los que devoró todos los libros de dinosaurios que tuvo a su alcance, siendo capaz en un momento de nombrar a decenas de esas criaturas, recordando tanto sus nombres —incluso algunos complicados para un niño de ocho años, tales como “Stegosaurus” o “Parasaurolophus”— como sus principales características —si tenían crestas, cuernos o cualquier otro rasgo distintivo, si eran bípedos o cuadrúpedos, carnívoros, herbívoros u omnívoros, etcétera. Hasta llegó a hablar de convertirse en paleontólogo cuando fuera grande, aún cuando eso significara pasar más tiempo entre los muggles que entre magos y brujas. Luego comenzó a interesarse en otras cosas.

Solo cuando Harry llegó al lugar del parque que su hijo le había indicado (un puentecito en medio de una pequeña laguna donde había esculturas de dinosaurios) pudo recordar esa anécdota de su infancia. Pero antes de que pudiera seguir reflexionando sobre sus posibles falencias como padre, pudo ver a su hijo menor aparecer al otro lado del puente, con una expresión amistosa en su rostro.

—Padre. ¿Cómo estás?

—Muy bien, más ahora que puedo volver a verte —dijo Harry mientras lo abrazaba. Tras algunos segundos de vacilación, Albus le devolvió el gesto.

—Nos tomó mucho tiempo, pero al fin pudimos estar aquí los dos solos —dijo Albus con una sonrisa soñadora, apoyándose sobre la baranda del puente y mirando el largo cuello y los agudos dientecitos de un plesiosaurus.

—Me acordé de lo que pasó cuando eras pequeño apenas vine aquí. Ojala me hubieras pedido que te llevara…

—No importa —lo interrumpió Albus—. El parque siempre estará aquí.

Harry y Albus compartieron algunos instantes de silencio, y ninguno de los dos se sorprendió al no escuchar la voz de ningún muggle en los alrededores, pese a que a esas horas siempre había gente trotando o caminando por el parque.

—¿Pusiste el hechizo repelente de muggles para evitar que alguno de ellos te reconociera? —preguntó Harry, que también se había apoyado en la baranda, junto a su hijo.

—Así es.

—Muy listo.

—Gracias, padre. Y también te agradezco por hacerme caso en lo de venir solo. No habría sido justo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Harry, repentinamente inquieto— ¿Justo para quién?

—Para mí —dijo el joven, sin dejar de sonreír.

—Creo que deberías explicarte.

Albus contempló a su progenitor con una gentileza mezclada con algo de pena.

—Necesito vencerte, padre.

—¿Vencerme? ¿De qué diablos estás hablando, Al?

—Creo que lo sabes perfectamente. “¿La varita en tu mano sabe que su último amo fue Desarmado? Porque si es así… yo soy el verdadero amo de la Varita de Saúco” —recitó Albus, con otra sonrisa, mucho más cruel que la anterior—. Hace treinta y un años le dijiste esas palabras a Tom Ryddle.

—Así es… —dijo Harry, retrocediendo un paso.

—Bueno, creo que es hora de reclamar mi parte de la herencia. James y Lily pueden quedarse con la casa, con todo el dinero de la cuenta de Gringotts, con el terreno en el Valle de Godric donde estaba el último hogar de nuestros abuelos… Yo solo quiero tres objetos. Dos de ellos ya están en mi poder. La Capa y la Piedra —dijo Albus, metiendo su mano bajo el cuello de la camisa que se había puesto y sacando un colgante de plata en donde había engarzado la roca negra.

—La Capa no te pertenece exclusivamente. Es de la familia Potter. Es tuya, pero también es mía y de tus hermanos.

—En verdad no me importa si conservo o no la Capa físicamente en mi posesión. Me basta con que reconozcas lo que acabas de decirme, padre. Yo, como hijo tuyo, soy uno de sus propietarios legítimos. Eso sumado a mi propiedad exclusiva de la Piedra y la de la Reliquia que espero conseguir hoy bastará para hacerme el Amo de la Muerte… aunque en verdad tampoco me importa tanto ese título. Dudo que el unir esas tres Reliquias implique convertirse en un ser semidivino ni nada por el estilo…

—¡Albus, deja de decir cosas sin sentido!

—Lo siento, padre, mi mente tiende a divagar últimamente.

—¡Sé que estás en problemas! —exclamó Harry— ¡Déjame ayudarte! ¡Podemos acabar con Crouch juntos, hijo, sé que podemos!

—La única forma en que puedes ayudarme es que aceptes pelear conmigo —dijo Albus, sacando su varita y apuntándole con ella a Harry. El ex Auror extrajo maquinalmente la suya y se colocó en posición de combate, segundos antes de recordar que estaba frente a su hijo.

—Al, esto es ridículo.

—Con la Varita de Saúco, podré derrocar a Crouch solo, y sin arriesgar una sola vida inocente. Pero debo ser su auténtico dueño. No como Ryddle, que creyó estúpidamente que solo por sostenerla en sus manos y utilizarla la poseía de verdad.

“Yo derribaré a la tiranía de Crouch. Yo restableceré la paz y el orden que esta comunidad necesita. Yo seré el salvador, yo les daré a los magos y brujas de nuestro país nuevas leyes que serán un ejemplo para el resto del mundo. Crearé un Estado nuevo y más eficiente. Revolucionaré a la sociedad. Cambiaré la educación. Terminaré con las inútiles rivalidades entre las Casas. Acabaré con este sistema judicial vetusto y autoritario que tenemos, con esa Cámara Estrellada en que se ha convertido el Wizengamot.

“¡Sé que puedo hacer todo eso! ¡Tengo la inteligencia que hace falta y una voluntad de hierro! ¡No dejaré que nadie ni nada me detenga, ni esos burócratas del Ministerio ni los politiqueros del Parlamento mágico ni los ricachones que actúan como titiriteros de todos ellos! ¡No permitiré que nadie más que yo dirija el gobierno!

—¡Lo que estás planteando es otra tiranía, entonces! ¿Acaso no valoras la democracia, no valoras la república? —exclamó Harry, con pasión idéntica a la de su hijo— ¡Kingsley y yo luchamos y trabajamos para eso durante años, Al! ¿No valió nada lo que hicimos?

—Lo que hicieron no pudo detener a Crouch. La democracia no vale nada —dijo Albus con el mayor de los desprecios—. Quizá los muggles se rijan bien con ella, pero entre los magos esos sistemas no sirven para nada. Aquí debe mandar el más poderoso, y los demás deben obedecer. Y si te gano y me convierto en el dueño de la Varita de Saúco, el mago más poderoso seré yo.

—Me niego a seguir escuchándote —dijo Harry, dándole la espalda a su hijo y disponiéndose a salir del puente. Pero pronto sus avezados instintos de Auror le permitieron detectar el encantamiento anti-Aparición.

—Lo siento, papá, pero tienes que pelear —dijo Al—. O peleas o te quedas ahí parado mientras te Desarmo, lo cual a mi juicio sería lo más sensato.

—No tengo intenciones de regalarte la propiedad de la Varita de Saúco.

—Entonces, nos batimos en duelo. ¡Inglaterra para el vencedor! Aunque si ganas, tú nunca la tomarás. Siempre has sido un cobarde.

—¿Cobarde? ¿Llamas cobardía a mi falta de ambiciones, a que nunca quise convertirme en un tirano como Ryddle? —dijo Harry, que comenzaba a enfadarse.

—Claro que fue cobardía, padre. Cuando mataste a Ryddle tuviste la oportunidad perfecta para hacerte con todo el poder. Ni siquiera hubieras tenido que utilizar la violencia, te hubiera bastado con empezar a dar órdenes desde el mismo momento en que el cadáver de ese mestizo desquiciado cayó al suelo.

“Pero no, tú elegiste dejar que el elenco estable del Ministerio nombrara ministro a uno de los suyos, a Shacklebolt, y luego depositaste la Varita de Saúco de vuelta en la tumba del viejo maricón de Dumbledore. Te conformaste con ser un Auror más, otro perro del Ministerio, y después de… ¿cuánto, diez años? de portarte bien, Shacklebolt te tiró un huesito para que jugaras, la jefatura de la División. Tuviste una segunda oportunidad cuando Crouch mató a Shacklebolt. Yo mismo estaba ahí para pedirte que la aprovecharas, pero tú no quisiste candidatearte al puesto de ministro. Tú permitiste que Crouch se convirtiera en ministra…

—¡Y tú permitiste que Hugo muriera! ¡Si tú y Valerie no hubieran ideado ese plan descabellado para encarcelarla antes de que asumiera, él seguiría vivo…!

—¡No te atrevas a mencionar a Hugo, hijo de puta!

—¡Si tú pretendes ser capaz de juzgarme por las elecciones que he hecho, yo también puedo juzgarte por las tuyas, Al! ¡Y te repito que si hay algún responsable de la muerte de tu primo, ese eres tú!

—¡CRUCIO! —rugió Albus, pero Harry consiguió esquivar la maldición de su hijo, que impactó en la baranda del puente. Harry le respondió con algo que Albus jamás habría esperado de él: un maleficio de conjuntivitis. Sorprendido, Al fue incapaz de esquivarlo por completo, por lo que uno de sus ojos quedó dolorosamente cerrado y supurando lágrimas constantemente; de haber sido golpeado de lleno, Albus habría quedado ciego.

Colérico, Albus utilizó un Incarcerous. Cuatro sogas salieron de la punta de su varita y se lanzaron hacia su padre para atraparlo. Harry empleó varios Sectumsempra para cortarlas en pedazos antes de que lo alcanzaran, e intentó Aturdir a su hijo, pero falló. Albus de repente gritó:

—¡OPPUGNO!

Harry no comprendió qué estaba sucediendo. Ya habían salido del puente y estaban cerca de los árboles, pero no podía ver ningún objeto que su hijo pudiera lanzar contra él… Y de repente sintió que algo puntiagudo se clavaba contra su espalda.

Era una rama, perteneciente a un olmo que estaba detrás de él. El árbol parecía haber cobrado vida, como si fuera el Sauce Boxeador, pero en vez de tratar de pegarle, intentaba apuñalarlo con sus ramas. Un segundo golpe hizo que la rama se hundiera dolorosamente en su hombro, y comenzó a manar sangre. Harry la rompió con sus brazos y empleó un Incendio para defenderse de los demás golpes que el árbol le asestaba. Pero pronto los demás árboles se le unieron en su ataque. Comprendiendo que, debido a sus raíces, esos seres no podrían perseguirlo, Harry se alejó de ellos y se aproximó al agua, mientras su hijo, que había aprovechado para poner fin al maleficio de conjuntivitis que Harry le había echado y recuperar el uso de su ojo izquierdo.

—¿Crees que el agua es más segura que esa arboleda, padre? —preguntó Al, con una sonrisa que resultaba muy extraña en su rostro que, debido al efecto del maleficio de conjuntivitis, tenía le mejilla izquierda empapada de lágrimas. Antes de que pudiera volverse hacia el agua o alejarse de ella, sintió que algo se enroscaba alrededor de su pierna. Era el cuello del plesiosaurus, o más bien de su estatua. Albus debía haberla transfigurado de alguna manera. La criatura lo arrastró hacia el agua sin que él pudiera defenderse ni liberarse.

Lo demás fue confuso. Harry se sintió zamarreado de un lado al otro. Pronto el agua lo envolvió y no pudo respirar. Pero al cabo de unos momentos de asfixia, la criatura lo levantó hasta la superficie de la laguna.

—¿Vas a darme tu varita? —preguntó Al desde la orilla. Se había sentado en el suelo con las piernas cruzadas y observaba divertido la lucha entre su padre y la estatua.

—¡Nunca! —gritó Harry.

—Húndelo de nuevo —dijo Albus, y el plesiosaurus obedeció. Pero Harry, que había seguido aferrando su varita todo ese tiempo, tuvo una idea salvadora. Utilizó un Encantamiento Burbuja y pronto pudo volver a respirar. Librándose de ese problema, pudo pensar más fríamente y empleó varios Reductos (pues el agua actuaba como un amortiguador, reduciendo su eficacia) para destrozar el cuello del plesiosaurus, con lo que desapareció cualquier peligro que el dinosaurio pudiera representar. Nadó de vuelta hasta la orilla, y antes de que hubiera salido del agua tuvo que ponerse a bloquear los hechizos de Albus.

—¡FRAGORIS! —gritó, finalmente. Pero Harry, que estaba al tanto del hechizo inventado por su hijo, había investigado y descubierto un hechizo que podía contrarrestarlo. Se apuntó, con el mayor de los esfuerzos, la varita a la sien y dijo:

—¡Surdus!

Con ello, Harry quedó totalmente sordo. Tanto el infernal sonido del Fragoris de su hijo como todos los demás ruidos del parque quedaron acallados. Albus comprendió lo que su padre acababa de hacer, pero al mismo tiempo vio que ello representaba una ventaja. Desactivó el Fragoris con un Finite no verbal acompañado de un movimiento de varita prácticamente imperceptible, de manera que su padre continuó con el Surdus.

—¡DESMAIUS! —gritó alguien a espaldas de Albus, y el muchacho tuvo que emplear un Protego para defenderse. Se trataba de James.

—¡Jamie! ¿Qué demonios haces aquí?

—¡No iba a dejar que papá viniera aquí sin nadie para cuidarle las espaldas! ¡Me tomó tiempo pero recién pude hacer una abertura en medio de tus malditas barreras!

Harry, que al ver que sus hijos hablaban comprendió que el Fragoris ya no estaba funcionando, se quitó el Surdus y dijo:

—¡James, vete a casa! ¡No quiero que te arriesgues!

—¡Oh, claro que no! —dijo Al en tono de burla— ¡Tú eres su hijo mayor, el que siempre ha seguido sus pasos! ¡Qué pérdida sería que murieras!

—¡Cállate!

—¡Basta, James! —gritó Harry— ¡Vete de aquí!

—¡Sí, vete, pequeño Jamie! ¡Vete a tu cuarto a pensar en lo que hiciste!

—¡CÁLLATE!

—¡Porque tú eres el hijito obediente, ¿verdad?! ¡Claro, puedes hacer toda clase de travesuras inofensivas y acostarte con un montón de chicas, pero cuando papi dice que hagas algo, vas corriendo a hacerle caso…!

—¡CÁLLATE, MAGO OSCURO! ¡CRUCIO!

Eso era exactamente lo que Albus esperaba. Harry intervino lanzando otro hechizo para impedir que la maldición de James alcanzase a su hijo menor. Aprovechando la confusión, Albus utilizó un Levicorpus con el que elevó a James por el tobillo y lo lanzó a las aguas de la laguna. Pero antes de que cayera, otra de las estatuas de dinosaurios, un Ichthyosaurus, se lanzó hacia la superficie, abrió sus enormes mandíbulas y aprisionó la pierna de James, clavándole sus dientes de piedra en la carne y hundiéndolo en el agua. Olvidándose de Albus, Harry corrió hacia la laguna, dándole la espalda y con eso brindándole la oportunidad perfecta…

—¡EXPELLIARMUS!

Y con ello, la varita de Harry salió volando de su mano derecha hasta la de Albus.

Todo pareció petrificarse en ese momento. Incluso el ruido que producía James debatiéndose debajo del agua en su lucha contra el Ichthyosaurus parecía un sonido de fondo. Lo central era Albus, con su propia varita en su mano izquierda y la de su padre en la derecha, y una sonrisa triunfal que comenzaba a dibujársele.

“Este es mi momento”, pensó. “Durante siglos, todos relatarán este momento cuando hablen de mi vida. He entrado en la Historia.”

Harry, en cambio, era la imagen de la derrota. Comprendía ahora todo. Albus le había pedido que fuera solo en su carta porque sabía que así despertaría las sospechas de James. Sabía que James lo seguiría al parque e intervendría para tratar de ayudarlo. Probablemente el punto por el que James había penetrado sus barreras mágicas había sido especialmente programado por Albus para dejar entrar a su hermano mayor, pero no a ninguno de los Aurores que debían estar ya rodeándolos. Harry era un mago al menos tan poderoso como Albus; la única forma de inclinar la balanza a favor de Al era asegurarse de que James estuviera en el medio. Él era su debilidad.

—¡Suéltalo! —gritó Albus en dirección a las aguas de la laguna, y el Ichthyosaurus emergió de las mismas y abrió sus mandíbulas, permitiendo a James soltarse de su apretón, aunque con su pierna severamente lastimada no podría nadar hasta la orilla. Harry se metió al agua y tomó a James, que parecía a punto de perder el conocimiento tanto por la herida como por el agua que había tragado, ayudándolo a salir.

Albus, entretanto, comenzó a elevarse en el aire.

—¡Muchas gracias, Jamie! —gritó, mientras se alejaba cada vez más del suelo— ¡Estaba seguro de que vendrías aquí a ayudar a papi! ¡Gracias a ti, soy el dueño de las tres Reliquias de la Muerte!

—¡Albus, no tienes idea de lo que acabas de hacer…! —gritó Harry desde el suelo, impotente al saber que su propia varita estaba en manos de Albus y la de James se había perdido en el agua.

—Me encantaría seguir debatiendo, padre —replicó Al mientras seguía elevándose—, pero tengo un montón de cosas que hacer hoy. Ya sabes, profanar la tumba de Dumbledore, derrocar a la ministra, formar un nuevo gobierno… Pero cuando tenga un huequito en mi agenda te prometo que nos juntaremos a tomar un café, ¿de acuerdo?

Y estallando en carcajadas casi dementes, salió volando hacia el oeste, dejando a su padre y a su hermano abrazados y empapados a orillas de la laguna.

—Lo siento, papá —dijo James, que parecía al borde de las lágrimas. Había perdido también sus anteojos, por lo que no parecía poder ver bien los objetos.

—Está bien, James —dijo Harry, acariciándole el mojado cabello rojo—. No es culpa tuya.

—No —dijo una tercera voz—. Es mi culpa.

Padre e hijo levantaron la mirada y se encontraron con Lily, que acababa de salir de entre los árboles.

—¿Tú también me seguiste?

—Yo lo convencí de venir —dijo Lily, apesadumbrada—. Él iba a hacerte caso, pero yo insistí hasta que aceptó seguirte. Fui una idiota, papá. No confié en ti. Nunca podré perdonármelo…

—No vale la pena recriminarnos nada. Primero, Lily, necesito que me prestes tu varita para curarle la pierna a tu hermano. Después buscaremos la varita de James y nos iremos a casa, pero solo para reunir nuestras cosas. Busquen lo más imprescindible de todo. Luego iremos a casa de la tía Hermione y de Rose.

—¿Qué vamos a hacer, papá? —preguntó James.

—Al principio, escondernos. Después, organizar la resistencia.

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[NOTA 1: Quiero dedicar este capítulo a Mario, que cumplió veinte años el viernes 4, a Mateo, que cumple veintidós el jueves 10, y a 3dw4rd0, que cumple quince el miércoles 16.

NOTA 2: También quería comentar algo acerca de lo que Alejandro Kun, Aura, Lucho, sweet152 y yo habíamos estado conversando acá a principios de octubre. Como Alejandro había predicho, el Senado convirtió en ley el proyecto que bajaba la mayoría de edad de los 21 a los 18 años.

NOTA 3: El lunes por la noche tuve oportunidad de ver la película The boat that rocked, protagonizada por el amigo de la casa Tom Sturridge (recomiendo ver esto a quienes no recuerden quién es) y en la que tiene un papel Rhys Ifans, que interpretará a Xenophilius Lovegood en Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (al final Bill Nighy —que también tiene un rol en The boat that rocked— tiene razón: él es el único actor británico que no aparece en las películas de Harry Potter). Yo la disfruté muchísimo, en parte por los gags (es inolvidable la escena en que el personaje de Sturridge intenta perder la virginidad con una chica que quiere acostarse con otro personaje aprovechando la penumbra) y en parte por su excelente banda sonora, y me sorprendí cuando después leí en Wikipedia que el film fue un fracaso comercial y de crítica. Pero bueno, what the fuck do they know? Sigue siendo una comedia más que recomendable.]

—¿Crees que va a estar? —preguntó Lucy Weasley a su hermana melliza mientras se delineaba los ojos frente al espejo.

—Pues claro que va a estar, Lucy —replicó Molly cruzándose de brazos—. Ella es su prima, al igual que la nuestra. No puede no ir a su boda.

—Espléndido —dijo Lucy, sonriendo y examinando la imagen que le devolvía el espejo.

—La verdad es que no te entiendo —se quejó Molly—. Es decir, he llegado a aceptar… de mala gana, pero lo acepto… que te guste Fred. Es decir, no podemos negar que es muy atractivo. Recuerdo cómo todas las chicas iban atrás de él en Hogwarts. Entiendo eso. Y entiendo que no te importe que tú y él sean primos hermanos. Al fin y al cabo, hay tanta endogamia entre las familias de sangre pura que no creo que nadie se sorprenda…

—¡Sí, pero en las familias de sangre pura los primos se casan justamente para conservar pura la sangre! —protestó Lucy, volviéndose hacia Molly— ¡Fred y yo nos queremos!

—Y si se quieren, ¿por qué no se casan? —repuso Molly— O al menos deberían blanquear su relación —añadió al ver que su hermana ponía los ojos en blanco al oírla hablar de matrimonio—, contarle a papá y a mamá, y al tío George y la tía Angelina, y a los abuelos y a todos los demás. Nadie se opondrá a que estén juntos.

—Bien, eso es justamente lo que me temo —dijo Lucy.

—¿Qué quieres decir?

—Que nadie se opondrá. Que toda la familia aceptará que seamos novios.

—Sigo sin entender.

—¡Nos aburriremos, Molly! —exclamó Lucy— ¿Cuál es la emoción de que todos sepan que somos pareja?

—¿Es eso lo que te interesa, la emoción? ¿El miedo a que los atrapen?

—¡Pues claro!

—Pensé que lo que te interesaba era el amor. El miedo a ser atrapada lo puedes experimentar con cualquier otro chico…

—Molly, no tuerzas mis palabras. Claro que amo a Fred. Y él me ama a mí. Solo… solo que es más entretenido que nadie lo sepa —dijo la joven mientras se tendía en la cama del dormitorio que compartía con Molly—. Cada vez que nos miramos en público, que nos saludamos como si fuéramos solamente primo y prima, cuando en realidad somos mucho más que eso… Y luego cuando estamos juntos y a solas, pero apenas a metros de sus padres, o de los míos, o de su hermana… —añadió mientras cerraba los ojos y su rostro adquiría una expresión soñadora, como si Fred estuviera en la cama con ella, acariciándola en ese mismo momento.

—Basta, Lucy. No necesito que me lo describas —la interrumpió Molly secamente.

—Tú eres la que se metió en lo nuestro —objetó Lucy—. Si no fueras tan entrometida no te habrías enterado nada de mi relación con Freddie.

—¿Lo llamas Freddie? ¡Sabes que él detesta que le digan así!

—No cuando lo hago yo… sobre todo cuando estamos desnudos y yo estoy con mis manos alrededor de su…

—¡No quiero oírlo! —exclamó Molly, irritada, pero Lucy se le acercó y siguió hablándole al oído.

—… pene y mi lengua lamiéndole el cuello y sus manos en mi culo…

—¡Para de una vez, descarada! —gritó Molly, golpeándola con una almohada. Lucy pronto tomó otra almohada y miró a su hermana con una expresión falsamente seria.

—Molly —dijo en tono solemne—, al pegarme abriste una puerta que solo yo podré cerrar. Si empiezas una guerra de almohadas, entonces debes saber que combatiré hasta el final.

—Que así sea —replicó Molly en el mismo tono. Pero pronto rompió a reír a las carcajadas, y las hermanas empezaron a intercambiar golpes, despeinándose y arrugándose los vestidos de gala que acababan de ponerse. La puerta del dormitorio no tardó en abrirse, y entró su madre Audrey.

—¡Chicas! ¡Por Merlín, parece que tuvieran cinco años! ¡Y miren cómo han quedado sus vestidos! ¡Si se les rompió la tela del vestido les juro que…!

—Cálmate, mamá —dijo Lucy, que como siempre no parecía avergonzada en lo más mínimo—. Molly y yo recién empezábamos el primer round, no creo que hayamos tenido tiempo de romper nada.

—Bueno, no quiero que vuelvan a hacer tonterías como esa —dijo Audrey tras un suspiro indulgente—. La boda de Teddy y Victoire es en menos de una hora, ya tendrían que estar listas.

Tras lo cual salió del cuarto, dejando a sus hijas solas nuevamente.

—Estaré lista… para Freddie —dijo Lucy, y viendo que su hermana sacudía la cabeza con hastío, añadió:— Vamos, Molly, un poco de amor furtivo no le hace mal a nadie.

***

Al igual que el casamiento de Bill y Fleur Weasley, el de su hija Victoire tuvo lugar en la Madriguera. Habían cursado invitaciones a todos los miembros de su muy extendida familia, incluyendo, por insistencia principalmente del novio, a su padrino Harry, pese a que su separación de Ginny había tensado su relación con los Weasley.

También invitaron a muchos amigos de la familia, como a Xenophilius Lovegood, su hija Luna, su yerno Rolf Scamander y su nieto Lorcan; el actual paradero de su otro nieto Lysander era desconocido, aunque seguía carteándose con su hermano mellizo, por lo que suponían que nada malo le había ocurrido. Amos Diggory y su esposa, los padres de Cedric, el trágicamente asesinado campeón de Hogwarts, también concurrieron, junto con su hijo adoptivo Bernard y la esposa embarazada de él. Poco después de concluir la guerra que había segado la vida de su único hijo, los Diggory habían adoptado formalmente a un joven primo lejano de Amos —biznieto de su tía paterna— para evitar que el apellido se extinguiera con ellos.

Otra invitada fue Minerva McGonagall. La anciana ex profesora de Transformaciones, ex jefa de la Casa de Gryffindor, ex vicedirectora de Hogwarts en tiempos de Albus Dumbledore y ex directora del colegio no solía asistir a demasiados encuentros sociales de ese tipo, pero optó por venir debido a la larga amistad que había forjado con los abuelos de la novia y los difuntos padres del novio en la Orden del Fénix. Si bien la profesora McGonagall tenía el cabello completamente blanco y presentaba un aspecto mucho más frágil que en sus años en Hogwarts, podía dominar con una sola mirada reprobatoria a todos sus ex alumnos, incluso los que ya superaban por mucho la mediana edad y no recordaban casi nada de sus tiempos de estudiantes.

La todavía más vieja Muriel Prewett, la tía de Molly, no dejó de estar presente. Con casi ciento cuarenta años, Muriel conservaba su carácter tan indómito como insoportable intacto. Lo único que había cambiado es que ahora no podía caminar y debía ser llevada en silla de ruedas por una elfina doméstica. De haber sido ella una persona más comprensiva, habría permitido que la ubicaran en algún lugar en donde no estorbara, pero insistió en que su elfina colocara su silla de ruedas en primera fila y justo en medio de la alfombra roja que habían tendido para que pasaran los novios, que tendrían que correrse hacia la izquierda para llegar al altar. Era difícil saber quién de las parientas de la novia estaba más enojada con Muriel: si su madre Fleur, su abuela paterna Molly o su abuela materna Apolline. Por su parte la abuela de Teddy, Andrómeda, permaneció risueñamente indiferente, pues sabía que su nieto estaba demasiado feliz aquel día y tenía suficiente sentido del humor como para que no le importara en lo más mínimo tener que esquivar a Muriel y su silla de ruedas en el camino hacia el altar.

Para Arthur y Molly, la ceremonia tenía un sabor agridulce. La reciente y misteriosa muerte de su hijo Ron y la guerra que su nieto le había declarado al Ministerio de la Magia les causaba, por una parte, un gran dolor que les impedía disfrutar plenamente de la ocasión, y por otra preocupación de que en aquella gran concentración de personas se produjera algún hecho de violencia. El Ministerio había mandado a algunos Aurores a rodear la Madriguera, pero aún así el temor de que Albus o alguno de sus soldados se infiltrara en la fiesta era patente. Por ello todos, incluso los familiares cercanos de los novios, tenían que presentar su invitación para que los dejaran entrar; de vez en cuando Arthur hacía preguntas a los recién llegados, como en tiempos de Voldemort, para verificar que no fueran criminales disfrazados con poción Multijugos. Pero lo cierto es que el ambiente general era de jolgorio, como si todos los presentes quisieran olvidar durante algunas horas las preocupaciones que les generaba la guerra.

Louis Weasley, el hermano menor afincado en Francia de Victoire, fue el último familiar en llegar, apenas unos segundos después de sus tíos George y Angelina y de sus primos Fred y Roxanne. Como su novia Melusine no quiso interrumpir sus vacaciones en los Alpes suizos para ir con él, Louis concurrió solo al enlace. Todos los Weasley lo recibieron con calidez, pues al igual que su tío Charlie, sus visitas a Gran Bretaña eran descorazonadoramente poco frecuentes. La única excepción fue su padre Bill, que si bien lo saludó afectuosamente, aprovechó la primera ocasión que tuvo para llevárselo a un rincón apartado y hablar con él.

—¿Qué pasa, papá? —preguntó Louis.

—Voy a decirte esto una sola vez, Louis. Sé que has estado ayudando a Al. No me lo niegues, no me preguntes cómo lo sé. Lo sé, eso es todo lo que importa.

Ante tal intempestiva acusación, Louis permaneció inmutable.

—No me digas —se limitó a replicar.

—Hijo, no soy un tonto. Sé que todos los hijos piensan que sus padres no saben nada, que pueden engañarlos todo el tiempo —dijo Bill, con una expresión de mortal seriedad en su rostro desfigurado—. Pero lo cierto es que sabemos lo que hacen. Lo sabemos, y hacemos la vista gorda el sesenta por ciento de las veces. Pero esto… esto es peligroso, Louis. Tu bienestar está en riesgo, y no puedo quedarme al margen.

La frialdad que trasmitía Louis era cada vez más intensa, y Bill lo advertía con dolor. “¿Cómo dejé que se alejara tanto de mí? He sido un tonto”, pensó, pero seguía igual de dispuesto a tener esa conversación.

—No me importa qué es lo que crees saber —dijo Louis—. He venido aquí a presenciar el casamiento de mi hermana, no a recibir una reprimenda.

—Estoy al tanto de que crees que Albus es inocente, pese a lo que hiciste cuando lo juzgaron —dijo Bill.

—Albus mató a Hugo, papá. Eso es indiscutible. Yo jamás sería capaz de ayudarlo.

—Tu primo no es un asesino… al menos no es el asesino de Hugo —dijo Bill, corrigiéndose sobre la marcha.

—Ha matado a un montón de personas más, antes y después de lo de Hugo.

—Es verdad. Pero la muerte de Hugo fue el origen de toda esta guerra, y estoy convencido ahora de que mi sobrino no es el culpable. Y que Harry, sus amigos, sus hermanos y tú lo ayudaron a escapar…

—He escuchado suficiente —dijo Louis, dándose vuelta y alejándose de su padre, pero Bill lo sujetó del brazo, lo acercó hacia él y le susurró al oído:

—Aún si tu primo es inocente, al ayudarlo estás poniendo tu vida en peligro, hijo. Abandónalo. Es lo mejor que puedes hacer. Tienes una novia hermosa y rica con la que no tardarás en casarte. Tienes una buena vida asegurada en Francia. No lo eches a perder consiguiéndole mercenarios a Albus.

—Padre —respondió Louis, también en susurros y en tono pausado—, muy pronto, mucho más pronto de lo que piensas, te arrepentirás de no haber ayudado a Al como yo lo he hecho. Él tendrá todo el poder, y no siente el menor aprecio por ninguno de los Weasley, excepto por . Ustedes se lo causaron al repudiarlo y borrarlo del Árbol Genealógico. Él los necesitaba, y ustedes prefirieron creerle a Crouch. Así que deberías alegrarte de que haya habido alguien en esta familia con suficiente visión como para alinearse en el bando correcto. Ahora suéltame el maldito brazo y déjame disfrutar la fiesta.

***

Si bien la invitación decía que la boda era en la Madriguera, la propia ceremonia y la fiesta se llevarían a cabo en dos grandes carpas que habían colocado afuera de la vivienda. El novio y la novia, por su parte, estaban preparándose en dormitorios separados de la Madriguera. Victoire estaba en el que había pertenecido a su tía Ginny durante su niñez y adolescencia —y que ahora que estaba separada de su marido ella volvía a ocupar—, mientras que Teddy se encontraba en el que su futuro suegro solía compartir con su hermano Charlie. Victoire estaba rodeada de un verdadero enjambre de parientas que la ayudaban a ponerse el vestido, maquillarse, preparar el ramo de flores y, esencialmente, prepararse mentalmente para superar lo que para la joven era una ceremonia estresante.

Teddy, en cambio, estaba mucho menos acompañado. Solo estaban con él su futuro cuñado Louis, Fred Weasley y su amigo e inminente padrino de bodas Edward Thompson, quienes intercambiaban las clásicas bromas acerca de cómo sería la noche de bodas (bromas a las que incluso Louis se unía pese a su condición de hermano de la novia). Pero a Teddy le importaban muy poco los chistes de Edward, Fred y Louis. Lo que realmente le preocupaba era la ausencia de Harry y sus hijos James y Lily. Dado que Harry era casi como un padre para él y sus hijos eran como hermanos, el que estuvieran en su boda con Victoire significaba mucho para Ted.

—¿Han escuchado algo acerca de ese incidente en el Palacio de Cristal? —preguntó de repente Fred.

—¿Tú también te enteraste? —dijo Edward, que trabajaba en el Departamento de Accidentes y Catástrofes en el Mundo de la Magia.

—Oí hablar a dos clientes en Sortilegios Weasley. Parece que hubo alguna clase de batalla en el Palacio, pero no saben quiénes han estado involucrados…

—No, pero sí sabemos que sean quienes sean, nos dejaron una tonelada de trabajo por hacer —refunfuñó Edward—. Tenemos que arreglar una escultura viejísima, y hay algunos árboles cuyas ramas fueron arrancadas… Suerte que ningún muggle lo vio.

—Es una suerte para ustedes, en el Cuartel General de Desmemorizadores —señaló Louis—. Pero los Aurores deben estar que trinan, los muggles podrían haberles servido para conocer la identidad de los que pelearon.

—Albus debe haber estado involucrado, entonces —dijo Teddy—. Él siempre intenta mantener a los muggles fuera de la guerra.

—¿En serio? —preguntó Fred con irritación— Ve y díselo a los cinco muggles que ya lleva asesinados.

Maldiciéndose por no recordar con quiénes estaba hablando, Teddy optó por cambiar de tema.

—No entiendo por qué mi padrino no ha venido.

—Seguramente tendrá algún buen motivo, Teddy —adujo Louis—. El tío Harry nunca faltaría a algo tan importante sin una razón de peso.

—Apuesto a que no quiere ver a la tía Ginny —gruñó Fred, todavía molesto.

—La verdad es que no entiendo por qué ustedes los magos no permiten el divorcio —comentó Edward, que era hijo de muggles. Sus tres interlocutores se quedaron mirándolo durante un buen rato antes de replicar.

—Es porque el matrimonio mágico no es como el de los muggles, Edward —dijo Fred—. Los muggles simplemente firman un papel y escuchan algunas palabras rituales de sus sacerdotes. Pero los magos lo hacemos de otra manera: nos comprometemos a permanecer junto a nuestras esposas por el resto de nuestras vidas. El matrimonio es un contrato mágicamente vinculante.

—¿Y nunca nadie se ha separado de su mujer o su marido y obligado o sobornado al sacerdote mágico para que lo case con otra persona?

—Algunos se atrevieron a hacerlo a finales del siglo XVIII —relató Louis—. Pero esos matrimonios terminaron malditos. Todos murieron al cabo de menos de seis meses, y de accidentes y enfermedades particularmente horribles; y lo peor es que los primeros en morir eran los nuevos cónyuges, de tal manera que el mago o la bruja que se había vuelto a casar tenía el castigo adicional de contemplar la muerte de su persona amada. La maldición también alcanzó a los sacerdotes mágicos que aceptaron dinero para celebrar esos enlaces.

—¿Por eso tardaron tanto en casarte Victoire y tú? —preguntó Edward en tono de chanza— Acabas de cumplir los treinta y uno y ella tiene… ¿veintinueve?

—Queríamos tomarnos nuestro tiempo. Pero ahora que estamos en guerra, me temo que el tiempo es lo único que no nos sobra.

***

Fuera de la misteriosa y muy comentada ausencia de Harry Potter y sus hijos, así como de Hermione Granger y su hija Rose, la boda de Teddy y Victoire fue perfecta en todos los sentidos. Teddy olvidó el dolor que le causaba que Harry no estuviera ahí para verlo apenas Victoire ingresó a la carpa con su bellísimo vestido blanco, rodeada de sus damas de honor. Se produjo un incidente cómico cuando la novia vio a su tía-bisabuela Muriel obstruyendo el paso con su silla de ruedas (su madre y sus abuelas se habían olvidado de informarle, o quizá no se habían atrevido). La chica reaccionó con rapidez, sacando su varita y utilizándola para levantar en el aire a Muriel y su silla. La vieja bruja, ofendida al verse levitada sin su consentimiento, se volvió hacia Victoire mirándola con odio, pero le bastó con advertir la igualmente feroz expresión del rostro de la novia para cerrar la boca y no emitir la menor protesta. Eliminado, o más bien levantado, el obstáculo, Victoire continuó su majestuosa marcha hacia el altar, volviendo a depositar a Muriel en el suelo tras pasar debajo de ella.

El resto de la ceremonia continuó sin más problemas, y pronto todos se trasladaron a la segunda y más amplia carpa, donde los esperaba la pantagruélica cena bien regada con vino de elfo, hidromiel y champaña, por no mencionar las infaltables cervezas de manteca y jugo de calabaza. Dado que Victoire y Teddy disfrutaban más las canciones muggles, contrataron a una de las pocas bandas de magos que tocaban ese tipo de música. Nadie quiso perder el tiempo con discursos: los invitados de mayor edad se sentaron y empezaron a comer, beber e intercambiar chismes mientras que la mayoría de los jóvenes, tras llenarse un poco el estómago, fueron a la pista de baile.

Cuando la banda comenzó a tocar All day and all of the night, de The Kinks, Lucy se levantó de su silla y comenzó a bailar con Edward Thompson, pero sin dejar de lanzarle miradas de entendimiento a Fred, que continuaba en la mesa observándola con una semisonrisa que trataba de cubrir llevándose la copa frecuentemente a los labios. Finalmente el chico se puso de pie y salió lentamente de la carpa. Esperó pacientemente durante unos quince minutos hasta que Lucy también salió, y ambos se fueron alejando de la carpa y sus luces; a medida que se internaban en la oscuridad se iban acercando cada vez más y para cuando llegaron al bosquecillo que ellos tan bien conocían y en el que pensaban ocultarse para hacer el amor, ya estaban tomados de la mano y besándose.

Pero antes de poder entrar al bosquecillo, una figura emergió de entre los árboles. No utilizaba túnica de gala, por lo que no era uno de los invitados. Se trataba de una mujer rubia a la que ni Fred ni Lucy recordaban, a primera vista, haber visto nunca. Los jóvenes sacaron sus varitas, pero dos voces gritaron al unísono desde la espesura «¡Expelliarmus!» y pronto Lucy y Fred quedaron indefensos. La mujer, sin embargo, no hizo ningún gesto amenazante, sino que se limitó a sacar su varita y emplear un Lumos para poder ver sus rostros y que ellos pudieran ver el de ella. Solo entonces Lucy se acordó de ella: era una chica de Hufflepuff, del mismo año que ella, aunque apenas habían tenido trato en Hogwarts. Había salido en El Profeta no mucho antes…

—¿Tú eres Jezebel Smith? —preguntó Lucy, y Fred hizo un súbito ademán de reconocimiento. Jezebel asintió tranquilamente.

—¿Eres una de los Aurores que han puesto a vigilar la fiesta? Porque si es así no entiendo por qué nos Desarmaron, es claro que somos invitados… —dijo Fred.

—Me temo que están equivocados —dijo Jezebel con mucha suavidad.

—¿Qué es lo que quieren? —preguntó Lucy, que comenzaba a sentirse nerviosa.

—Necesito que vuelvan a la fiesta —dijo Jezzie.

—¿Por qué?

—Porque están todos bajo arresto.

[NOTA 4: Estoy en un 99% seguro de que este será el último flashforward del fanfic.

NOTA 5: Para los que no entiendan la parte de Amos Diggory y su hijo adoptivo, la situación es esta: el padre de Amos tenía una hermana. Esa hermana se casó y tuvo un hijo, que a su vez se casó y tuvo un hijo, que a su vez también se casó y tuvo un hijo. Ese hijo, biznieto de la hermana del padre de Amos Diggory, fue adoptado por Amos como su hijo. ¿Por qué? Porque al ser biznieto de una Diggory, tenía en sus venas la sangre de esa familia y entonces podía perpetuar legítimamente el apellido. Algunos podrán objetar que adoptar a un joven adulto como hijo solo para que el apellido no se extinga es algo insensible y calculador de su parte, pero no olvidemos que, si bien tiene una actitud menos soberbia —por motivos más que comprensibles— al final del cuarto libro, en principio Amos Diggory parece no ser un mago totalmente agradable. Conviene recordar lo mal que trata a Winky cuando la interroga y la manera en que intenta disminuir los méritos de Harry frente a los de su hijo.

NOTA 6: He vuelto a mi vieja tradición de bautizar personajes totalmente nuevos con nombres de historiadores. En este caso, Edward Palmer Thompson (1924-1993) fue un conocido historiador marxiano británico.

NOTA 7: Les reitero mi consejo del capítulo anterior: suscríbanse al blog.]

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El hombre de Hastings


And the businessmen will shake hands and talk in numbers

And the princess will wake up from her slumber

Then all the knights will step forth with their arm bands

And every stranger you meet in the street will make demands

So believe no lies,

then dry your eyes

and realize

that surprise.

La, la, la, la la, la, la, la, la, la, la, la…

And we’ll send you glad tidings from New York

Open up your eyes so you may see

Ask you not to read between the lines

Hope that you will come in right on time.

VAN MORRISON, Glad tidings

[NOTA 1: Perdón por el retraso. Sucede que el viernes tuve que entregar un proyecto de investigación, ayer lunes tuve mi primer examen final (que por suerte aprobé con un 9) y el jueves tendré el segundo, para el cual tengo que leer mucho más material. Conseguí hacerme un huequito esta noche para escribir el capítulo de una buena vez, pero no podría decirles cuándo vendrá el próximo. Por lo pronto les recomiendo suscribirse al blog, para que cuando finalmente escriba y publique ese capítulo, los notifiquen por e-mail. Solo tienen que ir al widget que dice “Suscripción al blog” y que está en la barra lateral, encima de todo, escribir su e-mail y apretar el botón que dice “Suscribirme”. Enseguida recibirán un mail de confirmación con un link que deberán abrir.

NOTA 2: Me hubiera gustado poner el video con la canción de Van Morrison, pero no encontré ninguno, así que puse un fragmento de las letras. Les aconsejo descargársela del Ares, porque es muy buena.

NOTA 3: No quiero sonar como el policía de este video de Peter Capusotto, pero les recuerdo que «Hastings» se pronuncia «jéistings». Bah, eso creo.

NOTA 4: Quiero dedicarle este capítulo a Tati, que cumplió años ayer, y a cualquier otro que haya cumplido años o esté cumpliendo en estos días.]

Pese a sus precios astronómicos, a John Dawlish le gustaba mucho desayunar en un café muggle en el centro de Richmond, pues sus amplios ventanales le ofrecían una magnífica vista del Castillo de aquella ciudad; dicho edificio había sido construido en el siglo XI por Alan el Rojo, un noble bretón que fue uno de los principales lugartenientes del ejército de Guillermo I el Conquistador durante la campaña contra el rey Harold, que culminó con la coronación de Guillermo como rey tras la derrota y muerte del monarca en la batalla de Hastings de 1066. Como premio por su colaboración, Guillermo lo designó primer conde de Richmond. Alan el Rojo era un hombre muy acaudalado, y pudo darse el lujo de construirse aquella imponente residencia en la capital de su nuevo feudo y aún así gozar de una fortuna equivalente a 81 billones de libras esterlinas al momento de su muerte.

No es que Dawlish se interesara mucho por eso; la historia muggle le era absolutamente indiferente. Pero la imagen recia del castillo de Richmond le agradaba. Le gustaba pensar en sí mismo como un castillo, inexpugnable en todos los sentidos; nadie podía superarlo en un duelo (él procuraba no recordar a Augusta Longbottom y a los dos Albus que había conocido, Dumbledore y Potter) ni tampoco podían superarlo en astucia. Su reciente pacto con Isaac Prewett lo demostraba. Y el resonante fracaso de Potter en asesinar a Servilia Crouch en la ópera tres días atrás era un signo de que su causa estaba a punto de derrumbarse. Encubrir lo que había pasado había sido una pesadilla logística: casi trescientos muggles cuyas memorias habían tenido que ser alteradas, dos muertes que debían ser explicadas convincentemente, por no mencionar la destrucción de las muy antiguas estatuas de ángeles dorados; el hecho de que hubieran sido derretidas no contribuía a esclarecer las cosas. Pero Dawlish se había embarcado en esa tarea muy alegremente, pues comprendía que el ataque de Potter había sido una muestra de desesperación. “Una bestia agonizante que intenta llevarse a todos consigo” fue como lo definió cuando un periodista de El Profeta le solicitó —con un respeto, por otra parte, que indicaba que en el mundillo político y periodístico su nombre ya estaba sonando como sucesor de Crouch— su opinión, y por una vez fue totalmente sincero.

En muy poco tiempo Albus Potter estaría muerto, sus seguidores muertos, encarcelados o en el exilio, y él y Prewett organizando una reforma a la Ley Fundamental que privara a Crouch de cualquier posibilidad de ser reelecta. Crouch no podría oponerse, pues la desaparición de la amenaza de Potter significaría el fin de la situación de crisis permanente que le había permitido gozar de poderes sin precedentes. Y después de tantos años de espera, él, John Dawlish, sería el nuevo ministro de la Magia.

Pero mientras tanto, Dawlish tenía que ser muy cuidadoso con su imagen pública. Cuando Potter estaba llevando a cabo todos los secuestros de familias de Aurores que habían amenazado con generar un clima de histeria incontrolable entre los magos y brujas, Dawlish mantuvo un perfil bajísimo, no permitiendo que publicaran ni fotos ni declaraciones suyas, e incluso consiguiendo que su nombre fuese apenas mencionado por El Profeta. Ahora que Potter estaba sufriendo revés tras revés, adoptaba una estrategia diametralmente opuesta, exponiéndose lo más posible ante las cámaras y los cronistas. No era algo a lo que estuviera muy acostumbrado, pero tenía tiempo para habituarse.

Por otra parte, desde que Brading le confesó que Potter tenía intenciones de matarlo a él también, Dawlish había empezado a tomar muchas precauciones para evitar que lo siguieran. El único lugar mágico que visitaba a diario era, por obvios motivos, el Ministerio de la Magia. En sus horas libres él se abstenía de ir a Hogsmeade o al Callejón Diagon o incluso a localidades semi-mágicas como el Valle de Godric. Y ocupaba simultáneamente varias residencias muggles en distintas ciudades del Reino Unido, aunque a diferencia de lo que había hecho Horace Slughorn años atrás, cuando intentaba escapar de los Mortífagos, él era el dueño más o menos legítimo de las casas en las que se alojaba. Lo único que le molestaba era que no podía venir todas las mañanas a desayunar en ese café de Richmond y ver “su” castillo por la ventana.

Dawlish miró su reloj y vio que faltaba poco para las ocho y media, hora en que invariablemente se trasladaba al Ministerio para comenzar su jornada laboral. Tras dar un último vistazo al castillo, llamó con un gesto de la mano a la camarera y le pidió la cuenta. La chica fue al mostrador y retornó poco después con el ticket. Dawlish lo tomó distraídamente, pero luego comprobó que junto con el delgado papel del ticket había un trozo de pergamino, que reconoció con el tacto. Miró inquisitivamente a la muchacha —una joven negra, delgada y atractiva— y vio que sus ojos tenían una expresión ausente, producto probablemente de un Confundus. Miró a los otros parroquianos, pero no vio en ellos ninguna señal sospechosa.

Guardándose velozmente el pergamino en el bolsillo, Dawlish pagó la cuenta y pidió permiso para ir al baño antes de irse, que la camarera concedió de inmediato. El jefe de los Aurores se apresuró a entrar al baño, echarle la cerradura a la puerta y, tras verificar que estaba vacío, sacarse el pergamino del bolsillo y leerlo.

Su contenido era lacónico:

Enfrente

5 minutos

Moondance

Van Morrison.

Dawlish lo examinó durante algunos segundos antes de comprender lo que le pedían. Enfrente del café había una disquería. Debía ir allí en cinco minutos y encontrar un álbum llamado Moondance de un grupo o cantante llamado Van Morrison… o un álbum llamado Van Morrison de un grupo llamado Moondance. Allí seguramente hallaría algún mensaje. Pero el remitente de la nota debía haberle puesto a ese mensaje escondido en el álbum algún hechizo que lo hiciera destruirse o disolverse pasados los cinco minutos. Así no le daba tiempo a mostrárselo a nadie más. Era muy inteligente.

Comprendiendo que con tan poco tiempo no podía darse el lujo de llamar a un destacamento de Aurores para que lo ayudasen, Dawlish optó por arrojar la nota al inodoro y tirar la cadena, para luego salir del café y cruzar la calle. La disquería estaba abierta, aunque solo había un empleado, que le indicó el lugar donde estaba Moondance. Originalmente, en 1970, había sido un disco de vinilo, pero cuando se cumplió el 50º aniversario de su lanzamiento volvió a salir a la venta en formato de CD.

Dawlish compró el CD y apenas salió del local rompió el envoltorio de plástico y abrió la caja, esperando encontrar alguna nota dentro. Pero solo encontró el CD y una especie de folleto colorido con las letras de las canciones. Pasó las páginas del folleto una y otra vez, buscando el mensaje infructuosamente. Miró su reloj y vio que faltaban pocos segundos para que se cumplieran los cinco minutos. Y cuando la idea de que esos cinco minutos podían no significar lo que él había creído que significaban se formó en su cabeza, era ya demasiado tarde para arrojar el CD lejos. Experimentó la familiar sensación de que un gancho lo arrastraba del ombligo y se encontró muy pronto en medio de un remolino de colores.

Y cuando al fin sus pies volvieron a tocar el suelo y pudo soltar el Traslador, supo que había caído en una trampa.

***

Sentado en un sillón se hallaba Albus Potter. En los últimos días Dawlish se había pensado muchas veces en él, y siempre se lo imaginaba desaliñado y con un aspecto más desequilibrado que nunca, pero en verdad Albus parecía conservar un aplomo envidiable para alguien que acababa de sufrir una derrota tan estrepitosa.

Dawlish sintió la punta de una varita contra su cuello. Captando el mensaje, arrojó su propia varita al suelo, dejando que quien le estaba apuntando la recogiera. Una vez desarmado, Dawlish se atrevió a girar la cabeza para ver quién era, y no se sorprendió al identificar a Valerie Rosier. El jefe de los Aurores se volvió hacia Albus y dijo:

—Si vas a matarme, hazlo ahora, y hazlo rápido, Potter.

—¿Qué te hace pensar eso, John? —preguntó Albus con curiosidad.

—Brading me dijo que planeabas asesinarme, lo mismo que a la ministra. Y es lo más lógico que puedes hacer —replicó serenamente—. Si deseas tomar el poder, los únicos obstáculos en tu camino somos la ministra y yo. Ambos debemos morir.

—Es cierto. Yo deseaba tomar el poder.

—¿Y ahora no? —preguntó Dawlish.

—Ahora tengo un objetivo más realista, John. Mi verdadera enemiga es Crouch, no tú. Me conformo con apartarla del gobierno y hacer que la juzguen por sus crímenes.

—¡Qué encomiable! —se burló Dawlish— ¡Y luego me dirás que volverás a tu vida normal mientras otra persona gobierna el país!

—Eso es exactamente lo que quiero hacer. Estoy cansado de pelear, John. Estoy cansado de ser un fugitivo en mi propio país. Solo quiero que Crouch reciba su castigo y que mis amigos y yo seamos amnistiados.

—Es imposible —dijo Dawlish—. El público jamás lo aceptaría.

—No sin el respaldo del Ministerio y de El Profeta.

—¿Y cómo planean obtener ese respaldo sin tomar el poder?

—Nombrándote ministro a ti —dijo Albus, sonriente.

Dawlish estalló en carcajadas, y tuvo que sentarse en otro de los sillones de la pequeña y oscura habitación donde lo habían traído. Había imaginado que lo habían traído allí para ejecutarlo, quizá también torturarlo, y ahora ese mocoso ingenuo le ofrecía hacerlo ministro. ¡Como si eso estuviera en su poder!

Cuando logró calmarse, miró a Albus —que no había perdido la sonrisa— y dijo:

—Muchacho, si tú puedes convertirme en ministro, mi primer acto será comerme mi propia escoba voladora, astilla por astilla.

—De acuerdo —replicó Albus—, siempre y cuando tu segundo acto sea firmar un decreto amnistiándonos a mí, a mi novia y a todos mis amigos.

—Potter, ¿has perdido la cabeza? Primero que nada, no quiero ser ministro…

—Eso es una mentira descarada, John —lo interrumpió, en un tono de reproche juguetón—. Claro que quieres ser ministro. Todos lo saben. Hasta El Profeta lo insinúa. Deseas ser ministro con la misma ansiedad con que Crouch desea seguir siendo ministra.

Esa alusión a Crouch le generó cierta inquietud a Dawlish, pero la acalló.

—Segundo, aún si quisiera ser ministro, ¿por qué habría de confiar en ti para lograrlo?

—Porque estoy dispuesto a hacer el Juramento Inquebrantable.

Dawlish comenzó a mirar a Albus de una manera muy distinta que hasta ese momento.

—¿Jurarás hacer que me designen ministro de la Magia?

—Así es.

—¿Y también jurarás que no me matarás después de que lo hagas?

Al asintió con la cabeza.

—¿Y que no ordenarás que me maten? —añadió astutamente— ¿Ni que me den el Beso del Dementor, ni que me manden a Azkaban, ni que me borren la memoria, ni que me destituyan, ni que me destierren?

—Estoy completamente dispuesto a jurar que no haré ni ordenaré que te hagan ninguna de esas cosas. Siempre y cuando tú jures que no me harás ningún daño ni a mí ni a mis allegados y que firmarás el decreto de amnistía.

—¡Por supuesto! ¡Porque derrocar a Crouch es facilísimo! —dijo Dawlish— ¡Ella no tiene Aurores a los que ha sobornado para que hagan todo lo que ella les pida, por ilegal que sea! ¡Ni tampoco es una duelista casi invencible! ¡No, Crouch sería más fácil de derribar que la vieja Casa de los Gritos en Hogsmeade!

—Puedo asegurarte, John, que he aprendido de mis errores. Y que para que mi nuevo plan tenga éxito, tu intervención deberá ser mínima. De modo que si fracaso, nadie podrá vincularte con él… y por cierto, también estoy dispuesto a jurar que si me capturan no revelaré tu nombre.

—¿Y en qué consistiría mi participación en tu plan, Potter?

—Una de las dos cosas que deberás hacer es simplemente sacar, por apenas un rato, a todos los Aurores del Ministerio. Diles que has recibido una pista de dónde está ubicado el lugar donde estoy reteniendo a las familias de los Aurores. Eso los emocionará y hará que todos en la División quieran participar de la misión… y tú, por supuesto, “olvidarás” pedirle a algunos que se queden para proteger el edificio, y a la ministra. Yo haré el resto.

—¿Crouch morirá?

—No. Ella será puesta bajo arresto por mí. Cuando tú regreses con los Aurores, yo los esperaré solo en el Atrio. Y te hablaré a ti.

—¿Qué me dirás?

—Que la ministra ha sido detenida, y que tengo que revelarte información muy importante. Claro que tus Aurores querrán matarme apenas me vean, pero tú deberás frenarlos (y jurar previamente que lo harás, por supuesto) y conducirme a tu oficina. Allí mantendremos una entrevista durante la cual yo te “abriré los ojos” a todos los delitos cometidos por Crouch. Luego saldrás, compartirás esa información con los Aurores y los convencerás de que Crouch es una criminal peligrosa y debe ser destituida y juzgada. Y que mis amigos y yo somos inocentes, y debemos dejar de ser perseguidos. Así de simple.

—Olvidas algo importante, Potter. Los Aurores que obedecen a Crouch. Ellos estarán ahí y no aceptarán que ella sea depuesta. Significaría el fin de sus sobornos mensuales.

—Bueno, tu segunda contribución al plan consistirá en darles la noche libre a todos ellos.

—Eso solo sería postergar lo inevitable. Cuando sepan que Crouch ha caído, intentarán restaurarla. Habrá que arrestarlos a todos. Y no creo que mis hombres estén dispuestos a obedecer esa orden.

—Yo me encargaré de ellos, no te preocupes. Solo aléjalos del edificio del Ministerio esa noche, y por la mañana dejarán de ser un problema.

Como no tenía un pelo de tonto, Dawlish no tuvo dificultades en entender lo que Albus quería decir con “dejarán de ser un problema”.

—Bien, Potter, debo admitir que eres un auténtico zorro. Tu plan es muy bueno. Desdichadamente tiene un defecto fundamental.

—¿Cuál es?

—Que tú necesitas más de mí que yo de ti.

—Explícate.

—Tu objetivo es que Crouch deje de ser ministra. Mi objetivo es ser ministro. Ahora bien, tú solo puedes derrocar a Crouch con mi ayuda. Pero yo puedo convertirme en ministro sin la tuya.

—¿Cómo?

—Simplemente haciendo una reforma que prohíba la reelección del ministro o la ministra de la Magia. Tengo varios legisladores que votarán a favor, sabiendo que con eso favorecen mi candidatura. Solo tengo que esperar unos años y seré ministro legal y legítimamente.

“Mientras que tu situación es mucho más desesperada. Tu causa se tambalea. Necesitas una victoria rápida y total.

—Eso último es cierto —admitió Albus, sin turbarse—. Pero, ¿qué te hace pensar que tu situación es tan buena comparada con la mía?

—¿De qué hablas?

—Crouch sabe que quieres ser ministro. Lo sabe desde hace años. Y el único motivo por el cual no te ha eliminado es que te necesita para acabar conmigo. Pero, ¿qué crees que hará cuando “mi causa”, como tú la llamas, se derrumbe? ¿Piensas que se limitará a dormirse en sus laureles y esperar a las próximas elecciones, sabiendo que tú aspiras a reemplazarla? Puede que no conozca tu plan para cambiar la Ley Fundamental, pero conoce tus intenciones.

—Lidiaré con eso cuando llegue el momento —repuso Dawlish.

—Me temo que el momento ya ha llegado, John —dijo Albus suavemente—. Valerie, ¿podrías traer al hombre de Hastings?

La chica salió enseguida de la habitación, y cuando abrió la puerta Dawlish se sorprendió al ver una cortina de agua del otro lado, igual a la que él tenía en su oficina. Albus notó que él la había visto, y dijo:

—La Perdición del Ladrón. Te robé la idea.

—¿Cómo supiste que tengo una en mi despacho? —preguntó Dawlish, y luego de pensar unos instantes, añadió:— ¿Isaac Prewett te lo dijo?

—Quizá —dijo Albus, en un tono insinuante que convenció a Dawlish de que Prewett no era agente de Potter. De haberlo sido, Potter lo habría negado categóricamente en vez de incitarlo a creer que sí lo era. Claramente quería que Dawlish dirigiese sus sospechas hacia Prewett para evitar que se enfocase en el verdadero espía.

Al poco tiempo Valerie regresó a la habitación, cruzando la cortina de agua junto con un hombre maniatado que tenía la cabeza gacha. Cuando la levantó, Dawlish no pudo evitar un gemido de sorpresa.

—¡Goldstein! ¿Qué demonios haces aquí?

—La verdadera pregunta es qué estaba haciendo Anthony en Hastings hace quince horas, cuando lo capturamos —dijo Albus, mientras Valerie forzaba al Auror Anthony Goldstein a ponerse de rodillas entre Albus y Dawlish—. Y para saberlo, tenemos un poco de Veritaserum. John, ¿quieres dárselo tú? —dijo Albus, tendiéndole un frasquito. Dawlish lo tomó, lo destapó, comprobó que se trataba de auténtica Veritaserum (pues si bien no sabía hacer pociones avanzadas como esa, sabía reconocerlas) e hizo que Goldstein lo bebiera. La poción le hizo efecto enseguida.

—Dinos, Anthony, ¿qué hacías en Hastings?

—Seguía a Dawlish —dijo el Auror, en tono monocorde.

—¿Para espiarlo?

—Sí.

—¿Y para alguna otra cosa?

Goldstein intentó resistir, pero debió contestarle a Albus.

—Para matarlo, si me dan mis órdenes.

—¿Y quién te dará esa orden?

—Una bruja.

—¿Quién? —insistió Albus, pero Goldstein ahora estaba haciendo auténticos esfuerzos por no revelar más datos.

—Una bruja.

Albus le apuntó con su varita al pie izquierdo de Goldstein y dijo:

Incendio.

El fuego lamió su zapato y lo consumió en pocos segundos, quemando la carne debajo. Goldstein gritó desgarradoramente, y Albus aprovechó para repetir su pregunta.

—¡¿Quién?!

—¡SERVILIA CROUCH! —confesó Goldstein finalmente, y Albus apagó las llamas con un Aguamenti, aplicándole a las quemaduras varios hechizos curativos que las hicieron desaparecer y materializando unos nuevos zapatos para el Auror.

—¿Necesito mostrarte más pruebas, John? —preguntó Albus.

—No —replicó Dawlish, mirando con repulsión al Auror, a quien hasta ese día había considerado uno de los suyos. Crouch debía haber sido especialmente discreta con Goldstein, para asegurarse de que nunca despertara sus sospechas.

—Eres un hombre difícil de encontrar, pero conseguimos localizarte gracias a Goldstein —explicó Albus—. Lo encontramos merodeando por Hastings. Había estado siguiéndote por varias semanas y ya conocía tu rutina. Nunca duermes dos noches seguidas bajo el mismo techo, ¿verdad? Cuando no estás en Hastings estás en Richmond, cuando no estás en York estás en Exeter. Es muy prudente de tu parte. Dime, ¿cómo conseguiste esas casas?

—Hice que los muggles me regalaran las escrituras usando el Confundus.

—Bien, en cualquier caso, Goldstein ya no es necesario, así que voy a…

—¿Matarlo?

—No, para nada. Él tiene que reportar con Crouch cada veinticuatro horas. Si lo matamos, ella sospechará que lo has descubierto y no tardará en asesinarte. Pero no te preocupes, tú solo tienes que darle la noche libre junto con el resto de los Aurores de la lista que te daremos en un rato.

—¿Cuándo se hará? —preguntó Dawlish.

—Eso aún no te lo podemos decir. Pero sí te diré esto: el día en que unos niños arrojen huevos a la puerta de tu casa será el día en que tendrás que llevar a cabo tu parte del plan. Pero simula estar furioso, en caso de que Goldstein te esté observando.

—Lo haré.

—Perfecto. Valerie, ¿podrías borrarle la memoria a Goldstein y llevarlo de vuelta a Hastings? Haz que despierte en la playa rodeado de botellas de whisky de fuego vacías o algo así. Cuando vuelvas, tendrás que ser testigo de los Juramentos Inquebrantables que vamos a prestarnos el uno al otro.

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